AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 20
CAPÍTULO 20
Yoongi POV:
01/Marzo/18
Viernes
Ala de máxima seguridad. Presos peligrosos.
Urinarios.
Termino de orinar sacudiéndome el pene un par
de veces sobre el retrete y tras colocarme el pantalón me subo la cremallera y
abrocho el botoncito. Me recoloco mejor el cuello del jersey y me aseguro de
estar presentable antes de salir del cubículo. Me encuentro de frente con mi
reflejo frente al espejo y me adecento un poco el pelo antes de lavarme las
manos. Recoloco un par de mechones que insisten en caer sobre mi frente,
dándome un aspecto descuidado y desaliñado, pero estos no quieren mantenerse en
su sitio por lo que acabo obrando como cada mañana cuando me encuentro frente
al espejo. Me lavo las manos y con estas aun húmedas me peino un poco el pelo.
Suspiro largamente cuando al fin logro recolocarme el pelo y me subo un poco
más la cintura del pantalón. Después de quedarme largo rato mirándome en el
espejo me mojo de nuevo las manos y me las paso por el rostro, intentando
despejarme. Antes de venir me he tomado varios ansiolíticos y siento ya esa
sensación de pesadez en el cuerpo. Hacía días que no los probaba, pero la
sugestión del momento no me permitió dormir anoche y hoy de madrugada me he
convencido de que tomarlos era la mejor solución.
Cuando salgo del baño encuentro en el mismo
asiento de plástico en donde suelo aguardar al chico de seguridad todas mis
pertenencias. El abrigo negro, mi funda, hoy gris, y mi bandolera. Me siento en
el asiento contiguo y por primera vez en un mes que llevo viniendo a estas
visitas soy consciente de que soy la única persona que se ha sentado aquí desde
hace mucho tiempo. Para todos los presos en esta sección de reclusos
peligrosos, el horario de visitas es siempre de cuatro y media a cinco los viernes.
Miro alrededor. JungKook debe ser el preso más popular porque es el único que
tiene visita. Antes siquiera de poder hacerme de nuevo con el dato de la hora
para permitirme ponerme impaciente aparece el director, con aire descuidado,
por el pasillo. Recae en mí y yo inclino la cabeza en forma de saludo, pero él
se sorprende de verme aquí y acude a mi encuentro, con lo que yo me pongo en
pie, pero él me detiene y acaba sentándose a mi lado.
—Min Yoongi… ¿Otra vez aquí?
—No se haga el sorprendido. –Le digo, con media
sonrisa—. Sé que es conocedor de las listas de visitas. Sabe que vengo todos
los viernes. –Le contesto a lo que él asiente y se deja caer sobre el respaldo
cruzando una de sus piernas sobre la otra.
—¿Qué tan interesante es este paciente para que
todos los días pierda varias horas en venir aquí?
—Esa no es la pregunta. La verdadera pregunta
es ¿cuán de aburrida es mi vida diaria para entretenerme entre estas paredes…?
—No quería sonar tan despectivo. –Dice, algo
arrepentido—. La verdad es que me alegra verle por aquí, desde que usted le
hace visitas es un preso ejemplar. Apenas molesta a mis empleados, no mantiene
el contacto con otros presos y a veces incluso coopera en las revisiones
médicas. Es todo un logro.
—¿Come bien? –Le pregunto, y casi sueno como un
padre preocupado.
—Sí, lo hace. –Asiente—. Siempre se termina el
plato como un chico bueno.
—¿Qué le sirven de comer?
—No lo sé. –Miente—. Seguramente tendrá una
dieta equilibrada. Pasta con tomate, filetes de lomo de cerdo, verduras asadas…
—No quiero pensar que come la bazofia que se
muestra en las cárceles de las películas.
—No, descuide. –Dice—. ¿Quiere que hable con
cocina para pasarle un horario de sus comidas? –Bromea.
—No estaría mal. –Rebato, sin ironía. El no
dice nada más por un rato. Miro el reloj de pared detrás de mí. Quedan al menos
cinco minutos para que me permitan pasar por el control hasta la habitación en
donde me espera JungKook—. ¿Qué le hacen en las revisiones médicas?
—Un análisis de sangre mensual para comprobar
que se alimenta bien. En caso de que él solicite la asistencia de un médico por
problemas puntuales, es lo único que se practica. –Asiento.
¿Ha solicita algún médico en todo el tiempo que
ha estado aquí?
