HEREDEROS (JiKooK) [PARTE II] - Capítulo 12
CAPÍTULO 12
JungKook POV:
La noche ha caído sobre el cielo de Nueva York.
La sucesión de luces en los edificios es una escena digna de ver y alrededor se
puede escuchar el sonido de las personas yendo de un lugar a otro. Miro a
través de la ventana y pienso. “la
ciudad que no duerme” y es cierto. Pareciera que incluso ahora hay mucho más
movimiento que en la mañana pero tan solo es una percepción subjetiva. Con un
cigarro en los labios y la ventana abierta le doy la última calada y respiro
fuertemente el aire alrededor. Cuando mis pulmones no pueden más y he contenido
sufrientemente el humo, lo dejo escapar y sale en perfectas ondulaciones por la
ventana. Tiro la colilla y cierro la ventana para recibir la voz de Jimin
dejando una manta sobre el sofá.
—¿Anoche pasaste frío? –Pregunta a lo que yo
niego con el rostro y él me sonríe amable como respuesta a mi negación—. Igual
te dejo otra manta por si acaso. En esta casa a veces hace frío.
—Muchas gracias por dejarme dormir aquí. –Digo
como si fuera la primera noche—. Y perdóname una vez más.
—No hay nada que perdonar. –Me señala el sofá—.
Vamos, a dormir.
—Antes voy al baño a orinar y a lavarme los
dientes. –Le digo mientras dejo mi pijama sobre el sofá y camino hasta el baño
para internarme dentro y cerrar detrás de mí. En mi mente permanece la sonrisa
de Jimin y su dulce mirada agradeciendo mis palabras. Saco de mi neceser el
cepillo de dientes y me lavo los dientes mirándome de vez en cuando en el
reflejo del espejo. Después orino y salgo subiéndome la cremallera de los
pantalones mientras busco con la mirada a Jimin alrededor. No lo encuentro pero
me sorprenden unos susurros dirigidos desde su cuarto con las puertas cerradas.
Tan solo queda la rendija entre ambas puertas por las que cuelo mi mirada para
descubrirle aún con la ropa de calle, de espalda a mí, y con el teléfono en su
oreja. Su voz sobresale y no puedo evitar escucharla con una mueca de confusión.
Al principio no le doy mucha importancia, parece una mera conversación de
trabajo, hasta que oigo mi nombre desde el sonido de su voz.
—Jungkook no lo sabe. No al menos por mí. –Me
quedo paralizado y me quedo detrás de una de la puerta donde no pueda verme y
entrecierro los ojos, concentrándome en las palabras de Jimin—. Claro que yo no
tengo nada que ver con esto. ¿No confía en mí? –Una pausa—. Yo no le he
invitado a que venga aquí, señor. Se lo prometo. –Su voz comienza a ser más
temblorosa—. Sí, he intentado convencerle de que coja el vuelo más próximo. Le
prometo que mañana le tendrá de vuelta. Se lo aseguro. Sí, se lo prometo. –De
nuevo una pausa—. Yo estoy aquí, señor, espero que usted cumpla su parte del
trato. Claro que le creo, pero solo estoy mirando por él. –Pausa—. Me prometió
que no le haría nada malo, señor. Claro que le quiero, pero esa no es la
cuestión… —Pausa—. Su hijo es un chico muy inteligente, estoy haciendo
malabares con las palabras para que no descubra lo retorcido que es su padre,
¿acaso cree que me gusta tenerle aquí? Solo quiero que regrese a Seúl, a su
casa. –Un suspiro de su parte—. He dejado todo lo que me ataba a mi país solo
por el cuidado de su hijo, por favor, cuídele. Adiós.
Jimin cuelga la llamada y yo me quedo tras la
puerta, paralizado. Con los labios entreabiertos, incrédulo, abro y cierro mis
manos tornándolas puños. La realidad se presenta ante mí como una losa sobre mi
espalda, como un buen puñetazo que me haga caer de espaldas al suelo. El dolor
que comienza a impregnar mi cuerpo es un retorcido odio que creía desaparecido,
pero al mirarle a los ojos, no lo reconozco. Es una impotencia suprema, algo a
lo que aun no le he podido poner nombre. Tiene el rostro de mi padre y la
frialdad de un disparo en medio del pecho. La sangre brotando a borbotones, mi
alma esparciéndose en el asfalto. Muero lentamente pero no muero, duele, pero
sigo en pie, temblando, confuso, desazonado. No es hasta este momento que no me
doy cuenta que no importa lo lejos que me vaya, nunca podría tener las riendas
de mi vida, porque no me pertenecen. Ni de mi alma, ni de mi cuerpo. La única
libertad que me queda es la de amar y aun así, siento que el amor es la más
dulce esclavización.
Con un largo y endeble suspiro llevo mi mano
hasta una de las puertas de su cuarto y tiro de ella para abrirla, a lo que él
se sorprende y se gira con una amable sonrisa que yo le devuelvo. Le veo
esconder el móvil por alguna parte, como si no tuviese importancia y me mira de
arriba abajo.
