CONDENADOS [PARTE II] (Dumb Rick x Evil Morty) [One Shot]
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Gracias por animarte a leer este fanfic.
Comunico aquí que esta es la segunda parte de dos. (Si quieres seguir leyendo
te aconsejo que leas primero la parte uno): "Condenados
(Dumb Rick x Evil Morty) [Parte I]"
Si ya leíste la primera parte, espero
que te haya gustado y estés preparado para un nuevo capítulos. Disfruta.
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CONDENADOS [PARTE II]
Evil Morty POV:
Sangre. Jamás he sentido verdadera afición
por embadurnarme de sangre, y no encuentro un sentido del placer sexual en
ella. No me resulta excitante ni tampoco me hace ilusión el color y la textura.
Tampoco la dificultad de limpiar las manchas. Igualmente, cualquier pequeño
detalle o circunstancia que ocurra en pleno apoteosis de muerte, es sublime y
maravilloso. Digno de admiración. En pleno auge de adrenalina, en pleno
éxtasis, todo es perfecto. El olor del miedo. Nunca nadie piensa sobre cómo
huele el miedo. Es un olor amargo por fuera, picante al medio y dulce al final.
Una dulce y hermosa experiencia. Pero dejando de lado el sentido del olfato, el
de la vista no tiene nada que envidiar. Los rostros descompuestos, esas
expresiones. Ese último hálito de vida. Nunca nadie es quien realmente es hasta
que no sucumbe en él el pánico de la muerte. Es justo ese último segundo de
conciencia en donde el animal que en todos habita cuando sale a la superficie y
nos convulsionamos, suplicamos, nos arrodillamos. Los orgullosos se rebajan y
los miedosos sacan valor.
Eso es lo que me gusta. Conocer esa última
expresión, esa nimia capacidad animal para afrontar la muerte. Cada persona
tiene un sentido sobre la muerte, y una forma de actuar sobre ella. Pero todo
eso desaparece en el instante en que la guillotina cae sobre nosotros. El miedo
sale a través de nuestros poros. Todo se impregna de nuestro miedo. El de
ellos. Yo reboso de irascibilidad y pasión. A veces siento perder el control,
creí que con frialdad y decisión simplemente todo quedaría mucho más limpio.
Más pulcro. Más elegante. Pero me puede la pasión. Y el odio. El odio comienza
a controlarme como un títere que se deja balancear a través de unos cables invisibles.
Esos hilos mueven con libertad mis brazos portadores de armas para dejarlas
caer sobre mis enemigos. No siempre necesariamente he necesitado una excusa.
Pero cuando la he tenido, siempre ha sido el odio el propulsor de mi
arremetimiento.
Esta vez ha sido un odio que ya había
sentido antes pero que hasta ahora había podido controlar. Ya no. Ya no más. He
perdido por completo todo dominio sobre mi cuerpo y mis acciones. Ya no hay más
resentimiento, ya no hay más odio. Todo ha desaparecido. Ya no hay más miedo.
Ni temor ni arrepentimiento. Solo quedan los restos de mi aparatoso descuido
frente a mí. Caídos ahí, tan descuidadamente, todo está sucio y comienzo a
sentirme ligeramente incómodo con tanta sangre alrededor. El nerviosismo crece
a grandes oleadas mientras me llevo las manos al pelo. Estiro de él, interno
mis yemas en el cuero cabelludo e intento controlar mi respiración. Me siento
aturdido, levemente bloqueado y la sensación de bloqueo aumenta con cada
segundo, como si algo me ahogase, algo me cortara la respiración. No son los
cuerpos muertos ahí, a mis pies, es la sangre. El color de la sangre manchando
el suelo lo que lo hace todo real. Puedo esconder los cuerpos, puedo deshacerme
de ellos, pero la sangre se impregna con cada segunda más y más en la madera
del suelo y de ahí ya no puedo sacarla. No puedo.