—Un par de veces. Ambas por problemas de
garganta. Una noche se la pasó tosiendo durante horas y cuando el médico le
inspeccionó tenía la garganta muy irritada.
—¿No le proporcionarían jarabe? –Le pregunto a
lo que él me mira con expectación.
—¿Qué otra cosa si no? –Yo resoplo mientras me
paso las manos por el pelo.
—Tiene un problema de adicción a la codeína.
–Digo a lo que él se queda levemente estupefacto y después me mira con el ceño
fruncido.
—¿Y qué propone usted que le demos si tiene
dolor de garganta?
—Se lo provocó a base de toser, seguro. –Le
digo a lo que él resopla como yo he hecho antes. Con agobio y desesperación.
—No importa ya. Han pasados meses de ello. Y
ahora que lo sabemos, no se lo volveremos a proporcionar…
—¿Se leyeron mi informe cuando ingresaron aquí
a JungKook?
—¿Qué informe? –Pregunta casi inmediatamente
pero rápido asiente—. ¡Sí! Claro que lo hicimos.
—¿Seguro? Recalqué que tenía un grabe problema
con adicción a todo tipo de calmantes. Desde alcohol, codeína, toseina…
—Seguro que lo pone. –Dice—. Pero ya no me
acordaba… —Se hace el despistado.
—Ya veo lo que pasa. –Digo—. Para ustedes no
son más que maniquíes que colocar dentro de una celda y proceder con el mismo
tratamiento para todos los presos aquí. Médico una vez al mes, pastillas para
el dolor de cabeza, y ¿por qué no? Démosle unas bridas y una cuerda para que se
entretengan…
—No sea dramático… —Me dice, cansado—. Este
centro tiene unas medidas de seguridad ejemplares. Es el único centro de Seúl
que tiene un ala especializada para presos peligrosos.
—Y es por eso que todos, independientemente de
sus cualidades, acaban aquí. –A mis palabras aparece el joven guardia con un
manojo de llaves en las manos y dos libros bajo el brazo. Me divisa con la
mirada y viene a mí, a lo que yo me levanto casi con entusiasmo y él me
devuelve los dos libros que dejé aquí la semana pasada para JungKook.
—Por su culpa me he tenido que tragar horas de
charla del preso Jeon sobre estos libros. –Me dice, con una sonrisa infantil,
al devolverme los libros—. Incluso cuando hacíamos las revisiones periódicas a
su habitación me avasallaba a preguntas sobre ¿has leído estos libros? ¿Quieres
que te los preste? ¡De verdad que deberías leerlos! ¡En el capítulo dos… blah
blah…!
—Esa es su principal cualidad, se emociona con
cualquier cosa insignificante. –Dice el director a mi espalda. Yo me vuelvo a
él—. Y usted es una de esas cosas insignificantes que hacen de su vida aquí un
parque de atracciones. –Me dice, con una expresión indescifrable, pero el joven
guardia me sujeta por el hombro y me indica que le siga. Lo hago tras recoger
mis cosas del asiento contiguo al que yo estaba y cuando lo tengo todo en mis
brazos me encamino con él hasta el control. Hoy el hombre rechoncho que solía
sentarse en esa silla frente a la verja, ya no está.
—¿Y el…? —A mi pregunta, él se adelanta.
—Permiso de paternidad. –Suspira—. Su mujer dio
a luz ayer y estará cinco semanas de baja. –Dice a lo que coge él el detector
de metales y comienza a revisarme de arriba abajo con media sonrisa avergonzada—.
Ahora seré yo quien el revise antes de entrar.
—Me parece genial. –Digo, casi ilusionado a lo
que él suelta una risa y cuando termina con el procedimiento habitual me deja
sacar el pequeño libro que he traído hoy para Jungkook de la bandolera. Cuando
se lo muestro y él lo inspecciona asiente, dándome el permiso para continuar y
accedemos a los pasillos de las habitaciones de visita. La imagen de este largo
y casi tétrico pasillo ya no me produce tanto miedo. O tal vez sea el efecto de
los ansiolítico. No consigo identificar qué es, ni por qué me siento tan
sumamente inquieto, pero no asustado. El miedo ya ha desaparecido. El miedo
aparecerá con la sospecha de las mentiras, pero una vez despejada la sospecha y
teniendo ante mí la certeza de que he sido engañado, simplemente tengo que
caminar sobre el hielo, consciente de que se va a romper bajo mis pies.
