NO TAN ALTO, ÍCARO ⇝ Capítulo 13 (Parte III)

Capítulo 13 – ¡Y ahí sigue, en la cama!

Lunes.

Me desperté excitado por un sobresalto. Alguien me había zarandeado en la cama y yo aun no me ubicaba entre las sábanas cuando la luz se hizo dentro de la habitación. Un intenso y espeso haz de luz se coló por la ventana. Alguien había levantado la persiana con la mayor crueldad como quien quita una tirita de golpe. Yo me volví en la cama, de espaldas a la luz pero volvieron a zarandearme. Una voz sonaba de fondo, a lo lejos, detrás de varios paneles de cristal.

–¿Cómo te has podido dormir? –Me gritaba alguien. Una voz. Su voz. Rápido me volví en la cama, desconcertado al reconocerla y vi a Jacinto sentado en el borde de mi cama, vestido y calzado, mirándome con una radiante sonrisa divertida pero con una expresión de decepción y enfado. Yo me volví con estrépito a la mesilla de noche para coger el pequeño reloj con las manos. Las once y media de la mañana. Después le miré a él que me sonreía más divertido por mis acciones que enfadado.

–¡Por el amor de Dios! –Dije alterado–. ¡Perdóname! No puse el maldito despertador anoche, y mi madre, no me ha venido a avistar… –Me froté los ojos–. No tiene la culpa, yo no le dije a qué hora iba a irme… –Me desplomé en la cama, mareado por la excitación–. Perdóname. Dame un minuto y estoy listo.

–¡¿Qué vas a estarlo?! –Dijo riéndose mientras me vio desplomado sobre el almohadón. Palmeó un par de veces mi pecho–. No hay prisa, Ícaro, tomate todo el tiempo que necesites. Yo te preparo las cosas. –Dijo con un tono mucho más comprensivo y se levantó de mi lado. Ojalá haber tenido la voluntad de haber sujetado su muñeca para que no se marchase, pero no pude hacerlo. Me cubría con ambos brazos los ojos. La luz era demasiado intensa–. ¿Dónde meto las cosas?

–En mi mochila de clase. –Dije, él la conocía bien y asintió mientras se hacía con ella–. Mete lo que creas que es necesario.

Mi madre apareció en ese momento por la puerta de mi habitación cargada con el colchón hinchable hecho un rollo.

–¡Cómo eres Ícaro! –Me abroncó–. ¿No sube Jacinto preocupado porque no has llegado a su casa y llegabas una hora tarde…?

–Lo siento, mamá. Me quedé dormido. –Dije detrás de mis antebrazos.

–¡Y ahí sigue, en la cama!

–Déjelo. –Me defendió Jacinto–. No hay prisa ninguna.

–¿Dónde tendrá la cabeza? Es igualito que su padre. Despistado hasta para acordarse de ir a mear. –Dijo y Jacinto se desternilló mientras buscaba entre mis cajones–. ¡Haz el favor de preparar tus cosas! –Me dijo mi madre quitándome de encima las sábanas, dejándome en ropa interior sobre la cama. Yo me hice una bolita sobre el colchón mientras ella desaparecía y pude ver como Jacinto, acuclillado frente al armario, cogía varias camisetas de manga corta, solo las que se conocía de habérmelas visto, y las metía dentro de la mochila. Después hizo lo mismo con los pantalones.

–¿Trasnochaste? –Me preguntó sonriendo cuando me miró y yo asentí con una mueca de sueño. Bostecé–. ¿Leyendo?

–Sí. Pero la verdad es que estaba tan ansioso porque llegase hoy que no podía dormir.

–Y me dejas tirado… –Dijo solo para hacerme sentir mal. Estuve a punto de tirarle el almohadón pero me contuve. Al fin encontré la energía de levantarme y le ayudé a meter ropa en la mochila. La ropa interior, calzoncillos, calcetines, una gorra, un par de zapatos. Y cuando estuvo todo cogí ropa para vestirme y fui al baño mientras él y mi madre hablaban animadamente en el salón. Que avergonzado estaba por haberme olvidado, pero aún más porque tuviese que despertarme él. ¿Todos los días me despertaría igual, entre zarandeos y gritos? Recé porque no fuese así o de lo contrario no sobreviviría a la experiencia.

