AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 43
CAPÍTULO 43
Yoongi
POV:
—Seguro que te hace bien tomar un té caliente. –Me dice mientras me deja pasar al interior—. Tienes la nariz y las orejas rojas. –Dice mirándome con una sonrisa y él cierra detrás de él candando con la llave. Después sigue ascendiendo escaleras arriba hasta que se para frente a la puerta de la entrada y de nuevo juguetea con las llaves antes de meter una de ellas en la cerradura de la puerta. Nada más entrar me golpea un dulce olor a vainilla. Es un dulce olor que me hace suspirar varias veces agradecido de tan dulce fragancia. Cuando estamos dentro él cierra detrás de mí y yo doy un respingo por el sonido de la puerta. Cuando enciende las luces del pasillo, me descubro mirándole con algo de temor pero él me sonríe con esa cálida expresión de complacencia y se deshace poco a poco de la mochila a su espalda y después de su abrigo, colgándolo del perchero al lado de la puerta, junto con dos o tres más, que no sé de quiénes son y la bufanda que le he prestado.
—¿Dónde has dicho que están tus padres? –Le pregunto curioso mientras yo mismo me deshago del abrigo, obligado por compromiso de su comportamiento y él me mira sonriendo.
—No te lo he dicho. –Sentencia y yo frunzo el ceño mientras que miro a todas partes intentando buscar con la mirada algo que me haga identificar el paradero de sus padres. Cuando regreso la mirada a Jeon, él me descubre con una expresión dubitativa—. Ni yo mismo lo sé. A veces se van a pasar la mañana a una casa que tenemos en el pueblo, o a visitar a mis abuelos. Esas cosas. Seguro que anoche me llamaron o algo, y yo no estaba en condiciones de cogerlo y colgué. –Suspira mientras se adentra al interior de la casa mirando a todas partes, pensativo como yo—. ¿¡Mamá!? –Pregunta a la nada mientras se queda mirando escaleras arriba hacia los dormitorios. Hace una pausa de unos segundos y vuelve a llamar a la nada en dirección al salón—. ¿Papá? –Acaba chasqueando la lengua y negando con el rostro, caminando en dirección a la cocina, antes de las instalaciones del salón. La cocina es un área cuadrada, con una pequeña salida hacia el jardín trasero. Yo le sigo y me quedo en la puerta de esta mientras él se dirige a la nevera y está a punto de abrirla, cuando una nota le detiene. La mira, la coge en sus manos. Es un posit de color verde claro con algo escrito que no alcanzo a ver qué es—. ¡Et voilà! –Dice sonriendo y comienza a leer en alto—. “Hemos ido al pueblo. Tu padre quiere hacer limpieza en el desván. Llegaremos tarde. Llámanos si pasa algo. Mamá.”
—La típica nota en la nevera. –Le digo y él asiente, encogiéndose de hombros. Hace una bola con el papel y lo tira a la basura mientras chasquea con la lengua, decepcionado.
—El avance tecnológico nos ha proporcionado la posibilidad de mandar un mensaje a través de varias líneas de satélites que llega en menos de tres segundos, y mi madre sigue escribiendo notas en la nevera. –Dice mientras suelta un largo resoplido y yo sonrío con sus palabras, apoyado en el umbral de la puerta.
—Yo a veces lo hacía, cuando vivía con mi novia.
—Pero eso tiene un carácter romántico, esto es insolente. Insulta a todas las personas que han dedicado su vida al avance tecnológico. –Dice y abre la nevera para mirar dentro y saca una pequeña jarra de cristal con agua y se sirve un poco en un vaso. Tras beber me señala con la mirada—. ¿Qué quieres tomar?
—No me apetece nada. –Le digo con sinceridad.
—¿De verdad que no quieres nada? Tienes la nariz roja…
—Está bien. No tengo ganas. –Él se encoge de hombros ante mi respuesta y guarda de nuevo la jarra en la nevera y se acerca a mí hasta quedar a un paso y posa una de sus manos en mis mejillas. Está caliente, y suave. Es muy cálida y su contacto me hace cerrar los ojos por acto reflejo.
—Te ves hermoso así, ruborizado. –Me dice y yo me aparto de su contacto mientras él se ríe de mi respuesta a sus palabras. Cuando pasa por mi lado me mira con intención de que le siga hasta el salón y señala alrededor.
