AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 14

 CAPÍTULO 14


Yoongi POV:

 

Martes

19/Febrero/2018

22:30

 

Sin esperarlo, sin haberlo siquiera planificado, me encuentro en el bar del hotel Atheneum. Es una zona reservada del hotel especialmente para los propios huéspedes. Nada más llegar he parlamentado con la recepcionista pidiéndole que llamase a la habitación de la señorita Liliana, pero ella, sin siquiera acercarse al teléfono, me ha hecho pasar al bar, en donde me ha pedido que espere. Ya estaba puesta en sobre aviso de que mi presencia aparecería por esa puerta de entrada, y también de que me gustaba el vino blanco. Una copa se me ha servido delante de mí en cuanto me he sentado en uno de los sillones que gobiernan este lugar, y con una pequeña, baja y redonda mesa en medio, otro asiento como el mío espera vacío a la llegada de mi ex. El ambiente es cálido, las luces bajas, no parece un sitio demasiado lujoso si te fijas en detalles como que las copas tienen una marca de un centro comercial en la base, el mismo probablemente del mobiliario de estilo minimalista, pero es muy elegante y llamativo. Hogareño pero con ese toque de frialdad que solo se consigue en un ambiente de negocios. Nadie va a quedarse aquí tras que pase el invierno, nadie cenará delante de la hoguera. Todo el que se estaciona aquí, tiene fecha de salida.

Me quito el abrigo tras cinco largos minutos de espera. Tienen la calefacción puesta y ya he perdido todo el frío del exterior. Me ajusto un poco la corbata sobre el cuello de mi camisa y me aseguro de estar presentable. Con mis manos cerca de mi cuello aprovecho para aspirar y asegurarme de que no se me ha olvidado el perfume. Rápido caigo en que es la misma marca de perfume que ella me solía comprar y rápido me arrepiento de habérmela puesto. Pero rezo porque ella no se percate de ello y acabo soltando el aire que cogí, necesitado de aire nuevo. Miro a lo lejos una pequeña hoguera al final del salón. Es electrónica, no es real, pero solo su imagen hace de este un lugar mucho más amable. Pruebo el vino. Frio, blanco, como a mí me gusta. No he tenido que pagarlo. Ya me han advertido que el huésped de la habitación 373 ha pagado esta copa. En cierto modo me siento terriblemente alagado por tantas atenciones, pero por otra, ofendido. ¿Acaso piensa que no puedo pagarlo?

—Yoongi. –Oigo mi nombre de una voz conocida. Alzo la mirada y me arrepiento de haberme perdido en mis pensamientos. Me he perdido el momento de verla llegar y ya es demasiado tarde. Está delante de mí, con una mano sujeta al pequeño sofá en que ella va a sentarse y me saluda para no sentarse antes de hacerme ver que ha llegado. Yo le sonrío y le señalo el asiento delante de mí, con lo que ella efectúa al fin el gesto. Porta un traje de dos piezas, americana y falda de tubo, de color rosa salmón y una camisa interior de color negro, con un collar de oro, con una pequeña perla colgando por entre el cuello de la camisa. Dos perlas adornan sus orejas también, y una en un anillo. Son falsas, pero me gustan. Se coloca el pelo suelto sobre el hombro derecho y como progresión a ese gesto señala al camarero para que le traiga algo que ya ha debido pedir de antemano. Ella no parece sofocada, pero se quita la americana y la deja sobre el reposabrazos junto con un pequeño bolso de color negro. Con esa camisa negra se remarca bien la forma de su cintura, y si se cruza de piernas, creo que puedo ver la mayor parte de sus muslos. Tengo curiosidad por sabes de qué color son sus bragas.

—Que día tan atareado. –Dice, resoplando y esperando a que el camarero le traiga lo que ha pedido. Cuando regresa, le pone sobre la mesa entre ambos un Martini con una oliva verde en un pequeño palillo. Es la viva imagen de una mujer empresaria en su tiempo de ocio.

—¿De veras? Yo me paso el día aburrido. –Le digo, aunque no es del todo cierto.

—Seguro que cuando regreses a la vida laboral, echarás de menos el tiempo para ti. –Suspira y se cambia el pelo de hombro para coger el Martini. Lo prueba, pero no es solo una pequeña cata, se bebe un trago, ansiosa—. Yo, por ejemplo, acabo de llegar de una reunión con el cliente al que le estoy llevando el caso. –Mentira. Las puntas de su pelo están húmedas y huele a gel. Le ha dado al menos tiempo a ducharse. Habrá llegado hace una hora.

