AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 12

 CAPÍTULO 12


Yoongi POV:

Viernes

15/02/2018

 

Ala de máxima seguridad. Presos peligrosos.

 

Las luces de la habitación comienzan a acercarse a través del pasillo. Busco en su brillo el motivo por el que un viernes más me encuentro caminando a esa pequeña celda que para él supone todo un entretenimiento, y para mí, una flagelación sin motivo. Busco en el sonido de mis pasos a través de este suelo de piedra la razón que me trae aquí una vez más, después de haberme marchado la semana pasada totalmente alterado, al borde del colapso, dominado por la ansiedad, herido de amor. Amor. Qué palabra tan lejana. Qué palabra tan artificial.

—¿Por qué sigue viniendo? –Me pregunta el joven guardia que me acompaña hasta la entrada de la pequeña sala y quien va a quedarse custodiándonos la media hora que se me está permitida la visita.

—Tengo que solucionar unas cosas. –Le digo y oírme dar una respuesta a esa pregunta, aunque algo poco trascendental, me hace sentir más desahogado. Él está a punto de preguntarme algo más, pero antes de que pueda seguir indagando en mis motivos, le detengo con una petición. Casi una súplica—: Si pido que me saques antes de tiempo, te suplico que lo hagas de inmediato. Si no quiero estar un segundo más ahí dentro, por favor, no vacile. –Asiente muy convencido, pero casi ofendido, como si la última vez, sus dos segundos de titubeo hubiesen sido para mí todo un infierno. Lo fueron.

Cuando paso a través de la ventana de cristal me atrevo a mirar al interior mientras que el guardia abre la puerta con el sonido del manojo de llaves chocando entre ellas. Es un sonido demasiado mediocre para la imagen que veo desde este interior. Sus ojos, oscuros, mirando con tedio la silla vacía delante de él. Estoy seguro de que puede verme, puede sentirse a este lado del cristal pero no me concederá el placer de mirarme, y menos directo a los ojos. Con una leve mueca de resignación se coloca algo mejor en su asiento, casi preparado para una tediosa y lánguida conversación que casi preferiría no tener y cuando accedo al interior de la habitación su expresión no cambia un solo ápice. Se queda mirando el asiento vacío hasta que soy yo el que se sienta en él y entonces sí, sus ojos caen en mí, se enfocan, y parece despertar de un tranquilo letargo. No me muestra una sonrisa, tampoco hace una sola mueca ni siquiera para saludarme. Me hiere que no lo haga, pero su sonrisa malévola, esa expresión de prepotencia, podría ser mucho más hiriente.

—Pensé que ya no volverías. –Dice, pensativo—. ¿Qué hace falta para que te olvides de mí? –Me pregunta casi cansado y yo le miro con el ceño fruncido. Apenas el guardia ha entornado la puerta. Espero hasta que la cierra y nos deja a solas. Le veo a través de la vitrina colocarse en ese asiento y sacarse una revista del cinturón del pantalón. Yo pongo las manos sobre la mesa entre ambos y suelto el aire que estaba guardando.

—Hoy me puse corbata, pero de nuevo me la han hecho quitar. –Le digo, pero él bufa.

—¿Y? ¿Crees que puedo encontrar eso divertido? ¿Quieres que lo tome como un halago?

—Hoy no pareces tener un buen día. –Digo, mirando sus ojos cansados.

—De madrugada me sacaron de la cama para hacer una inspección sorpresa. Claramente no encontraron nada. Excepto mi más terrible cólera por despertarme a las cuatro y media con golpes en las rejas.

—Vaya… —Suspiro—. Supongo que es el procedimiento…

—Lo es. –Dice—. Pero, ¿crees que no sabría esconder algo si tuviese en mi poder un objeto importante? Con levantar el colchón y zarandear las sábanas no consiguen nada…

—¿Tienes algo? –Le pregunto en un susurro.

—¿Qué voy a tener? –Pregunta, ofendido—. No he salido de aquí y las únicas visitas que tengo son tuyas, por desgracia…

—¿Por desgracia? –Le pregunto, ofendido—. ¿Preferirías que estuviese aquí Dafne? –Como reacción a su nombre, levanta la vista muy atento a mis palabras y puedo ver el brillo del fluorescente convertirse en fuego junto con el marrón de sus ojos—. ¿Prefieres a Dilan, tal vez? Ese chico te gustaba, ¿no es cierto? Pero saliste con su amiga… ¿Qué pasa ahí?

