AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 15
CAPÍTULO 15
Yoongi POV:
17 – Octubre – 2017
MIÉRCOLES
Ella vuelve a pasarse la mano por la falda de su uniforme. Se alisa la tela evitando que queden arrugas y de vez en cuando se descubre un poco más de su pálido muslo para agradarse a sí misma. O tal vez para hacerme sentir incómodo a mí. Pobre.
—He vuelto a discutir con mis padres. –Dice y comienza a relatar otra aburrida anécdota de la eterna lucha entre su ego y el orgullo de sus padres. Degenerará a llanto y conmoción por parte de ellos y de una vencedora victoria de ella frente a sus padres. Con una de sus manos se coloca las pulseras de hilo que tiene en la mano contraria y comienza a tirar levemente de ellas y a juguetear con los hilos sobrantes que caen a través de la línea de su pulgar. Ella gira el brazo para dejar su mano boca arriba con la palma mirando hacia el techo mientras se la mira como lo hago, escuchando su voz de fondo y asintiendo de vez en cuando como corroboración que estoy prestando atención. Pero es mentira. No puedo.
Miro sus pies. Son muy pequeños para su altura pero se ven bien con esos calcetines blancos saliendo por los zapatos escolares. Con calcetines que le quedan un poco grandes, o tal vez se hayan dado de sí. O tal vez, sus tobillos son muy pequeños porque no consigue que se ajusten a su piel. Es una imagen terriblemente extraña la que presencio. Mientras ella habla mueve uno de sus pies de arriba abajo, apoyando y levantando el talón del suelo. De repente cambia el movimiento y ahora lo repite pero esta vez con la punta. Sube y baja la punta del suelo produciendo un rítmico sonido justo detrás de su voz.
A lo lejos. Mucho más lejos que el sonido de su voz, detrás del sonido de su pie en el suelo, escucho como la puerta de la sala de consulta se abre y yo miro en esa dirección mientras que la chica sigue hablando. Me quedo mirando la puerta del despacho cerrada y puedo sentir, como algo que está fuera de mi alcance, como alguien entra a la sala de espera y da un par de pasos al interior. El sonido de la voz de mi secretaria saludando a alguien que no le da una respuesta auditiva y el sonido de uno de los asientos al crujir por un peso sentándose sobre él. Evito esbozar una sonrisa porque sé que es él. Lo sé antes incluso de verle, de oírle, solo sentirle me es suficiente y miro la hora en mi reloj de muñeca mientras suspiro largamente, pues aún quedan cinco minutos hasta que esta consulta termine. Podría camelármela, podría convencerla de que ha sido un día muy largo para ambos. Ella está deseando salir de aquí tanto como yo, pero la profesionalidad me puede.
—Ellos estuvieron fisgoneando en mi cuarto. Lo sé. –Suspira ella mientras mira a otro lado. Yo desvió la mirada hasta el bolsillo de su falda el cual presenta una extraña forma abultada con bordes rectangulares. Veo un lateral blanco saliendo de él. Si se gira un poco seguro que puedo distinguir la marca del paquete de cigarrillos que fuma.
—¿Buscaban eso? –Le pregunto mientras le señalo con el boli el paquete de tabaco en su bolsillo y ella da un repentino respingo mientras se esconde mejor el paquete, retirándome la mirada, orgullosa.
—Claro que sí. –Suspira—. Ya me pillaron uno hace unos meses por esconderlo en el cajón de la mesilla. No volverá a suceder. Ojalá pudiera fumarme un cigarrillo aquí. –Resopla mientras mira a todos lados y después posa su mirada en mí, esperando permiso de mi parte pero yo niego con el rostro.
