CONDENADOS [PARTE I] (Dumb Rick x Evil Morty) [One Shot]

 CONDENADOS [PARTE I]


Evil Morty POV:

 

La sangre corre por el lavabo. Salpica a todas partes sobre la cerámica de un blanco óseo y discurre con rapidez hacia el agua que baña la superficie, llevándose cada gota de este reseco material manchando mis manos. Puedo ver como las hebras que conforman la sangre líquida se mezclan con el agua y giran varias veces en torno al sumidero hasta que desaparece por este, desapareciendo de mi vista. Al principio la cantidad de sangre manchando el lavabo era mayoritaria, mucho más que toda el agua que pudiera caer a través del grifo, pero poco a poco me voy deshaciendo de ella. Froto mis manos una contra la otra y con una pastilla beige en las manos para que la sangre reseca entre mis dedos se vaya del todo. Aun siento como quedan restos debajo de mis uñas, entre las arrugas de mis dedos, entre los pliegues. Todo huele a sangre, incluso mi camiseta amarilla manchada con varias gotas de la sangre que no he podido contener.

Evito ante todo mirarme al espejo porque aun me mantengo con esta fiera expresión de descontrol. Temo reconocerme en mi mirada enloquecida y comprobar que realmente tengo la responsabilidad de mis actos sobre mis hombros. Antes siquiera de mirarme la ropa termino por lavarme las manos poniéndolas nuevamente bajo el grifo de agua y cuando creo que he acabado con todas y cada una de las gotas de sangre que manchaban mis manos me dedico a limpiar con una pequeña toalla la cerámica del lavabo, el mármol de alrededor y la parte baja del espejo donde han caído minúsculas gotas de sangre húmeda. Cuando consigo hacer que todo parezca reluciente me quedo mirando a cada pequeña parte que se me haya podido escapar, a cada milímetro del cristal en el espejo, cada micra del lavabo. Nada. No queda sangre.

Ahora sí, tras varios minutos de constantes respiraciones profundas alzo la mirada y me miro directo a  los ojos. Al único ojo que se mantiene al descubierto y que me devuelve una mirada sosegada, pero no calmada del todo. Siento que intento mentirme a mí mismo mientras que me hago el inocente frente a mi propio reflejo. Me siento traicionado por mí mismo y por mis nervios, por mi violencia desmedida. Por mi falta de autocontrol y por todo el odio que tengo en mi interior. Me recorro unos minutos con la mirada. Mis manos apoyadas en la cerámica del lavabo a ambos lados de mi cuerpo y este inclinado hacia delante, acercándome poco a poco a mi rostro reflejo mientras me hago a la idea de que el chico que me está mirando soy yo, y no un extraño que se hace el adolescente hormonado, necesitado de constante atención.

Mi pelo levemente revuelto por la excitación. Me contengo para no pasarme la mano por él. No ahora, no es el momento. Uno de mis ojos cubiertos con un parche me hace sentir mucho más frío conmigo mismo, con mi reflejo. Me siento acobardado de la frialdad que trasmito, pero no es el parche el que transmite esta ausencia de moral, sino el ojo que me mira a través del espejo. Esa mirada ciclópea me hace sentir muy impotente, a la par que acongojado, pero me digo a mi mismo que hay cosas peores, que hay sentimientos mucho más desgarradores y que tengo que hacerme cargo de ellos. Bajo la mirada hasta mi propia camisa encontrándola manchada con grandes lámparas de sangre, ya seca en la mayor parte, y algunas aun levemente húmedas. Sin pensarlo demasiado me la quito y la pongo debajo del grifo rezando porque las manchas desaparezcan tan solo con el agua, pero es mucho más difícil que eso. Intentó frotar la prenda sobre sí misma, y parte de la sangre emana de la tela, pero las manchas se mantienen, aunque descoloridas, formando cercos granates por la prenda. De nuevo he manchado el lavabo. He vuelto mancharme las manos de sangre diluida, y cegado por la ira que supone la situación, cojo la camisa del lavabo y la tiro sobre el suelo del baño. Donde sea. No me importa. Cae con estrépito por mi fuerza y mojo todo el suelo alrededor. Cientos, millones de gotas vagan por el suelo brillando sobre el blanco mármol y yo me desespero, llevándome la mano al pelo y tirando de él mientras caigo con la otra sobre el lavabo. Expectante a que mi corazón se calme. Mi adolorido corazón enamorado.

