AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 44
CAPÍTULO 44
Yoongi POV:
Cuando recogemos el estropicio dentro de su habitación y yo termino de ajustarme los botones de mi vaqueros acabamos saliendo por la puerta de la habitación y yo me quedo levemente turbado por todo lo que estoy sintiendo en este momento. Los pensamientos y sentimientos no me dejan manejarme con naturalidad y ante mis manos temblorosas me detengo apenas haber salido del cuarto y él se dirige a las escaleras con intención de bajar por ellas, pero al verme detenido al principio de estas, vuelve la mirada con una interrogación escrita en su rostro y una mueca levemente confusa.
—¿No vas a bajar? –Pregunta, aturdido—. Voy a preparar té. –Señala en dirección a la cocina para enfatizar sus palabras. Yo me sujeto la muñeca de una mano con la otra para evitar que ninguna de ellas exterioricen mi nerviosismo y miro en derredor.
—¿Dónde está el baño? –Le pregunto, necesitado de varios minutos de una soledad revitalizante. Él parece comprender mi petición y señala con un dedo pálido y hermoso el fondo del pasillo en el que yo aun me mantengo estático. Señala la puerta más alejada de su habitación y yo asiento, agradecido.
—Al fondo. –Dice. Yo me giro teniendo esa puerta como mi objetivo al caminar mientras que él se vuelve a girar a las escaleras, pero apenas baja un peldaño da un respingo y vuelve a girarse a mí, con impaciencia, casi sobresaltado—. Huele un poco fuerte. –Suspira—. El jueves por la noche limpié allí mi material de medicina con disolvente y alcohol. Si te sientes mareado porque sea muy fuerte, no dudes en salir o ventilar.
—Vale, tendré cuidado. –Le digo mientras asiento, aun nervioso y me encamino ya directo hasta el baño. Antes de abrir la puerta me quedo sujetando el pomo, escuchando los pasos de Jeon bajando lentamente la escalera y llegar al piso inferior y desenvolverse por la cocina. La idea de sentirme alejado de él, aunque sea dentro de esta casa, me hace sentir aliviado y me gustaría no tener que escabullirme en un baño para no estar presente a él, pero es la única alternativa. Repaso en mi mente una y otra vez lo que le diré una vez baje con él. Le diré que tengo que marcharme, que debo hacer cosas, ¿qué cosas? Me pregunto de forma inútil pues él sabe mejor que yo que no soy nada sin él, que mi vida sin él no es más que una mera farsa protagonizada por un mediocre títere. Me pregunto si no sigue siendo lo mismo, pero ahora es él quien mueve los hilos de este humilde muñeco.
Cuando entro en el interior del baño cierro detrás de mí y me golpea repentinamente un ligero olor a desinfectante. No intento preguntarme a qué se parece el olor ni siquiera quiero pensar en ello. Desearía ahogarme dentro de este baño lleno de vapores tóxicos, pero ante nada, me aseguro de que el pomo de la puerta tiene candado, y lo vuelvo para quedarme encerrado. Me siento terriblemente vertiginoso. He visto demasiadas veces la película El resplandor, como para imaginarme con nitidez el filo de un hacha clavada en la madera de la puerta. Intento no pensar en ello y me acerco al lavabo, con la sensación de que me desmayaré por culpa de los nervios. Aun mi cuerpo está sensible por lo que acabamos de hacer y sin embargo no puedo sentirme más reacio ante la idea. Me miro en el espejo, me hallo con una mueca de preocupación que ha florecido en mí sin permiso alguno.
Llevo las manos al grifo, abriendo la llave de paso y vertiendo agua sobre mis palmas, para, segundos después, estampar mi rostro sobre mis manos, sintiendo la fría humedad calando cada poro de mi piel. Desearía no estar aquí, desearía que el agua se convirtiese en cicuta que me matase al ingerirla. Me siento terriblemente perdido y ante esta sensación de incertidumbre no me queda más que mi reflejo en el espejo con esa mueca de terror desdibujada en mis facciones. Cuando las gotas en mi rostro comienzan a caer manchando parte de mi camisa me decido a coger la toalla al lado del lavabo y me cubro con ella el rostro, deshaciéndome del agua sobre este. La toalla huele bien, a lavanda, diría yo. Es muy dulce. Mirando a través del espejo veo detrás de mí una bañera con mamparas traslúcidas, y a mi derecha, un retrete. La soledad que este espacio me proporciona me hace sentir más relajado e intento respirar profundo, pero al hacerlo me hace sentir algo más mareado, tal vez por el olor a desinfectante. No es desinfectante. No sé que es. Es un fuerte olor químico junto con otro olor algo más profundo y repulsivo. No alcanzo a reconocerlo y me quedo mirando el entrono con la sensación de que de un momento a otro Jeon subirá y me pedirá que no me tome mucho tiempo con mis pensamientos. Eso podría ser peligroso.
