NO TAN ALTO, ÍCARO ⇝ Capítulo 5 (Parte IV)

 

Capítulo 5 – Pensar así puede ser peligroso.

Terminaron los exámenes de navidad. Todo el mundo se tomó estas vacaciones como un tiempo de receso para desahogarse, para pensar en otra cosa y evadirse del tema de los estudios. Si ya solíamos hacerlo de por sí, ese año fue una necesidad superior a nosotros mismos. Incluso los que se planteaban avanzar trabajos o materias en esas vacaciones estoy seguro de que no hicieron nada excepto disfrutar del paso del tiempo y arrepentirse de no estar aprovechándolo para algo mejor. Yo mismo a veces meditaba sobre la idea de ir avanzando en algunas asignaturas en las que no había obtenido la mejor calificación, o incluso prepararme los exámenes de preparatoria para ir perdiendo el miedo a enfrentarme a ellos, pero solo pensar en ellos ya me aterrorizaba, por lo que simplemente lo dejaba correr y me prometía que al día siguiente aprovecharía mejor mis vacaciones, pero era mentira. Simplemente leía, salía a respirar algo de aire, me paseaba por casa un rato, y cuando me aburría me sentaba al lado de la estufa y me acurrucaba en el regazo de mi padre.

–Si sigues así, con tu media puedes elegir cualquier carrera, no tienes que decidirlo hasta que no tengas ya los exámenes hechos y el curso terminado. Incluso puedes apostar por varias carreras y una vez sepas cuales te han aceptado, elegir una de ellas. –Sus palabras intentaban consolarme, y en cierto modo lo hacían, pero solo hablar del tema me suponía un vértigo terrible–. Seguro que muchos de tus compañeros de clase ya saben qué van a estudiar.

–Sí, la verdad es que la mayoría lo tienen decidido…

–Pues que no te asuste. La mayoría se van a arrepentir de su decisión en el primer año. Te lo aseguro. –Asentía mientras me miraba con una sonrisa en los labios, una de complicidad y cariño. De verdad que me encantaba la barba canosa que se estaba dejando.

–¿De veras?

–¡Te lo digo yo! Siempre pasa. –Suspiró–. También tienes que tener en cuenta que el ambiente universitario es muy diferente al instituto, y eso siempre influye en el cambio de mentalidad de las personas. Hay gente que asiste a la universidad porque se sienten obligados, otros porque no saben qué mas hacer, y otros realmente tienen la voluntad y acaban fracasando y se desaniman. Hay de todo, ya verás.

–Seguro. –Dije, meditando sus palabras y haciéndome una bola a su lado. Mi madre estaba fuera, comprando algunos regalos de navidad y mi padre y yo habíamos declinado el acompañarla con la excusa de ver un programa de televisión, pero en realidad habíamos acabado hablando de las clases. Fuera hacía un frío terrible y ya estaba oscuro. No era ni si quiera apetecible asomarse a la ventana.

–Yo tenía un amigo en la carrera que había probado a estudiar filología, y el primer año lo dejó a la mitad y al siguiente se pasó a filosofía. La dejó a los dos años y probó al fin con historia, la cual terminó con una nota bastante mediocre, pero no parecía hacer ningún esfuerzo por estudiar. ¿Y sabes de qué está trabajando ahora? –Hice un puchero con los labios como incentivo para que me lo contase–. ¡De mecánico! Su hermano heredó el taller de su padre y allí acabó. –Se encogió de hombros–. La vida da muchas vueltas, y mientras tanto, nosotros nos devoramos los sesos por saber qué decisiones tomar cuando la vida misma va a zarandearnos de un lado a otro echando por tierra todo lo que hayamos decidido.

–Supongo. –Suspiré y le acaricié la barba, a lo que él cerró los ojos sonriendo–. ¿Tú siempre tuviste claro qué estudiar?

