AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 25

 CAPÍTULO 25


Yoongi POV:

26 – Octubre – 2017

VIERNES     

Poso mi mano sobre la libreta en mis rodillas y el chico delante de mí, de brazos cruzados y de expresión apagada me mira con una irascible sensación que está a punto de acobardarme, pero me recuerdo que yo soy el adulto en esta habitación y que yo tengo que mantener el control de la situación, de la conversación y de cualquier comportamiento que se suceda. Él me mira de reojo como el depredador que está  a punto de saltar sobre su presa pero cuando le aviso de que ha transcurrido al hora de la consulta, él parece incluso aliviado. Levantándose con un mohín en los labios y con los dientes apretados se pone de nuevo la chaqueta de cuero sobre su cuerpo mientras yo palmeo la libreta en señal de que se ha acabado esta larga e insufrible hora y me desplazo hasta la puerta.

—No hemos avanzado mucho, pero lo de hoy era solo una toma de contacto. –Le digo mientras le veo colgarse su mochila al hombro. Cabello engominado hacia atrás, un piercing en el labio inferior y una cicatriz en una de sus orejas. Parece un corte. Con ojos iracundos y esa expresión de perro rabioso se desplaza a lo largo de la estancia hasta quedarse a mi lado—. Si hablases algo más, sería mejor. Podríamos entendernos un poco más. –Le digo intentando sonar amable mientras sujeto la libreta a la altura de mi pecho. Él me mira directo a los ojos, casi de mi altura el chico cierra sus puños y yo abro la puerta y me apoyo en ella dejándole espacio para salir.

No parece ser suficiente el espacio porque me da un empujón con su brazo al pasar por mi lado, haciéndome golpear la espalda con la puerta. Yo me encojo en mí mismo unos segundos mientras él se aleja de mí ante la atenta mirada de su madre sentada en la sala de espera. Este la ignora y ella resopla, ofendida por el comportamiento de su hijo. Pero es Jeon el que interviene en mi defensa, levantándose de su asiento justo antes de que el chico salga por la puerta y se marche. La presencia de Jeon es más imponente que yo y cuando Jeon le corta el camino yo doy un respingo.

—¿Se puede saber qué diablos te pasa, muchacho? –Le pregunta Jeon y yo rápido le llamo la atención.

—Jeon, déjalo. –Murmuro pero me ignora y el chico se encara a Jeon. La madre interviene apartando a su hijo de Jungkook, el cual se ha convertido en una amenaza para ambos, pero Jeon no retrocede.

—¿Qué comportamiento es ese con un adulto?

—Piérdete. –Le dice el chico mientras que yo me acerco a Jeon nervioso y tiro de la manga de su camisa mientras este retrocede siguiéndome y el chico y la madre salen de la sala de consulta ante la atenta mirada de mi secretara que se ha quedado levemente paralizada. Yo tiro del brazo de Jeon mientras este mira al chico como un animal a punto de saltarle a la yugular.

—¿Qué te crees que estás haciendo? –Le digo a Jeon en medio de la sala de espera mientras que me devuelve la mirada—. Muchas gracias por defenderme, pero no necesito un guardaespaldas.

—¿Qué le pasaba a ese hijo de puta? –Pregunta señalando hacia la puerta de salida y mi secretaria da un respingo en su asiento.

—No le pasa nada. Tiene problemas de ira. Es muy normal entre mis pacientes.

—¿Es normal que te den un empujón así como si nada? –Yo me encojo de hombros mientras que él me muestra su lado protector—. A parte de mala educación es algo completamente innecesario. Y peligroso. ¿Te ha hecho daño?

—No. –Le digo ruborizado mientras que miro a mi secretaria a mi lado levemente confusa por la situación y yo tiro de Jeon dentro del despacho y él me sigue mientras resopla, intentando calmarse.

—Lo que más me molesta es que te has quedado ahí parado. Deberías haberle dicho algo. –Me recrimina.

