AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 39

CAPÍTULO 39


Yoongi POV:

12 – Noviembre – 2017

LUNES

Me paso nuevamente las manos por el rostro, por la frente. Me siento aturdido y exasperado, lo suficientemente confundido como para cometer una locura en grado máximo. Pienso en ello y me relamo los labios, trago en seco, toda la boca se me seca ante la idea de tenderle una emboscada, pero me siento terriblemente cobarde ante la sola idea y me reconozco a mi mismo que no soy valiente para ningún acto heroico, propio de los personajes de las novelas románticas de Stendhal. Ni soy valiente para perder a mi amado, ni valiente para perderme a mí mismo en mi locura. Eso podría ser incluso peor. La semana ha comenzado de nuevo y aun siento temblores de pensar en la última vez que he visto a Jeon. Siento pánico y vértigo al reconocer que volví a caer en sus brazos, por culpa de sus palabras, culpa de sus tiernas miradas para conmigo. No tengo remedio, me digo, no tengo alternativa.

Siendo las cuatro de la tarde en este eterno y tedioso lunes aun espero porque mi paciente llegue y comencemos una nueva y rutinaria charla. Cada día se me hace más difícil soportar la palabrería de cualquier persona, sea quien sea. Cada día se me hace más difícil centrarme en sus problemas, en poder ayudarles. Toda la mañana no ha servido para nada, ni siquiera recuerdo que he comido hace apenas una hora, porque Jeon ocupa toda la amplitud de mis pensamientos y todo lo que no sea él, ha desaparecido. No deja que nueva información entre, él se ha adueñado de todos mis pensamientos hasta el punto en que no pudo comer, la comida no me sacia, el aire no me libera, el agua no me permite seguir viviendo. Me siento muerto, dormido, anulado como persona y algo mucho peor, débil a unas ideas que cada vez se van volviendo más acuciantes. Siento que se acerca un difícil desenlace y no consigo asomarme a  vislumbrar de qué se trata. Me temo que no tengo fuerzas para mentirme, como él pretende que haga, pero tampoco las tengo para arremeter contra él. Ni si quiera sé qué diablos hago aun esperanzado con que él recapacite y se someta voluntariamente a un tratamiento con algún especialista. No creo que él si quiera se haya planteado esa posibilidad. Él no desea cambiar, y eso es lo que más me preocupa.

Cojo mi teléfono móvil en las manos y me lo quedo mirando con una extraña mueca disgustada mientras que les delego a mis dedos toda capacidad de decisión en cuanto a esta situación conflictiva. Ellos me llevan a los mensajes y se meten en la conversación con Jungkook. Comienzo a teclear y cuando el mensaje está completo lo reviso antes de enviárselo. Lo envío, y siento un tremendo alivio mientras que por otra parte, la presión aumenta en otro punto de mi cuerpo.

——Hola, Jungkook. Me preguntaba si después de clase podrías pasarte por mi consulta, para hablar. ¿A las siete te viene bien? Tenemos que aclarar todo y llegar a un punto en común.

Cuando lo he envido me quedo mirándolo con una extraña sensación de angustia que me consume muy dulcemente. El sentimiento de desconcierto regresa. Me siento perdido, mareado y arrepentido de haberle mandado el mensaje, y en cierto sentido deseo que no lo vea y no lo conteste. Que se haya olvidado de mí, de todo, y deje de ser un dolor en mi día a día. Pero me temo que su desaparición en mi entorno causaría un dolor mucho mayor que su presencia. Esta irremediable realidad es la que me consume. No puedo vivir ya sin él, y sin embargo, en esta vorágine de sentimientos encontrados, deseo que no me cause más problemas, que no cause problemas a nadie más.

Apenas pasan cinco minutos cuando el teléfono en mis manos emite un ligero pitido y doy un respingo, abalanzándome sobre la conversación para leer su respuesta:

——Me encantaría, allí estaré. Te he extrañado…

Yo me limito a dejar la conversación tal como está y bloquear el teléfono mientras me lo quedo mirando con recelo y desconfianza. Sin perder más tiempo salgo a la sala de espera vacía a excepción de EunGi, la secretaria y le llamo la atención mientras la veo despegar los ojos de unos apuntes de su universidad. Me mira con ojos divertidos.

—El paciente debe estar al llegar, no seas impaciente. –Me dice sonriendo pero yo niego con el rostro.

