JUNTO A LA SOLEDAD (YoonMin) - Capítulo 9

Capítulo 9


Jimin POV:


Oigo mi nombre una y otra vez y siento mi brazo ser zarandeado. Despierto sobresaltado en mi propia cama pero no despierto por la mañana sino que sigue siendo de noche. Me he quedado dormido en mi propia cama trabajando en el portátil.

–Jimin, –la voz de Suga me despereza–, te has quedado dormido trabajando.

Bajo la pantalla del ordenador  y lo retiro a un lado aun somnoliento. Me levanto pero Suga vuelve a sentarme en la cama.

–¿Qué haces?

–Tu temperatura corporal es muy baja. Resfriarás si no haces algo. –Su mano va a mi brazo para medir mi temperatura exacta–. Treinta y cinco grados Jimin.

Tengo sueño, estoy cansado y con dolor de cabeza. No me importa lo que me diga ni lo que me haga, le sigo como un cordero acatando todos y cada uno de sus comandos. Me tumba en la cama de nuevo y cubre mi cuerpo con las mantas para evitar que pierda más frio, pero para recuperar el calor que ya no está conmigo, se mete bajo ella también y me abraza colocando su rostro en mi cuello.

Estoy nervioso porque no entiendo nada de lo que hace pero al rato, siento como su cuerpo ha aumentado su temperatura siendo para mí como una manta eléctrica. Su cálido aliento en mi cuello es más agradable de lo que jamás habría podido imaginar y el olor de su cabello ahora entrando libremente por mis fosas nasales es toda una droga. 

Han pasado varios días desde que le besé y no parece que lo recuerde. Es más, no se comporta como si estuviera nervioso o pensativo. Enfadado o curioso por lo que sucedió. Se limita a no decir nada igual que he hecho yo pero a mí me mata  saber que lo recuerda tan bien como yo. O tal vez mejor porque me he llegado a preguntar si fue real o solo una fantasía de mi perturbada mente.

Pero sinceramente creo que fue lo primero ya que me he torturado no solo con los remordimientos sino con el deseo de repetirlo. Me muero cada vez que me habla porque no soy capaz de contestarle. Mis ojos se detienen en sus deliciosos labios que ya he catado y no oigo sus palabras, ni sus reproches. Me siento tan culpable como sucio. ¿Cómo diablos se me ha ocurrido no solo besarle sino dejar que los feos pensamientos crucen por mi mente y se queden allí atormentándome?

–Debo bloquearte.

–No te preocupes por eso. La batería aguantará.

–Abajo he dejado las luces encendidas, y la puerta de la terraza abierta.

–Ya me he ocupado de todo. –Insiste pero me siento tan cansado que no puedo pensar claramente.

–Apaga las luces, Suga. –Se mueve un poco en mis brazos y apaga la luz de este cuarto dejándome en tinieblas.

–Es extraño. –Me dice pasado los minutos–. No me has echado aún de la cama.

–Estoy cansado Suga, duérmete.

–No voy a dormir. –Pienso dándome cuenta de la estupidez que he dicho.

–¿Vas a estar despierto toda la noche aquí?

–Sí.

No puedo evitar pensar que esto es lo más parecido a un abrazo que le he dado. Hacía mucho que no abrazaba a nadie en una cama. Si lo pienso bien, jamás he dormido con nadie en la misma cama.

–No me ha parecido mal esta solución para que recuperaras tu temperatura ya que te has acostumbrado a mí.

–¿Qué diablos dices?

–Me das muestras de cariño evidentes. Las he interpretado de esa manera. Espero no haber hecho mal. –Saca la cara de mi cuello para ponerse a mi altura y mirarme. Apenas veo su rostro pero sus ojos se ven claros.

–¿Qué muestras?

–Me compraste pendientes. Me limpiaste los codos cuando los manché de arena. Me prestas ropa a pesar de ser tuya. Y me besaste.

–Ah, lo del beso… yo… –Siento un ligero cosquilleo recorrerme–. Eso no fue nada. Nada en absoluto.

–Estuvo bien. –Dice al rato.

–¿Bien? Ni te inmutaste.

–No me dio tiempo a reaccionar. Ahora puedo hacerlo mejor. –Yo no le veo pero él debe verme con claridad porque sus labios chocan con los míos y nuestras narices juegan durante unos segundos. Un beso. Tan solo un beso–. ¿Mejor ahora? Es una bonita muestra de cariño, Jimin.

–Sí, –suspiro–, cariño.

 

 

–Jimin. –Ambos estamos metidos en la cocina para la hora de comer. El corta en pequeños daditos una patata y yo estoy esperando para que el aceite de la sartén esté en el punto exacto para que el huevo frito pueda hacerse. Ambos estamos hoy de buen humor para hablar y me estoy haciendo adicto a su voz–. ¿Sabes qué día es hoy?

–No Suga. ¿Qué día es hoy? –Sonrío como un tonto.

–Hoy termina el plazo para que entregues tu libro. –Todo mi mundo da un vuelco.

