AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 16

 CAPÍTULO 16


Yoongi POV:

24/02/2018

18:30

 

Con cuidado, casi con mimo, introduzco la maleta con la ropa de JungKook en el hueco inferior de mi armario empotrado dentro del cuarto. Después de varias semanas ya era momento de quitarla del medio del salón, aunque he de reconocer que cambiarlas de sitio no ha sido más que una decisión del mero aburrimiento. A nadie le estorbaba nada, y a mí, menos, pues hace tiempo que mi rutina se ha limitado a levantarme de la cama, deambular por el baño y sentarme en el sofá con una expresión de tedio pintada en mi expresión. La televisión siempre encendida, siempre, como si necesitase el sonido de una voz ajena para no olvidarme de cómo se habla, de cómo suena la voz humana. La mía no suena entre estas paredes.

Tras haber hurgado de nuevo en el interior de la maleta de ropa he llegado a la conclusión de que algunas de las prendas me vendrían bien, pero no creo que pudiera usarlas con comodidad. No solo es la talla, es la sensación de su tacto en mi pie, su olor impregnándome una segunda vez. No podría soportarlo, por lo que esta es la mejor opción. Guardarlo todo lejos de mi vista, o de lo contrario acabaré soñando con las maletas como en una escena de una película de terror. Esas maletas, en medio de mi salón, una sensación de ahogo y esa imagen perpetuamente a lo largo de la noche mientras me deshago en gotas de sudor y lágrimas que se confunden recorriendo mis sienes.

Desearía poder explicar mejor el sentimiento que me produce tener de forma permanente sus pertenencias en mi hogar. Una invasión personal, casi una violación de mi intimidad. Su olor desde estas cajas ya se ha expandido por mi casa y cuando regreso a ella, siempre me golpea una bocanada de su recuerdo. Ahora lo comprendo. Esto no es más que una tortura por su parte para que su recuerdo no desaparezca de mi mente. Esta no es más que una estratagema para mantenerle presente en mi memoria. No puedo sin embargo evitar caer en su engaño y creerme víctima de su inmaterial presencia siempre aquí, siempre a mi lado. Esta es una medida que tomo, por precaución para los propios objetos y por mi propio beneficio psicológico.

La maleta de la ropa y la cesta con el calzado las guardo en el armario y cuando he creído que han quedado bien colocadas lo cierro, sintiendo como una parte de mi se deshace y respira con profundidad, con anhelo de una solución más fácil. Pero aun no la encuentro y me limito a seguir los pasos que me dicta mi sufrimiento. Las dos cajas de libros las he colocado sobre el escritorio que se mantiene algo despejado en el cuarto. Ya apenas me siento ahí a leer, o a trabajar, o a investigar. Hace tiempo que no retomo una rutina que no sea la pésima sucesión de flagelación, consumo de ansiolíticos y masturbación. Ya no concibo una vida laboral, y tampoco una rutina productiva.

Con un peligroso arrebato de valentía abro la primera caja de libros que hallo y saco un libro. Uno, cualquiera. No importa siquiera si lo he leído o no. Ni me fijo en ello. Camino hasta el salón con él de la mano con la más inocente intención de leer algo para despejar la mente. Habría escogido uno de mis libros, pero consciente de la presencia de los libros de Jeon llamándome desde mi cuarto, no me habría podido concentrar en la lectura. Cuando me siento, con una expresión cansada y algo aturdida sobre el sofá, miro al fin el título del libro. Un libro de pasta dura, negro, algo agrietado el forro en las dobleces.

—Shakespeare. Poemas completos.

La sola imagen del libro me produce una sensación tan confusa como hiriente. Un agónico deseo de deshacerme de este libro me impulsa a lanzarlo lejos de mí en el sofá, con insatisfacción y repulsión, pero cuando lo miro desde la distancia, esa repulsión se vuelve dolor. Un dolor tan punzante como la punta de un cuchillo clavándoseme en el abdomen. Un dolor que se ha propagado por cada poro de mi piel. Fuego. Como el fuego quemándome lentamente mientras una nube de humo se instala en mis pulmones, haciéndome desear con fulgor una de esas pequeñas pastillas para la ansiedad. Me tragaría una de inmediato, dos, tres. Todo el bote y creo que seguiría sin sentirme satisfecho. Ahora entiendo como pudo colocarse con codeína. Yo también comenzaría a consumirla si pudiera. Si me lo permitiese mi conciencia.

