AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 25
CAPÍTULO 25
Yoongi POV:
26 – Octubre – 2017
VIERNES
Poso mi mano
sobre la libreta en mis rodillas y el chico delante de mí, de brazos cruzados y
de expresión apagada me mira con una irascible sensación que está a punto de
acobardarme, pero me recuerdo que yo soy el adulto en esta habitación y que yo
tengo que mantener el control de la situación, de la conversación y de
cualquier comportamiento que se suceda. Él me mira de reojo como el depredador
que está a punto de saltar sobre su
presa pero cuando le aviso de que ha transcurrido al hora de la consulta, él
parece incluso aliviado. Levantándose con un mohín en los labios y con los
dientes apretados se pone de nuevo la chaqueta de cuero sobre su cuerpo
mientras yo palmeo la libreta en señal de que se ha acabado esta larga e
insufrible hora y me desplazo hasta la puerta.
—No hemos
avanzado mucho, pero lo de hoy era solo una toma de contacto. –Le digo mientras
le veo colgarse su mochila al hombro. Cabello engominado hacia atrás, un
piercing en el labio inferior y una cicatriz en una de sus orejas. Parece un
corte. Con ojos iracundos y esa expresión de perro rabioso se desplaza a lo
largo de la estancia hasta quedarse a mi lado—. Si hablases algo más, sería
mejor. Podríamos entendernos un poco más. –Le digo intentando sonar amable
mientras sujeto la libreta a la altura de mi pecho. Él me mira directo a los
ojos, casi de mi altura el chico cierra sus puños y yo abro la puerta y me
apoyo en ella dejándole espacio para salir.
No parece
ser suficiente el espacio porque me da un empujón con su brazo al pasar por mi
lado, haciéndome golpear la espalda con la puerta. Yo me encojo en mí mismo
unos segundos mientras él se aleja de mí ante la atenta mirada de su madre
sentada en la sala de espera. Este la ignora y ella resopla, ofendida por el
comportamiento de su hijo. Pero es Jeon el que interviene en mi defensa,
levantándose de su asiento justo antes de que el chico salga por la puerta y se
marche. La presencia de Jeon es más imponente que yo y cuando Jeon le corta el
camino yo doy un respingo.
—¿Se puede
saber qué diablos te pasa, muchacho? –Le pregunta Jeon y yo rápido le llamo la
atención.
—Jeon,
déjalo. –Murmuro pero me ignora y el chico se encara a Jeon. La madre
interviene apartando a su hijo de Jungkook, el cual se ha convertido en una
amenaza para ambos, pero Jeon no retrocede.
—¿Qué
comportamiento es ese con un adulto?
—Piérdete.
–Le dice el chico mientras que yo me acerco a Jeon nervioso y tiro de la manga
de su camisa mientras este retrocede siguiéndome y el chico y la madre salen de
la sala de consulta ante la atenta mirada de mi secretara que se ha quedado
levemente paralizada. Yo tiro del brazo de Jeon mientras este mira al chico
como un animal a punto de saltarle a la yugular.
—¿Qué te
crees que estás haciendo? –Le digo a Jeon en medio de la sala de espera
mientras que me devuelve la mirada—. Muchas gracias por defenderme, pero no
necesito un guardaespaldas.
—¿Qué le
pasaba a ese hijo de puta? –Pregunta señalando hacia la puerta de salida y mi
secretaria da un respingo en su asiento.
—No le pasa
nada. Tiene problemas de ira. Es muy normal entre mis pacientes.
—¿Es normal
que te den un empujón así como si nada? –Yo me encojo de hombros mientras que
él me muestra su lado protector—. A parte de mala educación es algo
completamente innecesario. Y peligroso. ¿Te ha hecho daño?
—No. –Le
digo ruborizado mientras que miro a mi secretaria a mi lado levemente confusa
por la situación y yo tiro de Jeon dentro del despacho y él me sigue mientras
resopla, intentando calmarse.
—Lo que más
me molesta es que te has quedado ahí parado. Deberías haberle dicho algo. –Me
recrimina.
