PARTE DE LA ÉLITE [PARTE II] (YoonMin) - Capítulo 1
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💬 Gracias por animarte a leer este fanfic.
Comunico aquí que esta es la segunda temporada de dos. (Si quieres seguir
leyendo te aconsejo que leas primero la temporada uno): "Parte
de la élite (BTS) [Parte I]"
Si ya leíste la primera parte, espero
que te haya gustado y estés preparado para una nueva temporada. Disfruta.
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Capítulo 1
Jimin POV:
(A un anónimo):
No sé quién será el afortunado o
afortunados que lean esto pero tú, que has encontrado estos papeles y que
probablemente quemes como el resto de mis cosas en este cuarto, te pido que al
menos prestes atención a mis últimas palabras.
Hola, soy Park Jimin y esta es mi
historia, mi corta biografía. Y mi testamento, porque mañana, voy a suicidarme.
Comenzaré situándome en el espacio y el
tiempo. Hoy es noche buena y en unas horas el transcurso del tiempo se tornará
caprichoso cambiando las horas para la madrugada del día de navidad. Estoy en
mi cuarto, sosteniendo estas hojas de papel en blanco mientras que con un
bolígrafo negro escribo en unas líneas invisibles. Hacía años que no escribía
en papel, ya acostumbrado a los aparatos eléctricos, pero tengo verdadero miedo
a que se descubran mis intenciones así que prefiero esforzarme en esto, y
liberar aquí mis pensamientos. Jamás lo he hecho antes y quiero vaciarme antes
de concluir con mi vida.
Probablemente, si se llegan a conocer
estos papeles se piense que nuestra verdadera intención fue provocada por la
mente perturbada de un niño nuevo que no supo adaptarse a una vida diferente.
Todos pensarán eso e incluso quien lea esto se verá escéptico y algo turbado en
cuanto a sus ideas pero con estas palabras intento aclarar que el problema no
vino de la mano de Jeon, el problema viene desde mucho antes. Empecemos desde
mi primer instante de vida, mi nacimiento.
Yo nací el trece de octubre de dos mil
treinta y uno, en el seno de una de las familias más acomodadas del país. Mi
padre, el señor Park, era y sigue siendo el presentador de noticias más famoso,
y el único de todo el país. La cadena de “El Renacido” le contrató a los
veintisiete años, y desde aquél momento se convirtió en una figura admirable de
belleza, moderación, elegancia, e incluso le tomaron por inteligente. No debió
serlo cuando decidió ingresar a su único hijo en la escuela militar BTS. Pero
aún no hemos llegado a eso.
Yo nací y me crié en el centro del país,
en el barrio más rico, Luces de oro. Mi casa formaba parte de una de las
mejores líneas de chalets de cuatro plantas y de más de quinientos metros
cuadrados sin contar jardín ni plazas de aparcamiento. Estas, ocupadas por los
mejores coches construidos en el municipio, eran la envidia del resto del
barrio. Me recuerdo con cuatro años correr arriba y abajo la calle que
comunicaba todas las casas y observar, con gran pesar, que ninguno de los
propietarios del resto de chalets tenía hijos. Esperé por años a tener amigos
hasta que comprendí, ya de adulto, que mis padres eran los diferentes. Fueron
ellos que, por accidente, me tuvieron a mí.
Mi habitación sigue aún en uso y aunque ha
cambiado bastante desde mi infancia aun recuerdo que me pasaba los días allí
metido. Mi madre, aunque no trabajaba, nunca estaba en casa y lo poco que me
acompañaba era tan solo en horas de comida y ocasiones especiales. De mi padre
no hablo, a él lo veía más que suficiente mientras se reproducían las noticias
en la televisión. Siempre que sonaba la voz de mi padre debía agudizar el oído
desde mi cuarto para distinguir si su registro era formal y se reproducía desde
la tele o simplemente estaba en casa. Durante mucho tiempo en mi infancia me vi
enorgullecido porque me reconocieran como al hijo del presentador más hermoso
de la televisión. Pronto entendí que eso era una cruz y esperé con ansias las
canas de mi padre pero incluso ellas se veían hermosas, radiantes. Plateadas y
brillantes. Ningún hijo debería crecer bajo la sombra de un padre sino bajo el
sol de sus palabras y alientos. Yo, no era esa clase de chico y a pesar de ello
me convencí, durante muchos años, de que era fuerte y firme, como el árbol más
robusto de un bosque sembrado. Yo no era más que un pequeño tallo, aún
prematuro, y sin ninguna posibilidad de alcanzar el agua que tanto necesitaba.