—¿Ya has salido del baño? Yo ya me voy a
dormir…
—Jimin… —Suspiro sin poder decir nada más y veo
en su rostro la confusión por el momento que acaba de vivir. Puedo leer en su
rostro que pueda temer que yo haya escuchado algo de lo que ha hablado pero yo
le quito importancia a la situación sonriendo vergonzosamente—. Siempre he sido
un egoísta, ¿sabes? Siempre he mirado por mi mismo antes que por los demás.
Pero me he cansado de fingir humildad. Nadie piensa en mí, es hora de que
alguien lo haga. Voy a ser egoísta por hoy. –Él frunce su ceño sin entender
nada y yo cojo aire—. Es egoísta por mi parte decir esto a estas alturas, pero
no puedo soportarlo más, Jimin. Te amo. Estoy enamorado de ti y me duele como
el infierno que no lo sepas.
Cuando termino de hablar pasan al menos veinte
segundos hasta que él rompe su expresión incrédula en una rota de dolor. Se
lleva la mano sobre los labios y cierra los ojos con fuerza, con una mueca de
verdadero llanto. Me quedo parado, viendo como está a punto de llorar y camino
hasta él para agacharme y estrecharle entre mis brazos llevando una de mis
manos a su nuca y acercando su rostro al mío, ansiando un intenso beso de sus
labios temblorosos, también sedientos de mí, porque me corresponden con
violencia. Las lágrimas caen de sus ojos rodando lentamente por sus mejillas y
sentenciándose en nuestros labios. El beso se torna salado y algo más húmedo.
No me importa. Yo también he roto a llorar y le estrecho con más fuerza entre
mis brazos.
—Tu padre me amenazó. –Susurra rompiendo el
beso. Sus ojos están irritados y sus labios hinchados. Comienza a sincerarse
pero ya no es necesario—. Me dijo que si no desaparecía de tu vida haría la
tuya un infierno. Dijo que te torturaría…
—Shh… —Le chisto, con un puchero—. Ya da igual,
mi amor. No me importa. –Vuelvo a besar sus labios y él rodea mi cuello con sus
brazos, impulsándose y aterrizando en mis brazos. Camino con él hasta la cama y
una vez allí le tumbo en el medio, con cuidado, poniéndome sobre él.
—No le digas a tu padre que lo sabes… —Susurra,
acariciando el pelo en mi nuca. Deja escapar un par de lágrimas más—. No quiero
que te pase nada…
—Pensé que no me amabas. –Murmuro sobre sus
labios—. Esa ha sido la mayor tortura de todas.
—Kookie… —Susurra en un gemido y yo acabo
cediendo al brillo de la humedad de sus labios para besarle de nuevo y por
última vez antes de continuar por su mandíbula, por su cuello. Añoraba más de
lo que esperaba el olor que impregna su cuello. La textura de su piel en mis
labios, en mis dientes, bajo mi lengua. Sus gemidos lastimeros al sentirlo en
mis brazos. Puedo sentir como tiembla con cada uno de mis gestos y como yo
mismo me siento débil y sumiso ante la idea de volver a tenerle de nuevo aquí,
conmigo. Suplicando por un beso, añorando una caricia. Me deshago de su camisa
y le tiro por ahí, dejando su torso desnudo debajo de mí. La imagen tan
conocida, de la línea de su vientre, la silueta de su estrecha cintura, el
color rosado de sus pezones de nuevo a mi alcance me sobre estimula hundiéndome
en su pecho y besando sobre su tórax, sobre sus pezones, en la línea de sus
pectorales, conduciéndome despacio a su bajo vientre. Sus manos juguetean con las hebras de mi
cabello y después lleva sus uñas a mi espalda para desahogar su excitación
allí.
—Te quiero. –Murmuro bajando sus pantalones y
deshaciéndome después yo de mi camisa.
—Extrañaba oírtelo decir. –Dice con una sonrisa
mientras pasa sus manos por mi torso, mi vientre. Lleva sus dedos a mi pantalón—.
Aunque antes fuese mentira.
—Ahora te prometo que no es mentira, ni un
juego, ni un teatro. –Me dejo hacer por sus manos mientras desabrocha el botón
y baja la cremallera. Despacio. Haciéndome perder la cordura y la paciencia.
—Te amo. –Dice, en un suspiro—. Y esto siempre
ha sido verdad. –Sentencia y me quita los pantalones y la ropa interior de una.
Él termina de desvestirse igual y me tumbo sobre su cuerpo sintiendo su piel
apegada a la mía. El calor de su entrepierna rozándose con la mía, sus manos
frías recorriéndome de arriba abajo, acariciándome, cerniéndose sobre mí con
posesividad. Todo en él me hace delirar poco a poco, sumiéndome en oscuras
tinieblas de locura. El sabor de sus labios, el calor de su aliento, la mirada
brillante, llorosa, lagrimosa de sus ojos. Su pelo sobre la almohada, el perfil
de su nariz cuando gira el rostro, avergonzado. La forma de sus ojos cerrados,
su ceño fruncido con sus dientes torturando el labio interior. Llevo mi mano a
su pene y comienzo a masturbarlo con tranquilidad, oyendo sus gemidos, sus
suspiros. Su respiración que comienza a acelerarse.