—¿De qué trata el caso?

—¿Quieres que hablemos de eso?

—Solo si quieres. –Le digo encogiéndome de hombros—. Eres tú quien me ha citado.

—Lo sé. –Dice, y me retira la mirada—. Está bien. –Asiente—. Me han contratado para defender a un joven que, junto con otros dos chicos, se metieron en un banco a robarlo. –Deja el Martini en la mesa—. Se llevaron casi veinte mil dólares, pero la policía les siguió sin que se dieran cuenta hasta el piso en donde se iban a repartir el dinero, y allí los cazaron con las manos en la masa.

—Que complejo.

—Lo sé. Ya les he advertido que no será fácil, pero hay muchos factores que tenemos en nuestro favor para que al menos el juez rebaje la condena.

—¿A cuánto han pedido que les condenen?

—La acusación les pide veinte años a cada uno.

—¿Y qué factores tenéis a vuestro favor?

—El principal es que no portaban armas de fuego, no hubo heridos y tan solo fueron daños psicológicos. Dos de las mujeres que trabajan allí sufrieron ataques de ansiedad y uno de los rehenes se resbaló y se dañó el tobillo al intentar huir. Por lo demás, no hay daños, ni del mobiliario ni del personal.

—¿Algo más?

—Sí, uno de los jóvenes, no al que yo represento, tiene problemas psicológicos, tales como periodos de psicosis y doble personalidad. Estaba en tratamiento, pero su familia no tenía recursos para mantenerle la medicación de anti—psicóticos, por lo que se tuvo que suspender el tratamiento. Los otros dos están en la misma situación precaria. Los padres de mi cliente están ambos en paro y el joven tiene una hermana menor a la que tienen que someter a radioterapia.

—¿Cáncer?

—Sí, de páncreas. –Suspira—. Mi cliente, un joven de tan solo dieciséis años, solo quería el dinero para que su hermana pudiera vivir.

—¿Cuántos años tiene la hermana?

—Tres.

—¿Tres? –Me escandalizo y siento un vuelco en el estómago. Ella se encoge de hombros mientras que suspira largamente.

—El padre de mi cliente trabajaba en la construcción, pero tras la crisis perdió el trabajo, y a su madre la despidieron hace tres años por quedarse embarazada de quien hoy es la hermana. Han sobrevivido gracias a un poco del dinero que reciben de otros familiares, y de varios subsidios del estado. Nada más. –Yo bebo un poco de vino—. Comprendo la valentía y la desesperación de mi cliente al querer conseguir dinero, pero por culpa de su arrojo ahora a su familia, en el mejor de los casos, le obligarán a pagar una multa por daños morales de 6.000 dólares. Repito, en el mejor de los casos.

—¿Y qué pasará con la hermana?

—Yo estoy haciendo todo lo que puedo por que el caso llegue a la prensa y alguien se compadezca de ella y se anime a pagarle aunque sea, parte del tratamiento. Pero debería llevar al menos medio año de terapia. Se lo diagnosticaron hace uno. Es probable que de aquí a tres o cuatro meses… —Deja la frase inconclusa y yo me muerdo el labio inferior. Verla tan formal y preocupada por su trabajo me hace recordar a los tiempos en los que hablábamos de su trabajo en la hora de cenar.

—Sé que harás lo mejor para tu cliente.

—Sí. –Suspira—. En estos casos siempre me acabo dando cuenta de que la vida no es de color blanco o negro. No siempre el atracador es el malo y también puede hacer el rol de víctima.

—Todos podemos hacer el rol de víctimas. –Suspiro y ella asiente mientras que se bebe un poco más del Martini.

—Está bien, no quiero hablar más de trabajo. Si te he citado es para saber más sobre lo de JungKook. –Dice, ansiosa—. ¿Has vuelto a verle?

—Sí. –Asiento—. Pero cada vez que voy me da más la sensación de que no sacaré nada de él.

—¿Acaso sabes lo que buscas? –Me pregunta y yo la miro serio, consciente de que no tengo respuesta para ella y me limito a seguir hablando.

—He descubierto muchas más cosas investigando por mi cuenta.

—¿Has abierto al fin las cajas de JungKook?