Me hice con un pequeño neceser y metí mi peine, mi cepillo de dientes y un botecillo de crema solar. Mi madre me mataría si no me lo llevaba. Cuando salí al salón los encontré conversando tranquilamente.

–Así que si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estamos. No salgáis a la calle en horas de mucho calor. ¿Entendido? Y si vais a ir a la piscina o algo así, avisadme, no vaya a pasar algo y no sepa dónde encontraros…

–Mamá… –Le dije interrumpiendo su discurso de madre sobreprotectora, pero ella me sonrió con picardía.

–¡Y no dejes que salga a la calle si no se ha dado algo de crema solar! ¿Entendido? –Le preguntó a Jacinto pero en realidad era una advertencia para mí mismo.

–Por supuesto. –Dijo Jacinto mirándome con picardía y yo rodé los ojos.

–¿Nos vamos?

–Sí. –Dijo Jacinto y se despidió de mi madre mientas yo metía el neceser en la mochila y me colgaba esta al hombro mientras que Jacinto cogía el colchón hinchable. Mi madre me comió a besos antes de que me dejase salir de casa y cuando salimos al rellano ella se quedó observándonos bajar las escaleras. Odiaba esa faceta de ella, pero tampoco podía reprocharle nada porque gracias a ella podía permitirme esta aventura.

Cuando llegamos a casa de Jacinto él entró primero y me sujetó la puerta. Nos condujimos directos a su habitación y dejó el colchón hinchable en el suelo. No pareció muy preocupado por ello. Aún quedaban horas para irnos a dormir así que si en algún momento me preguntaba por hincharlo, no sería en ese momento. Yo dejé mi mochila sobre su cama y me pregunté qué hacer con ella.

–¿Una semana es suficiente tiempo como para sacar las cosas de la mochila y dejarlas por ahí o mejor no?

–Créeme que de aquí a dos días ya no tendrás nada en la mochila. Que si el cepillo por el baño, que si la ropa tirada por ahí… –Dijo sin darle importancia–. No lo saques ahora. Tenemos cosas que hacer. Ya habrá tiempo de que dejes tus cosas por ahí tiradas.. –Yo fruncí el ceño.

–Pensé que no había prisa.

–Y no la hay. Pero tenemos cosas que hacer. –Se fue a la cocina y yo le seguí. Abrió la nevera y se la quedó mirando con una mueca de inconformidad–. Tenemos que ir al supermercado. ¿O vas a vivir del aire?

–Pues vamos. –Dije pero él negó con el rostro.

–Tenemos que saber qué vamos a comer. No me apetece ir cada día para comprar la comida del día. Eso es muy tedioso.

–¿Hago una lista?

–Confío en tu capacidad retentiva. –Yo le miré alzando una ceja–. ¿Qué quieres que compremos?

–Yo como de todo. A mí me da igual. –Dije, pero medité mi respuesta–. Podemos comprar lo necesario, como fruta y verdura, y si queremos algo más especial pedirlo a domicilio oír a buscarlo...

–Me parece buena idea. –Dijo, satisfecho con mi razonamiento y regresó a la habitación para coger la cartera. Cuando estábamos a punto de salir por la puerta se giró de golpe haciéndome chocar contra él. Me miró sonriéndome–. Ve a darte crema solar. Van a ser las doce y empezará a hacer más sol…

–Vete a la mierda. –Dije mientras le empujaba fuera del piso y él se desternillaba de risa.

El supermercado estaba más lleno que otras veces. La gente que regresaba de vacaciones y tenía la nevera vacía, sumado a que varios comercios pequeños de la zona habían cerrado por vacaciones, todo el mundo que necesitaba hacer algo de compra estaban allí reunidos. Jacinto y yo nos hicimos con uno de los carritos y entramos dentro, segundos por un par de personas con carros iguales que el nuestro. Él, delante de mí, tiró del carro en dirección a un pasillo en concreto, menos abarrotado.