—No, no he salido para eso. Quería decirte que a las siete cuando te vayas a casa, no cierres, yo me quedaré aquí un rato más.

—¿Por algo importante en lo que pueda echar una mano? –Me pregunta amable y yo niego con el rostro mientras ella me mira esta vez con ojos pícaros e infantiles. Me gusta la familiaridad que se toma conmigo, pero al mismo tiempo, la aborrezco por la obligación que me impone a darle explicaciones de mi comportamiento—. ¿Va a venir Jungkook?

—Eso no es de tu incumbencia, señorita. –Le digo señalando sus apuntes con la mirada—. Sigue con eso, no te distraeré más. –Estoy a punto de meterme en el interior de mi consulta cuando la puerta del exterior se abre mostrando a mi paciente de hoy. Suelto un largo suspiro agradecido de encontrar en él una posible distracción a mis pensamientos y le hago pasar a mi consulta, esperanzado de que realmente sea una distracción, no un somnífero, como lo han sido el resto de pacientes hoy.

 

 

—Me alegro mucho de que tus exámenes hayan empezado tan bien. –Le digo al chico delante de mí, y a la vez, a su madre sentada a su lado con una de sus manos sobre su hombro—. Y de que estés afrontando este curso con otra perspectiva—. El chico de dieciséis años asiente levemente enrojecido por mis halagos y por el orgullo de su madre a su lado. Yo desvío la mirada a mi reloj de pulsera y doy un respingo, tan evidente, que incluso me pongo en pie al ver que quedan apenas siete minutos para las siete de la tarde y me asusta la posibilidad de que Jeon esté ya fuera esperándome. Los pacientes delante de mí se me quedan mirando algo asustado y la madre es la primera en preguntarme.

—¿Ocurre algo, doctor Min? –Yo tiemblo unos segundos con la sensación de que debería salir corriendo pero intento mantener la calma, fingiendo simplemente que tengo un asunto de importancia que tratar.

—Nada, es solo que me acabo de acorde de que tengo que hacer unos recados y me gustaría pedirles que demos por finalizada la sesión. –Les pido y la madre asiente, cegada por los logros de su hijo en los primeros exámenes y este se siente liberado de la presión de esta sala. Ambos se levantan del sofá y caminan despidiéndose de mí hasta salir por la puerta. Yo escruto fuera, en la sala de consultas, para encontrarla vacía y suelto un largo resoplido sintiendo una repentina presión sobre mi cuello, como si alguien quisiera ahogarme. Soy yo mismo con mis actos.

Sin meditarlo demasiado me encierro en la consulta y me encamino rápido al sofá en donde pretendo que Jeon se siente y, acuclillado ahí, saco mi teléfono móvil y me conduzco a la aplicación de la grabadora y la enciendo, asegurándome de que el móvil esta en silencio y no va a delatarme. Un par de golpes en la puerta de la consulta me hacen dar tal respingo que se me cae el móvil sobre el acolchado del propio sofá. Es Eungi, despidiéndose de mí con impaciencia.

—¡Señor min! Me voy a casa. Buena suerte. –Me dice y antes de que yo pueda responderla ya se oyen sus pisadas desaparecer por la sala de espera y el sonido de la puerta cerrarse. En cierto sentido agradezco y ha sido buena decisión que ella se marche, pero por otra, su presencia me parecía incluso necesaria, por si llega a pasarme algo. Deshaciéndome de esos pensamientos rescato de nuevo el móvil y lo escondo en el acolchado del sofá, justo entre el colchón del asiento y el reposabrazos. Lo escondo como para que no se vea a simple vista pero suficiente como para que capte nuestras voces. Nuestra conversación.

