AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 13
CAPÍTULO 13
Yoongi POV.
Sábado
16/Febrero/2018
23:22
La noche estrellada es muy fría hoy. Me ciño mejor la bufanda alrededor del cuello y con un carraspeo me libro del frío en mi garganta. Camino despacio, aun buscando un motivo para caminar en esta dirección, encontrándome en medio de una calle solitaria que tiene un ligero rumor de gente al fondo. Unas luces amarillentas me iluminan el paso. Me gustaría decir que son las farolas sobre los altos edificios, pero es la luz de aquel bar que un día fue resguardo de largas conversaciones con JungKook. Solo pisar estas aceras, a estas horas de la noche, me hace recordar aquel día, aquellos momentos. Aquella larga conversación entre cervezas. No consigo enfocar aquellos recuerdos tanto como a mí me gustaría, pero la sensación que invade el recuerdo se propaga por mi cuerpo, haciéndome regresar a un instante en que no logro hallarme con naturalidad.
Cuando alcanzo a posarme frente a la puerta del pub me quedo mirando, tal como hice la primera vez, cada detalle de la fachada como si fuese el primero encuentro, la primera cita. “Pub Dämon” decora la parte superior de la puerta y sobre el dintel de esta con el logotipo del local, un carnero sonriente con una cerveza de la mano. La primera vez que estuve no me fijé en que detrás del carnero hay una estrella invertida y que tiene en su cabeza una corona de laureles. Lo pagano con lo satánico hace una mezcla hilarante. Las palabras de JungKook, el sonido de su voz acuden a mí casi como una secuela de mi iniciativa por venir.
El nombre. Dämon es Demonio en alemán. El chico que lleva este local es alemán, lo conozco.
Y al sonido de sus palabras, aun espero que me abra la puerta y me dé permiso a entrar tal como hizo aquella vez, pero él no está, y no va a regresar a este bar. No al menos en mucho tiempo. El suficiente para que yo olvide el hábito de seguir esta sangrienta rutina hacia mis recuerdos.
Alcanzo el saliente metálico que hace de pomo de la puerta y entro, chocando de frente con unos recuerdos que creía olvidados. El sentir hogareño de este local, el olor a cerveza pululando por el ambiente y el sonido de las personas, el chocar de las copas, ese extravagante ambiente algo vikingo, algo nórdico, algo tradicional europeo. Las luces anaranjadas me animan a continuar el paso. Algunas personas me miran desde la distancia y la privacidad de sus mesas por la fría brisa que he adentrado con mi persona por el exterior. Mis mejillas se calientan porque en el interior hace calor. Comienzo a desembarazarme de la bufanda en mi cuello mientras observo el ambiente. Todas las mesas, o al menos la mayoría, están ocupadas. Grupos de personas, parejas, incluso algún cliente solitario acompañado de su bebida. Es evidente que las personas que han vaciado las calles colindantes están aquí encerradas, al calor de una cerveza templada. Yo me acerco a la barra, donde hay menos población de personas y me hago ver frente al camarero que está atendiendo a un cliente cerca de mí.
Dämian, el mismo hombre que habló conmigo y con JungKook cuando vinimos aquí aquella vez, motivo para haber parado por aquí, de camino a mi hogar tras un largo paseo por los recuerdos de noches innombrables. Cuando el hombre se acerca puedo recordar sus facciones de aquella noche. Alemán. Cabello corto pelirrojo, anaranjado incluso. Levemente rizado. En su frente se ondulan los mechones que caen por ella. En su rostro, una divertida barba pelirroja perfectamente recortada. Ojos azules, mejillas sonrosadas. El recuerdo de una de las noches innombrables.
—Buenas noches. –Me dice en mi idioma, pero con un lejano acento nórdico. Casi imperceptible.
—Hola. –Le digo, mirando alrededor y sentándome en el taburete más cercano.
—¿Que desea tomar? Los sábados es la noche de los chupitos. Están a mitad de precio. –Me dice, señalando detrás de él un cartel con toda la variedad de chupitos. Recuerdo algunos, de menciones de JungKook, pero yo niego con el rostro.
