AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 27
CAPÍTULO 27
Yoongi
POV:
31 – Octubre – 2017
MIÉRCOLES
El chico delante de mí me mira con esa expresión a la que le he empezado a tener miedo. Esa bajada de rostro, me muestra la frente como si fuera a embestirme con una corpulenta cornamenta, pero solo es un acto reflejo para intentar intimidarme. Él no tiene cornamenta, pero ya he sentido antes la fuerza de sus puños por lo que le retiro la mirada, acobardándome de su expresión. Él no cede tan fácilmente y de reojo veo como cierra sus manos en dos puños que deja sobre su regazo, de forma que esté listo para venir a mí de nuevo. Suelto un largo suspiro y trago en seco con la sensación de que este trabajo no está tan bien pagado como me merecen los golpes en mi cara.
—Espero que comprendas que lo que hiciste el lunes no estuvo bien. –Digo mientras agarro con fuerza el bolígrafo en mi mano y hago como que escribo algo. Solo estoy haciendo garabatos sobre papel para tener la mirada ocupada y no enfrentar su expresión.
—Sí. –Dice pero sus palabras no parecen convincentes. Más bien parece como si fuese un dogma que repite para que yo no siga insistiendo.
—Pero no he oído una disculpa hasta ahora. Ni siquiera delante de tu madre has cedido. Si es por ella, no tienes que preocuparte. Estamos solos aquí. –Le digo pero eso parece ponerle más violento por lo que desvío de nuevo mi mirada a mi libreta garabateada—. Está bien. Cuando estés preparado para disculparte, estaré esperando con los brazos abiertos. –Digo y miro mi reloj sobre mi muñeca. Suelto un largo resoplido que no he podido contener, dado que aún quedan cinco minutos para que la hora de terapia termine. Sin embargo el chico ya se ha puesto en pie, tal vez inducido por mi gesto, y recoge su chaqueta y su mochila—. Aún quedan cinco minutos. –Le digo pero él me retira la mirada, levanta su rostro y sale por la puerta con una expresión de total indiferencia. Le veo recorrer la sala de espera y salir por la puerta de la calle con su madre siguiéndole como un perro faldero. Tal como habría hecho un cachorro al ver a su amo. Ha dado un respingo emocionada y le ha seguido meneando el culo.
—Hola. –Me dice el rostro sonriente de Jeon apareciendo por la puerta, cortando todo contacto visual con el chico y su madre—. Veo que hoy no has tenido ningún incidente. –Me dice mientras pasa dentro de la consulta y cierra detrás de él. Yo me vuelvo de nuevo con la mirada al sofá pasando las páginas de mi libreta y él me rodea hasta sentarse delante de mí. Deja su mochila, esta vez mirando hacia él y se quita la chaqueta de cuero, la cual me deja entrever un jersey negro de cuello alto. Tiene las mejillas levemente coloreadas.
—¿Hace frío? –Le pregunto mientras él asiente pasándose las manos por los muslos como si intentase recobrar un calor que ha perdido. Su nariz también está levemente coloreada y sus manos están pálidas. Sin embargo su expresión no puede ser más risueña y divertida.
—Me encanta el invierno. –Dice, entusiasmado—. Aunque a veces haga frío.
—Mañana comienza noviembre. –Le aviso como si no lo supiese—. ¿Qué esperabas?
—Ya… —Dice mirándome de arriba abajo—. Tú tampoco pareces preparado para afrontar el frío. –Me dice mientras me señala con la mirada y yo me miro de arriba abajo mientras frunzo el ceño.
—¿Qué pasa conmigo?
—Camisa y pantalones de vestir. Tendrás un abrigo, al menos. –Me dice con una ceja en alto y yo señalo la chaqueta de lana detrás de mí, colgada en el perchero al lado de la puerta a lo que él mantiene esa expresión de asombro y decepción.
—Vas a congelarte cuando vuelvas a casa. –Me dice entre divertido y preocupado pero yo niego con el rostro.
—No pasa nada. Iré en bus, así que el camino a pie se reduce.
—Aun así, no es bueno para tu salud. –Dice, sentenciando el tema—. ¿A qué hora sales de aquí? Seguro que sales a las nueve.
—A las ocho. –Digo—. Pero no importa. No hará tanto frío. –Le digo entusiasmado y él se encoge de hombros, finalizando la discusión mientras que se sienta más cómodamente en el sofá cruzando las piernas y me mira expectante por un tema de conversación, pero cuando recaigo en que él es mi paciente y estamos aquí para hablar sobre él y sobre sus problemas, me descubro a mi mismo tan solo pensando en sus besos.
