NO TAN ALTO, ÍCARO ⇝ Capítulo 14 (Parte II)

 

 Capítulo 14 – Dormirás conmigo esta noche

Tras finalizar el curso mis padres me regalaron por mis buenas notas un teléfono móvil. Era simple, pequeño, un básico Nokia que podía llamar, recibir llamadas y SMS. Poco más. yo estaba seguro de que me lo habían regalado meramente para tenerme controlado y asegurarse de que podía ponerme en contacto con ellos en el caso de que me pasase algo parecido a aquella paliza que me dio Nik, pero eso a mí ya no me preocupaba y ellos querían aparentar que tampoco, poniendo mis notas como excusa. Estaba seguro de que me lo habrían comprado igual a pesar de que hubiesen sido desastrosas. Cosa que temían dadas las informaciones que llegaban a casa de que yo me relacionaba con chicos problemáticos. A veces mi padre me veía pasear con Nik por los pasillos, pero eso no le inquietó del todo, era consciente de que yo era todo un encanto y como el propio Nik dijo, yo sabía engatusar a las personas.

A principios de julio los padres de Jacinto se tomaron una semana de vacaciones. Era una semana esperada por todos. Ellos no paraban de hablar de la semana de descanso que se tomarían y no cesaban en comentarnos a dónde irían y a quiénes visitarían a las afueras del país. Aquellas largas y tediosas conversaciones me aburrían, eran lo más sedante que había conocido y en cierto modo yo también deseaba que se fuesen lejos, pero no me gustaba la idea de que me apartasen una semana entera de Jacinto, y pregunté a mis padres si nosotros nos iríamos de vacaciones, a lo que ellos no supieron contestarme aun, ya que mi madre tenía un alto cargo de responsabilidad en la organización y no sabía aun si tendría vacaciones.

Al fin la semana llegó. Los primeros días se la pasaron en casa encerrados, como era de esperar, dormitando y hablando en voz alta, como celebrando con esa libertad su semana de vacaciones. El miércoles hubo largas horas de tránsito de ruedas de maletas, cajas y algunos gritos desesperados “No encuentro mi bañador”. El jueves a primera hora partieron. Yo los oí, aun en la cama, como alrededor de las siete de la mañana bajaban por las escaleras montando un concierto de ruedas de maletas, pasos en zapatillas, gritos, voces y algunos insultos en un maldito francés de pueblo cerrado. A los minutos, el piso quedó completamente en silencio mientas intentaba regular el sonido de mi respiración tras aquel desfile de maletas. A la media hora, cuando estaba a punto de volver a caer presa del sueño, alguien puso música. Pensé en un primer momento que había sido mi padre, pero mi madre no le habría permitido poner una sola condición sabiendo que yo aun estaba en la cama. Me levanté de un salto y me pegué al suelo, aun en pijama y despeinado. Sonaba justo en la habitación de Jacinto. ¡Él se había quedado aquí!

Sentí que no podría dormir en todo el día. Salí de mi habitación para encontrarme una casa aun en penumbra, en  silencio, y con el sonido de los ronquidos de mi padre sonando desde su habitación. Desayuné, me encerré en el salón y me acurruqué en el sofá con una manta esperando a que fuese una hora más decente para planear alguna salida juntos, alguna comida en algún rico restaurante. Tal vez pedirle que viniese a casa, para que no estuviese solo, o presentarme en la suya alegando que la música me había despertado. Me diría algo así “¿El estruendo de mis padres no lo ha hecho antes?” Esa idea me hizo reír, pero cuando quise darme cuenta era mediodía y mi padre se paseaba por el salón, limpiando la mesa. Cuando me erguí y me le quedé mirando aturdido y desorientado puso los brazos en las caderas y me miró con un trapo sucio en la mano. Me señaló con él.

–Buenos días, jovencito. ¿Cuánto tiempo llevas aquí en el sofá?

–¿Qué hora es? –Pregunté para tener ese dato como referencia.

–Las doce y media, casi la una. En una hora comeremos. ¿Te parece bonito? Todos los platos sucios del desayuno siguen en la cocina, esperando a que te dignes a limpiarlos…

–Lo siento…

–¿Has pasado la noche viendo la tele?