—Solo una Paulaner. –Le digo y él no insiste, contento con mi elección. Cuando regresa a mí con la cereza yo ya me he quitado el abrigo que reposa sobre mi regazo junto con la bufanda y le extiendo un billete, del cual me devuelve el cambio y se aleja unos segundos a atender a un grupo que acaba de pararase en la barra para pedir una ronda de chupitos. Decido no mirarlos, y concentrarme en la cerveza delante de mí. La pruebo. El sabor me evoca emociones irreconocibles. No quiero esconderlas. No deseo seguir torturándome con la realidad.
Desde la parte de arriba, bajando por las escaleras, aparece un camarero vestido con un mandil negro con el logotipo de la puerta y atariado con una bandeja metálica llena de copas vacías. Me quedo mirando la parte superior del establecimiento, aun esperando que JungKook baje por esas escaleras, o tal vez yo mismo, aturdido y de camino al baño a orinar.
Pasados cinco minutos, cuando logro ver que el dueño del establecimiento está algo más libre de trabajo, le llamo con un gesto de mi mano y acude veloz, con una amable y sonrosada sonrisa. Puedo ver a través de su barba anaranjada unos labios rosados que me sonríen amables.
—¿Sí? –Me pregunta—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Siento si sueno algo grosero o directo, pero, ¿Se acuerda de mí? –Le pregunto, porque en su mirada no he podido vislumbrar conocimiento alguno de mi persona—. Soy el hombre que vino hace unos meses con JungKook a este pub... –No necesito decirle nada, él asiente rápido y con un gesto exagerado de su cabeza.
—¡Claro! ¿Cómo era su nombre?
—Min Yoongi. –Le digo—. No recuerdo que nos presentasen...
—Yo soy Dämian. –Dice, divertido y me estrecha la mano. Su agarre es fuerte y yo sonrío—. ¿Qué ha sido del joven estudiante? –Me pregunta, casi preocupado—. Hace meses que no se pasa por aquí. ¿Centrado en sus estudios?
—No exactamente. –Le digo, y miro alrededor preocupado de que mi voz se oiga por encima del barullo generalizado—. Está preso. –Le digo—. Cometió un... un crimen. –Le digo, algo cuidadoso con mis palabras. A estas, el camarero parece al principio sorprendido, luego preocupado y acaba volviendose distante.
—Vaya, lo siento mucho. No tenía ni idea. –Dice y yo me encojo de hombros—. Siendo su amigo, debes estar... –Busca la palabra adecuada—. Conmovido...
—La verdad es que no éramos amigos. –Le miento—. Yo era su psicólogo. –A mi respuesta, él termina por cerrarse a mí.
—Oh, vaya. En ese caso, no sé qué más decir. –Mira alrededor—. Disculpe, tengo que seguir trabajando.
—Espere. –Le pido, con súplica—. Me gustaría preguntarte acerca de JungKook. De su comportamiento en este establecimiento, con usted, con los clientes... –Dämian mira a todas partes, buscando una excusa que le aleje de esta conversación—. ¿Alguna vez tuvo algún problema con algún cliente? ¿Alguna vez tuvo algún comportamiento extraño? ¿Violento, tal vez?
—Disculpe, pero no. –Responde—. Siempre tuvo un comportamiento ejemplar, incluso cuando se pasaba bebiendo. Era un joven normal, no se metía con nadie, al contrario, era muy amable con todo el mundo. Algunas noches incluso se prestó a ayudarme a limpiar cuando estábamos cerrando... –Piensa que ha dicho ya demasiado y niega con el rostro—. Pero este sitio es legal y mi responsabilidad con mis clientes ha de ser profesional. No voy a desvelar nada personal de nadie a no ser que sea usted policía y tenga una orden de interrogación. –Me dice, serio y rotundo. Yo no soy valiente de reprocharle nada. Al contrario.
—Lo siento. –Me disculpo—. Y gracias por decirme todo lo permitido sobre JungKook. –El hombre asiente y se marcha para seguir limpiando vasos lejos de mí en la barra. Yo me agarro al vaso de cerveza y con un largo suspiro estoy a punto de beber de ella cuando una voz a mi lado me sorprende.