Con el límite de la presión por la
situación ahogándome hasta dejarme sin aire, caigo al piso de rodillas y
comienzo a sacar las bolsas de plástico que he conseguido para meter los
cuerpos. Cinco cuerpos aquí, rodeándome, con esos ojos ya casi blanquecinos.
Algunos aún con un leve rubor en sus muertas mejillas. Otros con la tez
verdosa, a punto están de descomponerse. Es demasiado perturbador, todo hay que
decirlo. Ver el mismo rostro muerto en cinco cuerpos iguales rodeándome
mientras hago lo posible por coger uno a uno y meterlos en bolsas. El primero
me sorprende siendo demasiado liviano. Puedo recoger sus piernas juntas y
meterlas poco a poco en la bolsa. Después la parte de arriba me cuesta algo
más, pues los brazos caen sin vida a ambos lados y se mueven sin que yo pueda
hacer nada, saliéndose de la bolsa. Este tiene un pequeño orificio en la frente
con sangre seca alrededor. Su pelo plateado manchado con negras manchas de
sangre reseca. Puedo jurar que si algo comienza a gotear del otro lado de la
cabeza va a ser su cerebro ya descompuesto y podrido. Me mancho las manos al
intentar empujar su cabeza dentro de la bolsa de plástico y tiro de su pelo
para conseguirlo.
Cuando ya está dentro cierro la cremallera
y me paso al siguiente. Este es algo más peliagudo, porque tiene el cráneo
partido a la mitad, y uno de los brazos partido, unido apenas por un tendón al
resto del brazo. Está colocado en el suelo de una forma demasiado artificial,
boca abajo pero con la cadera ladeada y el único brazo que aún tiene unido,
doblado a través de su espalda. Le doy la vuelta, y una vez vuelto a mí puedo
verme a través de sus ojos grises en mi más apoteósica degeneración personal y
al mismo tiempo, una ola de orgullo me invade contradiciendo todo lo que antes
haya podido sentir. Me siento abrumado, eso es lo único que concibo en este
instante, y con otra bolsa para cadáveres comienzo sumergiendo sus piernas, tal
como he hecho con el anterior. Y la situación no podría ser más caótica e
hilarante. Me reiría, si no supiera que el causante de todos estos
perturbadores sentimientos se encuentra en casa y corro el riesgo de ser
descubierto.
Precipitadamente me he visto abocado a
zanjar este tema, o al menos a ocultarlo el tiempo suficiente para tomar una
coherente decisión sobre lo que haré con estos cuerpos. Cuando he terminado con
el segundo, el tercero me aguarda ahí mirándome directo a los ojos con esa
expresión de vacío y sosiego. Me quedo algo dubitativo mientras cojo un poco de
aire por el esfuerzo de haber embolsado yo solo dos cadáveres y me sujeto con
las manos en mis piernas flexionadas en el suelo y miro directo a esos ojos de
perturbadora mirada hueca. Por mi mente pasa el fugaz pensamiento de algún día
ver a mi Rick en una situación similar. Muerto, tirado delante de mí, un
cadáver sin vida. Esa imagen tan dolorosa e hiriente me da la fuerza suficiente
como para volver a ponerme en pié y dirigirme a ese cuerpo, culpable de mi
miedo y odio, y arrastrarlo para colocarlo en una mejor posición dejando un
rastro de sangre a lo largo de su espalda. Un tajo en medio de la columna lo
tiró al suelo, un segundo le hizo gritar de dolor como nunca antes había oído
de nadie, y el tercero le dejó quieto. Muy quieto. Sabía que no estaba muerto.
Sabía que él podía seguir oyéndome, pero el dolor era tan acaparador de sus
sentidos que prefirió mantenerse muy quieto en ese último segundo de vida que
le quedaba con tal de sobrevivir unos segundos más. Lo dejé allí, desangrándose
conmigo como único espectador. Me miró con esos ojos, pero aquella vez estaban
aún con vida, brillantes, inundados en lágrimas que me sorprendido incluso a
mí. Pero la satisfacción que pude hallar en ese alarido de dolor fue suficiente
como para que el acto mereciese la pena. Necesitaba tanto su dolor como yo
liberar el mío.
