AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 19

 CAPÍTULO 19


Yoongi POV:

 

—Háblame de Jungkook, por favor. –Le pido, y al sonido de su nombre, él vuelve a estremecerse como la primera vez.

—Jungkook. –Dice él, y el estremecimiento es mucho más violento cuando el nombre ha salido de sus labios, y no de los míos—. Yo tenía doce años, cuando le conocí. –Dice pensativo. Se atusa el pelo y continúa—. En mi primer año de instituto. Ambos pertenecíamos a la misma clase. Siempre estaba solo. ¿Ve esas típicas películas de adolescentes cuando siempre aparece ese joven marginado dándole patadas a una piedra con esa expresión enfadada y de pocos amigos?

—Sí.

—¿Y a ese otro joven, de gafas redondas, con un libro en la mano y peladas las rodillas de haberse caído en el arenero?

—Sí.

—Esos éramos nosotros. Yo no tenía especial problema con la gente, de verdad. Era la gente que no solía gustarle como yo era. Sin embargo Jungkook era completamente al contrario. A todo el mundo le entusiasmaba el joven rarito silenciosos, pero a él no le agradaba la gente y siempre prefería estar solo, a su bola, leyendo por ahí o tirándole piedras a las palomas.

—¿Os hicisteis amigos por esa cualidad?

—En realidad, como a él no le gustaba la gente y yo no solía gustar a la gente, fue complicado entablar conversación. Siempre nos veíamos por ahí, él no me dirigía la palabra y yo temía hacerlo.

—¿Entonces?

—Un día coincidimos en la biblioteca del instituto. Lo encontré sentado el fondo de esta, con un libro en las manos. Justo el que yo había ido a buscar para reservarlo y llevármelo a casa. Él estaba tan concentrado en la lectura que cuando le llamé para que me prestase atención parecía un chico completamente diferente al que pululaba por el patio en silencio.

—¿Qué libro era?

—¿Crees que tiene trascendencia?

—No lo sé. –Digo, no muy seguro. Él chasquea la lengua.

—Era tan solo un libro de historia. Algo así como un resumen de los años veinte en Estados Unidos.

—Sigue…

—Cuando le pedí que me lo dejase cuando acabase de leerlo me miró casi ofendido, pero acabó asintiendo con diligencia. Cuando quedaban cinco minutos para que empezase la clase, vino a donde yo estaba sentado y me extendió el libro. Le di las gracias pero él me dijo, arrogante: “La narración es una mierda. Las referencia no parecen contrastadas, pero las fotografías son muy buenas.” Le di las gracias y se marchó. Lo peor es que tenía razón y recuerdo leer aquel libro con sus palabras resonando en mi cabeza.

—¿Cómo puedes acordarte de eso? Han pasado tantos años…

—Lo sé. –Digo—. Es la sensación que Jeon causa. –Me dice, entristecido—. ¿Puedes creer que no recuerdo apenas nada de esos primeros años de instituto más que a él?

—Te entiendo. –Digo y él continua, bebiendo un poco de agua antes de seguir.

—A los días regresé a la biblioteca para devolver el libro, pero no le encontré. Me sentí decepcionado, así que cogí otro libro cualquiera y me senté a leer, en silencio. Al rato un libro cayó en mi mesa a plomo. Me asusté, casi creo que grité. Delante de mí, un Jungkook en sudadera negra y con las manos en los bolsillos me miraba desde la altura: “Si quieres leer algo interesante, lee esto.” Miré el libro que había caído sobre el comic que yo estaba ojeando y era un ejemplar de Sherlock Holmes. La lectura de aquél tomo me resultó algo pesada, pues con doce años, yo no tenía el vocabulario para apreciar aquellas obras, y sin embargo me transmitieron un afán de intriga más por la persona que me había proporcionado la lectura que por el propio libro en sí. A los días le encontré sentado en una de las mesas de la biblioteca y me senté a su lado. Mis palabras le desconcertaron: “Estamos en la misma clase y apenas hablamos”. Él me miró de arriba abajo y yo empalidecí. “Que pertenezcamos a la misma clase, sabe Dios por qué criterio del director, no implica que tengamos que mantener obligadas relaciones sociales. También estamos en el mismo país que el presidente y no voy a sus casa los domingos a tomar té”.

