AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 21
CAPÍTULO 21
Yoongi POV:
03/Marzo/2018
Domingo
22:20
Hotel Atheneum
Cuando atravieso las puertas del hotel me
encuentro de nuevo con el mismo ambiente, la misma calidez que hallé la última
vez que estuve aquí. Y paso a paso hacia el interior tengo la sensación de que
nada ha cambiado desde entonces. Los cuadros siguen en la misma posición, la
misma mujer de la recepción está exactamente en el mismo lugar, y desde el bar
privado me llega el mismo rumor que aquél día. Como si este lugar estuviese
fuera de las leyes de la realidad y el espacio tiempo. Me acerco hacia la
recepción y la mujer, con suma diligencia, me reconoce y me sonríe ya desde la
distancia. Cuando llego al borde de su mesa apenas me deja pronunciar un
escueto “Buenas noches” para que ella salga de detrás del mostrador y me
acompañe al salón privado.
—La mujer que se hospeda en la 373 ya le está
esperando en el salón. –Dice, con una sonrisa y cuando me acompaña en esa
dirección compruebo que es más alta de lo que esperaba. Cuando llegamos a la
puerta me señala una mesa, juraría que la misma en la que estuvimos la última
vez, donde una mujer sentada de espaldas a mí se recoloca la melena sobre el
hombro derecho. Le regalo a la recepcionista una sonrisa y ella se marcha en
silencio. Cuando llego hasta Liliana ella se vuelve, sorprendida por mí, y se
levanta para darme un abrazo casi sin esperarlo. Sutil, delicado, apenas roza
su pecho con el mío, pero es cálido y casi lo necesitaba.
—Buenas noches. –Le digo a lo que ella me
responde con una sonrisa y se sienta de nuevo en el lugar que ya estaba. En la
mesa me encuentro con una copa de Martini vacía, con el pequeño palillo sin la
oliva, y otra por la mitad—. ¿He tardado mucho? –Le pregunto al creer que bebía
por aburrimiento en la espera, pero ella niega con el rostro, casi turbada.
—¡Qué va!
—¿Qué tal estás? –Le pregunto casi como
cortesía.
—Ilusionada por tu llamada. –Me dice con una
amplia sonrisa y yo me quito el abrigo sentándome delante de ella y ella se
yergue un poco más. Hoy lleva pantalones largos, con raya en medio. Grises,
igual que la americana que cuelga del respaldo del sofá. En la parte de arriba
porta un jersey de cuello alto negro, ceñido a su figura—. ¿Y tú?
—Algo cansado estos días, pero bien.
—¿Sigues tomando ansiolíticos?
—Últimamente menos. Muchos menos que antes. –Le
miento. Ahora mismo estoy bajo el efecto de ellos.
—Me alegro mucho por ti. –Suspira—. ¿Y bien?
—¿Qué?
—¿A qué se debe tu llamada?
—¿No podría querer solo verte y conversar?
—Eso es que tienes buenas nuevas. –Dice,
entusiasmada por conocer más sobre el caso de Jungkook y yo me encojo de
hombros.
—No sé si serán buenas, pero nuevas desde
luego. ¿Tú caso ha finalizado?
—Aun no. –Niega con el rostro—. Seguimos
prácticamente igual. Ya sabes cómo son estas cosas. Los juzgados van muy lentos.
La niña tuvo la semana pasada una recaída, pero ya se encuentra en casa…
—No sé si decir “me alegra escuchar eso” porque
dentro de lo que cabe no es algo agradable de saber…
—Supongo. –Dice, y se lleva la copa de Martini
a los labios. Al ser consciente de la presencia de alcohol en la mesa parece
caer en que la convencionalidad le obliga a proporcionarme a mí una bebida y
está a punto de llamar al camarero pero yo niego con el rostro.
—No me apetece tomar nada… —Le digo antes de
que ella pida por mí, a lo que me mira al principio algo sospechosa pero me
encojo de hombros, sin darle demasiada importancia. No debería mezclar los
ansiolíticos con el alcohol.
—¿Seguro que no quieres, al menos, un vaso de
agua?
