AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 26

CAPÍTULO 26


Yoongi POV:

29 – Octubre – 2017

LUNES

Me paso de nuevo los dedos por el pómulo helado, mientras me miro a un pequeño espejo que me ha prestado mi secretaria. Es un espejo de mano, dorado, con una rosa tallada en el anverso. Pero mientras me sirva para reflejarme, me doy por satisfecho. Una pequeña herida se abre en el pómulo y aunque ha dejado de sangrar y se ha formado una costra en la parte superficial, todo alrededor comienza a amoratarse con un rosa intenso que me preocupa. Al pasar la yema de mi dedo sobre la forma, mi piel tiembla y tengo miedo de que el dolor vuelva  hacerme sentir inútil y pequeño, pero presiono un poco más para asegurarme de que no es de mayor gravedad y que no tiene más importancia que un mero corte sobre mi piel.

Unos golpes en la puerta de mi despacho me hacen dar un respingo a pesar de que no estaba cerrada. El rostro de mi secretaria se asoma con una sonrisa algo avergonzada pero con una expresión tremendamente preocupada mientras que en sus manos trae una bolsita de hielo.

—Pasa. –Le digo con un tono de voz seco y enfadado. No con ella, desde luego, ni mucho menos.

—¿Estás mejor? –Me pregunta perdiendo toda formalidad mientras se asoma a mi rostro para ver mejor el pequeño corte sobre mi pómulo—. Te traigo más hielo. –Me dice y yo asiento mientras suelto un resoplido cansado.

—Estoy bien. Solo es un corte. –Le digo—. Lo que me preocupa es que se va a poner morado de un momento a otro y se me va a hinchar la cara. –Digo frustrado mientras le devuelvo el pequeño espejo y ella me da la bolsita con el hielo. Rápido me lo pongo sobre la zona dañada y suelto un chasquido, disgustado con el contacto y con el frío. Suelto aire como si acabasen de golpearme y ella chasque la lengua, con el mismo disgusto que yo.

—Menos mal que su madre aguardaba fuera. –Dice triste—. Yo sola no habría podido contenerlo…

—Está bien, ya da igual. Lo que importa es que solo ha sido un golpe, y a ti no te ha pasado nada. Dios sabe qué habría pasado si no llegáis a entrar…

—No te preocupes. –Dice ruborizada por haberme preocupado por ella. Al fin y al cabo, para mí es algo parecido a una hermana pequeña.

—Tienes que contratar a alguien de seguridad para estos casos… —Dice mientras se sienta en la silla delante de mí y yo suelto un largo suspiro mientras miro mi reloj de muñeca. Aun quedan diez minutos para que Jeon reaparezca y yo me muerdo el labio inferior—. Ese chico con ataques de violencia es muy peligroso, de veras lo digo. Es mejor que tengas a alguien aquí…

—Tengo que aprender a manejarlo. He tenido casos parecidos antes y los primeros días de terapia siempre son difíciles. Ya lo sabes…

—Aun así… —Dice suspirando y yo me quito la bolsa de hielo sobre el rostro y me señalo el pómulo.

—¿Crees que se hinchará mucho?

—Sí. –Dice, triste—. Tal vez deberías haber ido al hospital, para que te pusiesen al menos un par de puntos de aproximación. Tal vez te quede cicatriz. –Dice y yo la fulmino con la mirada.

—Que pesimista. –Digo—. Estoy rodeado de gente pesimista.

—No seas así. –Me dice y yo me muerdo el labio interior—. Incluso con la cara hinchada el paciente Jeon no va a tenerte en menos estima… —Dice con una sonrisa pícara y yo vuelvo a acribillarla con una mirada seria y algo sorprendida por su osadía.

—¿Cómo has dicho?

—Solo digo que el señorito Jeon se muestra siempre muy interesado por usted. Y usted por él, ¿me equivoco?

—No te equivocas. –Le reconozco y ella sonríe amable—. ¿Qué quiere decir eso de que se muestra interesado por mí?

—A veces mientras él espera hablamos y tal…

—¿De qué habláis?

—De todo la verdad, de él, de mí, de ti…

—¿De mí?

—Sí. Lo primero que hace al entrar es preguntar qué tal estoy, y después me pregunta por ti. Si has tenido un buen día, si la mañana ha sido algo pesada, cómo está tu humor… esas cosas…

—Qué vergüenza. –Reconozco pero ella niega con el rostro y las manos.

—Nada de eso. Es un muy buen chico. –Dice, divertida y entusiasmada.

—¿No crees que esté haciendo mal?

—¿Qué es lo que le hace creer que esté mal? –Me pregunta curiosa, pero sabe perfectamente sobre qué le pregunto.

—Hablo de que él y yo nos veamos fuera de la consulta…

—Por dios, no. No es nada malo. Ambos sois adultos y estáis en vuestras facultades.

