AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 33

 CAPÍTULO 33


Yoongi POV:

03 – Noviembre – 2017

SÁBADO

Me ajusto mejor el cuello del abrigo negro sobre mi cuerpo mientras doy un pequeño respingo, ajustando este a mis hombros. Termino de abrochar los últimos botones sin apartar la vista de la calle a ambos lados de esta ancha acerca en donde se sitúa la puerta del Liceo en donde he acabado quedando con Jeon para ver la obra de teatro. Sopla una suave brisa gélida que me enrojece las mejillas y levanto el cuello del abrigo para acomodarme mejor a la temperatura de mi propio cuerpo mientras lucho por no sentirme terriblemente temerario.

Las luces en las aceras ya se han encendido y siendo solo las ocho y cuarto la noche ya se ha cernido sobre la ciudad la noche y el frío ha comenzado a invadirnos poco a poco haciéndome encogerme en mí mismo mientras escruto con ojos temblorosos a ambos lados de la calle. A lo lejos un músico callejero toca una suave melodía en acordeón que me traslada a las calles de Venecia. Solo ese sonido me hace sentir un poco más relajado dentro de la ansiedad que supone haber aceptado estar aquí. No. No quiero pensar en ello –me digo—. Pensar en ello supondría que he accedido a algo inmoral y que es real. Por lo que sigo ignorando mis pensamientos y simplemente me dejo llevar mis ilusiones y pensamientos. Pienso en la obra de Plauto y en que con suerte puedo obtener de Jeon una explicación a lo que ha sucedido esta mañana.

Sin embargo estar abrazándome a mí mismo, en medio de esta calle, solo, viendo como entra ya la gente dentro del teatro y como a lo lejos la vida parece continuar sin mí, me hace sentir nostálgico y melancólico. Extraño es la palabra más adecuada, pues no es solo un sentimiento de tristeza y desazón, también hay miedo y excitación. Hay ilusión infantil y nerviosismo adolescente. Suelto una gran bocanada de aire mientras que veo como ese aire se convierte rápidamente en vaho y queda nublando mi alrededor unos segundos hasta que se desvanece. Saco mi teléfono móvil del bolsillo y me aseguro de que Jeon no se ha echado atrás con esta cita y que tampoco le ha surgido nada que le impida estar aquí a tiempo. Hemos quedado a las ocho y cuarto, y ya han pasado cinco minutos y él no aparece. Me meto en la conversación telefónica y la leo para mí, algo decepcionado conmigo mismo mientras que veo lo débil que soy ante él, y ante mis propias emociones.

Sábado. 14:36

——Yoongi: Hola.

——Jungkook: Hola Yoongi.

——Yoongi: He pensado que me parece bien, si la oferta sigue en pie, en acompañarte esta tarde al teatro.

——Jungkook: ¡Claro que sigue en pie! Estaba ansioso porque me contestases.

——Yoongi: Pero entiende que es complicado para mí, después de lo que pasó ayer. Y tenemos mucho de lo que hablar, sin excusas.

———Jungkook: Por supuesto. No hay problema. Me hace mucha ilusión que vengas

——Yoongi: Está bien. ¿A las ocho y cuarto en la puerta del teatro?

——Jungkook: Sí. ¿Sabes donde es?

——Yoongi: Sí todo controlado.

——Jungkook: Genial, allí nos veremos.

——Yoongi. Si.

 

No paro de releer la conversación una y otra vez y cada vez que comienzo de nuevo me siento más hundido y abochornado por mi comportamiento. Podría haber dejado claro que solo vengo porque quiero explicaciones, y podría haberle dicho que jamás volviese a dirigirme la palabra, pero no sé si es por culpa de mi profesión que me obligo a ser responsable con él o porque realmente deseo estar con él, sea en la situación que sea. Calibrar esta opción me hace sentir vulnerable por lo que acabo rodando los ojos mientras guardo mi teléfono móvil en el bolsillo de mi abrigo y meto las manos en él, intentando recobrar calor. El frío es lo único que permito que ocupe mi mente en este momento. Engañándome no llegaré a nada pero tal vez no regresando a la realidad todo sea mucho más fácil, para ambos.