Me inclino levemente sobre la boca del lavabo, pensando que es de las cañerías de donde sale ese repulsivo olor, pero no es del lavabo de donde procede esa podredumbre. Vago unos cuantos segundos alrededor del baño oliendo como si rastrease, cual perro buscando un hueso. Es al borde de la bañera que me descubro con una bofetada de ese olor y tengo que cubrirme rápido la nariz para no sentirme mareado o incluso con nauseas. Debería acatar el consejo de Jungkook y salir del baño en este mismo instante, pero no puedo permitirme perder la oportunidad de investigar por mi cuenta sin la constante vigilancia y supervisión de Jeon, con su mirada sobre mi hombro. La bañera está empotrada contra la pared, de azulejos azules pero con la tina de color blanco. Es porcelana. Sobre el sumidero hay un tapón de plástico negro agarrado a un pequeño soporte con una fina cadenita de eslabones metálicos. La bañera está impoluta, a excepción de las manchas corrientes de color grisáceo entre las juntas de los azulejos. Algunos de ellos están más brillantes que otros pero la mayoría se ven relucientes. Excepto uno. Uno de ellos tiene una pequeña mota, minúscula, de color rojo.
Comienzo a buscarle de forma inconsciente una explicación a esa pequeña mota. Puede que sea pintura, o incluso mierda, solo mierda. Suspiro largamente y me acerco un poco más acercándome y apoyando mi mano en la puerta corrediza. Cuando alejo la mirada me doy cuenta de que hay otras motas como esas a lo largo de la superficie de los azulejos. Pequeños, cerca de esas juntas entre azulejos, donde pasan completamente desapercibidas. Acerco mi nariz a los azulejos y huele fuertemente a químicos, a lejía, como si hubiese pasado un paño con lejía por todo el cuarto de baño. Hago la misma cata con los azulejos cercanos al lavabo y a la puerta. Todo huele igual.
Cuando regreso a la bañera acerco mi dedo a una de las pequeñas manchas y rasco el azulejo con mi uña, haciendo que la mancha se desprenda al instante. Descarto la idea de que sea un motivo del propio azulejo, lo cual era evidentemente falso. Suspiro largamente y me acerco al sumidero, cubierto con un tapón de plástico negro. Tiro de la cadenita de metal haciendo que se desprenda y quede colgando sin más, rodando al lado del orificio estrellado. Una estrella de tres puntas adorna la boca del sumidero para evitar que objetos muy grandes se cuelen por él, pero no me preocupa algo que vaya a caerse, sino lo que sale del interior. Un putrefacto olor que me recuerda que debo cubrirme el rostro con mi propia palma. Me avergüenzo de estar haciendo esto, pero no puedo evitarlo, sintiéndome completamente repulsivo por el olor que sale de esta cañería. Cuando me quedo mirando al sumidero alcanzo a ver algo negro enganchado a lo largo de la estrella que forma el sumidero. Me acerco un poco más pero el repulsivo olor es tan cegador que tengo que alejarme y resignarme a averiguar qué debe ser tan solo con lo que veo. Pero repentinamente no soy un hombre conformista y busco algo con lo que poder engancharlo y sacarlo de ahí. Acabo subordinándome a un pequeño peine para el pelo con el extremo en forma puntiaguda. Lo cojo con fuerza por la parte de las púas sin hacerme demasiado daño, pero con la fuerza adecuada para que mi pulso no titubee.
Acerco con mucho cuidado la punta del peine al sumidero con una precisión temblorosa y con una impaciencia peligrosa. Acabo introduciendo este por uno de los tres orificios y muevo un poco en el interior, raspando las paredes del conducto con la punta. Me siento muy mal por hacer esto, pues ni es mi casa, ni siquiera nadie sabe hasta qué punto llega mi inseguridad hacia Jungkook por esto. Tal vez me sienta mal conmigo mismo al verme tan sospechoso de su actitud, pero no puedo evitarlo. Tal como él dijo, vivo en una sociedad donde la inteligencia se castiga y donde la mediocridad se ve recompensada. Por eso he de castigarle en mi mente por la posibilidad de que haya cometido actos demasiado ilegales. Al sacar el peine me encuentro con varios cabellos negros, largos, muy largos enredados entre el mango y a estos adheridos, varios trozos de piel, carne ensangrentada, me aventuraría a decir. Es demasiado explícita la imagen como para poder describirla. Tanto que suelto el peine de golpe al verme ante una realidad demasiado violenta y retorcida, cubriéndome la boca, en un impulso por contener las arcadas que están naciendo en mi vientre. El nerviosismo, el terror y la repulsión crean en mi estómago una noria que está a punto de doblegarme contra el retrete, pero con respirar un par de veces de forma intensa consigo calmar mi estómago, al menos lo suficientemente como para no vomitar y me yergo agarrándome del lavabo.
Cuando estoy de pie vuelvo a mirarme frente al espejo y esta vez el gesto de terror no es tan solo una sombra, una mala mueca. Esta vez es una evidente sensación en cada una de mis facciones. Puedo verlo, y sentirlo, me reflejo en mi propio miedo y este me llega a lo más profundo de mi ser, arrebatándome de toda manifestación de cordura que pueda tener. Me lavo las manos, de forma obsesiva, compulsiva, a pesar de que no he rozado el sumidero con mis dedos pero tengo que hacerlo. Siento que la sangre me recorre las yemas, las palmas, culpabilizándome a mí del crimen cometido. ¿Qué crimen? No quiero ni pensar en ello. Crimen es una palabra demasiado fuerte para los pobres indicios que he descubierto, pero es un instinto evolutivo. Él lo dijo. Huir, correr, es un instinto evolutivo, igual que la adrenalina que siento inyectada desde mis glándulas suprarrenales. Tengo que salir corriendo.
