AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 31

 CAPÍTULO 31


Yoongi POV:

02 – Octubre – 2017

VIERNES

Me paso la mano por el pelo retirando un par de mechones de mi frente mientras miro al chico sentado delante de mí, en este estúpido sofá que repentinamente se ha vuelto tan insignificante. El chico con problemas de violencia me devuelve una mirada atenta y curiosa mientras que se cruza de brazos y yo alzo una ceja mientras me siento aturdido por su expresión.

—¿A qué viene esa cara? –Le pregunto mientras que él entrecierra los ojos en mi dirección como si mi pregunta fuese exactamente lo que él quería decirme.

—Eso tendría que decirle yo a usted. –Me dice mientras se relaja un poco en el sofá, mirándome con repentino interés—. Tengo la sensación de que hoy no ha escuchado nada de lo que he dicho. –Él sonríe de forma pícara y yo sonrío con él, levemente avergonzado de mi comportamiento pero mi sonrisa no hace sino confirmar sus sospechas—. ¡Mire, mire! Creo que es la primera vez que le veo sonreír en estas dos semanas que le conozco.

—No tiene importancia. –Le digo mientras miro el reloj en mi muñeca dándome cuenta de que su sesión ha terminado pero mi gesto no le anima a irse, por primera vez él también parece más adulto a mis ojos y cuando me devuelve una mirada divertida puedo ver que por su cabeza pasan muchas posibilidades a mi cambio de humor.

—No sé qué le ha pasado, pero se le ve mucho más amable y feliz. –Me dice—. Antes parecía usted amargado y aburrido. –Dice hiriéndome levemente y yo frunzo el ceño.

—No lo estaba. –Le digo ofendido pero él no parece cambiar de opinión, ni tampoco voy a seguir contradiciendo sus palabras, pues mucho me temo que pueda estar en lo cierto—. Tengo que disculparme, hoy estoy muy distraído por todo, en general. De verdad, lo siento.

—No tiene que disculparse. –Se inclina hacia mí con picardía—. No se lo diré a mi madre.

—Gracias. –Suspiro—. Eres muy comprensivo.

—Considérelo como una disculpa al golpe que le di. –Dice apenado señalando con su mirada mi pómulo mientras que con una sonrisa a mí me hace sonreír también—. Todos podemos tener días en los que estamos atolondrados. –Mira a todos lados—. Bueno, me voy. –Dice mientras se pasa la mano por la pequeña cresta que crece en medio de su cabeza perfilándola con los dedos. Me sonríe después tímido y yo le sonrío a él mientras que ambos nos ponemos en pie y con una mano sobre su hombro camino a su lado hasta la puerta—. ¿Sabes? –Me dice—. A pesar de que no me haya prestado atención, hablar para alguien me hace bien. –Yo sonrío con sus palabras—. Me gusta venir aquí, al fin y al cabo.

—Me alegro de que pienses así. Y de nuevo, siento mucho no haber estado muy presente.

—Nadie lo ha estado nunca en mi vida, las personas son efímeras. Los amigos se van, la familia se muere, todos al final se abandonan.

—No seas tan pesimista. –Le digo y ambos sonreímos mirándonos.

—No lo soy. Es la realidad. –Suspira y señala la puerta—. Hasta el lunes. ¿No? –Asiento—. Adiós. –Dice y gira el pomo de la puerta y sale con una expresión de nuevo seria y algo aburrida. Su madre me despide con un gesto de la mano y ambos se marchan por la puerta de salida mientras yo me quedo con una sonrisa amable y embobada expectante a su marcha, hasta que el rostro de Jeon aparece en mi campo de visión con una expresión algo seria y preocupada.

—Yoongi… —Me dice mientras intenta hacer un esfuerzo por sonreír y eso me pone nervioso. Ver de nuevo su rostro después de lo que hicimos el miércoles me hace sentir aturdido y algo mareado. Desorientado. Cada vez que le miro me siento transportado a otra dimensión en la que yo no tengo responsabilidades ni miedos y solo hay un sentimiento de preocupación que me inquieta, el hecho de poder perderme en ese mundo. Aún sigo preguntándome si no será demasiado tarde.

—Jungkook. –Le llamo mientras que miro que no haya nadie más en la sala de espera que pueda ver el brillo apasionado que sale de mis ojos cuando le miro y sujetando su muñeca le adentro conmigo en la consulta. Él comienza a hablar, levemente preocupado y triste.