A los segundos un cuerpo parecer a mi lado y se acerca a pasos lentos con una sonrisa tímida y algo avergonzada. Va vestido con un abrigo negro como el mío pero mientras que el mío es largo hasta las pantorrillas el suyo solo le llega hasta la rodilla, dejándome ver unos vaqueros negros debajo de él. Debajo del propio abrigo puedo vislumbrar un jersey granate de punto. Con gorro a juego y botas de cuero negras llega hasta mí y se queda a mi lado mientras yo le miro unos segundos y rápido le aparto la vista. Esos ojos jamás me harán sentir en la misma dicha que antes y esa sonrisa jamás volverá a parecerme tan angelical y pura. Ante mi repentino gesto él llega hasta mí y con su mano acaricia mi cabello, y justo al lado posa su rostro, besando mi cabeza en silencio. Ni siquiera es un beso, simplemente se apoya ahí unos segundos y me llega el calor de sus pecho saliendo de él como una estufa. Ojalá pudiera permitirme abrazarle entre mis brazos y que me reconforte su calor, pero por hoy he cometido demasiadas imprudencias viniendo aquí.

—Te quiero. –Murmura aún con su rostro oculto en mi cabello, y la música sonando a lo lejos me hace sentir teletransportado. Su voz me devuelve a ese paraíso que ha construido para ambos, este terreno desértico en el que solo nos tenemos el uno al otro y no necesitamos nada más. No tenemos sed, no tenemos hambre. Nuestra presencia es nuestro eterno vivir y eso es suficiente. Yo no contesto a sus palabras por miedo de oírme reconocer algo a lo que aun no estoy preparado y me separo de él sujetando su mano que descansaba en mi cabeza para que me preste atención. Cuando sus ojos vuelven a mí me hace sentir vertiginoso y yo tartamudeo sin querer.

—Va a em—empezar la obra. –Le digo señalando las puertas del teatro y él parece acordarse de ello repentinamente, como saliendo de un sueño, y asiente energéticamente mientras se deshace del agarre en mi mano y pasa su brazo por mis hombros para conducirme dentro. Su brazo sobre mí me hace sentir intimidado y violento. No parece darse cuenta de que ayer mismo me confesaba algo terriblemente peligroso y que eso ha podido molestarme, enfadarme, indignarme. Pero tampoco pongo de mi parte para que él sea consciente de ello, pues aquí estoy, asintiendo a la obra de teatro como si esto fuese una cita.

—Ya verás, va a ser genial. Anfitrión es mi obra favorita de Plauto.

—La mía es La Aulularia. –Digo mientras él asiente, reconociendo la obra.

—¡Esa también es genial! Fue la primera que leí del autor.

—Yo también. –Digo mientras caminamos dentro de las instalaciones y justo en la entrada Jeon saca sus dos entradas de papel para extendérselas al hombre que nos aguardaba en la puerta para darnos el permiso de entrar. Cuando las mira se queda expectante, leyendo algo, y después se las devuelve a Jeon con una sonrisa amable y fraternal.

—Palco seis. Dense prisa, está a punto de empezar. –Nos dice el caballero mientras Jeon le sonríe en su dirección y ambos nos encaminamos hacia el interior de las instalaciones y Jeon me guía por un de los pasillos en dirección a las escaleras.

—¿Has estado aquí antes? – Le pregunto.

—Sí, vengo una vez al mes, o algo así. Siempre ponen buenas obras…

—¿Cuáles has venido a ver? –Le pregunto mientras ascendemos por las escaleras. Aun hay gente entrando detrás de nosotros y algunos otros que entran ya en las salas de los palcos.

—He venido a ver muchos clásicos romanos. –Dice—. Algunas tragedias griegas también. Edipo Rey, es una de mis favoritas. Agamenón también. –Dice, pensativo—. Aunque el teatro vanguardista también me gusta mucho. Lorca*, o La Fundación de Buero Vallejo*. –Termina.

—¿Con quién sueles venir?

—Algunas veces he venido con algún compañero de universidad que antes de hacer medicina hizo la carrera de filología italiana y ahí encontró la pasión por los clásicos. Pero es un hombre de treinta y tres años y está casado, con una hija, y no tiene todo el tiempo que yo quisiese. A veces vengo solo. Otras con algún amigo, pero la verdad es que venir contigo me hace el doble de feliz que si viniese acompañado del presidente. –Dice sonriendo y yo ruedo los ojos—. Más incluso que si viniese con el propio Zeus.