—Que cruel.

—¡Que verdad! Diría yo. –Sonríe Lucas—. ¿Acaso no es cierto…?

—Son unas palabras muy frías para un chico de doce años.

—Lo son. –Dice, seguro—. Pero más terrible es que salga una verdad tan grande de un chico de doce años… ¿no crees? –Asiento.

—Continúa.

—Yo no me quede atrás. “Creo que un interés común como es la lectura puede ser una excusa para hablarnos”. “Excusa” Dijo, masticando la palabra. “No me gustan las excusas o los pretextos. Si quiero algo, lo tomo y punto” “Y qué quieres” Le pregunté. “Quiero leer en paz”. Me dejó tan sumamente herido que me marché de allí de inmediato. No volvimos hablar hasta unas semanas después. Me enfrenté a él cuando lo encontré en la biblioteca, jugándome una reprimenda de la bibliotecaria, al menos para que me tomase en consideración. “Deberías tener más educación con las personas, es lo mínimo establecido por las reglas sociales” le dije, a lo que él esbozó media sonrisa y me pasó un libro que tenía en sus manos, justo lo estaba leyendo él. No parecía haber prestado atención a nada de lo que le estaba diciendo. “He encontrado un magnifico ejemplar de historia de la medicina occidental. ¿Quieres leerlo conmigo?” con un par de palabras caí rendido a sus pies y me senté con absoluta sumisión a su lado. Ojeamos juntos aquél ejemplar y nos pasamos una hora entera allí metidos. Llegamos tarde a clase y enrojecidos de vergüenza nos sentamos en nuestros pupitres. Aquella situación nos llevó a ser amigos. No. –Piensa—. Amigos no es la palabra.

—¿Por qué no?

—Los amigos van al parque juntos, se cuentan sus confidencias y secretos, se pelean y hacen luchas de fuerza fingiendo que son guerreros o boxeadores. Yo tenía amigos. Hacía todas esas cosas con mis amigos. Él y yo… no sé como explicarlo. Con él ambos podíamos ser aquellos hombres en quienes nos convertiríamos. Con él, hablaba de literatura, de música, de lo mucho que me molestaba que se enfadase mi padre cuando no conseguía uno sobresaliente y él me miraba con esa expresión de “No es mi problema”. No sé como explicarlo. Ni él era un niño al que le gustase imaginar que era un guerrero ni yo buscaba eso en él.

—Entiendo.

—En clase comenzamos a sentarnos juntos. Primero fueron en algunas clases y luego nos tomamos la libertad de convertirnos el uno al otro en el centro de atención. No existían más alumnos, no había otros compañeros, él y yo éramos los mejores de la clase. A los profesores les pareció bien que nos sentásemos junto y al darnos cuenta, como si de una sorpresa se tratase, de que el otro era también un muy buen estudiante, comenzó una sana competición para superarnos a nosotros mismos. A él se le daban muy bien las clases de ciencia, como naturaleza, matemáticas o arte. A mí me encantaba historia, inglés y lengua…

—Ya veo…

—¿Sabe qué pasa cuando dos imanes con polos opuestos se juntan?

—¿Se atraen?

—Eso pasó. –Suspira—. En un examen de matemáticas yo saqué menos nota de lo normal y al día siguiente llegué hundido a clase tras la reprimenda de mi padre por haber bajado mi media. Jungkook vio en mí sus propios problemas familiares y se compadeció, prometiéndome que me ayudaría a sacar mejor nota el siguiente. Esa diferencia nos unió.

—¿Fue ahí cuando comenzasteis vuestra relación?

—Relación. –Repite él y rápido cae en algo—. ¿Jungkook te ha hablado de mí?

—Sí, lo ha hecho…

—¿Y qué es exactamente lo que te ha dicho?

—Que vosotros… —Miro alrededor—. Tuvisteis algo.

—¿Qué?