–¿Qué? ¡No! Solo desde las siete. Me desperté y ya no pude dormir… –Suspiré mientras me revolvía el pelo. Ese dato tranquilizó a mi padre mientras seguía limpiando la mesa del salón y yo me quité la manta de encima, febril y agobiado. Todos mis planes al garete. Todo estaba perdido por hoy, e incluso a mí se me habían quitado las ganas de hacer nada. El sopor del sueño me inducía a volverme a dormir. Después de comer y leer un rato recobré el ánimo, pero ya era demasiado tarde, porque tras asomarme a la ventana de mi cuarto oí que desde la ventana de Jacinto salían voces. No reconocí ninguna, pero supe de quienes eran y preferí no inmiscuirme. Seguro que pasaban la noche allí. Seguro que se emborracharían y follarían… aquella idea remató mi día.

El viernes no fue muy diferente. Todo el día el lejano sonido de la música, a veces de la ducha, y después voces y risas por doquier. De su ventana salía un maravilloso olor a tabaco y humanidad que me horrorizaba y me hacía sentir envidioso. Cada vez que oía algo, cada vez que sonaba algo o que alguien hablaba más alto de la cuenta, me recorría una especie de mal humor que me recubría poco a poco hasta formar una gruesa capa de suciedad por toda mi epidermis.

El viernes todo cambió. Pasada la hora de comer estaba en la habitación leyendo unos cuentos de Allan Poe que mi madre me trajo de Inglaterra cuando fue la última vez cuando mi teléfono vibró. Al principio no reconocí el sonido dado que apenas tenía contactos guardados y nadie me hablaba para nada. Había recibido un SMS de Jacinto que me dejó el corazón en un suspiro. Estuve indeciso en abrirlo y leerlo, seguro que sería una tontería o incluso una mera equivocación, pero me sorprendí abriéndolo y leyéndolo antes siquiera de poder detenerme.

“Pizza, peli. En mi casa a las 9:00pm”

Tardé largo rato en entender lo que me estaba proponiendo. Lo leí unas veinte veces antes de sacar conclusiones precipitadas y después me sentí obligado a contestarle de forma acuciante antes de que se aburriese de esperar e hiciese otros planes sin mí. “No, lo siento. He cambiado de opinión” aquella idea me puso el vello de punta y salí disparado de la habitación para consultarle a mi padre, que estaba tendido en el sofá viendo una película antigua de vaqueros que echaban en esas fatídicas horas de sopor. Estaba empezando a quedarse dormido cuando yo me arrodillé al pie del sofá a su lado y le zarandeé por el hombro. Él dio un respingo y se volvió a mí con una interrogación inscrita en su expresión.

–Jacinto me ha preguntado si quiero ir a ver una peli y a cenar a su casa esta noche. –A mi padre no le sorprendió que no se hubiese ido con sus padres de vacaciones y de seguro lo sabía. Cuando le dije que Jacinto me estaba consultando, en realidad yo mismo dudé de que incluso me hubiese pedido permiso. No había puesto signos de interrogación. ¿Sabía que no tenía nada mejor que hacer que atender sus peticiones o que estaba tan locamente enamorado de él que dejaría todo de lado por complacerle? Antes de que mi padre pudiera decir nada, el teléfono volvió a vibrar con estruendo en mi mano y vi otro SMS escrito en la pantalla.

“Trae saco de dormir, aunque no lo usemos”

–Para pasar la noche. –Le comenté a mi padre, aclarándole la situación y él no pareció tan interesado en mí como en el sonido de las voces estereotipadas de los personajes de la película de vaqueros.

–No hay problema. Luego te ayudo con el saco… –Dijo. Parecía decidido a quedarse dormido incluso si tenía que dejarme la frase a medias.

Cuando regresé a la habitación respondí todo lo conciso que pude dejando claro que iría.

“No hay problema. ¿Llevo algo?”

“No” –Contestó al tiempo, con rotundidad y decisión. Volví a releer los mensajes completamente ido, enloquecido y ardiendo por la decisión y rotundidad con la que me había obligado a ir a su casa. Con la certeza que él tenía en que acudiría a él como una polilla a la luz. No había preguntado, había dado una orden y yo me había empalmado pensando en su rudeza y determinación. Mi padre dormido en el salón, mi madre escondida en el despacho. Me tiré sobre la cama, me mordí el dorso de una mano y con la otra me masturbé imaginándome que me hablaría de esa forma tan autoritaria y rotunda. “Ven a dormir conmigo” “Vas a dormir conmigo esta noche” “Dormirás conmigo esta noche”.