—¿De qué hablaremos hoy? –Me pregunta con impaciencia y yo me limito a encogerme de hombros, un tanto despistado.
—La verdad es que no sé de qué hablar…
—Hay algo que me tiene en vilo. –Dice, pensativo—. Algo a lo que le he estado dando vueltas y pensaba hablarte de ello el lunes, pero ocurrió aquello y pensé que no era buen momento...
—¿Qué ocurre? –Pregunto preocupado.
—Este fin de semana pensé para mí: No voy a llamarle ni a mandarle ningún mensaje. Expectante a saber si tú serías el primero en hablarme…
—Oh. –Digo, algo alarmado por sus palabras.
—Pensé que si yo no te hablaba tú tomarías la iniciativa, pero no lo hiciste. –Mientras me lo dice, no muestra tristeza o decepción. Más bien una sonrisa pícara, curiosa, por saber el motivo de mi completa falta de motivación para hablarle.
—Lo siento… —Digo algo preocupado—. La verdad es que no tengo una excusa.
—Invéntate alguna, no me dejes con esta sensación. –Me pide divertido—. O harás que piense que te olvidaste por completo de mi existencia.
—No, eso nunca. –Digo, exaltado y él sonríe aún más con eso. Tomo aire y busco las palabras—. La verdad es que pensé en hacerlo, pero cuando pretendía, algo me interrumpía. Mis padres me han llamado, el correo, la comida… yo que sé. Pero la verdad es que cuando tenía el tiempo, me faltaba el valor.
—¿El valor? No vas a matar a nadie. Solo vas a llamarme para hablar conmigo.
—Lo sé, pero comenzaba a cuestionarme si sería buen momento para ti, si tal vez estabas ocupado, tal vez no querrías hablar conmigo o a lo mejor estabas de fiesta con amigos. –Niego con el rostro—. Solo digo tonterías. Sé que no tengo excusa…
—No te disculpes. Solo quería saber si realmente te gusta hablar conmigo o simplemente lo haces porque a mí me hace ilusión.
—No, nada de eso. –Le digo, serio—. A mí también me gusta hablar contigo. –Le digo y él sonríe ladino.
—No es valor lo que te falta. Es iniciativa. –Dice y yo asiento mientras bajo la mirada hacia mi libreta sobre las manos. Ella es siempre mi refugio para una situación extraña.
—Tal vez.
—¿Por algún motivo en especial?
—No lo sé. No logro comprenderlo. –Frunzo el ceño.
—Claro que lo comprendes pero no tienes iniciativa para decírmelo.
—¿Qué?
—Te acobarda la situación en la que nos encontramos. Es lo típico de “La vida es muy perra, si fuésemos otras personas, si estuviésemos en otra situación…”
—¿De qué hablas?
—De que soy tu paciente. De eso hablo. –Dice, algo más serio que antes—. Y te acobarda la posibilidad de que realmente esto sea algo de lo que te tengas que hacer responsable. –Yo me quedo en silencio mientras él me mira, comprendiendo que ha dado en el clavo—. Es complicado, lo entiendo, y podrían quitarte el título de psicólogo si en el colegio de psicólogos se enterasen, pero míralo de esta manera: ambos somos adultos, ambos estamos en plenas facultades y…
—¿Has hablado de esto con mi secretaria? –Le pregunto frunciendo el ceño y a él se le escapa una sonrisa que le delata.
—Y tú con ella, por lo que veo. –Dice sonriendo pero yo bajo la mirada, frustrado—. Eh, Yoongi. –Me llama y yo le miro incondicionalmente—. A lo que voy es a que a pesar de todo, yo estoy dispuesto a seguir con esto, y me gustaría saber si tú también estás dispuesto.
—Comprendes que es algo… arriesgado.
—Comprendo que es complicado, pero no es nada que yo no sepa manejar. –Dice sentenciando la disputa—. ¿Eso es que sí?
—Eso es que eres jodidamente persuasivo. –Digo con un puchero y él suelta una risa emocionado mientras que se levanta un segundo y coge mi rostro en sus manos para plantar un suave beso sobre mis labios. El chasquido que produce el beso me hace sentir como si acabásemos de pactar una promesa en la que de repente me veo inmerso sin saber en qué punto ha comenzado todo esto. Cuando vuelve a sentarse en el sofá me mira desde la distancia con una sonrisa contagios y una expresión aniñada que me hace sentir peligrosamente cohibido—. Tienes los labios fríos. –Le digo mientras él me mira sorprendido y yo me relamo los labios, pensativo.
—¿De veras? –Me pregunta preocupado—. ¿Ha sido desagradable?