La idea me parece del todo temeraria. Demasiado fantasiosa. Demasiado irreal. Pero no puedo permitirme no arriesgarme a ello. No pierdo nada si consigo lo que estoy buscando, y tampoco sé si servirá de algo, pero demostrarme que no estoy rematadamente loco con una prueba palpable del comportamiento de Jeon me hará sentir francamente mejor y poder pensar con frialdad qué hacer con esta terrible situación en la que me veo sumido. Me alejo del sofá para comprobar que no se nota que está ahí, y siempre y cuando no cuele su mano por entre el tapizado, él no va a notar nada. Ni siquiera si se apoya un poco, la idea de que lo descubra me hace sentir terriblemente temeroso y me sorprenden repentinas nauseas ante tal posibilidad. Tiemblo, me revuelvo dentro de mí mismo y doy un tremendo respingo cuando escucho la puerta de fuera abrirse, alguien entra a la sala de espera. Con una mano sobre mi corazón, temeroso de sufrir yo un fallo de miocardio, me encamino hasta la puerta que conecta esta consulta con la sala de espera y me queda unos segundos respirando con dificultad. Me sosiego, trago en seco y abro la puerta para encontrarme el rostro de Jungkook en medio de la sala, mirándome entre ilusionado y apenado por la falta de Eungi en la consulta.

—¿Le has dado la tarde libre para que nos deje a solas? –Me dice adivinando mis intenciones y yo trago en seco nuevamente.

—Su jornada laboral se ha terminado a las siete, así que se ha ido a casa.

—Pero a ella no le habría importado quedarse… —Dice sonriéndome con picardía y yo entrecierro los ojos mientras me agarro con fuerza al pomo de la puerta.

—Te has encontrado con ella abajo, ¿cierto? –Le pregunto y él se toca dos veces seguidas la nariz confirmando mis sospechas a lo que ambos sonreírnos y yo me hago a un lado aun sujeto a la puerta y le señalo el interior de mi consulta con una opresión sobre el pecho y él entra con una sonrisa. Por lo que puedo ver no trae mochila alguna. Seguro que la ha dejado en casa. Tampoco parece demasiado arreglado. No se ha cambiado de ropa para mí. Porta unos vaqueros normales, simples pero limpios, unas botas de color marrón claro y un jersey negro sobre su torso. Puedo vislumbrarlo a través de su abrigo negro. Cuando pasa por mi lado puedo oler su colonia. Me hace sentir terriblemente liviano por unos segundos, pero tan solo hasta que se deja caer en el sofá y se quita el abrigo, poniéndolo del lado contrario al que tengo el móvil escondido. Yo me siento en la silla delante de él y se me queda mirando con una mueca divertida.

—Me siento como si aún estuviese en terapia. –Dice, con voz amable y entusiasmada—. ¿Vas a sentarte ahí? –Me pregunta cuando ya me he sentado y yo asiento, necesitado de una distancia prudencial.

—Así es como si estuviésemos en terapia. Si no te parece mal… —Digo y él se encoge de hombros.

—No hay problema alguno. ¿Y bien? –Pregunta. Mirando alrededor—. ¿Para qué me has hecho venir?

—Pues bueno, —cojo aire—. Quería que hablásemos de todo lo que me conteste. Quiero oírlo todo, de nuevo. Ahora que lo he asimilado mejor, quiero que me des de nuevo toda la versión de lo sucedido.

—¿Hum? –Pregunta, arrugando la nariz, pensativo.

—Pues, quiero que me lo cuentes todo, desde el principio. –Digo y me quedo en silencio espetando por alguna reacción de su parte pero se ha quedado estático, mirándome, con los labios en una fina línea recta y con sus manos sobre su regazo, jugando con sus dedos. No hace el mínimo gesto y esto me hace sentir terriblemente incómodo. Carraspeo unos segundos y vuelvo a intervenir—. Me gustaría… ya sabes… analizarlo con más frialdad…

—Claro… —Dice, como volviendo a la realidad y sonríe, amable—. Está bien, es normal. Pues… —piensa—, yo estaba aquél día en el laboratorio. El profesor nos había pedido que destilásemos una sustancia inflamable… o algo así. Ahora mismo, después de todo lo sucedido, ni siquiera me acuerdo ya ni qué tenía que hacer. Bien, yo me encontraba en una de las mesas individuales con un mechero bunsen y antes de darme cuenta lo empujé con mi mano sin querer al querer alcanzar el…

—No. No. –Le detengo levemente confundido, haciendo que él mismo corte su relato con una mueca de confusión y me ira, aturdido—. No estoy hablando de eso.

—¿De qué habla, señor Min? –Me pregunta y yo doy un leve respingo por el apelativo tan formal con el que se ha dirigido a mí. Comienzo a sudar.

