AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 42

 CAPÍTULO 42


Yoongi POV:

La televisión retransmite un tedioso programa de debate político y entre el sonido de las voces de los tertulianos se escucha de fondo una leve música, sintonía del propio programa, tal vez anunciando la próxima entrevista con algún diligente del partido conservador o tal vez, la entrada a los anuncios. Si miro directo a la tele no consigo concentrarme lo suficiente y como mucho alcanzo a ver el desorden de la mesa delante de nosotros. Un par de tazas de té, la mía vacía y la suya por la mitad pero ya fría, y dudo mucho de que siga bebiendo de ella. Un par de platos llenos de migas de pan tostado y como víctima de un brutal arrebato de hambre, queda solitario un pequeño trozo de tostada, a medio comer, untada de mermelada de ciruela. Aún se pueden ver las zonas de la dentadura de Jungkook partiendo el pan.

Al lado de estos platos puedo hallar varias servilletas de papel arrugadas y levemente manchadas, una de ellas más arrugada que la otra y sobre el plato vacío que acompaña en la mesa. También una pequeña botellita de agua mineral, los cubiertos sobre los propios platos para no manchar la mesa de madera y el propio bote de mermelada de ciruela a un lado, arrinconado sobre la mesa. La foto en colores verdosos de una ciruela me parece lo más interesante de la composición que supone todo el bodegón sobre la mesa, pero ni siquiera puedo pensar más en ello. Tal vez sea mi deseo de no recogerlo, de no moverme, o tal vez la imposibilidad de ello, pues tengo la cabeza de JungKook sobre mi regazo, y mi mano acariciando pausadamente sus mechones cayendo a través de su cráneo.

Después de declarar que su poca hambre había desaparecido y que deseaba descansar un poco me ha pedido amablemente permiso para tumbar su cabeza sobre mi regazo y yo he accedido, no conociendo las consecuencias de lo que ello involucraba. Ahora me siento tan terriblemente endulzado por su propio gesto que no soy capaz de pedirle que se aparte. Jamás lo haría, y es más, disfruto con cada segundo que pasa su mejilla acariciando mis piernas. Con mi mano recorro sus mechones, los retiro de su frente, jugueteo con ellos con la mayor delicadeza que me permite mi torpeza y él no parece desagradado por ello. Después de haberse tumbado le he cubierto el cuerpo con la manta con la que se había envuelto y ahora, hecho una bola a lo largo del sofá, mira directo a la televisión como yo, pero al igual que a mí me sucede, de seguro que tampoco está atento a lo que en ella sucede. Más bien parece mantenerse en un discreto letargo en donde puede oírme, me contesta incluso, pero no parece activo para mantener una larga conversación. Por otra parte lo comprendo, su cerebro aún está deshaciéndose de los resquicios de morfina de su sangre.

—¿Te ha sentado mejor el baño? –Le pregunto mientras él asiente con su rostro sobre mis rodillas. Se hace más bola sobre el sofá y yo poso una de mis manos sobre su hombro, confortándole con mi contacto.

—Gracias, por cuidarme…

—No tienes que darme las gracias. –Suspiro mientras acaricio su cabello que desprende el dulce aroma de mi propio champú—. ¿Quieres que ponga otra cosa? –Le pregunto señalando el televisor pero él se encoge de hombros, por lo que no lo hago y suelto un largo suspiro mientras que él parece recaer en que está viendo un programa de tertulia.

—¿Sobre qué están hablando? –Me pregunta, levemente aturdido.

—Creo que sobre la ley del aborto. –Digo no muy seguro de ello y él asiente, intentando concentrarse de nuevo en la televisión pero apenas pasan tres minutos él se revuelve debajo de mí y le veo fruncir el ceño.

—Odio estos programas. –Dice y yo me muerdo el labio inferior.

—Te he preguntado que si quieres que lo cambie…

—No, quiero verlo. –Dice y yo frunzo el ceño—. Pero los odio igual. No tiene sentido hacer programas de esta clase. No muestran más que la hipocresía entre los partidos constitucionalistas. En realidad no hablan de nada y solo hacen que lanzarse mierda a ver quien se mancha más. Eso no es un debate, hay que argumentar, hay que hablar del tema, no irse por las ramas con intención de alentar al oyente.

