AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 17
CAPÍTULO 17
Lucas Kravitz
“Reflexiones íntimas”
“Me hallaba yo sentado un día, observando como mi
padre comía gustoso una manzana roja con su navaja ya algo ajada, cuando
comencé a preguntarme el porqué de todo. El porqué de su insistencia en
permanecer junto a esa navaja, el porqué de nuestra situación económica, el
porqué de mi deseo de fugarme de casa, el porqué de las guerras, y el porqué
del dolor humano. Hallé la solución en una palabra poco común. No es el amor.
Es la codicia. El amor solo es una consecuencia de esta segunda. La
irremediable, profunda e intensa codicia. Madre de nuestros deseos, comandante
de cada gran batalla y vencedora de nuestras penurias.
Se consideró la televisión como un medio de evadir
la mente, pero yo me encuentro cada vez más irascible cada vez que enciendo el
televisor y me encuentro la misma mierda saliendo de la boca de aquellos que se
hacen llamar nuestros representantes. Discuten como niños. Discuten como
aquellos a quienes yo consideraba padres. Padres del progreso, se llaman.
Padres de una nación de corderos que van cada año a votar por aquellos que
desatan sus lenguas mientras sus bolsillos se llenan con los impuestos que
nosotros dedicamos a nuestra seguridad, y se pierden por el camino, cayendo
siempre en los mismos pantalones. Somos corderos que se conducen a trompicones
a través de las rocas hasta un precipicio que desembocará en una nueva crisis
social, nacional, tal vez mundial. La codicia ha corrompido a aquellos que se
defienden como esclavos de pueblo. Nosotros somos el verdadero esclavo, el
pueblo.
Esos hombres, que se hacen ver con hombres de
patria. Esas mujeres que luchan para ir en contra de todos sus propios derechos
con tal de verse como mujeres sumisas. Mujeres esclavas de un hombre. Hombres,
poseedores de mujeres, y de hombres. Aquellos seres que enarbolando una bandera
se hacen ver como aquellos salvadores, la única escapatoria para un futuro
incierto. Los corderos asustados corren tras aquellos que dicen saber la
solución para todos los problemas, pero no dan solución alguna. Solo se colocan
la medalla sobre el pecho, la enseñan, brilla como si estuviera reluciente, y
se arrodillan a los pies de todos aquellos que los alzan al poder. Poder. Solo
desean poder. Luchan por tener el poder, ¿y después? Después no hay nada más.
El círculo regresa a su inicio. De nuevo tenemos un tirano al poder. Un hombre
que nadie quiere porque ha decepcionado, porque ha perdido sin luchar. Y de
nuevo, de entre el lodo de la sociedad en el que nos encontramos resurgen
nuevos pensadores, surgen nuevos ídolos a quienes adorar. Todos ellos con las
mismas nefastas ideas de lucha y abdicación.
En clases de historia me enseñaron que otros, antes
que nosotros, lucharon valientemente contra monstruos, enemigos carcomidos por
el poder, la codicia y la maldad. Ahora yo me pregunto, ¿cuánto de esas
historias es verdad? En mi vida no he conocido gobernante sincero, noble o
íntegro. Y sin embrago, si he podido comprobar que la historia la construyeron
los ganadores, la cuentan los profesores y nosotros los corderos del pastor,
temeroso de Dios, nos tragamos esas palabras con la más absoluta diligencia,
porque no conocemos otra realidad. ¿Nuestros ganadores no estaban corruptos?
Tal vez ganase la corrupción más grande, la maldad más violenta. Tal vez
ganaran los que no se rindieron y aquellos que no tuvieron piedad. Pero ya con
el trofeo en mano se hicieron llamar tolerantes. Se mostraron humanos y
cándidos. ¿Pero quién ganó? No ganaron los que se sentaron en aquellos
despachos. Aquellos que viajaban reunión tras reunión. ¿Ganaron aquellos que se
murieron en las trincheras, aquellos que fueron bombardeados? ¿Ganaron las
mujeres que murieron en las fábricas? ¿Ganarnos aquellas viudas que se mataron
para que sus hijos sobrevivieran en un mundo de intolerancia y barbarie?
¿Quiénes fueron los ganadores de todas las guerras?
¿Quiénes son los perdedores? No creo que nadie gane, que nadie pierda. Lo único
que se gana en una victoria bélica es el reconocimiento de los demás, y el
rencor del pueblo. Y sin embargo, conscientes de esta verdad tan latente en
nuestro ADN, seguimos adelante con todas las guerras que aún están activas.
¿Qué es mejor, pues? ¿Qué alternativa hay? ¿Dejar que el enemigo, cegado por el
poder y la codicia, entre en nuestras fronteras y nos aniquile? ¿Quedarnos de
brazos cruzados mientras que vemos como devoran nuestra comida, como se raptan
a nuestros hijos, como el pueblo cae de nuevo en las garras de aquellos que se
creen vanidosos y poderos? Y de nuevo el gobernante, bandera en mano, se hace
llamar salvador mientras huye en avión lejos de las fronteras que le traerán la
muerte. Cobardes, yo les llamo.
