AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 16
CAPÍTULO 16
Yoongi POV:
19 – Octubre – 2017
VIERNES
Cuando pongo un pie dentro del autobús lo
primero que hago es mirar en dirección al interior. Antes incluso de pasar por
el sensor mi tarjeta. Antes de darme cuenta estoy ya oteando el horizonte en
busca de un rostro conocido pero la sensación de la responsabilidad es mucho
más grande y me permito unos segundos para efectuar el pago con total
normalidad y dejar paso al siguiente que sube detrás de mí. Justo delante han
pasado una pareja de ancianas y un chico de más o menos quince años cargado con
una mochila a la espalda. Cuando cada uno ha encontrado un lugar en donde
estacionarse yo puedo ver con mejor claridad a Jeon, sentado en uno de los
últimos asientos del bus mientras escucha en silencio algo a través de sus
auriculares y con la vista fija en un libro en sus manos.
No me lo pienso demasiado, a medida que me
voy acercado y teniendo por seguro que se me permitirá sentarme en el asiento a
su lado, voy esbozando una avergonzada sonrisa que cualquiera podría
confundirla con infantil diversión o confidencialidad con el espectador de mi
sonrisa. Él aun no me ha visto, cegado como está en su libro, pero cuando me
planto justo delante de él, y dado que soy un extraño parado a su lado, levanta
la vista tímidamente curioso pero al reconocerme esboza una amplia expresión de
cordialidad y casi de sorpresa. Cierra su libro como muestra de que soy algo
más interesante que las palabras de lo que parece ser Conan Doyle y me saluda
con un gesto escueto de su mano.
—Buenas tardes. –Le digo cuando el bus
arranca y yo me agarro de uno de los barrotes metálicos que confirman la
estructura del asiento. Él me sonríe más ampliamente.
—Buenas tardes, Yoongi. –Me señala la
corbata con la mirada. Una fina corbata negra sobre una camisa de un gris
oscuro, en contraste con los pantalones de vestir negros. Con la mano libre
sujeto la bandolera marrón a mí costado y oculto al mirarla una sonrisa
avergonzada.
—Sí, te prometí que me pondría corbata.
–Le digo mientras él asiente sonriendo, satisfecho por un infantil capricho y
señala el asiento vacío a su lado, con lo que yo asiento de vuelta y me siento
a su lado mientras pongo la bandolera sobre mis piernas. Ahora que me fijo, él
es mucho más grande que yo en muchos sentidos, o al menos esa es la impresión
que da. O que yo doy en contraste. Mientras que mis piernas a su lado se ven finas
y esbeltas, las suyas se ven portentosas. Porta unos vaqueros negros con cortes
en sus pantorrillas por donde veo salir parte de su carne y una camisa blanca
junto con una chaqueta de cuero recostada a su lado envolviendo su brazo. Con
cuidado y parsimonia guarda el libro de Conan Doyle en la mochila entre sus
piernas en el suelo, como no, de cara a él y nunca al exterior. Después hace el
amago de quitarse los auriculares pero yo me entrometo quitándole el más
cercano a mí y pidiéndole permiso con una mirada me lo acerco a mi oído para
escuchar a través de él.
—Es Rammstein. –Dice tranquilo aunque algo
avergonzado—. Me habría gustado que escuchases algo como Bach* o Vivaldi, pero
no soy tan pedante como para eso. –Yo sonrío con sus palabras mientras que de
fondo se escucha el sonido de una batería sonando con fuerza y una grave voz
amenizando su expresión—. Rosenrot. –Dice—. El título de la canción. –Yo
asiento devolviéndole el auricular y él detiene la música de su teléfono y lo
guarda en el bolsillo de la chaqueta de cuero.
—¿Cómo estás? –Le pregunto preocupado por
nuestra última conversación pero él asiente, tranquilo.
—Bien la verdad. Estoy bastante bien.
Intenté hablar con mis padres haciéndoles ver que lo que intentaste decir no es
que necesitase un especialista, sino que no me pasaba nada. Ellos se han
tranquilizado un poco y barajan la posibilidad de volver a tener otra cita
contigo, pero aun ni se deciden ni saben para cuando. Así que yo te iré
informando. –Asiento a sus palabras mientras él se acomoda mejor en el asiento
como habiendo soltado un gran peso y yo jugueteo con uno de los cordones de la
bandolera sobre mi regazo como alternativa a mirarle de forma intimidante
durante todo el trayecto—. ¿Y tú? –Me pregunta—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. –Digo pensativo—. Como
siempre. –Digo y él asiente mientras sonríe animado.
—¿Puedo hacerte una pregunta? –Me dice
pensativo y yo asiento.
—Por su puesto. –Le doy permiso entre
curioso y entusiasmado de la creatividad de sus preguntas.
—¿Te sientes feliz con la vida que tienes?
–Me pregunta. Es cierto que me sentía curioso, solo hasta que escucho sus
palabras. Cuando me hago a ellas no sé como responder a ello. La pregunta tiene
una respuesta sencilla. Sí o no. Pero me temo que es lo suficientemente
compleja como para no poder contestar con esta miseria. Él tampoco me
permitiría hacerlo con lo que me limito a encoger de hombros y evado la
pregunta.
—¿A qué viene esa pregunta?
—Solo me lo preguntaba porque me da a
veces la sensación de que tienes una vida demasiado monótona. –Dice sin tacto
ninguno, haciéndome sentir que acaba de cortarme la piel con un bisturí. Sin
bondad, sin arrepentimiento.