Codeína…

Mi teléfono suena. De un salto me dirijo a mi cuarto en donde encuentro el móvil sobre la mesilla de noche. Lo veo iluminar todo su entorno con una luz azulada, algo verdosa. Camino a prisa y cuando lo cojo en mis manos me encuentro con un número desconocido que intenta llamarme. De nuevo esa sensación de pánico naciente en mi espina dorsal. Sé que es mera adrenalina por el desconocimiento, por la sugestión que me provoca la mera idea de que la voz que suene al otro lado sea la voz de JungKook. Me pienso si responder o no, si dejarlo pasar o ser yo quien de nuevo llame a ese número. Con un resoplido, temiendo que se me escape una buena oportunidad, descuelgo y me llevo el móvil a la oreja, mientras espero que sea la otra persona al otro lado la que primero se haga notar. Una voz joven, animada, suena al otro lado.

—¿Hola? –Pregunta, con un tono algo vergonzoso y preocupado—. ¿Llamo a Min Yoongi?

—Sí, ¿quién es? –Pregunto, aunque el timbre de voz me suena familiar.

—Soy Hiroaki. –Dice la voz, con una emoción algo infantil al ver que el número que yo le di es el correcto. Yo también suelto un suspiro de satisfacción y camino hasta el salón para sentarme de nuevo en el sofá. Pies descalzos, subidos a mi lado y la mirada perdida en la mesa delante de mí. Llena de papeles. Los papeles que he acumulado de todas las sesiones de JungKook.

—Hola, Hiroaki. Me alegra escucharte.

—A mí igual. –Dice, amable, pero rápido pasa al meollo—. ¿Te pillo en buen momento?

—No hay otro mejor. –Digo, mirando la soledad a mi alrededor. Ella me devuelve una sonrisa amable, casi condescendiente.

—Muy bien. –Suspira—. Me dijiste que te llamase si averiguaba algo de aquel chico del que JungKook nos habló, aquel de sus primeros años de instituto.

—Sí. ¿Y bien? ¿Has encontrado algo? Yo me he visto incapaz de encontrar nada. Su única mención fue en una de nuestras sesiones y en los documentos que tengo sobre él no encuentro nada relacionado con su instituto, tan solo sobre su universidad. Me había planteado ir allí y preguntar por su expediente, pero tampoco es seguro que me vayan a decir nada…

—No se preocupe por eso. Yo también pensé en esa posibilidad, pero no va a hacer falta. Ya tengo todo lo que necesita.

—¿Cómo? –Pregunto atónito—. ¿Cómo es posible?

—Las redes sociales, amigo mío. Tener contactos es fundamental.

—Explícamelo todo. –Le pido, casi como una súplica.

—¿Tienes papel y lápiz a mano? Lo necesitarás. –Me dice con una risa saliendo de entre sus labios.

—Por supuesto. –Digo, y animado me bajo del sofá arrodillándome al pie de la mesa delante de mí y cojo un bolígrafo y un papel que aunque no esté en blanco me sirve para escribir aunque sea en los márgenes—. Comienza.

—Muy bien. –Resopla—. Lo primero era averiguar a qué instituto fue Jeon JungKook, y eso no era difícil teniendo en cuenta que mi novia fue con él, ¿recuerdas? –Asiento, aunque no puede verme y emito un “hum” sonoro—. Muy bien, teniendo en cuenta esa información busqué en Facebook algún grupo de antiguos alumnos, alguna página oficial del centro, o algo parecido. Luna me había dicho que existía una, pero que ella no estaba agregada, así que preguntando a unas antiguas amigas de Luna conseguí dar con ella. Había una página oficial con fotos, agregados, antiguos alumnos, profesores, blah blah… esas cosas.