—Este es el salón. –Me dice. Me muestra un salón con paredes forradas en madera y con un mueble del mismo color con una gran televisión. Por el mobiliario y el espacio entiendo que es una familia adinerada y que tiene poder adquisitivo. No alcanzo a comprender hasta qué punto puede ser agradable vivir en un hogar como este, sin duda dista mucho del que yo tuve cuando era pequeño, pero el dinero solo crea carencias y su falta paterna es muy evidente.
—Es hermoso. –Le digo, sin apartar la vista del gran ventanal que separa el salón de la parte trasera de la casa, el jardín. Cuando lo miro, con esta luz grisácea de un día con sol cubierto, no puedo imaginarme otra escena allí que no sea la que él me ha narrado. El corazón me da un vuelco al imaginar la posibilidad de que los restos de su perro aún estén ahí en ese jardín y la idea de acabar ahí, junto a ellos, se me hace demasiado irreal, pero en este instante, cuando Jeon posa una mano sobre mi hombro, sobresaltándome, la idea cobra una fuerza que me hace mirarle con el terror más humano que mi rostro pueda expresar. Él no lo ve, o tal vez, no quiera verlo.
—Siéntete como en tu casa. –Me dice señalando alrededor, pero yo no me muevo un ápice mientras él camina alrededor y recoge un par de latas de coca—cola vacías del salón y se queda mirando con desdén un par de zapatos suyos por el suelo. Yo le sigo atento con la mirada y regresa a la cocina. Le oigo tirar las latas de cola en la basura y después me espera en la puerta del salón—. ¿Quieres ver mi habitación? –Me sugiere mientras que yo asiento tragando en seco.
—Sí. –Le digo y él sonríe, aniñado. Esa expresión tan falsa de inocencia me hace sentir mucho más que turbado, anonadado, impotente. No deseo otra cosa que no sea salir corriendo, pero la idea es muy temeraria. Podría desencadenar en él una reacción de indignación que puede matarnos. Muerte. Muerte. La idea me cala poco a poco.
—No te asustes si está todo un poco desordenado. –Dice levemente avergonzado—. No sé en qué estado lo dejé el otro día. –Suspira y yo asiento quitándole importancia mientras ascendemos las escaleras. Nuestros pasos resuenan por la madera mientras él me mira de reojo, asegurándose de que le estoy siguiendo paso a paso. Cuando llegamos arriba el pasillo se divide entre unas cuantas habitaciones, algunas de ellas cerradas. Antes siquiera de entrar en su cuarto me señala las puertas—. Al fondo está el baño, esta es la habitación de invitados, la habitación de mis padres, el trastero, y esta, la mía. –Dice señalando la habitación más cercana a las escaleras. Entra él primero entornando la puerta mientras se asoma dentro y después se asegura de que todo esté correctamente. Se avergüenza levemente mientras yo entro tras él y puedo ver como la cama está deshecha y la ventana cerrada—. Te dije que estaba todo hecho un desastre. –Dice mientras abre la ventana para ventilar la habitación y se queda mirando alrededor. Yo miro detenidamente cada pequeña parte de la habitación. No es muy grande, no tanto como me esperaba de él, pero es acogedora. Tiene una cama de medida estándar con un edredón nórdico de estampado en negro y blanco, un armario empotrado a la pared de dos puertas, en donde puedo ver la ropa doblada, la mayoría. Alguna que otra prenda cae por los estantes y se mantiene así, como en actitud decaída. Por lo general la habitación parece bastante ordenada. El escritorio tiene varios libros sobre él, colocados uno sobre otro en un lateral, y en el otro, un archivador supongo que con material escolar. La silla bien colocada debajo, y en el lateral opuesto a la cama, un mueble con cajones, y sobre este, un reproductor de casetes con algunos casetes alrededor. Sobre todo esto hay varios estantes repletos hasta los topes de libros. Se puede ver como hay una ordenada fila de libros a lo largo del estante pero que al no caber más, se han ido acumulando sobre los propios libros allí, o debajo, o al borde del propio estante, con tal de mantenerlos allí.
—Sí que tienes libros. –Le digo sonriéndole mientras él se encoge de hombros.
—Te lo he dicho. –Dice mientras estira un poco el edredón nórdico para que dé la sensación de que la cama está más ordenada, pero no me molesta verla de la otra manera.