Lo meto en una maldita bolsa de plástico y
me quedo mirándolo a través del plástico transparente que me permite observar
como de sus labios no sale un solo hálito de vaho que se quede impregnado en el
plástico, ni para querer quejarse de no poder respirar. No tiene sentido seguir
martirizando un cuerpo que no tiene culpa de nada. Se ha demostrado que su
genética corporal no es la culpable de su personalidad, y dado que mi Rick tiene
el mismo físico, ver cadáveres de él me hace sentir algo de remordimiento. Solo
un poco, y justificado.
Cuando me vuelvo al siguiente y estoy a
punto de coger su cabeza desprendida de su cuerpo por el cabello, suena algo a
lo lejos al otro lado de la puerta de la habitación. Me quedo quieto. Muy
quieto, más incluso que los cadáveres a mi alrededor. Ni respiro si quiera,
para que ningún otro sonido altere la percepción de sonidos que me lleguen.
Agarrando del cabello a un Rick muy muerto me quedo agazapado, mirando con
pavor hacia la puerta y con un sudor frío recorriéndome el cuerpo. La columna
me tiembla, y los pulmones me arden. El estómago me duele y la cabeza me da
vueltas. Me siento tan perdido y desorientado, pero a la vez tan centrado en no
hacer ruido que no consigo hallar en mi mente este recuerdo del sonido y
asimilar qué era para poder actuar consecuentemente. No vuelvo a escuchar nada
así que sigo con mi tarea esta vez con mucho más cuidado que antes. Levanto la
cabeza que sujeto desde mis manos a la altura de mis ojos y me la quedo
mirando. Está casi a punto de empezar a descomponerse y ya incluso huele a
podredumbre. Le hablo a ella directamente.
—Todo es tu culpa.
Sin más preámbulos meto su cuerpo
correspondiente en una de las bolsas y después tiro la cabeza dentro, del asco,
con deseos de acabar de una vez. Cuando me queda un cuerpo ya siento que mis
brazos se resienten por tener que cargar con el peso de cuerpos vacíos. Este
último es el más limpio, el más reciente. Juraría que puedo acercarme a él y me
sorprendería su aliento chocando contra mi mejilla. Pero tiene el cuello bañado
en marcas amoratadas en donde puedo distinguir las yemas de mis dedos y el
tamaño de mis dedos sobre él. En su rostro aún se vislumbra el terror y el
pánico a la muerte inminente. Ha podido ver en mis ojos el ansia de venganza y
yo en los suyos el miedo a la muerte, portada desde mis manos hacia él. Ha sido
tan fácil que incluso me ha dado lástima y en algunos momentos aflojaba el
agarre para que recobrase un poco de aire y prolongar la agonía. Pero en un
momento determinado acabé perdiendo el control sobre sí mismo y hundí los
pulgares, rompiéndole la tráquea. Fue un chasquido que hizo que poco a poco se
apagara su cuerpo. Pero su mirada de terror y sus facciones deformadas aún se
reflejan en su rostro pálido y si me apuras, algo caliente.
Le cojo nuevamente del cuello y le levanto
la cabeza para meterle en la bolsa de plástico. Poco a poco comienzo a cubrir
su cuerpo con ella y mientras paso mis manos por su cuerpo inerte me siento
tremendamente excitado y emocionado porque al fin se ha cumplido justicia. De
mi mano, pero justicia al fin y al cabo y la satisfacción que me embriaga es
cegadora, ensordecedora al parecer. Cuando el cuerpo está ya en la bolsa lo
alzo como puedo, ya algo cansado, y lo tiro dentro del armario de esta humilde
habitación. Cae dentro con estrépito y me encojo en mi mismo por el sonido que
ha producido su cráneo al golpearse. Ha sido demasiado evidente y me recuerdo
que he de mantenerme en silencio. Coloco bien sus piernas dentro del armario y
lo palmeo varias veces para hacer espacio encima de este al siguiente cadáver.