—No sabes nada. –Me dice, frunciendo los labios—. ¿Has ido a mi universidad?

—Sí. –Asiento, a lo que puedo ver como comienza a inquietarse.

—¿Has hablado con el orientador?

—No solo con él. –Digo—. También con alumnos y otros profesores.

—¿Qué tal la experiencia de pasear por esos pasillos llenos de mediocres estudiantes de notas mediocres, con vidas mediocres y…?

—¿Llamas mediocridad a todo lo que no sea sobresalir por encima del rebaño?

—Por su puesto.

—¿Y para sobresalir basta con sacar notas excelentes o también tienes que matar a tus padres?

—No lo sé. –Me señala con un gesto de su rostro—. Tú eres míster mediocridad, ¿Qué hay que hacer para sobresalir?

Ignoro su pregunta.

—Háblame de lo que tuviste con Dafne. –Le pido mientras que él levanta una ceja, altivo.

—Doctor min Yoongi, no estamos en su consulta. –Habla con cortesía—. Y me temo que no estoy en condiciones de compartir ese tipo de información personal con usted. Usted ya no es mi psicólogo, y ni siquiera me apetece hablar…

Me quedo en silencio unos segundos, los suficientes como para encontrar las palabras adecuadas para tentarte a seguir una conversación.

—Es una mentirosa. –Le digo, y él sonríe, altivo.

—Lo es. –Suspira—. Pero si crees que alguna vez le hice daño…

—No. No he querido insinuar eso. –Asiente, tranquilo—. La dejaste tú, ¿cierto? Ella no me ha dicho eso pero he podido ver en su expresión que así fue.

—¿Cómo lo has sabido?

—Te adulaba. Dijo que eras todo un caballero y que la ruptura fue de mutuo acuerdo. Y una mierda, ¿verdad? La dejaste tú…

—Claro. –Asiente.

—¿Por qué fue? Te gustaba su amigo, ¿verdad? Dilan. ¿Verdad? –Jungkook rueda los ojos—. Es un chico joven, vulnerable a ser manipulado, con el odio dentro por culpa de su entorno familiar, con resentimientos hacia sus padres, hacia la sociedad en la que vive… Seguro que te idolatraba.

—No tanto como lo haces tú. –Me dice y yo le miro con un repentino dolor en mi pecho. Me contengo a crear una mueca. Sus palabras son mortales. Tanto como puñales en mis pulmones, cortándome el aliento—. No, no me gustaba. Es cierto que era una buena compañía, pero yo ya lo conocí así de perturbado. –Me sonríe—. Aunque podría haber hecho de él algo mucho mejor. Algo mucho más discreto.

—¿Entonces? ¿Por qué la dejaste?

—Porque mi plan estaba a punto de comenzar. –Dice, tranquilo—. Estábamos a punto de conocernos, no podía permitir que terceros arruinasen todo… —Sus ojos me miran directos y yo hago cuentas.

—No puede ser, ella me dijo que cortasteis hace al menos un año.

—Tú lo has dicho: es una mentirosa. –Me quedo en silencio, pensativo—. Claro que corté yo, pero le hice pensar que debía ser algo de mutuo acuerdo.

—¿Por qué estabas con ella?

—¿Por qué comes un pastelito dos horas antes de cenar? Para abrir el hambre…

Silencio. Me le quedo mirando por un rato hasta que su mirada consigue intimidarme y desvío mis ojos a mis manos sobre la mesa. Comienzo a juguetear con mis dedos entre ellos, a pasarme la yema de estos sobre las uñas de la otra mano. Suspiro un par de veces regulando mi respiración y evito llevar mi mano al bolsillo de mi pantalón. Sé que las pastillas están ahí, custodiando mi salvaguarda.

—¿Estuviste con alguien mientras nosotros…? –Dejo la pregunta en el aire, a lo que él consigue esbozar una sonrisa orgullosa. Se siente muy bien al ver que sigo preocupado, al ver que me turbo en las largas noches anhelando su voz, refugiándome en su recuerdo, preguntándome cuestiones que tan solo él puede descifrar.

—¿Tú qué crees? –Me pregunta, jugando con mi raciocinio.

—No lo sé. Por eso te lo pregunto.

—¿Tú qué crees? –Regresa con esa misma pregunta.

—Quiero pensar que no.

