AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 40
CAPÍTULO 40
Yoongi
POV:
17 – noviembre – 2017
Sábado
4.00 am
Respiro profundamente mientras me acurruco un poco mejor dentro de las mantas sobre mi cuerpo en la cama. Fuera, la lluvia crea un gran estruendo con cada gota golpeando el cristal de mi ventana. Vuelto de espaldas a él cierro los ojos intentando concentrarme en el sonido de la lluvia para tomarlo como un ejercicio y poder caer al fin dormido, pero es algo que llevo al menos una hora intentando y no hay forma de caer bajo los brazos de Morfeo. Suelto un gran suspiro mientras miro el reflejo de la poca luz de la ventana entrando a través de mi habitación y como se ejecuta con precisión sobre la pared que estoy mirando. Un rayo ilumina momentáneamente y de forma precipitada el interior de la estancia y me hace dar un leve respingo. Es un terrible fogonazo de luz que me hace sentir observado a la par que intimidado y segundos después aguardo a que el trueno se reproduzca. La oigo llegar a través de las calles, con su onda expansiva acercándose. Llega hasta el interior del cuarto haciendo temblar el cristal de la ventana. Sin duda ya era hora de que la estación de lluvias nos sorprendiese a todos.
Hace días que no tengo noticias de Jungkook. Desde que le cité en mi consulta no he vuelto a verle, no he vuelto a hablarle. El número de teléfono guardado en mi agenda del móvil a veces me llama la atención, a veces me siento tentado a llamarle, a mensajearle, pero tal como habría hecho con una adicción a las drogas me convenzo de que mi ansiedad por volver a retomar el contacto es tan solo infundado por el periodo de abstención. En una semana ya no tendré esa opresión en el pecho al pensar en él, en un mes ya no pensaré constantemente en él, en dos meses habrá días en los que no le recuerde, y después de eso, todo será mucho más fácil. Me digo. Pero sé que no es real. Ni yo soy tan fuerte ni hay pruebas de que realmente vaya a poder sacarlo de mi cabeza. Pues no depende solo de mí.
Me oculto mejor debajo de las sábanas y cierro los ojos con fuerza intentado liberarme de esos pensamientos hasta que escucho un par de golpes seguidos, prominentes del salón. Me yergo como impulsado por una descarga eléctrica y me quedo mirando con ojos temblorosos la puerta entornada de mi habitación que conecta con el salón. La oscuridad que se cuela desde el exterior no me transmite ninguna confianza, pero tampoco lo hace el perturbador silencio que se oye por todas partes, roto por el sonido de la lluvia. Agudizo el oído, expectante, agarrando con fuerza el borde de la sábana por si tengo que salir de la cama precipitadamente. Durante al menos un minuto no oigo más que la lluvia tintinear con fuerza contra los cristales de mi casa y en mi mente comienzo a pensar en las posibilidades de esos dos golpes sucedidos uno contra el otro. Puede haber sido algo contra la ventana, o tal vez no ha sido ni siquiera dentro de mi propio piso, sino en los colindantes. Me agarro el pecho mientras me dejo caer sobre el cabecero pero los ruidos vuelven a emitirse esta vez con más fuerza y no dos, sino cuatro. Apenas cinco segundos después vuelven a repetirse, esta vez solo tres.
Sin aguantar por más tiempo entre las tinieblas de mi cuarto me aventuro, con el corazón en la garganta, a salir de la cama con el mayor sigilo que me permiten mis pies descalzos y camino temeroso hasta alcanzar con una mano el pomo de la puerta entornada de mi habitación. Aguantando la respiración y con el sonido de la lluvia reverberando por todo el espacio me atrevo a abrir poco a poco la puerta para encontrarme un salón solitario, en completo silencio pero en la misma penumbra que el resto de la casa. Me quedo ahí, en el umbral, esperado porque se repitan los sonidos y conocer al fin su procedencia, pero no suenan más. Suelto el aire que aguardaba en mi interior y trago en seco, cobarde como para indagar en el resto de habitaciones por si realmente algo malo ha sucedido. Cuando sea de día, me digo, ya veré qué ha sucedido.