Cuando llegamos arriba de las escaleras comenzamos a pasar a través del pasillo divisando el número de la puerta asegurándonos de que entramos en la que está señalada como “Palco 6”. Jeon me abre la puerta cuyo interior está sellado con dos cortinas de color verde oscuro. Con un gesto de su mano me hace pasar primero y descorriendo las pesadas cortinas de terciopelo paso al interior del palco vacío mientras que Jeon entra detrás de mí y cierra al pasar. Vuelve a correr la cortina para camuflar la puerta y que no pueda verse desde el escenario y yo me quedo expectante a mirar toda la vista. Estamos justo en medio de todo el teatro, justo de cara al escenario y con todas las listas de butacas debajo y frente a nosotros, distribuyéndose a lo largo del suelo. Mirando hacia arriba descubro una gran cúpula decorada con un fresco al mejor y más extravagante estilo barroco y una lámpara de araña que en estos momentos aún permanece iluminando todas las instalaciones en el interior del teatro. El telón de color crema aun está cubriendo toda la escena y Jeon señala una de las cuatro sillas que hay en este pequeño palco para que me siente en ella. Me siento en una de las dos centrales y él se sienta a mi lado. Antes de sentarme me quito el abrigo y lo cuelgo del respaldo de la silla, observando el interior del teatro. No está lleno, pero tampoco se ve demasiada carencia de personas. De todos los asientos están completos más del ochenta por ciento, pero los asientos del palco están menos abarrotados. Una singular nimiedad me llama la atención y es que de todas las personas que estamos en este momento en el teatro, Jeon es probablemente de las personas más jóvenes. Cuando me giro a mirarle le veo quitándose el gorro de lana y posándoselo sobre su regazo mientras que se cruza de piernas y se acomoda mejor en el asiento. Yo me siento a su lado mientras que me paso las manos por mi jersey de cuello alto negro y sobre mis propios brazos, sintiendo como el calor del lugar me arrebata poco a poco el frío que tenía.

—¿No te sientes raro al venir aquí? –Le pregunto mientras él me mira con una expresión confusa.

—¿Por qué habría de sentirme así?

—Porque los chicos de tu edad no suelen… —Dejo la frase en el aire al darme cuenta de que jamás podré compararlo con nadie. Él es peculiar por sí mismo.

—¿No suelen qué? –Me pregunta aún confuso—. ¿Apreciar una obra de teatro? –Pregunta y yo asiento mientras miro al frente, al escenario aun cubierto por gruesas cortinas.

—Sí, eso…

—No hace falta ser adulto para apreciar una buena obra de teatro. Mira ahí abajo. ¿Acaso están todos los adultos de Seúl? Me temo que no. Ojalá lo estuvieran, pero no… —Suspira.

—Solo decía que la gente de tu edad tiene otra clase de pasatiempos, mejor que venir al teatro.

—Lo sé. –Dice, encogiéndose de hombros—. Pero yo no tengo Twitter, ni Instgram, ni nada así que me haga perder largas horas de mi vida de un plumazo y sin haberme proporcionado una nimia información. Me contengo el decirle “eres maravilloso” como habría hecho en otro momento pero él puede leer es expresión en mis ojos y es suficiente para él como para sonreír en mi dirección y posar una mano en mi pierna—. ¿Alguna vez habías visto representar Anfitrión?

—No. –Digo, pensativo—. Las obras que más he ido a ver son obras del estilo kabuki japonés*. Me gustan los maquillajes que usan y su extravagancia. –Jeon sonríe a mis palabras y quita su mano de mi pierna. Una parte de mí lo agradece, pero otra ya la echa en falta.

—Pues esto es muy diferente.

—Lo sé. –Digo.

—Cuando un actor asiático tiene que representar a personajes de rasgos occidentales es confuso, y más si un extranjero tiene que verla. En algunas representaciones aparecen con máscaras, y otras, simplemente endurecen los rasgos con maquillaje. También hay problemas a veces con las traducciones, con algunas expresiones en este caso latinas que no tengan una adecuada extrapolación a nuestro idioma.

—Pero verlas con actores europeos en latín sería mucho menos comercial.

—No estoy de acuerdo. –Dice dando un respingo—. ¡Amaría ver una así!

—No entenderías nada… —Digo en su dirección frunciendo el ceño pero él rueda los ojos.

—Me encantaría igual. –Dice haciendo un puchero prepotente mientas que a su risa por su propia expresión le sigue que las luces bajen su intensidad y poco a poco nos quedemos a oscuras hasta que solo se ven iluminadas las leves bombillas de las salidas de emergencia y las del propio escenario. El telón se abre poco a poco dejando en escena una nada tan absoluta que es demoledora. Al fondo del escenario, en vez de escoger una decoración acorde con la propia historia, han preferido decorarlo como si realmente estuviésemos en un teatro romano, adaptando probablemente con corcho o cartón unas columnas jónicas al fondo del escenario. Eso irremediablemente le concede el aire romano clásico que buscan y es suficiente como para meter al espectador en la escena.