—Es un chico
de catorce años…
—Como si
tiene diez. –Suspira—. La mejor forma de corregir un comportamiento de forma
rápida es a través de recriminar sus errores. Por no hablar de una buena
bofetada, que es lo que se merece. –Murmura.
—Ya está.
–Le digo cogiendo entre mis manos su rostro y haciendo que me mire para
intentar calmar su estado de nervios—. No te pongas así, Jeon. No ha sido nada
y yo estoy bien. ¿Vale? –Le digo mientras que él poco a poco va recobrando la
sensatez—. Está todo bien. Gracias por protegerme, pero no ha sido necesario,
de verdad.
—Si vuelve a
ponerte una mano encima, pienso… pienso… —Le corto poniéndome de puntillas y
dándole un beso sutil sobre sus labios. Al separarnos suena un chasquido que
reverbera por toda la estancia y él se queda levemente sorprendido por mi gesto
mientras que recobra la compostura y sonríe de forma infantil. No sé si por mi
gesto o porque ha olvidado el motivo de su enfado.
—¿Mejor? –Le
pregunto y él asiente sonriendo y vuelve a besarme mientras que es ahora él
quién se inclina levemente y me abraza con suavidad, haciéndome un dulce masaje
sobre los omoplatos. Cuando se separa de mí me sonríe con una cálida expresión
risueña y se desprende de la mochila para ponerla en su sitio de siempre y se
quita la chaqueta de cuero. Hoy porta vaqueros grises y una camisa negra. Soy
yo el que porta hoy algo de color en mi ropa. Camisa blanca con vaqueros
marrones. Cuando se sienta en el sofá, pero comprueba que yo aun me mantengo de
pie al lado del escritorio, me mira con curiosidad y levanta una ceja.
—¿Está todo
bien? –Me pregunta mientras me mira de arriba abajo y yo me muerdo el labio
inferior.
—Te he
comprado un regalo. –Le digo y él abre los ojos sorprendido mientras que se
pone de pie de nuevo pero niego con el rostro con un gesto de mi mano y le hago
quedarse donde estaba.
—¿Un regalo?
–Pregunta aturdido y yo asiento mientras que me conduzco a uno de los cajones
del escritorio y saco un paquete envuelto y un sobre en blanco. Me encamino a
él de nuevo y él se me queda mirando con ojos brillantes y expectantes mientras
que primero le extiendo el sobre, pero no le dejo que lo coja aun.
—Esta es una
carta que quiero que le des a tus padres. Les pido disculpas por mi
comportamiento del martes pasado y les aclaro todo lo que ellos no parecieron
entender. ¿Vale? –Le digo y ahora sí se la entrego para que él la guarde en su
cartera. Le observo como la mete dentro de un libro entre página y página para
que no se estropee ni se extravíe. Después vuelve la atención al paquete
envuelto con papel de regalo verde y gris plateado y él me extiende las manos
para que se lo dé y me resulta una imagen demasiado infantil y adorable, por lo
que yo se lo entrego y me siento en la silla delante de él expectante a sus
reacciones. Cuando lo tiene en sus manos se queda mirando el exterior y le da
unas cuantas vueltas. Frunce el ceño y me mira, sonriendo.
—¡Ya sé lo
que es! –Dice entusiasmado y yo frunzo el ceño mientras miro el paquete que, al
igual que él, solo veo un prisma aplastado de color verde y gris.
—¿Es broma?
—No. –Dice,
con una sonrisa infantil que al observar mi expresión sorprendida se vuelve
malvada y ladina—. ¿Apostamos algo?
—No me
gustan las apuestas… —Me excuso pero él rueda los ojos.
—Una apuesta
inocente… —Dice con voz suplicante y yo resoplo.
—¿Qué clase
de apuesta?
—No sé. Lo que
sea. ¿Qué me das si adivino lo que es?
—No vas a
adivinarlo.
—¡Claro que
sí! –Dice, casi ofendido.
—Está bien.
