AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 18
CAPÍTULO 18
Yoongi POV:
27/Febrero/2018
Miércoles
22:40
Ya es de noche en la ciudad de Seúl. Los neones se
han encendido por todas las calles, brillan más que el propio sol al mediodía.
Sigo los pasos de las personas en las acercas, caminando perdidos alrededor de
las calles, cegados por los deslumbrantes neones que nos vigilan desde la
altura de los elevados edificios. A mi lado pasan un grupo de mujeres adultas,
cargadas de bolsas. Estaban riéndose y parlamentando con naturalidad mientras
evitaban a la muchedumbre alrededor. Camino alrededor de veinte minutos hasta
dar con el lugar al que mi conciencia me ha recomendado venir.
Me detengo frente a la cristalera que da al
exterior. El ambiente que se trasluce desde el interior es cálido, hogareño,
muy europeo para mi estilo pero sin duda ha estado lleno de personas, aunque ya
apenas quedan clientes. Un restaurante de comida occidental “Delicias europeas”
se desdibuja en la fachada de un edificio cualquiera, buena ubicación, amplio
local pero puedo traslucir del ambiente, sin ni siquiera entrar, que todos los
trabajadores son familiares entre ellos y que este es un humilde negocio
familiar. La mantelería de color beige con pequeños bordados en dorado. Todo el
mobiliario de imitación victoriana lacados en color caoba. En la recepción, un
anciano hombre de cabellos canos se mantiene sentado en la pequeña silla tras
el escritorio ojeando una revista de actualidad. Una de las mesas, la única
ocupada, se mantiene aún en servicio con dos hombres y dos mujeres aún
hablando, al parecer de forma entretenida, mientras se terminan el café. Los
platos de los postres están arrebañados y las copas de vino, vacías. El resto
de las mesas se mantienen a medio recoger, y de ello se encargan dos jóvenes,
uno más alto que el otro, mientras obran en silencio para no molestar a los
clientes.
Me espero pacientemente en la entrada, apartado de
las vitrinas que dan al interior, mientras ojeo mi móvil en silencio. Apenas
tengo nada que mirar en él, paso fotografías sin detenerme en ella, después me
meto en la lista de contactos y acabo llegando a la conclusión de que apenas
tengo personas guardadas en mis contactos. Cuando llego a la “J” de JungKook y
me detengo en su nombre, acabo por observar que es suficiente tiempo de espera
y me atrevo a adéntrame en el restaurante, pero antes de llegar a la puerta, me
detengo observando cómo las cuatro personas salen, animadamente y colocándose
los abrigos sobre los hombros, mientras aun ríen de un contexto del que no soy
partícipe. Evito mirarles directamente por miedo no solo a ser reconocido, que
tal vez no lo sea, sino porque ver tanta felicidad embriagadora solo me hace
sentir una férrea envidia que me carcome por dentro.
Al entrar en el establecimiento me hallo frente a
la recepción y el hombre allí apalancado me mira por encima de unas gruesas
gafas de leer y se levanta educadamente, casi sorprendido y me atiende con suma
diligencia. Su voz está algo rasposa, pero le entiendo perfectamente.
—Lo siento, caballero. Pero estamos a punto de
cerrar y ya hemos cerrado la cocina.
—Hola. –Digo, quitándome la bufanda que me cubre
medio rostro. Al mostrarle mi expresión amable él parece mucho más cercano y
amistoso—. La verdad es que no vengo a cenar. Mi nombre es Min Yoongi. –Le digo
mientras le estrecho la mano y él corresponde, soltando una risa—. Estoy
buscando a Lucas Kravitz. Soy redactor del periódico nacional “La gaceta de
Seúl” y me gustaría hacerle una pequeña entrevista. Formo parte del
departamento de secciones de Interés cultural y juventud. Estamos entrevistando
a jóvenes que hayan ganado premios de literatura, ciencia, arte, o cosas por el
estilo… —A mis palabras llega un hombre de mediana edad, tal vez más de diez
años mayor que yo, con camisa, corbata y un mandil a juego con el resto del
bar. Pone una mano sobre el hombre frente a mí y rápido reclama mi atención,
por lo que deduzco que ha escuchado lo que le he dicho al otro.
