PALABRAS CIEGAS (YoonMin) - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


Jimin POV:

 

Camino despacio por entre las habitaciones que tanto me conozco ya. Llevo una media de seis meses visitando a mi esposa en el hospital y a medida que avanzan los días no solo ella se degenera dentro de su enfermedad sino que yo también me siento enfermar y pudrirme desde el interior cada día, cada vez que reaparezco por estos pasillos. Conozco incluso a las personas que están en las habitación, pacientes como mi esposa, de la misma temeraria enfermedad. En la habitación 12 están dos jóvenes, hombre y mujer, de edades cercanas a la mía pero sin alcanzarme. Ella es algo más seria que el chico y él es mucho más amable y simpático. Sin duda él tiene más posibilidades de superar la enfermedad, mejor que ella. Aun así. No tienen ninguna. En la habitación 15, un anciano ya terminal. Probablemente la siguiente vez que regrese a ver a mi esposa él ya no esté aquí, pero aún permanece en esa habitación y lo sé porque le oigo discutir con las enfermeras a medida que paso por su puerta. En la 19, un niño de tres años. Aun inocente y lleno de vida. En la 21, mi esposa.

Las enfermeras salen de la habitación apenas cuando he llegado y el doctor no está dentro, puedo visitarla. Cuando estoy en el umbral, llamo con los nudillos tan solo por cortesía, no porque no tenga el permiso para entrar. Ella me mira y una sonrisa florece en sus labios tan delicadamente que apenas soy consciente pero la veo, y eso es lo que me anima a regresar la siguiente vez. Camino dentro aun esperando porque ella me diga algo pero no lo hace, bastante tiene con incorporarse en la cama para recibirme y suspirar profundamente cuando me ve a su lado. Su pelo ha desaparecido por completo y en su cabeza porta un pañuelo del mismo color que la ropa para pacientes. Su rostro está pálido y demacrado, sus manos temblorosas.

–Hola, mi amor. –Digo sentándome en una silla a su lado y ella intenta estirar la mano para alcanzar la mía. Yo soy más rápido adelantándome a su movimiento y la estrecho sin problemas.

–Hola, querido.

–¿Cómo estás?

–Me encuentro hoy mejor. –Dice esbozando una sonrisa mientras mira el sol alumbrando la estancia desde la ventana. Una enfermera llega con un trapo y algún producto químico para limpiar los cristales. Ante su presencia me siento más cohibido a hablar pero como GiSol sigue hablando, la correspondo–. Hace un día maravilloso, ¿no es cierto?

–¿Tienes menos dolores? –Le pregunto y ella asiente.

–Está empezando a remitir. –Asiento esperanzado pero al mirar su demacrado rostro, dudo seriamente de sus palabras.

–¿Qué tal ayer? Siento no haber podido…

–No hay problema. –De repente su expresión entristece–. ¿Llevaste a Holly a casa de mis tíos?

Holly era nuestra perrita que tan solo tenía año y medio. Dada la situación económica que estábamos afrontando y mi poca disponibilidad para sacarla a pasear, nos hemos visto obligados a llevarla a casa de los tíos de mi esposa. No. yo he tenido que llevarla, porque ella está aquí.

–Sí, la semana pasada. No he querido decírtelo antes. –Rápido una lágrima cae de su mejilla y asiente completamente consciente de que era lo mejor–. Allí tendrá más espacio, ¿no crees? Y estará con otros perritos como ella. –Asiente de nuevo.

–Era tan pequeña, y tan frágil. Apenas pude disfrutar de ella. –Nada más que compramos la casa, adquirimos a la perrita pues siempre había sido uno de los sueños a cumplir desde que nos ennoviamos. Pero a los meses de asentarnos en el hogar, ella enfermó.

–Cuando te recuperes nos la traeremos de nuevo a casa. ¿Qué te parece?

–¿Crees que estará mejor ahí?

–Claro. –Ella frunce sus labios un poco desconfiada y yo la miro sintiéndome presa de esos labios. Hace demasiado tiempo que no los beso pero he perdido todo el interés.