–Suspiro—. ¿Qué quieres a cambio de adivinarlo? –Le pregunto y él piensa.
—Una cita.
–Dice, seguro.
—¿Una cita?
—Sí.
—¿Cómo es
eso? –Le pregunto mientras él sonríe, divertido.
—Una cita.
Vamos a cenar a algún lado, después te acompaño a casa y te doy un beso de
despedida. Una cita tradicional…
—¿Y qué me
das si pierdes?
—Lo que
quieras…
—Hum. Quiero
que te disculpes con el chico de antes. –Le digo y él frunce el ceño.
—¿Cómo es
eso? –Repite mis palabras.
—Tengo
terapia con él los mismos días que tú la hora antes.
—¡Por eso no
te he visto hoy en el bus! –Dice con una mueca triste—. Te he echado en falta.
–Suspira y yo niego con el rostro.
—No me
cambies de tema. Si no lo aciertas, tendrás que pedirle disculpas. –Digo
divertido pero él sonríe mucho más ladino que antes, atemorizándome. Cuando
termina el pacto él se inclina levemente sobre el sofá apoyando un codo en una
de sus rodillas y enseñándome el paquete. Comienza su análisis.
—Las
personas normales tienden a pasar por alto cierto tipo de palabras o frases.
Tienden a olvidarse de fragmentos de conversación que para ellos han sido
banales pero para otra persona pueden haber supuesto gran importancia. A ti te
llamó mucho la atención el hecho de que yo nunca hubiese leído poemas de
Shakespeare y hoy, repentinamente te presentas con un regalo con la forma y
dimensiones de un libro. El envoltorio es el de una librería cercana. Aquí.
–Señala—. Está gravado el logotipo de la librería a la que fuiste el primer día
que nos conocimos. Aquél día venías con una bolsa con este mismo logotipo. Por
lo que entiendo que, claramente es un libro. De eso no cabe la menor duda.
Nunca regalarías algo a alguien sin saber de antemano que va a gustarle, o al
menos, a interesarle, y has supuesto que yo estaba dispuesto a leer a
Shakespeare por la conversación del otro día. Por eso, sin abrirlo, sé que es
un libro de poemas de Shakespeare y por ello, me debes una cita. –Me devuelve
el libro aun envuelto y yo palidezco mientras que me quedo mirando el logo de
la librería en las franjas de color verde.
—Soy idiota.
Tenía que haberlo envuelto yo en mi casa. –Digo—. Con papel de periódico si
hiciera falta.
—¿He acertado?
–Suspiro asintiendo—. Me debes una cita, hyung. Y olvídate de que le pida
perdón a nadie.
—Eres un
idiota prepotente. –Le digo, enfadado, devolviéndole el libro—. Me has
estropeado la sorpresa. Quería ver tu cara emocionada cuando vieses lo que es.
—Aún no lo
he visto. –Dice, defendiéndose—. Puedo hacer mi mejor actuación si es lo que
deseas…
—No. Ya da
igual. –Digo levantándome de mi silla enfadado y me encamino hacia el
escritorio para rescatar la libreta y un bolígrafo mientras que él me sigue con
una mirada triste. Cuando regreso frente a él me hace un puchero que me
destroza el alma y yo ignoro su gesto volviendo la mirada a mi libreta.
—No quería
hacerte sentir mal. –Dice triste mientras hace más pucheros—. Pensé que era muy
obvio y… hyung… Lo siento. Si quieres olvidamos la apuesta…
—Mejor.
–Digo y señalo la libreta—. ¿Comenzamos con la consulta?
—Vale. ¿Qué
haremos hoy?
—Hoy tengo
preparado otro juego, pero es muy simple, terminaremos enseguida. Es parecido
al de las palabras relacionadas al que jugamos la semana pasada. ¿Te acuerdas?
–Le pregunto a lo que él asiente con una media sonrisa. Yo me levanto de la
silla en dirección a mi escritorio y de uno de los cajones saco un sobre
blanco. De este, extraigo unos dibujos recortados sobre cartulina de color
blanco. Cuando regreso a él le extiendo cuatro de todos los recortes con forma
rectangular que hay. Los que le he dado son simplemente cuatro expresiones
faciales, tales como los emoticonos de los móviles.