Y de repente, entra en escena un joven adolescente con pasos decididos pero rápidos. Sobre sus pies lleva unas sandalias doradas con alas a cada lado de sus tobillos, una toga blanca enrollada a su cuerpo y de entre sus cabellos cortos y rubios, evidentemente teñidos, salen otras dos alas, una a cada lado de su cabeza. En su mano derecha porta un caduceo*, que balancea y mueve agresivamente presentándose al público. Evidentemente es el dios Mercurio. Con una voz de joven robusto habla con potencia hacia nuestra dirección mientras que nos abarca con su caduceo.

—Mercurio: Ciudadanos y ciudadanas de Seúl, yo soy Mercurio, el mensajero de los dioses, hijo predilecto de Júpiter, el dios de los dioses… —Comienza con su discurso mientras que yo desvío la mirada a Jeon para ver como todos los ropajes dorados del personaje iluminados por las luces del escenario brillan en sus ojos. O tal vez sea su emoción por la obra, o tal vez yo sea el causante. Con disimulo retiro la mirada y vuelvo a prestar atención a la obra de teatro y a la persona que está ahí, tal como me había advertido Jungkook, tiene una máscara. Es una máscara simple de color oro. Es dorada, con la expresión sonriente de una sonrisa animada y unos ojos felices—. Vais a conocer las aventuras del más libertino mujeriego y más poderoso sin escrúpulos que existe en el Universo: mi padre Júpiter, el dios que reina en el Olimpo y que ahora se ha encaprichado de la mujer más honrada y hermosa que pisa la Tierra.

El personaje sigue presentando la obra de teatro mientras yo comienzo a observar alrededor. Las personas en los palcos a los que me alcanza la vista están atentas y expectantes. Todos se sienten terriblemente emocionados con la obra de teatro y me hace feliz saber que aunque pocos, todos los que hay aquí están por la ilusión que supone presenciar la obra de teatro. Mercurio sigue hablando.

—¿Podrá Alcmena resistirse a los encantos de mi padre? ¿Podrá una criatura indefensa protegerse de los engaños de un dios poderoso y promiscuo? –Seguido a sus palabras resuena el sonido de un trueno por los altavoces a cada lado del escenario que anuncia la llegada de Júpiter. Con lo que yo doy un evidente respingo, casi el mismo que el del personaje en el escenario, y mi mano va a la pierna de Jeon a mi lado, junto a la mía, y me agarro por el sobresalto, a lo que él se sobresalta conmigo y me sonríe encariñado y divertido con mi expresión.

—¿Te has asustado? –Me pregunta en un susurro acercándose a mí mientras que yo le suelto con vergüenza y el calor de su aliento choca con mi mejilla. Cuando le miro avergonzado él me devuelve una expresión amable.

—Lo siento…

—No te preocupes. –Me dice de forma cariñosa y yo le sonrío con una expresión amable.

Júpiter aparece en escena. Un hombre sale de entre las cortinas que se han quedado a cada lado de la escena con aires de nobleza y galantería. Pero aunque su rostro esté envuelto en una máscara de expresión neutra y de tintes plateados, su voz denota completamente su enfado.

—Júpiter: ¡Cállate chismoso, y no adelantes mis planes! –El hombre que se presenta en escena porta una melena cana que le llega hasta la mitad de la espalda y una tupida barba del mismo color. Unos atuendos blancos similares a los de Mercurio, pero en este caso es un hombre adulto el que interpreta al personaje, a juzgar por el tono de su piel y el bello en sus piernas. Su voz es mucho más grave y potente y hace que el personaje de Mercurio se acobarde y dé un salto atrás, cuando ve aparecer a Júpiter. Este, como característica del personaje, porta un cetro en una mano, un cetro dorado, y en su cinturón de cuerda atado a su cintura, deja colgando unos rallos de color dorado también.

—La iconografía es muy evidente. –Dice Jeon en un susurro, mientras señala al personaje que acaba de aparecer—. Solo le falta el águila sobre sus hombros para tener toda la simbología encima.

—Debes comprender que puede haber espectadores que no estén tan relacionados con la cultura…

—Lo entiendo, y no me quejo de ello. –Me dice con una sonrisa—. Pero si apareciese Venus, ¿Tendrían que quitarle toda la ropa?

—También podría tener a un Cupido al lado. –Jeon me mira sonriendo y yo le frunzo el ceño—. Cállate, que no me dejas disfrutar de la obra. –Él me devuelve una mirada apenada y se queda en silencio durante largo rato.