—Seguro. De verdad que no…
—Está bien. –Suspira ella—. Cuéntame pues. ¿Qué
más has averiguado?
—¿Dónde me quedé la última vez?
—Me dijiste que hablaste con un chico con el
que Jungkook estuvo saliendo… ¿Recuerdas? Que te abordó en un bar a donde solía
ir y se comprometió a ayudarte a buscar a un chico que conoció los primeros
años de instituto y con quien tuvo algo…
—¡Ah! –Digo, recapitulando—. Es cierto. Pues
bien, hace justo una semana ese joven me llamó para informarme de que había
hecho una exhaustiva búsqueda para hallar información de ese chico. Me dio
varios nombres y acabamos averiguando que era un chico llamado Lucas, un joven
de ascendencia judía, nacido en Canadá que trabaja en un restaurante familiar
en el centro de Seúl. Un chico de sobresalientes, educado, atento y físicamente
muy guapo.
—No me des tantos detalles sin importancia. –Me
dice ella, negando con el rostro—. ¿Has ido verle?
—Sí. –Asiento—. En internet ponía que había
escrito un pequeño folletín y que había ganado con él un concurso de lectura.
Pensé que podría estar entre los libros de Jungkook y allí lo encontré. Me
presenté con este en su restaurante. Lo abordé en el final de su jornada y
hablamos. Le dije, con la excusa de que iba a entrevistarle para un periódico
por el premio, que necesitaba quedarme a solas con él. Le revelé mis
intenciones y aunque al principio pensé que se me escaparía, acabó contándomelo
todo. Desde las penurias que habían pasado sus antepasados hasta la relación
tóxica que tuvo con Jungkook.
—¿Tóxica?
—Él no usó se término, pero sí la palabra
autodestrucción.
—Ya veo…
—De nuevo pude comprobar que Jungkook me había
mentido también en parte de esta historia. No solo siguieron manteniendo el
contacto una vez se alejaron, a los dos años de conocerse, sino que Lucas nunca
estuvo con una mujer, como excusa para dejar a Jungkook, y fue Lucas quien
decidió, por su bien, cambiarse de escuela para no estar cerca de Jungkook.
—Que mal… —Suspira, no parece que esté
prestándome demasiada atención. Su vista se ha perdido en la copa de Martini.
—También he descubierto que el panfleto por el
que Lucas ganó un premio, en realidad lo escribió Jungkook. Y el viernes,
cuando fui a verle y le mencioné que estuve con Lucas, se puso como una fiera
hasta el punto en que tuvieron que drogarle para calmarle. Sé que no le gusta
que indague en su vida, y menos en su pasado, pero cuanto más me retrotraigo en
él, más se enfada. ¿Debería llegar hasta su infancia? No conozco a nadie
después de Lucas que quiera darme información, y aunque fuese a la escuela de
Jungkook para pedir información sobre él, ¿qué iban a decirme? Que sacaba
buenas notas aunque era reservado y callado. Eso ya lo sé… No me dirán nada
más…
—Podrías intentar contactar con otros
familiares…
—No conozco a nadie más.
—Tal vez en la policía puedan darte
información. –Digo, y repentinamente me viene a la mente el rostro de la
directora del archivo policial. Su tarjeta aun se mantiene en mi mesilla de
noche.
—¿Quieres mi opinión al respecto? –Me pregunta,
cambiando su tono de voz a uno más serio, más aburrido—. Deberías dejarlo ya.
No te hace bien seguir adelante y nada de lo que averigües va a ayudar a
Jungkook a ser mejor persona. Los psicópatas son así, y punto. No pueden
cambiar por mucho que se les fuerce y no creo que él quiera cambiar. Está ya
entre rejas, donde tiene que estar por sus actos cometidos y tú te estás
torturando por un motivo que no alcanzo a comprender. ¿Te sientes culpable por
lo que ha hecho Jungkook? No creo que debas sentirte así. –Sus palabras me
hieren—. ¿Te sientes responsable de él? Genial, cuando dentro de cuarenta, o
cincuenta años, salga de prisión, podrás hacerte cargo de él si quieres, pero
ya está siendo atendido por profesionales…
—No es nada de eso. Es algo mucho más personal…
—Explícamelo porque no lo entiendo. –Me pide,
seria.