—Es un chico de catorce años…

—Como si tiene diez. –Suspira—. La mejor forma de corregir un comportamiento de forma rápida es a través de recriminar sus errores. Por no hablar de una buena bofetada, que es lo que se merece. –Murmura.

—Ya está. –Le digo cogiendo entre mis manos su rostro y haciendo que me mire para intentar calmar su estado de nervios—. No te pongas así, Jeon. No ha sido nada y yo estoy bien. ¿Vale? –Le digo mientras que él poco a poco va recobrando la sensatez—. Está todo bien. Gracias por protegerme, pero no ha sido necesario, de verdad.

—Si vuelve a ponerte una mano encima, pienso… pienso… —Le corto poniéndome de puntillas y dándole un beso sutil sobre sus labios. Al separarnos suena un chasquido que reverbera por toda la estancia y él se queda levemente sorprendido por mi gesto mientras que recobra la compostura y sonríe de forma infantil. No sé si por mi gesto o porque ha olvidado el motivo de su enfado.

—¿Mejor? –Le pregunto y él asiente sonriendo y vuelve a besarme mientras que es ahora él quién se inclina levemente y me abraza con suavidad, haciéndome un dulce masaje sobre los omoplatos. Cuando se separa de mí me sonríe con una cálida expresión risueña y se desprende de la mochila para ponerla en su sitio de siempre y se quita la chaqueta de cuero. Hoy porta vaqueros grises y una camisa negra. Soy yo el que porta hoy algo de color en mi ropa. Camisa blanca con vaqueros marrones. Cuando se sienta en el sofá, pero comprueba que yo aun me mantengo de pie al lado del escritorio, me mira con curiosidad y levanta una ceja.

—¿Está todo bien? –Me pregunta mientras me mira de arriba abajo y yo me muerdo el labio inferior.

—Te he comprado un regalo. –Le digo y él abre los ojos sorprendido mientras que se pone de pie de nuevo pero niego con el rostro con un gesto de mi mano y le hago quedarse donde estaba.

—¿Un regalo? –Pregunta aturdido y yo asiento mientras que me conduzco a uno de los cajones del escritorio y saco un paquete envuelto y un sobre en blanco. Me encamino a él de nuevo y él se me queda mirando con ojos brillantes y expectantes mientras que primero le extiendo el sobre, pero no le dejo que lo coja aun.

—Esta es una carta que quiero que le des a tus padres. Les pido disculpas por mi comportamiento del martes pasado y les aclaro todo lo que ellos no parecieron entender. ¿Vale? –Le digo y ahora sí se la entrego para que él la guarde en su cartera. Le observo como la mete dentro de un libro entre página y página para que no se estropee ni se extravíe. Después vuelve la atención al paquete envuelto con papel de regalo verde y gris plateado y él me extiende las manos para que se lo dé y me resulta una imagen demasiado infantil y adorable, por lo que yo se lo entrego y me siento en la silla delante de él expectante a sus reacciones. Cuando lo tiene en sus manos se queda mirando el exterior y le da unas cuantas vueltas. Frunce el ceño y me mira, sonriendo.

—¡Ya sé lo que es! –Dice entusiasmado y yo frunzo el ceño mientras miro el paquete que, al igual que él, solo veo un prisma aplastado de color verde y gris.

—¿Es broma?

—No. –Dice, con una sonrisa infantil que al observar mi expresión sorprendida se vuelve malvada y ladina—. ¿Apostamos algo?

—No me gustan las apuestas… —Me excuso pero él rueda los ojos.

—Una apuesta inocente… —Dice con voz suplicante y yo resoplo.

—¿Qué clase de apuesta?

—No sé. Lo que sea. ¿Qué me das si adivino lo que es?

—No vas a adivinarlo.

—¡Claro que sí! –Dice, casi ofendido.

