NO TAN ALTO, ÍCARO ⇝ Capítulo 11 (Parte IV)
Capítulo 11 –
Intento purgarme
Su mano temblaba en la
mía mientras subíamos las escaleras. Nunca le había visto tan indeciso y
desprotegido como se empezaba a mostrar a medida que nos acercábamos a mi
puerta. No paraba de mirar en derredor nuestro esperando porque su padre no
apareciese repentinamente, porque yo perdiese la esperanza de arrastrarle
conmigo o de que apareciese Jesucristo para detenernos a ambos y volver a su
casa. No sucedió nada de eso. Llegamos a la puerta de mi piso y nos detuvimos
delante de ella, mientras me apretaba la mano con insistencia. Me apartó de la
puerta con un tirón de mi mano en la suya.
–¿Qué se supone que
tengo que contarles? –Me preguntó y yo le miré con curiosidad.
–Todo.
–¿Todo? –Repitió, como
si no se creyese que yo estuviese seguro de lo que ese todo podría
significar.
–No todo. Lo nuestro no.
–Suspiré–. Esquívalo, miente si es necesario. Solo lo de tu padre.
–Vale, solo quería
dejarlo claro.
Asentí mientras metía la
llave en la llave en la cerradura y a la par besaba el dorso de su mano aun
sujeta a la mía. Él me miró apenado y yo comenzaba a dudar de que estuviésemos
haciendo lo correcto. Me aterraba la idea de condenarle a él con mis actos, y
más aun, de buscarle más problemas en vez de resolvérselos. Nunca pensé que yo
pudiera meterme en problemas por ello, y mucho menos, que mis padres se
pudieran encontrar en una situación comprometida por mi culpa, pero eso fue más
o menos lo que sucedió.
Cuando entrábamos por la
puerta mi padre estaba de cara a nosotros, cruzando el pasillo en alguna
dirección, pero se quedó al oírnos entrar. En la mano llenaba una taza con té
que comenzó a temblar en ella. Al principio frunció el ceño en mi dirección
porque de seguro que no se había percatado de que me había escapado de casa, y
menos que regresaba con una visita indeseada. Mi padre al verle apretó la
mandíbula y dirigió su mirada a mí, completamente decepcionado y confundido,
como si no alcanzase a comprender el sentido de mi comportamiento pero diese
por hecho que estaba haciendo algo mal, algo incorrecto. Pero todo eso se
esfumó de su expresión cuando pudo vislumbrar mejor, a la luz del interior, el
rostro magullado de Jacinto. Entonces no tuvo mueca de enfado o confusión,
tampoco de miedo o de decepción. Estaba simplemente conmocionado. Ninguno
dijimos nada, solo se escuchaba el sonido de la televisión en el salón, donde
de seguro había salido mi padre, y el ruido del exterior entrando por la
ventana de mi habitación.
–Papá. –Suspiré mientras
él no era plenamente consciente de mis intenciones, pero se limitó a asentir y
conducirse de nuevo hacia el salón. Nosotros le seguimos, cosa que él no se
esperaba, y cuando se sentó en la mesa se nos quedó mirando de hito en hito,
confundido por nuestro actuar. Yo me limité a buscar las palabras en algún
lugar a nuestro alrededor, pero Jacinto se me adelantó.
–Hola. –Le saludó–. Solo
he venido a disculparme, por lo sucedido ayer, en deferencia a mi padre…
–Tú no tienes nada de lo
que excusarte. –Dijo mi padre, con una seriedad impropia de él que de seguro
solo quería transmitírsela a su hermano, y no a Jacinto, pero este se la tomó
como algo personal, apretó su mano en la mía y al ser ambos conscientes de que
aun seguíamos unidos nos soltamos. Él bajó el rostro, paladeó un par de ideas y
al final las soltó.
–En realidad, no sabía
si era bienvenido a esta casa, desde lo que pasó ayer. –Dijo, midiendo con
cuidado sus palabras.
–Sí que lo eres, pero
entiende que me pones en un compromiso si tus padres se enteran de que estás
aquí y a ellos eso no les parece bien. Igual que la idea de que mi hijo esté en
tu casa y aunque a mí me parezca natural, a tus padres no les guste la
idea.
–Nunca les ha gustado.