Algunos a esta incongruencia lo llaman amor. YO AMO
mi patria y por eso quiero lo mejor para ella: lo mejor es invadir pueblos
colindantes. YO AMO mi casa, y por eso lucho por ella, por mi lugar en este
mundo, porque me gusta el mundo, y me gusta mi país. YO lucho por mi familia,
porque AMO a mi esposa y a mi hijo. Yo lucho por mí mismo. No tengo nada, solo
el AMOR propio, pero lucho, porque no me queda nada más que luchar o perecer en
la derrota. Se nos ha dicho que la victoria es aquello por lo que luchar. El
reconocimiento ajeno, el valor de un trabajo bien hecho. La victoria. ¿Qué
tiene de atractivo la victoria? ¿Qué tienen de atractivo los héroes? Yo no
quiero ser un héroe, un hombre de patria, si eso significa salir corriendo a la
mínima que alguien amenaza mis fronteras. Yo no soy un hombre de patria, yo soy
un hombre de pueblo.
Mi patria, mis fronteras no me dan nada. Yo fui un
niño, que caminaba lejos hasta llegar a la escuela, a primera hora de la
mañana, nevase o lloviese. Yo fui de esos jóvenes que se escapaba de casa y
salía a beber con amigos, a bailar, a reír. Hoy soy de esos hombres que siguen
madrugando para sacar el país adelante, soy de esos hombres que trabajan desde
que el sol sale, hasta que regresa la oscuridad. Soy de esas personas que no
tienen tiempo de preocuparse de tonterías parlamentarias. No tengo tiempo para
dedicarse a un hijo si lo tuviera, no tengo dinero. No tengo esperanza de que
mi trabajo alguna vez me sea recompensado. Pero cada mañana con la primera luz
del día me levanto de mi cama y me pongo a trabajar, casi de forma inconsciente,
porque me han quitado el valor, me han quitado la esperanza de que mi país vaya
a cuidar a mis padres cuando sean mayores, de que cuiden de mí hoy en día. Por
eso lucho cada día para hacer de mí un hombre de provecho y rezo cada noche a
Dios para que yo no sea el único que lo haga.
Mi país lo único que me ha dado es tierra, yerma,
sin cuidar. Lo mismo podría haber logrado en cualquier otra parte del mundo, y
seguramente me habrían recibido con mucha más cordialidad. ¿A dónde se han ido
tantos años de estudios invertidos para un futuro trabajo, prometedor? ¿A dónde
se ha ido el dinero invertido? ¿El tiempo perdido? Ahora, el gobierno me
advierte de que no conseguiré un trabajo, y que por mucho que estudie, por
mucho que me esfuerce, solo hay trabajos para ellos. Para los que se sientan en
esos despachos forrados de terciopelo. ¿A dónde ha ido el dinero para la
pensión de mis padres? Se ha perdido por el camino de regreso… Eso me han
dicho. No me lo creo. No me creo ya nada de lo que me digan ellos, ni las
noticias, ni siquiera creo a mis padres cuando me dicen “Saldremos de esta”.
¿Dónde está el resultado de un esfuerzo de años? Las bestias se mantienen entre
manjares mientras yo me obligo a no tirar una sola brizna de pan, porque mañana
tal vez no tenga otra cosa.
Pero esta tan solo es una pequeña
contextualización. La verdad con la que yo me he encontrado es mucho más
dolorosa. Mucho más desagradable. Me he dado cuenta de que no importa si eres
blanco o negro, cristiano, ateo o judío, si eres rico o pobre. La codicia y la
maldad vienen con el hombre. Están dentro de nosotros junto con nuestro ADN, y
eso no puede cambiarlo una guerra mundial, ni una, ni dos ni tres. Algo mucho
más cruel que darme cuenta a mi temprana edad de que vivimos en una época de
tristeza y miedo, es darme cuenta de que es una era perpetua. Lo único que
cambia es la mentalidad de las personas que quieren sentirse engañadas y se
dejan convencer de que todo va bien.
Lo siento, pero no es cierto. La vida no es bonita,
pero no debería ser cruel, no debería levantarme cada mañana pensando que no
tendré comida, que tendré frío. No quiero tener miedo de un futuro incierto. No
quiero pensar que mi esfuerzo no tiene recompensa. Eso no es justo, y sin
embargo me empeño en creer que cada día sería mejor que el anterior. Que con la
llegada del sol al día siguiente, los problemas habrán desaparecido. ¡Qué gran
mentira! A veces soy mucho más inocente que cualquier cordero que enarbola una
bandera vacía. Y sin embargo no puedo evitar querer vivir en una mentira.
Porque la vida no va a solucionarse, porque los problemas no se arreglan. Nadie
va a ayudarnos. Aquellos que se han sentado ya en esos sillones de terciopelo
no piensan en nosotros, no saben que existimos. Están casi tan ciegos como
nosotros, cegados por la codicia.
Solo nos queda conformarnos con la miseria que se
nos ha asignado. Solo nos queda valorar lo poco que tenemos y proteger con uñas
y dientes. A mi generación nos han torturado con la absurda idea de que no
seremos nada. No valemos nada. Seremos una generación perdida en la memoria de
la historia. En nuestras manos está sobresalir por nuestro esfuerzo, por todas
esas mentes pensantes, por todos aquellos a los que nos han pisado para que no
pudiéramos sobresalir por encima de los demás. Yo digo: La codicia está en
nuestro ADN, pero podemos aplicarla con inteligencia. Quiere lo mejor, pero lo
mejor para tu pueblo. Para aquellos que un día te dieron de comer, aquellos que
un día te besaron, aquellos que no te dejaron solo. No les permitas que te abandonen.
Dales esperanza, y dales amor. Necesitamos amor, no codicia.”
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