–No siempre. –Dijo–. Pero siempre he sabido qué campo abarcar…–Me miró dándose cuenta de que sus palabras no me transmitían la seguridad que necesita y acabó suspirando y volviéndose un poco a mí con una expresión sosegada y algo más amigable–. No tienes porque estudiar una carera universitaria si no es lo que deseas. Yo te facilitaré toda la información que desees sobre cursos, módulos, cualquier forma de estudio que desees profesar. Y tampoco tienes que estudiar algo relacionado con la historia solo para complacerme a mí, o a tu madre, aunque ella babea cuando te ve recitar fechas, nombres y sucesos históricos como si fueses una pequeña enciclopedia.

–Siento el revuelo que monté el otro día. De veras que estaba nervioso y no era mi intención…

–Todos lo estabais. Se os podía ver en la cara que estabais ansiosos y neuróticos. Pero ya verás cómo es solo un trámite. De aquí a nada esto te parecerá tan lejano como el chupete o la cuna. –Sonrió y yo rodé los ojos–. Dime la verdad, ¿tú que te ves haciendo en un futuro? No hablo de aquí a cuatro años. Puede que cuando termines la universidad o los estudios que quieras cursar, solo quieras viajar, pasar unos años de un lado a otro, o quieras estudiar alguna otra cosa, pero, de aquí a diez años, cuando tengas casi treinta y querías asentarte y tener una vida, una casa, una independencia. ¿Cómo te ves? ¿Trabajando? ¿En qué?

Medité largo rato sobre sus preguntas pero era incapaz de verme más allá de un pupitre. Más allá de unos libros y de unos exámenes que aprobar. Acabé mirándole con la certeza de que no hallaría respuesta por mucho que cavilase. De repente me di cuenta de que no estaba preparado para una vida adulta, para una vida fuera de un aula bajo la supervisión de un profesor.

–Creo que no sabré ser adulto. Trabajar no es lo mismo que estudiar, y a mí se me da bien estudiar... solo eso…

–¡Se te dan bien muchas cosas! –Me espetó, ofendido–. Y me duele que te infravalores de esta manera. –Amenizó su expresión–. Aunque entiendo que es difícil ponerse en esta hipotética situación así, de repente y tan temprano. –Se sobó la barbilla–. Sabes que no soy bueno dando consejos.

–No te preocupes. –Negué con el rostro–. Supongo que es una decisión difícil, y tengo que tener en cuenta que lo que decida estudiar, lo estudiaré por al menos cuatro años, así que ya puedo elegir algo que me guste aprender y se me dé bien.

–Pensar así puede ser peligroso. –Me dijo, con una mirada cauta–. Puede que te cree altas expectativas sobre lo que harás, y cuando te encuentres con asignaturas mediocres, aburridas y tediosas te des de frente con un muro de hormigón. Debes sopesar muchas cosas, el nivel de las asignaturas, las salidas de la carrera, el hecho de que de verdad quieras dedicarte a ello profesionalmente u otras alternativas…

–¿Cómo es eso?

–Si estudias historia, no solo puedes acabar como profesor, también como investigador o algo así… Si estudias alguna filología, por ejemplo francesa, no solo puedes ser traductor en una empresa, puedes trabajar como traductor de libros, como traductor de…

–Entendido. –Le corté.  Medité sobre ello–. Eso estaría genial. Me encantaría traducir libros. Es decir, tengo varios idiomas maternos…

–Es una posibilidad. No tienes que pensarlo ahora, solo sopesarlo… Aunque por el escándalo que montaste el otro día yo te recomiendo que te metas a político. Nadie como tú revoluciona tan bien a las masas.

–Eso no es lo que hace un político. Un político las amansa con pan y circo. Y ese no es mi estilo. –Le dije, guiñándole un ojo y él me abrazó con ternura. Me quedé allí recostado en su abrazo hasta que llegó mi madre y ambos nos incorporamos para oírla entrar entre quejas por el frío y ruido de bolsas rozando entre ellas.

–Malditos. –Decía mientras entraba en el salón con una fina capa de rocío sobre sus hombros y en el plástico de las bolsas. Mi padre se levantó para ayudarle a quitarse el abrigo y yo me arrodillé en el suelo para hurgar en las bolas que tenían paquetes envueltos con papeles de regalo–. No sabéis el frío que hace fuera. ¡La próxima vez iréis vosotros! –Dijo mientras se quitaba el jersey y secaba el pelo con él.

–Sabes que nosotros somos negados para escoger regalos. –Se justificó mi padre.