—¿Qué es
esto? –Me pregunta entre divertido y confuso.
—A ti te
corresponden estos cuatro. Cada uno de ellos representa una emoción básica.
Felicidad, tristeza, Indiferencia y terror. ¿Vale? –Él asiente con mis palabras
y eso me da ánimos para continuar—. Lo que tienes que hacer es comunicante con
estas caras dependiendo de la emoción que sientas cada vez que yo te muestre
una de estas imágenes. Son dibujos infantiles, comprende que esto es una
consulta para niños y adolescentes, por lo que los dibujos son muy infantiles.
–Como muestra le enseño el primero de ellos que es el dibujo de una casa. Es
una cartulina del tamaño de mi mano y él se queda mirando con una expresión
escéptica la casa ahí dibujada. Obviamente se reconoce que es una casa, dado
que es un dibujo simple y a color que lo que pretende es transmitir la idea del
concepto, no una obra de arte, pero a él parece serle suficiente cuando asiente
y se queda mirando las cuatro cartulinas en sus manos.
—¿Y ahora
tengo que escoger una de estas caras, la que mejor represente lo que siento por
ese dibujo?
—Más que por
el dibujo, por el concepto que representa.
—Entiendo.
–Dice asintiendo con el rostro mientras busca entre las cuatro caras una que
muestra la total indiferencia frente a esa imagen. Ojos aburridos y labios en
una línea horizontal. Me la muestra con una sonrisa divertida por haber hallado
el sentido del juego y yo continúo con la siguiente imagen.
—Un payaso.
–Le digo mostrándole la imagen y él rápido escoge una cara sonriente—. Muchos
niños ponen la cara de terror o de tristeza.
—Me gustan
los payasos. –Dice, entusiasmado—. Me recuerdan al libro It. –Suspira pensativo
y yo asiento, divertido.
—Está bien.
–Paso a la siguiente, que muestra un dibujo de un sol acompañado de un par de
nubes. Al contrario de las expectativas, él muestra una cara de indiferencia.
Normalmente, la mayora de personas suelen poner una cara sonriente, dado que el
día es lo que refleja, alegría y motivación. Pero a él parece darle igual. La
siguiente imagen es la de una gota de agua. Es simple pero se entiende lo que
es. De nuevo esa cara de indiferencia. La mira antes de mostrármela para evitar
confundirse, pero no la suelta, sabiendo que va a ser necesario utilizarla más
veces. Y repite el mismo gesto con el siguiente dibujo: Una persona.
—¿Qué
esperas que diga? –Me pregunta cuando me quedo mirando su rostro de
indiferencia—. Tal vez si se remarcasen los genitales y supiese si es un chico
o una chica podría mostrar mejor mi entusiasmo, pero las personas, como
concepto, me dan igual. –Dice encogiéndose de hombros, dándome unas
explicaciones que yo no le he pedido y acabo asintiendo mientras que sigo con
la siguiente imagen.
—La música.
–Le digo mientras le enseño un trozo de partitura en forma de hondas como si
estuvieran movimiento. Él rápido escoge la cara sonriente y yo sonrío con ella
como un acto reflejo. Después de unos segundos paso a la siguiente—. Dinero.
–De nuevo la misma expresión sonriente y él se encoge de hombros mientras que
yo asiento.
—También me
gusta el dinero. –Se excusa y yo sonrío.
—Comida. –Le
enseño y él me muestra una cara desinteresada—. Un libro. –La imagen de un
libro aparece ante él y rápido muestra una expresión contenta y muy
entusiasmada. Casi pareciera que le han pinchado con una aguja. Me muestra una
cara sonriente y doy paso a la siguiente.
—Espero que
no fuese un libro de Kant. –Dice, sonriendo—. Odio a Kant. –Dice mientras me
mira sonriendo y yo rio de sus palabras.