—Durante meses me ha mentido. Me sigue
mintiendo cada vez que voy a verle. Estoy harto de mentiras. He arruinado mi
vida por culpa de sus mentiras. Tantas horas de terapia para construir una
personalidad falsa. Se acabó. –Niego con la mano—. Yo construiré su
personalidad si es necesario recogiendo retazos de ella que haya ido dejando a
lo largo de la historia.
—Eso es una ardua tarea sin recompensa. –Me
dice mientras yo suspiro y me dejo caer en el sofá—. ¿No lo ves? Lo haces por
tu orgullo herido pero esto no te hará sentir mejor. Nunca acabarás de unir
pedazos de un ser condenado y lo único que sacarás de esto es volverte aun más
loco…
—Tal vez. Pero he de intentarlo. A veces no
duermo por las noches pensando en que tal vez me haya mentido en algo
fundamental, tal vez me hallo mentido en algo que yo hoy sigo considerando tan
cierto como la idea de que el sol sale por el este.
—¿Y qué si te ha mentido? Eso no va a cambiar
tu vida…
—No lo sabes.
—Solo tienes que pensar así: Él está encerrado,
y con él, se han encerrado sus mentiras. Todo lo que ha dicho, todo lo que ha
hecho, debes encerrarlo con él en esa celda.
—¿Y si no está cerrada? –Le pregunto a lo que
ella me mira con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—¿Y si él está ahí, pero… a la vez… consigue
estar en mi mente… siempre?
—No seas ridículo. –Me dice y apura el Martini
en su copa. Lo deja con rotundidad sobre la mesa entre ambos y se cruza de
brazos para mirarme desde la distancia con frialdad.
—No has visto lo que he visto yo en él.
–Suspiro—. He visto tanto… he visto a un líder de masas ciegas, he visto a un
niño perdido de la mano de Dios llorando en el suelo de mi piso, he visto a un
amante entregado y a un asesino despiadado. No sé qué pensar de él, y tampoco
sé de qué es capaz. Pero sé que puede hacer todo lo que se le antoje, y una
celda no le impide nada.
—¿Ahora crees que es Hannibal Lecter? –Me
pregunta y rompe a reír—. Por el amor de Dios, Yoongi, solo es un niño de
veinte años.
—Veintidós. –Corrijo pero ella no parece querer
corregirse a si misma. Se cruza de piernas y se pasa el cabello al otro hombro.
Comienza a atusarlo, a peinárselo entre los dedos. Juraría que está aburrida y
yo mismo me siento aturdido. Desearía poder ser más amable, pero sus palabras
no lo han sido y verla a través de los ojos de Jungkook me hace sentir turbado.
Muy turbado. ¿Cómo sabía que tenía un problema con el alcohol?
—¿Desde cuándo tienes un problema con el
alcohol? –Le pregunto a lo que ella da un respingo y me lanza una mirada
asesina. Está a punto de negarlo pero sabe que no puede. Ya no quede mentirme
en nada.
—Desde hace unos meses. –Dice—. Desde que regresé
a Seúl para el caso. –Afirma y yo frunzo el ceño con la sensación de que es
verdad, pero no consigo comprender como Jungkook lo ha sabido. Me quedo
mirándola por largo rato sin hallar una respuesta en ella. Liliana, por el
contrario, no se muestra a la defensiva por más tiempo. Tampoco hace el rol de
víctima. Se mantiene ahí sentada como si esperarse ser solo objeto de mi
mirada. Se atusa el pelo, se mira las puntas con más interés del que me ha
prestado a mí y después de largos minutos ahí quietos a mí se me escapan unas
palabras de la boca que en realidad no he querido retener por más tiempo.
—¿La propuesta de subir a tu habitación sigue
en pie? –A mi pregunta ella levanta la mirada con media sonrisa saliendo de sus
labios y consigue hacerme sentir intimidado. A su asentimiento de cabeza yo me
pongo en piel y ella no tarda un segundo en recoger su americana y su bolso y
caminar conmigo a la salida del bar. Caminamos casi instintivamente hasta el
ascensor que nos lleve de camino a su habitación. Cuando nos quedamos a solas
en él, en silencio, se produce un momento muy incómodo a lo que ella es la
primera en romperlo.