—¿Sabes cuántos años hace que no veo uno de estos? –Le digo señalando el reproductor de casetes—. Diez años, al menos. –Le digo y me acerco al pequeño reproductor, a lo que él asiente, sonriendo.
—Era de mi padre. Me lo dio, y yo he comprado algunos casetes más. –Me dice mientras se acerca a mi lado y me señala unos cuantos de música de los años ochenta—. La mayoría no me gustan, pero hay algunos que… bueno, me agradaban. –Dice encendiendo el radiocasete y, asegurándose de que hay una cinta en el interior, pulsa el play y comienza a reproducirse una canción punk que me hace dar un sobresalto.
—Dios salve a la reina. –Le digo divertido y él asiente—. Mi padre amaba este grupo. –Digo entusiasmado—. A él le pilló grande pero yo lo escuchaba cuando era joven en casa y esta canción me parecía muy divertida.
—Una reivindicación social siempre es muy divertida. –Dice sonriendo y detiene el casete mientras mira la estantería—. Bueno estos son mis bebés. –Dice mirando los libros mientras yo retrocedo para tener mejor perspectiva de la estantería y apoyo mi espalda contra la línea de su cama alta. Le veo ponerse de puntillas alcanzar uno de los libros de la parte superior y me lo muestra, sonriendo. Es una versión de otra editorial del mismo libro que yo le dejé.
—Me he comprado el Anticristo. –Dice, riendo—. Es la mejor inversión que he hecho en mi vida. –Ríe y yo río con él—. Te haré la misma propuesta que tú me hiciese a mí en su día, si quieres algún libro de los que hay aquí, solo tienes que cogerlo sin más. ¿Vale? –Asiento agradecido con su oferta, pero internamente me niego en rotundo a tener una conexión con él de esa envergadura.
—De todos estos, ¿cuáles son los que más te gustan?
—¿Libros como tal, o teniendo en cuenta la historia que hay dentro? –Pregunta y yo me encojo de hombros—. Pues la verdad es que me encanta esta versión de la historia de La Revolución Francesa. La editorial es muy buena, el libro es de pasta dura y tiene muchas anotaciones del propio escritor. Con imágenes, dibujos de los diseños de los trajes militares franceses, y referencias de otros libros que tratan el tema, como por ejemplo, La cartuja de Parma de Stendhal. Sin embargo, esta versión de Madame Bovary es muy buena. La traducción es excelente. Me he leído varias versiones de este libro en otras editoriales, pero esta es de las mejores traducciones. Esa melodía que tiene el francés consigue extrapolarla. ¡Ah! Y esta, es una de mis colecciones favoritas. Fue un regalo de mis tíos cuando cumplí catorce años. –Señala una serie de libros con encuadernación blanca—. Sherlock Holmes. Es genial, te lo prometo. La editorial podría hacer mayores esfuerzos a la hora de añadir anotaciones o referencias, pero la calidad de los libros y de las hojas es muy buena. Apenas se han decolorado y tienen muchos años. –Yo dejo de atender a sus palabras para fijarme en un libro de encuadernación negra con la palabra “Shakespeare” en blanco, a lo largo de todo el lomo, y veo que está cuidadosamente colocado al principio de la propia estantería, sin objetos u otros libros por medio que puedan estorbar a su accesibilidad. Él recae en mi mirada y me sonríe, levemente ruborizado—. Ese también es de mis favoritos, pero claramente por un carácter sentimental.
—¿Por el autor o por la persona que te lo ha regalado? –Le pregunto divertido y él se ruboriza levemente mientras me aparta la mirada.
—Por el autor, por supuesto. –Dice, hiriendo mi orgullo y yo sonrío por sus palabras.
—Me gusta mucho tu cuarto. –Le digo mientras señalo alrededor—. Es como tu mente. Hay cierto caos, pero todo está en su lugar, y tú sabes bien dónde encontrarlo todo. Tienes una pila de conocimiento que no eres capaz de almacenar, tienes algo de punk, algo de rock, algo clásico, pero en el desorden se puede ver que aun eres joven. –Le argumento y él mira alrededor, pensativo por mis palabras. Cuando me devuelve la mirada lo hace sonriendo, como aceptando mi teoría.
