AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 41
CAPÍTULO 41
Yoongi
POV:
Sábado
09:00
Despierto muy lentamente, sintiendo el cuerpo entumecido y la cabeza palpitando. Frunzo el ceño intentando despejarme de la sensación de malestar que me consume y me revuelvo un poco aun en la inconsciencia, pero no puedo moverme demasiado. Lo primero que siento, una sensación fuerte y palpable, es que tengo frío y no hay nada sobre mi cuerpo con lo que abrigarme. Una de mis manos, rodeándome la cintura, busca sobre esta cualquier resquicio de tela aparte de mi propia ropa, pero solo consigo alcanzar el frío aire alrededor. Ese sentimiento de impotencia me anima a hacerme una bola y acurrucarme, pero mi frente choca con algo en el camino y cuando entreabro con sorpresa los ojos me encuentro con un plácido rostro, pálido como un muerto y de labios rosados aunque levemente agrietados. Reconozco el rostro con solo un segundo de observación y con la imagen de su rostro regresan los acontecimientos del día anterior. En realidad ni siquiera ha pasado un día. Tan solo unas horas, por lo que deduzco de la débil luz del sol entrando como una grisácea luminiscencia a través de la ventana detrás de mí.
Recordar lo sucedido y de forma tan repentina me hace sentir un vuelco el estómago y con movimientos imperceptibles acerco mi mano a la línea de su cuello, justo donde su piel se hunde con facilidad. Intento tomarle el pulso, pero nunca he sido bueno con ello y rozar su piel sobre su cuello solo me hace sentir mucho más nervioso, por lo que acabo situando los dos mismos dedos que he usado para tomarle el pulso en debajo de su nariz, esperando que su cálido aliento me bañe las yemas, lo que ocurre a los pocos segundos. Con este simple gesto de su dormido cuerpo me doy por satisfecho y me siento terriblemente aliviado mientras que me quedo mirando sus pálidas y lechosas mejillas bañadas por la azulada luz del día. Temo despertarle, pero no puedo evitar posar mis yemas sobre su mejilla para sentir que su palidez es a causa de frío, tanto como el que seguramente yo tengo, y dejo caer toda mi palma con suavidad sobre su rostro, para que el calor de mi mano pueda insuflar un poco de color en esas dulces mejillas. Él no se mueve un ápice y si me concentro, puedo incluso escuchar el sonido del latido de su corazón. O tal vez sea el mío.
Sus ojos comienzan a moverse debajo de los párpados, con algo de velocidad, pero yo no despego mi mano de su mejilla, intentando que se recomponga poco a poco. Cuando sus ojos se detienen de nuevo su respiración se vuelve algo más profunda y sonora. Puedo sentir como sus pulmones se vacían de aire y vuelven a llenarse. Jamás pensé que ese hálito de vida sería la mayor expresión de felicidad que alguien me pudiera regalarme. Jamás lo habría reconocido delante de él, pero tampoco habría podio dormir pensando en que no despertaría. Me aterraba la idea de despertar delante de un cadáver, el suyo, pero ver que está aún conmigo después de lo que pasó anoche, me siento aliviado y al mismo tiempo agradecido. Pensar que no es la primera vez que le sucede me torna entristecido, y saber que lo sucedido no le hará volver a recaer, me aterra. En completo silencio y con mucho cuidado acerco mi rostro al suyo y dejo mis labios a menos de un centímetro de los suyos, sintiendo en estos la fuerza de su respiración saliendo a través de su nariz. Segundos después beso sus labios, irremediablemente condenado a sentir fuego en mi interior, en contraste con el frío de sus propios labios. Un beso me parece suficiente condena, suficiente humillación como para divertirme con ellos intentando calentarlos con mi aliento, por lo que me conformo con un dulce e inocente roce de mis labios y me levanto de la cama lo más silencioso que me permite mi cuerpo entumecido.
Cuando estoy de pie me contengo de coger una de las mantas de la cama que cubren el cuerpo de Jungkook y camino a la cocina rodeando mis brazos con mis propias manos, pensando en que hacía mucho tiempo que no tenía tantas emociones encontradas en tan poco tiempo. Aun no estoy despierto para pensar con fría claridad lo que ha sucedido, ni siquiera para aislar la situación en la que me encuentro ahora. Cuando llego a la cocina me sumerjo en el interior del frigorífico como si dentro de este estuviesen todas las respuestas a mis preguntas y acabo convenciéndome de que lo único que necesito es algo que me caliente el estómago. Sin pensarlo por más tiempo pongo agua a hervir en una tetera metálica y con gestos torpes, dormidos y doloridos alcanzo una bolsa de té blanco y me quedo de pie mirando como poco a poco el agua se calienta en el interior de la cazuela. No sé cuánto tiempo pasa ni cuánto me he sumergido en mis pensamientos pero la tetera comienza a sonar y sirvo el agua en una taza y dentro de esta dejo caer la bolsita de tela. rápidamente el olor de este se esparce alrededor de mí y a lo largo y ancho de la cocina.