—Hablo de todo lo que me has contado hace dos semanas, aquí, el último día de nuestra consulta y el día que quedamos…

—¿Qué día quedamos? –Pregunta, aturdido—. ¿Se encuentra bien, señor Min? –Pregunta seriamente preocupado y yo me muerdo el labio inferior intentando controlar el temblor de mis manos sobre mi regazo, me agarro con fuerza a la manga de mi camisa mientras él me mira, levemente aturdido. No tanto como yo.

—El… el día del te—teatro… —Le digo, no muy seguro de mis palabras pero él se vuelve receloso.

—¿De qué teatro está hablando, señor Min? Usted y yo no hemos ido nunca a ningún teatro… No tiene buena cara, ¿sigue enfermo?

—Por favor, Jeon. –Suspiro—. No me hagas esto más difícil. Quiero que hablemos de lo que ha sucedido. Por favor… —Suplico pero él no parece dar muestras de querer colaborar. Suelta un largo suspiro.

—¿Sabe? Será mejor que me vaya… —Hace el amago de levantarse pero yo le detengo con un gesto de mis manos, comenzando a sentir una histeria que me devora por dentro. Impaciencia, ardor.

—¿De qué vas? ¿Acaso te has olvidado de todo lo que me has contado? –Le pregunto, con un tono de voz más fuerte, influenciado por su poca predisposición. Me siento tan confuso que dudo yo mismo de estar siendo consciente de lo que sucede—. ¿Te has olvidado de que mutilaste a tus dos perros y los enterraste en el jardín? ¿Te has olvidado de que acosaste a mi prometida para que me dejase? ¿Y de enfermar a uno de mis pacientes? ¡No me retires la mirada! –Le pido y cuando el me la devuelve, lo hace con los ojos encharcados, anegados en lágrimas.

—¿Co—como… puedes estar diciéndome esto…? –Pregunta con la voz temblorosa, y verle así, me descompone.

—Jeon… —Suspiro, aturdido.

—¡No, no me vengas con esas! ¿Por qué siempre me dices estas cosas tan horribles? ¿No ves que me hace daño? ¿Por qué me acusas de matar a mis mascotas? ¡Yo las quería tanto! ¿Por qué me haces esto? –Dice, a punto de romper en llanto y yo tiemblo lo suficiente como para sentir que me puedo desmayar en cualquier momento. He perdido la perspectiva. Esto ha dejado de ser un juego en el que yo tenía el control. He perdido los mandos por alguna parte de esta sala—. ¿Y qué es esto de que yo…? ¿Tú prometida? Ni siquiera sé quién es… ¿Es otra de tus bromas? Ya no me hacen gracia…

—¿Qué… qué te pasa… Jeon?

—¿Qué…. Qué hace, señor Min? –Pregunta, asustado—. No… ¿por… porqué se sienta… aquí?

—Jeon… —Suspiro, no me sale más que su nombre en un endeble susurro, aturdido como estoy entre sus facciones asustadas. No me retira la mirada. Me duele, me hiere saber que su mirada me está quemando por dentro.

—No… por favor. –Susurra—. No me toque… no quiero hacerlo de nuevo. Esto… esto está mal. Se—señor Min… —Yo enrojezco hasta las orejas ante su maravillosa interpretación. Está a punto de estallar en un fuerte llanto de importancia y yo no me he movido un solo ápice de la silla en que estoy sentado. Me magullo la muñeca con la mano, como una salida a mi ansiedad por la situación que se me presenta.

—¿Qué… qué demonios…? –Murmuro para mí mientras él me mira, temblando.

—Se… se lo diré a mis padres, señor Min. ¿Por qué me hace esto? Ah… —gime, dolorido—. No, por favor. ¡Déjeme! –Grita y se pone en pie ante mi asustada reacción que es dar un respingo en la silla y grita en mi dirección mientras que me mira, enfurecido—. ¡No pienso volver aquí! ¡Y si vuelve a llamarme o a acosarme pienso llamar a la policía! –Grita y se dirige con pasos fuertes hasta la puerta, la abre con enfado y la cierra con estrépito quedándose él dentro. Yo, con el cuello vuelto a él observo atemorizado cada uno de sus movimientos mientras que él se queda unos cinco segundos mirando en silencio y quieto como una estatua la puerta delante de él. Aun siento como retumba a través de las paredes el golpe que ha pegado. Yo mismo lo siento vibrar aun en mi cuerpo. Pero puede que sea yo mismo, temblando por el pánico. Mi espalda suda, mis manos sudan. Un sudor frío me recorre la espina dorsal cuando se vuelve a mí con una sonrisa juguetona y se dirige a mí con pasos apenas perceptibles. Estoy a punto de decir algo pero él rápido pone su índice sobre sus acolchados labios. Lo hace aun con esa sonrisa malvada y se acerca a mi rostro para susurra un “Shhh” apenas imperceptible que me hace silenciar como la mejor reprimenda.

