NO TAN ALTO, ÍCARO ⇝ Capítulo 6 (Parte III)
Capítulo 6 –
Comienzo a creerme de cristal
–Muy bien ¿Haces los
honores de empezar o lo hago yo?
–Hazlo tú. –Suspiré y él
me miró pícaro–. No seas malo…
–¡Está bien! ¡Está bien!
–Meditó durante unos segundos que en realidad no necesitaba. Ya sabía desde
hacía rato qué quería decir–. Yo nunca le he dicho a un chico que me gustan sus
pecas. –Yo rodé los ojos y reí cuando él se rió también. Bebí
irremediablemente.
–Has dicho que no serías
cruel.
–Puedo serlo aún más. No
me tientes. –Me dijo con una expresión sádica a la que yo le aparté la mirada–.
Te toca.
–Yo nunca he besado a
una chica. –Dije y él me miró fulminado. Se sorprendió de mi confesión y
obligado por su juego bebió un trago mucho más largo del que yo había
dado.
–¿Nunca?
–Nunca. –Dije y él
meditó.
–Mi turno. Yo nunca he
sacado un diez en un examen. –Levantó una ceja y yo bebí. El sonido de la lata
sobre el parqué me hizo sentir cosquillas en el estómago. Él apagó su
cigarrillo en el cenicero y se agenció la bolsa de patatas fritas.
–Yo nunca me he acostado
con nadie. –Dije y él pareció hastiado.
–¡Vaya! ¿Sacamos la
artillería pesada?
–Estoy eliminando sólo
las más evidentes.
–Ya… –Rodó los ojos y
bebió. Después se metió dos patatas en la boca. Las masticó meditabundo
produciendo un agradable “hum” pensativo desde la garganta.
–Yo nunca me he
masturbado antes de los doce.
¡Mierda! –Pensé. Beber o
no era lo de menos. El gesto era lo que realmente me condenaría. Si no bebía
estaría mintiéndole y si bebía podría haber encontrado un hilo desde el que
tirar para sonsacarme más información. Decidí beber, cegado por la impaciencia
de su mirada. Él alzó las cejas sorprendido por mi reacción más que yo por su
pregunta.
–¿A qué edad? –Preguntó
y yo le aparté la mirada, sonrojado.
–¿A ti qué te importa?
–Aún tenía vívido el recuerdo de la piscina a mi tierna edad de diez
años.
–¡Solo era curiosidad!
–Recuérdame cuál es el
objetivo de este juego. –Le pregunté divertido y él rió.
–Divertirnos.
–¿No era emborracharse?
–Eso es solo un efecto
secundario del juego. –Dijo cínico. Yo asentí y medité.
–Yo nunca me he metido
en una pelea por iniciativa mía. –Bebió y no pensó su contraataque.
–Yo nunca me he
masturbado antes de los once.
–No sigas por ahí. –Le
advertí pícaro. Pero después de advertirle, bebí. Él dio un respingo y yo
paladeé el sabor de la cerveza–. Malgastarás preguntas a lo tonto.
–Hum. –Dijo y yo miré
alrededor pensativo.
–Yo nunca… me he
mudado.
–¡Oh qué fácil esa!
–Dijo menospreciando mi oportunidad. Bebió y se limpió los labios con el dorso
de la mano. Me señaló con un dedo acusador–. Yo nunca he estudiado
griego.
–¡Eso es muy vago por tu
parte! –Dije pero me arrepentí al instante porque tentarle a que buscase
morbosidades me ponía en serio peligro. Bebí y le arrebaté la bolsa de
patatas.
–A tu nivel. –Dijo
excusándose.
–Yo nunca me he
masturbado pensando en una chica. –Dije y rápido me di cuenta de que acababa de
cometer una temeridad imperdonable. Él me miró aún sobrio y consciente y
palidecí mientras se formaba en su rostro una tremenda sonrisa que habría
podido pertenecer perfectamente al mismísimo Lucifer. Tragué en seco, y le
apremié con una mirada inquisidora para que bebiese y pudiésemos olvidarlo pero
él bebió y mantuvo esa desorbitada expresión de maldad.
–Yo nunca me he
masturbado pensando en un hombre. –Soltó y yo suspiré. Era irremediable. Bebí y
él se relamió con mi gesto. Pude verle en la cúspide de la morbosidad mientras
yo solo deseaba que me tragase la tierra. Comí en silencio una patata y él me
arrebató la bolsa solo para que no me ocultase en ella–. Te toca. –Me
insistió.
