AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 11

 CAPÍTULO 11


Yoongi POV:

 

Caminamos de nuevo al interior de la institución. Quedan al menos quince minutos de receso.

—¿Te han aclarado algo? –Me pregunta Hyun Dong—Sun con un deje de curiosidad.

—Creo que sí… —Digo, con media sonrisa.

—¿El qué?

—En realidad, creo que no me han aclarado nada. Sino que más bien me han hecho ver algo que yo ya sospechaba: Conocían a la misma persona, y sin embargo cada uno tenía una imagen diferente de él. Seguro que cuando estaba junto con los tres, era un chico más, pero cuando estaba a solas con cada uno mostraba la personalidad que más casase con la persona con la que se encontraba. Con Jack, un joven mediocre, seguramente de notas mediocres, atento y chismoso, seguro que mostró una personalidad que le protegería en caso de decir algo que le pudiese implicar en algo. Era mediocre, como él. Con ella, una chica más mayor que él, se portó tal como ella esperaba de un hombre. Atento, amable, cariñoso y detallista. Seguro que cuando él cortó con ella lo hizo con sumo tacto y ternura. De haber cortado bruscamente, ella se habría sentido despechada y no habría hablado tan bien de él. Incluso puede que él la convenciese para que creyese que la ruptura era algo de decisión mutua.

—¿Y el otro?

—Denis es el hijo de una familia conservadora y tradicional. Es de seguro la oveja negra de su familia por no seguir los dogmas religiosos que se le han impuesto, y por eso Jeon sentía más afinidad por él, porque él también se sentía olvidado y desplazado en su propio hogar. La madre de JungKook también era católica…

—Conocí a sus padres, a los de Jungkook. –Me aclara—. Eran mediocres, cierto, pero no tan malos padres como para no tener en consideración a su hijo.

—La impresión que me dieron a mí fue esa. Apenas se preocupaban por él más que en tener un hijo que cumpliese los estándares. Estaban tan preocupados ante la idea de que no tuviese unas relaciones sociales estables que pagarían lo que hubiera hecho falta con que su hijo, en cierto modo, no hubiese sido una preocupación más en sus vidas. Acabaron alejando tanto a su hijo de ellos que al final, no le reconocieron…

—Creo que no fue así. –Dice él, contradiciéndome—. Al principio puede que sí. Puede que en su infancia sus padres no hubieran estado tanto como él hubiera querido con él. Pero con el paso del tiempo se volvió arisco con sus padres, desconfiado y acabó alejándose él de ellos, y no al revés. Sus padres no se dieron cuenta de ello y acabaron por… bueno… como tú dices, no reconocerlo.

—Tal vez. –Le digo, cavilando sus palabras mientras bajamos por unas escaleras hasta el último piso. Cuando llegamos abajo del todo las paredes se han teñido de un color blanco, casi nuclear. Aquí apenas hay presencia de alumnos, y menos en la hora del receso. El olor a químico ha aumentado considerablemente. Nos desplazamos hasta una gran aula, con puertas doble y una ventanita de cristal en cada una. El orientador se asoma por ella y busca a alguien, sin encontrarlo. Acaba negando con el rostro y entra en el laboratorio de anatomía. La parte izquierda del laboratorio son mesas de aluminio colocadas entre grifos, y el resto es un arsenal de estanterías llena de órganos en botes de cristal con formol. Desde esta distancia distingo un corazón y varios pulmones. No quiero seguir mirando. Al fondo del aula hay otra puerta que da, por lo que veo, a una sala de disección de cadáveres. Hay uno, justo en la mesa. Me siento turbado a pesar de que debería estar acostumbrado. Las imágenes del baño de JungKook vienen a mi mente. El blanco nuclear de las paredes y el olor a químico hacen que me tiemblen las manos. Agarro con fuerza el paraguas y la bufanda. Trago en seco.

—¿Doctor? –Llama el orientador mientras yo cojo aire—. Doctor, ¿está ahí? –Pregunta, sin respuesta—. ¿Qué te dije? Seguro que aparece dentro de unos minutos con un café de la mano.