—¿Jeon JungKook? ¿Habla usted del genio Jeon JungKook? –Cuando me giro, a mi izquierda encuentro a un joven de la edad aproximada de JungKook, de rasgos nipones y con una cerveza negra en la mano, a medio beber—. ¿El joven de memoria portentosa? –Dice, casi como una burla y yo asiento, mudo de la sorpresa. Miro alrededor pero no parece haber venido con nadie, ni siquiera he caído antes en su presencia. Su cabello, corto alrededor de la nuca y el resto largo, recogido bajo su coronilla en una pequeña coleta—moño me mira con esos ojos grandes para ser nipón, pero de pómulos altos. Piel morena. Le miro de arriba abajo, tiene una camisa negra, de manga corta con el logotipo de alguna banda de música y vaqueros rotos por todas partes, desde las rodillas hasta casi la entrepierna. No parece tener frío, sin embargo. Aquí dentro hace incluso calor.
—¿Lo conoces?
—Sí. –Dice, y su Sí es clasi melancólico—. Me llamo Hiroaki. ¿Y usted es…?
—Min Yoongi. –Le digo, pero ante mi nombre no parece mostrar ninguna reacción. Tan solo mera educación.
—¿Buscaba usted a Jeon JungKook? –Mira alrededor—. No está aquí. La verdad es que hace mucho que no le veo por aquí…
—¿Qué relación tiene usted con JungKook?
—Somos amigos. –Dice, convencido de ello—. ¿Usted? ¿Es compañero de la universidad?
—No. Soy… —Me lo pienso, pero no demasiado, o tal vez pueda sonar a mentira. Opto por no darle una respuesta—. No sabes quién soy, ¿verdad? –Niega, comenzando a preocuparse—. No sabes que ha sido de Jungkook, ¿cierto?
—No. –Dice, con el semblante algo preocupado—. ¿Qué le ha pasado?
—Cometió un asesinato. Está encerrado en prisión desde hace más de dos meses. –Le digo a lo que él deja su semblante tan serio como antes, se vuelve a su cerveza y suelta un mero “ah” indiferente. Casi pensativo.
—No parece sorprendido.
—Tutéame, por favor. –Me dice, con media sonrisa—. Estamos en un ambiente distendido…
—No pareces sorprendido…
—No lo estoy. –Dice, con media sonrisa—. La verdad es que mucho ha tardado. –Asiente, seguro de sus palabras—. ¿Quién fue?
—¿Quién?
—¿A quién asesinó? ¿Algún compañero de clase?
—A sus padres. –Él asiente, pensativo—. ¿Sabías algo de eso?
—No. –Niega, rápido—. No tengo nada que ver. Es más, hacía meses que no hablábamos. Solía venir por aquí, pero dejé de verle…
—Entiendo. –Digo, seguro de que me dice la verdad. Puedo verlo en su mirada sincera, en su semblante turbado.
—¿Quién es usted?
—Su psicólogo. Lo era, al menos. ¿No ves las noticias? –Niega.
—Nunca, solo sirven para amargarme el día. –Asiento.
—¿Notaste comportamientos extraños en JungKook?
—Siempre. Pero era su forma de ver la vida. Fría y manipulable. –Se encoge de hombros—. ¿Qué haces aquí preguntando por él? –Me pregunta curioso y yo me vuelvo a él en el taburete—. ¿Sigue siendo tu paciente?
—Ya no. Me han… el colegio de psicólogos me ha inhabilitado por dos años.
—¿Por qué? ¿Te viste implicado? –Me mira sonriendo—. Perdona si soy demasiado curioso.
—No fue por eso. –Suspiro—. Mantuvimos relaciones. –A mis palabras él da un respingo y su primer reflejo es mirarme de arriba abajo mientras cavila en silencio y después, con media sonrisa pícara se vuelve a su cerveza y bebe de ella, en silencio. Su silencio es matador.
—Lo hace bien, ¿no es cierto? –Me pregunta y rápido se vuelve ante sus propias palabras a alguna mesa cerca de la barra en donde hay varias chicas y dos chicos sentados a ella. Una de las sillas, vacía, con un abrigo y una sudadera gris ocupan un asiento levemente torcido. Él pertenece a ese asiento.
—¿Perdón? –Le pregunto a lo que él alza la mirada, curioso.
—Nos acostamos, por un tiempo. –Me explica—. Pero eso fue hace mucho. –Dice y yo caigo repentinamente en su persona.
—¡Ya sé quién eres! –Le digo a lo que él se sobresalta y casi se muestra divertido.
—¿Te habló de mí?