Nos sumergimos por la zona de carnes y embutidos. Pasamos no muy deprisa mientras él miraba estante por estante. Acabó cogiendo algo de embutido envasado, lonchas de pavo y tranchetes de queso. Seguimos adelante colándonos por la sección de lácteos.

–Tengo leche. –Dijo.

Luego recorrimos las cámaras de refrigeración y se hizo con un pack de yogures naturales pero al meterlos dentro del carro me miró y yo le miré curioso de su expresión interrogante.

–¿Te gustan naturales? ¿Prefieres de otro sabor?

–Cualquiera está bien. –Dije y él me sonrió.

–Son los que suelo coger yo. Ya verás cómo me los preparo. –Dijo guiñándome un ojo y yo temblé ante tal respuesta. Seguimos adelante y nos introdujimos en la sección de fruta y verdura–. Tú escoges. ¿Qué fruta deseas? –Me preguntó mientras se hacía con unos tomates, y unos pimientos rojos. Miró hacia alrededor y supuso que del resto que necesitase tendría en casa.

–Plátanos. –Dije mirando alrededor como él. No dudó en hacerse con varios plátanos, no muy maduros, para que aguantasen–. Un par de mangos. –Realizó la misma operación–. Y fresas. –Él cogió aparte unas manzanas verdes y un pequeño melón. Después caminamos alrededor. Nos detuvimos en la sección de bebidas alcohólicas y él cogió un pack de seis cervezas. Las metió en el carro y seguimos adelante, pero él se detuvo de nuevo. Cogió una botellita de ginebra rosa, tosiendo, como si disimulase lo que estaba haciendo y la metió en el carro. Yo me reí de su acción, pero nadie nos diría nada, él tenía edad suficiente para comprar todo el alcohol que quisiese.

Tras unas cuantas vueltas más añadimos al carro una tableta de chocolate, un par de pizzas congeladas, unas galletas y pan de molde. Cuando nos pusimos a la cola aún había tres personas delante de nosotros con los carros hasta arriba de productos. Me maldije porque al fondo del supermercado había otra cola mucho más vacía que la nuestra, pero rápido acudieron dos carros más llenos hasta los topes. Acto seguido alguien se puso detrás de nosotros. Estábamos atrapados.

–Tardaremos una eternidad. –Dijo él, dejando caer los hombros por la impaciencia.

–Ya… –Murmuré mientras miraba alrededor pero seguir allí era de lejos la mejor opción. Bostecé.

–¿Tienes sueño? –Asentí mientras empujaba un par de centímetros el carro hacia delante. Él pasó su brazo por mis hombros y me besó justo encima de la sien. El beso duró unos segundos pero después de que finalizase, él se quedó allí, con su rostro pegado a mi cabeza y su aliento sobre mi cabello. No quería moverme un ápice, no deseaba apartarle, pero la cola avanzó un metro y tuve que aventajar, o alguien podría quejarse por estar atascando el tránsito. Él se separó de mí y yo deseé que volviese a besarme, yo mismo quería abrazarme a él, pero si lo hacía, ya no me despegaría de él y tendríamos un problema. A parte del temor que me causaba la posibilidad de que al intentarlo siquiera él me rechazase y me soltase ese maldito “No tan alto, Ícaro” que venía torturándome desde hacía años–. Cuando lleguemos a casa si quieres puedes seguir durmiendo.

–No. –Dije, disgustado–. Puedo aguantar hasta la noche. Solo necesito despejarme.

–¿Hasta qué hora estuviese despierto anoche?

–Creo que hasta las cuatro, o así… –Dije, inseguro–. Me metí en la cama a las tres pero estuve dando vueltas sin poder dormir…

–Ya me imagino. –Dijo y avanzamos un metro más. Aun me martirizaba haberle apartado de mí.

–Al final sobre las cuatro debí quedarme dormido…

–¿Nervioso por vivir conmigo?

–Sí. –Afirmé–. Pero siempre me pasa igual. Soy un neurótico. El día antes de empezar las clases, el día antes de un examen, el día antes a irme de vacaciones… esas cosas.