—Lo siento. A parte de que eres menor de edad y eso sería una mala actuación de mi parte, aquí vienen otros niños a consulta, y no creo que agradezcan tener el ambiente lleno de humo de cigarrillo. –Digo y ella rueda los ojos mientras se alisa de nuevo la falda y comienza a alistarse para irse mientras me mira buscando mi permiso para marcharse. Aún quedan dos minutos pero yo me encojo de hombros y ella se levanta mientras yo la imito y cuando se desplaza a través de mi diestra, se queda mirando mi escritorio, seguro que en busca de los caramelos.
—¿Ya no tienes caramelos? –Me pregunta mientras se pasa la melena de un lado a otro de los hombros. Yo niego con el rostro.
—Se me han acabado, lo siento. –Suspiro sonriendo—. Si cada vez que vienes coges un puñado, es normal que no tenga más.
—Es mi camuflaje bucal cuando llego a casa. –Me dice con una sonrisa que imito a la fuerza y cuando desaparece por la puerta la deja entreabierta, dado que ha observado que hay alguien después de ella y este alguien llega hasta la puerta, sujeta el pomo y entra dentro, cargando su mochila con un hombro mientras con el brazo contrario sujeta una chaqueta de cuero negro. Hoy ha refrescado, lo entiendo. El viento ha aumentado estos días y el sol ya no es tan fuerte. Es comprensible, estamos a mediados de octubre.
—Buenas tarde. –Le digo mientras le sonrío y me agarro con fuerza a la libreta en mis manos mientras él se me queda mirando desde la puerta con una mueca entre cansada y triste.
—Hola. –Dice mientras pasa por mi lado sin mirarme y yo poco a poco desvanezco mi sonrisa y toda mi expresión se vuelve seria y preocupada. No es su rostro lo que me suscita preocupación, son todos sus gestos, son sus muecas y su comportamiento. Todo él me da miedo y tristeza y esta comienza a exteriorizarse cuando deja la mochila como siempre en el sofá, de cara a este y en el suelo apoyada, pero no se recarga sobre el sofá, como de costumbre. Se limita a dejar sobre este la chaqueta de cuero y se vuelve a mí, con una mueca enfadada y confusa. Se cruza de brazos, listo para reprenderme—. ¿Se puede saber qué le has dicho a mis padres ayer? –Me pregunta entre ofendido, preocupado y triste. No consigo comprender ninguno de los sentimientos pero su estado de nerviosismo me pone a mí de mal humor y contengo las ganas de mostrarme a la defensiva.
—No les he dicho nada… —Digo pensativo pero él no parece convencido de mis palabras. Le miro de arriba abajo. Toda su ropa ya la conozco. Camiseta de manga corta blanca con una frase en negro sobre ella y unos vaqueros azulados con una especie de pañuelo alrededor de uno de sus muslos.
—¿Ah no? –Me pregunta, sarcástico—. Pues no sé de dónde han sacado la idea de que tú no eres la ayuda que necesito y que cuando termine este mes de consulta me llevarán a un especialista. –Dice frunciendo el ceño y yo doy un respingo mientras imito su gesto facial.
—¿Qué? –Pregunto, aturdido.
—Lo que has oído. Llegaron ayer diciéndome que te desentendiste de mí, porque soy mayor y porque soy adulto. Y que tengo un problema de compañerismo y de antisocialidad o no sé qué mierda… —Dice y yo me paso la mano por la frente, despejando mis pensamientos.
—Yo solo les dije que no creo que yo vaya a darte ayuda de nada porque no necesitas ayuda…
—Pues ellos no lo han entendido así… —Suspira, decepcionado conmigo.
—Les dije que… bueno, que como todos los humanos tienes cualidades y desventajas… y que… —intento hacer memoria, apoyando mis dedos sobre mis ojos—, que eres muy inteligente pero que eres un poco antisocial. Es algo normal…
—¿Ser antisocial es una desventaja? –Pregunta aturdido mientras me mira con esa mirada dolida que jamás había sitio en él, pero que duele como el infierno.
—No he querido decir eso…
—Creo que mis padres no estaban tan confundidos, tú les has contado un montón de sandeces de mí.