Esperé pacientemente y con principio de ansiedad hasta que llegaran las nueve. A menos cuarto ya no aguanté la espera y me hice con una pequeña mochila en donde había metido un pijama, un cepillo de dientes, un peine y algunas chocolatinas y con el saco de dormir que cargué bajo un brazo. Me despedí de mi madre que escribía algo sentada en la cocina con un café de la mano y no le habría quedado mal un cigarrillo entre los dedos. El pelo recogido con una pinza y el flequillo despeinado. Levantó la mirada y me sonrió como queriendo decir “pásatelo muy bien, mi amor” yo le pedí que me despidiese de papá cuando regresase a la realidad fuera del despacho y salí por la puerta. Bajé con impaciencia las escaleras y una vez delante de la puerta de Jacinto llamé dos veces seguidas, rezando para que no me hubiese dejado en la estacada. Desde aquél conciso “no” podrían haberle surgido cientos de planes mejores. Sin embargo, él no tardó en aparecer por la puerta. Se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.

–Ya era hora… –Murmuró.

–¡Ni siquiera son las nueve! –Me defendí y él me hizo pasar dentro revolviéndome el pelo insinuando que solo estaba bromeando. Yo le extendí el saco de dormir y él lo tiró dentro de su habitación, dejándolo sobre la cama. Allí dentro dejé mi mochila a los pies de la cama y él la miró con una rara mueca.

–¿Qué llevas ahí?

–Solo un pijama y cosas de aseo.

–Aquí hay cosas de aseo y pijamas… –Casi noté ofensa en sus palabras.

–Sí, ya, tu cepillo de dientes y una camiseta vieja. –Rodé los ojos–. Además, tampoco he tenido que cargar con ella mucho tiempo. –Me miró con una sonrisa de dudosa procedencia y yo puse mis manos sobre mis caderas, esperando a que él decidiese dejarme de molestar. Me quité la sudadera que llevaba puesta y me quedé en manga corta y cuando me volvía a él lo tenía a un palmo, abrazándome por la cintura, alzándome en el aire, completamente ebrio de felicidad.

–¡Tengo la casa para mí solo! –Dijo y dimos vueltas por toda la habitación, riendo los dos completamente borrachos de la maravillosa libertad que eso significaba. No tenía el mismo significado para los dos, pero a ambos nos era suficiente. Se me cayó la sudadera de la mano, rodó por el suelo. Yo me abracé a él, obnubilado por grandes risotadas y cuando paró, tal vez algo mareado, me alzó más en su abrazo para que yo enredase las piernas en su cintura. Acaricié su frente, despejándola de algunos cabellos que habían caído sobre ella, después sus sienes, sus orejas.

¿Rompería en pedazos su felicidad con un beso? ¿Estaría tan sumamente feliz que no le importaría que le besase? Preferí no arriesgarme y me revolví un poco para que me soltase. Él estaba con los ojos cerrados disfrutando de mi agarre, estaba disfrutando del contacto, pero eso acabaría matándonos a ambos. Cuando me soltó yo me coloqué el pelo que me había despeinado y recogí mi sudadera, la sacudí y doblé sobre la cama. Cuando me volvía a él parecía sofocado y sonriente.

–¿Pizza y pelis? –Le pregunté.

–Pizza y pelis. –Confirmó.

En la cocina ya tenía preparadas dos pizzas refrigeradas fuera de la nevera, esperándome, aguardándome. Me hacía gracia imaginármelo dando vueltas por la casa igual que yo había hecho por mi habitación, esperando a que llegase el momento para encontrarnos. Me gustó imaginarme que éramos dos malditos personajes cortesanos del romanticismo francés, huyendo de las reglas morales para encontrarnos en un escondrijo que se había convertido en nuestro lugar de encuentro. Éramos Madame Bovarí* y Rodolphe Boulanger.

Una de las pizzas era de jamón y queso, y la otra barbacoa.

–No sabía cómo te gustan.

–Me gustan altos, morenos y con pecas. –Le dije guiñándole un ojo mientras me abría una lata de refresco de cola a lo que él rodó los ojos con un resoplido y precalentó el horno a doscientos grados. Me lanzó una de las pizzas y me pidió que la desenvolviese. Trabajo que podría hacer él mismo pero solo buscaba una excusa para lanzarme algo por mi osadía. Cuando estuvo el horno caliente las metió sin dejarme acercar por si me quemaba y yo le repetí más de diez veces que yo en mi casa usaba el horno con frecuenta pero él no cedió.