—Tal vez. –Digo intentando hacer caso
omiso de sus palabras pero duelen como cuchillas.
—¿Tal vez? Eso no es una respuesta…
—Tal vez yo también tenga que ir a terapia
para tratarme eso. –Digo de forma divertida pero él no se ríe.
—¿Para tratar la monotonía o para aprender
a responder preguntas?
—Ambas. –Le digo y ahora sí esboza una
triste sonrisa.
—Está bien. –Dice, satisfecho—. Entiendo
lo que intentas decirme. No pasa nada. –Sentencia y yo le miro frunciendo el
ceño.
—No creo que lo entiendas. Tienes
veintidós años, eres joven, universitario. Puedes salir de fiesta cuando
quieras, en la universidad cada día es una nueva aventura y en tu casa seguro
que no te aburres… —Él me mira como si realmente no fuese con él esta
conversación pero poco a poco frunce el ceño y niega con el rostro, chasqueando
la lengua, disgustado conmigo y decepcionado por mis palabras.
—Para mí, la vida también es aburrida y
monótona. No te creas. –Suspira—. Levantarse, sentarse en la universidad, dejar
que pasen las horas mientras tú haces un esfuerzo hercúleo por tomarte enserio
lo que está sucediendo a tu alrededor, volver a casa con la sensación de que lo
peor del día está por llegar y después sucumbir a la soledad demoledora del
silencio en el hogar. Pasar páginas de un libro que sabes que no va a aportarte
nada, desear que ocurra hago que despierte tu interés por seguir
viviendo.
—¿De verdad te sientes así?
—Me sentía. –Dice, sonriendo—. Hasta que
te conocí. –Suspira y yo doy un respingo a su lado. Tengo que serte sincero, y
creo que este ambiente discernido es más acogedor que tú consulta: La hora que
paso contigo en tu consulta es lo mejor del día. Verte y que alguien me
escuche, aunque sea pagando, es una sensación muy agradable. Tú eres
agradable.
Ante sus palabras nos precede un largo
silencio en el que pienso cualquier respuesta que darle pero ninguna alcanza a
ser tan hermosa como el sentimiento que han despertado en mí sus palabras.
Ojalá pudiera posar mi mano en su pierna y decirle lo mucho que ha trastocado
mi vida, lo mucho que ansío durante el día que regrese a mí, las horas muertas
que invierto en pensar en él. No están muertas, están vivas y entusiasmadas.
Pero no alcanzo a hallar tales palabras por lo que me limito a mirarle de reojo
con las mejillas encendidas y él baja la mirada avergonzado por su repentina
conversación. Gracias a mi poco tacto, cambio radicalmente de conversación.
—Me prometiste que me traerías alguno de
tus escritos. ¿No? –Le pregunto y él da un respingo asustado—. No lo hiciste.
Me debes leer algo de lo que hayas escrito. –Le suelto volviendo a tomar el
control de la situación pero él baja la mirada de nuevo y mira a través del
cristal a su lado, para eludir mi mirada acusadora.
—Lo siento. No se me ha olvidado. Lo he
hecho de forma consciente. Esperaba que no te acordases.
—Claro que me acuerdo. Pero lo he dejado
pasar.
—Entiéndelo. Es algo muy íntimo y no
quiero que nadie vea tan dentro de mí. No me gusta la idea de sentirme tan
vulnerable.
—Lo entiendo, no pasa nada. Pero aun así,
me quedaré con las ganas. –Le digo mientras le sonrío tímido por mis palabras y
segundos después el bus se detiene y bajan unas cuantas personas mientras que
otro par de ellas sube.
—No es bueno quedarse con las ganas de
nada. –Dice de repente haciéndome sobresaltar y yo le miro frunciendo el ceño.
—Entonces deberías satisfacer mis
súplicas. –Le digo coqueto pero él se hace el orgulloso.
—Se me da bien satisfacer a las personas,
pero no creo que tú quieras probar esa clase de satisfacción. –Dice y sus
palabras tiñen de carmesí mis mejillas.
—Si la satisfacción que tú proporcionas
requiere contacto físico no me interesa. –Le digo tímido pero intentando
mantener a la fuerza mi coquetería.
—El órgano sexual más poderoso es el
cerebro. –Me dice—. Tú deberías saberlo.
—Lo sé. –Suspiro avergonzado—. Acabas de
reconocer que tienes intenciones sexuales…
—No. Solo he dado un dato objetivo lejos
de toda conexión con esta conversación. –Argumenta—. Bien podría haber aportado
otro dato como que tenemos 43 músculos diferentes en el rostro, o que el clítoris
consta de 8000 terminaciones nerviosas mientras que el pene solo de 4000.
—Datos médicos… —Digo, divertido y él
asiente, encogiéndose de hombros. Ambos nos quedamos en silencio unos segundos
hasta que vuelvo a cortarlo—. ¿4000? –Pregunto en un susurro, asombrado—.
¿Dónde?
—Por todo el pene… —Suspira y mira en
dirección a la ventana a su lado. Yo frunzo el ceño.
—Tendré que mirar mejor… —Suspiro y él
suelta una carcajada que me hace reír a mí también. Antes de darnos cuenta
llegar nuestra parada y ambos nos bajamos en dirección a mi despacho.
———.———
*Johann Sebastian Bach (Eisenach, en la actual Turingia, Sacro Imperio Romano Germánico, 21 de marzo / 31 de marzo de 1685—Leipzig, en la actual Sajonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 17 de julio / 28 de julio de 1750) fue un compositor, organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de capilla y cantor alemán del periodo barroco.
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