—No. Te prometo que no. –Le digo negando con las manos—. Son ellos quienes no conocen a su propio hijo y a mis palabras se han podido sentir alarmados, tal vez me hayan malinterpretado…
—¡Claro que no me conocen! –Dice haciendo aspavientos con las manos—. Pero tú no eres nadie para descubrirme de repente delante de ellos como un mesías que les muestra la realidad de lo que sucede.
—¿Acaso te gusta la situación en la que te encuentras? –Le pregunto frunciendo el ceño mientras él me mira serio.
—Es mucho mejor que tener a dos idiotas, consumidores empederniros de basura, todo el día encima. ¿No lo crees? Me he creado mi propia independencia dentro de mi hogar a base de años de esfuerzo, y ahora por tu culpa ellos se creen que tienen un hijo enfermo y débil.
—¿Quieres que vuelva a hablar con ellos para solucionar el malentendido? –Le pregunto mientras él niega con el rostro en rotundo.
—No quiero que vuelvas a hablar con ellos. ¿Sabes qué? Lo que menos me importa es lo que ellos piensen de mí. Soy independiente de sus sentimientos y eso es claramente una ventaja. Lo que me molesta es seguir bajo sus órdenes, y ahora no solo me harán perder el tiempo contigo hasta que finalice el mes, sino que después sabe Dios a donde van a llevarme y durante cuánto tiempo para hacer consultas y tratamientos…
—Pero… no tienes ningún problema…
—¡Claro que no lo tengo! –Dice gritando, con los ojos húmedos y brillantes—. Pero ellos se piensan que sí y por eso estoy aquí, perdiendo mi valioso tiempo en esta tontería…
—Lo siento… —Digo casi como un acto reflejo porque odio que grite, y justo antes de que él diga una sola palabra más la puerta de mi despacho se abre y aparece mi secretaria asomando el rostro un tanto confusa y preocupada.
—¿Todo bien, doctor Min? –Me pregunta yo asiento, negando con las manos quitándole importancia.
—No hay ningún problema, solo estamos hablando. Vuelve fuera. –Le pido pero mi voz es levemente temblorosa. Sin embargo obedece y cierra detrás de ella. Cuando miro a Jeon de nuevo este tiene una expresión algo más relajada, pero sus brazos aún están cruzados y en tensión. Sus labios fruncidos.
—Puedo decir sin miedo a equivocarme que tú eres, en este momento, la persona que mejor me conoce de este planeta. –Suspira—. Y confío en ti. –Dice y me hace sentir cálido unos segundos—. Pero no puedo permitir ir de allí para acá todo el día perdiendo mi tiempo. Acepté venir a un psicólogo solo porque las condiciones me eran agradables. Puedo compaginarlo con las clases y es principio de curso, pero en enero tengo exámenes, y no puedo perder más tiempo de mi vida. Sabe Dios a qué horas tendría que ir. Mi madre está mirando psiquiatras especializados en temas de relaciones sociales y esas mierdas. ¿Nadie me ha preguntado si me gusta estar solo?
—Lo siento… —Vuelvo a repetir y él se desploma en el sofá y yo me le quedo mirando como suelta una gran bocanada de aire, como si le estuviera oprimiendo el pecho.
—Ellos no me quieren. –Me dice, tranquilo—. Y si lo hacen, no saben hacerlo bien. –Suspira.
—Estoy seguro de que tus padres te quieren, pero no saben cómo ayudarte…
—No necesito ayuda. –Me dice, ofendido—. Solo necesito que me dejen hacer mi vida, aparte de ellos. Pero eso parece horrorizarles y la idea de que me vean como un ser extraño que deambula por la casa es algo normal. Ellos para mí también son dos seres extraños y confusos que vagabundean por el mundo esperanzados con esos rostros de sonrisas estereotipadas y con esos gestos novelescos de matrimonio perfecto. –Dice y yo estoy a punto de asentir, pero me contengo.