–A mí me pasa igual. A mucha gente… –Dijo despistado, mirando hacia delante, comprobando cómo el hombre, dos personas delante de nosotros, ya pagaba y recogía su compra.

–¿Te ha molestado que bajase el colchón hinchable?

–No. –Dijo seco. Mucho más de lo que me esperaba. ¿Estaba hablando conmigo?

–¿Seguro?

–Sí. –Esa sequedad–. Si quieres dormir en él, me parece perfecto. –Dijo pero con una sonrisa maliciosa, mucho más cruel de lo que suponía que mostraría.

–No es por eso. Es por mis padres. Quedaría muy raro decirles que dormiremos en la misma cama y… –Me interrumpió.

–Lo digo en serio, por mi no hay problema. Si así quieres, así será. Tú dormirás en el colchón y… –Esta vez le interrumpí yo, agarrando su brazo para que me mirase fijo a los ojos. 

–Deja de hacer eso. –Le espeté, serio. Él volvió a su seriedad inicial y yo solté su brazo.

–Somos primos. –Dijo, casi remarcó, como si no fuese evidente. Que me lo recordase siempre era como si rompiese el velo que me ocultaba de la realidad. La realidad sobre él. Era como si su verdadero yo apareciese a través de ese velo roto y me saludase, recordándome que la sombra que veía a través de la tela no era más que una idealización creada por mi–. Tus padres no tendrían por qué pensar mal de eso… ¿Qué hay de malo en que durmamos en la misma cama? Eso es lo que me jode… –dijo, pero sentí que no me hablaba a mí, sino a un público mucho mayor que nosotros–. Las mujeres si pueden hacer eso, quedar tres o cuatro amigas, pasarse la noche contándose secretos y tocándose las tetas, y luego dormir todas juntas abrazaditas en una misma cama y no pasar nada. Nadie pensaría mal. ¡Pero si hacen eso unos hombres! ¡Son gais! –Gritó y yo golpeé su brazo con mi codo. El hombre delante de nosotros se volvió para mirarnos con el ceño fruncido.

–Entiendo el punto. Pero deja de darle vueltas. No tiene importancia. –Lo que deseaba es que no dijese nada más porque me estaba quebrando toda la fantasía mental que había creado en mi mente durante el día de ayer y que no me dejó conciliar el sueño.

–Pero tengo razón…

–Deja de pensar en qué pensaran y disfruta de mi compañía en tu casa, que no es moco de pavo…

–¿Tengo que sentirme honrado por tu presencia? –Preguntó–. No eres el Papa.

–Mi padre no quería que pasase la semana contigo. –Dije, casi vomité el comentario.

–No me sorprende. A pesar de todo sigue considerándome un delincuente. –Dijo él sin sorprenderse–. Por eso te pregunté si te habían concedido permiso.

–Ya… –Suspiré–. ¿Tus padres saben que estaré esta semana en su casa?

–No. –Dijo como si realmente no tuviese importancia pero a mí me dejó descolocado.

–¿De veras? –Medité–. Pensé que… –Me retracté–. En realidad intuía que no se lo habrías dicho porque no creo que a tu padre le hiciese ninguna gracia.

–Ninguna.

–Es correr un riesgo. Mis padres lo saben.

–Tus padres no les dirán nada a los míos. –Dijo seguro de ello.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque mis tíos son ahora mismo un experimento social.

Nos tocó el turno. Pusimos todas las cosas en la máquina transportadora y cuando pagamos, cogimos ambos dos bolsas y nos dirigimos en silencio a casa. No teníamos nada más que decirnos y la emoción de la aventura que nos esperaba empañaba todo lo banal que quisiésemos comentar. Nos mirábamos de vez en cuando en el transcurso a casa y nos sonreíamos, emocionados. Ambos sentíamos que hasta que no llegásemos, colocásemos las cosas y nos acomodásemos allí, no empezaría oficialmente nuestra experiencia. Yo ya estaba deseando descalzarme y tirarme en el suelo de su habitación con música de fondo y el humo de un cigarrillo ascendiendo de entre mis dedos.

 


Capítulo 12 (Parte III)    Capítulo 14 (Parte III)  

 Índice de Capítulos



Comentarios

Entradas populares