—Algo. –Digo—. No lo definió. Os besasteis varias veces y tiempo después tú comenzaste a salir con una chica. –El enrojece. Tal vez no pesaba contarme la parte en que mantenían esa clase de contacto. Pero tras reflexionar largo rato, acaba sumándose a ello.

—Si mi padre se hubiera enterado de que me besaba con un chico, creo que nos habría matado a ambos. A mis hermanos le habrían dado igual, para entonces mi hermano mayor estaba muy ocupado con sus cosas y mi hermana a punto de entrar en la carrera universitaria. Nadie me prestaba demasiada atención y yo estaba cambiando, estaba comenzado a ver a través de Jungkook que el mundo no era tal como mis amigos me lo habían pintado. Ellos podían ser caballeros medievales, podían ser guerreros que saltaban y correteaban por allí y por allá. Podían divertirse con la más mínima nimiedad. Yo empezaba a comprender que la realidad era mucho más cruda y gris de lo que ellos me habían mostrado y me debatía en si seguir una mentira o las duras y frías palabras de un chico marginado y misántropo.

—Ya imagino lo que hiciste. ¿Cómo fue la primera vez que tuvisteis esa clase de contacto físico de la que tu padre se escandalizaría?

—Como te dije, él prometió ayudarme a estudiar matemáticas y mis padres accedieron encantados aunque viniese a mi casa a estudiar conmigo. Tras decirles que él era de los mejores de clase no tuvieron quejas, y se podrían ahorrar un profe de matemáticas extraescolar. Jungkook se quedó encantado al llegara a mi casa y se portó como todo un caballero. Sinceramente me daba miedo que fuese tan hiriente con mis padres como había sido conmigo pero fue encantador, hasta el punto en que a mí me dejaba mal...

—¿En qué sentido?

—¡Se ofreció incluso a ayudar a hacer la cena a mi madre! Aquella noche cenamos tacos caseros, y de postre mi madre había preparado natillas.

—Continúa.

—Pues, la verdad es que fue algo muy natural. Yo ni siquiera pensaba que estaba haciendo algo malo, pero una parte de mí era consciente de que aquello que hacíamos era mejor mantenerlo en secreto. No sé muy bien como sucedió. Estábamos en mi escritorio con todos los libros delante y tras hacer algunos problemas y resolverlos adecuadamente él me felicitó mis resultados con un beso en los labios. No le tomé mayor importancia y seguimos estudiando. Aquello comenzó a repetirse con más frecuencia cuando pasaban los días. A veces solo buscaba que viniese a mi casa para tener la intimidad suficiente para besarnos. Yo… —Le detengo con un gesto brusco de mi mano cuando veo que llega su hermano mayor en nuestra dirección. El da un respingo y se gira a su hermano, soltando un suspiro de alivio. Este porta dos platos pequeños con un flan en cada uno.

—Flanes de vainilla. –Dice poniendo uno a cada lado de la mesa—. Invita la casa. –Me dice y yo sonrío con una amplia expresión de agradecimiento—. Aquí nuestro Lucas es todo un genio, ¿no lo cree usted? –Me pregunta casi comprometido, revolviendo el pelo del chico. Por su expresión creo que ha sido su padre el que ha intervenido.

—Ya lo creo. –Digo animado y es Lucas el que se deshace de él con la maleducada expresión que le dota la familiaridad.

—Márchate, Harrie, estamos ocupados. –Le dice pero no se lo toma a mal y se despide de mí con una sonrisa. Yo asiento y él suspira, desanimado—. ¿Tiene usted hermanos?

—No.

—Que suerte. Siempre se las arreglan para dejarte en ridículo.

—Creo que ha sido una intervención de tu padre, más que inactiva de tu hermano.

—Lo sé. –Se recoloca el pelo—. A veces desearía que se buscase un empleo fuera de aquí y no verlo en todo el día. Estar con la familia en el trabajo y después en casa es demoledor. –Me encojo de hombros, desconociendo cómo debe sentirse y se apoya en su codo y reposa la mejilla en su mano, mirando con desgana el flan delante de él—. Es de vainilla, está realmente bueno. Cómalo si quiere, pero si no le apetece, no pasa nada.