Cuando estoy a punto de girarme para internarme de nuevo en la habitación, dos fuertes golpes se vuelven a oír. Más fuertes que el resto, más impacientes, más llamativos. Miro directo a la puerta de salida y tiemblo ante la idea de que un desconocido llame a las cuatro de la mañana a la cama. Pero antes prefiero la idea de que sea un extraño a siquiera pensar que es Jeon, el que aguarda al otro lado de la puerta. No consigo tener el valor de mover un solo pie del suelo en donde me encuentro hasta que no oigo otros dos golpes. Me encamino con paso decisivo a la puerta de salida y me asomo a la mirilla, más ofendido por la molestia que me causa que alguien aparezca en mi puerta a esta hora y se atreva a golpear la madera en vez de llamar al timbre como una persona civilizada.
La sorpresa de no encontrarme a nadie al otro lado de la puerta me hace sentir temeroso, pero la idea de no ver nada porque en realidad todo está a oscuras en el portal, me suscita un terror que no sé manejar. Con una mano en el cerrojo me planteo la idea de abrir, pero un primario instinto de supervivencia me advierte de que eso no es muy buena idea y retrocedo, justo cuando escucho mi nombre al otro lado.
—Yoongi… ábreme… —Reconozco la voz de Jungkook, lo que me aumenta el ritmo cardíaco ante la posibilidad de que realmente esto esté siendo algo real, y no una mala pesadilla. Esto no es una jodida pesadilla. Su voz no ha sondado amenazante, tampoco impaciente o desesperado. Parecía… exhausto.
—¿Kook? –Pregunto a la nada al otro lado de la puerta y al no escuchar una sola palabra al otro lado comienzo a creer que me estoy volviendo loco. Ante la temeraria adrenalina que me recorre el cuerpo descorro el cerrojo y abro la puerta, al principio con cuidado y lentitud, apenas unos cuantos centímetros que me permitan ver algo al otro lado, pero a la altura de mis ojos no consigo ver nada. Abro un poco más escrutando alrededor hasta que la luz que entra desde el interior de mi casa alumbra débilmente el rostro de un Jungkook caído en el suelo vuelto a mí. Su expresión es del todo demoledora, pero todo su cuerpo, el conjunto de su expresión y su composición es demoledora. Con la espalda apoyada en la pared contigua a mi puerta, el abrigo empapado sobre su cuerpo y sus brazos rodeándose a sí mismo, temblando, con terribles espasmos, me hacen temer seriamente por su estado. Pero más que su cuerpo, es su expresión. Pálido, ojeroso, tembloroso, con ojos adormilados pero con repentinas muecas de dolor e impotencia.
—Yoongi… —Murmura mi nombre entre un temblor impropio de él, impropio del frío. Puedo ver, a su lado triada en el suelo, la mochila con la que siempre asistía a mis consultas y sus manos agarrándose con fuerza en el abrigo. Su pelo húmedo por la lluvia cae a mechones empapados a través de su frente. Algunos de ellos se han ondulado por la humedad y otros están un tanto revueltos. Se ha pasado repetidas veces las manos por el pelo para que no le estorbe, pero han acabado dejándose caer sobre su frente. Pero a juzgar por su rostro, tal vez no sea agua, tal vez sea sudor.
—¿Qué diablos…? –Digo, levemente estupefacto—. ¿Qué haces aquí?
—No… no… ha sido… mala idea… —Dice murmurando. Yo miro alrededor hacia la oscuridad de mi corporal y al resto de puertas a lo largo del pasillo. No me extrañaría que ante el ruido mis vecinos saliesen a comprobar qué sucede.
—¿Qué ha sido mala idea? –Le pregunto, mirando su rostro descompuesto. Parece estar a punto de vomitar.