—Seguro que ahora regresa. –Le digo, al ver que comienza a exasperarse. Nos quedamos por lo menos cinco minutos ahí hasta que llega un hombre enjuto, cano, con poco pelo, revuelto y con una bata de laboratorio que le hace ver mucho más menudo de lo que es. Probablemente tenga casi setenta años. Gafas colgando del cuello y las manos firmes sujetando un café de máquina.

—¿Doctor Lee? –Le pregunto y él alza la mirada, casi asustado al vernos en su laboratorio. Primero enfoca la mirada en mí y me sonríe, pero al ver al orientador a mi lado, la sonrisa desaparece.

—¿Qué queréis? –Nos  pregunta, entre amable y seco—. Mis alumnos llegarán en diez minutos. –Dice, con un largo carraspeo—. No habréis tocado nada, ¿no?

—No hemos… —Dice el orientador, pero yo le corto.

—Nada, Doctor. Seré breve. Soy Min Yoongi. –Me presento, con una inclinación de cuerpo—. Y me preguntaba si podría hablar con usted unos minutos. No le robaré demasiado tiempo. –El hombre me mira con media sonrisa, mientras que no dirige una sola mirada al orientador a mi lado.

—Se trata de Jeon JungKook. –Dice, no pregunta.

—Sí, doctor.

—Bien. –Asiente mientras camina de un lado a otro, deja el café en una mesa, después mueve un par de cosas, vuelve a coger el café. Da unas cuantas vueltas más con pasos cortos y casi arrastrando los pies por el suelo—. ¿Hablaremos en intimidad o tendremos espectadores? –Pregunta señalando con la mirada al orientador a lo que yo miro a Hyun Dong—Sun con la súplica de que se marche. No parece conforme pero acaba yéndose.

—Te espero fuera –Dice y yo asiento, con media sonrisa. El doctor señala una de las sillas que conforman la sección de aula y yo me siento, pero él no hace lo mismo. Sigue yendo de un lado para otro.

—Doctor Lee. —Comienzo—. Seré breve. Me gustaría que me hablase de su relación con Jeon JungKook.

—¿Sabe que la policía ya nos interrogó a todos? Por dos veces. El día del incendio y el día en que le arrestaron.

—Me imagino. –Digo, suspirando—. ¿Cómo era JungKook en clase?

—El mejor alumno que he tenido en muchos años. No se encuentra gente así. –Dice, chasqueando la lengua mientras coge un par de botes llenos de formol y los deja sobre una mesa al lado de las estanterías—. ¿Usted no tiene libreta? Los policías traían una libreta.

—No es un interrogatorio. Solo quiero contrastar impresiones.

—Impresiones. Que palabra tan subjetiva… —Suspira y chasquea la lengua.

—¿Qué notas sacaba JungKook en su asignatura?

—Dieces. Todo dieces, por supuesto. Ya le he dicho que era muy buen alumno.

—¿Qué entiende usted por buen alumno?

—Atento, interesado en la materia, con cualidades…

—¿Cualidades?

—¿Sabe lo irritante que es ver al ochenta por ciento de su alumnado hacer arcadas cada vez que se dispone a dar una clase práctica?

—Me imagino… —Le digo.

—JungKook no hacía ascos a nada. Si tenía que diseccionar un animal, un humano o un órgano. Le daba igual. Era capaz de deshumanizarlo todo y emplearse como un profesional. –Dice, a lo que acaba ensombreciendo el rostro—. Tal vez ese fue el problema… en fin…

—¿Cómo era con el resto de alumnos?

—¿Yo?

—No, él.

—Ah. –Suspira—. Exigente.

—¿Cómo es eso?

—No toleraba, al igual que yo, que los alumnos hiciesen ascos a algo que iba a ser su futuro profesional. Entiendo que hay alumnos que, obligados por sus padres, acceden a esta carrera porque dan por hecho que van a tener salidas laborales, pero… —chasquea la lengua— los tiempos han cambiado y el noventa y nueve por ciento de mi alumnado ha elegido esta carrera por voluntad propia. Y que hagan ascos… no lo aguantaba.