—Bien.

—Una vez allí intenté buscar alguna foto o algo relacionado con el primer año de JungKook en esa escuela. Como sabrá, allí se imparten cuatro años de educación secundaria y dos de preparatoria. Mi novia allí solo cursó los últimos dos años de preparatoria, pero Jungkook estuvo desde el primer curso. Ella jamás había oído hablar de ningún chico con el que hubiera estado por aquél entonces, así que ella no me servía como medio de conocer al chico.

—¿Te ha pedido muchas explicaciones cuando le has preguntado por tu centro?

—No, no demasiadas. Le he dicho que era para saber si podría contactar con alguno de los profesores del centro y poder impartir algunos cursillos de arte o de diseño gráfico…

—Entiendo. Siento que la hayas tenido que mentir por mí.

—No pasa nada. –Dice, como si realmente no importase. Eso me causa cierto dolor—. En fin. Acabé encontrando un blog en donde publicaban fotos de todos los alumnos en su primer curso. Hallé el de JungKook. Curso del 2009/2010. Busqué directamente ese año. Teniendo encuentra su edad, el curso en el que se encontraba y que había tomado un año sabático antes de entrar en la universidad, ese es el que le correspondía. –Comienza a reír—. Tendrías que haberle visto en esa foto, parecía un bebé. Incluso me costó reconocerlo.

—¿Qué más?

—Bueno, una vez con la foto me centré en averiguar cuál de todo ellos era el chico del que JungKook hablaba. De todos los alumnos de la foto, unos 37, tan solo 20 eran chicos. De esos veinte, había 15 etiquetados. Es decir, cinco de ellos no estaban etiquetados pues esos alumnos o bien no tenían Facebook o no estaban siguiendo a la cuenta del centro. Uno de ellos, Jungkook.

—Sí, lo sé. Debí comentarlo. No tiene redes sociales.

—Sí, lo sé. –Dice, consciente de ello.

—Fui mirando uno por uno los perfiles de esos chicos. Recé porque nuestro hombre sí fuese uno de los etiquetados y eliminé a los que habían repetido curso. Así que me quedaron doce. Siete de esos doce habían continuado con JungKook en clase, y habían por lo tanto conocido a Luna, pues salían en la foto de graduados después de la preparatoria. Me quedaban cinco. Bien. Uno de ellos, murió el año pasado, desgraciadamente, en un accidente de coche. Lo leí en una noticia de un periódico local. Estaba puesto de cocaína.

—Vaya… —Suspiro—. Pero eso no le descarta como que fuese él…

—No, no lo hace, pero soy optimista. Así que seguí buscando.

—Bien.

—De los cuatro restantes empecé a indagar. ¿Quién sería más cercano a JungKook? –Se queda en silencio.

—¿Y bien?

—Nada.

—¿Nada?

—Nada. Mi límite llega hasta aquí. He visto los cuatro perfiles. Y me parecen completamente compatibles. Te explico:

—El primero de ellos se llama Robin. Australiano, de madre coreana. Vivía en Seúl hasta hace cuatro años que se mudó a California a cursar la universidad. Alto, rubio, de ojos verdes. –Mientras habla, apunto en un papel—. Le gusta el surf, la playa... Es el típico joven Australiano.

—Hum.

—¿Te dice algo?

—Nada. –Niego con el rostro—. Sigue.

—Vale, el segundo se llama Park Khyung. Vive al norte de la ciudad. Está en su último año de la cerrera de Farmacia. –Sigo apuntando—. Moreno, prototipo oriental. Actualmente tiene una relación con una chica desde hace tres años. Al menos eso es lo que dice en su Facebook. –Hace breves pausas, como si estuviera leyendo esto de algún lado, me lo imagino concentrado frente a la pantalla de su ordenador—. Ella es muy mona, también coreana.

—Siguiente. –Le pido, a lo que él suelta una divertida risita.