—¿De la Gaceta de Seúl? –Me pregunta casi
orgulloso, pero sin demostrar mucha emoción. No al menos de forma externa—. ¿Y
desearía entrevistar a mi hijo Lucas? –Asiento algo cohibido por haber dado de
lado al anciano. Este no parece interesado en mí, ahora que el otro hombre se
encarga de mi persona, pero yo en realidad me siento algo culpable. El hombre
de mediana edad me sujeta por el hombro y me ayuda a quitarme el abrigo, con
una cordialidad y elegancia que casi me siento intimidado. Alto, moreno, de
rasgos occidentales me sonríe con un orgullo solo propio de un padre—. Sonia.
–Llama a otra chica que coloca platos en uno de los muebles de imitación
clásica en el salón. Esta da un sobresalto y mira atenta a quien creo que es su
padre—. Llama a tu hermano pequeño. Aquí hay un hombre que quiere
entrevistarle…
—Ahora mismo, padre. –Dice ella saltando dentro de
la cocina. El caballero me lleva hacia el salón y me mira con una sonrisa.
—Cuénteme, ¿Por qué un periódico local se interesa
tras tanto tiempo por algo que escribió mi hijo? ¿Es para darle un trabajo?
—No señor. –Digo, a lo que su emoción desciende
levemente—. Solo es una mera entrevista. Mi jefe ha creído necesario, en estos
tiempos en que la juventud está tan perdida y desanimada, a entrevistar a
jóvenes locales que hayan ganado premios, concursos o cosas por el estilo. Mi
compañero de redacción entrevistó, por ejemplo, al ganador de un concurso de
arte, la semana pasada. Y la semana que viene yo he de entrevistar a un chico
que hace seis meses ganó un concurso de ciencia en la universidad de química.
Es una estrategia periodística para que los jóvenes vean ejemplos en su propia
generación para salir adelante con los estudios… esas cosas…. –Digo, y cuando
finalizo, me muerdo el interior del carrillo con la sensación de que cualquier
pequeño gesto que realice va a ser víctima de su atenta mirada. Rápido, del
interior de mi bandolera saco el pequeño escrito impreso que tenía Jeon entre
sus libros y se lo enseño al padre delante de mí—. Me fascinó mucho el escrito
de su hijo, y una mente crítica y analítica como la suya puede ser todo un
ejemplo para estudiantes que se sientan… —Una voz detrás del hombre nos
sobresalta a ambos.
—Padre. –Dice el joven, y cuando el hombre delante
de mí se vuelve, me deja ver la imagen de un joven, de rostro dulce y aniñado.
Una fotografía en blanco y negro de una hoja de un periódico viejo no es nada
en comparación con la realidad que se me muestra ahora. El chico, con el
cabello algo despeinado y las mangas del uniforme de camarero arremangadas, me
mira desde la distancia con las mejillas algo sonrosadas. El primer botón de su
uniforme desabrochado le da una apariencia lago desaliñada, y el pequeño bucle
que cae sobre su frente me hace verle como si estuviera algo exhausto. Tal vez
lo esté tras una larga jornada de trabajo.
—Aquí tiene a mi hijo. –Dice el padre y se desliza
lejos de mí y pasa por lado de su hijo. Le debe susurrar algo al pasar porque
nada más que se marcha, el chico comienza a acicalarse casi como una rutina. Se
seca las manos húmedas, seguramente de lavar platos, en el mandil que rodea su
cintura y se peina el bucle, que irremediablemente vuelve a caer sobre su
frente. Se abrocha el primer botón de la camisa y se acerca a mí para
estrecharme una mano de la que se ha asegurado no hay una sola gota de agua. Yo
le agradezco el apretón de manos. Tiene un agarre fuerte, a pesar de su
apariencia frágil.
—Mi nombre es Min Yoongi. –Le digo, a lo que él se
presenta en los mismos términos.
—Yo soy Lucas Kravitz. –Suspira y me enseña una
preciosa sonrisa de perlas blancas. Me señala una mesa cualquiera, ya recogida,
y me invita a sentarme con un ademán educado—. ¿Le parece bien este sitio?
—El mejor, sin duda. –Digo y antes de que él
termine de sentarse da un respingo y se pone erguido como un cervatillo
asustado.