Una de sus manos se dirige, sin pudor ninguno, sobre mis pectorales para palpar en completo silencio. Recorre mi cuello, mis piernas, los bolsillos de mis pantalones. Busca, está buscando algo y cuando trago en seco me mira con una intensidad que podría cegarme. Decepcionado al no hallar nada en mi cuerpo se queda mirando en derredor y no se lo piensa demasiado. Se encamina al sofá y comienza a palpar el acolchado de este. Trago en seco una vez más y puedo sentir como una gota de sudor me recorre la espalda, perdiéndose en alguna parte en el momento en que introduce la mano en el acolchado entre el reposabrazos y el asiento y al chocar sus dedos con algo finge una perfecta expresión de sorpresa y saca mi teléfono móvil con la grabadora en funcionamiento. La mirada que me dirige lo dice todo, acabo de cruzar una línea muy remarcada y niega repetidas veces con el rostro, haciendo evidente su decepción para conmigo. Detiene la grabadora y se queda levemente pensativo, mirando en dirección al teléfono móvil. Tal vez cavilando si puede haber algún que otro dispositivo o si esto es realmente una casualidad intencionada. Tras varios segundos, al fin, habla.

—¿Qué es esto, Yoongi? –Me pregunta inocente, señalando el móvil, tal como un padre le preguntaría a su hijo tras haber hecho una travesura. Así me siento, pequeño y acobardado—. ¿Querías sacarme una confesión? –Niega repetidas veces chasqueando la lengua—. Que cliché. ¿No se te ha ocurrido nada mejor? –Yo suelto un largo suspiro mientras bajo la mirada y él me lanza el móvil devolviéndomelo—. Toma, ahí tienes tu confesión. Puedes usarla como te plazca.

—Yo… —Susurro mientras veo como se vuelve a sentar en el sofá, mucho más relajado que antes—. No sé en qué pensaba….

—Ya te lo digo yo: en entregarme a la policía. Pero ya te advierto, que ese no es un buen plan. –Dice, pensativo—. Si me sacases una confesión de mis delitos, cosa que dudo, y se la entregas a la policía me detendrían provisionalmente hasta que se decida que debo ir a juicio, lo cual apenas serian un par de semanas, pero hasta que el juicio se celebre y el juez determine sentencia, es decir, unas semanas después, me dejarían en libertad y… en ese valioso tiempo, ¿crees que no tomaría alguna clase de represalia?

—Yo… —No sé qué decir.

—¿Y después qué? Me acusarían de maltrato animal, de acoso a una mujer y de quemar mi escuela. No he matado a nadie, no me caerían ni diez años. ¿Crees que no saldría de la cárcel con la idea de volver a buscarte? ¿Crees que te librarías de mí?

—¿Me harías daño? –Le pregunto, temeroso y fingiendo sentirme decepcionado.

—Ya has podido comprobar que dentro de mi perfección soy bastante impredecible. Soy un caos, y no puedo estar seguro de nada de lo que prometa ni afirme.

—¿Eso es que sí?

—Eso es que si no quieres acabar como mis perros, no te atrevas a jugar conmigo. Te recuerdo que no estamos en igual de condiciones ni conocimientos. ¿Crees que yo no había contemplado la posibilidad de que me quisieras sacar una confesión completa? Todo lo que se te pueda ocurrir para incriminarme, ya se me ha pasado a mí antes por la cabeza. –Yo bajo la mirada a mis manos—. Debes aprender a ser más espontáneo. No me cites aquí y hagas que nos quedemos a solas y me pidas que te lo cuente todo como si fuese esto un relato de Dickens. Eres tonto, pero no tanto como para que tengan que repetirte las cosas… por el amor de Dios, aprende a disimular…

—Creo que… deberíamos irnos… —Digo poniéndome en píe pero él no parece tener intención de marcharse.