—Pero es una estrategia, porque si hablan de lo que tienen que hablar y no hacen teatro, nadie los vería.

—Ahí está la cosa, que al final en unas elecciones solo votamos al partido que se ha manchado menos de mierda.

—¿Y qué esperas? Todo lo que es política es mierda. –Suspiro y retiro un mechón de pelo de su sien y dejo al descubierto su oreja. Estoy enamorado de la forma tan perfecta en que el cartílago ha formado esta preciosa oreja.

—Yo sería un bien político. –Dice pero yo no estoy muy seguro de sus palabras y como no contesto a ellas vuelve su rostro a mí haciendo que levante la mano de su cabello y me sonríe, cínico—. ¿No crees que sea capaz de hacerlo?

—No creo que seas la persona adecuada para ser político. Eres demasiado inteligente. –Digo y él se vuelve de nuevo a la tele y esboza una sonrisa ruborizada.

—Por eso mismo.

—Pero los políticos han de ser ladrones idiotas a los que se pueda sustituir con facilidad. Tú eres demasiado… —No se me ocurre una palabra.

—Demasiado único. –Dice completando mis palabras pero yo no contesto a ellas y me quedo mirando la televisión con desdén—. No soy el único psicópata que ha llegado a ser político.

—Si hablas de Hitler… —Le digo, suspirando—. No escojas ese ejemplo, no es el más adecuado.

—Un ejemplo con Hitler nunca es adecuado, supongo. –Dice, pensativo—. Pero él fue la elección de su pueblo muerto de miedo y hambre por las medidas contra Alemania tras la derrota de esta en la Primera Guerra Mundial. –Sentencia.

—Eso es lo más peligroso. Que lo elijan, y no que se haya impuesto él mismo. Si hubiese dado un golpe de estado tal vez nada de lo que sucedió hubiera ocurrido. Pero el pueblo le quería, el pueblo le apoyaba, y eso es lo verdaderamente peligroso.

—No hables de ucronías. –Me pide—. Eso sí que es temerario. ¿Qué había pasado si el cristianismo nunca hubiese existido? ¿Qué habría sucedido si los nazis no invaden noruega para obtener glicerina de la grasa del salmón y transformarla en nitroglicerina? ¿Qué habría pasado si en la guerra fría Rusia hubiera sobresalido frente a Estados Unidos y este no hubiese perdido solo en Vietnam? ¿Qué había pasado si la guerra de Corea nunca hubiese acontecido? Es muy peligroso salirnos de este espacio tiempo. Las cosas que han ocurrido, han ocurrido y punto, no se pude volver atrás, pero siempre podemos evitar cometer nuestros errores de nuevo.

—Eso no es tan fácil. –Suspiro—. Por desgracia somos hombres y caemos más de dos veces en la misma piedra.

—Seguro que éramos más inteligentes cuando aún éramos organismos unicelulares. –Dice y rompe en carcajadas con sus propias palabras. Oírle reír me hace reír a mi también, pues el sonido de su risa ahora se me hace como la más dulce de las caricias, como el sonido más agradable y enriquecedor que podía haber deseado escuchar. Mozart*, desaparece. Purcell* o Monteverdi* no valen nada en contraste con su risa algo cansada por su cuerpo molido. Me siento terriblemente agradecido de tener este sonido en mi hogar pero al mismo tiempo comprendo lo que esa sonrisa esconde, y la persona detrás de ella ha estado a punto de morir esta noche en mi cama. La idea, me hace cortar mi risa, pero él no nota el brusco parón. Sigue mirando la televisión con una sonrisa animada.

—Si te encuentras mejor… podríamos irnos ya. –Le digo pensativo y él vuelve a girar su rostro a mí, confuso.

—¿“Irnos”? –Pregunta curioso y yo asiento.

—¿Crees que voy a dejarte ir a casa solo en tu estado? Nada de eso. –Niego en rotundo mientras él me devuelve una mirada agradecida—. Voy a acompañarte a casa.

—Gracias, hyung. Eres todo un amor.