—¿Quiere algo de beber? ¿Una copa de vino, tal vez?
—No será necesario… —Le digo, pero él insiste de
nuevo.
—¿Seguro que no desea nada? ¿Un vaso de agua? –Me
pregunta—. La casa invita, a lo que desee…
—Un vaso de agua será suficiente… —Digo y él sale
disparado a la cocina en lo que yo miro alrededor. La chica de antes sigue
colocando cosas en los armarios. Platos limpios, recién lavados. La porcelana
de estos parece barata pero es preciosa, sin embargo. El hombre de la recepción
se coloca el abrigo que colgaba del perchero y un gorro, y se marcha. El padre
del joven ha desaparecido de escena y otro joven, algo más alto y de piel más
morena camina alrededor del salón, terminando de recoger las últimas mesas
sucias. Alrededor de mí las mesas están limpias, y eso me produce una sensación
de satisfacción, con lo que no tendremos oídos ajenos cerca.
Cuando el joven regresa trae consigo una jarra de
cristal llena de agua y dos copas. Una la deja delante de mí y la otra en el
lugar en que va a sentarse. Nos sirve a ambos y cuando logra sentarse al fin lo
noto algo agitado y emocionado pero yo borro toda expresión de júbilo. En mis
manos tengo su escrito impreso y se lo paso a él, con una mueca de curiosidad.
Él lo abre y reconoce su escrito en él. Después lo deja en medio de ambos y me
mira expectante.
—¿Va a entrevistarme por esto? –Me pregunta, casi
incrédulo—. ¿Para qué revista?
—La verdad es que no soy ningún periodista. –Le
digo, en un tono bajo y discreto—. A tu padre le he dicho que soy un periodista
que se dedica a entrevistar a jóvenes ganadores de premios de literatura, arte
o ciencia con la excusa de poder hablar contigo a solas. –Me sincero y muestro
mi rostro de pena, esperando obtener de él algo de misericordia. Él no dice
nada en absoluto, ni parece tener intención de hacerlo. Mira la jarra de agua y
seguro que piensa que su educación ha sido demasiada para con un desconocido
que acaba de mentirle y me devuelve la mirada esperando una explicación. Yo
tampoco sé por dónde empezar, así que es el primero en retomar la conversación.
—¿Su verdadero nombre es Min Yoongi?
—Sí. –Asiento.
—Bien, señor Min, ¿qué cosa es tan importante en mí
que le ha hecho mentirme a mí y a mi familia? –Me pregunta con frialdad y
rotundidad. Su fuerza a pesar de su aspecto dulce podría enamorarme.
—Mi verdadera profesión es Psicólogo. –Le digo y
pongo mis manos en el escrito de la mesa—. Pero si he venido a hablar contigo
es porque necesito respuestas acerca de alguien. ¿Sabes de dónde he sacado
esto? –Le pregunto y sé que me negará con el rostro, pero no lo hace. Se limita
a mirarme con su ceño levemente fruncido—. Yo era el psicólogo de Jeon JungKook
hace unos meses… —A mis palabras, al nombre de JungKook, Sus ojos se abren casi
como impulsados por un resorte y todo su cuerpo se tensa. Está a punto de salir
disparado de la silla con una mueca de horror pero yo sujeto su muñeca con una
de mis manos. Puedo llegar a hacerle daño si él tira de mí, pero no lo hace. Mi
contacto le mantiene en el sitio. Su hermana mayor pasa por nuestro lado para
recoger más platos y yo suelto a Lucas intentando fingir normalidad a lo que
Lucas me imita, intentando no mirar directamente a su hermana por temer que
ella pueda ver el horror en su rostro—. ¿Le importa si saco una pequeña libreta
para apuntar? –Le pregunto sonriente, con una expresión amable mientras veo
como él aún intenta recomponerse. Y saco de mi bandolera una pequeña libreta en
blanco y un boli azul. Comienzo a copiar su nombre—. Lucas… Kravitz….
Cuando su hermana se va, él se inclina sobre la
mesa levemente y tras echarme una larga ojeada y susurra:
—¡Le reconozco! Le he visto en las noticias, hace
unos meses…
—Sí. –Suspiro—. ¿Crees que tus padres me
reconocerán…?