—¿Tan pronto? –Pregunta, ofendido—. ¿Me has hecho venir hasta aquí para esto?

—Lo siento, espero que sepas poder perdonar… —Él corta mis palabras con una negación de rostro.

—Lo siento, soy una persona terriblemente rencorosa. Me temo que no va a ser posible complacer tus deseos.

—En ese caso… —suspiro—. No sé qué hacer…

—Lo primero, deja de temblar. Me pones nervioso… —Suspira y mira alrededor—. Y lo segundo, siéntate. No me gusta que me mires desde esa altura. –Dice mientras señala con la mirada la silla en la que yo estaba sentado y caigo en ella soltando un largo suspiro. Tiemblo. Estoy temblando en este instante y no soy capaz de controlarlo. Todos mis nervios están alerta por si tengo que saltar, huir, o incluso atacar—. Dime, ¿Debería tomar este atrevimiento como una respuesta negativa a mi sugerencia de que formalicemos una relación?

—No… —Suspiro, pero no muy seguro.

—¿No? –Pregunta—. No intentes esconderte detrás del cariño que siento por ti. –Suspira y yo le miro con atrevimiento.

—¿Puedo hacerte una pregunta? –Digo, con un gran nudo en la garganta. Él asiente, interesado—. Si mi respuesta fuese “no” ante tener una relación, ¿te lo… tomarías bien?

—¿Me veo como alguien irascible?

—Tú mismo has dicho que eres impredecible.

—Cierto, y acabo de decirte que a causa de este hecho no soy de hacer promesas a largo plazo.

—No me has contestado. –Le digo y él levanta la mirada para frunce el ceño—. ¿Si digo que no? ¿Si digo que no quiero verte más? ¿Qué quiero que desaparezcas de mi vida?

—Dilo. –Me pide, autoritario—. Hazlo.

—Solo es una hipótesis.

—Si lo quieres, solo tienes que luchar por ello. Si quieres que desaparezca de tu vida, solo dilo. Son tu hieratismo y tu abnegación los que me están insultando.

—¡No! –Le digo—. No quiero seguir con esto. –Le digo y él da un respingo por mis palabras.

—¿Estás seguro de ello? ¿Cómo puedes mentirme a la cara? Ambos sabemos que estás completamente obsesionado conmigo…

—Y tú conmigo. –Le digo, temeroso—. Y esto no es sano. Es tóxico.

—La toxicidad a veces es necesaria.

—Lo dudo. Y me temo que por mucho esfuerzo que le pongamos los dos, mientras estés tú en una relación, siempre será toxica. Y no deseo eso. Desearía… si fueses…

—¿Normal? –Pregunta ofendido—. ¿No soy “normal”? Y gracias a Dios. La mediocridad me habría matado. –Yo me levanto de mi silla y le señálalo puerta, decidido a sentenciar esta conversación. Me da igual que se vaya enfadado. Con salir vivo me doy por satisfecho después de que haya cazado mi móvil gravándole.

—Bien, pues ahora que estamos de acuerdo, puedes marcharte. –Él se me queda mirando, sin contestarme—. Jeon, eres lo suficientemente adulto e inteligente como para superar mi rechazo. Así que, por favor, márchate. –Él se pone en pie delante de mí y se me queda mirando con una expresión resignada. Coge el abrigo y me mira con media sonrisa.

—Estaré aguardando a que cambies de opinión. Me echarás en falta en esta tediosa existencia. –Suspira mirando alrededor y pasa por mi lado para marcharse. Lo hace en completo silencio y cuando suena la puerta del exterior yo me desplomo en el sofá, abatido, mareado, completamente tembloroso. Siento que acabo de bajar de una montaña rusa y me tiembla hasta la mandíbula. Lo que más me duele, es que él tiene razón. Le rechazo por mera moralidad convencional, pero le necesito en mi vida tanto como él necesita sentirse arropado por mí. Necesito su ingenio, necesito su espontaneidad en mi mediocridad. Será difícil, pero tras este brutal choque de adrenalina me prometo no volver a pasar por lo mismo. Me aprieto las manos contra el pecho asegurándome de que el corazón aún está ahí, bajo mi tórax, palpitando, y no lo he vomitado en algún momento.

 



↜ Capítulo 38                Capítulo 40↝

 Índice de capítulos

 


Comentarios

Entradas populares