–Dijo él, palabras que me robó de la boca, pero que en ningún caso yo pretendía
soltar. Di un respingo al igual que lo dio mi padre y estaba a punto de
levantar la taza de té de la mesa, pero se detuvo en pleno gesto. Nos miró a
ambos alternativamente. Yo me senté en una de las sillas de la mesa e invité a
Jacinto a hacer lo mismo. Ambos quedamos de frente a mi padre.
–¿Cómo dices? –Preguntó
mi padre.
–En realidad nunca le
han dicho nada, no directamente, pero a mi padre nunca le ha gustado la idea de
que Ícaro vaya a nuestra casa. Y menos aún que se quede a dormir o cosas por el
estilo…
Yo bajé la cabeza cuando
mi padre me miró pidiéndome explicaciones de las palabras de mi primo, pero yo
le aparté la mirada. Eso me delató.
–¿Tú lo sabías? ¿Sabías
que no eras bien recibido allí y nunca nos dijiste nada?
–Tenía miedo, de que no
me dejaseis pasar más tiempo con Jacinto. –Me sinceré–. Y Jacinto dice la
verdad, nunca me han dicho nada directamente.
–¿Entonces cómo lo
sabes?
–Les oímos hablar un
día. Hace ya años. –Dije yo, pensativo, rememorando aquella fatídica noche–.
Uno de los días en que me quedé a dormir en su casa, su padre llegó tarde y…
–Borracho. –Completó mi
primo–. Como una cuba.
–Hablaba con mi tía,
ella le pedía que no diese voces, que no gritase, porque yo estaba pasando allí
la noche, y él… bueno… –No encontré las palabras. De repente todo parecía muy
complicado de decir cuando había estado tan claro en mi cabeza. Jacinto sin
embargo, supo enmendarlo.
–Dijo que no era bien
venido, que no lo quería en su casa, durmiendo en su cama, comiendo de su
comida, porque no solo no le gustaba Ícaro, sino que vosotros lo habíais
idolatrado tanto y lo teníais en tan alta estima que el hecho de que estuviera
ahí era un insulto para él. Se siente muy envidioso de vosotros, de la vida que
tenéis. Y por una parte le entiendo, pero ese no es motivo para que Ícaro page
las consecuencias de…
–¿Ocurrió algo? –Me
preguntó mi padre a mí, cortando a Jacinto–. ¿Te hizo algo?
–¡No! –Dijimos los dos a
la par, completamente sorprendidos.
–No habría dejado que
nada le pasase. –Me defendió Jacinto.
–¿A dónde queréis llegar
con esto?
–Solo… –Empezó Jacinto–.
Intento purgarme. Sabía que mis padres estaban desviando de los fondos de la
empresa parte del dinero hacia sus cuentas personales, mi padre en realidad,
siempre ha sido mi padre, pero mi madre le descubrió hace un año o algo más y
ella no pudo decir nada….
–Esperad aquí un
momento. –Dijo mi padre, tornándose de nuevo serio y profesional mientras se
levantaba a prisa y desaparecía por el pasillo. En el instante en el que estuvo
fuera Jacinto me apretó la mano con fuerza y se la llevó consigo a su regazo.
Me besó el dorso como había hecho yo antes con él y me miró algo más tranquilo
y confiado. Saber que le dejaban entrar en casa y era atendido y escuchado era
todo lo que podía pedir. Cuando mi padre regresó lo hizo de la mano de mi
madre, que al aparecer por el salón se quedó con la misma expresión de sorpresa
que mi padre cuando nos había visto llegar a casa. Pero después, la misma
desolada mueca de pena al ver el rostro de Jacinto. Ella fue mucho más maternal
que mi padre.
–¿Qué te ha pasado,
pequeño? –Le dijo ella, cogiéndole del rostro e inspeccionando el moretón sobre
su ojo. Sabía perfectamente lo que había sucedido y nuestro silencio ante su
pregunta le confirmó. Chasqueó la lengua, se volvió a mí y yo la miré con toda
la intensidad que pude–. ¿Ha pasado algo? –Preguntó, temiendo que Jacinto
estuviese en casa por algo más grave que sus moretones. Jacinto negó con el
rostro y mi padre le pidió que se sentase con nosotros en la mesa. Todos
volvimos a nuestros lugares y ella comenzaba a inquietarse.
–Jacinto, –le llamó mi
padre–, ¿puedes contarnos lo que estabas diciendo?
Jacinto repitió con las
mismas palabras lo que acababa de decir, desde el altercado con su padre la
noche que me quedé a dormir hasta el hecho de que desviasen fondos de la
empresa.