–¿Qué diablos? ¿Cómo se me ha podido olvidar?

–Has acabado el libro ¿Cierto?

–Sí, pero no lo he entregado. –Salgo corriendo al salón donde tengo el portátil–. Encárgate tú del huevo. Échalo ya.

Mientras corro para abrir el portátil y conectarme a internet oigo sus quejas y sus suplicas por que regrese pronto a la cocina. Yo solo me centro en mi trabajo. Lo selecciono y lo envío por coreo en menos de un minuto sintiendo un gran peso que ha caído de mi espalda. Me siento muy agradecido a Suga porque me haya recordado la fecha límite porque si fuera por mí, estoy seguro de que se me habría olvidado por completo.

Respiro feliz una vez veo que se ha enviado correctamente y me vuelvo para vez a Suga completamente impotente ante una sartén de la que no paran de salir gotas de aceite hirviendo.

–¡SUGA! –De nuevo voy a la cocina corriendo y lo aparto cogiendo el mango de la sartén pero un gran charco de aceite que se ha formado en suelo me hace resbalar momentáneamente y aunque yo no me caigo porque me agarro a la encimera, la sartén se tambalea y cae parte del aceite hirviendo en mi mano.

Al sentir como mi piel se abrasa suelto el mango y esta cae encharcando mi suelo. No me importa. Sacudo mi mano intentado limpiar el aceite en ella y dándole aire para que el dolor desaparezca, pero no lo hace.

–¡Jimin! ¿Estás bien?

–Maldito trasto inútil… –Grito cegado de dolor–. ¡Sal ahora mismo de mi cocina! –El me obedece y doy gracias. Rápidamente meto la mano bajo el grifo y el dolor parece desaparecer pero cuando la retiro de este él vuelve. Muerdo mi labio porque duele. Duele de veras.

Salgo de la cocina y veo a Suga de pie ahí plantado sin hacer nada, inquieto y expectante.

–Déjame ver. –Viene corriendo a mí y yo le enseño mi mano que ya está roja. Sus dedos son delicados tocando la zona pero está demasiado sensible y las lágrimas se forman ya en mis ojos. Será mejor que vayamos al hospital más cercano. ¿A cuánto está?

–¿Crees que puedo conducir en este estado?

–En este caso llamaremos a una ambulancia. –Se da media vuelta para buscar mi móvil pero le detengo.

–No es necesario. ¡Vuelve aquí! –Le agarro de la camisa con las lágrimas rodando por mi rostro de impotencia–. ¡Escúchame de una vez, maldito trasto! En ese cajón tengo crema para las quemaduras. Vas a ir ahí, cogerlo y aplicarme crema. Cogerás también vendas y gasas, ¿entendido? –Asiente y sale corriendo.

Yo me siento en el sofá con mi palma sujetando mi mano herida, temblando y gimoteando como un niño pequeño. Regresa a los segundo y se sienta a mi lado sosteniendo mi mano y aplicando en ella la crema de un color amarillento. Yo escondo mi rostro con la otra mano agobiado. Sudando.

Sus yemas me están matando por segundos porque el contacto es muy doloroso. Muerdo de nuevo mis labios.

–¿Duele? –Asiento evitando que más insultos salgan de mí–. No debiste hacer eso.

–¿Qué?

–Debiste dejar que me quemara yo.

–¿Qué tonterías dices?

–Mis piezas son recambiables, Jimin, las tuyas no.

No contesto porque no tengo nada que decir. Veo como termina de embadurnar mi mano para luego cubrirla primero con un trozo de gasa resistente y luego con una venda fina. Le da varias vueltas a mi mano y cuando ha terminado el dolor no se detiene. Sigo llorando.

–Perdóname Jimin. –Le miro serio pero todo el dolor que siento no es nada en comparación con la angustia que atenaza mi alma al verle llorar. Llora por primera vez, aquí, conmigo. Un par de grandes lágrimas aparecen de sus ojos y caen mojando su rostro. Ya no siento dolor, ya no tiemblo. Yo ya no quiero llorar más porque si he hecho que él se entristezca, no merece la pena–. Ha sido culpa mía.

–No, no llores. Suga. ¡Estás llorando! Detente ahora mismo.

–No puedo evitarlo, siento la culpabilidad de lo sucedido y tu sufrimiento no hace más que aumentarlo. Debo llorar para desahogar mis penas. –Me mira con los ojos húmedos–. Perdóname. Recogeré la cocina de inmediato y prepararé algo mejor de cena…

–Es suficiente. No vas a hacer nada. Y nada de lo sucedido es culpa tuya.

Coge mi mano de nuevo y se la lleva a sus labios para besarla allí donde me he quemado sin ejercer demasiada presión. Yo abro mi palma colocando su rostro en ella y acaricio con mis dedos sus mejillas regordetas.

           –No pasa nada, ya pasó. –Repito una y otra vez esperando que me entienda. 





 Capítulo 8                    Capítulo 10                                              

 Índice de capítulos                                                 


Comentarios

Entradas populares