—¿Te fías de mí? ¿Creerás en la respuesta que yo te dé? –No digo nada—. Si la respuesta es que no estuve con nadie, no me creerás. No al menos al cien por ciento, pero algo calmará tus dudas. Sin embargo si te digo que sí estuve con alguien, o con varios, me creerás a ciegas. Cómo es la mente humana, ¿verdad? Nos gusta sufrir con cualquier cosa, somos tan dramáticos…

—No me tortures. –Le suplico en un susurro apenas audible.

—No. No estuve con nadie. Ya te lo he dicho, terceros habrían supuesto un problema…

—Por eso mataste a tus padres, ¿Por qué eran terceros?

—Sí. –Asiente.

—¿Has matado a alguien mas, Jungkook? –Vuelve a sonreír.

—¿Te fías de mí? ¿Creerás en la respuesta que yo te dé? –No digo nada—. Si la respuesta es que no, no me creerás. No al menos al cien por ciento, pero algo calmará tus dudas. Sin embargo si te digo que sí, que maté a otro o a varios más, me creerás a ciegas. Cómo es la mente humana, ¿verdad? Nos gusta sufrir con cualquier cosa, somos tan… —Le detengo, chasqueando mi lengua.

—Creo que prefiero no saberlo. –Digo, con las palmas de las manos sudadas—. Ya me mentiste una vez cuando te pregunté si habías matado a alguien, y me contestaste que no. Esta vez, no sería diferente. Ahora incluso no tendrías nada que perder. Podrías mentirme, y yo ni me enteraría…

—Así es la vida. Las personas mienten, mienten a otros y se mienten a sí mismas. De eso tú sabes mucho. –Le retiro la mirada—. Desde que me conociste sabías qué era yo. Siempre lo sospechaste, pero preferiste creer que tan solo era uno de esos estudiantes portentosos con una extravagante personalidad. Y aun cuando yo mismo te lo confesé, no me creíste. Preferiste seguir pensando que yo tenía una alternativa, que ambos la teníamos, que todo se solucionaría… ¿Por qué tan optimista? No eres diferente al resto de seres humanos en la tierra. No eres diferente a Dafne. Mentirse a sí misma para pensar que la ruptura fue algo natural, cuando estaba en realidad todo planificado. Tú también eres todo un mentiroso, todo un estratega de la mentira, pero en este caso el mentiroso y la víctima de la mentira son la misma persona. Luego, yo estoy aquí encerrado y la gente como tú sigue por ahí, haciendo del mundo una bola de hipocresía y falsedad. Si todos nos escondemos detrás de una máscara, acabaremos por perder nuestros verdaderos rosotros, y despertásemos en una lúgubre pesadilla llena de falsas sonrisas mirándonos desde la lejanía de la condescendencia y la hipocresía. Nos volveremos adictos, adictos a esas pastillas que portas en tu pantalón. ¿Son esas pastillas redondas con una carita feliz tallada en la superficie? ¿Son de esas pastillas que te hacen ver arcoíris en un día de lluvia o de las que te dejan atontado en el sofá durante cuatro horas seguidas? ¿De esas que cuando vuelves en ti ya es otro día y ansías desesperadamente otra dosis? –Le aparto la mirada—. Te has hecho adicto a tus mentiras, y ahora que ves la realidad, no puedes vivir en ella sin fármacos que dudo que no sean mucho más que placebos… ¿Quieres una buena dosis? Métete una pistola cargada en la boca. Ya verás que subidón de realidad.

—Eres endiabladamente inteligente. –Se muestra altivo—. Si tan inteligente fueses, no habrías acabado aquí…

—¿He de recordarte quién me ha traído aquí? –Me señala con la mirada.

—Me habrías matado.

—Desde luego. –Dice, y su sinceridad logra aturdirme un segundo. Lo suficiente como para que él retome la palabra—. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. –Le miro con una ceja en alto. Él, levemente ofendido por tener que darme la referencia, suspira—. Ezequiel, 28; 14—15.

—¿Qué? –Le pregunto, aturdido.

—Me has hecho recordar ese fragmento. –Suspira y mira a otra parte.

—¿Yo?

—Tu actitud. Eres como Dios. Pero no logro encontrar el motivo para que te hayas adjudicado ese papel.

—Yo no soy Dios. –Le digo, pero ignora mis palabras.

—¿Tu supuesta superioridad moral? ¿Tu edad? ¿Tu responsabilidad para conmigo? Tal vez haya sido todo.

—¿Por qué crees que soy Dios?