Un día, antes de que yo cumpliese siete
años, mi madre me sentó un día en el sofá y me acarició las manos con una
sonrisa en su rostro. Se denotaba triste pero enorgullecida de sus palabras. Me
habló durante horas del país, del presidente, de lo importante que era cuidar
del estado y de lo malos que son los renegados. Me los describió con lujo de
detalles y no eran rasgos agradables. Recuerdo aún sus palabras.
—Hijo, sus miradas son frías como el
hielo. Sus palabras hacen más daño que nuestras armas. Sus pensamientos son
oscuros y manipuladores. Si te encuentras alguno, no le escuches, no le mires.
Tampoco te compadezcas de él, él te matará si puede.
Mi madre no estaba tan alejada de sus
expectativas porque en realidad sí, moriré mañana en la compañía de un renegado
y alentado por sus palabras pero no ha sido el renegado el que me ha quitado
las ganas de vivir.
Aquél día, cuando mi madre me habló
durante horas, tan solo al final me dijo que comenzaría mis estudios y que lo
haría en la escuela de enseñanza militar y espionaje del estado. BTS. Por aquél
entonces no era más que un proyecto en pleno auge pero mis padres vieron allí
un gran futuro desde que recibieron una carta desde la jefatura del estado
invitándome a participar del proyecto. Me gustaría decir que mis padres me
querían y me llevaron allí porque ansiaban un buen futuro para mí pero la
realidad era una muy diferente. Ellos vieron una perfecta oportunidad para
deshacerse de la carga que les proporcionaba y de aumentar su vanidad con mi
ingreso en la famosa escuela BTS.
A mis padres les vendieron la idea de que
la escuela estaba creada para combatir los problemas que los renegados creaban
al otro lado del muro pero lo cierto era que nos encargábamos de misiones mucho
más complejas, incluso fuera del país. Para matar a cinco o seis renegados que
se creían con la autoridad de plantar cara al estado solo hace falta un soldado
medio, formado y con la experiencia exacta como para sujetar un fusil y
dispararlo. Yo mismo lo he hecho apenas sin conocimientos de armamentística.
Pero eso es otro tema del que hablaré más adelante.
A los siete años mis padres fueron
entrevistados con otra familia que también había recibido la misma carta que
nosotros. Reunidos en un despacho se encontraban mis padres, los de la otra
familia, el director de la agencia, —el hermano menor del señor Kim, nuestro
presidente—, pero lo que más llamaba mi atención era un niño sentado en el
regazo de su madre igual que yo al extremo de este lado de la mesa. Yo le
miraba furtivo y él, sabiendo que era testigo de mirada enrojecía. Sus ojos
eran muy grandes y rasgados, sus orejas grandes y su pelo castaño. Igual de
alto que yo, igual de fuerte, igual de feo e inocente, de mirada perdida y como
única prioridad, mi presencia.
En aquella reunión las palabras bailaban,
los apretones de mano eran constantes y las sonrisas agradecidas de los padres
aquí presentes, abrumadoras. Dado cierto punto en la reunión mis padres me
bajaron de su regazo y me incitaron a conocer al chico a mi lado y compartir
con él un momento a solas.
—Déjenlos salir y que conozcan las
instalaciones. Así se acostumbrarán mejor.
La madre del chico a mi lado soltó rápido
a su hijo y aunque él no quería desprenderse del todo de ella aferrando aún su
mano, yo bajé por mi cuenta de las piernas de mi madre y caminé hacia la puerta
aferrando el pomo a la espera de que aquél chico me siguiera. Si algo odiaba
más que la interacción entre chicos de mi edad, más odiaba que prestándome
voluntario a esa interacción, no accediesen.
—Vamos, TaeTae, no seas así. Ve con el
niño. –Su madre se desprendió de él y al final se vio obligado a seguirme fuera
pero una vez en el pasillo, nos sentimos solos y abandonados. Libres pero
miedosos. Comenzamos a caminar por el camino que nos había conducido a esa
sala.
Las paredes me parecían muy similares a
las de mi casa. Alguna alfombra roja adornaba el suelo en algunos tramos del
pasillo, solo en las zonas principales. Las paredes blancas con decoraciones en
escayola. Partes pintadas de color oro, decoraciones de oro de verdad. El chico
a mi lado miraba todo con asombro pero yo, me sentía como en casa. Más que eso,
esta era mi casa, no la de mis padres. Al rato, el chico y yo, inducidos por un
sentimiento de incomodidad por el silencio establecido, decidimos comenzar una
conversación.