–Continúa. –Le animó mi
padre–. Cuéntanos todo por lo que hayas venido.
La mirada de mi padre
saltaba de Jacinto a mí en todo momento, corroborando que yo era cómplice de
ese silencio.
–Ya en Francia mi padre
robaba dinero de la empresa para la que trabajaban como contables. Siempre ha
sido así, siempre que se metía en un trabajo, acaba robando parte del dinero de
la empresa, pero no por pura avaricia. Ojalá solo fuese eso. En realidad, es
siempre el mismo círculo vicioso. Suele salir a menudo a beber, es un
alcohólico de esos que no bebe para divertirse y que cuando se pasa se vuelve
violento. –Se señaló la cara con una sonrisa amarga–. O al menos yo siempre le
he conocido así. Cuando se pone a beber no tiene control, es incapaz de
detenerse, o incluso de perder el conocimiento, así que lo que suele ocurrir es
que se le acabe el dinero antes de poder pagar todo lo que le debe al camarero,
por lo que este se ve obligado a hacerle una cuenta en la que le va acumulando
todo el dinero que va debiendo. A final de mes le pide que pague todo lo que le
debe, pero mi padre sigue sin blanca, así que les pide a amigos o conocidos que
le presten dinero, pero solo los novatos que no le conocen pican. Cuando no
tiene recursos de donde sacar el dinero, coge un poco de la empresa, un poco,
lo suficiente como para que no se note demasiado, y lo invierte en apuestas o
juegos de apuestas. Si tiene suerte, consigue una buena cantidad para pagar lo
adeudado y sigue bebiendo con lo que le ha sobrado, pero si no tiene suerte,
que suele ser lo más corriente, se ve que tienen deudas en el bar, con
conocidos con los que ha jugado al póquer, que tiene que pagar la luz, el agua,
y que en la nevera de casa solo quedan un par de cervezas y una botella de
agua. Entonces coge un poco más del dinero de la empresa y vuelta a empezar. Y
cada mes, cada año, la bola es más y más grande. Si la primera vez solo cogía
de cincuenta en cincuenta euros, ahora se ve obligado a coger cantidades
similares a mil euros, para poder pagar la luz y el agua, el alquiler, al bar
al que le debe más de ciento cincuenta euros en cervezas y al corredor de
apuestas al que prometió pagarle la semana pasada pero que ayer ya se
presentaba con un bate de béisbol en la puerta de su casa para alentarle a que
se diese prisa con la transferencia. Por suerte no está metido en drogas ni
similares, sino, nos habríamos arruinado hacía ya años, o tal vez le hubiesen
matado…
Mi madre palideció
mientras que mi padre movía la taza de té agarrándola con un dedo por el asa.
La movía haciendo círculos desde su base. Yo agarré la mano de Jacinto en su
pierna. Nos miramos, nos sonreímos y él suspiró amargamente.
–A mi padre nunca le
hizo especial gracia la idea de venirnos a vivir aquí, pero mi madre parecía
incluso ilusionada, ¿sabéis? Como si fuese una oportunidad para todos para
empezar de cero. Yo podría empezar una nueva vida en un instituto nuevo,
pudiendo labrarse un futuro y un trabajo, mi padre podría dejar de beber, de
robar y de estafar a las personas, y ella al fin podría tener una vida
tranquila y libre de la amenazada constante de mi padre. Pero el único que parece
haber salido un poco adelante he sido yo. Cuando vinimos aquí y mi padre vio
vuestra vida, una vida de ensueño, creo que empezó a odiaros poco a poco.
–Eso no es de ahora.
–Dijo mi padre–. Siempre ha sido un envidioso por todo. Desde pequeños. La
influencia de mis padres tampoco le ayudaron demasiado.
–De cualquier manera,
cuando conoció a Ícaro más a fondo, fue la gota que colmó el vaso. –Me miró con
una sonrisa y me cogió de la barbilla para zarandear mi rostro–. Un chico tan
guapo, tan inteligente, tan talentoso con todo y con un futuro tan prometedor.
En comparación, yo no valía nada en absoluto, y sé que vosotros no tenéis la
culpa de nada, pero él comenzó a creerse que le estabais restregando a vuestro
hijo a posta, como si quisieseis burlaros de él, o sabe Dios qué…
Mi madre meditó sus
palabras mientras mi padre bufaba, exasperado.