Cuando salgo del baño, aun con las manos levemente frías y humedecidas, me quedo mirando el largo pasillo y al luz que sube desde las escaleras. Me muerdo el labio inferior y mucho más aterrorizado que antes, me desplazo pasillo adelante con la vista fija en cada uno de los peldaños que se me van mostrando a lo largo del camino, asegúndame de que él no está ahí, esperándome. Oigo, a lo lejos, ruido en la cocina. Eso me hace sentir aliviado pero no me dejo engañar por mis sentidos. Ya ni siquiera de mi raciocinio puedo valerme. Todo ha sido una mentira y una absurda pantomima. Solo un teatro de títeres y él ya me avisó de que iba a jugar conmigo. Él me dijo que no amaba, que no podía amar a nadie y yo me lo tome como palabras banales de un ego demasiado dolido. Era una realidad palpable y se demuestra en cada uno de sus actos. Él no me ama, sin embargo, se ha obsesionado conmigo y aunque él creyese que el amor es algo similar a la obsesión, me temo que esta es mucho más peligrosa y temeraria, pues pierdes toda compasión por tu objetivo.
Cuando termino de bajar la escalera me quedo mirando la puerta de la cocina. De ella salen las sombras del cuerpo de Jeon moviéndose de un lado a otro y de soslayo miro hacia la puerta de salida. Inevitablemente tengo que pasar por la cocina para alcanzarla y si quiero hacerlo, he de hacerlo bien. Pero no puedo, no puedo huir sin más. Él me alcanzaría, él sabría que he visto algo, una pequeña nimiedad de su imperfección y eso le destrozaría. Enfrentarle no es una opción, nunca fue una opción, pues él me vencería. ¿Acaso tengo salida? Me pregunto. No, tal vez. Pero no alcanzo a vislumbrarla dentro de mi nerviosismo. Podría excusarme y marchar, pero eso levantaría sus sospechas. Podría fingir que me llaman, pero no cuento con la ventaja de que él sea idiota. Mucho más lejos de la realidad. Él es un maldito genio y no puedo escapar del alcance de sus conocimientos, por lo que me limito a avanzar a la cocina con la idea de mi primer recuerdo de él en mente. Esa gentileza, esa amabilidad, esa dulce sonrisa. Cuando él me divisa, al borde del umbral de la puerta, vuelve a mostrarme esa misma expresión de amabilidad y sosiego. Tal vez soy yo quien lo ve desfigurado, tal vez yo mismo sea artífice de todo lo sucedido y nada de lo que ha ocurrido sea cierto. Tal vez todo sea mentira. Claro que lo es. Todo ha sido una mentira y me he engañado a mí mismo. Pero a esa conclusión él ya había llegado antes que yo.
—Tengo té de menta, negro, blanco, de frutos silvestres y de canela. –Dice mirando directo a uno de los muebles a la altura de sus ojos. Frunce el ceño levemente y yo desvío la mirada a la pequeña tetera puesta sobre la vitrocerámica, calentando agua. Sale un leve vapor de ella, no suficiente como para considerar que el agua esté caliente—. Personalmente me gusta el de menta, pero si eres atrevido te pondré el de canela. –Dice entusiasmado y me mira esperando una respuesta de mi parte. Yo me encojo de hombros y señalo el mueble.
—Lo dejo a tu decisión. –Le digo y bajo la mirada mientras él asiente y acaba cogiendo un par de sobres y los lleva a dos tazas sobre la encimera, cerca de la tetera. Pone uno en cada taza y después rebusca para encontrar azúcar. Yo me encuentro perdido y desorientado. No estoy seguro de que vaya a poder salir de esta y mucho menos de que él pueda hacerlo sin mí. Ayudarle es una idea que recientemente se me pasa por la cabeza. Me digo a mi mismo que eso es una locura, a parte de una ilegalidad. Debería salir corriendo, como muy bien sabe, por mi instinto de supervivencia, pero él arruina toda responsabilidad de mi psique sobre mis actos. Él ha consumido la parte racional de mi cerebro y me ha dejado la parte en que puedo idolatrarle como a un ser superior. Me he rendido a él cientos de veces con mis suspiros, mis miradas, mis halagos. Él sabe que soy suyo y que ni yo mismo puedo deshacerme de esa responsabilidad. Me digo a mi mismo que esto está mal, que es toda una temeridad. Pero la idea es, sin embargo, autoritaria.
—Jeon. –Le llamo mientras está de espaldas a mí sirviendo agua en cada una de las tazas. Yo me agarro con una mano y con fuerza al marco de madera que conforma el umbral de la puerta de la cocina.
—¿Hum? –Pregunta, curioso.