—Tus besos jamás son desagradables. –Le digo ofendido y él sonríe de nuevo con esa expresión, esa tez curiosamente misteriosa.
—¿Significa qué quieres repetirlo?
—Sí. –Digo avergonzado y él se levanta de nuevo, pero esta vez yo contribuyo posando mi mano en su cuello y atrayéndolo hacia mí. El beso esta vez no es un simple roce, es algo más intenso. Mucho más intenso. Se convierte en ardiente cuando su lengua se cuela en mi boca y nuestros labios chasquean con el roce de nuestra saliva. Yo suspiro, él suelta un leve gemido en el beso, signo de que debo cortarlo y cuando lo hago me encuentro en él una fiera mirada hambrienta. Hambrienta de mí y de mis labios, pero cuando el beso finaliza, su mirada regresa a ser risueña y animada.
—Perdón. –Dice, disculpándose pensando que ha sido su culpa el hecho de que el beso se haya alargado algo más de lo esperado.
—No tienes que pedir perdón.
—¿Debería pues darte las gracias?
—Tampoco. –Digo y ambos reímos—. Limítate a dejarlo estar.
—Está bien, está bien. ¿Se te ha ocurrido algo de lo que hablar ya?
—Sí. –Digo, no muy seguro de que realmente vaya a hablarme de esto—. Quiero hablar sobre tus relaciones amorosas.
—¿De qué hablas? –Pregunta, aturdido.
—Las relaciones que has tenido desde la primera hasta la última.
—Eso es una pregunta muy amplia. –Me dice frunciendo el ceño—. Tenemos tres categorías. Las personas por las que he sentido “amor”, o como quieras llamarlo; las personas con las que he mantenido relaciones sexuales; y cuando se han cumplido las dos condiciones anteriores a la vez.
—Háblame de todo.
—Sigues apuntando de forma amplia. ¿Quieres que te haga un esquema espacio temporal?
—Con un diagrama temporal me basta. –Le digo y él frunce el ceño ante mi sonrisa.
—Déjame pensar… —Dice, cavilando—. Cuando tenía cinco años me gustaba una chica de mi escuela, que se llamada Susan. Era americana, con el pelo pelirrojo y ojos verdes. Era muy guapa y llamaba la atención sobre el resto de chicas. Todo el mucho estaba loco con ella. –Dice, divertido—. Luego a los diez años me enamoré de una chica de la clase de al lado, se llamaba WoonFu. Era de padres chinos aunque ella había nacido aquí. Fue mi primer beso. Fue algo inocente. Yo la cogí por los hombros, la besé, ella me soltó una torta y yo me morí de vergüenza. –Río con sus palabras y él acaba haciéndolo también—. Desde entonces comencé a pasar de las chicas y esas cosas. Cuando entré en el instituto me hice amigo de un chico que siempre estaba solo por ahí. Yo también solía estarlo, así que nos hicimos buenos amigos, nos comprendíamos dentro de nuestra soledad. Él fue mi segundo beso. –Dice pensativo—. Cuando íbamos a su casa, solíamos encerrarnos en su cuarto con la excusa de estudiar pero acabábamos en su cama besándonos. Teníamos solo doce años, así que besarnos era lo máximo a lo que lográbamos llegar sin sentirnos realmente cohibidos. Aun así, a veces besarnos resultaba algo muy extraño.
—Ambos teníais muy normalizado el hecho de que erais dos chicos…
—La verdad es que sí. No pensamos en ello. Yo al menos no lo hice hasta que no fui mayor. Pero eso no importaba. Nadie lo sabía, la verdad. Decidimos que era algo que solíamos hacer cuando estábamos a solas y punto. No lo veíamos como algo sucio ni grotesco. Era como un pequeño secreto que teníamos entre ambos pero que no rozaba para nada lo sexual. Solo nos besábamos. Punto. A nadie le molestaba aquello y a nosotros menos.
—Es una relación preciosa. Continúa.
—Eso apenas duró un año. Fue extraño. Terminó de forma muy natural. El y yo comenzamos a vernos menos, cuando nos veíamos no teníamos esa necesidad de besarnos y simplemente dejamos de hacerlo. A las semanas él me presentó a una chica con la que recientemente había empezado una relación de pareja y a mí me pareció bien, aunque en el fondo me preguntaba, qué sería de mí. ¿Yo también tenía que buscar a una chica? También tenía que tener a una relación con una mujer. Entonces es lo que hice. La chica me presentó a una amiga, tuvimos una especie de cita doble y nos fuimos los cuatro a comer helado a una heladería y luego nos fuimos a jugar a los bolos. La chica y yo aquella noche nos besamos, pero dentro de mí sabía que era diferente. No era igual.