—La codeína*. –Dice como si fuese obvio—. No he debido mezclarla con alcohol. –Sentencia con dificultad, sacando sus palabras entre los temblores y yo doy un respingo al oír la palabra codeína. Con una expresión de horror y miedo me acuclillo a su lado y pongo una mano sobre su frente, para medir la temperatura, pero él me la aparta de un manotazo—. No tengo fi—fiebre. ¿Qué coño haces?
—¿Por qué rayos vienes a mi casa? Tienes que ir al maldito hospital.
—No, no. –Niega.
—O a tu casa, a donde sea…
—No. –Vuelve a decir, agarrándose con fuerza el abrigo sobre su pecho—. De camino a casa iba, pe—pero… me ha empezado a doler el pe—pecho… no… no podía seguir…
—Por el amor de Dios. –Digo poniéndome de pie, llevándome las manos a la cabeza. Todo él huele a alcohol, y sabe Dios que más se ha tomado a parte de la codeína. Con un largo resoplido le señalo con un dedo acusador.
—Si esto es una maldita tontería adolescente para llamar la atención porque no he contactado contigo… —Le digo pero él me mira ofendido.
—¿Crees que me a—atrevería a provocarme un fallo res—respiratorio… solo por…ti? –Sentencia y cuando termina se acurruca mejor en su abrigo, soltando un insulto. Debe estar helado—. Es muy romántico, incluso ingenioso… pero soy mejor que—que eso… solo… me he pasado esta vez…
—¿Esta vez? –Le pregunto soltando un resoplido—. No es la primera… ¿no?
—Claro que no. –Dice, como si fuese evidente—. Joder… —Murmura mientras se mira las manos, temblorosas por el frío, pero puedo observar como su vista no se enfoca en sus manos—. He decidido parar cu—cuando he comenzado a sentir que se me dor—dromían las manos.
—Joder… —Murmuro.
—Pensé que podía ser por el frío, pero a las manos le han seguido los brazos y después el re—resto del cuerpo…
—Eres un maldito desastre. –Suspiro y él asiente, apoyando la cabeza en la pared, cerrando los ojos.
—Joder, todo me da vueltas…
—Venga, se acabó. –Le digo, más preocupado de que los vecinos salgan de que él se vomite encima—. Vamos dentro. Mañana, si sobrevives, pienso matarte. –Él suelta una risa como si realmente estuviese ido y yo me agacho para coger la mochila de su lado y ponérmela sobre los hombros para después cogerle a él de un brazo y levantarle, ayudándonos de la pared a su espalda para apoyarse. Cuando se pone en pie realmente puedo ver el estado en que se encuentra en la forma en que no puede enfocar la vista sobre ninguna parte y simplemente caminar dejándose llevar por mi ayuda. Con su brazo sobre mis hombros y una de mis manos en la cintura le adentro en la casa y cierro detrás de mí.
Cuando llegamos al salón y enciendo la luz me encuentro ante la idea de que no sé cómo solucionar esto y que en realidad, no soy médico y jamás he tenido que tratar con esta clase de pacientes. Más me preocupa que él es realmente el médico y ni siquiera ha sabido mantenerse estable. Cuando llegamos al salón le dejo caer en el sofá y él se deja hacer. Me le quedo mirando como vuelve a temblar.
—¿Los temblores son normales? –Pregunto—. ¿Son efectos de la codeína?
—No. –Dice, con ojos cerrados, apretados—. Es por el frío, tengo la ropa empapada.
—¿Cuánto llevas caminando bajo la lluvia?
—Desde que salí del bar en el que estaba. –Dice, pensativo—. Tal vez media hora, algo más… no lo sé.