—¿Seguro? –Le pregunto—. Me han dicho que está yendo al psicólogo. –Le susurro divertido y ella ríe, agarrándose el vientre.

—No seas así. Entiendo que es tu paciente y que ambos tenéis una relación profesional, pero míralo de esta manera: En una semana dejareis de ser paciente y doctor y no creo que nadie diga nada en contra.

—Yo conozco a muchos que sí. –Digo serio y ella suelta un largo suspiro.

—¿Acaso te importa? –Me pregunta cruzándose de brazos y yo ruedo los ojos, pero al hacerlo, me siento dolorido de nuevo y pongo el hielo sobre mi mejilla.

—Seguro que me veo horrible… —Murmuro para mí pero ella es mi única oyente.

—No te ves tan mal. –Dice con una sonrisa amable y yo la miro con pena.

—Ahora me has hecho sentir mal. Seguro que él te pregunta sobre tu vida más que yo…

—Sí. –Se encoge de hombros—. Pero no pasa nada. Entiendo que tienes muchas preocupaciones y además, te pasas el día escuchando la vida de los demás aquí dentro, tampoco pretendo ser una paciente más.

—¿Qué tal los estudios?

—Bien, bien. –Dice, cortante—. Ahora quédate aquí que voy a ir a buscarte un té. –Dice mientras se levanta entusiasmada y yo frunzo el ceño.

—¿A dónde?

—A la tienda de aquí abajo. –Yo suspiro mientras vuelvo a mirar frente a mí, donde ahora no hay nadie—. No tardo. –Dice mientras la oigo salir del despacho, recoger algo en su escritorio y salir por la puerta de la consulta mientras que a mí me deja en este horrible silencio que me consume poco a poco ante el dolor en mi rostro y la vergüenza que florece en mí por la conversación que acabo de tener. La realidad es que sus palabras deberían haberme animado, pero no han hecho sino hacerme sentir más hundido y humillado. Tal vez es una sensación pasajera pero no puedo quitarme de la cabeza la idea de lo que estoy haciendo está mal. Está muy muy mal y no entiendo aun el motivo. No es como si realmente yo no fuese un adulto responsable, no es como si Jeon no fuese alguien maravilloso e inteligente. Cuando pienso en él solo consigo acordarme de los mejores momentos que hemos pasado, del sonido de su risa, de sus palabras, de su capacidad de discernir y de sus pensamientos que aunque atrevidos, son respetables a la par que atractivos. Tengo que hacerme a la idea de que hace mucho tiempo que no sentía nada parecido por nadie. Esa emoción, esa sensación vertiginosa de que en cualquier momento podemos arder en llamas. Pero más maravillosa es aún la sensación de saber que soy correspondido en mis sentimientos y esto me hace querer llorar de felicidad. 

Pasados unos cinco minutos se oye la puerta de la entrada y el sonido de unas pisadas. Yo llamo a mi secretaria desde el interior del despacho.

—Creo que no harán falta puntos. –Suspiro tocando la herida con la yema de los dedos—. Y si queda cicatriz, pues una anécdota más que contar. Además, a las chicas os gustan las cicatrices, ¿no? –Digo riéndome de mí mismo para opacar el dolor pero cuando el cuerpo de la persona que ha entrado aparece por la puerta me sorprende el rostro de Jeon con una expresión confundida y con la mirada perdida por todas partes. Seguro que le ha desconcertado que no haya nadie y que yo esté hablando con él como si fuera mi secretaria, pero mi reacción le desconcierta más que es levantarme de un salto y dejar la bolsa de hielos sobre la mesa. Esta comienza a gotear, pero me da igual. Su expresión que comienza a preocuparse es algo más prioritario.

—¿Ocurre algo? –Son sus palabras al verme tan asustado por su presencia y por el extraño ambiente alrededor. Como respuesta a sus palabras suena la puerta del exterior y entra mi secretaria que se queda sorprendida al ver a Jeon dentro de mi despacho, pero al mismo tiempo le sonríe con una amable expresión de complicidad.

—Tú te. –Me dice mientras me pasa un pequeño vaso de plástico con el logo de la tienda. El té es de frutos rojos, mi favorito y ella lo sabe, pero ahora solo tengo ojos y sentidos para Jeon frente a mí. Antes de poder decir nada él recaer en la herida sobre mi pómulo y su única reacción es abrir los ojos sorprendido a la par que asustado. Mi respuesta a ese gesto es bajar la mirada, ruborizado, y dejar que observe en mi rostro lo que quiera, el tiempo que le plazca. No me siento en posición de decirle nada ni de darle explicaciones que él no me vaya a pedir, pero al mismo tiempo me encuentro vulnerable frente a su mirada.