—¿Te preparo? –Le pregunto a lo que él asiente
abriendo sus piernas para mí y me yergo entre estas con una sonrisa cómplice.
Él me sonríe desde la distancia con una mueca avergonzada pero yo la ignoro y
le doy tres de mis dedos para que los lama y los lubrique. Lo hace de forma
dulce y aniñada, sin perderlos de vista y jugueteando con su lengua entre mis
dedos, produciéndome un intenso escalofrío recorriéndome por la espalda. Cuando
los saco de entre sus labios nos une aún un hilo de saliva que se tome a los
centímetros de sus labios. Los llevo a su entrada e introduzco dos de los tres.
Él curva la espalda por la impresión y yo me adentro en él despacio, sin prisa,
sintiendo como sus cavidades me aplastan, sintiendo la añoranza en él.
—Hum… Kookie… —Susurra mientras cierra los ojos
y tira su cabeza hacia atrás al momento que llego con mis dedos a su próstata.
Presiono ahí con más fuerza y después me limito a expandir su entrada. Meto el
tercer dedo y con mi mano libre masturbo su pene, que comienza a estar
endurecido. Su glande está rosado, hinchado, delicioso. Lo beso inclinándome un
poco y él suelta una risa infantil que me conmueve.
—¿Listo? –Asiente pero cuando voy a recolocarme
en su entrada él se incorpora en la cama y me hace sentar con la espalda en el
cabecero apoyada. Me dejo guiar por sus gestos y cuando se sienta en mi regazo
me dejo hacer, viéndole sujetar mi pene conduciéndolo a su entrada y yo sujeto
sus caderas, para hundirme en él con cuidado. Al principio solo lograr
introducirse media longitud y salta sobre ella, pero yo apoyo mis manos en sus
caderas y le hago descender, hundiéndome por completo en él y haciéndole que
sus manos tiemblen, que todo él se vuelva frágil y delicado. Rodea mi cuello
con sus brazos y apoya su frente sobre la mía, besando de vez en cuando mis
labios. Yo le correspondo, distrayéndole del dolor y nos quedamos quietos con
su trasero sobre mi pelvis apoyado y esperando acostumbrarse.
—Kookie… —Susurra.
—Te echaba de menos. Echaba de menos esto.
—¿Follar conmigo?
—Tenerte de nuevo, mi amor.
—¿Puedo moverme? –Me pregunta, escondiéndose en
mi cuello.
—Sí. –Asiento y le ayudo a moverse hasta que
poco a poco nos sentimos de nuevo dentro de un placer desbordante. Desmesurado,
extravagante. Él es el primero en lanzar gemidos al aire, yo soy el que viene
después y solo verle botar sobre mi regazo es suficiente imagen para que los
gemidos salgan de mí sin necesidad de un estímulo físico. Un mero roce ya ha
conseguido hacerme perder todo el autocontrol y he dejado de pensar en las
consecuencias de mis actos, de los suyos, de mis palabras y de la estúpida
necesidad que tengo de mantenerle a mi lado. Una parte de mí afirma que este es
su lugar y sin embargo le tengo estrechado en mis brazos con fuerza, con
posesividad. Porque soy un niño egoísta que lo ha tenido todo menos amor y
ahora que lo he conseguido, ya no quiero otra cosa.
Ambos nos venimos en una sinfonía de dulces
gemidos que llenan la estancia. Él se corre en nuestros vientres y yo lo hago
de forma abundante en su interior. El calor de mi semen le hace temblar y yo me
dejo abrazar por sus brazos alrededor de mi cuello, besando sus hombros, sus
clavículas. Me entierro en su pecho aun sin moverme de él para besar cada
pequeña parte de su cuerpo que me queda por saborear. Cuando se levanta de mí y
se tumba al lado en la cama yo caigo a su lado y me abrazo a su cintura de
nuevo degustando la piel en su cuello. Él remolonea unos segundos, sonriente, y
después me hace mirarle a los ojos.
—No puedes quedarte aquí. –Murmura a lo que yo
le miro, tornando mi expresión un poco más seria.
—Lo sé. He de volver a casa o te buscaré
problemas.
—No quiero que los problemas te encuentren a
ti. A mí me da igual lo que me pase.
—No digas eso.
—Tienes que continuar con tu vida, tu padre me
prometió que te cuidaría.
—¿Significa que no vamos a volver a vernos?
–Pregunto, comenzando a estar asustado de su respuesta. Él se limita a
encogerse de hombros y yo siento mi garganta picar—. No puedes decirme esto. No
quiero dejarte.
—Yo tampoco. Pero la vida se nos ha presentado
así. –Suspira—. Duérmete. Ya pensaremos en algo. Por lo pronto, mañana tienes
que regresar.
—Te amo. Lo eres todo para mí. –Suspiro y beso
sus labios, hundiéndome después en el calor de su abrazo y me dejo embriagar
por su olor, por el sonido de los latidos de su corazón.
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