—Te has pasado varios minutos de consulta con ese chico, estaba un poco preocupado y estaba a punto… hum… —Le corto con un beso que él recibe de muy buena gana. Al principio da un leve respingo cuando siente mis manos en la nuca atrayéndolo a mí pero cuando nuestros labios se chocan él actúa por acto—reflejo continuando con él beso. Con mis pasos le conduzco contra la mesa y acaba apoyado en ella mientras que yo me cuelo entre sus piernas para estar más cerca de él, para que nuestros torsos se unan. Su respiración es acelerada y su pulso también lo es. Sonríe en medio del beso como respuesta a la sorpresa que supone y yo sonrío con él mientras que me abraza por la cintura y me quedo apoyando su frente con la mía, con el único sonido de nuestras respiraciones llenando el espacio entre ambos.

—Te he echado de menos. –Le digo mientras él sonríe aún más y yo le abrazo—. No tienes nada de qué preocuparte, puedo manejar cualquier situación.

—Está bien. Me alegra saber que te encuentras bien y que el chico parece que ha rebajado un poco su mal genio.

—Lo sé. –Me separo de él y le señalo con un gesto de mi mano el sofá donde ha de sentarse—. Vamos, hoy tengo algo que va a gustarte. –Digo mientras él me sonríe animado y yo me muerdo el labio inferior con una mirada entrecerrada.

—Si es un estriptis me va a encantar.

—No es eso, estúpido. –Le digo y él asiente consciente de que solo ha sido una broma y mientras le veo acercarse al sofá yo saco un gran sobre marrón de dentro de uno de los cajones del escritorio. Mientras tanto le veo dejar la mochila en la misma postura de siempre, se quita la chaqueta que trae consigo descubriéndome una camiseta de manga larga negra y amarilla con el logo de un grupo de música que no reconozco y unos vaqueros claros. Todo ello adecentado con un cinturón que se ciñe a su pequeña cintura. Ya no tengo que imaginarme ese cuerpo desnudo, ya lo he presenciado, tocado y lamido. La satisfacción me invade por momentos mientras me acerco a él con el sobre y él se me queda mirando expectante.

—¿Qué es eso? –Me pregunta—. Más dibujos infantiles no, por favor. –Se lamenta triste.

—Nada de eso. ¿Has oído hablar alguna vez del test de Rorschach**? –Le pregunto y él abre sus ojos emocionados mientras que asiente energéticamente.

—¡Claro! Todo el mundo sabe lo que es. Es un test que se usa principalmente para conocer las características principales de una personalidad.

—Exacto. –Digo mientras saco las diez láminas del sobre y las pongo sobre mi regazo, aun de forma que él no pueda verlas y él se sienta más cómodamente—. Esto debería haberlo hecho desde un principio pero no estoy acostumbrado a hacerlo pues con los niños no se puede hacer, o al menos, no es recomendable, pues su personalidad aún no está forjada del todo. Y con los adolescentes no sería fiable, verían sexo en todas partes. ¿Entiendes? –Le pregunto y él asiente animado.

—Es la primera vez que me siento como un adulto aquí dentro. –Dice sonriendo y yo asiento mientras que él me señala las cartulinas—. Estoy preparado.

—Bien. Te resumo qué tienes que hacer, para que tengas unas nociones, aunque sé que sabes qué hacer. Miras la cartulina, y tienes que decirme qué ves en ella. No lo primero que ves, ni qué es lo que crees que representa. Solo lo que tú veas. Si ves dos cosas, dices las dos cosas. ¿Entendido? Al final formaremos con todos los datos una personalidad. ¿Entendido?

—Sí. –Dice entusiasmado y yo le descubro la primera cartulina.

—Una mariposa. –Dice mientras asiente, convencido de sus palabras y yo asiento, conforme con su respuesta.

—Muy bien, siguiente lámina:

—Dos payasos. –Dice, pensativo, señalando las cabezas rojas—. Con sombreros rojos. ¿Entiendes? Dándose la mano, ahí…

—Bien. –Digo, sonriente—. Tercera imagen.

—Pues… veo dos perros, y una mariposa. Ambos intentan cazarla, así como jugando… —Dice divertido señalando la mancha central. Yo asiento.

—Cuarta imagen.

—Veo a un hombre tumbado. –Dice, no muy seguro—. En la imagen está desde la perspectiva de los pies, y al fondo está la cabeza… ¿ves? –Asiento y continúo.

—Quinta imagen.

—Un murciélago. –Dice en rotundo.

