JUNTO A LA SOLEDAD (YoonMin) - Capítulo 4

 Capítulo 4


Jimin POV:


Siento la luz que entra por la ventana atravesar mis párpados y el calor de este me hace sentir genial. Me desperezo lentamente estirando mis brazos y mis piernas al mismo tiempo aun estando en la cama. Bostezo y gruño como un niño pequeño o un gato refunfuñando. Me levanto sintiendo el aire en mis piernas desnudas porque estoy en camiseta de manga corta y calzoncillos. Y da gracias porque en verano suelo dormir desnudo.

Me bajo de la cama y salgo del cuarto acudiendo a la taza de café que me espera en la cocina pero cuando termino de bajar las escaleras algo me llama la atención y veo un cuerpo en mi sofá sentado.

–¡¿Qué diablos?! –Grito asustándome a mí mismo. Me siento estúpido cuando me doy cuenta de que es Suga quien está allí aun dormido y siendo iluminado por la luz que entra por la terraza. Poso mi mano en mi esternón sintiendo mi corazón desbocado y suelto improperios aun excitado.

Me dirijo a la cocina nervioso y sirvo en una taza un poco del café que me sobró de ayer. Le echo dos kilos de azúcar, todos los que me permite la taza, y me retorno al salón acuclillándome frente a Suga. Miro sus ojos cerrados y de ellos se desprende una luz roja avisándome de que la batería está completa. Lo desconecto y el propio cable se enrolla de nuevo dentro de su bazo. Cierro la pequeña pestaña y me pongo en pié.

Con una taza en una mano y su barbilla en la otra vocalizo su nombre.

–Suga. –Sus ojos se abren instantáneamente y me buscan enfocando su imagen en mi rostro. Cuando me encuentra me saluda.

–Buenos días Jimin. ¿Has dormido bien?

–¿Te importa?

–En realidad es solo una pregunta natural y rutinaria.

–Entonces no preguntes. –Suelto su rostro con desprecio y me vuelvo a la cocina para tomar tranquilo mi café. Pero parece que eso es mucho pedir.

–¿Qué has pensado para hoy?

–¿Qué he pensado? Lo de siempre, nada en absoluto.

–Ya que tu trabajo consiste en escribir libros, –le miro estando apoyado en la piedra de la cocina–, no debes salir de casa para trabajar pero aun así deberías tener marcadas unas rutinas.

–Odio las rutinas. No estoy hecho para ellas.

–Eso es una tontería. Cualquiera que se exponga al menos durante treinta días a una misma rutina es capaz de acostumbrarse a ella.

–Olvídalo, no vas a ser mi calendario personalizado.

–Estoy aquí para hacer tu vida más fácil y amena.

–Pues estás consiguiendo todo lo contrario.

–Por eso soy una chatarra inútil, ¿verdad? –Me pregunta animado creyendo que ha conseguido encontrar un sarcasmo esta vez.

–Si Suga, lo eres. Pero no tiene gracia.

–Oh, –piensa unos segundos–, en ese caso, ya que no tienes rutina, ¿podrías darme unas pistas para saber qué haces a estas horas?

–Desayunar, ¿no me ves?

–Eso no es un desayuno equilibrado. –Niega con la cabeza.

–¿Ahora eres mi madre?

–No, pero creo que un café no abarca todos los nutrientes que… –sonrío de impotencia.

–¡Cierra la boca! –Me obedece y yo dejo la taza ya vacía en el fregadero a la espera de que las ganas me obliguen a limpiarla. Me giro para verle en silencio y observándome pero de repente hace un intento de hinchar sus mejillas–. Y como se te ocurra volver a hacer eso, –alzo mi mano amenazante desde su lado–, voy a golpearte hasta que se te salten los tornillos.

Abre sus ojos hasta su límite sorprendido por mis duras palabras pero se mantiene inmóvil mientras yo paso a su lado y me encamino a la terraza para disfrutar del maravilloso día y de paso, recoger la ropa tendida.

Una vez estoy fuera respiro ya completamente desperezado y comienzo a quitar pinza por pinza de cada prenda pero cuando veo que ya no caben en mis manos llamo al trozo metal para que me ayude.

–¡SUGA ~! Ven y ayúdame en… ¡AHH! –Al girarme me doy cuenta de que ya estaba tras de mí.

–¿Te he asustado? Lo siento.

–No, no lo sientes. –Le miro de arriba abajo dándome cuenta de que tiene un rostro aterrador que probablemente aparezca en mis peores pesadillas–. Extiende los brazos, voy a colocar la ropa en ellos. No te dejes caer nada.