Cuando llegamos, como siempre, miro a través de
la vitrina y él me encuentra con su mirada. Cruzamos unas sonrisas y accedo a
la habitación con el pequeño libro bajo el brazo. Cuando me siento con una
sonrisa y él guardia cierra al salir yo suelto un largo suspiro y él es el
primero en hablar.
—Buenas tardes. –Suelta, como si fuese lo más
natural del mundo. Como si estas pequeñas quedadas se hubieran convertido en
algo familiar, algo que ambos deseamos durante la semana, tal como si
estuviésemos en una terraza y entre ambos humeasen dos cafés. Ya casi puedo oír
el alboroto de Seúl y el sonido de alguna sirena deambulado por ahí.
—Hola… —Suelto y él se acomoda un poco mejor en
la silla. Yo miro a la mesa entre ambos. Blanca. Muy blanca, impoluta.
—¿Qué me tares esta semana? –Me pregunta
señalando con la mirada mi regazo, que para él queda oculto, pero que ha podido
comprobar, soporto un libro en el.
—Un libro. –Le digo, como si no fuese evidente. Él me mira con esa
falsa expresión de felicidad y emoción. No puedo aun creerme que el rostro
delante de mí sea el que tan fríamente me haya mentido durante tanto tiempo
relatándome una vida que en realidad no se parece en absoluto a la realidad. No
puedo creer que la imagen que tuve de él, ese ser al que yo adoraba con todo mi
corazón, no sea más que una imagen falsa en putrefacción. Ahora, al mirarle, no
encuentro en él belleza ni amor. No puedo sentir hacia él más que rencor o
desprecio. Y sin embargo, es el medio de mi soledad donde me hallo buscando su
anhelo, donde realmente le aprecio y puedo pensar que un parte de él aun me
sigue perteneciendo. Lo que es peor. Yo le pertenezco a él.
—¿El origen de las especies?
—Pensé en traerte ese. –Reconozco—. Pero he
optado por algo menos conocido…
—¿Menos conocido?
—Mercancía local. –Le digo con media sonrisa y
él parece algo turbado. Pero esta turbación desaparece en cuanto pongo el libro
en la mesa. Casi lo arrojo, hasta que queda a mitad de camino entre ambos. No
le hace falta más. Solo con ver la mala encuadernación de cartulina roja le
hace endurecer su expresión. No demasiado. Aún alberga la esperanza de que mi
elección haya sido algo casual. Pero él no cree en la casualidad—. Somos
corderos que se conducen a trompicones a través de las rocas hasta un precipicio
que desembocará en una nueva crisis social, nacional, tal vez mundial. La
codicia ha corrompido a aquellos que se defienden como esclavos de pueblo.
Nosotros somos el verdadero esclavo, el pueblo.
Él me devuelve una mirada hierática.
—Son palabras muy hermosas. Muy… —Busco la
palabra—. Inspiradoras.
—Lo son. –Dice, serio. Mucho.
—¿Lucas Kravitz? –Pregunto—. Es un pseudónimo.
¿Verdad? Esto lo has escrito tú. Reconozco tu forma de expresión.
—Sí. –Dice—. Es mío. Te dije que suelo
escribir. –Y sin más veo como sus ojos me miran con esa frialdad tan solo
propia de una persona demente. Una frialdad que me asegura que nada de lo que
salga de sus labios a partir de ahora va a ser vedad, si es que consigo
arrancarle algo que no sean improperios. El sonido del nombre de Lucas en mis
labios le ha producido un escalofrío tal como ocurrió al contrario, y me
gustaría conocer la fuerza del dolor de sus recuerdos a través de una probación
presente.
—Un pseudónimo… —Murmuro a lo que él no despega
la mirada de mí. Cambio el tono a uno mucho más serio. Mucho más inhumano—. El
miércoles estuve con Lucas. –Mi sentencia es casi condenatoria. Estoy a punto
de completar información pero en sus ojos puedo ver ese brillo de la chispa de
dos cables de conexión que acaban chocando. Puedo ver en su rostro ese fuego,
el fuego de su laboratorio con él como único espectador. Su mano, enarbolando
un cuchillo. Puedo sentir como con mis palabras he activado algo dentro de él
que me repercute a mí casi de forma directa, produciéndome palpitaciones en el
corazón. El efecto de los ansiolíticos desaparece. Rápido mi cuerpo se llena de
adrenalina. Pero el suyo también.