–Yo nunca he fumado
marihuana.
–Oh, qué pobre… –Chasqueó
la lengua y bebió–. Sé más ingenioso. El juego trata de descubrir al otro en
cosas que no sabías de él. No seas tan evidente…
Bebí aunque no me
tocaba. Deseaba beber. Se me había secado la garganta y no podía parar de
pensar en que él no se había masturbado pensando en hombres nunca. ¿Por qué eso
me molestaba? Tal vez cerraba toda posibilidad que hubiese imaginado de que
alguna vez me viese como yo le veía a él.
–Yo nunca he besado a un
hombre. –Dijo esperando que yo bebiese. Pero no lo hice. ¿Debía hacerlo? En
realidad él y yo nos besamos. Una vez. Hace mucho, entre la nocturnidad y el
sopor. Pero eso no podía interpretarse como nada sexual. Carecía completamente
de morbosidad. No bebí y él tampoco lo hizo. Fruncí el ceño. ¿Realmente nunca
había besado a ningún chico?
–¿Estas mintiendo? –Le
pregunté mientras él me miraba turbado–. ¿Nunca has besado a ningún chico?
–Aquello no cuenta.
–Dijo y yo fruncí el ceño–. Tú no cuentas. –Sentenció y aquello me hirió. ¿Qué
significaba eso? ¿Yo no era un hombre? ¿Yo no estaba valorado como alguien
digno de ser contado como un individuo que pudieses besarle? ¿Realmente se
acordaba de aquello? Miré a otra parte y asentí–. Yo nunca me he confesado a un
chico.
–Yo tampoco. –Dije y él
se encogió de hombros–. Yo nunca he follado en un lugar público. –Bebió. Yo le
aparté la mirada y al rato, fuera del juego, bebí también, aun con sequedad en
la garganta.
–Yo nunca he sentido
celos de mi primo porque me gustase su novia. –No bebí y le miré desafiante.
¿Buscaba mierda donde no la había? Era enternecedor y a la vez ridículo–. ¡Qué
aburrido eres, Ícaro! –Dijo y alcanzó el paquete de cigarrillos y se metió uno
en la boca.
Me señaló el paquete con
un gesto y asentí mientras me lo lanzaba. Cogí uno de los cigarrillos y lo
encendí después que él. Terminó su cerveza y la aplastó con la mano, después
comprobó que la mía una tenía y salió de la habitación. Cuando regresó lo hizo
con otras dos. Dejó una a mi lado y la otra se la abrió para él. Yo me terminé
la mía de un trago y al instante me sentí algo turbado y liviano. Como un
cosquilleo recorriéndome de pies a cabeza, una sensación de apabullamiento como
tener una bolsa de plástico en la cabeza pero al mismo tiempo una relajación
muscular que me hacía sentir más tranquilo. Poco a poco me desentumecía
estirando mis piernas a lo largo del suelo entre nosotros. Alcancé su rodilla
con uno de mis pies pero él ya pensaba en otra jugada–. Yo nunca…
–Es mi turno. –Le detuve–.
Yo nunca he tomado cocaína.
–Yo tampoco. –Negó–. Yo
nunca he viajado a Alemania.
–¿Yo soy Don aburrido?
–Se encogió de hombros.
–No voy a sacarte más de
lo que te he sacado ya. ¿Verdad?
–No lo sé. –Di una
calada del cigarrillo y abrí la nueva lata. Estaba fresquita y el primer trago
me supo delicioso. Me dejé caer sobre el suelo y puse una mano sobre mi
vientre. Me sentí respirar a través de la piel, de los músculos. Podía sentir
cada partícula del aire entrando en mí y saliendo después. La habitación
comenzaba a tener un tinte grisáceo y neblinoso por el humo de los cigarrillos–.
Puedo hacerte dejar el juego cuando quiera. Ese es el objetivo, ¿no? Hacer que
uno deje de jugar, se retire…
–Tal vez… –Dijo
pensativo pero dudó si quería seguir–. ¿Por qué?
–A mí nunca me ha
golpeado mi padre. –Solté y él se quedó largo tiempo en silencio. No le miraba.
Estaba mirando directo hacia el techo de la habitación.