—Sí, pero no había nada interesante en ellas, la verdad. Libros, ropa y cosas de clase. La verdad es que tampoco espera encontrarme la caja de Pandora ni nada parecido. El viernes que viene iré a verle de nuevo, y le llevaré dos libros. He escogido El origen de las especies y el primer volumen de Sherlock Holmes. Mis opciones se limitaban a libros de tapa blanda, por recomendación del director de la prisión.

—¿Qué hay de malo en un libro de tapa dura?

—Podría agredir con ella, aunque muy frágil hay que ser para herirse con… —Me detengo ante la imagen de uno de mis recuerdos bloqueados por mi mente reciente. Yo, libro en mano, lanzando el volumen hacia la mano que sostiene el cuchillo de JungKook atravesando la puerta—. En fin, supongo que le gustará mi elección.

—Seguro. ¿Qué más has averiguado?

—El miércoles fui a su facultad. –Ella abre los ojos, emocionada—. Hablé con el orientador, el hombre que me recomendó como psicólogo de JungKook, con algunos de los alumnos y con su profesor de anatomía. Me he dado cuenta de que JungKook se comporta con cada ser tal como ese sujeto espera que se comporte, es decir, se transforma a los ojos de la gente en alguien que sabe que va a gustar a los ojos que le miran.

—¿Algo así como una doble personalidad?

—No. –Niego con el rostro—. Múltiple. Pero no cambia sin querer, sino que es a voluntad. Es todo un psicópata. Y tampoco es que sus personalidades estén separadas. En realidad, no hay personalidad ninguna, es como estar dentro de una nube llena de ideas, conceptos, gustos, pasiones, formas de hablar, formas de comportamiento, y dependiendo de la persona que tenga delante, escoge las características ideales de una personalidad que sabe que va a agradar.

—¿Contigo hizo lo mismo?

—Sí. –Asiento—. Pero lo hizo tan bien y yo estaba tan desesperado por encontrar a alguien como el ser que me mostraba, que no me di cuenta de que era un ser artificial.

—Como es la mente humana. –Suelta y se atusa un mechón de su pelo mientras lo ondula entre su dedo.

—¿Cómo es? Yo ya ni lo comprendo. He perdido toda capacidad de ver a través de las personas. Ya ni siquiera tengo ganas de volver a tratar a nadie.

—Se te pasará. Apenas ha ocurrido todo esto. Y sigues inmerso en ello. –Ella me mira directamente—. Y hasta que no salgas, hasta que no le dejes libre, no volverás retomar una vida normal.

—Normal. –Repito, por lo bajo—. ¿Y qué es eso? Normal. Levantarme, cepillarme los dientes mientras me miro con rencor en el espejo, meterme en la consulta, oír las penas de niños que no son comprendidos por sus padres, niños de catorce años adictos a la marihuana, chicos de dieciocho adictos a las tragaperras, jóvenes que no saben sumar dos más dos que intentan darme lecciones de moral. Regresar a casa con la sensación de no haber ayudado a nadie y sumirme una hora en un libro cualquiera mientras rezo porque la noche sea entera y no tenga que levantarme al día siguiente. Y así, un día tras otro, tras otro…

—Deberías salir más. –Me dice ella con una risa triste pero yo la fulmino con la mirada.

—¿Cuándo? Mis únicos días libres son el sábado y el domingo. Y el sábado me lo paso el día durmiendo y el domingo asimilando que al día siguiente tengo que volver a encerrarme en la consulta. Consulta que por otra parte ya no tengo.

—¿Por qué no te vas por un tiempo con tus padres? Sé que estas mayor para vivir con ellos, pero tal vez…

—Me han negado el saludo. –La corto mientras que ella me mira algo atónita y yo me encojo de hombros—. Les entiendo. Son mayores, solo quieren vivir tranquilos el resto de la vida que les queda. Me han dado algo de dinero, pero no quieren saber de mí…

—¿Por qué? –Me pregunta, curiosa.

—¿Por qué, qué?

—¿Qué es lo que les ha dolido? ¿Qué estuvieses con un hombre?

—No creo que haya sido eso, sino mi poca profesionalidad liándome con un paciente. Desde que viven en Japón han encontrado otro sentido a las palabras honor y deshonra. Yo nunca les he juzgado sus malas decisiones, pero ellos parecen haber desatado el apocalipsis por uno mío. Jamás he sido un mal hijo, siempre he sido un estudiante bueno, no ejemplar, tampoco malo… jamás les he dado disgustos tales como tener un accidente de coche o… —Me trago mis palabras.