Cuando vuelvo a mirarme en el espejo mi rostro está  a punto de romper en llanto y me siento terriblemente ofendido por verme en esta tesitura. Me siento humillado y muy insultado por mí mismo. De un salto la tristeza desaparece y reaparece la ira que se había marchado. Con mis dedos sujeto el parche de mi ojo y tiro de él, arrancándomelo del rostro. Cae dentro del lavabo y se queda ahí, reposando. Yo suelto un largo suspiro mientras la imagen de mi rostro completo me muestra mucho más humano de lo que me había esperado y me sorprendo de mí mismo al comprobar que tal es mi cuerpo humano como mis sentimientos son débiles e inestables. La imagen de rudeza desaparece junto con el parche y la humanidad viene a mí, como la brisa de primavera que azota desde el exterior.

Se ha hecho de noche. Puedo verlo a través de las ventanas que dan al exterior en este amplio baño, pero no puedo pensar sino en que esta noche será la noche más larga de nuestras vidas para mucha gente. Para los familiares de las víctimas, para él, para mí. Las luces de los fluorescentes del baño me tornan levemente pálido. Delinean la fila línea de mi nariz y como me muerdo los labios para no caer en los brazos del llanto. Sé que de lagrimear ahora, ya no podré contenerme luego y prefiero que sea en sus brazos donde ambos ahoguemos nuestras penas, pues hacerlo en la soledad de este baño me hace sentir demasiado solitario. Debería llorar a solas, sin embargo. Llorar por las víctimas, por sus familiares, por él, y por mí. Pero tan solo es él merecedor de mi sufrimiento. Tan solo es él quien se merece mi escasa parte humana y mi mejor faceta. Él es único merecedor de mi pena, y la única excusa que puede justificar cualquier acto radical, mortal o suicida. Él lo es todo.

¿Y yo? Yo no soy nada. Soy temeroso y miedoso de enfrentarle, y por eso prolongo esta terrible escena de autocompasión en este putrefacto baño, intentando convencerme de que tan solo intento estabilizarme. Mi versión más humana me pide que acuda a su consuelo pero se encuentra con una contradicción, pues ella misma reniega de ese deseo y anhela quedarse aquí, incapaz de enfrentar su expresión rota de nuevo. Incapaz de sobrellevar los sentimientos que se amontonan sobre mis hombros. Acostumbrado durante tanto tiempo a la más absoluta nimiedad sentimental, un leve soplido de viento me derriba, me anula como persona. Y él es ese cálido aliento de confort y placer. Él es mi salvación de la mediocridad, y mi condena a la eterna sumisión de sus deseos.

Cuando me siento mucho más calmado me quedo mirando alrededor y todo ha perdido importancia. Recordar el fin de mis actos ha hecho que la sangre no sea más que sangre de culpables y que mis actos se vean vanagloriados por el mejor motivo de todos. Su felicidad. Salgo del baño con la sensación de que en cualquier momento puedo romper en llanto. De que de aquí a varios minutos estaré temblando en sus brazos. Siempre lo hago. No sé qué extraño poder de atracción tiene, ni qué clase de magia ha usado para apresarme, pero sus brazos son soporíferos, son cálidos, amables, amigables, y el mejor consuelo y la mejor causa del llanto. Cuando doy dos pasos fuera del cuarto de baño me interno en el pasillo y busco con la mirada su cuerpo. Desapareció antes de que yo me marchase. Antes del anochecer. No ha salido de casa porque sus pertenencias aún están aquí y no le dejaría irse, ni aunque quisiera. Puedo notar su presencia por todas partes. Un plato de galletas mordisqueadas descansa en la cocina y por el salón he encontrado su pistola de portales y varias monedas sueltas. Sin embargo el silencio de la casa es perturbado y pensar que puedo estar perdiendo el tiempo mientras él está ahí, fuera, me desespera.