—La próxima vez que limpies sangre con lejía, asegúrate de limpiarlo todo bien. –Suspiro y él detiene el vertido del agua sobre una de las tazas y yo doy un respingo por su silencio. Se queda estático y yo me muerdo el labio inferior. Trago en seco. Tiemblo. Siento un frío animal recorriéndome mi espalda.
—¿Cómo? –Pregunta, aun vuelto de espaldas a mí.
—La sangre. –Suspiro—. Y también límpiala del sumidero, no creas que no van a mirar ahí si están buscando…
—¿Quién va a buscar? –Pregunta curioso mientras vuelve levemente el rostro hacia mí y yo me encojo de hombros, algo acongojado.
—N—no sé. –Suspiro—. Ni—ni si quiera sé qué clase de castigo se te puede imputar por esto… —Suspiro de nuevo—. Pero deberías tener… más cuidado… —Él no dice una sola palabra, mirándome de reojo aun con la tetera en el aire, vuelta levemente hacia las tazas—. ¿Qué ha sido esta vez? –Le pregunto aturdido—. ¿Un gato? ¿Un… un perro? –Ante mi pregunta él sonríe, divertido, suelta una risa nasal, y se vuelve a las tazas para terminar de llenarlas. El agua comienza a humear desde el interior de las tazas de cerámica y yo le miro, esperando una respuesta que nunca llega. Al final, después de servir el azúcar y apartar la tetera, se vuelve a mí y se cruza de brazos. Yo me acorralo más contra el umbral de madera.
—¿Por qué ha tenido que ser un animal? –Me pregunta curioso y yo me encojo de hombros.
—Po… porque había sangre… y… pelos negros, largos…
—Con esas premisas… ¿Qué raza crees que ha sido? –Me pregunta entre divertido y altivo y yo trago en seco, sintiendo un frío sudor recorriéndome. Me sudan las palmas de las manos, las axilas. La nuca.
—Pues… No, no entiendo mucho de perros… —Suspiro mientras él se encoge de hombros y yo me muerdo el labio inferior. Comienza a llegarme el dulce olor de la canela y el frescor del té de menta. Pero los olores, en este momento, no hacen sino tensarme aún más—. Esto… esto no está bien. Entiendo que tienes curiosidad y que no puedes evitarlo. Pero, aunque sé que tú no lo ves como un problema, podrías meterte en un lío si sigues haciendo esto. No diré nada, te lo prometo. –Intento convencerme a mí mismo de ello, más que a él—. Pero tienes que dejarlo.
Él me mira expectante, como si su cinismo y su orgullo no le permitiesen rebajarse a esta conversación tan peliaguda, como si realmente pensase que lo que ha hecho ha estado bien y con su indiferencia corroboro el hecho de que no solo no le importa nada de lo que yo le diga, sino que lo repetirá más veces. Sin duda.
—¿Qué… qué has hecho con ese pobre animal? –Le pregunto y ante mi pregunta él se siente levemente emocionado a responder, engordando su orgullo.
—¿No me estarás grabando ni nada así, verdad? –Me pregunta y yo niego en rotundo—. No me hagas registrarte… —Suspira y yo niego, de nuevo con la misma fuerza, negando cualquier intención de gravar su confesión—. Los maté, disloqué sus extremidades, las separé del torso y después los metí en la bañera, junto con una cuba de sosa cáustica. Después, los huesos limpios, los trituré y los vertí por el sumidero. –Dice, sentenciando—. Sus restos deshechos se han ido por las cloacas y durante varios días he estado lavando todo con lejía. Me ha llevado más de dos semanas. –Dice, pensativo—. Ha sido un trabajo bastante arduo. –Se me queda mirando y yo frunzo el ceño. Sus palabras me parecen demasiado frías y distantes, pero más aún, confusas.
—¿Los? –Pregunto—. ¿Más de uno? –Asiente.
—Dos maravillosos ejemplares. –Suspira, pensativo pero más lo estoy yo al recaer en la cuenta de que habla de dos semanas de proceso en los cuales los cadáveres han estado ocupando parte del único baño de una planta de una casa en la que viven tres personas. Tres.
—¿Qué… han dicho tus padres…? –Pregunto y él me mira con una siniestra sonrisa de oreja a oreja por mi pregunta. En mi mirada puede leer mis pensamientos, puede leer mis intenciones y el doble sentido de mis palabras. Me siento desnudo ante su mirada y moribundo, ante su sonrisa. Él suelta un largo suspiro.
—Eran dos hermosos ejemplares de homo sapiens sapiens. –Dice, soñador—. Pero estaban defectuosos, y era necesario deshacerse de ellos. –Sentencia y yo trago en seco, comienzo a sudar. Mis piernas tiemblan, me siento desvanecer por momentos.
—¿Tus… padres? –Pregunto con un hilo de voz, al borde del desmayo y él asiente, como si fuese algo lógico. Como si a mí me costase razonarlo desde un principio y yo hago memoria—. ¿Cuándo ha sido?