—Es tan solo
el concepto de lectura. También puede implicar los estudios, la escuela, o algo
similar…
—Está bien.
–Dice—. Entiendo…
—Una flor.
–Le enseño y él de nuevo vuelve al rostro de indiferencia—. Fuego. –Digo
pasando a la siguiente imagen y rápido se queda pensativo, mirando la imagen
con el ceño levemente fruncido. No son solo sus respuestas lo que busco, sino
también sus expresiones y el tiempo que tarda en contestarme a cada una.
Después de ese periodo de reflexión se queda mirando las cartulinas sobre sus
manos y escoge la que mejor le conviene. La indiferencia.
—Has
tardado… —Le aviso a lo que él se encoge de hombros. Ya le pediré explicaciones
de ello al finalizar. La siguiente imagen es la de un perro. O también
entendido como concepto de animal o incluso de mascota, en su caso. Y de nuevo,
sorprendentemente, se queda reflexivo, cavilando acerca de algo que no
comprendo mirando las cartulinas. Es apenas una diferencia de dos segundos en
respecto al resto de imágenes que hemos visto pero es algo notable a tener en
cuenta. Tal vez este concepto vuelva a crear dudas en su cerebro como lo ha
hecho el anterior o simplemente siga perturbado por el anterior. Al final me
muestra una expresión sonriente y yo asiento, pasando a la siguiente imagen: un
coche.
Rápido, y
sin pensarlo demasiado, saca la facción de la cara de terror a lo que él se
encoge de hombros y yo le miro levemente apenado. La siguiente es la imagen de
unos caramelos a lo que sonríe simplemente con ello y saca la expresión de la
cara sonriente.
—A todos nos
gustan los caramelos. –Me dice—. Me apuesto lo que sea a que ninguno de tus
pacientes jamás le ha puesto mala cara a los caramelos. –Digo y yo asiento.
—Es cierto.
–Digo sonriendo y paso a la siguiente imagen: Un cigarrillo encendido. Se puede
ver por la cola de humo que asciende desde su punta. Sin soltar la cartulina
anterior, el vuelve a mostrarme la imagen sonriente y yo me encojo de hombros,
conociendo de antemano su respuesta para esta imagen. En un chico de catorce
años me habría preocupado pero el hombre delante de mí es lo suficientemente
maduro, adulto e inteligente como para saber qué hace con su vida.
La siguiente
es la imagen de una tirita levemente manchada de sangre. Algo a lo que muchos
niños suelen mostrarse reacios a sonreír. Es algo naturalmente malo. Implica
dolor, sangre, y a veces incluso peleas con amigos o compañeros, pero el chico
delante de mí estudia medicina y lo raro sería que mostrarse ante esta imagen
terror o algo parecido. Me sorprende con una expresión de indiferencia y yo
asiento mientras que él espera por la siguiente: Un árbol. De nuevo esa
expresión de indiferencia se repite, y lo hace con el resto de imágenes que le
muestro hasta llegar al final: Unas pinturas garabateando sobre un papel, un
barco y la luna en medio de una noche grisácea. Cuando la prueba finaliza me
quedo mirando de nuevo las imágenes que le he mostrado para rememorar todo el
test y él aguarda paciente mientras mira con detenimiento las facciones que se
reflejan en las cartulinas sobre sus manos. Cuando consigo tener mis
pensamientos hechos palabras él me alza la mirada expectante y yo suelto un
largo resoplido mientras que esparzo sobre mi regazo como difícilmente puedo, las
imágenes para hablar sobre ellas una a una.
—A ver… —Suspiro
mientras ordeno mis pensamientos—. Para empezar, me sorprende la cantidad de
rostros indiferentes que has mostrado. Doce de veinte. Es más de la mitad. Si
fuese un porcentaje más alto te diría que estás en depresión o algo parecido,
dado que la indiferencia es un carácter realmente llamativo en las personas que
sufren depresión.
—No estoy en
depresión. –Me dice, enfadado.