–Yo, que siempre he sido
un desastre, un vago y un maleante. Que me he metido en cientos de problemas y
que era incapaz de aprobar las asignaturas… Pagaba conmigo su envidia. Ya lo
había hecho antes de venir aquí, pero desde que nos mudamos, se volvió un mal
hábito. Desde hace un par de años ya no lo hace con la misma intensidad, pero
porque empecé a plantarle cara, no solo por mí, también por mi madre. Pero yo
no puedo estar en casa siempre, y tampoco puedo protegerla todo el tiempo. Ella
tiene que hacerse con el valor, con el carácter de plantarle cara… pero no lo
hace. Y no entiendo el porqué. Dios… si se enterase de que estoy aquí, nos
matará a los dos… Me ha prohibido mantener contacto con ninguno de vosotros.
–Lo dijo mirándome a mí.
–Nuestra vida no es tan
maravillosa como para tener envidia de ella. –Dijo mi madre, aún sin asimilar
todo lo que Jacinto estaba contando–. ¿Cómo alguien puede ser tan animal?
–Buena pregunta. –Dijo
Jacinto, sonriendo.
–Has hecho muy bien en
contarnos todo esto, aunque también podrías haberlo hecho antes. –Completó mi
padre.
–Mejor tarde que nunca.
–Dije yo.
–Pero, ¿cuál es el
punto? –Preguntó–. Ya hemos despedido a tu padre...
–Él me ha obligado a
subir. –Dijo Jacinto señalándome con el pulgar mientras yo daba un
respingo.
–¿Cuánto hace que sabes
todo esto? –Me preguntó mi madre, acusadora.
–Lo de la empresa lo
supe ayer…
–¿Y lo otro? –Me
preguntó, seria.
–Hace tiempo. –Bajé la
mirada y Jacinto me levantó el rostro sujetándome por la barbilla.
–Yo se lo confesé,
presionado por su insistencia, pero le pedí que guardase el secreto. En
realidad él me está obligando a confesar todo esto ahora. Estoy seriamente
arrepentido de no haberlo hecho antes, pero no creo que vosotros podáis hacer
nada al respecto…
–Estoy muy agradecido de
que al fin nos lo hayas contado, a pesar de que hayas sido presionado. –Me miró
mi padre–. Pero eres un chico muy listo, Jacinto. Tienes razón.
–¿Cómo? –Pregunté, al
aire.
–¿Cómo que no podemos
hacer nada? –Preguntó mi madre, ofendida–. Por el amor de Dios, no solo podemos
hacer algo, sino que tenemos la obligación de hacerlo. Yo trabajo en una
asociación de mujeres en contra del machismo y…
–¿Y qué es lo que se
puede hacer en esta situación? –Pidió consejo mi padre–. Él ya es mayor de edad
y tiene un trabajo, no tiene la obligación de seguir viviendo en la misma casa
que su padre, y en lo que respecta a su madre, también es adulta para irse si
no quiere seguir allí. Tiene estudios, puede ganarse la vida.
–Lo primero que hay que
hacer es denunciar a la policía la situación.
–La policía… –Suspiró
Jacinto, desanimado–. ¿Y qué hará la policía? Si mi madre no declara como
víctima de maltrato, nadie puede hacer nada, ni siquiera la policía. Y en todo
caso, si denuncia, mi padre pasara una noche en el cuartel, lo suficiente como
para que mi madre recoja sus cosas de casa y se largue, pero mi padre no se
quedará a gusto. La encontrará y entonces sí que será demasiado tarde…
Mi madre se quedó allí
sentada, en tensión, meditabunda y complemente paralizada. Mi padre seguía
dándole vueltas a la taza mientras pensaba y suspiraba de vez en cuando.
–Convenceremos a tu
madre para que denuncie.
–No lo hará. –Sentenció
Jacinto–. No la he visto tomar el control de la situación nunca. No lo hará
ahora. Además, de que mi padre le ha prohibido hablar con vosotros. Si os la
cruzáis por el descansillo como mucho os ofrecerá un bufido y una mirada
condescendiente…
–¿Cómo es posible?
–Decía mi madre, apabullada.
–Nos has metido en un
compromiso. –Me dijo mi padre, serio y abusivo. Mi madre le corrigió.
–¡No! ¡Nada de eso!
Habéis hecho muy bien contándonos lo que está sucediendo aquí.
–Esto es lo que menos
pretendía… ser una molestia… –Se excusaba Jacinto.