Este viene justo encima, y tengo que levantarlo algo más. Me quejo en el
intento. Primero coloco las piernas y después alzo la parte superior del
cuerpo. Con cuidado. Empujándolo con el ceño fruncido y los dientes mordiendo
mi labio inferior.
Justo después de ese quejido, suena mi
nombre en el interior de la habitación. Mi propio nombre jamás me había
parecido tan terrorífico.
—¿M-Morty? –Oigo justo detrás de mí, con
esa voz. Una voz que me evoca a mis mejores momentos, pero que ahora mismo
parece tan terriblemente asustada y confusa que podría partirme el alma en dos.
Me quedo sujetando los hombros de un ser muerto en mis manos con la intención
de que no se desplome y caiga al suelo. Todo mi cuerpo sufre tal espasmo por el
susto de oír mi nombre que comienzo a temblar y por mi espalda me recorre una
fría electricidad cegadora. Todo me da vueltas—. ¿Qué… qué estás haciendo?
–Pregunta, al ver que no le presto atención y en su última palabra, aparece un
sutil sollozo. ¿Cuánto tiempo habrá estado aquí? ¿Cuánto habría observado? ¿Por
qué no puedo ser valiente?
Suelto el cadáver en mis manos y cae su
parte superior, abriéndose la bolsa y saliendo de ella la cabeza suelta,
rodando hasta mi vera. Cuando me giro hacia Rick, el único vivo en esta sala,
me encuentro con su rostro completamente deformado en una tremenda expresión de
dolor y decepción. Esa imagen es hiriente, pero más lo es saber que yo soy el
culpables de haber creado esos sentimientos en él. La sola idea me deja tan
desconcertado que podría comenzar a balbucear en cualquier momento. Y lo hago.
—Yo… pu-puedo explicarlo. –Le digo
poniéndome en pie y alzando las manos en señal de sumisión y confianza. El tono
de mi voz ha intentado ser adulto y responsable, pero cuando avanzo un paso él
retrocede dos. No han sido mis palabras, ni lo son los muertos a nuestro
alrededor. Ha sido la sangre en mi ropa, señal inequívoca de que he sido yo el
culpable. Uno habría sido un descuido, dos algo perdonable. Tres, preocupante.
Pero la habitación está llena de cuerpos y yo embadurnado en sangre. Y le rezo
a dios para que no vea la felicidad que me provoca que así sea.
—¿Tú… —Señala alrededor—. Los has… matado?
–Al pronunciar la última palabra su voz se quiebra y de sus ojos comienzan a
caer grandes lágrimas. Otra vez no, me digo. Hace apenas una hora estaba
consolándole en mis brazos, estaba acunándole en medio del llanto, pero ser
ahora el culpable me hace sentir terriblemente arrepentido.
—¡No llores! –Le pido, alarmado,
intentando adelantarme un paso, pero él vuelve a retroceder y se recubre el
torso con los brazos, temeroso. Temeroso de mí—. Todo esto tiene una
explicación. Ellos…
—Contéstame… —Me pide en un susurro
desesperado y yo me giro a los cadáveres en el suelo, a la cabeza que me mira
con una agónica expresión descompuesta y cuando me vuelvo a él, este retrocede
un paso más tan solo por la fiereza de mi mirada.
—Sí. –Asumo, reconozco y declaro—. Así es.
Yo.
—¿Por qué lo has…?
—¿Por qué? –Le pregunto con incredulidad—.
¡Por ti, pedazo de idiota! Para que no vuelvan a hacerte daño. Te lo prometí.