—Está bien. –Le digo, intentando tomar el control de la situación, que se me escapa por momentos. Creo que jamás he estado tan despierto como en este instante y aun así, no me siento capacitado para hacerme cargo de algo como esto—. Quítate la ropa, te traeré ropa seca. –Le digo mientras me adentro en mi habitación y rebusco por todo mi armario algo de ropa que pueda valerle. Cojo incluso ropa interior por si es necesario. Unos pantalones largos de deporte, una camiseta de manga corta y una sudadera de algún grupo de música. Cuando regreso al salón él no se ha movido un ápice. Cubre sus ojos con el dorso de la mano y con la otra mano ha posado dos dedos sobre su cuello—. ¿Qué haces?
—Controlando mis co—constates…
—Joder. –Murmuro, asustado con la frialdad con la que se toma su propio estado—. ¿Son normales?
—No lo sé. –Dice, desanimado—. Si me concentro demasiado en algo… si—siento nau—nauseas… —Ante sus palabras dejo la ropa seca a su lado en el sofá y salgo corriendo a buscar un cubo a la cocina, que le dejo cerca de sus pies. Cuando regreso le encuentro luchando con su abrigo para deshacerse de él, pero yo le ayudo en silencio mientras oigo el sonido de su respiración, pausada, pero al mismo tiempo, fuerte e intensa. Sus manos tiemblan mientras se deshace de su abrigo y después cae exhausto sobre el sofá, como si acabase de hacer el mayor esfuerzo de su vida. Con ojos cerrados y los labios entreabiertos retoma el aliento, pero yo no puedo permitir que se quede así, por lo que sigo desvistiéndole primero quitándole el jersey de lana que trae consigo y después desabrochándole los pantalones. Observo que realmente se encuentra mal cuando alzando la mirada no me encuentro una expresión de cinismo en sus ojos. No creo siquiera que pueda mirarme.
—Kook, no te duermas. No me preocupes. –Le advierto mientras le quito los pantalones pero él suelta una risa nasal.
—Me he tomado más de medio bote de codeína. ¿Qué quieres que haga? –Me dice con lentitud y yo me le quedo mirando un tanto pensativo.
—Está en la mochila, ¿verdad? –Asiente a mis palabras y cuando termino de quitarle toda la ropa me acerco al baño para buscar una toalla y secar su cuerpo junto con su pelo. Cuando termino le pongo la ropa seca sobre el regazo, rezando porque al menos pueda hacer un mínimo esfuerzo—. Vístete. –le pido y él asiente débilmente mientras que observa con detenimiento la ropa que le he dejado sobre el regazo, como si analizase si esta ropa forma parte de él, como una extensión de su cuerpo o realmente es algo que puede manejar. Yo, mientras, me dirijo a su mochila que pongo sobre la mesa del salón y busco primero en el bolsillo grande en donde encuentro un archivador y un par de libros, por lo que entiendo que ni siquiera pasó por casa al salir de la universidad y después rebusco en el bolsillo más pequeño, en la parte baja de la mochila. Saco un paquete de tabaco, dos mecheros, un botecito con crema de manos y una caja cuadrada—. Jarabe para la tos. –Leo, frunciendo el ceño y cuando miro a Jeon en mi sofá, este está perplejo, mirando los calzoncillos que le he dejado—. ¿Jarabe para la tos? ¿De dónde cojones has sacado esto?
—Por el amor de Dios, Yoongi. Estudio me—medicina, ¿crees que no puedo hacerme con un bote de Toseína* cuando yo quiera? –Yo frunzo el ceño y saco el frasco del interior, un frasco de doscientos mililitros de jarabe. Apenas le quedan veinte mililitros.
—Estás muy mal. –Le digo decepcionado con él y él se encoge de hombros.
—Lo sé, he ido al loquero pero no ha funcionado. –Yo le miro enfadado, ofendido por sus palabras y él se inclina para ponerse la ropa interior.
—¿Con qué lo has mezclado? –Le pregunto mientras saco el prospecto de la caja.
—Vodka.
—Genial. –Digo, sarcástico observando cómo no es capaz de vestirse y acabo acudiendo en su ayuda, rodando los ojos. Cuando comienzo a vestirle él se pasa una mano por los ojos, pensativo—. ¿Nunca te han dicho que no se debe tomar alcohol cuando estás tomando medicamentos?