—Por tu remordimiento, claramente. Yo soy Lucifer, que tras ser creado por Dios, al tiempo descubre que su alma se hallaba la maldad del pecado. Dios se compadece al principio, pero tras ser consciente del alcance la maldad de Satanás lo destierra a la Tierra de por vida. ¿No es injusto? Debería haber sido Dios quien se hiciese responsable de los actos de Lucifer, pues es su creación. La mejor, en mi opinión.

—No entiendo a dónde quieres llegar

—Te sientes culpable de mis actos. ¿Por qué? –Le miro, sin responder—. ¿Te sientes culpable por la muerte de mis padres? ¿Por el destrozo del laboratorio de la facultad? Está destrozado, ¿verdad? Lo has visto, ¿cierto? Seguro que no lo han arreglado. No hay presupuesto. –Asiento—. Te sientes culpable por toda la gente a la que he manipulado, por toda la gente que ha pasado por mis manos tan solo para acometer un fin. ¿Te sientes culpable por herirme? ¿Para eso son las pastillas? No logras soportar la carga del remordimiento. Pero, hay algo más. Dios siguió amando a Lucifer, pues seguía siendo su mejor creación, y parafraseando a Anton LaVey, Dios le debe mucho al diablo, pues ha sido su mejor arma propagandística.

No digo nada. No encuentro las palabras.

—Un querubín sobre piedras de fuego. Que descripción tan hermosa. Me gustaría tatuármela en algún lado… —Piensa, y comienza a mirarse por el cuerpo, limitado por las correas de la camisa de fuerza—. Rodeando el muslo, ¿me vería bien?

—No te harás nunca un tatuaje. –Le digo—. Eso supondría una desventaja. –El me mira con curiosidad—. Si algo he aprendido de la visita a tu facultad es que con cada sujeto que me iba encontrando te describía como alguien diferente al anterior. Diferente al que yo conocía, pero en realidad, todos describían tan solo una parte del chico que yo conocía.

—Conocía. –Repite mi última palabra—. Me sigues conociendo. Estoy delante de ti.

Le ignoro.

—Dafne te describió como un joven maduro, elegante, amable, caballeroso y educado. Dilan como un joven radical, de ideas fuertes y personalidad destructora. Tu profesor de anatomía como un estudiante modelo, reservado pero ambicioso y estricto contigo mismo y con el resto. Un tatuaje permanente en tu piel implicaría unos gustos, unas cualidades de las que no te podrías desprender si quieres meterte en otra piel diferente. Eras para cada uno un reflejo de un ideal. ¿Hiciste lo mismo conmigo? –Le pregunto—. ¿Fuiste quien yo quería que fueses?

—Al principio. –Piensa—. Tú deseabas un paciente adulto, un chico maduro, inteligente y culto. Todo lo que no encontrabas habitualmente en el resto de tus pacientes. Te lo di, y no hizo falta más que dos o tres horas de consulta para que te prendases de mí. Después no hizo falta fingir más. Aunque dijese barbaridades como la apología al nazismo, estabas tan ciego por la primera impresión que aquello ni supuso un impasse. –Trago en seco.

—Criticas a la gente enmascarada, a la gente mentirosa, pero tú eres el primero que se esconde detrás de cientos de mascaras según te convenga.

—Pero lo mío es un arte, lo del resto no es más que hipocresía. Yo puedo deshacerme de las máscaras cuando quiera, puedo ser quien quiera con quien desee y seguiré conservando mi verdadero ser debajo.

—¿Quién eres? –Le pregunto—. Hasta ahora no he conocido al verdadero Jungkook. –Le miro, despectivo—. Ni siquiera creo que el chico delante de mí sea el verdadero.

—Lo conociste. –Suspira—. Mientras te perseguía, cuchillo en mano, para degollarte.

Me quedo en silencio. Con un largo suspiro miro hacia el exterior y me quedo mirando al guardia, sentado en la silla al otro lado del cristal. Cuando alza la mirada y me divisa observándole se yergue un poco y me mira con una interrogación en el rostro. Yo le hago un gesto, señalando con un dedo mi muñeca desnuda y él entiende mi petición. Acaba alzando sus diez dedos. Quedan diez minutos para que pueda salir de aquí. Asiento y vuelvo a mirar a Jungkook, que me devuelve una sonrisa malvada. Casi tanto como sus palabras.

—¿Qué duele más? –Me pregunta, curioso—. Enamorarse de alguien como yo o las pesadillas que aún te provocan aquel recuerdo.

—Lo primero. –Digo—. Las pesadillas no son reales.