Nadie nunca más te hará daño. –Digo, pero en contradicción con mis palabras él
rompe en llanto y se cubre el rostro con uno de sus brazos. Su jersey ahoga
todas las lágrimas que yo debería estar sosteniendo y retrocede hasta chocar
con la puerta y caer ahí, poco a poco deslizándose a través de ella. Tiembla.
Todo su cuerpo está temblando y yo enfurezco aún más por la impotencia que
siento al verle llorar—. No volverán a molestarte. ¿No es lo que querías?
¡Estos bastardos no te volverán a molestar jamás! Y prometo hacer lo mismo con
cualquiera que ose herirte.
—¡Tú lo has hecho! –Grita escondido en sus
brazos, llorando desconsoladamente. Sus palabras me atraviesan el pecho como
una flecha al rojo vivo y vuelvo a una realidad en la que no creo haber estado,
en una realidad llamada cordura. Alzo mis manos para ver la sangre seca
manchando mis yemas, la acumulada debajo de las uñas y el pestilente olor que
desprenden. Repentinamente, y casi de forma súbita, el suicidio acude a mi
mente como una salvación al dolor que siento. La muerte, tan reconciliadora y
sanadora de todos mis remordimientos. ¿Cómo osan aparecer ahora? Podrían
haberme evitado cometer tantas malas acciones. Es la sangre en mis manos, la
muestra más fiel de que soy el único responsable del dolor que siento y me
avergüenzo al ver como mi Rick llora desconsolado en el suelo. Este no era el
fin de mis medios. Este no era el consuelo que esperaba hallar al final de esta
ardua travesía. Este no era el resultado planeado. Él no debería estar llorando
y sin embargo lo hace con un dolor mucho más profundo del que jamás he visto
nunca antes. Jamás le había visto con tanto miedo, con pavor hacia mí. Y yo
jamás me había vuelto tan vulnerable. Me siento humano, y eso no me gusta.
Caigo al suelo de rodillas delante de él,
a varios pasos, y me oculto de su rostro con mis manos sobre mi tez. Me encojo
en mí mismo intentando hacer que el ardor que abrasa mis pulmones desaparezca,
sollozado, o si quiere, que me mate y termine de una vez con mis lágrimas que
se desparraman a través de mis dedos, enjuagando toda mi cara. Cuánto desearía
convencerme de que no tengo miedo, de que no le amo. Pero esta es la mejor
forma de corroborar que aún albergo sentimientos. Dolorosos sentimientos hacia
él que vuelven tan frágil. Gateo en su busca. Gateo a lo largo del suelo para
buscar el consuelo que necesito en sus brazos y cuando me acerco lo suficiente
como para que detecte mi presencia se descubre a través de sus brazos y me
observa, meditabundo y temeroso, y yo acaricio sus piernas pidiéndole permiso
entre lágrimas.
—Rick… perdóname… —Suspiro con amargura y
bajo el rostro, avergonzado—. No volverá a suceder, te lo prometo. Solo quería…
cuidarte… —Él rompe en un sonoro llanto y no me acepta en sus brazos,
cubriéndose el rostro con ambas manos pero yo me cuelo entre sus piernas
abiertas y apoyo mi rostro contra su torso, palpitante y tembloroso. De
respiración entrecortada. Lloro escondido en su jersey, manchando este con mis
manos. No me importa ya lo más mínimo. Su olor es reconfortante y sentirme
cerca de él, satisfactorio. Pero aun es doloroso saber que no quiero ni
tocarme, que no quiere corresponder mi abrazo. Duele, como una espina clavada,
y me acurruco aun más en su regazo, rodeándole con mis manos. Así quedamos por
largo rato, yo hecho una bola en su regazo y él llorando, dejando caer sus
lágrimas sobre mi rostro. Cada una es un doloroso pinchazo, cada uno de sus
sollozos, una amarga experiencia. Su dolor, mi único remordimiento.
FIN
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