HEREDEROS (JiKook) [PARTE II] - Capítulo 14
CAPÍTULO 14
JungKook POV:
La copa de whiskey en mi mano se mueve haciendo
tintinear los hielos en su interior. Me muerdo el labio mientras miro
alrededor, esperando por el señor Wan en el bar del hotel en el que me hemos
quedado. El olor en el ambiente es un olor fuerte a puros y whiskey barato. A
sudor corporal y a una degradada condensación del humo en el aire. A mi
alrededor solo encuentro a personas adultas, sobrepasando los cuarenta años,
los cuales algunos me miran con curiosidad de saber que hace un chico de 25 en
el bar de un hotel como este a solas. Es un hotel algo apartado del centro de
Seúl. La sensación de miedo comienza a embriagarme a cada trago de la bebida
que se cuela por mi garganta. Esperaba que el alcohol suavizase esa agria
sensación pero no hace sino aumentarla con una efervescencia tenebrosa.
Trago duro mientras vuelvo a echar una mirada
alrededor. La puerta de entrada está frente a mí mientras que el pasillo para
conducirse a las habitaciones está dándome la espalda. No es casualidad, me he
sentado de forma que no quiero ver el camino porque el que me voy a dirigir más
tarde. Prefiero mirar de cara al enemigo nada más llegar. Desde mi posición
puedo ver la muerta entrada, es una puerta de cristal que da a un exterior
oscuro como la boca del lobo. Apenas veo transeúntes caminar alrededor y menos
que se atreva a entrar. No es solo el precio de las habitaciones y al parecer
de las consumiciones, sino el propio lugar tal vez sea mi situación, pero de
veras que no voy a volver a pisar este lugar si puedo evitarlo y menos
consciente.
Una mano posándose sobre mi hombro me hace dar
un respingo en el que giro mi rostro para ver al señor Wan aparecer desde mi
espalda. Yo frunzo el ceño mirando de reojo la puerta, por la que no le he
visto aparecer y él me muestra una sonrisa cómplice de lo que vamos a hacer.
Pareciera que ya no recuerda que la primera vez que me pidió algo me rechacé,
pero sí parece tener presente que cedí sumisamente cuando mi padre me obligó a
ello. Frunzo el ceño correspondiéndole en una educada reverencia y me estrecha
la mano, con confianza. Después me aparta el Whiskey de la mesa cuando voy a
terminármelo y niega con el rostro, junto con una sonrisa condescendiente.
—No bebas más. Vamos, acompáñame, muchacho… —Dice
mientras comienza a caminar hasta las escaleras y yo le sigo, un paso detrás.
No parece darle confianza que no pueda verme así que me espera y se pone a mi
lado mientras subimos hasta uno de los últimos pisos de los siete que este
hotel tiene. Subimos en un incómodo silencio que él rompe con una expresión
divertida—. He estado preparando la habitación para nosotros. ¿Llevas mucho
tiempo esperando?
—Unos ocho minutos. –Digo a lo que él no dice
nada y sigue caminando. Llegamos a una de las últimas plantas y nos encaminamos
a una de las habitaciones en concreto, rodeándonos del incómodo silencio de
antes. Me abre la puerta para que yo pase primero y me sorprendo al ver una
vulgar habitación de hotel como cualquier otra, sin embargo, en medio del
espacio vacío del centro, una cuerda cuelga enganchada desde el techo. Hay una
argolla atornillada al techo y por esta pasa una cuerda dejando sus dos
extremos en manos de la gravedad. Cuando cierra detrás de mí me hace dar un
respingo del sonido de la puerta al cerniese y me muerdo el labio inferior con
las manos comenzando a temblar. Él camina alrededor y se detiene en un punto
donde pueda ver mi rostro. Me analiza con cuidado y después me sonríe, con
cinismo.
—Desnúdate. –Me pide con frialdad y yo me quedo
un tanto paralizado, consciente de que tengo que obedecer, pero terriblemente
acongojado. Con un suspiro inaudible me quito la americana sobre mis hombros, y
después la corbata. Lo hago despacio a un ritmo nada atrevido que pueda mostrar
cualquier necesidad o excitación. Es más, me siento ir demasiado rápido para lo
que desearía hacer, pero sus ojos impacientes me miran de arriba abajo mientras
juguetea con la cuerda colgando del techo. Cuando me he quedado en ropa
interior arruga su nariz y me mira, desafiante—. ¿Me veo idiota? Toda la ropa.