—Pero los sentimientos sí. –Dice, adulado en su orgullo.

—El domingo pasado tuve una vista inesperada. –Le digo, queriendo quemar ese orgullo excitado—. Mi ex vino a verme.

Su expresión es indescifrable.

—¿Sí? –Pregunta—. Que sorpresa. –Dice, sin ninguna emoción en su voz.

—Vino a Seúl por un caso que ha requerido de su presencia aquí y pasó a verme.

—¿Intentas ponerme celoso o algo por el estilo? Que infantil… —Dice, y me hiere, pero no ceso en mi intento de provocarle.

—Escuchó el caso en las noticias y solo pasó para ver si yo estaba bien.

—Ella sabía que estabas bien. Lo vio en las noticias. –Dice, alzando una ceja—. Fue para otra cosa.

—¿Para qué? –Le pregunto. Él no contesta. Medita. Pasa su lengua por sus dientes y me mira con media sonrisa cínica.

—¿Seguía oliendo a tabaco Camel? –Me pregunta, pues yo se lo conté una vez.

—Sí.

—Sí. –Repite—. Y a vainilla. –Dice. Eso no recuerdo habérselo contado—. Vainilla rancia, por culpa del tabaco.  Colonia barata, sin marca. De esas que no cuestan ni dos dólares, que pierde rápido el olor. De seguro que lleva en su bolso esa pequeña colonia con intención de rociarse cuando va a los lavabos como si perfumarse con ese intenso aroma barato le impermeabilizara del tabaco. Después, azuzándose el pelo detrás de los hombros se guarda el botecito en ese bolso de marca falsa y sale con un golpe de su pelo del baño, creyéndose superior al reflejo que le muestra el espejo. –No contesto—. Sabes muy bien por qué esa zorra ha ido a verte. Seguro que le has contado que todo fue culpa mía, que ella te dejó porque yo provoqué la ruptura. ¿Después de eso ella se puso melosa? ¿Se puso cariñosa? ¿Está aquí en un hotel o ha alquilado una habitación? Seguro que te ha dado la dirección.

—Sí. –Asiento—. Me la ha dado. –Él parece estar a punto de saltar sobre mí. Doy gracias a Dios por las correas en la camisa de fuerza—. Tal vez vaya a verla. –Le digo, pero en vez de enfurecerse, él asiente, y una malévola sonrisa aparece discreta por la comisura de sus labios. Repentinamente todo su cuerpo se relaja. Exhala y asiente de nuevo.

—Te acostarás con ella. –Afirma—. ¿Se ve más guapa que cuando la dejaste? Seguro que sí. El tiempo en soledad le ha venido bien y tú estás desesperado. Te acostarás con ella.

—¿A qué tanta seguridad?

—Lo harás. –Afirma de nuevo—. Y cuando estéis en esa habitación de hotel barato, cutre y mediocre, le pondrás mi cara. –Sus palabras son, repentinamente, aterradoras—. Cuando estéis en la cama, pensarás en mí y sentirás deseos de que sea yo quien esté ahí contigo. De que sus manos sean las mías y que sea yo quien gima en tu oído. ¿Has vuelto a pensar en mí en tu intimidad? Seguro que en las largas noches te masturbas pensando en mí. Seguro que ya no has pedido volver a hacerlo sin tenerme en mente. ¿Eso te hace sentir culpable? ¿Cuánto duele saber que no puedes sacarme de tu mente, ni siquiera en esos pequeños momentos de intimidad? Te lo advierto, si te metes entre sus piernas, solo podrás correrte si piensas en mí. –Su sentencia es demoledora y palidezco, pero intento recomponerme rápido.

—He hablado con el director de la prisión. –Cambio de tema—. Me ha dicho que a partir de la semana que viene te permitirán tener libros. Dos, como mucho, y de tapa blanda. –Suspiro y miro hacia el guardia al otro lado del cristal—. ¿Deseas que te traiga algunos en concreto?

—Los que tú quieras. –Dice, dejándome a mí esa decisión—. Sé que sabrás escoger los dos mejores. –Asiento y me levanto con una media sonrisa en forma de despedida y antes de acercarme a la puerta, él me detiene con una mirada indescifrable. El guardia ya está abriendo al otro lado.

—Procura no gemir mi nombre. –Me dice, con voz infantilmente inocente y con un guiño de su ojo izquierdo—. Las mujeres son muy rencorosas…

 


 Capítulo 11                Capítulo 13

↜ Índice de capítulos


Comentarios

Entradas populares