—El tercero se llama Luhann. –Suspira—. Tiene… tiene una novia, también, que se llama Minha. Llevan un año. No está estudiando. Trabaja como mecánico en un taller que parece ser el negocio familiar. Terminó los estudios pero no ha hecho una carrera universitaria. Católico, practicante por lo que parece. Vive actualmente en Seúl, pero parece que su familia es de Incheon. Tiene fotos de ese lugar con los que entiendo que son sus abuelos.

Suspiro.

—No parece ser ninguno de ellos.

—¿Por qué no? –Pregunta, casi tan desanimado como yo—. La gente cambia con los años…

—Dime sobre el último.

—Bien, el cuarto. Un chico canadiense. Lucas, se llama. Judío, practicante. No parece estar con nadie. Pelo castaño, corto pero rizado, ojos castaños. No parece muy alto. Tiene la cara plagada de pecas. Al parecer no terminó la secundaria en la misma escuela que JungKook. A los dos años de entrar allí, sus notas bajaron mucho y se cambió de centro. Hizo tercero y cuarto en otro centro, junto con la preparatoria. Está en su último año de la carrera de historia y trabaja en el restaurante familiar, aquí, en el centro de Seúl.

—Este es. –Digo, casi precipitadamente.

—¿Cómo lo sabes?

—No lo sé. –Digo—. Pero tiene que ser él. ¿Pone algo de porqué se cambió de centro?

—No. Simplemente se cambió de centro cuando terminó el segundo curso de la secundaria y a partir de entonces ha mejorado mucho. ¡Vaya! –Dice, como si acabase de descubrir un tesoro—. El año pasado le concedieron tres matrículas de honor. Y estudia gracias a varias becas de excelencia que el estado le ha concedido. –Comienza a murmurar— . Todo un chico diez.

—Este es. –Vuelvo a decir.

—¡Espera, que hay más! –Me dice y yo comienzo a apuntar—. Al parecer ha ganado hace dos años el premio de “Jóvenes escritores” que impulsa el ministerio de cultura de Seúl. El premio era de 1000 dólares… wow…

—¿De veras?

—Sí. Estoy seguro de que lo ha invertido en la carrera, parece un chico muy modesto.

—¿Qué escribió?

—Hum… “Reflexiones íntimas” se llama.

—¿Lo publicaron?

—Solo en revistas y artículos de periódico. –Me dice algo desanimado—. Pero seguro que puedo encontrarlo en PDF en algún lado. —Yo suspiro y niego con el rostro. 

—No será necesario. Ya lo buscaré yo. –Digo, seguro de que si haberme dado cuenta, ya lo tengo.

—Vale, genial. Apunta, te voy a dictar el restaurante en el que trabaja, por si quieres ir a hacerle una visita.

—Bien. –Digo, suspirando.

—El restaurante se llama “Delicias de Europa”. Parece un restaurante normal. Hacen pizzas, paellas, algo de comida hebrea y algunos platos griegos…

—Bien.

—Está en la calle 33 con la 78. Hace esquina.

—Bien. –Suspiro y trago en seco mientras que él espera al otro lado.

—¿Algo más?

—No. Nada más. Muchas gracias por todo lo que has hecho desinteresadamente. No sé como agradecértelo. Si algún día necesitas algo... Cualquier cosa…

—No será necesario. –Dice, y se produce un largo silencio—. He leído las noticias que salieron de lo sucedido contigo y JungKook. –Dice, cuidadoso—. Lo siento mucho.

—No lo sientas. Es agua pasada.

—¿Seguro? –Me pregunta, y yo frunzo el ceño—. No importa.

—¿Lo has hecho por lástima hacia mí?

—No. –Se ríe—. Por complicidad. –Yo no digo nada—. Tengo que irme ahora, si necesitas cualquier otra cosa, estoy a tu disposición. –Sin más, cuelga y yo me quedo mirando en silencio todos los apuntes que he tomado y redondeo el nombre de Lucas con una mueca algo confusa. Me siento decepcionado, engañado a mí mismo. Estaba tan cerca de la solución. Tan cerca. Estoy seguro de que está aquí. Me quema como el fuego la decepción conmigo mismo al haber estado tan ciego.