–Bien. –Dijo al fin–. Lo
lograste. Ya no quiero seguir jugando. –Se tumbó en el suelo como estaba yo y
soltó un largo suspiro–. Ni siquiera sé porqué me esfuerzo. Eres un maldito
desagradecido y para una tarde libre que tengo y quiero pasarla contigo…
–No seas dramático.
–Suspiré y cuando volví el rostro hacia él le encontré con el ceño fruncido.
Estaba realmente decepcionado. Solté una larga calada y observé como el humo
ascendía.
Nos mantuvimos así más
de quince minutos. Yo ya terminé mi segunda cerveza y él ya estaba por la
cuarta. Él parecía estar perfectamente pero yo me notaba mareado y si cerraba
los ojos me sentía revolcado por el suelo a pesar de que no me moviese del
sitio. Con las palmas sobre el parqué, con la cabeza apoyada firmemente, si
cerraba los ojos y perdía de vista un punto fijo del techo, sentía como el
suelo se venía abajo y todo el edificio se derrumbaba cayendo a un vacío que no
acababa nunca. Él miraba el móvil, distraído, completamente ajeno a mí. Podía
sentir el arrepentimiento de haberme traído aquí, podía sentí como se esforzaba
y se esforzaba pero yo era incapaz de abrirme a él por miedo. ¿Miedo? Me
preguntaba. Miedo a tantas cosas. Miedo a que me juzgase, miedo a que me
odiase, a que me ignorase y que me detuviese. Estaba completamente
aterrorizado. Pero sin darme cuenta, las palabras comenzaron a salir de mi boca
sin poder detenerlas. Fue como una avalancha que derribó las puertas que
contenían mi cordura.
–Yo no soy una persona
con la que se pueda hablar de sentimientos. ¿Sabes? Puedo decirte qué es el
amor, qué es el odio, pero decirte a quien amo o a quien odio son cosas muy
diferentes. Exponerme significa confiar, y esperar porque la otra persona no
use esa información en mi contra. Significa exponerme a ti y rezar porque no me
juzgues o no me odies.
–Yo jamás haría
eso.
–Lo haces.
Constantemente. Con una mirada, con un gesto eres capaz de minarme. A veces ni
siquiera te das cuenta, pero duele y no ha sido intencionado. Ha sido una
palabra, un gesto, algo que me ha desmoronado.
–Suéltalo. –Dijo como
solía hacerle yo.
–¿El qué?
–Lo que sea que quieres
decirme. –Volvió su rostro a mí y yo lo miré a él–. Dime. Prometo no decir nada
al respecto.
–Las palabras no son lo
que más duele. El saber que ya eres conocedor es suficiente temor para
mí.
–¿Quieres que lo olvide
nada más que me lo digas? Fingiré no haberlo oído nunca.
–Eso se te da bien –Dije
y él se volvió a mí sorprendió. Yo suspiré y me mordí el labio inferior.
–Ícaro… –Musitó.
–Está bien. Una
pregunta. Te concedo una pregunta. Una. La que sea. Te contestaré con total
sinceridad y tú harás como que no he dicho nada. ¿Entendido? –Asintió–.
Pregúntame.
–¿Qué sientes por mi?
–Certero en la diana. Yo suspiré. Cogí aire–. ¿Qué soy para ti?
–Eres como un constante
dolor interno. Eres como una herida que no se cura. Siempre picando, siempre
molestando. No puedo parar de pensar en cada una de las veces que me he
arrepentido de hablar demasiado, en cada vez que me he contenido. Pasados los
días tengo buenas contestaciones para cada una de tus respuestas, de esas veces
que he apartado la mirada sin decir una palabra. Soy incapaz de olvidar esas
irritantes frases que me han apuñalado con crueldad en los costados. Debería
estar muerto ya, y cada noche pienso que me queda menos para que un día
termines conmigo. Me martirizo, hecho un ovillo, recordando todas las palabras
hirientes que me has dirigido. Lloro, porque en el fondo me gustan, me siento
masoquista, pero las estrujo hasta que no les queda una sola gota de realidad y
comienzan a formar parte de toda la fantasía a tu alrededor. Cuando el dolor es
suficiente me consuelo con los pequeños gestos de humildad que me has dedicado.