Cuando pruebo el té me parece demasiado insípido en comparación con el sabor de los labios de Jungkook pero lo dejo pasar mientras que me siento en una de las sillas establecidas en la cocina, pongo los pies sobre la barra metálica entre las patas y soporto sobre mi regazo la taza de té. El calor de este a través de la cerámica me hace sentir un poco más reconfortado, pero no lo suficiente. No creo que haya nada que me haga sentir de nuevo revitalizado, y menos cuando despierto con la sensación de estar al lado de un cadáver. Con la sola idea de que ha podido morir en mis brazos sin ser yo consciente de ello, me sumerjo de nuevo en mis propios pensamientos y lo primero en lo que recaigo es en el silencio de mi propio hogar. Jamás antes había estado tan silencioso. Pero la diferencia no es la falta de ruido, es la evidente aura de terror, pánico y tristeza que perdura desde anoche en esta casa. A lo lejos puedo oír el sonido de pisadas desde un piso colindante, y a través de la ventana de la cocina oigo como alguien tiende ropa y el chirrido de las cuerdas emite una leve sinfonía de fondo. Una tétrica sinfonía. ¿Por qué ha tenido que amanecer un día tan normal fuera, cuando aquí dentro yo sigo en pánico?
—¿Yo—Yoongi? –Oigo una débil voz desde la puerta de la cocina y mi primera reacción es dar un respingo girando el rostro en su dirección. Cuando diviso a Jungkook ahí parado, con rostro cansado y ojeroso y una manta sobre sus hombros, cubriéndose a sí mismo temeroso del frío me levanto de un salto poniendo el té a medio tomar sobre una mesa cercana y él me sigue con una mirada triste y culpable.
—¿Te he despertado? –Le pregunto algo avergonzado pero él niega con el rostro mientras se frota un poco con su mano, algo desorientado. Mira alrededor, curioso—. ¿Quieres que te prepare algo? Tal vez deberías dormir un poco más. ¿Tienes frío? –Él se bloquea con mis preguntas y acaba negando con el rostro, pero no estoy seguro a qué de todo niega. Al final, solo creo que niega a seguir escuchándome.
—Cre—creo que debería irme…
—¿Irte? –Le pregunto, y en cierto modo agradecería que lo hiciese y dejase de ser mi responsabilidad, pero ni loco dejaría que se fuese en este estado. No quiero tener problemas con sus padres si le ven aparecer con esta cara descompuesta ni tampoco estoy seguro de que pueda llegar a casa—. ¿Irte a donde? –Le pregunto, pero ya conozco la respuesta.
—A casa. –Dice, con voz derrotada. Baja la mirada, avergonzado por su comportamiento esta noche.
—No, eso ni en broma. –Le digo, negando en rotundo y llegando hasta él, para posar mis manos sobre sus brazos, haciéndole entrar en razón—. En este estado no voy a dejarte salir, así, como si nada.
—No tienes que hacerte cargo de mí. Soy adulto… —Dice, pero no lo parece—. Además, me siento terriblemente mal por mi comportamiento de ayer. Ese no soy yo, te lo prometo. –Se justifica—. No tenía que haber venido aquí, no comprendía en el compromiso que podía ponerte…
—Eso ya da igual. –Le digo y conduzco con mis manos sobre su cuerpo a través de la cocina y le hago sentarse donde yo estaba segundos antes y me inclino para mirarle directo al rostro—. ¿Crees que tienes el estómago bien? Te haría bien tomar un poco de té y comer algo, para que te desaparezcan del todo los efectos.
—No tengo hambre. –Dice, arrugando un poco la nariz ante la idea de ingerir algo—. Aún sigo algo mareado.
—Se llama resaca, amigo. –Le digo acariciando su cabello y retirando alguno de sus mechones de su frente—. Tal vez una ducha de agua caliente té temple el cuerpo. –Él asiente mirándome algo más entusiasmado, pero yo tuerzo mi sonrisa—. Pero cuando se te pase un poco el mareo. –Él asiente con mis palabras y yo cojo ambos extremos de la manta que cae por sus hombros y le cubro bien con ella, recibiendo de él una leve risa, por hacerle sentir pequeño—. No sabes el disgusto que me diste anoche. Ahora te espera una buena reprimenda, muchacho. –Le digo, pero no puedo poner un tono serio, el sonido de su risa me hace sentir demasiado bien.