—¿Qué más?

—También era exigente a la hora del rendimiento. Se enfadaba cuando el resto del alumnado no podría seguirle el ritmo. Tanto en materia de estudio como en las prácticas. No porque el resto no fuese bueno, no es por orgullo ni vanidad, sino porque él se veía ralentizado por culpa del resto. ¿Entiende?

—Sí. –Asiento.

—A veces, algunas veces, pocas, fue un poco hiriente con algunos compañeros. Hacía bromas, un tanto macabras…

—¿Recuerda alguna?

—Hubo una por la que tuve que reprenderle. Estábamos diseccionando pulmones… no. Eran cerebros. Un compañero debió tomarse la práctica a cachondeo y comenzó a hacer el canelo. Jungkook dijo algo así como: Ojalá fuese tu cerebro el que disecciono, no sirves para otra cosa…

—Vaya. –Digo.

—Sí. Tuve que reprenderle, aunque tenía razón…

—Entiendo. –Miro por la puerta. A través de los ojos de buey en la puerta veo a Hyun Dong—Sun paseando.

—Me han dicho que en los descansos o en horas muertas le dejaba usted estar aquí, en el laboratorio…

—Sí. Aquí estaba. –Señala el aula contigua, la que tiene la cámara de cadáveres y la mesa de disección—. Solía quedarse estudiando o practicando.

—¿Eso está permitido?

—No lo sé. –Dice—. Pero no voy a privar a un alumno a que tome su tiempo libre en beneficio de mi asignatura. ¿No le parece? –Me encojo de hombro.

—¿Solo estudiaba?

—A veces dibujaba. –Dice, pensativo—. Tenía unos dibujos preciosos. ¿Los ha visto? –Asiento—. No solo explotaba su lado racional del cerebro.

—¿Algunos profesores se quejaron por ello?

—Solo el comecocos de ahí fuera. –Susurra—. No se ofenda. –Niego con el rostro, con media sonrisa.

—¿Notó en JungKook algún comportamiento extraño?

—¿Extraño? –Pregunta, y hace memoria—. Nada fuera de lo habitual.

—¿Y en las horas que estaba aquí solo?

—No. –Niega, pensativo—. Tenía una memoria portentosa. –Dice, pensativo—. Una vez me recitó un poema de Horacio. Me encanta Horacio. –Chasquea la lengua y se vuelve dándome la espalda a seguir bajando botes de la estantería.

—¿Tuvieron relación fuera del centro?

—No. Nunca lo vi fuera del centro excepto alguna vez que se quedaba hasta tarde ordenando conmigo los armarios o las estanterías y luego le llevaba a casa. –Dice, mordiéndose el labio—. Era lo mínimo. A mi edad se me hace muy difícil ordenar todo el laboratorio yo solo, y una ayuda no venía mal.

—¿Alguna vez le habló sobre sus padres?

—Jamás hablaba de él. –Piensa—. De su vida privada, no.

—Una última pregunta… —A mis palabras les sigue el sonido de la campana finalizando el receso y doy un respingo. Él no parece sorprendido y como si no la hubiese oído sigue con su trabajo. Espero hasta que deja de sonar para poder seguir hablando—. ¿Le preguntó, de forma reciente a su detención, sobre productos que deshiciesen cadáveres o algo parecido?

El hombre se detiene en sus movimientos y se me queda mirando con una mueca de culpabilidad. Con una media sonrisa amarga traga y chasquea con la lengua.

—Muchos alumnos me lo preguntan, ¿sabe? Con tantas películas de terror y asesinatos muchos se sienten curiosos de saber cómo es posible deshacer cadáveres o esas cosas… además, en mis asignatura… —Asiento con la cabeza, deteniendo sus palabras.

