DE VUELTA AL CIELO (YoonMin) - Capítulo 4 [Final]

CAPÍTULO 4


YoonGi POV:

 

La cama bajo mis manos se siente suave y extraña a la vez. Me siento confuso con todo el ambiente alrededor pues es la primera vez que toco estas sábanas y sin embargo, me traen recuerdos que se me hacen demasiado dolorosos. El recuerdo de su cuerpo sobre ellas. Su hermosa anatomía cerrándose alrededor, procurando que esté cómodo, haciendo de las sábanas un revoltijos de telas de colores suaves y acaramelados en una vorágine de pequeñas mesetas y colinas por las que escalar hasta llegar al gran peso de su cuerpo que forma un recorrido a través de ella, hasta hacerlas desaparecer en su piel lechosa.

Cierro los ojos con fuerza pues el recuerdo se hace más vivo por el olor impregnado en ellas y doy gracias a dios de que me encuentro a solas en este cuarto, pues con él dentro no podría pensar con claridad, no al menos hasta haberme deshecho de la tensión en mi cuerpo. Con cortinas corridas y sumergiéndome en una semioscuridad, me he sentado sobre el borde de la cama de la habitación en la que él me ha metido mientras se calman los ánimos. No sé si lo ha hecho de forma consciente o solo ha sido un impulso por la forma en la que se han cernido los acontecimientos, pero me ha encerrado en su propio cuarto ante mi súplica porque me llevase al mío propio. Tal vez se sienta más cómodo al saber que estoy  aquí, o al pensar que nadie entrará en sus aposentos mientras sigan siendo suyos aunque yo esté en ellos.

De cualquier forma me veo en esta extraña semioscuridad por falta de luz en su cuarto, con el silencio alrededor. Llevo al menos una media hora en lo que él ha desaparecido para calmar a la gente fuera, a la gente en el propio palacio y seguramente a pedir perdón por mí a TaeHyung que seguro se ha enfadado lo suficiente como para convencer a los ángeles para que no me acepten en este lugar. Yo miro alrededor con una mueca de extraña añoranza y me levanto del borde de la cama con la única intención de pasearme alrededor no solo para hacer tiempo, sino para apaciguar ni nerviosismo y traerme a la mente más dolorosos recuerdos que consigan hundirme un poco más en mi miseria. Apenas es un espacio vacío, con un gran balcón y una balaustrada ocultos por una cortina de terciopelo. A lado de la cama no encuentro nada de importancia, nada de objetos personales, nada de baratijas ni un solo recuerdo de nada que pueda producirme añoranza. Siempre fue una persona simple y humilde. Desquitada de toda necesidad material. Desprendida de objetos personales más que lo fundamental.

Me siento al borde de la cama al lado del almohadón y toco de nuevo las sábanas a cada lado de mis piernas. De nuevo ese mismo tacto que no reconozco pero que me hace sentir nostálgico. Apoyo una de mis manos sobre el almohadón y presiono suavemente sintiendo y viendo como la tela se hunde bajo mi presión y miro alrededor, comprobando que todo sigue igual. Inclino levemente el rostro y aspiro sintiendo como todo su olor está ahí impregnado y cierro los ojos, dejando que esa esencia llegue hasta lo más hondo de mis recuerdos. Parece ayer cuando acariciaba sus cabellos, cuando él me sonreía de esa forma. Cuando me abrazaba, cuando me susurraba su amor. Cuelo mi mano bajo el almohadón siguiendo la línea de las sábanas bajo él y me topo con un contacto que me asusta y retrocedo mi mano, sobresaltado. Una textura diferente, algo extrañamente suave que me ha puesto en alerta y me hace mirar el almohadón un tanto receloso.

Con el ceño fruncido y mordiéndome el labio inferior levanto suave y lentamente el almohadón desde la esquina cercana a mí y entre la oscuridad de las sombras me topo con algo de color blanco asomando de forma puntiaguda a través del almohadón. Algo parecido a una punta de flecha pero que se prolonga a medida que avanzo. No es sino una pluma blanca. Un poco más grande del tamaño de mi mano pero suave, bien conservada, perfectamente blanca y aterciopelada. Sobresalta su color incluso sobre las sábanas acarameladas. Es impecable. Está perfectamente impoluta. La recojo con miedo entre mis manos y el contacto me hace sentir un intenso choque de adrenalina al reconocer el tacto sobre mi piel, al sentirme a mí mismo. Al reconocerme en su textura, en su color, en su forma de saludarme como un viejo amigo desechado. Es una de mis plumas. Lo era, en realidad. De mis alas muertas en el suelo. Él nunca me arrancó ninguna, nunca se habría atrevido a hacerme daño, y sin embargo, debió rescatarla poco después de que me lanzasen a la Tierra.