Esas miradas enternecedoras, tus toques, tus caricias. Pero esas no puedo
exprimirlas, de ellas no puedo sacar nada más que la pátina superficial, porque
son mucho más dolorosas que cualquier insulto que me dediques, porque sé que
las malas palabras son mentira, pero los roces son de verdad. Están ahí y aún
me queman.
>Me siento tan
terriblemente frágil a tu lado que comienzo a creerme de cristal. A veces me
rompes, a veces me proteges. Comienzo a pensar que no puedo seguir viviendo en
este constante fluir de emociones contradictorias, completamente anegado en mi
propia fantasía, en toda esta mentira que ha crecido a tu alrededor como una hiedra
que ha terminado por alejarme de ti, y de la realidad. A veces te vislumbro
detrás de toda esta realidad y te siento tan cerca, tan apegado a mí, tan afín
que podría considerarte mío. Parte de mí, yo. Pero otras eres tan terriblemente
inalcanzable que yo mismo caigo lejos de ti, precipitándome en un abismo que no
termina hasta que tú me recoges en tus manos, me sonríes y el círculo empieza
de nuevo ilusionándome con algo que para ti no ha significado nada. Porque no
soy nada más que un entretenimiento que usas a veces como divertimento, como
distracción en las horas más tediosas, en las misiones más complicadas. El
orgullo aparece, en contadas ocasiones, recordándome que aun tengo algo de
libertad, huyendo de ti. ¡Pero qué poco dura esa valentía! ¡Cuánto me llama tu
presencia! ¡Corro a ti con una llamada! Desesperado, hundido en mi miseria,
arrastrándome si hiciese falta solo para poder formar parte de ti y tener toda
tu atención sobre mí. Para creerte mío, aunque fuese solo un segundo. Porque
nada más me importa si puedo elegirte a ti. Porque eres el todo y la nada.
Dios, mi dios, mi infierno personal y Walhalla.
Después de mis palabras
se sobrevino un eterno silencio. Sepulcral. Mortal. Acababa de condenarme. Me
recordaría eternamente mi debilidad, las dos malditas cervezas y esta
insufrible lengua que no podía estarse quieta. Me quedé mudo mirando hacia el
techo pero cuando tuve el valor de volver la mirada hacia él, él tampoco me
estaba mirando. Miraba algún punto del techo con el mismo interés meditabundo
que tenía yo segundos antes. Se volvió a mí y yo le retiré la mirada,
avergonzado y terriblemente atemorizado por lo que diría, por lo que estaría
pensando en ese instante. Oía funcionar los engranajes de su cabeza como sonaba
mi reloj las horas antes en mi habitación.
–¿No dices nada?
–¿Sobre qué? –Preguntó y
yo fruncí el ceño–. Si has dicho algo, ya lo he olvidado. –Dijo y se encogió de
hombros. Yo suspiré algo más aliviado y me volví al techo–. Soy un hombre justo
y de palabra. Así que te concedo una pregunta. La que sea. Igual que has hecho
conmigo. Te responderé la verdad pero después lo olvidarás todo. Yo no me
extenderé tanto.
Respiré profundamente.
Intenté pensar en alguna pregunta, la que fuera, algo rebuscado, algo que
llevase tiempo preguntándome sobre él o cualquier nueva idea. Pero solo se
pasaba una por mi mente colapsada.
–¿Eres feliz? –Le miré y
él me devolvió la mirada. Me recorrió el rostro con los ojos. Después me miró
fijamente.
–No.
Su respuesta, concisa y
tajante me supo como un corte frío y calculado en mi cuello. El cuerpo que
antes estaba liviano ahora me pesaba y la cabeza que antes me daba vueltas
ahora solo dolía. Estaba sintiéndome terriblemente mal, angustiado y culpable
por lo sucedido. Me incorporé y él me siguió con la mirada, atento y pensativo
mientras me acercaba a él y me recogía con su brazo para abrazarme como
esperaba que hiciese. Puse mi mejilla sobre su pecho y él me agarró la nuca
para acercarme a él y besarme la coronilla.
–Prométeme olvidarlo.
–Dijo y yo no pude hacer más que asentir. Lo había prometido.
–Te quiero. –Dije y casi
me quemaba al salir.
–Y yo a ti, querubín.
⇜ Capítulo 5 (Parte III) Capítulo 7 (Parte III) ⇝
Comentarios
Publicar un comentario