—No. –Niego—. Ellos apenas tienen tiempo de ver las
noticias.
—Bien. –Suspiro—. Puedes tutearme…
—Preferiría no hacerlo. –Dice, casi ofendido y yo
trago en seco mientras hago garabatos en la libreta—. Si ha venido a hablar
sobre lo sucedido con JungKook hace unos meses, yo no tengo nada que ver. Hacía
años que no le veía…
—Lo sé. No te apures por eso. –Le tranquilizo y él
respira con fuerza—. Sé que no os veis desde los trece años. –Él me mira con
profundidad—. Solo intento recabar testimonios.
—¿Para qué?
—No lo sé aun… —Suspiro a lo que él me mira con un
interrogante en el rostro—. Comencemos por esto. –Vuelvo a posar mis manos en
el escrito a lo que él me mira receloso.
—¿Qué tiene que ver esto con JungKook? –Pregunta.
—No lo sé. Dímelo tú…
—¿Yo?
—Sí.
—Usted lo ha dicho. No le veo desde los doce años,
¿qué le hace pensar que esto mantiene relación con JungKook?
—Fui su psicólogo… y o bien esta es la forma de
expresión de Jungkook o tú te has visto demasiado influenciado por él hasta el
punto de adoptar sus expresiones y jerga. –Él me mira sonrojado, casi
avergonzado. Baja la mirada—. Eres un joven demasiado modoso y educado para
despotricar acerca de la política de este país con tanta libertad… ¿Me
equivoco?
—Esto lo escribí yo. –Dice, rotundo, y mira
alrededor asegurándose de que nadie nos escucha. Pone sus manos sobre el
escrito—. Es mi letra, es mi nombre el que figura en la portada y yo soy el ganador
del premio.
—No pongo nada de eso en duda. Sin embargo no puedo
evitar pensar que no es tu mente la que ha escrito nada de esto… —Miro el
escrito y él me devuelve una mirada furiosa.
—Si ha venido a mi casa a insultarme, a mentirme y
a ofender a mi familia con falsas esperanzas, puede marcharse ya. –Dice, pero
no se levanta. Se mantiene estático en la silla. Yo le miro con una expresión
casi hierática pero él me supera en hieratismo. Acabo soltando un largo
suspiro.
—¿Cuántos hermanos sois?
—Cuatro.
—Vaya… —Suspiro—. Tú, tu hermano mayor, tu hermana,
y ¿quién más?
—Tengo una hermana pequeña. –Dice—. María.
—¿Está aquí? –Niega con el rostro.
—Está en casa. La cuida mi abuela.
—¿Este negocio da de comer tantas bocas? –Pregunto,
a lo que él me mira con un interrogante en el rostro—. Seguro que no. Por eso
tu padre está tan desesperado porque su hijo consiga un trabajo mejor y salga
de esta vida de miseria. ¿Él te obligó a participar en ese concurso? –Doy en el
clavo y él se sobresalta, mirándome con ojos oscuros y penetrantes. Acaba por
rendirse a mis palabras y se deja caer en la silla. Suspira, da un largo trago
al agua y cuando se limpia con el dorso de la mano mira alrededor.
—¿Qué quiere de mí?
—Ya te lo he dicho, una confesión.
—¿Qué clase de confesión? No he cometido delito
alguno…
—No es una confesión policial. Solo es algo que
necesito para seguir adelante con el tratamiento de JungKook.
—Está en la cárcel, ¿no?
—Sí.
—¿Y a usted no le habían inhabilitado? –Asiento—.
¿Entonces? ¿De qué tratamiento habla?
—Necesito recomponer toda la historia que me contó.
Cada vez me doy más cuenta de que me ha mentido en muchas cosas. Las cosas que
para él eran importantes me las ha ocultado y aquellas sin valor…
—Se las ha mostrado con toda naturalidad. –Completa
él—. Y eso le daba a usted una falsa imagen de una persona sincera, abierta y
liberal. ¿Me equivoco? –Trago en seco y él acaba cruzándose de brazos y mira mi
libreta. La señala con el mentón—. Toda una vida es larga de contar. Más le
vale apuntarlo todo bien.
—¿Me mentirás? –Le pregunto, resentido.
—No. –Dice—. Yo no soy un mentiroso.
