HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 26
CAPÍTULO 26
JungKook POV:
Sábado
Cuando entramos en el local, mucho antes que
percibir el sonido de la música o la oscuridad rota por las luces de neón, lo
primero que me golpea es el olor a cerrado, a humo y a presión del propio calor
de la gente alrededor. Es una sensación sofocante que me hace querer salir
corriendo, pero en realidad mis pies se adentran en el interior, tal vez por la
necesidad de una gran copa de algo con más de veinte grados, o tal vez por la
presión del brazo de uno de los amigos de mi padre sobre mis hombros
adentrándome en el interior de este bar karaoke. La sensación es demasiado
conocida a pesar de que es la primera vez que estoy aquí. El miedo que me
embriaga también lo es, es muy familiar, y sin embargo no puedo deshacerme de
la presión sobre mis hombros de este hombre a mi lado que intenta por todos los
medios quedarse impregnado de mi olor por su cuerpo. O tal vez intenta
restregarse él, como si yo fuese su presa, su territorio. Me marca con su olor
como un trozo de árbol.
Mi padre hablando con otras dos personas parece
distraído y yo aprovecho el instante para pedirle al camarero una botella de
vodka lila y le pago la botella entera con un par de billetes que saco de la
cartera del hombre a mi lado. Él parece incluso divertido pensando en que voy a
compartir la consumición pero no voy a dejar que pruebe una sola gota. Cuando
tengo la botella en mis manos la cojo mirando a mi padre al lado y este mira de
reojo en mi dirección pero no parece muy atento y tampoco creo que le importe.
Ya estoy muriendo por dentro, si hecho algo más que mi bilis esta noche no
sería sino otra cosa que mi corazón. Abriendo la botella de un giro de mi mano
sobre el tapón rompo el precinto de garantía y me llevo el borde de cristal a
los labios y este me rodea con una sensación de abrigo que extrañaba. La bebida
corre al principio un poco picante por mi garganta. Quiere agarrarse de mi
carne y me desgarra levemente pero al segundo trago me siento como bebiendo
agua bendita. Un agua reconstituyente, aliviadora. Me trae lentamente la paz de
la soledad que produce el olor de este delicioso vodka resbalando por una de
mis comisuras.
—Qué bien tragas, muchacho… —Alaba el hombre a
mi lado y yo le miro con una sonrisa avergonzada que me hace enrojecer. No son
sus palabras sino el alcohol que baja por mi garganta haciéndome sentir
acalorado.
—Hay muchas cosas que se me dan bien. –Dijo,
con una sonrisa coqueta y me devuelve lentamente a mi sano juicio. Oírme es
doloroso. Sentir su mano sobando mi cadera es tremendamente irritante. Mi padre
se acerca lentamente a donde estamos nosotros dos con el resto de sus hombres
de negocios y se dispone a entablar una conversación con nosotros, de forma
simplemente convencional, haciendo tiempo para que yo me vaya al reservado con
dos de los hombres aquí y que él pueda seguir hablando de las mismas
banalidades de las que suelen hablar. O de las que intuyo que hablan, dado que
jamás he asistido a una escena similar. No puedo estar en dos lugares a la vez.
—Espero que la cena haya sido de su agrado… —Le
dice al hombre a mi lado y este pasa su mano de nuevo por mis hombros. Ha
bebido dos whiskey y una copa de vino en la cena, está evidentemente ebrio.
—Y aun me queda el postre… —Dice en un susurro
que todos oyen y ríen de ello. Yo me llevo de nuevo el cuello de la botella a
los labios a lo que mi padre responde con un fruncimiento de ceño.
—Coge un vaso, no bebas como un bárbaro. –El
resto del personal ríe pero yo me quedo mirando serio el cuello de la botella
envuelto en mi mano y suspiro largamente, evitando volverme a él y partirle la
botella en medio de su asquerosa y pútrida cabeza. El ambiente sofocante
alrededor comienza a hacerme sentir mareado, o tal vez sea la ingesta del
alcohol de las últimas horas corriendo a gran velocidad por mi cuerpo.
Extrañamente no siento náuseas, solo un estado de embriaguez en que seriamente
todo me da igual. Podría arrojarme desde la azotea de este edificio o
simplemente irme a la cama con cualquiera de estos vejestorios alrededor. Qué
importa, si cuando llegue a casa la cama estará fría y las luces apagadas.