 

Hoy la mañana es algo más fresca que otros días. Un sábado a primera hora de la mañana no es algo rutinario y menos cuando la mayor parte de la población está durmiendo en sus casas o trabajando, aquellos que tengan que hacerlo. Son las diez de la mañana y en la calle, aunque se ve alboroto, no es tanto como hemos podido ver otro día. Jeon ha vuelto a ponerse la ropa con la que se presentó anoche en mi casa, ya seca y aunque con olor a alcohol y tabaco, perfectamente le sirve para regresar a casa. Le he dejado una larga bufanda gris para no empeorar el estado en que se encuentra. Ambos hemos coincidido en que con las defensas bajas, él puede coger un resfriado con la más mínima brisa de viento. Después ha bromeado sobre que ayer tomó todo el jarabe de tos obligatorio para un catarro y que no enfermaría, pero eso solo ha hecho que yo insista aún más en que necesitaba la bufanda. Se la ha puesto sin rechistar y ambos hemos salido en dirección a su casa. Ahora, cuando le miro, puedo verle terriblemente vulnerable e infantil. Me siento desprotegido a su lado, al contrario de cómo me he podido sentir frente a él cuando representaba para mí todo un modelo de conducta. Me siento decepcionado, pero en cierta parte, es tan solo conmigo mismo, por no ver la profundidad de su persona detrás de su inteligencia, de su prepotencia.

Yo, al igual que él, meto mis manos en el interior de los bolsillos del abrigo y me acurruco un poco mejor debajo del cuello de este. Aunque aparece el sol detrás de unas cuantas nubes, sopla un frío viento que me pone la piel de gallina y la idea de que puedo enfermar es latente, pero no me contento a no acompañarle de vuelta a su casa, y con suerte, hacerle prometer de camino que no volverá a ingerir una sola gota de alcohol en días, y mucho menos de codeína. Pero sé que no soy valiente para prohibirle nada y tampoco soy nadie para decirle lo que tiene que hacer y lo que no. Es adulto, y aun así, no consigo desprenderme de la necesidad de protegerle de agentes externos y aún más, de sí mismo. Cuando hemos avanzado casi medio kilómetro en completo silencio, él se siente obligado a romperlo y yo estoy agradecido de que lo haga, pues a cada segundo, me ahogaba más la sensación de que no diría nada.

—De verdad no era necesario que me acompañases. –Dice de forma convencional, obligado por una rutina ajena a él.

—Lo sé, pero quería hacerlo. Me quedo más tranquilo si te veo entrar en casa, sano y salvo. –Suspiro y él asiente, sonriendo, pero a los segundos frunce el ceño, tomando mis palabras como una ofensa.

—¿Crees acaso que voy a irme de nuevo a un bar? –Me pregunta con una mueca ofendida y yo niego con el rostro.

—No hablo de eso. Estoy hablando de tu estado. Anoche apenas podías caminar, y temo que no llegues bien a casa. –Suspiro tímido y acongojado por su manera tan hiriente de interpretar mis palabras, con lo que él acaba sintiéndose satisfecho con mi contestación.

—Ah, vale… —Dice.

—De todas maneras, yo no soy nadie para prohibirte nada. Supongo que lo sabes. –Le digo mientras él asiente y miro directo al frente—. Dejé muy claro que no quiero una relación contigo, pero me siento en cierto modo responsable, y más si apareces a las cuatro de la mañana en la puerta de mi casa.

—Lo sé. –Dice, con un suspiro.

—Tan solo quiero quedarme tranquilo dejándote en tu casa. Si luego quieres volver a salir a beber, no es mi problema, pero espero que no reaparezcas en mi puerta.

—¿Qué harías si lo hiciese? –Me pregunta mientras me mira con media sonrisa y yo frunzo el ceño. Me gustaría ser frío y cortante y decirle que no le salvaría de nuevo, que le dejaría allí tirado esperando porque regresase por sus propios medios a su casa, pero ambos sabemos que estaría mintiendo y me limito a negar con el rostro.

—No lo vuelvas a hacer. –Digo, serio.

—¿Preferirías que me tirase en medio de la calle? –Me pregunta, intentando herirme con situaciones hipotéticas que con solo imaginarlas me ponen los pelos de punta.