—¿No me digas? –Pregunta sarcástico—. La cosa es que el efecto que produce al mezclarlo era el propósito.
—Eso es peligroso. –Le digo, pero en un susurro. Él asiente.
—Ambos, el alcohol y la codeína son de—depresores del sistema nervioso ce—central. La sedación será más intensa hasta el pu—punto de poder ocasionar un paro respiratorio o un infarto, ya que tanto el alcohol como la co—codeína actúan para disminuir el sistema nervioso.
—Genial. –Vuelvo a repetir a lo que él se ríe.
—Esta será tu mi—misión.
—¿Mi misión?
—Evitar que esta noche se me pare el corazón. –Dice con la frialdad que le dota estar sedado y se ríe mientras le subo los pantalones. Con el ceño fruncido palmeo uno de sus muslos, haciéndole dar un respingo.
—¡Vístete! –Le digo, enfadado—. Voy a llamar a una ambulancia para que te lleven al hospital y te hagan un lavado de estómago… o algo… —Le digo cuando me alejo de él pero me sujeta la muñeca, con una fuerza mediocre, suficiente para detenerme pero no para retenerme.
—No… no lo hagas. –Me pide, con ojos lloros—. Por favor. Si saben que he consumido codeína y que la he sacado de la escuela me expulsarán de la universidad. –Me dice, temeroso. Yo me le quedo mirando y reconozco en él por primera vez el verdadero temor de perder algo por lo que ha luchado. Miro el bote de jarabe para la tos en la mesa y después vuelvo a mirarle a él. Me muerdo el labio inferior.
—Sabes que esto está mal. –Le digo pero él me sonríe, amable.
—Es lo que me dijiste la primera vez que hablamos por mensajes. “Esto está mal”. Supongo que no soy muy dado a hacer las cosas según la forma convencionalmente correcta.
—Si te pasa algo… —Suspiro—. …¿Qué esperas que haga? Si mueres.
—Deseo un en—entierro sencillo, sin muchos invitados.
—No hablo de eso. Le digo mientras me suelto de su agarre y le ayudo a ponerse la camiseta d en manga corta—. Hablo de mí. ¿Debo decirle a la policía que no te llevé al hospital? ¿Que no contribuí con ello a salvarte la vida? Tú estás ebrio y sedado, no eres responsable…
—Yo siempre soy responsable. –Dice, ofendido y yo chasqueo la lengua. Le termino de vestir en silencio y cuando se siente con ropa seca, se deja caer de lado en el sofá, apoyando la cabeza en el reposa brazos—
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? –Le pregunto, arrodillado en el suelo a su lado, cerca de su cabeza.
—¿Tomar codeína? –Asiento y él cierra los ojos. Con la toalla le seco un poco el pelo y él se deja hacer, en silencio—. Año y medio. Tal vez…
—¿Por qué?
—¿Por qué la gente toma alcohol, porque la gente se mete heroína? Quien lo sabe…
—¿Normalmente te pones así?
—A veces. Normalmente no suelo mezclarla con alcohol. Y cuando lo hago, siempre es en pequeñas dosis. Diez, quince mililitros. Pero no más. o—otras veces también se me ha ido de las manos. Pero no… no como hoy.
—¿Te sigue doliendo el pecho? –Digo, apoyando mi mano sobre el pecho de Jungkook, que respira con tranquilidad. Él asiente, en silencio y yo me muerdo el labio inferior—. Tal vez… deberías vomitar…
—Ya lo he hecho. Antes de llegar al portal…
—Vale. –Digo, con un gran resoplido—. ¿Cuáles son los síntomas de… de tomar… las dos cosas?
—Mareos, —dice, pensativo—, sedación, náuseas y vómitos. La codeína por si sola crea somnolencia, embotamiento, letargia*, disminución del rendimiento físico y mental, ansiedad, temor, disforia, cambio de carácter y dependencia física.