—Deja al chico beber como quiera. –Me defiende
uno de los hombres y yo cierro los ojos sintiendo como todo alrededor da
vueltas lentamente. Las voces alrededor se distorsionan lentamente pero una
mano acariciándome el trasero acaba por despejarme y yo me yergo mejor quitando
mis manos de la barra, cogiendo la botella y girándome de forma que me quedo de
cara a la gente con la botella de la mano y la espalda apoyada en la madera de
la barra. A lo lejos, en la pista de canto, suena una canción cualquiera, muy
posiblemente extranjera que no conozco. Hay un grupo de jóvenes bailando y
cantando, sujetando entre dos el micrófono y una chica, evidentemente ebria,
levantándose la falda hasta por encima de sus muslos haciendo que sus
compañeros la sigan entre gritos de sorpresa. Yo vuelvo la vista al frente. Me
recuerdo a mi mismo que a pesar de tener una edad cercana a esos chicos ahí en
la pista, un vejestorio tiene su mano en mi trasero y yo la mía alrededor de
una botella de vodka. Sin duda yo tengo el mejor gusto.
De nuevo me sumerjo en el sabor dulce de esta
bebida y mi padre me señala en medio de una conversación con uno de los hombros
con los que habla. Yo le miro y mi padre me retira la mirada para volver a
dirigirse a él. La música está alta y sin duda no es de muy buena calidad por
lo que aunque intento concentrarme en lo que hablan mi padre y ese seño solo
consigo entender un par de palabras que prefiero olvidar. El pacto de mi padre
con estos señores de una empresa de neumáticos ha quedado cerrado desde hace dos
horas pero aún queda mi contribución y cuando mi padre me mira de esa forma tan
repulsiva me doy cuenta de que es mi turno de colaborar por el bien de la
empresa. Me llevo de nuevo el vodka a los labios, pego un gran trago y el
hombre con el que hablaba mi padre y el señor que no se ha separado de mí en
toda la noche se acercan a mi peligrosamente y le piden al camarero a mi
espalda permiso para ir a uno de los reservados. Mientras el camarero les da
permiso y les indica una de las estancias vacías, yo miro a mi padre
terriblemente serio y este me devuelve una fría mirada sonriente como
premiándome con ella mi esfuerzo por el trabajo. No parece importarle lo más
mínimo venderme a tan bajo precio y a mí, mucho menos.
Me dejo llevar por el brazo del hombre sobre
mis hombros y camino aferrado a conciencia a la botella en mi mano. Es un peso
que estoy dispuesto a cargar, como el resto de todos los que ya soporto. Este
no es más que una nimiedad en comparación. Caminamos a lo largo de un pasillo
con fluorescencias y posters de grupos de música que no conozco. Algunos
coreanos, otros japoneses, la mayoría americanos con sus nombres en mi propio
idioma. Es hilarante. Cuando llegamos al reservado que hemos pedido entramos a
través de una puerta con un cristal traslúcido y en el interior me sorprenden
un sofá de cuero para unas cinco personas, una mesa baja justo enfrente donde
dejo la botella y una televisión junto con seis micrófonos a su lado. Sin
haberme dado cuenta uno de los hombres trae tres vasos de chupito y un par de
botellas de soju. Nos sentamos casi como un impulso los tres en el sofá
dejándome a mí en el medio de los dos y ponen una de las canciones para cantar
en la televisión, tan solo con la intención de que ambiente la situación que de
por sí no es incómoda. La canción que ponen sin embargo no es algo al azar.
Está premeditada. San—e Body lenguaje. Una melodía sexy y caliente que les
entonará para que sus miembros flácidos endurezcan hasta el límite de la edad
que tienen encima. Yo rescato la botella
de la mesa y vuelvo a beber de ella pero uno de los hombres me la quita de la
boca haciendo que un poco del vertido caiga sobre mi camisa. Yo le miro
frunciendo el ceño pero me extiende uno de los vasos de chupito, el cual miro
con una radiante sonrisa en los labios.
Junto con los otros dos en la mesa nos sirve
soju y me llevo el vaso a los labios frunciendo el ceño cuando cae a través de
mi garganta. Acostumbrado al sabor ácido del vodka este amargor me hace sentir
ahogado y toso mientras uno de los hombres ríe y el otro se muerde el labio
inferior. Pongo de nuevo, una vez me recupero de la tos, sobre la mesa y vuelve
a llenármelo para volver a perderse el líquido en mis labios. Este segundo
chupito entra mejor y me dejo caer sobre el respaldo del sofá cerrando los ojos
y mordiéndome el labio inferior por la sensación de calma que me provoca la
ebriedad en mi cuerpo. Es una dulce sensación de paz que no conseguí alcanzar
ayer en la noche. Hoy sin embargo se me muestra tan lejana la posibilidad de
salir del dolor que incluso me adapto dentro del rendimiento.