—¿Estas herido porque ellos no estén ahora que los necesitas?

—Soy adulto, sé arreglármelas solo…

—No he dicho que no lo seas. –Bebe Martini y se tira del borde de la falda para cubrirse las piernas—. Pero es normal que te sientas defraudado al ver que tus padres no te apoyan. ¿Tú en tu situación te apoyarías?

—Es una pregunta que prefiero no hacerme. –Le contesto con sinceridad. Ella no insiste—. El sábado estuve en un bar al que fui una vez con JungKook. Me dijo que solía ir a menudo, por lo que pensé que podría sacar algo del camarero al respecto. No sé, como se comportaba en caso de que bebiese demasiado o algo…

—¿Y bien?

—No saqué nada de él, pero allí mismo me abordó un antiguo amigo de JungKook, un chico con el que tuvo una relación. –Me mira con una interrogación en el rostro—. No se sorprendió cuando le dije que estaba en prisión.

—Ya lo sabría… —Niego con el rostro—. ¿No?

—No. No tenía ni idea. Es más, lo buscó en internet. –Ella se ríe—. Me dijo que sí, que era un chico peculiar y algo peligroso, pero que jamás había hecho nada malo o que le hiciese pensar que estaba en un problema. En fin, de nuevo esa sensación de que JungKook con él era otra persona, pero no del todo.

—¿Cómo no del todo?

—Me refiero a que ese chico, tal vez porque se conocieron hace ya muchos años, era consciente de que JungKook podía ser un manipulador sociópata, pero a él eso no le desagradaba y mientras nunca le causase problemas, no hubo porque alarmarse. ¿Entiendes?

—¿A qué edad se conocieron?

—Cuando Kook tenía 18.

—¿Qué edad tiene ahora?

—22.

—Ya veo… la psicopatía es algo que se va, en cierto modo, manipulando con los años. –Dice ella—. Y más cuando el paciente es consciente de eso. Seguramente fue por esa edad que comenzó a ser consciente de lo que el sucedía, o tal vez desde antes. Pero la psicopatía se comienza a manifestar a muy tempranas edades. Tal vez cinco u ocho años.

—Así es. A los ocho y diez años mató a dos perros. Sus dos mascotas.

—Oh, vaya. –Dice ella, y juraría que su espasmo es tan solo ensayado por su feminidad. Ella ha escuchado cosas peores.

—Por eso estoy intentando contactar con un chico que conoció el primer año de instituto. A los doce años él aún no debía saber que era un psicópata, pero mucho menos controlar lo que su cuerpo le pedía. Solo dos años antes había matado a dos animales…

—¿Sus padres lo supieron?

—No.

—¿No?

—No. Engañó a sus padres con una astucia impropia de un niño de diez años. Al primero lo dejó allí en el jardín de su casa, y su madre lo achacó al ataque de algún otro animal nocturno. Jungkook no fue cuidadoso con la tortura, y fácilmente se podría pensar que había luchado con otro animal. Aprendió de sus errores, y con el segundo fue mucho más cuidadoso y práctico. Anestesió al perro antes de abrirlo en canal y cuando se hubo divertido lo enterró en el jardín, dejando la puerta de este abierta. Le dijo a sus padres que se habría escapado y eso fue todo. Los padres, ignorantes ellos, no se atrevieron a indagar, pero tampoco a comprarle otra mascota.

—Menos mal, pobres animalillos.

—Supongo. –Digo y ella me mira curiosa—. Sus dos padres tuvieron el mismo destino que aquellos perros. A veces, me pregunto, si no estaría ensayando con aquellos animales, aunque fuese de forma inconsciente, para después hacer lo mismo con sus padres.

—En lo que leí de las noticias dijeron que se había comido parte de sus padres… ¿Es cierto?

—Cierto. –Digo, y ella se cubre la boca con una mueca de asco. Este gesto no es fingido—. Y pensar que yo besé aquellos labios. –Digo, algo aturdido. Bebo vino, como un signo inconsciente de purificar mi boca.