—¿Qué ha ocurrido? –Le pregunta Jeon a mi secretaria y esta se limita a mirarme apenada mientras se marcha del despacho.

—Él te lo explicará. –Me señala deshaciéndose de la responsabilidad y cierra detrás de ella con una mueca de disculpa hacia mí. Yo la despido con un gesto de mi mirada y le señalo el sofá  a Jeon mientras que este no se mueve un solo ápice del lugar en el que se encuentra. Cuando comprendo que mis esfuerzos son inútiles porque él tome la decisión de tomarse esto con seriedad y tranquilidad, veo como deja caer su mochila al suelo y se desprende de la chaqueta que traía puesta para dejarla sobre el sofá. Deja también la mochila, pero esta vez no la coloca como siempre. Se limita a darle un empujón con su pie y queda tal como ha caído. Después rápido vuelve su mirada a mí con una mirada de profesionalidad y madurez que me sorprenden y con mucho cuidado, más del que me merezco, coge mi rostro con sus manos apenas apoyando sus yemas sobre mí, y me gira levemente el gesto para dejarle ver mejor la herida sobre mi pómulo.

—¿Cómo ha sucedido?

—Ha sido el chico del otro día. El del empujón…

—¿Te ha golpeado otra vez? –Me pregunta y en su tono de voz puedo ver que hace un serio esfuerzo por mantener la calma. En sus ojos veo el brillo de un enfermero que está atendiendo con profesionalidad a un paciente herido. Pasa su pulgar justo por debajo del corte y yo entrecierro los ojos intentando aguantar un quejido.

—Sí. –Suspiro.

—Joder. –Murmura por mi respuesta—. ¿Cómo ha sucedido?

—Estábamos hablando de sus padres y le he dado la razón a su madre cuando este ha dicho que esta le ha castigado y no sé que más y se ha puesto como una fiera. Me ha golpeado y el golpe, al caerme de la silla, ha asustado a su madre y a mi secretaria que estaban fuera. Si no llegan a entrar me pudiera haber dado una paliza.

—Joder. –Vuelve a decir y cuando deja de mirarme la herida me mira directo a los ojos—. Necesitas unos puntos de aproximación, antes de que la herida se cierre del todo…

—No hace falta. –Le digo quitándome sus manos de encima mientras él se yergue con una expresión autoritaria y yo le miro desafiante—. Soy adulto, no tengo que ir al hospital a que me pongan una tirita…

—No es una tirita, son puntos para que en vez de una fea cicatriz solo tengas una marca imperceptible. A demás, te ayudará a que sane la herida y te protegerá esta de infecciones. –Me dice serio y yo le miro enfadado—. A demás, estarás de acuerdo en que cogerte un berrinche no es un comportamiento muy adulto. –Dice mientras se cruza de brazos desarmándome por completo. Yo ruedo los ojos y suspiro largamente.

—Estoy en el trabajo y no puedo irme al hospital ahora.

—Pero es necesario que sea ahora. –Dice enfadado pero yo me cruzo de brazos como él. Ante mi gesto él descruza los suyos, suelta un largo suspiro y vuelve a coger mi rostro entre sus manos. Este gesto me hace sentir pequeño, indefenso, y el olor de su dulce colonia me llega hasta los huesos. Me abandono en su tacto. Pero regreso a mí cuando sus labios se plantan en mi herida y me hace dar un respingo. Él me observa con ojos curiosos por mi reacción y sigue besándome por las mejillas, por la nariz, por la mandíbula, hasta que planta un dulce y suave sello sobre mis labios, a lo que yo ya he perdido todo control de mi voluntad—. Si no vas a ir al hospital, déjame al menos que yo te cure la herida. –Me dice mientras me mira con seriedad y yo suelto un largo suspiro—. Hay una farmacia a una manzana, puedo comprar lo necesario y volver. ¿Me permites que haga hoy de tu enfermero personal? –Me pregunta con una sonrisa amable y cariñosa. Sus cejas se relajan y tiemblan en una expresión de súplica y tristeza y yo acabo resignándome a sus peticiones.

—Está bien. –Resoplo mientras él da un respingo emocionando por mi respuesta pero antes de que pueda decir nada más ya ha recogido su chaqueta y su mochila y sale del despacho como alma que lleva el diablo. Se despide de la secretaria con un gesto de su mano y yo me quedo ahí plantado como un idiota. Sonrojado y temblando.

Cuando Jungkook regresa me encuentra sentado en el sofá donde él suele sentarse, con las manos sobre el regazo y la expresión desolada de la culpabilidad que me corroe por dentro. Entra a prisa de nuevo en la sala y cierra detrás de él mientras se deshace de la mochila y me extiende una bolsa blanca con el logotipo de la farmacia.