—¿Cómo te llamas? –Me preguntó sin
mirarme, metiendo sus manos en un peto vaquero sobre su cuerpo. Recuerdo aún
como estaba vestido. Con una camiseta de manga larga roja, un peto vaquero
oscuro y unos zapatos más propios de un muñeco que de un niño. Yo por el
contrario portaba un traje a medida que me compraron en mi último cumpleaños.
Eran tan feas sus ropas, —feas, no baratas—, que llegué a sentir envidia de la
comodidad que desprendían porque el lazo en mi cuello apretaba y mis zapatos
bailaban con cada paso.
—Park Jimin. –Le contesté y rápidamente
hice un puchero, pensando en cómo su madre le había llamado—. ¿Te llamas
TaeTae? –Pregunté casi asqueado.
—No. –Y de repente, de sus labios, una sonrisa.
Sus dientes no parecían dispuestos a desaparecer y sus ojos, por el contrario,
se redujeron a dos líneas sutiles y encantadoras. Todo él parecía no ser real
porque aparte de ser el primer niño con el que interactué más de dos palabras
era el primer niño que me sonreía de esa manera tan esperpéntica y fanática.
Una sonrisa cuadrada que me dejó embelesado. Todo él era extraño y me
repugnaba. Había carecido durante tantos años de la compañía de niños como yo
que acabé por repudiar todo contacto con gente de mi edad. Ojalá hubiera sabido
valorar y aprovechar todo lo que la vida me dio—. Mi nombre es Kim TaeHyung.
–Me sonrió de nuevo de esa manera y quise dar por finalizada nuestra
conversación pero no pude. Él continuó—. ¿Tú también vas a servir al país como
yo?
Asentí sabiendo a qué se refería. Al
parecer le habían convencido igual que a mí, usando los mismos argumentos sin
fundamento y la misma fanática historia del miedo a los renegados. Yo concreté
mis expectativas ante la vida.
—Lucharemos contra los renegados juntos.
–Él asintió—. Si nos aceptan, claro. –La carta no decía explícitamente que
estuviésemos admitidos. Simplemente se nos entrevistaba.
Llegamos a un pequeño espacio que parecía
la antesala de una consulta. Un lugar de espera con varios sofás tapizados y
decorados con detalles de oro y pintura blanca, simulando el marfil. Nos
sentamos juntos en uno de ellos pero en vez de poner los pies colgando del
borde como yo hice, Tae se limitó a cruzarse de piernas de cara a mí y mirarme
expectante a algo. Le miraba enrojecido y él sonriente. Suspiré.
—¿Cuántos años tienes?
—Nueve. –Le contesté.
—¡Igual que yo! –Dijo entusiasmado y saber
que ambos teníamos en común algo más que el ingreso en este lugar me hizo tomar
la iniciativa para continuar la conversación.
—¿De veras? ¿Qué día naciste?
—El treinta de diciembre—. Reconoce
decepcionado.
—Soy mayor. –Afirmé y él se encogió de
hombros.
—¿Jugamos a algo?
—¿A qué? –Sus manos fueron directas a las
mías y tras sentir el primer contacto las aparté rápidamente obteniendo de él
un puchero y la desazón de sus ojos. Acabé accediendo aunque a regañadientes y
tenso, como estaba ya que no había sentido nunca el contacto directo con otro
chico—. Mira, pones las manos así, y luego de la otra manera—. Poco a poco me
explicó un inocente juego de manos que aunque al principio fuese algo
complicado, resultó entretenido y acabábamos riendo cada vez que alguno
fallaba. El juego, iba acompañado de una canción infantil que en algún momento
se salía de tono llamando fea a alguna mujer o cosas similares. Ya no recuerdo
bien la canción pero sí los momentos en que llegadas las partes obscenas
ninguno podía continuar porque la risa sucumbía a nuestra decisión de
continuar. No recuerdo el tiempo que estuvimos jugando pero cuando estábamos en
pleno auge de risas, un chico más mayor que nosotros, en plena adolescencia,
apareció por el pasillo por el que habíamos venido y nos miró con una carpeta
en sus manos y un bolígrafo en sus labios. Sacó este de su boca y nos señaló.
—¿Taehyung y Jimin? –Nos preguntó y rápido
nos bajamos del sofá para atender sus peticiones—. Soy Bang YongGuk, el
secretario del señor Kim. Por favor, venid conmigo.
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