—No juegues a eso, Jeon. –Le espeto—. No me hace gracia. No quiero pensar que podría pasarte nada. Y no lo pensaba hasta hace un día. Te creía más listo que todo esto y que podrías sobrevivir solo. Pero ya veo que no. –Le digo y él baja la mirada, humillado por mi respuesta.

El silencio regresa a ambos mientras que caminamos en dirección a su casa. Acabamos saliendo del centro de la ciudad para aventurarnos en una pequeña urbanización de chalets de color del ladrillo decorados con tonos beige. Son muy hermosos, unos contra otros, en una sucesión de casas cada una con pequeños toques que le proporcionan una hogareña personalidad. Nos detenemos frente a la pequeña puerta de rejas metálicas que delimitan la entrada de una de ellas. Se puede ver como en una de las habitaciones superiores hay colgados de una pequeña cuerda unas cuantas prendas de ropa interior y un par de sudaderas. En el propio recinto que conforma la entrada desde la reja metálica hasta la propia casa, hay varios cubos, algunas macetas vacías, una pala, un pequeño cepillo y unas cuantas pelotas de fútbol. Desde donde estoy no puedo distinguir el patio trasero, pero puedo ver el de las casas contiguas, y se ve grande y vistoso.

—Hemos llegado. –Me dice parándose justo delante de esa puerta, otea el interior pensativo y después me dirige la mirada a mí, un tanto cohibida.

—Bien. –Digo y suelto un largo suspiro—. Pues yo me voy. –Le digo sentenciando la despedida y él me mira sutilmente entristecido—. Espero que te cuides y estés bien. Si ocurre algo, llámame, pero no lo hagas para alguna tontería. ¿Entendido? –Le pido, no muy seguro de la clase de relación que estoy creando al darle este tipo de despedida.

—Muchas gracias, Yoongi. Eres la mejor persona que conozco. –Me dice con las mejillas encendidas y yo sonrío de forma seca mientras que él se gira levemente para otear la parte del garaje, pensativo—. Mis padres parece que no están en casa. –Suspira—. ¿Te gustaría entrar?

—No creo que sea adecuado. –Le digo mientras él entristece su ceño—. Además, tengo que regresar a casa.

—Solo será un momento. –Me pide, haciendo un puchero mientras se esconde un poco más en su abrigo—. ¿No querías asegurarte de que llego sano y salvo? –Me pregunta con cinismo y yo suelto un largo resoplido mientras miro alrededor. No hay una sola alma en toda la urbanización, aunque puedo escuchar los ladridos de un perro alrededor y algo de música de una casa cercana. Yo vuelvo a mirarle buscando en su expresión un verdadero motivo para entrar en su casa, y a pesar de que nada de lo que encuentro me convence, acabo asintiendo, provocando en él una dulce sonrisa aniñada—. Ya verás. Te encantará nuestra casa. ¡Ya verás todos los libros que tengo!

—Solo un minuto. –Le digo pero él se ríe, divertido con mis palabras. Cuando mete la llave en la pequeña cerradura de la verja tengo la terrible sensación, junto con el sonido chirriante metálico, de que no voy a salir de esta casa.


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*Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart​ (Salzburgo, 27 de enero de 1756—Viena, 5 de diciembre de 1791), más conocido como Wolfgang Amadeus Mozart o simplemente Mozart, fue un compositor y pianista del antiguo Arzobispado de Salzburgo (anteriormente parte del Sacro Imperio Romano Germánico, actualmente parte de Austria), maestro del Clasicismo, considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia.

*Henry Purcell (Westminster, c. 10 de septiembre de 1659—Dean's Yard, Westminster; 21 de noviembre de 1695) ​ fue un compositor británico del barroco. Considerado uno de los mejores compositores ingleses de todos los tiempos, ​ incorporó a su música elementos estilísticos franceses e italianos, generando un estilo propio inglés de música barroca.

*Claudio Giovanni Monteverdi (Cremona, bautizado el 15 de mayo de 1567 — Venecia, 29 de noviembre de 1643) fue un compositor, gambista y cantante italiano. Marcó la transición entre la tradición polifónica y madrigalista del siglo XVI y el nacimiento del drama lírico y de la ópera en el siglo XVII. Es la figura más importante en la transición entre la música del Renacimiento y del Barroco.

 


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