—¿Crees que vas a poder encontrar a ese chico? Han pasado, ¿cuántos? Diez años. Tal vez ese chico esté en Estados Unidos estudiando y…

—Esa es otra. –La detengo—. JungKook me dijo que durante un año, entre sus dieciocho y diecinueve estuvo en Estados Unidos. El joven del otro día me lo desmintió. Dijo que se había tomado un año sabático para, sabe Dios qué. Seguramente durante ese año estuvo siguiéndonos, espiándonos, y conociendo nuestras manías y rutinas para luego poder acosarte… —Ella palidece.

—Vaya…

—Me he dado cuenta de que las fechas, los periodos de tiempo que me ha contado, no encajan con la realidad. JungKook me dijo que con este chico apenas estuvo un año, pero él me ha confesado que estuvieron al menos tres, desde los dieciocho a los veintiuno. –Niego con el rostro—. No puedo creerle en nada de lo que me diga…

—No, no puedes. –Afirma ella en rotundo.

—He pensado en rescatar los informes que tengo de JungKook y buscar si viene escrito el instituto al que asistió. Lo visitaré para hablar con los profesores, los que estuviesen con él, y poder hallar alguna información del chico que fue con él a clase. Eso va a ser mucho más complicado, porque las instituciones son muy reacias a dar información personal…

—Lo sé. ¿Si yo pudiera hacer algo…? –Se ofrece.

—No te preocupes, —le guiño un ojo—, ya tengo a gente trabajando en ello.

—Vaya, un hombre de recursos. –Me dice con una sonrisa coqueta y remata el Martini. Yo hago lo mismo con mi copa de vino y ella mira alrededor, busca al camarero y pide otra ronda, a lo que yo niego.

—No quiero más. –Le digo a lo que pienso que ella va a desistir de su Martini, pero no, pide otro para ella. A los cinco minutos ya lo tiene en su mano y se bebe un buen trago—. ¿Cómo es el chico con el que estás? –Le pregunto, más curioso que receloso.

—Se llama Hann. –Me dice ella encogiéndose de hombros—. Es un buen hombre. Tiene treinta y siete. Trabaja como conductor de trenes.

—¿Conductor de trenes? –Le pregunto—. Pensé que te gustaban los intelectuales, ratoncillos de biblioteca.

—Lo conocí cuando estuve una temporada con mis padres en Changwon después de cortásemos. –Dice ella, repartiendo una consecuencia de la que tan solo ella es responsable—. Paraba allí a menudo con el tren, y tiene una casa a las afueras de Busán, cerca de la casa de mis padres.

—¿Cómo os conocisteis? –Le pregunto, sintiéndome con el derecho de saberlo.

—Mis padres nos presentaron. Algo muy tradicional.

—¿Lo que tenéis es serio?

—No lo sé. –Dice ella—. Solo nos conocemos desde hace seis meses.

—Entiendo…

—Nos hemos acostado, si es lo que quieres preguntar. Pero no estamos… comprometidos ni nada.

—Está bien. –Digo, mirando mi copa vacía. Ella se bebe la mitad de su Martini. El silencio nos acompaña un largo rato. Incómodo, mucho más de lo que me acordaba que podían ser los silencios y ella acaba rematando el Martini de un trago. Se pone en pie y yo hago lo mismo. Se alisa la falda, se atusa el cabello y se pone la americana. Por último agarra su bolso y se lo pone bajo el brazo, para acompañarme hasta la entrada, pero se detiene antes de llegar, por lo que me giro a ella y me mira algo divertida.

—Si quieres, tengo más vino arriba.

—¿Arriba? –Pregunto, pero rápido me doy cuenta de su sugerencia.

—Sí, en mi habitación. Y servicio de habitaciones.

—Lo siento, pero tendría que volver a casa. –Le digo, pero, ¿con qué excusa?

—¿Ya? –Pregunta, sabe que no tengo motivos. Con su mano sujeta mi antebrazo—. Oh, vamos, no será más que una copa…

—De verdad que no puedo. –Le digo, y me deshago suavemente de su agarre. Ella lo entiende y lo deja correr mientras que se aleja un paso con una sonrisa algo turbada—. Te llamaré un día de estos. Es muy grato volver a conversar contigo. –Le sonrío y ella se da media vuelta para subir por las escaleras. Cuando salgo me quedo largo rato ahí parado en la entrada, buscando un lugar donde refugiarme que no sea la soledad de mi hogar. Acabo desistiendo y poniendo camino hacia mi piso.

 

 

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