–Además, –añadí yo–, te proporcionamos la oportunidad de enfrentarte cara a cara con el consumismo capitalista navideño. –Le saqué la lengua y ella me devolvió el gesto, iracunda.

–Más vale que hayas hecho la cena. –Dijo y mi padre y yo nos miramos, asustados, completamente sorprendidos y horrorizados ante la idea de que se nos hubiese pasado hacer la cena. Miramos el reloj casi por instinto. Eran más de las ocho. Ya estaría todo cerrando–. Sois un desastre. –Dijo ella mientras mi padre salía directo a la cocina.

–¡Encenderé el horno! –Dijo, atemorizado–. Hay un par de pizzas en el refrigerador.

Mi madre que aun seguía en el salón, secándose el pelo y respirando con dificultad por haber tenido que subir los tres pisos cargada con las compras, me miraba con una fulminante expresión de reproche. Yo le sonreía avergonzado.

–¿Cuál es para mí? ¿Qué me has comprado?

–No los toques. –Me advirtió con seriedad–. No hay nada ahí que te interese. El tuyo lo compré hace dos semanas. –Me dijo y yo di un saltito en el suelo arrodillado.

–¿De veras? ¿¡Qué es!?

–Te lo daré la mañana de navidad. –Me dijo ella mientras se encogía de hombros.

–¿Es el nuevo libro de Stephen King? ¿Hum? ¿O el de Murakami? ¡Dime que es una nueva versión de Rojo y negro en neerlandés! No tengo ninguna en ese idioma…

–Tráele un maldito té caliente a tu madre y deja de hacer tantas preguntas. –Yo fruncí el ceño pero mi padre ya regresaba de la cocina con una toalla seca para mi madre y le quitó el jersey de las manos para ponerlo a secar.

–¿Es una bibliografía de alguien?

–De ti, póstuma a tu muerte, si no me traes un té.

Salí disparado para calentar la tetera y sacar el azúcar y una bolsita de té, junto con una taza. Cuando el agua comenzaba a hervir la serví en a taza y dejé caer dentro la bolsita junto con una cucharadita de azúcar. Cuando regresaba al salón mi madre colocaba sobre la mesa los paquetes y los mezclaba, los cambiaba de bolsa, los removía y los volvía a cambiar. Le explicaba a mi padre:

–Estos son para Danna y Mike, y la niña. A ella le he cogido unos pijamas, que me dijo su madre que le empezaban a estar pequeños, a Danna una camisa con esos estampados tan llamativos que le encantan y a Mike un vinilo con las mejores de Queen. Estos son para tu hermano y su mujer. Una tetera como la nuestra, que ella me dijo que le vendría muy bien, y a él un jersey, como me sugeriste. A Jacinto le he comprado un neceser con colonia, desodorante y loción para el afeitado.

–Mierda. –Dije, golpeándome la frente con la palma de la mano.

–¿Qué pasa, amor? –Me preguntó mi padre con una mueca de preocupación.

–Me he olvidado de comprarle algo. –Suspiré con angustia.

–Aun tienes tiempo. –Dijo mi madre–. ¡Ah! Cenaremos con Mike y Danna mañana, por Noche Buena.

–¿Iremos a su casa o…?

–Sí. –Contestó mi madre, cosa que a mi padre también le había tomado por sorpresa pero que no parecía molestarle en absoluto.

–¿Y a mí? ¿Qué me has comprado? –Preguntó mi padre, sentado en el sofá delante de ella y lo hizo de una forma tan infantil y adorable que yo mismo me vi reflejado en su reacción. Mi madre le sonrió y puso sus manos sobre sus caderas, mirándonos a él y a mí alternativamente.

–De tal palo tal astilla. Sois igual de interesados y materialistas. ¡Hasta navidad nada!

–Jo. –Dijimos mi padre y yo a la par, mirándonos entre nosotros, pero ambos sabíamos lo que mi madre le había comprado al otro, y nos miramos cómplices, intentando adivinar en la mirada del otro si seríamos capaces de traicionarla a ella por un interés común. Mi madre nos cortó la conexión con un bufido y me arrebató el té de las manos.

 


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