HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 17
CAPÍTULO 17
JungKook POV:
Camino con las manos dentro de los bolsillos de
mi abrigo con una expresión desazonada. Mirando alrededor como si buscase fuera
de mí el origen de mi remordimiento pero es en realidad en mi interior donde
encuentro todo lo pútrido que hay en mí. No me reconozco en mis actos pero
sería mentira si dijese que me reconocería de negarme a ir a casa del señor
Wan. ¿Acaso tengo el valor? Parece que eso tampoco lo encuentro y me gustaría
saber dónde diablos se encuentra la solución a mi problema. Me gustaría
encontrar la salida a este sistema tan complejo de autocompasión y dolor
físico. Si no le tuviese tanto rencor al dolor físico me autolesionaría,
seguro, pero solo de pensar que yo también flagelo mi cuerpo sería aún más
intensa la espiral de pena y dolor. Me gustaría dar media vuelta y volver a
casa. Me gustaría salir corriendo lejos, sin saber a dónde ir. Me gustarían
muchas cosas pero ninguna de ellas es viable y de veras que quiero algo de lo
que me planteo pero necesito valor. Necesito a Jimin conmigo.
La calle alrededor está bullente de personas
pero a medida que me acerco a la urbanización con chalets donde vive el señor
Wan voy viendo menos personas alrededor. He no me ha traído ningún chofer
porque he preferido venir andando, para despejar mi mente con estímulos
externos, pero me temo que no ha funcionado tan bien como yo esperaba, al
contrario, me he abstraído de tal forma que antes de darme cuenta me encuentro frente
a la puerta del chalet en donde el señor Wan vive y veo las luces del interior
dadas a pesar de que aún quedan varios minutos de luz natural. No muchos, ya
empieza el sol a esconderse y tal como llega la noche, mi nerviosismo aparece
en mi cuerpo y me siento poco a poco más convencido de que no debería estar
aquí. Lo que pueda pasar es impredecible, lo que me pueda encontrar dentro,
rezo a Dios, no sea nada que pueda dejarme un recuerdo fisiológico.
Cuando me acerco a la puerta toco el timbre y
suena un chirriante sonido que vuelve mi estómago del revés. Retrocedo un paso
y oigo unos pasos acercarse. A cada lado de la puerta hay dos ventanales de
cristales opacos que muestran como alguien da la luz del recibidor, una luz
anaranjada, y oigo los pasos detenerse justo delante de la puerta, al otro lado
de donde estoy yo. Meto de nuevo las manos en mi abrigo negro y aprieto mi
mandíbula, más temeroso que nervioso. La puerta cede ante el movimiento de la
mano del hombre en el interior y me sorprende el propio señor Wan con una
asquerosa sonrisa que me sienta como una bofetada en el rostro, una punzada en
mis más desagradables recuerdos. Yo me inclino con una reverencia respetuosa
pero él ríe con una voz degenerada, putrefacta. Al incorporarme me encuentro con
sus ojos mirándome de arriba abajo y me incita a pasar pero yo niego con el
rostro.
—No es necesario, solo vine a pedirle disculpas
por mi comportamiento… —No me deja terminar.
—Nah, aquí no. –Señala de nuevo dentro—. ¿No
quieres una copa? ¿Algo de beber?
—No, señor. Muchas gracias. –Digo amable
tragándome mi maldito orgullo que quema como ácido sulfúrico.
—Pasa, muchacho. –Insiste y me coge del brazo
obligándome a entrar dentro. Sus palabras son amables, pero en la fuerza de su
mano deteniéndose sobre mi brazo me demuestra sus verdaderas intenciones y yo
camino al interior dejándome rodear por el color beige de la entrada. En el
recibidor encuentro dos copias de cuadros renacentistas, a mi derecha, una
réplica un tanto desmejorada de La Última Cena de Da Vinci*, y a mi derecha, El
bautismo de Cristo, del mismo autor. El señor Wan se me queda mirando en la
forma en que yo miro los cuadros y al ponerse a mi lado al caminar hacia el
salón me habla, aun con la mano sobre mi brazo—. No soy religioso, a pesar de
lo que pueda aparentar esta casa… —Suspira.