–¡No lo eres! –Mi madre
le estrechó una de sus manos que tenía sobre la mesa–. Tú no te apures, si
quieres pasar aquí la noche, si quieres convencer a tu madre para que la pase
también, no hay problema por nosotros.
–Su madre también ha
robado de la empresa, ¿he de recordártelo? –Aventajó mi padre pero mi madre le
miró fulminándole.
–No me importa.
–Mi madre no vendrá.
–Sentenció Jacinto–. Y por mí, preferiría no quedarme, si mi padre se enterase
subiría aquí y montaría un escándalo peor que el de ayer, no me cabe la menor
dura. Y no se marcharía hasta que me llevase con él de vuelta al piso. –Se pasó
las manos por el rostro y el cabello como solía hacer cuando estaba agotado e
inquieto–. Y ahora que no tienen trabajo mi padre se pasará todo el día en el
bar, gastando un dinero que no tenemos. Y como tampoco tiene empresa a la que
estafar, no sé qué será de él.
–Tú por lo pronto tienes
trabajo, así que…
–Sí, lo sé. Me pedirá
dinero a mí. Lo lleva haciendo mucho tiempo. Soy yo el que lleva meses pagando
el agua y la luz porque él es incapaz de sacar dinero de ningún lado. No le
dura nada en las manos. Cuando cobra, se lo ha gastado antes de llegar a casa.
Por eso no me he ido a vivir a ningún lado aun, lo poco que consigo ahorrar
tengo que gastarlo para mantener la casa activa. Si no nos habríamos quedado
sin luz hacía meses ya…
–Eso no me lo habías
contado. –Le espeté en un murmullo más que audible.
–¿Crees que si tuviera
más dinero te hubiera llevado a comer bocadillos de dos euros, o a tomar
helados de un euro? –Me dijo en el mismo tono. Mi madre se pasaba la mano por
el rostro, pensativa.
–Si necesitas dinero… –Empezaba
a decir mi madre, pero él la detuvo.
–Ni en broma pienso
aceptar dinero. Yo no soy mi padre, y no quiero meterme en el mismo círculo
vicioso. Esperaré a finales de enero para cobrar mi paga, y con ella intentaré
buscar un apartamento, aunque sea para alquilar una habitación, en algún lugar
por aquí cerca… necesito salir de esta casa cuanto antes. –Dijo, mordiéndose el
labio interior–. Pero mi madre… no puedo dejar a mi madre sola…
–No la dejarás sola.
Estará con nosotros… –Le decía mi madre, pero su entusiasmo iba decayendo a
medida que lo iba diciendo.
–Tendría que volver a
casa, –suspiró Jacinto con melancolía, agarrándome con fuerza de la mano–, no
quiero que vuelva y no me encuentre allí.
–Está bien. –Suspiré
resignado y se levantó de la silla. Yo me levanté con él. Se despidió de mis
padres, mi madre le abrazó y le acompañé hasta la puerta. Se asomó escaleras
abajo y después se volvió a mí. Yo entrecerré la puerta y me acerqué a él para
abrazarle. Me estrechó con fuerza entre sus brazos y después suspiró.
–Gracias por obligarme a
hacer esto. Me siento más aliviado.
–Sabía que sería
bueno.
–Pero no siento que
hayamos solucionado nada…
–Ahora lo saben mis
padres. Ellos podrán hacer algo… mejor que no haberlo intentado.
–Eso espero. –Suspiró y
me besó en la mejilla, tirando de mi brazo hacia él. Bajó las escaleras con
cuidado de no hacer demasiado ruido y entró en su casa con el mismo
tiento.
Cuando entré en casa mi
madre ya se había vuelto a encerrada en su despacho y mi padre estaba en la
cocina, vaciando de un trago su té y lavando la taza. Me quedé allí en la
puerta de la cocina con los brazos cruzados, esperando que se volviese y poder
recriminarle su actuación intransigente con Jacinto, pero cuando dejó la taza
al lado del fregado para que escurriese y se volvió a mí, tenía los ojos
brillantes y la mandíbula apretada. Caminó hasta mí y me besó con fuerza en la
frente, tomándome completamente por sorpresa. Me sobresalte, le rodeé la
espalda con mis brazos y me acunó unos momentos. Sentí que no era a mí a quien
quería estar abrazando, y que su pena no era sino una impotencia contenida.
Pero para mí fue suficiente.
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