—¿Tu cerebro no desconecta ni siquiera drogado?
—Son cosas que sé muy bien. Hay que saber qué se toma. Todo buen drogadicto sabe muy bien lo que se está metiendo en el cuerpo y lo que le puede causar.
—¿Y aun así… lo tomas?
—El sermón mañana a primera hora, como las misas… —Me dice, no queriendo enfrentarse ahora a mi reprimenda por lo que yo asiento y llevo mi mano a la suya cubriendo sus ojos cerrados. Está fría. Sigue helado.
—¿Quieres tomar un té caliente o algo así…? –Le pregunto a lo que él no solo no contesta, sino que se yergue como impulsado por un resorte y hace el amago de levantarse del sofá, a lo que yo me levanto, alejándome de él, pero al primer paso tropieza y cae apoyándose en el reposabrazos del sofá—. ¡Dios, Jungkook! –Con estrépito lo cojo antes de que se dé de bruces contra el suelo y le acerco el cubo que le he dejado antes al lado y se lo extiendo a lo que él rápido se lo pone debajo del rostro, expectante. Cierra los ojos y hace un tremendo esfuerzo por controlar la respiración mientras yo poso una de mis manos en su espalda y la otra en su pecho, conteniendo su respiración, expectante como él a las contracciones del diafragma—. Lo—lo siento… —Murmuro pero él niega con el rostro, quitándome la culpa.
Cuando siente que no va a vomitar se relaja y yo me quedo arrodillado a su lado, aun con mis manos sujetando su tronco y él vuelve el rostro hacia arriba, fatigado por un esfuerzo innecesario. Yo, con cuidado, apoyo su espalda en el sofá y alcanzo la toalla para pasarla por su rostro, quitándole los cabellos humedecidos por la fina capa de sudor que se ha formado sobre sus cejas y en sus sienes. Yo hablo con más calma.
—Vamos a hacer una cosa, ¿vale? Voy a llenar dos bolsas de agua caliente y vamos a llevarte a la cama para dormir. ¿Entendido? –Él asiente débilmente a mis palabras y yo le miro, con tristeza—. ¿Sabe tu madre dónde estás?
—No. Le dije que… que iba a quedarme en casa de… un amigo.
—Vale. Ya veremos mañana que hacer con eso. Quédate aquí, no te muevas, iré a preparar la cama. –Asiente a mis palabras y yo me levanto del suelo asegurándome de que tiene bien sujeto el cubo por si necesita vomitar y me dirijo de nuevo a la habitación para sacar del armario dos bolsas de plástico de agua caliente y las llevo conmigo a la cocina. De camino vuelvo a echarle una mirada a Jungkook que de nuevo cubre sus ojos con el dorso de una mano.
Una vez en la cocina abro el grifo del fregadero y espero a que el agua caliente comience a correr. Tarda al menos quince segundos y cuando al fin el agua sale ya a la temperatura adecuada pongo la boca de una de las bolsas debajo del agua hasta llenarla y taparla. Hago lo mismo con la otra y cuando ambas dos están llenas cierro el grifo y las cojo con cuidado, pues queman, para llevarlas hasta la habitación, pero a medio camino me sorprende el cuerpo tembloroso de Jungkook llorando con ambas manos sobre su rostro. Me detengo al instante, frenado por el sonido de sus sollozos.
—Kook…
—No… no sabes lo difícil que es… —Murmura entre sollozos y yo me quedo ahí parado, estupefacto mientras con el dorso de sus manos se limpia las lágrimas que caen por sus mejillas.
—¿Qué es… difícil?
—Todo, Yoongi. No sabes lo di—difícil que es todo para mí…
—Está hablando la codeína. –Le digo mientras no le tomo importancia y me deshago del arrebato de culpabilidad que me corroe y me adentro en mi cuarto para meter ambas dos bolsas de agua en la cama y asegurarme de que esté presentable para él. Él sigue llorando en el salón y se me forma un terrible nudo en la garganta, suficiente como para no dejarme respirar con facilidad. Cuando regreso al salón le encuentro con la misma expresión rota. Sus mejillas ardiendo y sus manos temblando, a través de su rostro.