—Bien. Sexta imagen.

—La parte superior es una especie de insecto, como una libélula. –Me señala y yo asiento mientras que se fija más detenidamente en la parte de abajo—. Mientras que esto, parece como el capullo abierto del que ha salido hace nada. ¿Sabes?

—Sí, sí, entiendo. –Digo con una sonrisa y paso a la siguiente—. Séptima imagen.

—Son dos mujeres, hablando. Se les ve en la forma de los labios, parece que están gesticulando.

—Bien. Siguiente. Octava.

—Este es muy complicado. –Dice divertido y comienza a señalar partes de la imagen, según él ve cosas diferentes—. En los laterales veo dos animales, como topos, u osos. Una cosa así. –Dice no muy seguro—. Y en la parte central veo mariposas y otros insectos parecidos…

—Muy bien. –Digo satisfecho con los resultados mientras que sigo con la siguiente—. Novena imagen.

—Parece una especie de alce o reno, con una cornamenta muy grande.

—Bien. –Suspiro—. La última.

—Wow, un montón de animales. –Dice divertido mientras señala—. Aquí hay pájaros, insectos, leones. Está todo muy convulso, parece que están peleando. –Dice y sentencia el test mientras que yo recojo de nuevo las cartulinas asintiendo, muy contento con sus respuestas. Vuelvo a meter las cartulinas en el sobre mientras que él mira expectante y con ojos atentos a mis palabras.

—La verdad es que tus respuestas son muy buenas. Demuestras tener agilidad mental, creatividad y un buen ánimo. Son respuestas muy buenas.

—Gracias. –Dice con una gran sonrisa mientras yo guardo las láminas en el sobre y lo cierro con una terrible sensación en el cuerpo. Una idea salta a mi mente pero intento borrarla, inútilmente—. Son las respuestas que se consideran correctas para una buena salud mental. –Digo en su dirección—. Las estipuladas como “respuestas ordinarias o frecuentes” por el profesor y el doctor… —él corta mis palabras, con arrogancia y superioridad.

—…Martin Mayman* y Robert Holt. –Dice sentenciando mi frase y al mismo tiempo condenando mi teoría a una verdad que no acabo de comprender. Él me mira con el rostro serio, expectante a que yo diga algo más pero él acaba de sentenciar sus palabras—. Sí, yo también me he leído ese manual. –Dice mientras rueda los ojos a través de la habitación y se deja caer sobre el sofá, cruzándose de brazos con una mirada expectante. Yo miro las cartulinas en el sobre en mi regazo y le miro a él con una expresión un tanto perdida.

—Has dado las respuestas que se consideran convencionales. –Digo frunciendo el ceño—. ¿Coincides con ellas?

—¿Tú qué crees?

—Creo que tu personalidad es demasiado compleja y original para que hayas contestado con respuestas ordinarias. ¿Por qué lo has hecho?

—¿Por qué hace lo que hace la gente? Te he dado las respuestas que querías oír. –Dice mientras suelta un gran suspiro como cavilando unas palabras en su mente que aun están construyendo una frase ahí dentro y yo agarro con fuerza el sobre en mis manos, levemente asustado y desorientado—. Todo esto habría sido mucho más fácil si desde el principio me hubieses preguntado algo más sencillo como: ¿Cómo te definirías con una palabra? O algo parecido. Hay que simplificar las cosas. Las personas como yo tendemos a simplificar sentimientos, emociones y deseos.

—¿Personas como tú? –Pregunto aturdido mientras él me mira con condescendencia.

—Realmente no te has dado cuenta, ¿verdad? No lo has deducido en un mes de conversar conmigo, creo que podría seguir así el resto de mi vida y ni siquiera lo sospecharías.

—¿Sospechar qué? ¿De qué estás hablando?

—¿Nunca has pensado que las personas de mi edad no son como yo? Claro que lo has pensado, pero me has tomado por un virtuoso. Y así es, eso es lo que soy. –Dice con una sonrisa cínica y yo frunzo el ceño mientras comienzo a traslucir la verdad de sus palabras y me muerdo el labio inferior por todo lo que eso supondría para él, para mí y para ambos en esta terrible relación de amistad que hemos establecido. Si es que él es capaz de establecer esa clase de relación—. ¿Conoces el acertijo de la niña que asiste al funeral de su madre?

—Sí. –Digo, con una mueca triste, al comprender que está confirmando mis sospechas—. ¿Quieres que te lo pregunte? ¿Vas a contestarme lo que me contestaría cualquiera o lo que realmente piensas?