—Lo sé, lo siento… —Suspira—. ¿Vas… vas a decírselo a mis padres? –Me pregunta mientras me mira, con ojos desamparados. Yo trago en seco y estoy a punto de contestarte pero él me interrumpe—. Lo entendería si lo hicieras, aunque te suplicaría para que no se lo cuentes. Entiendo que no es agradable que te despierten a las cuatro de la mañana y te carguen con una responsabilidad que no era tuya… y que soy un irresponsable…
—Lo eres. –Le digo, asintiendo.
—De ser tú, yo me habría echado a la calle y cerrado la puerta con candado. O llamado a la policía, o a mis padres, o a una ambulancia…
—Siento no ser alguien que actúe de forma razonable… —Suspiro—. Pero fue lo que me pediste…
—Si te hubiese pedido que me dejases tomar el resto del jarabe que me quedaba, ¿lo habrías hecho?
—No. –Digo, en rotundo.
—Entonces no me culpes a mí de tus actos. –Suspira y baja la mirada—. Lo siento, no se me da bien dar las gracias…
—Gracias aceptadas. –Le digo y él me mira, sonriendo—. A veces me sorprende tu dualidad. Puedes ser jodidamente encantador, y otras siento que puedes mandar mi mundo a la mierda. –Suspiro y él me mira con grandes ojos brillantes.
—Eso es lo más hermoso que me ha dicho nunca nadie. –Sonríe.
—Es lo más tóxico y macabro que me ha hecho sentir nunca nadie. –Le digo con esperanza de que no sonría, pero lo hace mucho más intensamente. Yo acabo soltando un largo suspiro y le doy la espalda para rescatar mi te y cuando me vuelvo a él me mira con ojos divertidos aunque aun un tanto adormilados—. ¿Qué me miras?
—Ayer me dijiste, si no recuerdo mal, que cuando despertase me soltarías el discurso…
—Ya. –Digo, suspirando—. Pero he estado pensado, y ni siquiera eres mi paciente, ni mi hijo, ni mi pareja, así que tú y yo no tenemos nada que nos ate, por lo que no voy a sermonearte en respecto a lo que haces con tu vida. –Él se decepciona poco a poco con mis palabras—. Es decir, ¿de qué te sirve que te diga que no vuelvas a consumir codeína? Eres adulto y responsable. Eres listo, no la tomas con el desconocimiento de los efectos. Así que, si en pleno uso de tus facultades decides tomarla… ¿Quién soy yo para negártelo? Ahora, sí tengo que recriminarte por la parte que me toca.
—¿Qué parte es esa?
—La de que aparezcas moribundo en el portal de mi casa. Podrías haberme metido en un lío, y lo sabes, y no estabas en tus facultades para tomar esa decisión, y lo comprendo, pero eso haberlo pensado antes de tomar la codeína. Si quieres que te dé un fallo respiratorio tómala en tu cuarto y muere ahí, sin molestar a nadie. –Las palabras queman según pasan por mi lengua, pero son palabras que realmente siento y que él comprende a la perfección, pues está de acuerdo con ellas. Baja el rostro, suelto un largo suspiro y cuando vuelve a mirarme asiente, de acuerdo con todo lo que he dicho.
—Vaya… —Suspira, a los segundos—. Esto debe ser lo que llaman amor. –Dice, posando teatralmente sus manos sobre su pecho.
—¿Qué sientes? –Le pregunto.
—Una completa e irracional tentación a caer suplicando a tus pies que seas misericordioso con tus acciones, pues dependo totalmente de la más mínima acción de tus deseos.
—No seas melodramático. –Le digo apurando el té en mi taza y dejándolo sobre la encimera mientras él ríe animado con mi expresión desesperada.
—No te lo tomes así. –Me dice riendo pero yo no puedo evitar no mostrarme un tanto disgustado con su expresión divertida hasta que sus palabras me sorprenden—. Te quiero.
—¿Hum? –Le pregunto, atónito mientras me cruzo de brazos, apoyado en la encimera justo en frente de él.
—Si creyese en Dios pensaría que eres un ángel, enviado por él, para salvarme de mi mismo.
—Pero no eres creyente. –Le digo.
—Si fuese científico habría pensado que la atracción entre nuestros cuerpos ha provocado que esta noche no se convirtiese mi adicción en mi muerte.
—Pero no eres científico. –Rebato.
—Si fuese poeta serías mi musa.
—No eres poeta. Eres médico. –Le digo a lo que él sonríe, de lado.
—Eres mi dosis de codeína. –Suspira y yo me quedo en silencio, frunciendo los labios mientras pienso determinadamente en sus palabras. En lo doloso que ha sido escúchalas y en lo hiriente de su dulce y aniñada mirada. Su cansancio ha desaparecido en parte pero no sé si habla él o sigue hablando del efecto de la droga. Acabo soltando un gran suspiro y le señalo la puerta de salida con la mirada.
—Ve a ducharte. Cuando salgas tendrás el desayuno preparado.
:(((((((((((((((
ResponderEliminarquiero chillar mucho mucho
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