—Está bien. –Suspiro—. ¿Qué quieres a cambio de adivinarlo? –Le pregunto y él piensa.

—Una cita. –Dice, seguro.

—¿Una cita?

—Sí.

—¿Cómo es eso? –Le pregunto mientras él sonríe, divertido.

—Una cita. Vamos a cenar a algún lado, después te acompaño a casa y te doy un beso de despedida. Una cita tradicional…

—¿Y qué me das si pierdes?

—Lo que quieras…

—Hum. Quiero que te disculpes con el chico de antes. –Le digo y él frunce el ceño.

—¿Cómo es eso? –Repite mis palabras.

—Tengo terapia con él los mismos días que tú la hora antes.

—¡Por eso no te he visto hoy en el bus! –Dice con una mueca triste—. Te he echado en falta. –Suspira y yo niego con el rostro.

—No me cambies de tema. Si no lo aciertas, tendrás que pedirle disculpas. –Digo divertido pero él sonríe mucho más ladino que antes, atemorizándome. Cuando termina el pacto él se inclina levemente sobre el sofá apoyando un codo en una de sus rodillas y enseñándome el paquete. Comienza su análisis.

—Las personas normales tienden a pasar por alto cierto tipo de palabras o frases. Tienden a olvidarse de fragmentos de conversación que para ellos han sido banales pero para otra persona pueden haber supuesto gran importancia. A ti te llamó mucho la atención el hecho de que yo nunca hubiese leído poemas de Shakespeare y hoy, repentinamente te presentas con un regalo con la forma y dimensiones de un libro. El envoltorio es el de una librería cercana. Aquí. –Señala—. Está gravado el logotipo de la librería a la que fuiste el primer día que nos conocimos. Aquél día venías con una bolsa con este mismo logotipo. Por lo que entiendo que, claramente es un libro. De eso no cabe la menor duda. Nunca regalarías algo a alguien sin saber de antemano que va a gustarle, o al menos, a interesarle, y has supuesto que yo estaba dispuesto a leer a Shakespeare por la conversación del otro día. Por eso, sin abrirlo, sé que es un libro de poemas de Shakespeare y por ello, me debes una cita. –Me devuelve el libro aun envuelto y yo palidezco mientras que me quedo mirando el logo de la librería en las franjas de color verde.

—Soy idiota. Tenía que haberlo envuelto yo en mi casa. –Digo—. Con papel de periódico si hiciera falta.

—¿He acertado? –Suspiro asintiendo—. Me debes una cita, hyung. Y olvídate de que le pida perdón a nadie.

—Eres un idiota prepotente. –Le digo, enfadado, devolviéndole el libro—. Me has estropeado la sorpresa. Quería ver tu cara emocionada cuando vieses lo que es.

—Aún no lo he visto. –Dice, defendiéndose—. Puedo hacer mi mejor actuación si es lo que deseas…

—No. Ya da igual. –Digo levantándome de mi silla enfadado y me encamino hacia el escritorio para rescatar la libreta y un bolígrafo mientras que él me sigue con una mirada triste. Cuando regreso frente a él me hace un puchero que me destroza el alma y yo ignoro su gesto volviendo la mirada a mi libreta.

—No quería hacerte sentir mal. –Dice triste mientras hace más pucheros—. Pensé que era muy obvio y… hyung… Lo siento. Si quieres olvidamos la apuesta…

—Mejor. –Digo y señalo la libreta—. ¿Comenzamos con la consulta?

—Vale. ¿Qué haremos hoy?

—Hoy tengo preparado otro juego, pero es muy simple, terminaremos enseguida. Es parecido al de las palabras relacionadas al que jugamos la semana pasada. ¿Te acuerdas? –Le pregunto a lo que él asiente con una media sonrisa. Yo me levanto de la silla en dirección a mi escritorio y de uno de los cajones saco un sobre blanco. De este, extraigo unos dibujos recortados sobre cartulina de color blanco. Cuando regreso a él le extiendo cuatro de todos los recortes con forma rectangular que hay. Los que le he dado son simplemente cuatro expresiones faciales, tales como los emoticonos de los móviles.