—Lo comeré. –Digo—. No he cenado y la verdad es que hace mucho que no como comida casera... –Él me sonríe casi con lástima y yo lo pruebo. Está realmente bueno y debo haberlo reflejado en mi rostro porque él esboza una sonrisa amable.

—En la escuela evitábamos no besarnos. Al principio no pasaba de eso: besos sin más. Algo tan inocente y pulcro como una caricia. Esa era otra cosa que me escamaba. Él era muy reacio a cualquier clase de contacto físico, y yo también lo era. Pero aquello, no parecía suponer ningún problema para nuestras manías. Era algo tan agradable como sonreírnos, como hablarnos.

—¿Los besos fueron a más?

—Pasados unos meses  si. Terminado el primer curso de la escuela, en verano él viajaba a Busán y esas cosas, así que no le vi por todo ese tiempo. Cuando retomamos el segundo curso, me atrevería a decir, que ambos teníamos hambre del otro. Al segundo o tercer día de empezar las clases quedamos en su casa y nada más quedarnos a solas allí nos besamos. Fue algo deseamos por los dos. –Mira alrededor. Aburrido—. Fue realmente extraño volver a tenerle. Durante los meses de verano se había convertido en una quimera. Su recuerdo lo había mistificado hasta el punto de que cuando lo tuve delante de nuevo, era como ver a mi Dios y salvador que me abrazaba y me alejaba de las garras del tedio y la mediocridad. ¿Comprende?

—Muy bien. –Él me mira como si pudiera verse a través de mis ojos.

—Los meros besos infantiles comenzaron con el tiempo a ser algo más que meros roces. Él buscaba más contacto, yo estaba abierto a él para ofrecerle todo lo que tenía. Ni siquiera yo sabía hasta que punto podría yo darle de mí para satisfacerle y él tampoco sabía qué estaba buscando más allá de mis besos. –Hace un puchero que se intensifica por tener la mejilla apoyada en su mano—. Recuerdo un extraño momento de incomodidad. Ambos estábamos en su cama. Los libros por todas partes. Él intentaba hacerme entender cómo diablos se resolvía un problema de regla de tres, pero yo no podía parar de pensar en sus labios. Estaba tan centrado en ellos que el sonido de su voz se confundía con el latido de mi corazón. En ese momento me di cuenta de que algo tan inocente como un beso se había convertido en algo tan necesario para mí como respirar, como moverme, como hablar. Todo lo que conocía había conocido un centro de gravedad, que eran sus labios, y comencé a dejarme llevar por esa sensación que había perdido toda bondad o inocencia. Le besé, y él se sorprendió. Pensé que me reprocharía que le besase, pero no lo hizo. Se quedó mirándome con curiosidad.

Hace un alto para beber agua. Yo termino el flan y aparto el plato.

—Me siguió el beso. Pero ya no eran besos pequeño, puros. Aquello me sobrepasaba. Buscaba más contacto, quería tener su cuerpo aplastándome el mío, quería sentir que me dominaba, que me necesitaba tanto como yo necesitaba de su aprobación, de su presencia a mi lado. Comencé a rozarme contra él. –Enrojece y carraspea—. Quería explorar más de él, quería ver qué había debajo de su ropa. Necesitaba que su piel estuviese en contacto con la mía como un deseo inocente, irracional. Mis manos exploraron su espalda, su pecho. Cuando yo me disponía a quitarme mi ropa, él me detuvo con la sensación de que aquello escapaba a su control y se apartó de mí con frialdad y remordimiento. Yo me quedé turbado por días, por semanas. Aun lo estoy cuando lo recuerdo.

—¿Qué pasó después de aquello?

—Después de aquello entré en un abismo de autodestrucción y flagelación del que no salí. Él cada vez me buscaba menos. Cada vez me besaba menos. Ya no venía a mi casa. Mis notas comenzaron a bajar considerablemente hasta el punto de que al final de curso, suspendí tres asignaturas. Mis padres tomaron la irremediable decisión de cambiarme de instituto.