—Sí, una vez. No debería revelar secretos de confesión, pero digamos que el pecador ya ha sido jugado por Dios. –Le digo y él se ríe—. Me contó que mantuvisteis una relación de al menos un año mientras que tú estabas saliendo con una chica. –Digo, no muy seguro de su reacción a mis palabras, pero parece mucho más animado que yo y se ríe, mientras asiente, pero no muy convencido.
—Lo que él llama un año, fueron casi tres. –Dice, a lo que yo abro los ojos con sorpresa.
—¿Si?
—Claro. –Mira de nuevo a su mesa—. ¿Tienes tiempo para que un humilde pecador se confiese? –Me pregunta y yo asiento—. ¿Ha venido buscando un testimonio? Pues bien…
—¿Tan fácil? –Le pregunto—. ¿No he de sobornarte ni de interrogarte a la fuerza? El camarero no ha querido soltar prenda.
—No hay nada de malo en hablar de ello, y creo que usted no es más que una víctima más, ¿me equivoco? –Me dice, pero sin esa repugnante mirada de compasión—. Sé que Jungkook es un chico difícil de tratar, pero le conozco mejor que nadie.
—En ese caso me encantaría que me contase todo lo que pueda de él. ¿Cómo se conocieron?
—Por intermediarios. Mi novia nos presentó. Luna, la llamamos todos. Ella estaba en el último curso del instituto con él. Ambos con 18 años estaban en la misma clase. Yo estaba en mi primer curso de la carrera de Bellas Artes. Al principio, he de reconocer, que no me cayó bien. ¿No es irónico? Pensaba que estaba ligando con mi novia. Veía que le ponía ojitos, que me miraba con esa expresión de soberbia que quiere decir “mírame, estoy con tu novia seis horas diarias sin que tú estés delante”. –Chasquea la lengua mientras se aclara la garganta con la cerveza—. A veces nos lanzábamos indirectas, cuando bebíamos demasiado hablábamos a voces discutiendo sobre política o religión. Yo creía que estaba celoso de mí por estar con aquella chica, y a veces hacía como que ligábamos el uno con el otro. Es una tontería. Le miraba descaradamente el trasero mordiéndome el labio, o él me soltaba un “te follaba encima de esta mesa”. Lo hacíamos delante de todo el mundo, pero era solo un juego. Era algo de machitos, pensaba yo. Pero a veces, cuando nos quedábamos a solas, él seguía con el juego y sin espectadores alrededor, ya no era tan inocente. Un día aquello se nos fue de las manos y acabamos haciéndolo en el baño de un bar, mientras el resto nos esperaba fuera. Fue raro para ambos. Creo que más para mí que para él, pero nunca dijo nada a nadie. Era consciente de que mi novia me importaba y mi grupo de amigos lo era todo para mí, al contrario que para él, que no éramos más que una excusa para no beber solo.
—¿Eso fue cuando tenía dieciocho años? Después se fue a Estados Unidos y…
—¿A dónde? –Me pregunta, aturdido—. No, no. Él no ha salido en su vida de Seúl. –Dice, divertido.
—¿De veras? –Pienso—. Me contó que perdió un año por viajar un año a Estados Unidos. Por eso entró un año tarde a la universidad…
—Es cierto que va un año retratado, pero porque desde que terminó el instituto hasta entrar en la universidad se pasó un año sabático sin hacer nada. Siempre estaba ocupado, sin embargo… –Piensa—. En fin, no sé qué estaría haciendo, nada bueno, supongo.
—Acosar a mi ex prometida, supongo… —Digo, cavilando en alto a lo que él no parece sorprendido. Ni siquiera sabe mi historia, pero nada le turba lo suficiente—. Sigue, por favor.
—Vale. –Dice, mirando de nuevo hacia la mesa, procurando que no le reclamen y regresa con la historia—. Normalmente, al principio, solo nos veíamos cuando se reunía el grupo entero, pero empezamos, al medio año o así de acostarnos, a quedar a solas. Quedábamos en mi casa, nos acostábamos, veíamos una peli y luego salíamos a beber. Otras era yo quien dormía en su casa. A nadie le pareció extraño, y eso era lo más divertido de todo.
—No quiero hacer un juicio de moral, yo no soy nadie para opinar al respecto, pero… —Él no me deja terminar.