—Ya lo sé,
por eso no voy a decírtelo. –Digo y sigo con mi argumentación—. También me ha
llamado la atención el hecho de que ni una sola vez has usado la cara de la
tristeza. ¿Nada de lo que te he mostrado te ha producido tristeza? –Le pregunto
a lo que él piensa, con una expresión seria.
—No…
—La tristeza
es el sentimiento más empático que hay. Si no sientes tristeza, es que tienes
una gran falta de empatía.
—Seamos
serios. –Me dice señalando las cartulinas sobre mi regazo—. Esas imágenes son
infantiles y demuestran conceptos que tal vez podrían hacer infeliz a un niño,
como el libro, la tirita, el payaso, el fuego, pero soy un adulto y yo tengo
otro tipo de preocupaciones…
—¿Qué es lo
que te produce tristeza?
—Yo no me
siento triste. –Dice, a la defensiva—. Soy una persona feliz. Tengo buenas calificaciones,
tengo entretenimiento, tengo… —Piensa pero no se le ocurre más. Tras un largo
suspiro, me mira, serio—. Soy una persona adulta. Me entristece por ejemplo
sacar malas calificaciones, me entristece que mis padres no me entiendan a
veces, me entristece ver como mi madre tira su vida y nuestro dinero a la
basura, no peor, donándolo a la iglesia. Me entristecen muchas cosas, pero no
la imagen de un payaso o la idea de los estudios…
—Entiendo.
–Digo suspirando y comenzando a ir foto por foto—. La mayoría de las respuestas
se adecuan a ti y a tu comportamiento. Y también al comportamiento general.
Mostrar alegría ante el tabaco y los caramelos, mostrar terror ante la idea de
conducir, pues me has dicho que no piensas hacerlo por miedo a perder el control.
También la indiferencia ante la flor, la alegría ante la música… son cosas
normales. Pero hay dos de los dibujos en los que has tardado más en responder
que en el resto.
—Fuego y
perro. –Dice como si fuese algo muy evidente para él también y me mira, con
lástima—. Déjame que te explique. Cuando he visto el fuego por un momento he
tenido miedo de contestar algo que te pudiese dar a entender algo que no es. En
realidad el fuego, como tal, me recuerda al calor, al hogar, a panceta a la
plancha. Me recuerda a cuando en verano mi padre enciende la barbacoa en el
jardín y hacemos lomo y costillas… pero si contestaba con una cara sonriente
podrías haber pensado que soy pirómano o algo por el estilo y creer que lo que
ocurrió en mi facultad fue algo intencionado, y nada más lejos de la realidad…
—Entiendo,
pero aun así, deberías haber contestado con una cara sonriente, si es lo que
realmente sentías. Después ya me darías explicaciones.
—Tal vez te
hubieran parecido excusas. Lo siento. –Dice suspirando y yo asiento, dando por
zanjado el tema.
—¿Y la
imagen del perro?
—Estaba
nervioso por la pregunta anterior y me bloqueé. Lo siento…
—Está bien.
No hay problema. –Digo y le extiendo la mano para que me devuelva las
cartulinas. Lo hace en silencio y cuando me levanto para dejarlas todas de
nuevo en el sobre, él se me queda mirando con una expresión divertida pero
decepcionada al mismo tiempo. Una mueca confusa se me muestra y yo frunzo
levemente el ceño.
—¿Cuándo
haremos algo para adultos? –Me pregunta y yo doy un respingo enrojeciendo hasta
las orejas.
—¿Cómo?
—Que cuando
vamos a hacer test para adultos, o juegos un poco menos... infantiles…
—Ah. –Digo
reaccionando a sus palabras—. Pues… para el viernes que viene pensaré algo
mejor. –Digo con una sonrisa atontada y él me devuelve la sonrisa.
—El próximo
viernes es el último día de consulta. –Me dice y yo me quedo paralizando
mientras él me devuelve una mirada triste.