—Lo sé. No hace falta ser católico para
apreciar los cuadros de Da Vinci o los frescos de Miguel Ángel*.
—Que listo, el muchacho. —Se regodea y cuando
estamos en el salón me deja en medio. Es un salón que logra tener un color
anaranjado beige por las lámparas alrededor. Los muebles, de madera oscura,
contrastan bien con las paredes y los sofás, repartidos los dos por el centro,
del mismo color que las propias paredes. El señor Wan se acerca a uno de los
muebles en donde puedo ver a través de las vitrinas, unas cuantas botellas de
licor. Saca una de las botellas que por el color y la textura parece ser algo
como ron o whiskey y se sirve una pequeña copa sin hielo. Me la extiende desde
la distancia preguntándome si quiero una pero yo niego con el rostro y una
mano. Esto le hace encogerse de hombros y se la bebe de un trago, con un
fruncimiento de ceño y un gemido después al tragarla. No creo que sea tan
doloroso como mi propia saliva a través del nudo de mi garganta.
Cuando el señor termina de beber vuelve a dejar
todo en su sitio y se encamina a uno de los sofás, sentándose con un suspiro y
palmea el lugar a su lado, con insistencia y una mirada lujuriosa y pícara. Yo
niego con el rostro.
—Señor, he venido a pedirle disculpas. –Reitero—.
A nada más, tengo cosas que hacer…
—¿Tienes a otro a quien chupársela? –Pregunta y
yo suspiro cargándome de paciencia mientras miro al suelo y niego con el
rostro.
—Siento mi comportamiento del otro día, de
veras. No sé que me sucedió, lo siento. –Me humillo, con voz tranquila y
humilde. El señor Wan suspira.
—Aish, muchacho… te portaste mal…
—Lo sé, disculpe.
—Una disculpa tiene que ser algo más
sustancioso, ¿no te parece? –Pregunta y vuelve a palmear a su lado en el sofá.
Yo niego con el rostro y aprieto mis manos en puños, que destenso al instante
en que veo aparecer a un hombre de un cuarto al lado del salón. Otro aparece
por el pasillo por el que he llegado a mi espalda. Yo miro a ambos lados pero
el señor Wan no parece darse cuenta de la presencia de esas personas, o más
bien, sabía que estaban ahí y no se sorprende de su repentina aparición. Un
occidental calvo, dos cabezas más alto que yo y un coreano con la espalda de
dos metros y otros dos de altura. Ambos comienzan a internarse en el salón y yo
me muerdo el labio inferior con fuerza esperando una clase de explicación al
respecto, pero nada. El señor Wan se cruza de piernas en el sofá y sigue
hablando—. Tu padre y yo hemos llegado a la conclusión de que estás muy
perdido… Jeon. No eres bueno para la empresa ni para mí.
—¿Qué es esto? –Pregunto, retrocediendo a
ninguna parte porque todas las salidas las bloquean los armarios vestidos de
traje que acaban de entrar en el salón.
—Esto es una mera reprimenda, para que aprecies
el trabajo que tienes y la posición social en la que estás. Así aprenderás a
tratar mejor a los amigos de tu padre…
Y tras eso, un mero gesto de su mano como una
expresión de desentenderse de la situación y los dos hombres comienzan a
acercarse lentamente hasta mí. A mí me parece algo tremendamente lento pero
probablemente apenas son dos segundos. Uno de ellos me coge por un brazo y me sujeta
con fuerza mientras el otro me tantea golpeando en el vientre a lo yo me encojo
en mi mismo aun sujeto por el brazo y agacho mi cabeza, escondiendo mi rostro
de toda visibilidad, pero el mismo hombre me golpea en el rostro haciéndome
ascenderlo y sentir un intenso dolor en algún lugar dentro de mi cráneo. Es en
mi mandíbula donde ha golpeado y ya siento como me reverbera el dolor por todo
el cuerpo. Ante la impotencia del dolor comienzo a revolverme entre gemidos
lastimeros y pateo los testículos del hombre que me ha golpeado haciéndole
encogerse en sí mismo pero el que aun me sujeta me retuerce el brazo hasta mi
espalda y al inclinarme me pega un rodillazo en el rostro.