—Algunos padres son así, Jeon. No tiene tiempo para su hijo pero buscan cualquier remedio para su felicidad. –A mi última palabra Jeon suelta un bufido y ríe, divertido.
—Felicidad. –Suspira—. Qué sabrás lo que es eso…
—Jeon. –Le reprendo pero él frunce el ceño.
—No es nada personal, ellos tampoco lo saben. Nadie sabe que es la felicidad, porque si el humano conociese la felicidad no se comportaría como lo hace. Si en la religión estuviera la salvación no habría falta promulgarla, y si en el amor se haya la respuesta, ¿Por qué existe el desamor? –Niega con el rostro—. La felicidad debe ser algo personal. No deben ayudarnos a conseguirla, y mis padres están obcecados en hacerme la vida imposible. Siempre ha sido así. –Suspira.
—Cálmate. –Le pido mientras me encamino hasta él y me siento a su lado en el sofá. Es la primera vez que me siento de este lado de la realidad. Desde esta visión me siento terriblemente intimidado y Jungkook suelta un largo suspiro mientras se cubre el rostro con las manos. Yo paso una de las mías por su brazo.
—No sabes lo que es vivir rodeado de idiotas. –Suelta—. Rodeado de inútiles cuerpos vacíos, violados por gilipolleces. Salir a la calle y ver todas esas estúpidas caras con expresiones vacías, con destinos inalcanzables. Estoy rodeado de mentiras, de hipocresía, de convencionalidad. Y no se detiene. –Yo aprieto mi fuerza sobre su brazo mientras le vuelvo a mí y su rostro recae en mi expresión tranquila—. Incluso tú. –Suelta—. Ahí sentado siempre—. –Señala la silla donde suelo estar sentado—. Siempre con esa expresión de condescendencia, creyéndote mejor que tus pacientes. De seguro que ni si quieras nos escuchas. Ruedas los ojos un par de veces, apuntas algo en tu agenda y le recomiendas al paciente que no se meta drogas. –Yo suelto mi mano de él y me levanto de su lado, ofendido mientras él me mira con ojos tristes por mi reacción. Casi decepcionado consigo mismo. Después suelta un largo suspiro mientras medita sus palabras y cuando vuelve a mirarme lo hace con una expresión más calmada—. Lo siento…
—Está bien que digas lo que piensas. –Le digo mientras él asiente, pasándose las manos por su cabello.
—Mis padres me han puesto así, y no es justo que lo pague contigo.
—¿Cómo te has enterado de lo que hablé con tus padres?
—Ellos me lo contaron cuando llegaron ayer a casa. Yo apenas acababa de llegar y ellos subieron a mi cuarto para contármelo. Estaban con esas asquerosas expresiones de falsa preocupación condescendiente. Como si yo estuviese enfermo de sífilis por haberme acostado con alguien o como si hubiera dejado embarazada a alguna guarra… —Niega con el rostro, intentando calmarse para que sus palabras no reflejen tanto odio—. Me dijeron lo que ya te he contado que entendieron. Deberías haberles hablando de forma más clara.
—Intenté hacerlo… —Me excuso pero él niega con el rostro y sonríe de lado.
—Deberías haberles hablado con monosílabos y dibujitos. –Dice divertido, al ser cruel con sus padres y yo contengo una sonrisa.
—No seas así…
—Es la verdad. Así es la única forma que tengo de hacerme entender.