No es hasta que paso frente a su cuarto que no hallo un leve indicio de su paradero. Justo al pasar de largo me sorprende el lejano sonido de un gemido lastimero. Es un sonido que me detiene casi al instante, tan bruscamente como si hubiese comenzado a pisar cristales, pero jamás podría esto ser tan doloroso como el sonido de su llanto. No es solo el sonido, es reconocerlo y hacerme a la idea de que está llorando. Solo pensarlo, todo mi interior comienza a descomponerse en un denso petróleo de odio y tristeza que me consumen por momentos. No hallo el momento de echar la puerta abajo y gritar. No hallo el instante en que pueda hacer que todo el mundo arda, pues ni siquiera con sus muertes he conseguido que este sentimiento de dolor desaparezca de mí. No ha valido la pena, no al menos aún. Él está llorando y esto acapara todos mis  sentidos. No puedo pensar en nada más que no sea el sonido de su llanto.

Con sigilo me acerco de nuevo a la puerta y poso ligeramente mi mano sobre el pomo, aun sin abrir. De nuevo estoy aplazando el momento. Estoy haciendo que este sea mucho más eterno solo para autolesionarme. Esto no beneficia a nadie, pero enfrentarlo sería un choque demasiado doloroso. Con mi frente apoyada sobre la puerta puedo oír mucho mejor lo que acontece dentro. No hay mucho más que el sonido de sus gemidos ahogados y el de sus espasmos por llorar. Es suficiente para mí como para derrumbarme. Me siento demolido, avasallado por cada una de sus lágrimas que está derramando. Lo siento tan profundamente doloroso como un hierro ardiendo clavándose en mi vientre. Tan sumamente asfixiante como una soga, balanceándome desde la rama de un árbol. Es perturbador pensar en la muerte en este instante. Aún manchado de sangre y con la tentación de flagelarme. Pero cualquier cosa sería siempre mejor que oír su llanto. Cualquier cosa mejor que su expresión de dolor, esa rota mirada de decepción.

Con un largo y profundo suspiro abro la puerta y dejo que pase desde el exterior una columna de luz que parte la habitación en dos. Esta luz vaga a través del cuarto hasta encontrarlo. Y allí lo hallo, sentado en su escritorio, con los codos sobre la mesa y su rostro escondido en sus palmas. Apenas he abierto puedo ver sus hombros, conmovidos por los espasmos de su llorar y la fila de sus vértebras, su columna, a través de su jersey azul. Ahora, en este rayo de luz, él es de colores cálidos, es oro. Para mí siempre será oro. El color plateado de sus canas se ha tornado brillante oro. Una cascada de oro a través de su cabeza, con sus dedos enredados en sus cabellos.

—R-Rick… —Murmuro y al sonido de mi voz, él da un respingo y es ahora consciente de que hay luz amarillenta a su alrededor. Ha llorado a oscuras. No puedo respirar si lo pienso por mucho tiempo.

—M-moortyy… —Dice mi nombre entre la congoja del llanto. Mis manos tiemblan cuando vuelve su rostro a mí y me mira con ojos encharcados. Esa es la imagen que no deseaba ver. Mis ojos bajan por todo su rostro y él hace lo mismo con todo mi cuerpo. Pero rápido se vuelve a sus manos sobre la mesa, avergonzado del estado en que le he encontrado. Esa mirada. Era esa la mirada de la que he estado huyendo, pues ha incendiado mi pecho hasta prohibirme respirar, ha encharcado mis ojos, me ha devorado por dentro dejándome en un mero amasijo de sentimiento inconexos.

Comienzo a caminar hacia él con la esperanza de que mi presencia sea suficiente, aunque no suele serlo. Sin embargo no puedo evitar, al menos por una vez, intentar decirle algo de verdad en mi consuelo. Cuando llego a su lado poso una de mis manos sobre uno de sus hombros y él se vuelve con un respingo hacia mí, por el contacto. Yo le miro, con grandes ojos húmedos, repletos de lágrimas a punto de desbordarse. Mis dedos aprietan sobre su jersey, conteniendo mi llanto. No aguanto más el silencio roto por sus lágrimas. No puedo más.

—¿Qué ha ocurrido? –Le pregunto, tragando en seco y sintiendo una dolorosa punzada en mi garganta por el nudo que se ha formado ahí.