—¿No?
—Aunque no me crea, soy un joven temeroso de Dios,
de la pobreza y de la mano de mi padre. Me han enseñado a mentir solo cuando
puedo librarme de un peligro que me afecte a mí o a mi familia. –Le miro con
curiosidad—. No le mentiré con la condición de que nada que yo le diga saldrá
de aquí para usarse en mi contra o en contra de mi familia.
—Te lo prometo.
—¿Es usted de fiar?
—Me han mentido demasiado en este último año como
para cogerle asco a cualquier mentira…
—Bien. ¿Por donde he de empezar?
—Por donde desees…
—Bien. Por el comienzo. 1944. Mi bisabuelo… —Le
detengo.
—¿Tenemos que remontarnos tanto? –Miro alrededor—.
No creo que tenga más de media hora hasta que terminéis de cerrar el local. El
se reí de mí. Lo ha hecho adrede y el sonido de su risa suena en el local como
una dulce melodía de violín al fondo de una cámara de interpretación musical.
—Perdone. –Me dice—. Mis bisabuelos fueron
ciudadanos de Ámsterdam que se vieron sorprendidos por las invasiones alemanas
nazis. Mi bisabuelo paterno murió allí en un campo de concentración pero mi
bisabuela consiguió escapar a Estados Unidos junto con mi padre. Allí tuvo que
emigrar a Canadá, dado que los japoneses tenían a Estados Unidos en el ojo de
mira. Allí mi abuelo nació y creció, conociendo a una mujer judía también y
ambos tuvieron a mi padre… esas cosas de la vida. –Me dice, con media sonrisa—.
Cuando mi padre tuvo edad suficiente vino aquí a trabajar. Allí en Canadá mi
abuelo había perdido el trabajo. Trabajaba como zapatero en una humilde tienda
de barrio. En los años setenta mi padre encontró aquí una oferta de trabajo
como maitre en un restaurante y a la muerte del dueño mi padre heredó el
restaurante, con lo que pudo traer a sus padres aquí, a vivir. Después conoció
a mi madre y en los noventa yo vine al mundo. Mi familia siempre se ha visto
rodeada de malos sueldos, trabajos deslomados y dinero que se escapa a fin de
mes. Pero tampoco puedo quejarme. Desde que era pequeño fui a colegios públicos
y aprendí y crecí feliz siempre con las mejores notas. Soy alguien competitivo
y que se toma los estudios en serio porque creo que esta generación a la que
pertenezco no tiene más que la inteligencia, y aun así, nunca es suficiente…
—¿Tú padre siempre ha sido tan exigente?
—Siempre. Pero es algo comprensible. Y no solo lo
es conmigo. Lo es con todos mis hermanos por igual. A mi hermano mayor, Harrie,
siempre le prepara para que se adapte al papeleo que supone este local, pues su
intención es que herede este restaurante. A mi hermana siempre la exhorta a que
busque un trabajo mejor que este empleo. Dejó la universidad en su primer año
porque teníamos carencia de personal y no tiene demasiados estudios. A mí me
anima a que siga estudiando. Vivo de becas que el estado me proporciona por mis
notas, pero no sé hasta cuándo van a durar las vacas gordas. Me han ayudado por
cuatro años, no sé si me seguirán ayudando cuando quiera hacer un máster de investigación
histórica.
—¿Y tu hermana pequeña?
—Está en el segundo curso de la educación
obligatoria. No se le dan muy bien los estudios, pero tiene talento para la
música. Toca muy bien el piano y la hemos apuntado a una academia de música por
las tardes… en fin… —Suspira—. Mis padres rezan cada día para que la mancha de
la pobreza y miseria no manche una generación más, pero mientras tanto
subsistimos. También somos humildes, conscientes de que hay gente en mucha peor
condición, y damos gracias por ello también a Dios, pero siempre conscientes de
que en cualquier momento podemos perder lo que tenemos.
—Tenéis un negocio precioso.
—Muchas gracias. Estos últimos años aumenta el auge
y la demanda por comida exótica, como la europea aquí en Seúl, pero créame, las
modas son las modas. Cuando todo el mundo haya comprobado que la paella no es
más que arroz con colorante, se perderá la gracia. –Sonríe y yo sonrío con él.
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