—El día después a que se reuniesen contigo. –Dice, frunciendo el ceño, acordándose de aquello—. Discutimos. Ellos dijeron cosas horribles sobre mí, sobre mis creencias, sobre mi comportamiento y todo por tu culpa. Ellos malinterpretaron tus palabras. Pero no es todo culpa tuya, jamás habrían entendido nada que saliese de la boca de alguien mínimamente inteligente. –Yo le miro, con intensidad.
—¿Mi… culpa?
—Tómalo como quieras. –Dice—. Discutimos y yo, bueno, perdí el control. Te avisé de que sucedería, de que temía que esto pasase, pero ellos dijeron cosas imperdonables y arremetí con toda mi ira contra ellos. Mi padre fue la primera víctima. Debía ser así. De haber sido mi madre, a mi padre le habría dado tiempo a reaccionar para reducirme, pero no le dio tiempo. Estábamos aquí, en la cocina, y cogí una sartén y golpeé su cráneo. Cayó desplomado al suelo y mi madre, completamente enloquecida, fue la siguiente. Con ella me ensañé mucho más. Aun muerta, seguí aplastando su cráneo hasta que sus sesos se desparramaron por estos azulejos. –Dice señalando las baldosas que nos separan a los dos. Yo siento nauseas de nuevo.
—¿Por… porqué lo hiciste?
—No puedes entenderlo, Yoongi. Nadie puede. Ni siquiera yo. Normalmente no habría hecho eso. Si hubiera querido matarles, lo habría planeado mejor de forma que no hubiese cabos sueltos. Y no sabes cuantas veces lo he pensado, cuantas veces lo he planeado de forma terriblemente meticulosa. Pero me sobrepasó la ira. Me moría por dentro. Sentía fuego, sentía que me ahogaba con mi propia bilis. Normalmente las palabras son suficiente para arremeter contra una persona, pero cuando esa persona se niega a escuchar una sola palabra, cuando es incapaz de comprenderlas, reacciono así. Con la fuerza bruta.
—¿Nadie ha… preguntado por ellos?
—Como ya te he dicho, esto estaba planeado desde hace mucho tiempo. Aunque el comienzo ha sido una improvisación, después todo tiene que encauzarse y seguir unas pautas. Envié una escueta carta a la dueña de la librería donde trabaja mi madre para informar de que se tomaba unas vacaciones indefinidas. Dado que no tenía contrato porque tan solo estaba ayudando a su amiga durante unos meses, nadie le ha recriminado nada. Y en respecto a mi padre, tenía dos meses de vacaciones no cobradas de este año, que no pudo marcharse. Estaba todo listo. Mandé una solicitud al banco y este, a la mañana siguiente, me envió un correo confirmando la petición de mi padre. No hay más.
—¿No ha venido nadie a preguntar por ellos?
—Nadie. Me aseguré de mandar mensajes a los amigos más cercanos, informando de que se irían de vacaciones dos meses a Japón. Mi padre siempre hablaba de ir allí, aunque a mi madre nunca le había hecho mucha gracia. Nadie sospechó. He mantenido la casa a buen recaudo y nadie ha percibido los olores que salían del baño. Nadie, menos tú. –Suspira y me mira directo a los ojos. Yo doy un respingo aún aferrado a la madera de la puerta y él chasquea la lengua, levemente aburrido de la conversación.
—¿Qué harás cuando los dos meses hayan pasado?
—Las cosas no han salido tal como esperaba, tengo que serte sincero. –Reconoce—. Esperaba que para estas alturas tú y yo ya estuviéramos en una relación estable y pudiera usarte como acompañante.
—¿Acompañante?
—Huir, Yoongi. –Dice, entusiasmado—. Después de dos meses la gente comenzaría a preocuparse por la desaparición de mis padres, a los dos meses y medio la policía querría entrar en esta casa a investigar sobre ellos, y a interrogarme, por su puesto. Puedo convencer a la policía de cualquier cosa, incluso de que estoy terriblemente preocupado por la repentina desaparición de mis padres. Pero no hay ningún cargo en la tarjeta de mis padres de ningún billete de avión a Tokio y tampoco puedo asegurar que la limpieza que estoy haciendo en el baño, dentro de unas semanas, sea impoluta. Lleva tiempo limpiar sangre, y tejido óseo, pero más aun los restos de ácido.
—¿A dónde pretendías huir? –Le pregunto, levemente ofendido—. ¿Y cómo hubieras conseguido convencerme?
—Muy fácil, nada te ata a esta ciudad más que yo. —Dice—. Reconócelo, vendrías conmigo hasta el fin del mundo si yo solo te lo propusiese.
—¿De qué íbamos a vivir? ¿Cuánto tiempo habríamos de ocultarnos? Vives en una fantasía, Jeon. –Le digo levemente enfadado pero él frunce su ceño y tuerce su gesto a uno de ofensa. Después de mirarme largo rato con esa expresión acaba bajando el rostro, soltando un largo suspiro y cuando vuelve a mirarme, lo hace con algo más de humanidad.
—¿Acaso eso importa? Nos tenemos el uno al otro, y mi familia tiene mucho dinero. Podríamos dejarlo todo e irnos. Si todo sale bien, en un par de años dejarían de buscarnos y en veinte, el crimen habrá prescrito.