Caigo al suelo con un golpe seco y siento que
me suelta pero ya no importa, me veo rodeado por sus cuerpos, uno pateándome en
el vientre y el otro, el cráneo. Siento una punzada en mis costillas, otra en
uno de mis ojos, justo sobre el pómulo. El dolor me deja ciego momentáneamente
pero antes de recuperar la visibilidad prefiero mantener los ojos cerrados y
conservar al menos la oscuridad como protección. Uno de los puntapiés sobre mi
rostro parte mi labio y me giro junto con el golpe abriendo mi boca y dejando
caer un hilo de sangre de entre mis labios. Toso junto con otro golpe en mi pecho
y gimo dolorido, llevándome las manos alrededor de mi parte delantera para que
no vuelvan a golpearme en el mismo sitio. La respuesta es golpearme en la
cabeza y en los brazos protegiéndome. Uno de mis brazos en la cabeza y otro en
el vientre acaban por no ser suficiente protección y de uno de los últimos
puntapiés comienzo a verlo todo negro. Ya no veo el color de la sangre
manchando las mangas de mi camisa ni el suelo alrededor. El dolor es tan
intenso que me dejaría llevar por él solo con la intención de perderme en una
dolorosa muerte pero antes de eso solo veo la punta de un zapato negro cernirse
sorbe mi cabeza y después, todo se vuelve oscuro.
———.———
*Leonardo da Vinci (Leonardo di ser Piero da Vinci) (Vinci, 15 de
abril de 1452 — Amboise, 2 de mayo de 1519) fue un polímata florentino del
Renacimiento italiano. Fue a la vez pintor, anatomista, arquitecto,
paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo,
ingeniero, inventor, músico, poeta yurbanista. Murió acompañado de Francesco
Melzi, a quien legó sus proyectos, diseños y pinturas. Tras pasar su infancia
en su ciudad natal, Leonardo estudió con el célebre pintor florentino Andrea de
Verrocchio. Sus primeros trabajos de importancia fueron creados en Milán al
servicio del duque Ludovico Sforza. Trabajó a continuación en Roma, Bolonia y
Venecia, y pasó los últimos años de su vida en Francia, por invitación del rey
Francisco I.
*La última cena (en
italiano: Il cenacolo o L’ultima cena) es una pintura mural original de Leonardo
da Vinci ejecutada entre 1495 y 1497. Se encuentra en la pared sobre la que
se pintó originariamente, en el refectorio del convento dominico de Santa Maria
delle Grazie, en Milán (Italia), declarado Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco en 1980. La pintura fue elaborada para su patrón, el duque Ludovico
Sforza de Milán. No es un fresco tradicional, sino un mural ejecutado al temple
y óleo sobre dos capas de preparación de yeso extendidas sobre enlucido. Mide
460 cm de alto por 880 cm de ancho. Muchos expertos e historiadores del arte
consideran La última cena como una de las mejores obras pictóricas del mundo.
*El bautismo de Cristo (en italiano, Battesimo di Cristo), es un cuadro del taller del pintor
renacentista italiano Verrocchio, algunas de cuyas partes se atribuyen a
Leonardo da Vinci. Está realizado al óleo y temple sobre tabla. Mide 177 cm de
alto y 171 cm de ancho (151 cm según otras fuentes). Fue pintado hacia 1475—1478,
encontrándose actualmente en la Galería de los Uffizi, Florencia (Italia).
*Michelangelo Buonarroti (Caprese, 6 de marzo de 1475 — Roma, 18 de
febrero de 1564), conocido en español como Miguel Ángel, fue un arquitecto,
escultor y pintor italiano renacentista, considerado uno de los más grandes
artistas de la historia tanto por sus esculturas como por sus pinturas y obra
arquitectónica. Desarrolló su labor
artística a lo largo de más de setenta años entre Florencia y Roma, que era
donde vivían sus grandes mecenas, la familia Médici de Florencia y los
diferentes papas romanos.
Comentarios
Publicar un comentario