—Ellos… —Dice, casi ahogado con sus lágrimas. Yo finjo no saber nada. Finjo no haberlo oído. No haber sufrido un irremediable ataque de ansiedad seguido de una irascible venganza—. Ellos me han llamado otra vez… eso… —Suelto un largo suspiro mientras paso mi brazo por sus hombros a lo ancho de su espada.

—¿Quienes, Rick?

—Los otros… —Dice, temblando. Tiembla… Por el amor de Dios… está temblando y yo solo puedo hablar.

—¿Qué te han dicho? –Le pregunto, intentando fingir que no ha pasado nada.

—Lo de siempre. –Dice, y se aparta las manos del rostro para mirarme. Me mira con la más dolorosa vergüenza. Yo cojo su rostro en mis manos y él se sorprende de mi gesto mientras que él intenta regresar a su confesión.

—¿Qué te han dicho, Rick?

—Ya lo sabes. –Dice ofendido por que le obligue a decirlo pero cuando intenta apartar su rostro de mis manos yo no puedo sino coger con la mayor delicadeza de mis dedos su mandíbula y dirigir de nuevo su rostro hacia mí.

—No quiero volver a oír que te llaman nada. Tú no eres idiota. Ni tonto, ni comes mierda. Nada. –Suspiro en un susurro pero mis palabras no parecen consolarle—. Pa… para mí, eres indispensable. Eres el mejor Rick de todos. El único que… que vale la pena. –En sus ojos el brillo que han insuflado mis palabras me hace sentir mucho más revitalizado pero vuelvo a hundirme cuando ese brillo no eran sino lágrimas acumulándose y su expresión vuelve a crisparse por el llanto, cayendo sobre mi vientre, desplomándose sobre mi abdomen, necesitado de algo más que sus manos para cubrir su rostro. Oírle llorar es muy doloroso, verle llorar, es mortal, pero sentir como llora contra la piel de mi vientre es la sensación más desgarradora y cruel que he sentido nunca. Pensé que el dolor habría llegado a su límite, pero esto sobrepasa todos los esquemas que tenía. Me hace sentir mucho más pequeño, impotente, infeliz. No le desearía a nadie esto jamás. Es demasiado cruel, demasiado violento. Con mis manos rodeo sus hombros y una de ella se pasea por su cabello. Amo acariciar su suave cabello, el largo y el rasurado en su nuca.

—Soy… soy tan i-idiota… —Murmura contra mi piel y yo le aprieto más contra mí, sintiendo como estoy a punto de desfallecer en sus brazos, rodeándome la cintura.

—Te prometo, Rick, que jamás volverán a molestarte. Te lo prometo. –Le digo, y esta vez, será verdad. Ya se lo he repetido demasiadas veces sin obtener cambios. Esta vez, es la verdad—. Ya nadie va a molestarte nunca más. Yo no lo permitiré.

—Morty… —Me llama en un último gemido y rompe nuevamente en llanto incontrolado. Tiembla en mis manos y yo tiemblo con él, dejando caer mi rostro y con este, grandes lágrimas derramándose a través de mis mejillas. Se me quiebra la voz al intentar llamarle por su nombre, he perdido todo control sobre mí mismo y estoy a punto de suplicarle. Suplicarle que no llore o yo mismo moriré intentando controlar el latido de mi desbocado corazón. Agarro con fuerza su cuerpo contra el mío, y sin darme cuenta, he caído incondicionalmente en su hechizo. Me ha derribado, me encuentro tirado por completo en el piso, hecho un mar de lágrimas. Soy todo suyo, y él ni siquiera se da cuenta. Está cegado por sus complejos y su inseguridad como para darse cuenta de que le amo. Pero no solo él está ciego. Ambos lo estamos. Estoy ciego de amor.  

 

FIN



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💬 Gracias por llegar hasta aquí. Esta es la primera parte de dos. (Si quieres seguir leyendo la continuación de esta historia, te la dejo aquí): "Condenados (Dumb Rick x Evil Morty) [Parte II]"

Espero que esta historia te haya gustado y estés preparado para una nueva parte. Disfruta.

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