—¿Era peor?
—No era peor, ni mejor. Solo que tenía otro significado muy diferente al que yo le había dado cuando estaba con el chico.
—¿Por ser mujer?
—No. Por ser una relación seria. Era extraño. Ella quería más de mí que unos besos, ella esperaba más de mí que unos besos. Esperaba que le diese la mano por el instituto, que la acompañase de compras y que jamás mirase a otra mujer más que a ella.
—Vaya… ¿y si tu amigo te hubiera propuesto que le dieses la mano en el instituto y todas esas cosas?
—Él jamás habría hecho eso. La diferencia reside en el hecho de que a mi amigo lo conocía de antemano y si le besaba sabía que ese beso no significaba más que eso, un beso. Pero a la chica la conocí ese mismo día y el beso implicaba mucho más de lo que yo estaba dispuesto a dar.
—¿Por qué la besaste entonces?
—No lo sé. ¿Por qué hace lo que hace la gente? Tenía catorce años, y a una chica guapa en mis manos. Ella me besó, yo le seguí el beso y nada más. Recuerdo perfectamente en qué pensaba mientras la besa. ¿Quieres saberlo? –Asiento—. Pensaba “Ojalá aparezcan por aquí esos dos capullos que me han presentado a esta petarda. Me gustaría ver la cara de mi amigo besándola”.
—Eso es muy macabro. –Digo, pensativo—. Al menos para la mente de un chico de catorce años.
—Lo sé, pero yo soy así. ¿Sabes?
—Sigue hablando. –Le pido.
—Pues esa chica no duró mucho. La verdad. –Dice, negando con el rostro—. Quedamos dos o tres veces más, nos morreábamos antes de ir a casa y poco más. Le gustaba exponerme, de eso sí me acuerdo. Si veíamos a sus amigas por la calle, ella me agarraba de la mano y si tenía que comprar algo, siempre me hacía que lo comprase yo.
—¿Y después de ella?
—Pues después… —Piensa—. Algunas chicas más. Pero se repitió lo mismo que con la anterior. Cuando tuve dieciséis conocí a una chica en una de estas salidas con los amigos. Me sabía dar una conversación decente, se veía guapa, y ya tenía experiencia en la cama. Así que fue mi primera vez. No estaba ni de lejos enamorado de ella, no me sentía apegado. Solo habíamos hablado por mensajes después de conocernos y quedamos solo un par de veces para ir a dar una vuelta. Nos besamos unas cuantas veces y ella me llevó un día a su casa que sus padres no estaban. Era más mayor que yo. Uno o dos años mayor. Hicimos el amor, ella me pidió que la llamase de vuelta pero yo no lo hice. El sexo estuvo bien. Fue una experiencia agradable, pero cuanto más pienso en aquello, más me doy cuenta de que mis expectativas estaban demasiado altas y lo que hicimos no se puede llamar sexo. Ella no se movía, yo no sabía donde tocaba y la sensación de correrme dentro de un condón no era para tirar cohetes. Ella intentó contactar conmigo después de aquello pero no quise contestarle a los mensajes ni coger sus llamadas. Puedes pensar que soy mala persona por hacer aquello pero mi decepción era máxima y no quería volver a repetir la experiencia. Y de quedar con ella, lo habríamos vuelto a hacer. Hoy en día no actuaría de esa forma. Hablaría con la persona, le explicaría mis sentimientos y si los comprende genial, y si no, lo siento.
—Solo tenías dieciséis años, no se te puede pedir un comportamiento adulto… —Digo riendo y él se encoge de hombros.
—En fin, liberado del peso de la virginidad me atreví a ser más valiente con ese tema. Al principio sí pasaba por toda la parafernalia que suponía la convencionalidad necesaria para llegar al sexo. Conocí a varias chicas, hablaba con ellas, salía con ellas unos cuantos días y después encontrábamos un sitio para tener sexo. Si me gustaba repetía y si no, me excusaba amablemente. Poco a poco fui reduciendo el tiempo de espera entre conocer a una persona y tener sexo.
—¿Con cuantas personas te has acostado en total? –Le pregunto, incapaz de esperar a que él termine su relato.
—Doce. –Dice, pensativo—. Creo.
—Vaya. –Digo, asombrado—. Los jóvenes de hoy en día… —Suspiro y de repente siento como si me hubiese echado encima veinte años. Él ríe de mis palabras pero no piensa en ello. Sigue contando su historia.