Unos labios llegan a posarse en mi cuello. Los
labios de alguien que no se ha afeitado por días, con un olor amargo del sudor
de varias horas parloteando sin sentido. Me dejo acariciar por ellos y agarro
de nuevo la botella en la mesa para darle otro trago. Me dejo la botella cerca
de mi regazo mientras el hombre al otro lado comienza a acariciar mi pierna. Su
mano se siente temblorosa, pero apenas llego a percibir su tacto. Me siento lo
suficientemente atontado como para pensar que no existe tal contacto y llegar a
créemelo. Río fingiendo diversión, me muerdo el labio fingiendo placer. La mano
sobre mi pierna recorre la longitud de esta hasta llegar a mi bragueta sobre el
pantalón y baja la cremallera de este para internar su mano dentro y rebuscar
mi pene por alguna aparte. Lo encuentra dormido, hecho un bulto bajo mis
calzoncillos. Lo rodea con su mano y comienza a apretar haciéndome gemir,
incómodo. No es incomodidad lo que él percibe, sino placer y eso es suficiente
esfuerzo para mí.
Su mano libre la lleva a los botones de mi
camisa y comienza a desabrochar primero el que está oculto debajo del nudo de
la corbata y después el siguiente, y el siguiente. No es hasta que termina con
el cuarto que no soy consciente del golpe que alguien acaba de producir en
alguna parte. Ambos dos hombres detienen todos sus movimientos y yo aprieto los
ojos para que esa sensación no desaparezca, la de la completa quietud de sus
manos. Me hace pensar que mi mente ha superado todo límite de realidad y
realmente puedo abstraerme de mi cuerpo, pero cuando abro los ojos encuentro en
un rostro conocido la causa del desconcierto de los dos hombres a mi lado.
—¡Jeon JungKook! –Grita Jimin con intensidad
mientras me señala con un dedo acusador. Yo me incorporo de un salto dejando
caer la botella de vodka al suelo, vertiendo todo su líquido rosado alrededor.
Me siento perdido, desorientado, como en un confuso sueño. Las alucinaciones
que llega a producir mi mente son demasiado realistas, demasiado aterradoras.
Sus ojos impactados por la escena que acaba de presenciar y sus manos
temblorosas por una ira que le veo subir a través de su camisa, empapado su
rostro en un rojo intenso, son tan vivaces. Podría llorar en este mismo instante
pero aun me dura la perplejidad de su entrada. Antes de que ninguno de los dos
podamos decir nada más uno de los hombros que estaba sobándome sale en mi
defensa como el mejor protector.
—¿Quién diablos eres tú y cómo te atreves a
irrumpir de esta forma? –Pregunta tremendamente altivo, caminando en dirección
a Jimin con la barbilla en alto, mostrándome con la necesidad de respeto pero
Jimin sonríe con esa sonrisa sarcástica que me ha estado torturando por horas.
—¿Qué quién soy yo? ¡Y a ti que carajos te
importa, pedófilo baboso! –Le grita a la cara con la mandíbula apretada pero
antes de que el otro pueda contestarle, el puño de Jimin se estampa en la cara
de ese hombre produciendo un ruido que me hace dar un respingo. Abro los ojos
despejando la borrosidad producida por el alcohol. Definitivamente acabo de
despertar de mi ensoñación.
El segundo hombre sale en salvación del
primero, que ha caído al suelo sujetándose el rostro con cuidado, sangrando de
su nariz y labio superior.
—¿Qué haces, muchacho? –Le pregunta
terriblemente enfadado y desorientado, con la misma entonación que el primero
pero lo que recibe nos es mucho mejor. Jimin le empuja y cae de espaldas sobre
la mesa rompiendo las botellas y los vasos con su espalda. El sonido de los
cristales reverbera por toda la estancia y yo me aparto llevándome las manos a
los labios, nervioso. Jimin acude a mi lado y lleva sus manos a mis muñecas
para apartarlas de mis labios. Mis ojos comienzan a picar.
—¿Qué haces aquí? –Le pregunto, nervioso—. Si
mi padre te ve…
—¡Vámonos! –Me dice en tono soñador—. He venido
a rescatarte, ¿no es lo que querías?
—Me has seguido…
—Sí, te he seguido durante horas. Deseaba poder
acercarme a ti, deseaba poder sacarte de esta, siento llegar tarde…
—Has llegado en el momento adecuado. –Digo y
sonrío, con lo que él sonríe conmigo.
—Vámonos lejos, JungKookie. Lejos, donde nadie
nos encuentre. Donde no tengas que volver a pasar por esto. –Asiento casi de
forma inconsciente, animado con sus esperanzadoras palabras. Me besa, en un sello
simple y cariñoso. Podremos darnos muchos más y no pensamos en ello. Salimos
por la puerta dejando a esos hombres tras nosotros, desorientados en medio del
revuelo de la habitación. Su mano aferrando la mía es todo lo que necesito para
salir adelante, pero la realidad siempre estará ahí, para recordarnos que huir
nunca es una salida a los problemas.
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