—Veinte años. –Suspiro—. Es una locura.
—Claro que lo es. –Dice, alegre—. Es una maravillosa y malsana locura en la que ambos estamos inmersos.
—¿Ambos? –Pregunto, queriendo desentenderme de su comportamiento pero él se limita a encogerse de hombros.
—¿Acaso tú no sabías que esto era algo inminente? ¿Acaso hiciste algo cuando te confesé lo que ya había hecho? Has mantenido relaciones sexuales conmigo mientras yo aun era tu paciente. Si juego bien mis cartas serás tú el que acabes en prisión, y no yo. –Yo trago en seco mientras siento sus manos estrangularme y tengo que respirar varias veces para asegurarme de que son solo sus palabras las que me ahogan de esta manera.
—Yo… no diré nada. –Digo, intentando sonar firme pero él se me queda mirando y vuelve a torcer sus labios.
—Hum… —Dice, pensativo, mirándome de arriba abajo.
—¿Qué?
—Normalmente cuando la gente ofrece su silencio, siempre espera obtener algo a cambio.
—No, te lo prometo. No quiero nada.
—¿Nada?
—Solo marcharme a mi casa. –Le digo, como un grito desesperado de huir de este piso pero él da un leve respingo, asintiendo.
—¿Irte? –Pregunta—. ¿Cómo vas a irte ahora? Acabo de hacer el té. –Dice, señalando el té detrás de él como si fuese algo completamente lógico. Yo me quedo estático y casi de soslayo dirijo mi mirada hacia la puerta del exterior. Él ha detectado ese inconsciente gesto de mi mirada y su cuerpo se tensa en un segundo. Un valioso segundo que a mí me torna atemorizado y sin pensarlo por más tiempo salgo corriendo en dirección a la puerta de salida. Detrás de mí oigo el sonido de varios objetos metálicos caerse al suelo y resonando por toda la casa. Mis pasos no son lo suficientemente rápidos, me digo. No lo son, y al igual que en un sueño, siento que no puedo correr, que mis piernas no dan más de sí y que caeré o bien me alcanzarán. Pero yo soy mejor que mis propios pensamientos y alcanzo con rapidez el pomo de la puerta de salida y me abalanzo sobre ella mirando por un segundo tras mi hombro, para ver el cuerpo de Jungkook salir de la cocina con un gran cuchillo de cocina para perseguirme. La imagen es tan terriblemente desgarradora, tan impactante, que todo mi cuerpo inyectado en adrenalina sale corriendo por las escaleras de entrada y me abalanzo sobre la puerta metálica que da al exterior de la calle, como si salir del recinto privado me dotase de una libertad que en realidad no tengo. Pero justo cuando caigo sobre ella, esta no cede. Repentinamente me acuerdo de que está cerrada con llave, y a mi mente acude el recuerdo de Jungkook cerrándola. Esta es la sensación más terrorífica que he sentido nunca, pero se supera cuando veo a Jeon salir por la puerta de la casa y mirarme con una diabólica sonrisa cual animal de presa que tiene a su víctima encerrada en una maldita jaula. Me siento acorralado y la sensación de ahogo regresa, pero mi cerebro busca una salida. Una salida antes de que el cuchillo de Jungkook me degüelle el cuello. Mientras él baja a velocidad las escaleras yo rodeo la entrada y salgo corriendo a través del jardín lateral, que comunica con el trasero y a su vez con alguna posible entrada de nuevo a la casa. En lo único en lo que pienso es en correr. No me importa si es en línea recta y hacia el infinito, todo con tal de huir es suficiente para mí. Lo que no quiero es verme acorralado de nuevo. Esa sensación de impotencia puede matarme si vuelvo a sentirla por dentro.
Cuando he doblado la esquina y estoy en la parte trasera de la casa me lanzo sobre el cristal que comunica el salón con el patio trasero, con la sensación de que Jungkook está a punto de alcanzarme si no consigo entrar aquí cuanto antes y deslizo el cristal que gracias a Dios, en el que recientemente creo solo para mi salvaguarda, se desliza con el movimiento de mis manos. Una gota de sudor comienza a recorrer mi sien y un aterrador frío me atraviesa la columna vertebral. Me desfalleceré en cualquier momento, me siento ido y aturdido, pero con mis sentidos agudizados tan solo para el sonido de sus pasos, que han desaparecido en cuanto entro en el interior del salón y cierro la puerta detrás de mí. Pulso el pestillo para que no pueda abrirse de nuevo y aguardo con el corazón tremendamente acelerado, al borde del paro cardíaco, a que su rostro aparezca por el cristal, intente entrar, y frustrado ante la imposibilidad, me deje en paz. Pero él no aparece, por lo que no aguardo por más tiempo a esperarle y salgo del salón al pasillo que comunica con la entrada.