–Remarca lo que yo me quito también la ropa interior y me desplazo hasta donde
él me indica con un dedo huesudo y arrugado.
Cuando me encuentro a su vera se relame
mirándome de arriba abajo y comienza a pasar una de sus manos primero por los
hombros, después por mi pecho y yo cierro los ojos no queriendo ver sus
expresiones al recorrerme con su mirada. Sus dedos se dirigen a mi vientre y
después a mi trasero, apretándome con fuerza y atrayéndome hacia él, para
plantar un beso sobre mis labios. Yo devuelvo el beso un tanto tembloroso
porque sé que esto será lo más dulce que va a hacerme. Cuando corta el beso me
coge ambas muñecas y las lleva a un extremo de la cuerda que cuelga desde el
techo y las anuda con fuerza, con conocimiento. Sabe como inmovilizarme con ellas
y cuando las tiene bien sujetas se dirige al otro extremo estirando de él para
hacer que mis muecas se alcen y me vea con mis brazos hacia arriba y las
muñecas inmovilizadas colgando desde la nada. El otro extremo libre lo lleva a
algún punto de la pared y lo anuda ahí, impidiéndome bajar los brazos. Es
simple, pero eficaz. Me ha inmovilizado con tan solo una cuerda.
—Quédate quieto, ¿hum? Y no grites muy alto o
tendré que taparte la boca. ¿Sí? –Asiento, sumiso a sus peticiones y se segura
de que la cuerda estén bien tensa, haciéndome levantar un poco más los brazos,
hasta tenerme sin los talones apoyados en el suelo. Queda detrás de mí, en
silencio.
Este es el silencio que más temo de todos,
porque no puedo verle. Le oigo desabrocharse el cinturón que trae puesto y
después, el sonido de la hebilla metálica moverse. Cierro los ojos y respiro
con tranquilidad, mentalizándome de lo que va a venir a continuación. El primer
golpe llega haciéndome poner de puntillas al sentir el dolor recorrerme como
una fuerte corriente de electricidad. Siento uno de mis cachetes dolorido. Ha
estampado la hebilla del cinturón sobre él con una fuerza brutal. En el primer
golpe me trago el grito que he estado a punto de soltar apretando mi mandíbula,
pero en el segundo le veo coger carrerilla de reojo y eso me hace gritar casi
incluso antes de que me golpee, en el otro cachete. Aprieto mis manos enredadas
por la cuerda, tiro de ella, pero no cede. Tenso todo mi cuerpo pero el dolor
sigue ahí, impactando contra mí, como una fuerte ola que me derriba y me
sumerge, arrastrándome hasta las profundidades.
—¿Te gusta? –Pregunta y realmente no sé qué
contestar. Sigo en shock por el dolor haciendo temblar mis piernas. Quiero
negar pero asiento aun gimiendo dolorido—. Muy bien, bebé. –Su mano se dirige a
estrujar uno de mis dos cachetes y siento la zona en que me ha golpeado
dolorida, irritada. Me siento temblar cuando me palmea el trasero y dirige dos
de sus dedos a palpar mi entrada en algún lugar entre mis dos cachetes
doloridos. Cuando la encuentra se separa de mí y ríe por la nariz a medida que
yo intento agarrarme con más fuerzas a las cuerdas sobre mí, sabiendo que viene
otro golpe. Esta vez golpea mis muslos. Después regresa a mis glúteos y una
última en medio de mi espalda. Esta me hace gritar bien alto.
—¡AH! ¡Duele! –Me quejo revolviéndome pero él
no parece querer ceder y vuelve a golpearme en el mismo lugar, por haberme
quejado—. ¡Para por favor! –Le suplico a lo que él no escucha.