Camino en silencio hasta las cajas de libros y cojo una de ellas. Sé cual he escogido y sé qué me voy encontrar en ella. Lo presiento. Estoy seguro de ello. Me la llevo conmigo al salón y sin el mejor cuidado la vuelco en el suelo. Los libros se esparcen sin el menor reparo. Y con la mente fría e intentando no sentirme ansioso, cojo el ejemplar de la Torá que antes me había pasado inadvertido. Ni siquiera me pregunté por qué tendría una, no caí en que JungKook es un ser maquiavélico, selectivo y muy maniático. Ninguno de estos libros está aquí por casualidad. Él jamás se haría con una Torá por mera casualidad. La abro, la ojeo buscando algo en el interior, y a parte de un par de hojas con apuntes y algunos posits, un recorte de periódico salta a la visita y me detengo hasta recogerlo con cuidado. El papel del periódico ya está muy endeble, está ácido y ha perdido todo el color natural de un periódico. Tiene un par de años, pero está muy manoseado. En la imagen del periódico aparece el rostro de un chico plagado de dulces pecas y el cabello enroscado sobre su frente que posa sonriente con un pequeño premio de cristal. El comentario del periódico dicta así:

 

“Reflexiones íntimas. Ganador del premio de este año de jóvenes escritores. Lucas Kravitz, un joven estudiante de Historia gana este año el cotizado premio de entre más de 200 participantes con un dulce pero desgarrador corto de un conjunto de pensamientos y reflexiones sobre su vida y la propia existencia de su ser dentro de su entorno. “Me hallaba yo sentado un día, observando como mi padre comía gustoso una manzana roja con su navaja ya algo ajada, cuando comencé a preguntarme el porqué de todo. El porqué de su insistencia en permanecer junto a esa navaja, el porqué de nuestra situación económica, el porqué de mi deseo de fugarme de casa, el porqué de las guerras, y el porqué del dolor humano. Hallé la solución en una palabra poco común. No es el amor. Es la codicia. El amor solo es una consecuencia de esta segunda. […]” Así comienza este corto relato. Recomendamos a todo el mundo leerlo, y disfrutar de él, de nuestro ganador de este año.”

 

Dejo con sumo cuidado el recorte del periódico en su lugar con una extraña sensación de inquietud y sigo buscando entre los libros caídos hasta dar con aquellos dos pequeños libros encuadernados  a mano. Uno de ellos es un pequeño libreto de medicina sin importancia, y el segundo, cosido con hilo de mejor calidad, con algo más de cuidado y con los papeles cortados con cuidado, se halla este pequeño corto. Seis páginas escritas por las dos caras. Más otras dos de portada y contraportada. El nombre de Lucas Kravitz aparece en portada junto con el título de “Reflexiones íntimas”.

Lo leo. Me paso horas leyéndolo. Apenas tardo diez minutos en leerlo entero pero las palabras me absorben, me enamoran, me embelesan y sin darme cuenta me enamoro de cada expresión jocosa, me duele cada referencia dolorosa y me retrotraigo con cada una de sus menciones al amor, a la guerra y a la autodestrucción como un único ser. Me quedo embobado aquí, en el suelo tirado, rodeado de libros, hasta que dan la una de la mañana y soy capaz de despegarme de este sitio. No alcanzo a comprender el valor de sus palabras y no es hasta que me voy a la cama que no comprendo el vacío que me ha dejado su leve presencia en su libro. En realidad, su estilo no es profesional. Se nota que su vocabulario es mejorable, su calidad es algo mediocre. Pero ha sido ganador no por cómo se expresa, sino por lo que dice. Verdades tan grandes, tan absolutas, que me dejan levemente suspendido en el aire. Lo que más me duele es ver la mano de JungKook en ese escrito. Me duele ver a través de él su realidad, su curiosidad, y su dolor.

 


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