Me acerco a ella a pasos sigilosos pero rápidos para toparme con su cuerpo aguardando de espaldas a la puerta de salida, con su rostro mirándome, expectante, estaba aguardándome. No me ha seguido por el jardín porque ha previsto mis movimientos. Mi corazón da tal vuelco al verle, al toparme con él, que por un segundo creo que voy a tener un fallo cardiovascular y quedarme ahí, muerto en el sitio. Y en cierto modo, así deseo que sea, pero no ocurre de tal modo. Retrocedo a gran velocidad seguido del sonido de sus pasos y mi única escapatoria es el piso superior. No tendría tiempo de volver al jardín y desde luego, cualquier otra alternativa está descartada. Solo me queda subir piso arriba y encerrarme en algún lugar donde haya ventanas para escapar. Con suerte podré saltar la valla de la entrada si le entretengo lo suficiente arriba.
Cuando estoy a mitad de los escalones una mano se aferra a mi tobillo y caigo de bruces al suelo. Me daño el antebrazo lo suficiente como para soltar un alarido, pero más es el susto, y al volver el rostro, el terror que me produce su mirada. Su mano se alza, triunfante y decidida empuñando el cuchillo y cae, decidido, sobre mi gemelo. Lo hace pero yo consigo desviar mi pierna de su trayectoria, consiguiendo solo un corte superficial en mi piel, que comienza a sangrar a través del corte en mi vaquero. Con mi otra pierna golpeo su mano armada y el cuchillo cae escaleras abajo mientras que se lleva su mano a su pecho, dolorida. No me extrañaría que le haya roto algún dedo. Su grito de dolor me duele a mí, y eso me hace sentir terriblemente avergonzado por lo que vuelvo el rostro escaleras arriba y aunque él intenta seguir aferrándome a él, yo me escabullo de su agarre y consigo escabullirme, reptando hasta llegar al piso superior y él debe descender, en busca del arma. Tengo unos valiosos segundos en los que me decido por meterme dentro de su cuarto, estancia de la casa que ya conozco, y que sé que tiene ventanas por donde poder escabullirme. Una vez dentro cierro de un portazo y asegurándome de que no tiene pestillo me hago con la cajonera cercana a la cama y la tiro contra el suelo, cerca de la puerta. Esta cae con estrépito y todas las cosas que había encima, el radiocasete incluido, caen al suelo con un sonoro golpe. Intento bloquear la puerta con ella y me acerco al escritorio para acercarlo también. Es justo en ese instante, en que cae al suelo justo enfrente de la cajonera, que la puerta intenta abrirse y se topa con la imposibilidad del peso al otro lado.
—¡Yoongi! –Grita su voz al otro lado y yo me estremezco mientras hago mi mejor esfuerzo por mantener la calma. Esta desaparece cuando puedo comprobar que Jeon, haciéndose con su fuerza, es capaz de poco a poco de desplazar los mueves caídos en el suelo. No tienen un tope con lo que solo el peso le frena, no hay fuerza física que detenga a esos muebles. Lo primero que aparece por la apertura de la puerta es su brazo empuñando el cuchillo reluciente, levemente manchado de mi sangre como medida amenazante para que no ose acercarme a la puerta. Jamás osaría hacerlo, pero no necesito acercarme y cojo un libro cualquiera sobre el suelo y se lo lanzo a la mano que intenta entrar a través de la apertura. Ni siente venir el golpe ni es algo que pueda remediar. El lomo del libro impacta contra su mano y como acto reflejo deja caer el cuchillo de ella a lo que yo me lanzo hacia él, tropezando con los muebles de por medio y con la fuerza de la puerta intentando con desesperación acceder a la habitación. Cuando alcanzo el cuchillo me siento recobrado de fuerzas, pero ya tiene parte de su cuerpo dentro de la habitación y yo retrocedo gateando, cuchillo en mano, viendo como su rostro se cuela a través de la rendija, para asegurarse de que he cogido el cuchillo—. ¡No te escaparás, maldito hijo de puta!
Sus palabras son suficiente aliento para hacerme poner en pie al darme cuenta de que, cuchillo en mano o no, no soy rival para él y me abalanzo contra la ventana cuyas vistas dan al jardín lateral y me asomo fuera, sin demasiado tiempo para cavilar. Me decido a saltar, a pesar de mi pierna herida, a pesar de que puedo romperme un hueso, pero la caída no sería mortal, no como permanecer en esta habitación, por lo que me apoyo en el saliente de piedra que da al interior de la habitación con una rodilla y con la otra pierna, dolorida, me intento incorporar, preparado para saltar. Pero no importa cuanta sea mi decisión por saltar, por huir, porque unos brazos me rodean la cintura y me meten dentro de nuevo, me arrastran al interior a pesar de que yo me aferre con fuerza a los laterales de la ventana abierta. Nada impide que ambos caigamos dentro de la habitación, en medio del suelo plagado de objetos rotos y perdidos por todas partes. En cuanto puedo me deshago de la fuerza de sus brazos y me vuelvo a él, porque estar de espaldas a él es demasiado peligroso. Tirados en el suelo forcejeamos durante dos eternos minutos. Él no busca recobrar el poder del cuchillo, porque sabe perfectamente que no voy a usarlo contra él y yo busco por todos los medios que sus manos no me inmovilicen, porque entonces estoy perdido.