—Estoy cansado… Yo—Yoongi… muy cansado…
—¿Por qué? –Le pregunto, de pie a su lado, impactado.
—Toda la vida he si—sido ese chico extraño. El bicho raro de la clase. El chico raro de la familia. Toda la vida me he pasado siendo la excepción en todo. Las reuniones familiares siempre son un asco, todos mis familiares se burlan de mí todos, sin excepción. Mis padres parecen ciegos ante ello. Mis tíos se ríen de cualquier dato ingenioso y mis abuelos solo piensan en que necesito una esposa pronto. –Tiemblo ante sus palabras—. ¿Sabes cómo me hace sentir que no tengo protección familiar? ¿Cómo me hace sentir que no valoran nada de lo que soy y que odian todo lo que a mí me gusta?
—No… no tenía idea…
—Y en clase nunca ha sido una excepción. Siempre lo mismo. Siempre he sido el protegido de los profesores pero su protección solo equivalía a mantener unas notas altas. Mientras, en los descansos, me encerraban en los cubículos de los baños hasta que el día finalizaba y el hombre de la limpieza me encontraba allí, muerto de miedo y de hambre.
—Jeon… —Le digo mientras veo como amargas lágrimas caen de sus mejillas
—Pero eso no es lo peor. El bullying es algo que hoy en día sufren uno de cada tres estudiantes y a fin de cuentas es algo que finaliza cuando te largas del entorno escolar. Pero, lo que no puedo soportar, lo que realmente me está matando, es ver que he nacido en una sociedad completamente alienada. Borregos, son todos borregos incultos, sobrealimentados, deseosos de convertirse en tanques sin fondo de basura y excrementos. –Sus manos tiemblan, se tensan, intentando mostrar la intensidad y la impotencia que generan sus palabras—. De por sí, el humano no es nada estable pero esto… esto se está yendo a la mierda. ¿No lo ves? Han perdido el norte. Ya no saben qué es el respeto, ya no valoran la mínima representación de cultura. Se han perdido los valores que nos han hecho sociedad.
—Cálmate. –Le digo, acuclillándome a su lado, sujetando su hombro—. Realmente te va a dar algo si no te calmas… —Con mis dedos retiro lágrimas que caen por sus mejillas y a través de sus comisuras.
—A ti también te está matando. –Me dice, agarrando con fuerza mi muñeca, mirándome con desesperación—. Pasas horas al día escuchando la misma mierda, todos los días, uno tras otro, siempre es la misma basura irreal. La gente hoy tiene problemas banales, irreales. No sabemos que es la guerra, Yoongi. Los ves ahí, parados, paralizados cuando se quedan sin batería en el teléfono móvil y pueden entrar en cólera si osas recriminarles. Si estos tuvieran que enfrentarse en una guerra, Yoongi…
—Lo sé… —Murmuro acariciando su hombro.
—Y cada día lo mismo, Yoongi. Cada día la misma mierda… cada día me tengo que enfrentar a cincuenta alumnos con sus miradas recriminatorias. Estoy harto de que me miren como si realmente tuvieran algo que reprocharme, como si se creyesen, mejores… ojalá pudiera… solo… hacerlos arder… —Yo abrazo sus hombros y apoyo la cabeza en su hombro mientras que intento respirar con tranquilidad. Rezando porque mi abrazo le haga sentir calmado, poco a poco parece que funciona—. Por eso me emborracho, Yoongi. Porque es la única forma de dejar de pensar con frialdad. Al menos… puedo así reírme de ello.
—No lo sabía…
—Claro que no. –Suspira y tira de su nariz—. Tampoco que ha habido otras veces en las que me he inyectado morfina y algunas incluso que no me ha importado hacerlo en la propia universidad.