—Entiendo, está bien. –Asiente, y con un ánimo más ennegrecido se vuelve a sus cosas y sigue obrando. A mi espalda se abren las puertas con un par de alumnos que comienza entrar en el aula y se van sentando desperdigados por las mesas del laboratorio—. Ha sido un placer hablar con usted, muchas gracias por su colaboración. Le estoy agradecido. –Le digo, inclinándome y él hace lo propio. Cuando salgo del aula me cruzo con algunas miradas de jóvenes que se cruzan en mi camino y me revisan con esos ojos sorprendidos y aturdidos. Algunos incluso divertidos. El orientador se vuelve a mí y comienza a caminar a mi lado.

—¿Ha colaborado?

—Sí. –Suspiro.

—¿Y bien?

—Sigo manteniendo lo que he dicho antes. JungKook se muestra como un espejo frente a aquellos con los que está. Con él se mostró tremendamente estricto y profesional.

—¿Cómo se mostró con usted? –Me pregunta a lo que yo trago en seco.

—No lo sé. –Suspiro—. No tengo objetividad para responder eso.

 

———.———

 

Nos conducimos de nuevo escaleras arriba. Legamos al tercer piso, al último. Cuando llego, casi me encuentro exhausto. Con la respiración entrecortada y las piernas temblando, mi acompañante no parece estarlo tanto, por lo que intento disimularlo lo más que puedo. Nos dirigimos al laboratorio que JungKook quemó hace meses. Meses, pienso. Hace meses. Me parece que fue hace nada cuando vi aquellas fotos del registro policial cuando hicieron el informe de lo sucedido. He de decir que me parece que ha sido ayer, cuando le conocí, pero ya han pasado más de cuatro meses. Me siento ligeramente aturdido.

—Es el laboratorio donde se daban las clases de química y biología.

—¿Ya no?

—No, desde el incendio. Estamos aun esperando a que el seguro nos cubra los daños, pero como recientemente Jeon JungKook ha confesado que fue algo intencionado, me temo que se alargará un tiempo, entre que nuestros abogados demuestran que el centro no tenía ninguna responsabilidad y alegando que Jeon JungKook sufre un desequilibrio psicológico. También nos servirá tu confesión y tu análisis psiquiátrico. Mientras tanto el laboratorio sigue chamuscado y hemos trasladado las clases a un aula normal. En caso de necesitar material de laboratorio, bajan a las aulas de anatomía del sótano.

—Entiendo… —Suspiro.

Cuando llegamos la imagen que se me muestra es del todo desoladora. Ya se pueden ver los estragos del incendio antes incluso de entrar. La puerta está por ambos lados quemada y la pared con las huellas de las llamaradas de fuego saliendo desde el interior. Se ve a simple vista que el fuego pudo con todo lo que estaba a su alcance y era mucho más grande que el poder de uno de los extintores que cuelgan por los pasillos.

Cuando entro en el interior me sorprende una bocanada de olor a chamuscado. Él se justifica, al verme arrugar la nariz.

—Hemos abierto las ventanas y todo, pero no conseguimos extinguir el olor.

—Está muy vacío, en comparación con las fotos que me enseñó la policía.

—Lo está. No íbamos a dejar el material quemado por ahí. Todos los aparatos y electrodomésticos: una pequeña nevera, el microondas… todo está en la basura. El perito se hizo cargo de ellos en su momento. Las mesas, los armarios, todo en la basura. Lo único que hemos mantenido han sido los muebles fijos y el armario de seguridad. Gracias a dios funcionó y los productos químicos más inflamables estaban dentro. Sin embargo, fuera había alcohol, aguarrás… en fin…

—Ya veo. –Suspiro. La imagen del daño acumulado entre estas pareces ennegrecidas se me hace muy familiar. El poder de destrucción palpable que se muestra se asemeja al dolor que yo mismo siento. Un dolor profundo, hiriente, ennegrecido. Este debo ser yo, por dentro. Es como verme frente a un espejo. Un huracán de fuego ha pasado por aquí, pero una parte de mí sigue ardiendo, quemando los últimos resquicios de cordura que me quedan, almacenando ennegrecidos recuerdos que se tornan cenizas, por momentos. Cenizas. Solo me quedarán cenizas.

 


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