–¿Vendrán mis padres a verme?

–Sí, amor. La semana que viene, me han dicho. Estarán una temporada aquí en Seúl. –Ella asiente de esa manera pensativa. –La enfermera termina de limpiar los cristales y parece dispuesta a marcharse pero la detengo y ella me mira con una sonrisa.

–¿Podría traerme el periódico y un cenicero? –Ella asiente y se marcha con la misma sonrisa con la que me ha atendido.

–Hoy no has ido a trabajar. –Me dice GiSol llevando su mano al cuello abierto de mi camisa, destacando la ausencia de corbata en ella.

–No, he decidido no ir en unos días. Tengo que desconectar un poco del trabajo. –Ella hace un ruido con su garganta dándome a entender que comprende mi sentimiento pero que no está de acuerdo con mi falta.

–¿Has pensado en trabajar en algo más? –La enfermera regresa con un periódico del día y un cenicero de cristal que deja en una mesilla a mi lado. Saco el paquete de tabaco y lo dejo al lado del cenicero poniéndome el periódico sobre las piernas.

–A eso voy, estoy mirando últimamente las ofertas de trabajo pero nunca encuentras nada que diga “se busca psicoanalista” o “plaza libre para un psicólogo en un loquero” en una empresa “Psicólogos SOS”. –Ella ríe con mis palabras exageradas y yo abro el periódico mientras me llevo un cigarrillo a los labios.

–Podrías hablar con mi padre, él puede darte trabajo.

–¿De comercial? No gracias.

–Puede meterte en la sección de márquetin y así puedes aconsejar qué es lo que más va a gustar al productor. –Sus palabras, aunque son la primera vez que las oigo de sus labios, se nota que las ha cavilado mucho tiempo y de no saber que no ha hablado con sus padres en días, juraría que incluso se lo han dicho ellos.

–No lo sé, amor. No quiero presionar a tu padre con esto. Él también está teniendo problemas por culpa de las pocas ventas y su acumulación de stock.

–Todos tenemos problemas. –Dice solemne y compadeciéndose de ella misma mientras que a mi mente solo acuden los recuerdos de los cuerpos de las mujeres violadas y torturadas. Ellas sí que tienen el verdadero problema y por su culpa, me han generado una extraña dependencia a su caso.

–¿Las enfermeras te tratan bien? –Pregunto solo por cambiar de tema.

–Sí, pero la de rizos rubios ha vuelto a traerme café negro, con lo que sabe que lo odio. Ambos reímos ya por la cantidad de bromas nuestras que caen sobre esa pobre mujer característica por sus rubios bucles.

–Te tiene envidia, amor.

–¿Envidia de qué? –Se asombra incrédula.

–De lo hermosa que eres, ¿de qué si no? –Ella ríe y yo sonrío con su risa.

–Tal vez de que mi marido me viene a ver siempre. Y con un marido tan hermoso… –Yo enrojezco y ella se ríe de mi infantil puchero.

–Tonta. –Le digo entre susurros audibles y ella ríe mucho más agarrando mi mano con fuerza. Enciendo el cigarrillo en mis labios y desvío el humo lejos de su rostro. A ella no le importa, a mí menos.

–Bueno, ¿qué tal estos días?

–Bien. He apagado la calefacción y me he cubierto de mantas por las noches. No es muy agradable pero estoy bien.

–Me alegro. Aquí siempre hace buena temperatura.

–El tiempo es el que hay, aún es febrero.

–Hoy parece que hace mejor. –De nuevo mira por la ventana y yo suspiro.

–¿Te apetece salir? –Asiente incapaz de vocalizar–. En cuanto estés un poco mejor les pediré a las enfermeras que te saquen a dar paseos por el jardín. –Ella me mira esperanzada mientras mira el periódico en mis manos–. Pero solo los días que haga bueno, eh.

–¿No ibas a mira las ofertas de trabajo? –Frunzo el ceño.

–Claro. –Le digo incrédulo.

–¿Qué haces mirando los sucesos, entonces? –Regreso a la realidad que mi subconsciente me pide.

 

 

 

 

 

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