—Es un buen acertijo. –Dice ignorando mis palabras—. Es la historia de una niña. En el funeral de su madre, vio a un hombre joven que no conocía. Es fantástico, el hombre de sus sueños. Es el amor a primera vista, cae irremediablemente enamorada. Unos días más tarde, la chica mata a su propia hermana. Pregunta: ¿Por qué razón ella mató a su hermana? –Deja la respuesta en el aire y me mira con una sonrisa divertida—. Lo hice hace mucho tiempo, cuando aun no encontraba la palabra para definir qué es lo que yo era, y tampoco me siento totalmente identificado con ello, pero la verdad es que es como está psicológicamente establecido. –Se encoge de hombros—. La respuesta a este acertijo es cualquiera que tú quieras darle. He tenido que oír barbaridades, desde que odiaba a su hermana hasta que se sentía sola y quería tener a la familia reunida. Cuando yo, en realidad, solo veo una respuesta adecuada. La respuesta correcta, claro. Respuesta que por el mero hecho de pensar en ella y tomarla como buena te convierte en un psicópata. Respuesta: Ella tiene la esperanza que el chico estará de nuevo en el funeral.

—¿Crees que eres un psicópata? –Le pregunto temiendo que su problema sea algo mucho peor, como una doble personalidad o falta completa de identidad pero él se encoge de hombros.

—Tú puedes verlo como quieras, así es la única forma de definir lo que soy. No existe un comportamiento único definido en una persona a partir del cual se pueda distinguir de forma inequívoca a un psicópata de una persona normal. –Yo asiento con sus palabras, aún esperanzado por que esto sea una broma pesada, pero sus palabras son mucho más duras de lo que puedo llega a afrontar—. ¿De verdad que no se te había pasado por la cabeza? Una vez llegaste a llamármelo de forma jocosa mientras bebíamos en aquél bar, pero subestimas el poder de esa palabra y lo que significa.

—No eres un psicópata. –Le digo mientras que él me mira expectante. Más bien parece que me lo estoy diciendo a mí más que a él.

—No hay evidencia científica para decir quién es psicópata y quién no. En otras palabras, un psicópata está mejor definido como una persona que es "más o menos psicopática" un estudio científico reveló en el año 2004 y luego respaldado por los resultados de otro estudio en el año 2006, que es poco acertado pensar en las personas como "psicópata o no psicópata", así como pensar que dos psicópatas tienen el mismo tipo de psicopatía o características psicopáticas, el mismo comportamiento, etc.

—Te lo has estudiado bien, ¿verdad? –Le pregunto entrecerrando los ojos mientras que él se encoge de hombros y se muerde el labio inferior sin apartar los ojos de mí.

—Hay varios comportamientos y características que son relativamente comunes entre los psicópatas. Las personas con trastorno psicopático, o psicópatas, suelen estar caracterizadas por tener un marcado comportamiento antisocial, una empatía y remordimientos reducidos, y un carácter desinhibido. Los psicópatas tienden a crear códigos propios de comportamiento, por lo cual solo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos sociales comunes. Sin embargo, estas personas sí tienen conocimiento de los usos sociales, por lo que su comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido para la mayoría de las personas. Afín a todo lo antedicho es la personalidad sádico narcisista o de narcisismo maligno. ¿Sigues pensando que no lo soy? –No contesto, turbado por la evidencia—. No me hagas esto, Yoongi. Haz memoria. ¿Jamás siquiera lo has sospechado?

—Da—dame un minuto… —Digo mientras me levanto de mi asiento dejando sobre este las láminas en el sobre y camino directo a la pequeña ventana que hay cerca del escritorio para abrirla y que el frío aire me golpee el rostro, necesitado de él mucho más que de cualquier estimulante. Me siento aturdido, desorientado, levemente mareado y muy decepcionado conmigo mismo. Siento un gran nudo en la garganta, arrepentido por todo lo que he hecho, por él, por mi error. Me apoyo en el umbral de la ventana mientras cierro los ojos y respiro lentamente, intentando recobrar poco a poco la compostura—. Pero… no tiene sentido. –Digo negando con el rostro—. Hasta ahora te has preocupado por mí, te has mostrado amable conmigo y hemos… —Dejo la frase a medias mientras le miro sobre el hombro para que él me mire ofendido—. ¿Todo era mentira?