—¿En mi habitación sí te animas a tomar una
copa?
—No, prefiero no beber. –Le digo, creo que le
repito. Ella asiente y espera a que el ascensor llegue a la tercera planta para
volver a hablar.
—¿Cómo es que tan repentinamente quieres…?
—Solo no lo digas. –Le pido y la miro con media
sonrisa—. No rompas la tensión… —Sonrío y ella mi imita. Caminamos por el
pasillo hasta toparnos con la habitación 373. Los números sobre el dintel de la
puerta están en color cobre, a juego con el color beige del resto del pasillo.
Toda la escena se me hace extraña, me siento como si estuviese cometiendo un
error nada más que meto un pie en la habitación, me siento culpable, con
remordimientos aflorando en mi ser. Siento que lo que hago es tan antinatural
de mí que incluso me puedo ver desde fuera, y me siento ridículo. Pero ansío
hacerlo por un motivo que no consigo comprender. Accedo no sin dificultad al
interior de la habitación y su olor me inunda las fosas nasales. Huele a rancia
vainilla con tabaco. Un olor que pensé que no volvería a sentir. Oigo su voz,
dentro de mi mente. Tiemblo por la con claridad.
Vainilla rancia, por culpa del tabaco. Colonia
barata, sin marca. De esas que no cuesta ni dos dólares, que pierde rápido el
olor. De seguro que lleva en su bolso esa pequeña colonia con intención de
rociarse cuando va a los lavabos como si perfumarse con ese intenso aroma
barato le impermeabilizara del tabaco.
Procura no gemir mi nombre.
La cama está bien hecha, pero en la parte del
nórdico se aprecian arrugas que bien podrían corresponder a un cuerpo recostado
de lado. Tal vez estuviera durmiendo cuando yo la he llamado, o simplemente es
una idea preconcebida de una mente que tan solo busca racionalidad en el
desorden. El resto de la habitación no está tan bien adecentada. En la silla
del escritorio hay un sostén colgando, y en la propia mesa hay una tonelada de
apuntes repartidos y revueltos. El baño seguro que está hecho un desastre, y en
el cenicero de la mesilla de noche hay al menos diez colillas estrujadas contra
la base. Ella se disculpa un par de veces por el desorden pero a mí no me
importa, si viese mi casa, parecería la casa de un inquilino fantasma. No hay
nada por ninguna parte, yo no hago nada nunca. Todo está en su sitio porque yo
ya no necesito nada de lo que tengo.
—¿Quieres que llamemos al servicio de
habitaciones? Tal vez puedan traernos… —Me pregunta, pero no la dejo terminar.
Atraigo su rostro a mí con mis manos sobre sus quijadas y la beso con pasión.
Con toda la que me queda dentro. La suficiente como para que ella note mi
ansiedad y mi necesidad de contacto. Acata la orden y simplemente se deja
llevar. Había olvidado por completo la forma de sus labios moviéndose alrededor
de los míos y el sabor de su lengua. ¡Qué cantidad de cosas había olvidado! La
fuerza del agarre de sus dedos sobre mis hombros, y su nariz rozando con la
mía. Aun puedo sentir esa sutil emoción de los preliminares acercándose, pero
una voz irrumpe en mi cabeza. Como era de esperar, como tan temida era su llegada.
Te acostarás con ella.
Que afirmación tan rotunda. Que imperativo tan
esclavista. Que sumisión la mía al caer presa de unos deseos que no son los
míos. Caigo con ella en la cama y ella se retuerce aún sujeta a mis labios, con
sus uñas en mis hombros, mientras se deshace de mi chaqueta. A mí me basta con
rodear su estrecha cintura y acercarla a mí. Sigo besándola cuando de nuevo la
voz nos interrumpe.
Cuando estéis en la cama, pensarás en mí y
sentirás deseos de que sea yo quien esté ahí contigo.