—¿Qué es esto? –Me pregunta entre divertido y confuso.

—A ti te corresponden estos cuatro. Cada uno de ellos representa una emoción básica. Felicidad, tristeza, Indiferencia y terror. ¿Vale? –Él asiente con mis palabras y eso me da ánimos para continuar—. Lo que tienes que hacer es comunicante con estas caras dependiendo de la emoción que sientas cada vez que yo te muestre una de estas imágenes. Son dibujos infantiles, comprende que esto es una consulta para niños y adolescentes, por lo que los dibujos son muy infantiles. –Como muestra le enseño el primero de ellos que es el dibujo de una casa. Es una cartulina del tamaño de mi mano y él se queda mirando con una expresión escéptica la casa ahí dibujada. Obviamente se reconoce que es una casa, dado que es un dibujo simple y a color que lo que pretende es transmitir la idea del concepto, no una obra de arte, pero a él parece serle suficiente cuando asiente y se queda mirando las cuatro cartulinas en sus manos.

—¿Y ahora tengo que escoger una de estas caras, la que mejor represente lo que siento por ese dibujo?

—Más que por el dibujo, por el concepto que representa.

—Entiendo. –Dice asintiendo con el rostro mientras busca entre las cuatro caras una que muestra la total indiferencia frente a esa imagen. Ojos aburridos y labios en una línea horizontal. Me la muestra con una sonrisa divertida por haber hallado el sentido del juego y yo continúo con la siguiente imagen.

—Un payaso. –Le digo mostrándole la imagen y él rápido escoge una cara sonriente—. Muchos niños ponen la cara de terror o de tristeza.

—Me gustan los payasos. –Dice, entusiasmado—. Me recuerdan al libro It. –Suspira pensativo y yo asiento, divertido.

—Está bien. –Paso a la siguiente, que muestra un dibujo de un sol acompañado de un par de nubes. Al contrario de las expectativas, él muestra una cara de indiferencia. Normalmente, la mayora de personas suelen poner una cara sonriente, dado que el día es lo que refleja, alegría y motivación. Pero a él parece darle igual. La siguiente imagen es la de una gota de agua. Es simple pero se entiende lo que es. De nuevo esa cara de indiferencia. La mira antes de mostrármela para evitar confundirse, pero no la suelta, sabiendo que va a ser necesario utilizarla más veces. Y repite el mismo gesto con el siguiente dibujo: Una persona.

—¿Qué esperas que diga? –Me pregunta cuando me quedo mirando su rostro de indiferencia—. Tal vez si se remarcasen los genitales y supiese si es un chico o una chica podría mostrar mejor mi entusiasmo, pero las personas, como concepto, me dan igual. –Dice encogiéndose de hombros, dándome unas explicaciones que yo no le he pedido y acabo asintiendo mientras que sigo con la siguiente imagen.

—La música. –Le digo mientras le enseño un trozo de partitura en forma de hondas como si estuvieran movimiento. Él rápido escoge la cara sonriente y yo sonrío con ella como un acto reflejo. Después de unos segundos paso a la siguiente—. Dinero. –De nuevo la misma expresión sonriente y él se encoge de hombros mientras que yo asiento.

—También me gusta el dinero. –Se excusa y yo sonrío.

—Comida. –Le enseño y él me muestra una cara desinteresada—. Un libro. –La imagen de un libro aparece ante él y rápido muestra una expresión contenta y muy entusiasmada. Casi pareciera que le han pinchado con una aguja. Me muestra una cara sonriente y doy paso a la siguiente.

—Espero que no fuese un libro de Kant. –Dice, sonriendo—. Odio a Kant. –Dice mientras me mira sonriendo y yo rio de sus palabras.