—¿Por qué?

—Porque creyeron que Jungkook no había sido del todo una buena influencia para mí.

—¿Qué les hacía pensar eso?

—Yo se lo dije. –Suspira—. Mi resentimiento me hizo confesarles que Jungkook me había dado de lado y que había comenzado a molestarme. Ellos, casi de inmediato, buscaron plaza en otro centro. Yo solo anhelaba marcharme de su lado. Me dolía verle cada día, me dolía saber que le había tenido tan cerca, y que podría haberle seguido teniendo si no me hubiera excedido. Que fina línea separaba la felicidad de la tortura…

—¿Cómo se lo tomó él cuando se lo dijiste?

—Mal. –Dice, rotundo—. Antes de terminar las clases, tras saber que había suspendido tres asignaturas, le dije que al siguiente año yo no estaría en ese centro. Mis padres habían tomado la decisión de cambiarme de centro. Se lo dije en la escuela. En sus ojos pude ver que estaba herido, tanto o más que yo. Tenía miedo de que entrase en cólera. Me llevó a los servicios para hablar de ello en intimidad pero cuando llegué nos encerró en uno de los cubículos y me besó. Recuerdo aquél beso. Era apasionado, tanto como yo deseaba que me besase. Eran tan endiabladamente doloroso saber que le tenía de nuevo pero que le había perdido…

—¿Qué ocurrió?

—Exploró mi cuerpo bajo mi ropa, me dejó que yo hiciese lo mismo con él, me dio todo lo que yo quería. Apenas hicieron falta cinco minutos con su mano dentro de mis pantalones para venirme entre sus dedos. –Enrojece al máximo—. Él hizo lo mismo.

—Está bien. –Le corto, temeroso de su vergüenza—. ¿Qué pasó después? ¿No lo has visto desde entonces? –Él se queda callado. Se cubre unos segundo el rostro con las manos tomando aire, como desperezándose, y suelta el aire despacio.

—¿El le ha dicho que no nos hemos vuelto a ver?

—Eso es lo que me dio a entender…

—Después de que me cambiase de colegio él a veces me venía a ver a la salida. Salía cinco minutos antes de clase o bien salía corriendo cuando terminaba la hora para estar puntual en la puerta de mi nuevo centro. Paseábamos por el parque y después cada uno se iba a casa. No nos volvimos a besar. Creímos que ya no lo necesitábamos. Pero yo aun lo anhelaba.

—¿Seguisteis en contacto?

—Hasta los diecisiete años, más o menos. –Pienso—. Algunas tardes, ya sin la supervisión de mis padres, íbamos al cine, cenábamos por ahí, o simplemente dábamos una vuelta. Él solía escribir. A veces llevaba una pequeña libreta y escribía tonterías, cosas que le gustaba, que veía. Hablaban sobre política, ética. Siempre le decía que un día sería un buen escritor pero un día soltó “No, seré un buen médico”. La última vez que nos vimos me pasó un escrito que él había hecho ese mismo día. Me dijo: “no escribiré nunca más, ya no me apetece”. Y sin más no volvimos a vernos. Dijo que tenía cosas que hacer, que ya me vería, pero nada más. Meses después mi padre encontró este escrito por ahí tirado en mi cuarto y me avasalló a preguntas. Le mentí, diciéndole que lo había escrito yo para un trabajo de clase pero que no lo había entregado… a lo que él me animó a presentarlo a un concurso. Ni sé escribir tan bien ni me hace mucha ilusión ser escritor…

—Jungkook me dijo que lo vuestro duró apenas un año, y que inmediatamente tú saliste con una chica, por lo que él se vio obligado a estar con otra…

—¿Una chica? –Me pregunta, negando con el rostro—. Nunca he estado con una chica. –Mira alrededor—. A mí me gustan los hombres…

Con el rostro de estupefacción que tengo él me mira con un interrogante en el suya.

—¿De verdad te dijo eso? –Murmura, con tristeza.