No sé en qué momento él acaba sentándose sobre mi cadera, presionando con fuerza para que no me revuelva debajo de él y sus manos, tras considerar que no tengo fuerza con mis brazos, van a mi cuello, para ahogarme con intención de matarme. Sus dedos son expertos, saben donde presionar y soy consciente de que con la presión suficiente puede romperme la tráquea y asfixiarme en un segundo. Cuando siento que la presión de sus pulgares se excede sobre mi cuello, cuando siento que estoy a punto de perder la cabeza y punzadas de dolor me recorren el cuerpo, mis manos reaccionan por su cuenta, actuando según el último y único instinto animal que me queda para sobrevivir. El cuchillo se hunde en su vientre y casi como un resorte la fuerza de sus manos desaparece, lo suficiente como para sostenerse y analizar qué acaba de suceder. El cuchillo se ha hundido hasta la mitad de su filo en su interior y siento su sangre caliente resbalar por el filo hasta manchar mis manos aun sujetando el mango entre ambos. Yo estoy tan sorprendido como él por lo que acabo de hacer y nada más sentir la sangre de su cuerpo fuera de él, me arrepiento de lo que acabo de hacer. Una ilógica parte de mí desearía haber muerto en sus manos antes que causarle ningún dolor, pero él se aleja de mí, cuchillo aún sobre su vientre y se queda sentado en el suelo con la espalda apoyada en el soporte que conforma su cama. Se mira a sí mismo con una mano justo debajo del cuchillo sintiendo cómo gotas de sangre se deslizan por el filo y caen, calientes y húmedas, sobre la palma de su mano.
Yo toso, recobrando el aliento que necesitaba y llevándome las manos manchadas de sangre a mi cuello, donde aún siento su presión sobre mis músculos. Me siento terriblemente agobiado, hundido en una miseria que yo mismo me he creado y me deshago en lágrimas mientas que él aún mira expectante el cuchillo. No se atreve a tocarlo, poco a poco comienza a palidecer y grades lágrimas resbalan por sus mejillas. Su expresión no parece de dolor, no hasta que no me devuelve la mirada y yo retrocedo a gatas.
—¿Por que… m.. me has… hecho esto? –Pregunta temblando de terror ante la idea de su inminente muerte. Yo me miro las manos manchadas de sangre. Todo me da vueltas.
—No… no quería hacerlo. –Le digo y es la verdad—. Yo… yo… lo siento. –Digo, pero sigo retrocediendo palpando con mis manos el suelo alrededor.
—Te ad—advertí… no debías entrar en mi… mente. No eres… valiente… —Dice, rememorando la conversación que tuvimos en la cafetería en donde él me pedía dinero a cambio de sus conocimientos. Cuando mi espalda choca con una pared, la que sea, me levanto gateando por ella y trago en seco, viendo como su camisa se empapa poco a poco de sangre. A pesar de verle tan vulnerable aun me lo imagino sacándose el cuchillo de su vientre y persiguiéndome con él en la mano. Pero eso ya no me aterroriza. La idea de que lo he sentenciado me está quemando por dentro. La idea de destruir algo tan hermoso, algo que he idolatrado tanto tiempo, me descompone.
—Lo... lo siento… —Suspiro, aunque sé que no vale de nada.
—Ni siquiera te acuerdas de—de mí. –Dice tartamudeando, mirándome con una mirada herida, dolida por su orgullo y yo frunzo el ceño, desplazándome poco a poco hacia la puerta de salida—. Mira de—dentro del Anticristo. –Me pide con un susurro, mientras su expresión se rompe en una mueca de dolor. Dolor que a mí me hace dar un respingo y salgo corriendo de la habitación. Salgo corriendo con el cuerpo temblando, en ferviente pánico. Me pitan los oídos y me duele todo el cuerpo. Tengo sangre en las manos y la ropa. Me siento terriblemente perdido y desazonado. Con el corazón hecho pedazos me hago con mi abrigo y salgo por la puerta principal, aún sintiendo que pueden estar sus pasos persiguiéndome, pero no es cierto. Me tomo al menos veinte segundos para saltar la valla y cuando estoy fuera de la casa me quedo mirando con temor y desdén la ventana que pertenece a la habitación de Jungkook. Abierta. Está abierta tal como yo la he dejado pero no veo nada más que la oscuridad del interior. Desearía por todos los medios tener el valor de quedarme a su lado, pero no puedo, no me permito hacerlo porque la imagen de su rostro desfigurando ante la idea de segar mi vida me hace huir todo lo lejos posible.
Mientras camino calle abajo saco el teléfono del abrigo que porto y marco el número de emergencias. Lo hago con la mano empapada en sangre y temblando, como si estuviese a punto de entrar en hipotermia. Los pitidos al otro lado son condenas sentenciadoras. Son la más terrible recriminación de culpabilidad que he sentido. Cuando una voz me contesta al otro lado yo me limpio las lágrimas de mis mejillas con el dorso de una mano embadurnada en sangre fresca.
—Necesito una ambulancia, he herido de gravedad a una persona.
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43 Capítulo 45 [Final]↝
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