La obra de teatro sigue representándose hasta que llegamos al Acto 3. Mercurio y Sosias se encuentran justo en la casa en donde Júpiter y Alcmena están consumando el adulterio y Mercurio es el encargado de guardar la casa para que nadie interrumpa a su padre en medio del acto. Sosias, criado del marido de Alcmena, llega a la casa y mercurio se encuentra con el problema de que debe persuadirle para que se vaya. La única forma que este encuentra para evitar la interrupción es disfrazarse del propio Sosias para confundir a este y que se marche. El personaje de Mercurio aparece con ropa de romano, y se ha desprendido de sus símbolos y de su careta, portando una de color carne humana. Sin embargo, mantiene su caduceo de la mano para que el público sepa quién es. Todos los que estamos aquí conocemos esta divertida escena, pero siempre está bien facilitar al público la situación.

—Mercurio: ¿Dices que esta es tu casa?

—Sosias: Sí

—Mercurio: ¡Mientes!

—Sosias: Si eres un centinela, entra y pregunta a mi señora, ella me reconocerá. Soy Sosias.

—Mercurio: (Golpeándole) ¡Por mentiroso! ¡Por cobarde!

Todo el mundo estalla en risas mientras que el personaje que interpreta a Sosias cae al suelo del escenario por el empujón y yo río también sin poder evitarlo. La risa de Jeon a mi lado se ve opacada por su mano sobre sus labios, intentando no ser escandaloso, pero yo lo soy más que él. Sin embargo, nuestras risas quedan en la nada en comparación con las del público.

—Sosias: ¡Ay, ay, ay para te lo suplico me haces daño! –La gente ríe más alto.

—Mercurio: ¿Te atreves a seguir diciendo que eres Sosias?

—Sosias: ¿Y quién si no voy a ser?

Mercurio: Sosias soy yo. ¡Mírame bien! ¿Y quién eres tú?

—Sosias: ¡Quien tú me digas! (Gritando) –El personaje ha llegado al límite de su desesperación tras varios minutos de discusión, debatiendo quien es quien. Al final, el personaje de Sosias llega incluso a dudar de su propia persona—. ¡Socorro, ciudadanos de Tebas!

Todo el mundo vuelve a reír por lo hilarante que es que el propio personaje reniegue de su propia personalidad solo por que se acabe el conflicto. El personaje de Sosias, el esclavo, no puede con la tozudez de Mercurio y acaba marchándose. En ese momento en que el tercer acto termina y el telón vuelve a correrse, Jeon se inclina hacia mí y me susurra de nuevo.

—Esta escena de confusión ha sido un hito dentro de la historia de la comedia. Cuando un personaje se disfraza de otro para confusión del personaje y también para diversión del público. –Yo me quedo pensativo—. Esta siempre ha sido mi escena favorita de la obra. Es un poco abrumadora, pero muy divertida.

—También es mi parte favorita. –Le digo y al devolverle la mirada me redescubro en sus ojos. Le sonrío con nostalgia y el cuarto Acto comienza. Volvemos a quedarnos en silencio mientras aun hay alguna risa ahogada por alguna parte.

 

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*Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, ​ Granada, 5 de junio de 1898—camino de Víznar a Alfacar, Granada, 18 de agosto de 1936) ​ fue un poeta, dramaturgo y prosista español, conocido por su destreza en muchas otras artes. Adscrito a la generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo xx. Como dramaturgo se le considera una de las cimas del teatro español del siglo xx, junto con Valle—Inclán y Buero Vallejo. Murió fusilado por los sublevados tras el golpe de Estado que dio origen a el Guerra Civil Española un mes después de iniciada.

*Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, España; 29 de septiembre de 1916—Madrid; 28 de abril de 2000) fue un dramaturgo español, ganador del Premio Lope de Vega en 1949 y del Premio Cervantes en 1986.

*El kabuki (歌舞伎?) es una forma de teatro japonés tradicional que se caracteriza por su drama estilizado y el uso de maquillajes elaborados en los actores. Los caracteres kanji individuales, leídos de izquierda a derecha, significan «cantar» ( ka), «bailar» ( bu), y «habilidad» ( ki). Frecuentemente se traduce kabuki como "el arte de cantar y bailar". Existen sin embargo, caracteres ateji que no reflejan la etimología actual, y que la palabra kabuki se cree que en realidad está derivada del verbo kabuku, que significa "inclinarse", o "estar fuera de lo ordinario", de modo que el significado de kabuki puede ser interpretado también como teatro "experimental" o "extraño".

*El caduceo (del latín caduceum, derivado del griego κηρύκειοv [kerykeion]) es un símbolo del comercio, también utilizado en las instituciones dedicadas a las ciencias económicas. Originalmente hacía referencia a una vara de olivo adornada con guirnaldas, pero en su forma clásica es una vara rodeada de dos serpientes enroscadas y ascendentes, usualmente coronada con un par de alas.

 


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