Después de aquello fuimos hasta el comedor y allí se condujo conmigo hasta una pequeña estantería donde había cientos de películas en DVD. Me dijo que si aquellas no me gustaban podríamos ver alguna desde el portátil pero que estaba bajo de batería y estaba cargándose.

–¿Terror? –Le pregunté escrutando los lomos de las cajas.

–Lo dejo a tu elección.

–¿Romántica?

–No.

–¿Comedia?

–Ni en broma. –Negó asqueado.

–¿Clásicas?

–Pufff… –Resopló, sin el mínimo interés.

–¿Musicales?

–¿Quieres que me duerma nada más empezar?

–¡Qué exigente! –Grité y me giré a él con los brazos en jarra–. ¿Una para adultos? –Volví a mirar la a estantería.

–¿Cómo es eso? –Preguntó.

–¿No tienes algún video porno? –A mi pregunta él apareció por mi espalda y me alejó de la estantería completamente horrorizado de que aquellas palabras hubiesen salido de mi boca y cogió una al azar, perturbado y exasperado. Me la pasó. Batman Forever. No sabía si la había elegido sin querer, al azar, o simplemente la vió y pensó que cualquier cosa era mejor que ver porno. Así que sin más dilación se hizo con el CD y lo introdujo en el DVD. Ambos nos pusimos en el sofá frente a la televisión y mientras él manipulaba el mando para poner la película yo me tumbé a lo largo poniendo mis piernas encima de su regazo. En otra situación no lo habría hecho, ni siquiera pensé en hacerlo cuando recién había llegado al piso, pero él se mostraba tranquilo, cercano y confiado. Y eso me ampliaba los límites hacia los que podía navegar. A él no pareció importarle y a mí tampoco.

–Calcula veinte minutos, para las pizzas. –Asentí en silencio y puse mi cabeza en el reposabrazos del sofá bajo un almohadón. Cuando al fin puso la película dejó el mando por alguna parte y me quitó los zapatos. Eran unas deportivas converse limpias, no le ensuciaría los pantalones, pero me las quitó y las tiró por ahí. Después me acarició los pies descalzos y poco a poco las piernas. Era incapaz de concentrarme en la maldita película. Le quité los pies de las manos, a mi pesar, porque empezaba a hacerme cosquillas y él me agarró uno de los tobillos con fuerza, volviéndose a mí con una sonrisa malvada y me hizo cosquillas en el pie. Yo me revolví, me zarandeé e incluso me erguí y le sujeté las manos para evitar que siguiese torturándome. Aquella vez su madre no estaría para salvarme.

–¡Para! –Grité mientras me debatía entre la risa y el llanto. Él debía tener algún punto débil, pero era incapaz de pensar con todo el cuerpo sufriendo espasmos por las cosquillas. Le tiré del pelo, de las orejas, le pellizqué, pero era fuerte, y resistente–. ¡Basta! ¡Basta! ¡Te odio!

–¿Me odias? –Paró de repente con brusquedad, yo me dejé caer en el sofá exhausto y mareado, casi con ganas de vomitar por el dolor en la tripa. Él tiró de mi tobillo hacia él y me hizo mirarle de nuevo con terror–. ¿Me odias? –Me amenazó con hacerme cosquillas de nuevo.

–Sí. –Dije, pero rápido me retracté–. ¡No! No sé qué decir para que no me hagas más cosquillas. Me matarás… –Puse una mano en mi vientre y respiré con dificultad. Él pareció satisfecho con mi derrota y levanté un pie hasta colocarlo sobre su hombro, le acaricié el pelo, su oreja y le rodeé cuello con mi pie. Le atraje hacia mí, y él se dejó atraer. Se dejó caer con el rostro sobre mi pecho y mi pierna rodeándole la cintura hasta descansar sobre su trasero. Mi brazo cayendo por el borde del sofá y los suyos a cada lado de mi cuerpo. Estuvimos así más de quince minutos hasta que nos vimos obligados a movernos para ir a buscar las pizzas. “Hoy me matará” pensé cuando se levantó de mí y me sentí tan sumamente vacío sin su peso sobre mí. “No sobreviviré a esta noche.”

 

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Madame Bovary es una novela escrita por Gustave Flaubert. Se publicó por entregas en La Revue de Paris desde el 1 de octubre de 1856 hasta el 15 de diciembre del mismo año; y en forma de libro, en 1857.

 


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