—Me gusta como piensas. –Dice—. Tal vez tengas razón. –Dice y yo me encojo de hombros mientras apoyo mis manos en el colchón, detrás de mí. Él se queda mirando los libros y acaba dejando el que tenía de la mano sobre una pila de ellos—. A veces pienso que aunque tuviese todo el espacio del mundo, mi cuarto seguiría siendo un caos.
—Tal vez. –Pienso—. Pero lo que veo alrededor es lo que tu mente proyecta. Pero debe haber mucho más.
—¿Mucho más?
—Tú eres evidentemente mucho más de lo que proyectas. Estoy seguro que aquí hay mucho más de lo que parece. –Le digo mirando alrededor y él se vuelve a mí y se cruza de brazos, expectante.
—¿Cómo qué?
—Seguro que tienes una caja de condones guardados entre los calcetines, una Biblia satánica debajo del colchón y algo de marihuana entre los calzoncillos. –Le digo y él me muestra una pose pensativa mientras se acerca un paso más a mí y yo trago en seco, intimidado por su presencia que se acerca casi como un ser omnisciente, capaz de avasallarme con tan solo una mirada. La cama me impide retroceder, pero de huir, la puerta está detrás de él, por lo que tampoco sería factible.
—Tal vez tengas razón. ¿Quieres saber dónde guardo los condones? –Me pregunta pero yo niego con el rostro, un tanto acobardado.
—N—no será necesario. –Le digo con una sonrisa idiota y él se para justo delante de mí, a menos de un paso, y posa sus dos manos a cada lado de mi rostro. Lo hace y se me queda mirando expectante a sentir algo en sus palmas. Tantea mi piel sobre las orejas y después en mis mejillas. Vuelve a comprobar si tengo frío.
—Estás más cálido. –Dice mientras se acerca peligrosamente a mí y me besa justo en la frente. Yo trago en seco porque su siguiente beso es sobre mi nariz, y allí sí siento que sus labios están cálidos, y húmedos. Después sobre mi comisura y cuando pretende besarme en los labios yo vuelvo el rostro a un lado y me paralizo, esperando por una respuesta de su parte. Respuesta que llega con una sonrisa traviesa—. ¿No puedo besarte?
—Preferiría que no lo hicieras. –Le pido acobardado pero él frunce el ceño, levemente. Tan solo jugando.
—Tú puedes besarme mientras estoy dormido, pero ¿yo no puedo hacerlo ahora? –Me delata y yo enrojezco hasta las orejas mientras que él me mira divertido.
—Yo… lo siento. –Le digo sin mirarle—. Solo quería, comprobar…
—¿Qué estaba vivo? –Pregunta—. Hay muchas otras formas de hacerlo, ¿no crees?
—Supongo. –Digo suspirando e intento mostrarme liviano y relajado, pero no lo consigo, y menos cuando él posa sus manos a cada lado de la cama en mi cintura. Me acorrala con sus brazos y sé que de forma inminente va a volver a besarme. Pero sus palabras me confunden.
—Si no quieres besarme, no pasa nada. Lo entiendo. No voy a obligarte.
—Gracias. –Le digo levemente intimidado pero él no se aparta un solo ápice—. ¿Pu—puedes… retirarte?
—¿Te incomodo? –Me pregunta y yo asiento no muy seguro de que esa respuesta sea la adecuada, pero al parecer, él no le da importancia y solo se ríe—. Hyung, no te incomodes por un chico de veintidós años… más infantil e inmaduro que tú.
—Es tu altura y tu fuerza lo que me intimidan. –Le digo, atrevido.
—Es mi inteligencia, no te confundas. –Me dice altivo y yo le miro, frunciendo el ceño. Pero la verdad, es que tiene razón.
—Ya que lo comprendes, ¿podrías apartarte?
—Solo si me das un beso.
—Dijiste que no… —Me corta.
—Dije que no te iba a obligar, esto solo es un trato. Tú tienes la capacidad de decisión.
—Al final te saldrás con la tuya. –Me rindo y él me mira con una expresión ganadora.
—Siempre lo hago. –Dice divertido y yo suelto un largo suspiro. No soy consciente de hasta qué punto él tiene el control sobre todo y yo no soy más que un mero peón de su gran juego de ajedrez. Un débil peón que cae al primer movimiento. Me pongo de puntillas para estar a la misma altura que él y beso sus labios, apoyándome en sus hombros con mis manos para sostenerme, pero rápido uno de sus brazos rodea mi cintura para mantenerme a la misma altura y mis brazos caen por su espalda, agarrándome a su nuca para besarle. El beso pretendía ser un mediocre sello, pero ni yo mismo controlo ya mis labios y el beso se intensifica por momentos. Nos cuesta respirar, ni siquiera necesitamos ya aire.