—Ya, no hablemos más de ello ahora. –Le digo, temeroso de nuevas revelaciones y me separo de él para mirarle directo a los ojos. Puedo ver en su mirada que poco a poco va retomando el control de sí mismo—. Vamos a ponernos en pie, y a llevarte a la cama. Seguro que ya está caliente… –Le digo mientras paso mi mano por su espalda y le ayudo a ponerse de pie. Sus piernas tiemblan al no tenerlas completamente despiertas y sus pasos son torpes pero acabamos llegando a la habitación y cuando le tengo de espalda a la cama le dejo caer despacio y le ayudo a tumbarse hasta que se queda acurrucado y le cubro con las sábanas. Con las piernas busca el calor de las bolsas y se pone una cerca del costado y la otra se la deja en los pies. Se hace una bola debajo de las sábanas y se pasa una mano por las mejillas deshaciéndose de la humedad de las lágrimas.
—Gra—gracias… —Murmura con los labios temblando por el frío o por el llanto.
—Ya, no importa. –Le digo mientras le arropo mejor con las sábanas hasta cubrirle el cuello y voy al salón para traer el cubo conmigo por si lo necesita. Lo dejo al borde de la cama y él me sigue con una mirada levemente adolorida—. ¿Cómo te sientes?
—Con todo el cuerpo… con cosquillas… adormilado…
—Es mejor que te duermas. –Le digo y estoy a punto de irme pero él me detiene.
—¡No! –Dice—. Por… por favor. No me dejes solo. –Me pide con voz temblorosa y yo le miro de arriba abajo, suspirando.
—No quiero que me vomites si me quedo a dormir contigo.
—So—solo hasta que me duerma. –Me pide con lágrimas en los ojos y yo frunzo los labios—. Me… me aterra la idea de no… despertar…
Con un largo resoplido me acerco a él y este se hace una bola debajo de las sábanas. Yo me tumbo a su lado sobre las mantas y pongo mi mano sobre su hombro, que sube y baja despacio. Me acurruco mejor a su lado y rezo para que se duerma rápido y todo pase cuanto antes. El corazón me va muy rápido por todo lo que está sucediendo. La lluvia sigue golpeando con fuerza el cristal y solo se escucha esta, cayendo a plomo. Me abrazo con más fuerza a él y me concentro en el sonido de su respiración para que me acune poco a poco hasta el amargo sueño.
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La codeina (DCI) o metilmorfina es un alcaloide que se encuentra de forma natural en el opio. Se utiliza con fines médicos como analgésico, sedante y antitusígeno. También se le considera un narcótico. Puede presentarse en forma de cristales inoloros e incoloros o bien como polvo cristalino blanco. La codeína es un compuesto que se asimila en el hígado metabolizándose en morfina; pero, debido a la baja velocidad de transformación, es mucho menos efectiva y potente como analgésico y sedante que la morfina. Se toma en forma de comprimidos, en forma líquida como jarabe para aliviar la tos o por vía parenteral. La codeína es útil para aliviar dolores moderados y no tiene los mismos riesgos que la morfina de provocar dependencia o tener efectos adversos, como son: náuseas, mareos, vértigos, somnolencia, retención urinaria e hipotensión y — en dosis altas y por periodos de tiempo prolongados — puede producir depresión respiratoria.
*Toseina contiene codeína fosfato hemihidrato. Este medicamento se utiliza en el tratamiento sintomático de la tos seca (no acompañada de mucosidad) en adultos y adolescentes mayores de 12 años.
*El letargo es un estado de somnolencia prolongada causada por ciertas enfermedades. Es además síntoma de varias enfermedades nerviosas, infecciosas o tóxicas, caracterizado por un estado de somnolencia profunda y prolongada. Torpeza, modorra, insensibilidad, enajenamiento del ánimo relacionados a dicho estado como comportamientos asociados ya que nuestro organismo relaja todo nuestro cuerpo.
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