—Vamos putita, tienes que estar acostumbrado ya
a estas cosas. –Dice con voz juguetona en lo que pasa la correa por mi cuello y
me aprieta ahí haciéndome curvar mi espalda. Me silencia con eso lo suficiente
como para palmear con su mano sobre mis heridas. Cuando ha recorrido todas y
cada una lleva su mano a mi pene y aprieta allí con sonrisa apoyada en mi
hombro.
—¡Agg! –Me quejo, más temeroso que dolorido por
su mano cerniéndose sobre mi entrepierna.
—¿Te gusta? –Me muerdo los labios por no
contéstale nada y la falta de una respuesta le lleva a apretar con más fuerza a
lo que asiento, nervioso.
—¡Sí! me gusta, me gusta de veras…
—Que bien. –Separa su mano para soltar también
la correa de mi cuello y se separa de mí para volver a golpearme con la hebilla
del cinturón en mis glúteos—. Vamos, dime. –Habla—. ¿Qué eres? Una puta.
–Asiento mientras siento espasmos por el dolor—. Debes chuparlas tan bien… —No
contesto—. Se tienen que derretir en tu boca. ¿Verdad?
—¡Ah! ¡AUCH!
—Eres el mejor puto que me he encontrado. –Sus
palabras comienzan a hacerme sentir enfermo. Me agarro con fuerza a la cuerda e
intento no escucharle, pero su voz sobresale de entre los golpes en mi piel—.
Vas a quedar marcado como mi propiedad, muchacho. Puto asqueroso. –Vuelve a
golpearme en mi espalda baja—. Voy a golpearte hasta que sangres. Hasta que
suplique. –Sigue con sus golpes alrededor de cinco eternos minutos que a mí me
parecen horas y debe haber cumplido su objetivo de que sangre porque se detiene
con una sonrisa satisfecha. Un par de lágrimas han corrido por mis mejillas y
siento la espalda y los glúteos entumecidos. Mis muñecas están enrojecidas y en
partes, con la piel pelada, por lo áspero de la cuerda alrededor. Por mis
tirones, por lo apretadas que están.
Rodea alrededor de mi cuerpo con el cinturón de
la mano y me mira, sonriente. Yo levanto el rostro solo para mirar su expresión
y vuelvo a bajar la mirada aun con mis brazos en altos. Conduce una de sus
manos a través de mi pecho y realmente temo que comience a agredirme por la
parte delantera, pero no parece esa su intención. Su camino termina en mi
dormido pene y me toquetea, con una tranquilidad pasmosa, tan solo esperando mi
reacción. Yo le miro directamente, confuso por su repentino cuidado y se lleva
la mano a la boca para escupirse en ella con una mueca seria y devuelve su mano
a mi pene, para masturbarme. La sensación de repulsión es máxima y no puedo ya
aguantar un segundo más.
—No me toques. –Murmullo a lo que él me mira,
directamente a los ojos pero sin dejar de masturbarme. El sonido de su saliva
alrededor de mi pene me está haciendo sentir náuseas y grito con más fuerza
para que me oiga con intensidad—. ¡He dicho que no me toques! Viejo decrépito.
–Su expresión de asombro se vuelve una de miedo cuando levanto una de mis
piernas y le empujo con ella haciéndole retroceder y perder el equilibrio
cuando choca con la cama. Se le cae el cinturón de la mano y queda en el suelo
a sus pies. Yo me debato en quitarme la cuerda de las muñecas mientras miro de
reojo su reacción. Al principio se ha quedado paralizado por la sorpresa, pero
unos segundos más tarde retoma su cinturón en el suelo y torna su expresión a
una seria y desafiante. Ofendida, totalmente enfadada. Yo no consigo librarme
de las cuerdas a tiempo y, cinturón en mano, me golpea en el rostro haciéndome voltearlo
con la dirección en que me ha golpeado. Me deja la marca de la hebilla sobre mi
mejilla y me quedo quieto, inerte unos segundos, tabaleándome sostenido aún por
la cuerda. Ambos nos miramos a los ojos. Los míos enjuagados en lágrimas y los
suyos inyectados en sangre.
—No quería ser cruel contigo. –Murmura—. Pero
te aseguro que no vas a salir de aquí con una sola parte del cuerpo sin marcar…
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