—E—esto ya no e—es un beso. –Le digo mientras me separo en busca de aire y él se me queda mirando con una sonrisa divertida. Traviesa. Ha conseguido lo que buscaba y yo he perdido todo el poco valor que me quedaba para negarme a nada. Cuando me devuelve una mirada atrevida yo le retiro la mía y suspiro largamente.
—¿Quieres que paremos? –Me pregunta y estoy a punto de decir que sí. Un claro y rotundo sí.
—No quiero… que me malinterpretes. –Le digo y él levanta una ceja, entusiasmado por mi conducta—. No he subido para esto.
—Lo sé. –Me dice, calmado y comprensivo.
—Y sería hipócrita por mi parte decirte que no quiero que tengamos nada entre nosotros y acceder a hacer esto. Pero no me estás poniendo las cosas fáciles.
—Si tú deseas seguir adelante, ¿qué clase de moral retrógrada va a obligarte a detenerte?
—Mi propia moral. –Le digo mientras sus mechones en su nuca hacen cosquillas sobre mis dedos.
—Si realmente deseas detenerlo, hazlo. –Me pide colando una de sus piernas entre las mías y presionando con su muslo mi entrepierna. Yo doy un respingo y se me escapa un sonoro gemido en la forma en que alza su muslo para ponerme de puntillas. Apoyando mi espalda baja sobre su cama él usa sus manos en mi cintura par impulsarme y sentarme sobre el colchón y retomar el beso. Este es un beso mucho más consentido que el anterior, porque ya no soporto negarme por más tiempo. No quiero negarme a él, ni negarme a mí mismo lo que mis genitales desean desde hace tanto tiempo. No puedo controlarlo, es animal, no es humano, no puedo hacerme con mi propio autocontrol, porque esta irremediablemente en sus manos.
Sus manos exploran con hambre todo mi cuerpo, desde las piernas hasta la espalda y la cintura. Acaba posando sus manos en mis rodillas y abre mis piernas para colarse entre ellas. Con sus pulgares masajea mis muslos, asienten, me rozan la entrepierna. Todo mi cuerpo siente pulsadas de placer por todas partes. Y mientras, sus labios devoran los míos con una pasión que jamás había sentido. Toda la habitación huele a él, y esto me está produciéndome una terrible angustia pasional.
—No te muevas. –Susurra contra mis labios y se separa de mí, dejándome con ansias de su calor, para acercarse la silla del escritorio y posarla delante de mí, entre mis piernas. Cuando se sienta en ella yo me ruborizo, anticipando sus intenciones y le aparto la mirada, pero siento su intensa sonrisa pronunciarse con mi gesto. Siento sus manos agarrarse con impaciencia a mis vaqueros y tira de ellos para acercarme más al borde, con lo que paso mis piernas por cada uno de sus costados y él desata rápido el botón y la cremallera de mi entrepiernas. Lo hace con rapidez, con maestría, con hambre y yo cierro los ojos mientras me agarro al colchón con fuerza.
—Te—ten paciencia. –Le pido mientras que él esboza una siniestra sonrisa y muestra el estampado gris y negro de mis bóxers. Mi pene comienza a hacerse notar con un evidente bulto entre la cremallera abierta y él se inclina y lame toda mi longitud aun bajo el bóxer. Yo doy un respingo y él me devuelve la mirada, sonriendo.
—Eres tan adorable… —Suspira y yo me muerdo el labio inferior y miro hacia el techo. Me repito a mi mismo que esto es un mal sueño, y que despertaré con el calzoncillo empapado, pero no lo es y se corrobora cuando su lengua vuelve presionarse contra mi glande despierto.
Con sus manos comienza a masajear la base de mi mente sobre el pantalón y mis testículos. Yo me dejo caer sobre el colchón y suelto un grave gemido mientras siento la humedad de su lengua llegar hasta mi glande. Sus dientes, jugando con mi cordura, su cálido aliento.