—Es tan solo el concepto de lectura. También puede implicar los estudios, la escuela, o algo similar…

—Está bien. –Dice—. Entiendo…

—Una flor. –Le enseño y él de nuevo vuelve al rostro de indiferencia—. Fuego. –Digo pasando a la siguiente imagen y rápido se queda pensativo, mirando la imagen con el ceño levemente fruncido. No son solo sus respuestas lo que busco, sino también sus expresiones y el tiempo que tarda en contestarme a cada una. Después de ese periodo de reflexión se queda mirando las cartulinas sobre sus manos y escoge la que mejor le conviene. La indiferencia.

—Has tardado… —Le aviso a lo que él se encoge de hombros. Ya le pediré explicaciones de ello al finalizar. La siguiente imagen es la de un perro. O también entendido como concepto de animal o incluso de mascota, en su caso. Y de nuevo, sorprendentemente, se queda reflexivo, cavilando acerca de algo que no comprendo mirando las cartulinas. Es apenas una diferencia de dos segundos en respecto al resto de imágenes que hemos visto pero es algo notable a tener en cuenta. Tal vez este concepto vuelva a crear dudas en su cerebro como lo ha hecho el anterior o simplemente siga perturbado por el anterior. Al final me muestra una expresión sonriente y yo asiento, pasando a la siguiente imagen: un coche.

Rápido, y sin pensarlo demasiado, saca la facción de la cara de terror a lo que él se encoge de hombros y yo le miro levemente apenado. La siguiente es la imagen de unos caramelos a lo que sonríe simplemente con ello y saca la expresión de la cara sonriente.

—A todos nos gustan los caramelos. –Me dice—. Me apuesto lo que sea a que ninguno de tus pacientes jamás le ha puesto mala cara a los caramelos. –Digo y yo asiento.

—Es cierto. –Digo sonriendo y paso a la siguiente imagen: Un cigarrillo encendido. Se puede ver por la cola de humo que asciende desde su punta. Sin soltar la cartulina anterior, el vuelve a mostrarme la imagen sonriente y yo me encojo de hombros, conociendo de antemano su respuesta para esta imagen. En un chico de catorce años me habría preocupado pero el hombre delante de mí es lo suficientemente maduro, adulto e inteligente como para saber qué hace con su vida.

La siguiente es la imagen de una tirita levemente manchada de sangre. Algo a lo que muchos niños suelen mostrarse reacios a sonreír. Es algo naturalmente malo. Implica dolor, sangre, y a veces incluso peleas con amigos o compañeros, pero el chico delante de mí estudia medicina y lo raro sería que mostrarse ante esta imagen terror o algo parecido. Me sorprende con una expresión de indiferencia y yo asiento mientras que él espera por la siguiente: Un árbol. De nuevo esa expresión de indiferencia se repite, y lo hace con el resto de imágenes que le muestro hasta llegar al final: Unas pinturas garabateando sobre un papel, un barco y la luna en medio de una noche grisácea. Cuando la prueba finaliza me quedo mirando de nuevo las imágenes que le he mostrado para rememorar todo el test y él aguarda paciente mientras mira con detenimiento las facciones que se reflejan en las cartulinas sobre sus manos. Cuando consigo tener mis pensamientos hechos palabras él me alza la mirada expectante y yo suelto un largo resoplido mientras que esparzo sobre mi regazo como difícilmente puedo, las imágenes para hablar sobre ellas una a una.

—A ver… —Suspiro mientras ordeno mis pensamientos—. Para empezar, me sorprende la cantidad de rostros indiferentes que has mostrado. Doce de veinte. Es más de la mitad. Si fuese un porcentaje más alto te diría que estás en depresión o algo parecido, dado que la indiferencia es un carácter realmente llamativo en las personas que sufren depresión.

—No estoy en depresión. –Me dice, enfadado.