Asiente y hace lo que le he pedido. Poco a poco dejo en él toda la ropa hasta que una de las pinzas que sujeta una de mis camisas salta sin querer cayendo detrás del cactus que tanto amo. Sonrío al verlo y me resigno a terminar con mi tarea antes de recogerla. Cuando ya está todo me arrodillo e intento cogerla pero la púas del cactus me pican y no puedo evitar retroceder el brazo.

–¿Duele? –Me pregunta Suga aun de pie con la ropa en sus brazos–. ¿Estás bien?

–Estoy bien. Y sí, duele.

–¿Qué te ha ocurrido? –Vuelve a preguntarme una vez estoy de pie frente a él.

–Es un cactus, me he picado con sus púas. –Le enseño la marca casi invisible en mi brazo.

–Si te daña, ¿por qué no lo destruyes?

–¿Qué tonterías dices idiota? –Grito en su cara inexpresiva–. Porque lo quiero mucho y no ha sido su culpa, sino mía porque soy torpe. ¿Entendido?

El trozo de chatarra me sigue hasta mi cuarto para después de doblar la ropa, guardarla en el armario. Sus incesantes comentarios siguen rompiendo mis oídos. Estos cinco meses van a ser eternos.

Mis ojos pican ya. Son las doce y media de la noche y aun sigo escribiendo uno de mis libros que debo entregar dentro de tres semanas. Odio comprometerme con editoriales pero así funcionan. Estoy tirado en el sofá con el ordenador sobre mi vientre y las palabras parecen no quieren salir de mi mente por mucho que me esfuerce. Creo que estoy perdiendo el tiempo.

–Tus ojos están enrojecidos. Debes descansar.

–No puedo. Debo hacer esto. –Lo ignoro por un tiempo pero él no tiene intención de querer darse cuenta. Retiro mis pies para dejarle un trozo libre y una vez se sienta devuelvo mis pies a su lugar colocándolos sobre sus piernas. Si soy sincero es bastante cómodo.

–Estás cansado y es tarde. Deberías dormir ya.

–No eres una niñera, no actúes como tal. –Deja pasar unos segundos hasta que se decide a hablar.

–Esta mañana, te veías enfadado. ¿Me equivoco?

–No.

–¿Puedes explicarme que error he cometido? Aprenderé de ello.

–No digas nada malo, nunca, de mis plantas. –Aún sigo mirando la pantalla–. Ellas son como mis pequeños hijitos.

–¿Son importantes para ti?

–Sí, mucho.

–¿Por qué?

–No te importa. –Esta vez soy yo quien dejo que pasen los segundos–. ¿Sabías que tu color de pelo fue escogido de esa manera porque me encanta el verde?

–¿Verde como las plantas?

–Exacto. Pero las plantas, inertes e inútiles, ya tienen más vida que tú. –Le miro por encima del portátil. Sus manos han comenzado a tocar mis piernas suavemente, casi, agradable–. Y mil veces más hermosas.

–Lo siento. –Se disculpa.

–¿Por qué? ¿Por no ser guapo para mí? –Me río de mi propio comentario.

–No. Por haberte ofendido esta mañana. No volverá a pasar.

–No pasa nada. Entiendo que no tienes sentimientos ni sentido del perdón. Así que no te disculpes.

–Debo hacerlo. Estaba pensando, si no estás muy cansado para divertirte me gustaría mostrarte una canción que hay en memoria RAM. Coreografía incluida. –Alzo una ceja siendo consciente de sus palabras–. Lentamente parpadea y alza sus dedos índices haciendo gestos raros. No creo lo que veo–. 1 + 1 = Gwiyomi; 2 + 2 = Gwiyomi.

Sigue realizando todos y cada uno de los gestos. Primero han sido sus dedos índices presionando dulcemente sus mejillas de una manera demasiado melosa para mi gusto. Luego sus índices y sus corazones formando dos orejas sobre su cabeza. Luego tres dedos formando bigotes y con el cuatro y el cinco no se qué diablos ha hecho bajo su barbilla. Pero lo peor de todo ha sido cuando ha llegado al seis y sus pequeños labios han besad todos y cada unos de sus dedos levantados. El último que es el pulgar lo besa fuertemente cerrando los ojos como un niño pequeño y al terminar me mira, expectante a mi respuesta.

Yo me limito a mantener mi rostro desencajado y bajo la tapa del portátil. Han sido suficiente traumas por hoy. 




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