—No seas cruel. –Suspiro mientras cubro mis ojos con mis manos y él ríe sobre mi pene. Comienza a sacarlo de mi bóxer y lame la punta en silencio. Me siento terriblemente culpable, pero al mismo tiempo, oh Dios. Que boca tan caliente y maravillosa. Le dejo hacer hasta que coge un ritmo agradable de vaivén para metérsela y sacársela de la boca y yo presiono sobre su cabeza para que lo haga más profundo. La vibración de su garganta por sus gemidos contra la punta de mi glande es una sensación terriblemente maravillosa. No me deshago en su garganta porque intento aguantar, pero si me dejase ir, me habría corrido a la primera lamida—. Voy a… a correrme. –Él no dice ni hace nada. Me deja venir dentro de su boca y yo me estremezco cuando termino y su boca me abandona.
Antes siquiera de poder recuperarme sus manos ya me están quitando los pantalones y se levanta de la silla dejándola a un lado mientras dos de sus dedos tantean mi entrada y me penetran sin avisar. Yo doy un respingo y contraigo mis músculos, mientras me yergo, mirándole con preocupación. Él me mira directo a los ojos y yo me acobardo, intentando relajarme tal como estaba antes. Sus dedos exploran mi interior mientras se deshace poco a poco de la cremallera de su pantalón. Lo hace con agilidad y cuando se saca el miembro y comienza a masturbarme yo aparto la mirada.
—Será rápido. –Me avisa como si fuese a hacerme algo que no me gustase y saca sus dedos de mí para sustituirlos por su pene, entrando en mí de una estocada. El dolor es punzante e intenso, y todo mi cuerpo se curva para darle una mejor disposición y que el dolor desaparezca rápido. Aprieto mis manos contra las sábanas a cada lado de mi cuerpo, todo él tiembla por el placer que debe estar sintiendo. Yo no siento nada más que absoluta predisposición a seguir adelante a pesar del dolor. Hay muchas ideas que me animan a ir en contra de todo desde de continuar, pero evito no pensar en ellas, porque es tarde. Él ya se mueve en mi interior y sus manos agarrando con fuerza mi cintura me mueven despacio, al ritmo que él necesite. Ahí, de pie, con mis piernas a cada lado de su cuerpo, debo parecerle lo más vulnerable que ha visto nunca. A pesar de todo lo que él ha visto—. ¿Estás bien? –Me pregunta mientras yo asiento no muy seguro de lo que estoy diciendo.
—Si—sigue… —Suspiro mientras que me yergo un poco y él rodea mi espalda con sus brazos para acercarme a él y hacer de mí algo más manejable. Se mete todo lo profundo que puede en mí y yo frunzo el ceño, mientras siento que golpea mi próstata, pero yo aun no me siento preparado para el placer que me llega. Lo siento, es cierto, pero el miedo que siento, mezclado con la idea de que no debería estar accediendo a él de forma tan fácil no me permite disfrutar al cien por cien de esta experiencia. Cuánto me gustaría poder complacerle como desearía que lo hiciera, pero me es imposible hacer nada más que gemir esperando porque todo termine cuanto antes. Esta idea me asalta. Deseo que termine, deseo parar. Pero no le detengo. No he sido valiente para pedirle que no empezase, menos lo soy para pedirle ahora que se detenga. No lo soy, y me mortifico por ello a cada segundo, a cada estocada. Me digo a mi mismo que debo aguantar, que debo hacer de esto algo banal y sin importancia. Los segundos son eternos y los minutos parecen horas, días, con su luz y oscuridad. Acaba vertiendo su semen dentro de mí, de forma desmedida y con unos segundos más de su mano masturbando mi pene me vengo, al borde de la desesperación, sobre su mano y parte de su camisa. Respiro con dificultad cuando me hallo al fin liberado de sus manos pero su mirada sobre mí es mucho más posesiva que cualquiera de sus gestos y la idea de verme de nuevo poseído por él me suscita un terror que no soy capaz de asimilar.
Ante esa idea me bajo de la cama y busco mi ropa, intentando fingir que no hay nada que me haga huir de este lugar. Solo por comodidad. Cuando la encuentro comienzo a vestirme, pero su mirada no se aparta de mí y mientras me siento una fácil presa al alcance de sus fauces, él me sonríe con mejillas sonrosadas y con la mayor inocencia que pueda portar nadie.
—Ahora sí que no puedes rechazarme una taza de té.
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