—¿Si no me sentía mal por mi novia? No. Un rotundo no. Y no creo ser mala persona, pero creo que en mi mente no cabía el remordimiento. ¿Nunca te ha pasado? Creo que era por JungKook. Si me hubiera acostado con otra persona, rápido habría ido corriendo a mi novia a confesarme como una beata reconcomida por los remordimientos. Pero cuando estaba con JungKook tenía la sensación de estar en una realidad alternativa en donde no había sitio para el remordimiento o la pena. Todo estaba bien tanto en cuanto él fuera feliz, y el resto no valía la pena mencionarlo. –Dice y acabo asintiendo, con un nudo en la garganta que disuelvo con la cerveza—. ¿Entiendes de lo que hablo?
—Perfectamente. –Le digo y en mis palabras él puede ver que soy completamente sincero, y que mi respuesta es a causa de la experiencia.
—El último año, sin embargo, cuando él tenía veintiuno, fuimos alejándonos el uno del otro. Casi de forma natural. –Sus palabras me recuerdan a las de Dafne. Me quedo helado. ¿Cómo es posible que un niño sea capaz de manipular hasta tal punto la mente de alguien?
—¿Seguro que no fue él quien cortó? –A mis palabras, él hace un duro ejercicio de reflexión.
—La verdad es que él fue el que sugirió que lo que estábamos haciendo estaba a punto de… descubrirse, dijo. Dijo que a veces éramos demasiado obvios y que empezaban a sospechar algo… pero yo creo que solo fue una excusa.
—¿Crees que pudo estar con alguien más?
—Seguro. –Dice, pero no le da la más mínima importancia—. ¿Pero acaso yo soy alguien para decirle nada? Nadie…
—Entiendo.
—Nunca hablamos de lo que estábamos haciendo, la verdad. Era algo que no necesitaba palabras. Si queríamos, follábamos, y si no, nada… —Cuando termina, saca su móvil y comienza a trastear con él mientras espera que yo responda algo.
—¿Nunca tuviste miedo de que él se lo confesase todo a tu novia?
—No. –Dice, en rotundo, sin mirarme—. Él no era de esa gente traicionera. –Yo ruedo los ojos, con la imagen de su rostro, cuchillo en mano, intentando asesinarme—. Sabía que si se confesaba con ella, todo el mundo del grupo le dejarían de lado. Conmigo tal vez pasase lo mismo, pero también me perdería a mí. Era un chico listo, sin duda, sabía lo que perdía y ganaba con sus acciones.
—¿Crees que alguna vez acabaría en la cárcel? No has parecido muy sorprendido cuando te lo he contado. –Se encoge de hombros, escribiendo algo en su móvil—. ¿Sospechaste alguna vez algo malo en él?
—Sí. –Dice, distraído—. Pero y qué. A mí nunca me hizo nada malo. Era un chico liberal, amable, educado y muy bueno en la cama. ¿Qué más podía pedirle? Jamás me contó que hubiera hecho algo malo, nunca me insinuó que fuese a matar o a torturar a nadie. A veces hacía bromas macabras y tenía ideas peligrosas, pero nunca hizo nada malo, que yo supiera. No podemos cambiar a las personas. Si pudiésemos, otro mundo nos esperaría. Uno frío y sombrío… —Se corta en seco y comienza a leer algo en su móvil. Acaba torciendo los labios y mientras bebo, acaba por leer algo que después me enseña en su pantalla de móvil. Es la noticia de “La matanza de Seúl”. Su rostro solo se vuelve algo más serio, pero me mira, justificándose—. Solo quería asegurarme de que era verdad. –Dice, divertido—. Nunca se sabe con quién se está tratando…
—Dímelo a mí. –Suspiro y vuelvo a beber mientras él busca algo más en su móvil y cuando mueve este hacia mí, me enseña una foto de él y de JungKook, con el río Han detrás de ellos. El rostro de JungKook se ve algo más joven, y el nipón a su lado tiene el pelo corto, y de punta—. ¿Sois vosotros?
—Sí, de hace dos años, al menos. –Dice, melancólico—. Hace más de uno que no nos acostamos, pero a veces aun tengo la esperanza de recuperar a ese joven que se dejaba llevar por sus más básicos instintos. ¿Dónde ha quedado el yo libre de antes? –Dice y se ríe.