—¡Claro que no! –Dice, frunciendo el ceño—. Pero ya te dije que yo no puedo sentir amor, mi límite de empatía es muy limitado y la tristeza… ¿te acuerdas cuando hablamos de ella? Evité el tema porque es terreno peligroso, pero supongo que ya da igual. No siento tristeza. Es algo que me turba a veces, pero entre la falta de empatía y mi ego, considero que mi cerebro debe dejar esa clase de sentimientos aparte. Es algo que no logro sentir.

—¿Si te mienten, si te insultan, si te rechazan, no sientes tristeza?

—No.

—¿Qué sientes, en esos casos?

—Ira. –Dice, convencido—. Es el sustitutivo a todo concepto de tristeza que entre en mi cuerpo. Ante situaciones en las que me debería sentir triste, siento ira. –Piensa—. En las pocas en las que me permito sentir algo, claro.

Me giro a él, apoyando mi espalda en la pared y cruzándome de brazos mientras que el aire me roza la nuca.

—¿No sientes tristeza cuando ves escenas de guerra en la televisión? –Niega con el rostro.

—La guerra es normal. Ha existido siempre y la gente muere todos los días.

—¿No sientes tristeza ni empatía cuando vez como maltratan a una mujer?

—No. –Se encoge de hombros.

—¿No lo sientes cundo ves pegar a un cachorrito? –A mis palabras estalla en terribles carcajadas y yo doy un respingo asustado por ellas. Jamás su risa me había parecido tan terriblemente lunática y me abrazo a mí mismo, asustado.

—¡Pero qué dices! –Ríe—. Que patético…

—¿No sentiste pena cuando me golpearon? –Le pregunto y él niega en rotundo.

—No. Pero no sabes el esfuerzo que hice para controlarme y no matar a eso hijo de la gran puta.

—Tú no eres un psicópata. –Le digo, negando con el rostro—. No le harías daño a nadie. –Digo mientras él levanta la mirada y me escruta con ojos intensos. Su falta de respuesta me hace sentir turbado y frágil.

—La psicopatía, Yoongi, existe tanto en el mundo criminal como en el mundo civilizado y muchos psicópatas no tienen ningún historial de violencia. La psicopatía es un tipo de personalidad habitualmente mitificada y mal entendida en la sociedad. De este modo, a través de películas y prensa popular (en algunos casos incluso prensa especializada en psicología) se ha transmitido una imagen exagerada o directamente errónea.

—Deja de ser tan técnico y contéstame. Nunca le harías daño a nadie… ¿no?

—No lo sé. –Dice, pensativo y rescata el sobre de las láminas sobre la silla en donde yo estaba sentado y me lo extiende con un gesto significativo y la ceja en alto, de forma cínica—. ¿Por qué no lo compruebas? Esta vez prometo no mentirte.


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*Hermann Rorschach (8 de noviembre de 1884, Zúrich – 2 de abril de 1922, Herisau) fue un psiquiatra y psicoanalista suizo, conocido sobre todo por la elaboración de la prueba que lleva su nombre, el Test de Rorschach.

*El test de Rorschach es una técnica y método proyectivo de psicodiagnóstico creado por Hermann Rorschach(1884—1922). Se publicó por primera vez en 1921 y alcanzó una amplia difusión no solo entre la comunidad psicoanalítica sino en la comunidad de psicoterapeutas y psicólogos en general. La técnica (que en estricto rigor no es un test) se utiliza principalmente para evaluar la personalidad. Consiste en una serie de 10 láminas que presentan manchas de tinta, las cuales se caracterizan por su ambigüedad y falta de estructuración. Las imágenes tienen una simetría bilateral, que proviene de la forma en que originalmente se construyeron: doblando una hoja de papel por la mitad, con una mancha de tinta en medio. Al volver a desplegarlas, H. Rorschach fue encontrando perceptos muy sugerentes que daban lugar, por su carácter no figurativo, a múltiples respuestas. El psicólogo pide al sujeto que diga qué podrían ser las imágenes que ve en las manchas, como cuando uno identifica cosas en las nubes o en las brasas. A partir de sus respuestas, el especialista puede establecer o contrastar hipótesis acerca del funcionamiento psíquico de la persona examinada.

*Martin Mayman fue un psicólogo estadounidense que trabajó con la prueba de Rorschach. Él recibió su B.S. licenciado en 1943 por el City College de Nueva York, su M.S. en 1947 de la Universidad de Nueva York y su Ph.D. en 1953 de la Universidad de Kansas. Recibió el Premio Bruno Klopfer en 1981.

 


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