De un salto consigue mover la mesa entre ambos
y comienza a revolverse con ira dentro de su camisa de fuerza. Yo me levanto
con el violento movimiento de la mesa entre ambos. Me levanto y retrocedo un
par de pasos, lo suficiente como para sentirme algo más a salvo. Comienza a
gritar en mi dirección, consigue mover la silla a la que está sujeto y yo estoy
a punto de abalanzarme hacia la puerta de salida si el guardia no se me hubiera
adelantado y logra hacerse conmigo para sacarme de la sala. Siento sus manos
protectoras sobre mis hombros conducirme fuera, lejos. Lo suficiente como para
verle a través de la vitrina de cristal. No importa que haya una pared de por
medio, el miedo que me embriaga es suficiente como para asegúrame que por
varias noches no podré dormir.
—¡Eres un maldito bastardo entrometido! –Le
oigo desde dentro. Su voz parece lejana, levemente acaparada, pero se oye
clara.
—¡Seguridad! ¡Traigan una dosis de morfina!
–Dice el guardia desde un pequeño walkie talkie en su cinturón. Le ha encerrado
dentro y dentro consigue desfogarse lo suficiente como para proporcionarme un
espectáculo del nivel de su irascibilidad.
—¡Pienso matarte! –Me grita, y reconozco la
verdad de sus labios cuando la escucho—. ¡Eres un asqueroso hijo de puta!
¡Métete en tu puta mierda! ¡No se te ocurra volver a acercarte a él! ¡Prometo
que te mataré! –Su sentencia es tan sumamente dolorosa que con solo oírla ya
siento el filo de la guillotina acariciarme la nuca. Puedo sentir que es su
aliento en mi último suspiro.
—¿Qué ha ocurrido? –Me pregunta el guardia
mientras dos hombres, vestidos con uniformes parecidos a los de los guardias
acceden con la llave que el chico a mi lado les presta y entran en la
habitación.
—No lo sé. –Murmuro, viendo como, cada uno de
un lado, consiguen detener el pataleo de JungKook y le inyectan algo a través
de la camisa de fuerza. El hombre ha tenido que hacer fuerza para atravesar la
tela—. Le estaba hablando del libro y se ha puesto… así… —Finjo sorpresa—. ¡Ha
sido por la morfina! ¿Sabía que le administraríais morfina si se enfadaba?
—Tal vez… —Dice el guardia a mi lado…
—Pobre… —Murmuro, con una falsa expresión de
decepción—. Es adicto a los calmantes. Lo puse en el informe que entregué como
su psiquiatra. Hacía meses que no tomaba, seguro que estaba deseando otra dosis
y ha tomado la conversación como excusa…
—Seguro. –Dice el guardia a mi lado.
Desde la vitrina puedo ver como a los segundos
Jungkook se calma hasta el punto de quedarse inmóvil, con ojos y expresión
serena y la boca entreabierta, respirando con dificultad por el esfuerzo. No le
desatan, no aun. Y no logro ver lo que acontece a continuación con él porque el
guardia a mi lado entra en la sala, rescata el libro de la mesa, y me lo
devuelve con una mano sobre mi hombro para reconducirme de nuevo a la salida.
—He de pedirle que abandone el centro por hoy.
–Me dice, casi suplicante—. No creo que sea adecuado…
—Está bien. –Le interrumpo, pues ni ganas tengo
de estar de nuevo frente a esos ojos refulgentes de irascibilidad.
Cuando llegamos al control recojo mis cosas y
me desplazo hacia la salida siempre acompañado del guardia. Cuando estoy a
punto de cruzar la puerta, el joven me detiene con una sonrisa serena aunque
algo turbada.
—No se alarme por lo que ha sucedido. Es más
frecuente de lo que cree… —Dice y yo asiento, aunque algo tembloroso sí que me
encuentro.
—No hay problema. Solo Dios sabe lo que he
tenido que aguantar de ese chico. –Le digo y el joven asiente, sonriente, y me
abre la puerta para que me marche y me despide con una sonrisa amable. Yo
regreso en silencio a casa, y no es hasta que no he llegado que no me siento al
fin seguro. Corro todos los cerrojos, me aseguro de que estoy solo en mi piso y
me encierro en mi cuarto con la sensación de que he sido condenado a muerte y
que esta vendrá a reclamar mi alma antes
de que pueda al menos hacerme a la idea de ello.
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