—Ah. –Digo
pensativo—. Igual haremos algo… —Digo y él asiente mientras yo me vuelvo al
escritorio y guardo el sobre con las cartulinas en uno de los cajones del
escritorio. Cuando me vuelvo a Jungkook este está rescatando el libro que le he
regalado y lo desenvuelve con una sonrisa divertida y curiosa. Cuando se cuela
en el interior de este sonríe con una amplia expresión de satisfacción y yo
resoplo.
—Tenía
razón. –Dice divertido y yo ruedo los ojos mientras que vuelvo a la silla
delante de él y este me sonríe animado y emocionado. Se levanta de un salto y
me envuelve en sus brazos, a mí y a la silla en la que estoy sentado. Yo me
sorprendo por el repentino arranque de felicidad y él me sonríe animado y
divertido. Se vuelve a sentar en el sofá y comienza a patalear, muy excitado—.
No me suelen regalar libros, y me encanta que lo hagan. –Dice mirándome con
emoción que consigue contagiarme como la más mortal de las plagas—. Siempre que
acierten, claro…
—Espero
haber acertado.
—¡Claro que
lo has hecho! –Dice divertido—. O al menos eso espero. Pero seguro que me
encanta.
—A mí me
gusta Shakespeare. –Digo con una sonrisa—. En el instituto representé “La
fierecilla domada”. –Digo y él me devuelve una mirada divertida—. Hice de
Petruchio, el pretendiente de Catalina, la protagonista.
—Conozco la
obra. –Dice y después sonríe divertido—. No te veo en ese personaje.
—Yo tampoco,
pero no pudimos elegir… —Me encojo de hombros y él comienza a ojear por entre
las páginas del grueso volumen.
—¿Están
todos los poemas?
—Sí. Todos
los que escribió. –Digo y él me mira entusiasmado—. Todos los sonetos, Venus y
Adonis, La violación de Lucrecia… todo…
—Wow. –Dice,
impresionado—. ¿Alguna recomendación personal?
—Hum. –Digo,
pensativo—. Personalmente mis favoritos son los sonetos X y LIII. –Le digo
señalándole dentro del índice donde se encuentran, escritos con números romanos.
—Serán los
primeros que lea al llegar a casa.
—¿Por qué no
me lees uno aquí? Quiero oírlos con tu voz. –Le pido y él me mira, pícaro.
—¿Crees que
mi voz es agradable?
—Mucho más
que eso. –Le digo—. Pero lo hermoso de tu voz no es el tono sino tus palabras.
—Pero estas
no serán mis palabras, sino las de Shakespeare.
—Aun así,
imagínaté que eres tú el que recita los sonetos. –Le digo y él me devuelve una
mirada asertiva. Cuando comienza a leer uno de ellos me quedo embobado mirando
la forma de sus labios al moverse, al paladear cada palabra, cada verso.
“—¿De qué estás hecho tú, de qué
sustancia,
Que puedes conformar mil y una
sombras?
Cada uno es de una forma que no cambia;
En cambio tú eres de una y de mil
formas.
Al describir a Adonis, su retrato
Será una sobre copia de tu imagen;
Si a Helena y sus mejillas
esbozamos,
A ti de joven griego hay que
pintarte.
Hablemos de cosecha y primavera:
La una recompensa su derroche,
La otra plasma el don de tu belleza
Y en toda forma se reconoce.
Si en toda gracia externa tienes
parte,
No hay una con tu corazón contante.”
Cuando
termina se me queda mirando con una expresión confusa, recapitulando lo que ha
dicho, y cuando cae en ello, me devuelve una mirada entre pícara y ofendida. Me
aterroriza esa expresión maligna.
—Si querías
que te adulase, solo habérmelo dicho. No hacía falta que pusieses palabras de
Shakespeare en mi boca. –Dice pensativo a lo que yo me río de su expresión ofendida
y él se desconcierta.
—Serás
idiota…
—¿Qué?
—Ese soneto
me gusta porque justamente me recuerda a ti. –Digo mientras sonrío ampliamente
y él se vuelve a leer el poema en silencio y cuando termina me devuelve una
mirada levemente avergonzada—. Eres un orgulloso, mi pequeño Adonis.
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