Corto el beso en sus labios para dirigirme a su
cuello. Quiero oírla gemir mi nombre, quiero que su voz ahogue el sonido de
otros pensamientos. Le susurro que diga mi nombre, casi se lo imploro y ella me
llama con murmullos gatunos. Le arremango la camisa y puedo ver su ombligo en
la lejanía. Asciendo hasta que se descubre parte de su sostén.
De que sus manos sean las mías y que sea yo
quien gima en tu oído. ¿Has vuelto a pensar en mí en tu intimidad?
—Liliana… —Murmuro mientras frunzo el ceño.
Ella me sujeta el cabello y me obliga a seguir besándola. Yo continúo mientras
interno mis manos en su sostén. Sus pechos están algo fríos pero turgentes,
suaves, sus pezones erectos.
Yoongi.
—Yoongi. –Dice ella, y la miro esperando por su
petición—. Quítame la camisa…
—Sí. –Asiento mientras le desabrocho los
botones y de nuevo, la voz…
Yoongi.
Son gemidos. No de ella. No míos. Joder.
—Joder. –Murmuro y ella sonríe mientras me
ayuda a quitarle los botones y a deshacernos de su camisa. Su sostén es negro,
de encaje. Se lo ha puesto para mí.
Oigo un grito desesperado que nace desde el
recuerdo más lejano que tengo en este momento. Un grito que creí olvidado.
¡Córrete, hyung!
Mis manos comienzan a temblar. Mis manos sudan.
Una gota de sudor corre por mi sien cuando ella vuelve a besarme. Me siento
febril, incluso.
Tómatelo todo, hyung… Hyung.
Yoongi.
¿Piensas en mí?
Yoongi.
—¡¿Yoongi?! –Grita ella con la expresión rota
en preocupación. Cuando despierto del recuerdo ella me mira como si mi
expresión la hubiese preocupado. Su palma va a mi frente y con un suspiro se
separa de mí, algo confusa. Separarnos me devuelve algo de aire y comienzo a
respirar con más tranquilidad. Hasta este momento no me había dado cuenta de
que respiraba con dificultad. Ella ha creído que es excitación hasta que me ha
visto con los ojos desconectados de ella—. ¿Te encuentras bien? –Me pregunta y
yo me levanto de la cama, no sin dificultad y ella, ante mi inminente rechazo
se cubre de nuevo con la blusa abotonándosela con vergüenza. Yo recojo mi chaqueta
y me la coloco rápido y en silencio. Solo se escucha el sonido de mi
respiración agitada. Cuando ella vuelve a mirarme, me enfrenta con violencia—.
¿Vas a contestarme?
—Lo… Yo… Lo siento. –Suspiro y espero que le
sirva como disculpa. Me recoloco mejor el pantalón sobre el jersey y me
desplazo hasta la puerta, pero me detiene el cariño que tengo por ella. Cuando
me vuelvo a su rostro dolido, suelto un largo suspiro—. No he debido hacerlo,
yo… no puedo.
—¿Qué no puedes? –Me pregunta, dolida, ofendida
en su orgullo—. ¿Acostarte conmigo? ¿Es porque estoy con otra persona? Ya te he
dicho que no es nada serio… —No contesto y sujeto el pomo de la puerta. La voz
regresa, implacable.
Te lo advierto, si te metes entre sus piernas,
solo podrás correrte si piensas en mí. Te lo advierto. Te lo advierto. Te lo
advierto.
—Ah. –Dice ella, con una expresión dolida—. Es
por Jungkook. –Sentencia y me aparta la mirada.
—Es más complicado de lo que parece. –Me estiro
el cuello de la camisa, falto de aire—. Yo… —Me limpio el sudor de la frente—.
Yo…
Te lo advierto.
—¿Qué te pasa? –Me pregunta de nuevo, con esa
mirada de preocupación.
¡¡Prometo que te mataré!!
—No puedo… res… res… —Caigo al suelo, y un
golpe seco en la cabeza me deja en un estado de semiinconsciencia, acompañado
del sonido de un grito por su parte. Un grito de horror por parte de Liliana es
lo último que oigo antes de que la luz del techo de la habitación se vuelva
niebla, y luego negrura.
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