—A los diecinueve conocí a un chico. Era el novio de una chica de “nuestro grupo de amigos”. Yo para mi grupo de amigos era hetero y mi libertinaje se ceñía a chicas que no conocía.
—No me digas más. –Le digo, divertido—. Te liase con ese chico.
—¡Y no sabes qué experiencia! –Dice entusiasmado—. Ninguno de los dos habíamos hecho aquello antes y fue todo un desmadre. Quedábamos todo el grupo pero de alguna forma él y yo siempre nos acabamos escabullendo a algún lavabo o algún lado donde poder hacerlo. Al principio solo tonteábamos en broma. Hasta que un día se nos fue de las manos. –Dice divertido y yo asiento—. Creo que es la persona con la que más tiempo he estado.
—¿El dejó a su novia?
—No. –Piensa, divertido—. En realidad creo que siguen juntos. –Dice y yo alzo las cejas.
—Es broma, ¿no?
—No. Éramos discretos. –Dice ofendido—. Nunca nadie se enteró de nada. La verdad. Estuvimos así un año. Él seguía con su novia y yo estaba al mismo tiempo con otras personas. Era como… nuestro pequeño secreto. Era un buen tío, estudiaba bellas artes, así que a veces esto se le iba un poco de las manos. –Hace un gesto de estar fumando, por lo que entiendo que se refiere a fumar marihuana, a juzgar por la fama que tienen los estudiantes de bellas artes—. Pero era un chico muy liberal, sin complejos, siempre con ganas de divertirse. Y sabía aguantar el tipo, así que no puedo quejarme.
—Pero le estaba siendo infiel a su novia.
—Y yo estaba engañando a una amiga. –Se encoge de hombros—. Pero él era el responsable de aquello, yo no tenía ninguna culpa. Él se excusaba diciendo que ella no se enteraría y antes de que yo pudiera replicar nada ya me estaba comiendo al polla. –Vuelve a encogerse de hombros y yo abro mis ojos, sorprendido por la rudeza de sus palabras.
—Sigue. –Le pido.
—Bueno, durante esos años estuve con alguna otra chica, con algún otro chico… Nada de importancia. Luego de terminar el instituto mi madre me mandó a Estados Unidos. Allí estuve también con algunas personas. El más a destacar fue un chico que tenía una hermana preciosa.
—¿Trío?
—Sí. –Dice, pensativo—. Pero el chico se encariñó conmigo y me faltó tiempo para meterme dentro de un avión de regreso a Seúl. –Dice divertido y yo me dejo caer sobre la silla, un tanto tembloroso.
—¿Y después?
—Pues desde que estoy en Seúl y he empezado la uni apunto más alto. He estado con algunas chicas del último curso, con algunos chicos de primer curso y poco más. Tampoco he tenido mucho tiempo estos últimos años…
—Vaya. –Suspiro largamente—. Me has dejado sin palabras.
—¿Por qué? –Pregunta cínico.
—Porque me has sorprendido, pero al mismo tiempo, creo que si cualquiera me cuenta algo así, me quedo en la misma estupefacción.
—¿Tú con cuántas personas te has acostado? –Me pregunta divertido mientras que hace cálculos—. Seguro que con más de veinte.
—Te recuerdo que he estado prometido. –Le digo él se encoge de hombros como si hubiese contado con ello, a lo que me mira expectante—. No voy a decírtelo. –Le digo negando con el rostro y él me mira, suplicante.
—¡Oh! ¿Por qué? Quiero saberlo…
—No. –Niego, en rotundo—. Me da vergüenza yademás, no estamos aquí para hablar de mí.
—Ni de mí tampoco. –Dice, sacando su móvil y mirando la hora—. Porque nuestra sesión ha terminado. –Me dice y se pone en pie mientras recoge la mochila y se cuelga la chaqueta del brazo.
—Está bien. –Le digo y me pongo en pie como él mientras que se encamina a la puerta, pero antes de llegar, se gira para mirarme sonriente.
—¿Quince?
—No. –Le digo, soltando el “no” como un pesado suspiro.
—¿Diez?
—No.
—¿Menos?
—No he dicho que sean menos.
—Son menos de diez. –Sentencia y entrecierra los ojos mientras me mira curioso—. Lo dejaré pasar por ahora, pero un día tendrás que decírmelo.
Yo asiento con un largo suspiro y él se marcha guiñándome un ojo. Su expresión me destroza pero cuando se ha marchado y me encuentro solo sonrío como un idiota tremendamente avergonzado. ¿Nos hemos comprometido? –Me pregunto porque ni yo mismo lo tengo claro. Lo único que tengo claro es que estoy temblando y es tan solo por su imponente presencia que aún me acompaña.
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