—Sí. Pero no te sientas ofendido, él me ha mentido en casi todo…

—Si te consuela, creo que yo ya le conocí mentiroso…

—Supongo. ¿Crees que estaba enamorado de ti?

—Amor… —Dice con media sonrisa—. Que palabra de significado tan amplio. A veces quiero pensar que él fue mi primer amor, pero otras que solo sentí por él profundo deseo y admiración. Luego me recuerdo que así puede definirse el amor y entonces caigo en profundos pensamientos depresivos. –Me mira con una sonrisa soñadora—. Quiero pensar que sí, que estaba enamorado de mí. Pero nunca me miró como miraba aquellos libros de medicina, o como miraba una obra de arte, o un deseo cumplido. Me besaba, me cuidaba, me protegía de una realidad que él mismo me mostraba como fría y cruel, y eso para mí era suficiente.

Entiendo. –Digo y le miro con recelo—. ¿Hubo alguna vez algo en su personalidad, algo en su carácter, o tal vez alguna vez hizo algo que resultarse extraño o…?

—¿Malvado?

—Sí.

—Yo nunca lo consideré un psicópata. He visto las noticias, lo has tachado de psicópata, pero para mí no lo fue. Al menos a mí nunca me pareció que tuviera el carácter de matar y descuartizar a sus padres en la bañera para después comérselos. –Dice, con frialdad—. Ese no es el chico que me besaba a escondidas en mi habitación. Pero creo que una vez, pude entreverlo a través del brillo de su mirada.

—¿A qué te refieres?

—Yo tenía un hámster. Se llamaba Abraham. Mi padre me lo había regalado cuando comencé el instituto. Un día, regresando a mi cuarto cuando había dejado a Jungkook en él mientras yo iba al baño, me lo encontré a él, de cara a la pequeña jaula del hámster, con este de la mano. Estaba en su palma, inmóvil. Inerte. Al principio no lo reconocí. Era una pequeña pelota blanca de pelo revuelto. Estaba en su palma abierta. Boca arriba. Cuando Jungkook se volvió a mí tras oírme entrar me miró con el mayor hieratismo del que es capaz el expresivo rostro de un hombre y me dijo: “Está muerto”. Yo lloré toda la noche. Él se quedó conmigo para consolarme. No le oí decir una sola palabra más en toda la noche. Tan solo aquella sentencia condenatoria. “Está muerto”. Mi padre dijo que los hámsteres son delicados y a veces se mueren así, sin más. Como les pasa a las personas, me dijo. Mi inocente mente y el reconfortante abrazo de Jungkook me obligaron a creer esas mentiras. Pero cuando lo pienso hoy, lo veo con otros ojos. Después de leer aquella noticia en la prensa me di cuenta de la realidad. Él había matado a mi hámster. Pero yo no quise creerlo.

—Creo que tengo suficiente. –Le detengo, creyendo en la posibilidad de que alguno de los dos se desmorone. Apuro el agua en la copa y él se yergue un poco, levantando el rostro de la palma de su mano.

—¿Qué le diré a mi padre si me pregunta sobre esto?

—Puedes decirle que te he entrevistado sobre la escuela, tus libros favoritos y todas esas cosas…

—¿Y cuando espere la entrevista publicada en el periódico?

—Dile que aun no es seguro que se publiquen. Dile que en mi sección se está aún luchando porque el periódico nos admita la sección semanal, y para ello tenemos que tener al menos unas veinte entrevistas antes de que se publiquen. –Digo y él parece asentir convencido a lo que yo apunto mi número de teléfono en una hoja en blanco de la libreta, con mi nombre y mi dirección. Se la entrego y él la mira con una media sonrisa—. Si alguna vez quieres hablar, o tienes algo que contarme al respecto de Jungkook, siempre serás bien recibido.

—¿Y aunque no sea de Jungkook?

—De lo que quieras… —Le digo y él asiente seguro. Estoy a punto de darle la espalda para marcharme pero él me detiene con una mirada suplicante.

—Cuando vuelva a ver a Jungkook, ¿podría decirle algo de mi parte? –Yo asiento—. Dígale que su ratón de biblioteca favorito le manda recuerdos.

 


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