—No te creo. –Le digo pero el levanta la mirada y se me queda mirando serio. Yo le desvío la mirada y dejo la libreta a un lado mientras me arrodillo delante de él y hago que me mire directo a los ojos—. Escucha, lo siento. No quería que tus padres tuvieran una mala imagen de ti. Eres la persona más inteligente que ha pasado por esta consulta, y eres una buena persona. Solo que observo que puedes ser a veces un poco antisocial, pero eso no es malo. Solo es una cualidad humana. A veces las personas somos así. Yo también lo era a tu edad…
—Pero ellos son hipocondríacos congénitos. No pueden remediarlo y si les dices cualquier pequeña cosa sobre mí, creerán que es una enrome roca que se les viene encima. Con esto solo intentan compensar todo el tiempo que no han estado conmigo en mi vida. Sé que tú también lo ves así, pero no es a mí a quien hay que llevar a una consulta por eso. Yo no tengo que pagar sus carencias. –Suspira y yo le cojo las manos y las aprieto con las mías. Él se me queda mirando con una expresión enternecida por mi gesto y yo suspiro largamente.
—Perdóname.
—Está bien. –Dice bajando la mirada hasta sus manos pero yo hago que vuelva a mirarme.
—Quiero que estés bien, ¿vale? A parte de que seas mi paciente, eres alguien importante para mí. Por favor, no estés mal por eso. Sé lo importante que son tus estudios para ti y haré lo posible para que tus padres no te hagan perder más el tiempo. ¿Entendido? No consentiré que ellos arruinen tu prometedora carrera. –Le digo y él abre los ojos ilusionado mientras suelta una sonrisa que me deja pasmado, embobado mirándola. Él me mira, levemente enrojecido.
—Ponte en pie, tanta formalidad me hace sentir incómodo. –Me dice, parafraseando mis palabras del otro día y me pongo en pié, mientras él me mira desde su lugar sentado en el sofá. Me sonríe, divertido, pero no me suelta una de las manos mientras se la lleva a una de sus mejillas y yo siento ahí la calidez de su rubor y la suavidad de su mejilla. Después de que me haya soltado ya es demasiado tarde y mi mano vaga por libre a través de su rostro, la llevo a su sien, hasta su cabello y lo retiro tras su oreja mientras él me mira sin apartarme esa expresión risueña y tímida—. Hoy no te has puesto corbata. –Me dice y yo niego con el rostro.
—Hoy no. –Hace un mohín.
—¿El viernes la traerás por mí? –Me pregunta y yo asiento de forma incondicional. Con esa mirada dulce y aniñada, con esos escuetos gestos amables y esa sensación de sus cabellos en mis dedos haría todo lo que me pidiese sin condición y sin miramientos. Me lanzaría de un maldito puente por el sí solo me lo pidiese. Este sentimiento es una total falta de cordura, pero cuanto me pesaba. Ahora me siento más liviano.
—¿Quieres que comencemos la consulta? –Le pregunto y cuando miro mi reloj me doy cuenta de que quedan diez minutos para que termine. Frunzo el ceño y él suspira largamente.
—¿Podrías simplemente, seguir acariciándome? –Me pide en un suspiro y yo asiento mientras me siento a su lado en el sofá y le paso la mano de nuevo por su sien y por su oreja. Es una perfecta oreja, parece incluso tallada en mármol.
—¿Qué tal vas con tu intento de convencer a tus compañeros para el pleito al conserje? –Le pregunto mientras él cierra los ojos y se apoya contra el respaldo.
—Bien. Ya tengo a un veinticinco por ciento de la clase convencido. Ahora solo es cuestión de que el resto de personas se dejen influenciar por una masa creciente que va en aumento día a día… —Dice sonriendo y yo asiento mientras sigo jugueteando con sus mechones. Durante esos diez minutos seguimos hablando banalidades. Seguirnos con sonrisas tontas y con esa asquerosa sensación de que esta consulta, de repente y con su presencia, por culpa de ella, ha perdido toda integridad. Yo también, pero eso fue desde el momento en que entró aquí el primer día.
AAAAAAYYYY ME ENCANTAAAAA, me quemaaa pero lo disfruto muchooooo ;---; lo he leido mil veces y mil veces me emociono igual, amo esta historia AAAAA
ResponderEliminarJooo hahaha me encanta leer tus comentarios hahah
Eliminarque débil es yoongi...
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