—Ya lo sé, por eso no voy a decírtelo. –Digo y sigo con mi argumentación—. También me ha llamado la atención el hecho de que ni una sola vez has usado la cara de la tristeza. ¿Nada de lo que te he mostrado te ha producido tristeza? –Le pregunto a lo que él piensa, con una expresión seria.

—No…

—La tristeza es el sentimiento más empático que hay. Si no sientes tristeza, es que tienes una gran falta de empatía.

—Seamos serios. –Me dice señalando las cartulinas sobre mi regazo—. Esas imágenes son infantiles y demuestran conceptos que tal vez podrían hacer infeliz a un niño, como el libro, la tirita, el payaso, el fuego, pero soy un adulto y yo tengo otro tipo de preocupaciones…

—¿Qué es lo que te produce tristeza?

—Yo no me siento triste. –Dice, a la defensiva—. Soy una persona feliz. Tengo buenas calificaciones, tengo entretenimiento, tengo… —Piensa pero no se le ocurre más. Tras un largo suspiro, me mira, serio—. Soy una persona adulta. Me entristece por ejemplo sacar malas calificaciones, me entristece que mis padres no me entiendan a veces, me entristece ver como mi madre tira su vida y nuestro dinero a la basura, no peor, donándolo a la iglesia. Me entristecen muchas cosas, pero no la imagen de un payaso o la idea de los estudios…

—Entiendo. –Digo suspirando y comenzando a ir foto por foto—. La mayoría de las respuestas se adecuan a ti y a tu comportamiento. Y también al comportamiento general. Mostrar alegría ante el tabaco y los caramelos, mostrar terror ante la idea de conducir, pues me has dicho que no piensas hacerlo por miedo a perder el control. También la indiferencia ante la flor, la alegría ante la música… son cosas normales. Pero hay dos de los dibujos en los que has tardado más en responder que en el resto.

—Fuego y perro. –Dice como si fuese algo muy evidente para él también y me mira, con lástima—. Déjame que te explique. Cuando he visto el fuego por un momento he tenido miedo de contestar algo que te pudiese dar a entender algo que no es. En realidad el fuego, como tal, me recuerda al calor, al hogar, a panceta a la plancha. Me recuerda a cuando en verano mi padre enciende la barbacoa en el jardín y hacemos lomo y costillas… pero si contestaba con una cara sonriente podrías haber pensado que soy pirómano o algo por el estilo y creer que lo que ocurrió en mi facultad fue algo intencionado, y nada más lejos de la realidad…

—Entiendo, pero aun así, deberías haber contestado con una cara sonriente, si es lo que realmente sentías. Después ya me darías explicaciones.

—Tal vez te hubieran parecido excusas. Lo siento. –Dice suspirando y yo asiento, dando por zanjado el tema.

—¿Y la imagen del perro?

—Estaba nervioso por la pregunta anterior y me bloqueé. Lo siento…

—Está bien. No hay problema. –Digo y le extiendo la mano para que me devuelva las cartulinas. Lo hace en silencio y cuando me levanto para dejarlas todas de nuevo en el sobre, él se me queda mirando con una expresión divertida pero decepcionada al mismo tiempo. Una mueca confusa se me muestra y yo frunzo levemente el ceño.

—¿Cuándo haremos algo para adultos? –Me pregunta y yo doy un respingo enrojeciendo hasta las orejas.

—¿Cómo?

—Que cuando vamos a hacer test para adultos, o juegos un poco menos... infantiles…

—Ah. –Digo reaccionando a sus palabras—. Pues… para el viernes que viene pensaré algo mejor. –Digo con una sonrisa atontada y él me devuelve la sonrisa.

—El próximo viernes es el último día de consulta. –Me dice y yo me quedo paralizando mientras él me devuelve una mirada triste.