—¿Has terminado ya la carrera?
—Sí. Estoy de aprendiz en una empresa de telefonía, en la sección de diseño.
—Me alegro mucho por ti. –Digo a lo que él asiente—. A veces me he preguntado si mi vida ha mejorado desde que no está JungKook en ella, pero no logro entender el porqué. A veces pienso que sí. Llevo una vida más tranquila, más fácil… pero más… —Busca la palabra.
—Gris. –Termino a lo que él da un respingo afirmativo y yo tuerzo los labios. Bebo de mi cerveza y me muerdo el labio inferior. Cuando me vuelvo a él me pregunta con la mirada algo más que quisiera saber pero a mí solo se me ocurre algo más. Solo un resquicio de mis recuerdos—. ¿Te habló alguna vez de un chico con el que estuvo a los doce años? –Le pregunto, dubitativo—. Me contó que a los doce años, cuando entró en el instituto, estuvo con un chico. En realidad no era una relación, solo algo que surgía de vez en cuando. Es decir, algo inocente que… —Él asiente, haciendo memoria.
—Creo que sí. Me habló de que se enamoró de un chico de su clase, que iban juntos a las casas de ambos y allí se besaban. O no sé qué. Y que entonces el chico decidió que era mejor cortar y salió con una chica. O no sé qué… no estoy muy seguro… hace mucho que me lo dijo… —A sus palabras, una chica menuda, de cabello negro y corto, por los hombros, aparece de detrás del joven con sus manos sobre los hombros del chico y este se vuelve, con un respingo asustado. Cuando la reconoce, él le sonríe amable y ella me mira, con una interrogación en su rostro pero sin más.
—¿Nos vamos al “Marea”? –Le pregunta y él asiente, levemente entusiasmado mientras que mira como el resto de sus acompañantes se levantan de la mesa con sus abrigos ya en las manos. Él besa su mejilla y ella cierra los ojos con una expresión cálida. Yo desvío la mirada y él la contesta.
—Esperadme fuera, ahora mismo salgo, Luna. –Al sonido de su nombre yo detengo la cerveza en camino a mis labios y una punzada de culpabilidad me atraviesa el pecho al pensar que esta chica de aquí, esta joven conoció a Jungkook, compartió aula con ella y la ha engañado por años. Ella vive engañada. Pero no es muy diferente a mí.
—Vale, no tardes. Fuera hace frío. –Dice ella sonriendo y se despide de mí con un gesto de su cabeza que yo correspondo. Cuando todos han salido ya, Hiroaki se vuelve a mí con una sonrisa amable y yo no puedo desfruncir el ceño, aun algo turbado.
—Sigues con ella…
—Sí. –Asiente—. Es una persona excelente. Volviendo a lo de antes, creo recordar que me habló de él, pero no puedo asegurarte que sepa mucho más de lo que te he contado.
—¿Crees que habría alguna posibilidad de encontrarle?
—¿Encontrarle? –Me pregunta, casi asustado—. Es difícil, pero no imposible. –Ante mi mirada de súplica, acaba preguntándome—. ¿Estás pidiéndome que lo busque yo?
—No, pero si de aquí a unos días logras encontrar alguna información que me facilite su búsqueda, te quedaría gratamente agradecido. –Él me mira levemente sorprendido y pensativo. Acaba chasqueando la lengua y rescata de nuevo su teléfono para buscar algo en él. En realidad solo accede a la agenda.
—Dame tu teléfono móvil. –Me dice—. Si logro hallar algo, te llamaré, pero no prometo nada. Es la primera vez que hago esto, que conste. Yo no soy espía.
—Ni yo creo estar en mi sano juicio. –Le digo y le dicto el número. Me guarda como Yoongi (psicólogo de Kookie) y se mete el móvil en el bolsillo. Con una media sonrisa se acerca a la mesa, rescata sus cosas y regresa a la barra para apurar su cerveza. Mira hacia la puerta y después me dirige una mirada algo pensativa. Algo condescendiente y preocupada.
—JungKook está ya en la cárcel, ¿no? –Asiento—. Entonces, ¿Qué es lo que está buscando exactamente?
Su pregunta me deja turbado.
—Un motivo para odiarle.
Comentarios
Publicar un comentario