—No era necesario. –Le digo mientras rebusco dentro de la bolsa el recibo de compra, pero es un chico demasiado listo y se lo ha quedado él—. ¿Cuánto te ha costado todo esto?

—No tiene la menor importancia. –Dice arrastrando la silla donde yo suelo sentarme hasta el mismo borde del sofá justo delante de mí y se sienta en ella con una mueca de preocupación mientras me quita la bolsa de las manos. Yo me quedo levemente aturdido mientras que él comienza a sacar todo lo que ha comprado. Puntos de aproximación, algodón, yodo y pastillas para la hinchazón y el dolor muscular.

—En serio, quiero pagarte el coste…

—Cállate. –Me dice cogiéndome la mandíbula con su mano, haciendo que le mire con delicadeza—. Eres un mal paciente, ¿lo sabías? –Me suelta y yo me quedo aturdido mientras él suelta un largo suspiro y comienza a hacerse con un poco de algodón y abre el bote de yodo para untar en el pedacito de algodón un poco de ese líquido marrón. Cuando lo impregna me sujeta de nuevo el rostro con esta autoritaria delicadeza y presiona suavemente sobre la herida abierta.

—Auch… —Me quejo y cierro con fuerza los ojos. No ha sido la presión, ha sido el escozor del líquido metiéndose a través de mi piel. Sentirlo justo en el rostro es algo novedoso para mí, cuando estoy acostumbrado a que las heridas sean en las extremidades.

—¿Te duele?

—Me escuece. –Digo haciendo un puchero y él suelta un gran resoplido y comienza a soplar sobre la herida para que el frío y el aire calmen el picor. Puede que solo sea algo psicológico, pero funciona y a los segundos desfrunzo el ceño.

—Mi madre solía decirme que cuando echas alcohol en una herida y te escuece, es porque se está limpiando. –Jungkook niega con el rostro con media sonrisa sarcástica—. Y si le echas sal, también escuece y no se limpia. ¿No crees? –Yo me río de sus palabras y de su expresión y él vuelve a apoyar el algodón con esa misma suavidad de antes. Esta vez no me quejo porque el picor ha pasado a ser algo permanente y ya no hay sensación nueva.

—¿Qué estudios tiene tu madre?

—Ninguno. –Dice, pensativo—. Dejó el colegió pronto. Estuvo trabajando de cuidadora de niños y ancianos y esas cosas… Luego casó con mi padre y a este le pareció bien que ella no trabajase y se mantuviese de su sueldo. Si ahora trabaja en una librería es porque no sabe qué hacer con su vida, y porque está ahí enchufada. La dueña es una de sus amigas. Otra devota que no sabe valorar el precio de su librería.

Cuando termina de limpiar la herida, se dirige a los puntos de aproximación. Abre la pequeña cajetilla de cartón y saca una de las bases de plástico. De esta coge uno de los pequeños trocitos de lo que parece ser algo parecido al plástico, o a una tela de látex y con dos dedos apretando la herida para que se cierre, coloca un punto en la parte más cercana al ojo. Después repite el gesto con un segundo punto y se queda unos segundos observando su trabajo, pensativo.

—¿Y bien? –Le pregunto—. ¿Moriré, doctor?

—No, por suerte. –Dice, llevándose una mano a la barbilla para hacerse el interesante mientras le sonrío con ganas de reírme aún más—. Pero le hemos tenido que amputar una pierna y extirpar un pulmón.

—¿Cómo es eso doctor?

—El pulmón estaba infestado de sangre y la pierna… es que soy un fetichista… —Dice encogiéndose de hombros y yo sonrío mientras él ríe de repente negando con el rostro, dando por finalizado el trabajo—. Está todo bien. –Dice, esta vez en serio—. Te quedará una marca, pero nada  llamativo. No te toques los puntos, han de desprenderse solos cuando ya no sean necesarios. No te toques la costra ni te pongas ninguna clase de maquillaje encima, solo harás que la herida se infecte.

—Sí, doctor. –A mis palabras me extiende una de las pastillas para la hinchazón y yo me la tomo en silencio junto con el té. Mientras lo hago él guarda todo de nuevo en la bolsa de plástico y me la entrega con una mueca de satisfacción—. ¿De verdad no quieres que te pague esto? –Le pregunto mientras él niega con el rostro y ambas manos.

—Enserio, no es necesario…

—Eres un ángel. –Le digo a lo que él levanta la mirada, más sorprendido que agradecido o avergonzado por mis palabras—. Me curas, me pagas los medicamentos, me tratas bien, eres inteligente, amable, hermoso, maravilloso… no puedes ser real.

—Lucifer también era hermoso, amable, inteligente…

—¿Te comparas con Satanás?

—Tú me has comparado con un ángel…

—¿Acaso me equivoco?

—Solo digo que Lucifer también fue un ángel.

 


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