—Ah. –Digo pensativo—. Igual haremos algo… —Digo y él asiente mientras yo me vuelvo al escritorio y guardo el sobre con las cartulinas en uno de los cajones del escritorio. Cuando me vuelvo a Jungkook este está rescatando el libro que le he regalado y lo desenvuelve con una sonrisa divertida y curiosa. Cuando se cuela en el interior de este sonríe con una amplia expresión de satisfacción y yo resoplo.

—Tenía razón. –Dice divertido y yo ruedo los ojos mientras que vuelvo a la silla delante de él y este me sonríe animado y emocionado. Se levanta de un salto y me envuelve en sus brazos, a mí y a la silla en la que estoy sentado. Yo me sorprendo por el repentino arranque de felicidad y él me sonríe animado y divertido. Se vuelve a sentar en el sofá y comienza a patalear, muy excitado—. No me suelen regalar libros, y me encanta que lo hagan. –Dice mirándome con emoción que consigue contagiarme como la más mortal de las plagas—. Siempre que acierten, claro…

—Espero haber acertado.

—¡Claro que lo has hecho! –Dice divertido—. O al menos eso espero. Pero seguro que me encanta.

—A mí me gusta Shakespeare. –Digo con una sonrisa—. En el instituto representé “La fierecilla domada”. –Digo y él me devuelve una mirada divertida—. Hice de Petruchio, el pretendiente de Catalina, la protagonista.

—Conozco la obra. –Dice y después sonríe divertido—. No te veo en ese personaje.

—Yo tampoco, pero no pudimos elegir… —Me encojo de hombros y él comienza a ojear por entre las páginas del grueso volumen.

—¿Están todos los poemas?

—Sí. Todos los que escribió. –Digo y él me mira entusiasmado—. Todos los sonetos, Venus y Adonis, La violación de Lucrecia… todo…

—Wow. –Dice, impresionado—. ¿Alguna recomendación personal?

—Hum. –Digo, pensativo—. Personalmente mis favoritos son los sonetos X y LIII. –Le digo señalándole dentro del índice donde se encuentran, escritos con números romanos.

—Serán los primeros que lea al llegar a casa.

—¿Por qué no me lees uno aquí? Quiero oírlos con tu voz. –Le pido y él me mira, pícaro.

—¿Crees que mi voz es agradable?

—Mucho más que eso. –Le digo—. Pero lo hermoso de tu voz no es el tono sino tus palabras.

—Pero estas no serán mis palabras, sino las de Shakespeare.

—Aun así, imagínaté que eres tú el que recita los sonetos. –Le digo y él me devuelve una mirada asertiva. Cuando comienza a leer uno de ellos me quedo embobado mirando la forma de sus labios al moverse, al paladear cada palabra, cada verso.

“—¿De qué estás hecho tú, de qué sustancia,

Que puedes conformar mil y una sombras?

Cada uno es de una forma que no cambia;

En cambio tú eres de una y de mil formas.

 

Al describir a Adonis, su retrato

Será una sobre copia de tu imagen;

Si a Helena y sus mejillas esbozamos,

A ti de joven griego hay que pintarte.

 

Hablemos de cosecha y primavera:

La una recompensa su derroche,

La otra plasma el don de tu belleza

 

Y en toda forma se reconoce.

Si en toda gracia externa tienes parte,

No hay una con tu corazón contante.”

 

Cuando termina se me queda mirando con una expresión confusa, recapitulando lo que ha dicho, y cuando cae en ello, me devuelve una mirada entre pícara y ofendida. Me aterroriza esa expresión maligna.

—Si querías que te adulase, solo habérmelo dicho. No hacía falta que pusieses palabras de Shakespeare en mi boca. –Dice pensativo a lo que yo me río de su expresión ofendida y él se desconcierta.

—Serás idiota…

—¿Qué?

—Ese soneto me gusta porque justamente me recuerda a ti. –Digo mientras sonrío ampliamente y él se vuelve a leer el poema en silencio y cuando termina me devuelve una mirada levemente avergonzada—. Eres un orgulloso, mi pequeño Adonis.

 


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