Un cúmulo de emociones me embarga y no sé qué sentir al respecto. Miedo, ira. Tal vez pánico y a la vez añoranza y tristeza. Quisiera llorar pero también desearía poder salir de aquí y volver a mi casa, a la Tierra. Cuánto me gustaría poder regresar a ese momento antes de que me expulsasen, cuánto desearía no haberme encontrado con él en la Tierra. No habría servido de nada evitarle igual que no sirve de nada sentir nada en este instante. ¿De qué me sirven el miedo o la tristeza por la añoranza? Esta pluma ya no forma parte de mi ser y no volverá a serlo. La desprecio tanto como desprecio a Jimin en este instante solo por guardar el recuerdo de su decisión de expulsarme del cielo, de regresarme a él por un sentimiento egoísta.

Oigo unos pasos acerarse a la puerta de la habitación y yo guardo la pluma de nuevo bajo el almohadón y regreso a sentarme en el borde de la cama que da a la puerta, de forma que parezca que no me he movido del sitio. La primera voz que escucho es la de Jimin, la segunda, de uno de los arcángeles que siempre iban con él. Reconocer su voz me hace sentir náuseas, pero la conversación se me hace más interesante aún.

—No sé cómo te has atrevido a traerle de vuelta después de todo lo que ha hecho. De todo lo que nos hizo a nosotros y a toda tu creación.

—Todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

—No lo creo. –Dice el arcángel.

—No me gusta tu actitud.

—Hay cosas que no se pueden perdonar, señor. Mandamos almas al infierno por matar, por robar… ¿cree usted que debemos salvar su alma?

—No he dicho que vaya a salvar nada. Él no necesita salvación. Ni quiere volver a ser un ángel ni creo que cambie su conducta.

—No le entiendo, señor. –Replica el arcángel—. ¿Qué espera conseguir de esto, sino? –Oigo como las voces se han parado frente a la puerta y me temo, Jimin no entrará hasta que no sentencie la charla.

—No es de tu incumbencia. Simplemente era uno de los nuestros y creo que, con el paso del tiempo, puede volver a formar parte de nuestras filas…

—¿No ha dicho que él no quiere volver a ser un ángel?

—No he dicho que forme parte de nosotros como ángel…

—Debería escucharse, señor. Sus palabras son incoherentes y no se le nota seguro de el porqué le ha traído.

—Simplemente limítate a calmar a la gente ahí fuera. No quiero que nadie cuestione mis órdenes ni tampoco que se crean que pueden hacer lo que le apetezca desobedeciéndome.

—No creo que le tengan ya miedo, señor. Ha quedado demostrado que usted es demasiado gentil y perdona cualquier falta. –Un silencio después de las palabras del arcángel me hacen imaginar el rostro de Jimin con una mueca enfurecida.

—¿Quieres ser el blanco de mi ira? –Pregunta firme y con voz fría. Incluso a mí me pone los pelos de punta—. Serás una muestra perfecta de que no hay que desobedecerme.

—La fe es muy frágil, señor. –Dice este con una voz suave, intentando ser amable de nuevo—. Solo le digo que los ángeles ahí fuera pueden malinterpretar sus gestos. Sabe que yo le apoyo en todo… —Jimin le corta.

—¿Cómo que pueden malinterpretarme?

—Tal vez le vean presa de las amenazas o los pactos de ese diablo. –Yo frunzo el ceño—. Tal vez piensen que está usted haciendo tratos con él… o… no lo sé. Señor. Tenga cuidado con lo que hace delante de los ángeles.

—Si no fuesen tan susceptibles no tendría que tener cuidado. –Sentencia Jimin con voz ruda—. No son más que una panda de malcriados hipócritas. –Dice Jimin y yo abro los ojos sorprendido por sus palabras colándose a través de la puerta y sonrío con ello. No sé si ha sido la forma de decirlo o las propias palabras pero me ha hecho sentir levemente más cálido—. Diles que a cualquiera que se le ocurra cuestionar mis acciones sufrirá el mismo castigo que todos aquellos que me traicionaron. Diles que no hay nada definitivo en esta situación y que la permanencia de Lucifer aquí no es nada permanente. ¿No han visto que lo he traído en contra de su voluntad?

—Se lo diré, señor… les diré que “Satanás” no se quedará… —Remarca mi verdadero nombre haciendo que Jimin se dé cuenta de que ya no me llamo como él me ha nombrado, pero la conversación no se queda ahí—. ¿Quiere que le diga algo a TaeHyung?

—No. Limítate a decirle lo mismo que al resto. –Sentencia Jimin y oigo unos pasos alejarse pasillo a la derecha. Después unos segundos en silencio y después la puerta se cierne ante alguien con la mano sobre el pomo y de la franja de luz que aparece de entre la puerta, aparece el rostro de Jimin con una sonrisa tímida buscándome con la mirada y encontrándome sentado en el mismo sitio que me dejó. Cuando me localiza me sonríe aún mucho más intensamente que antes pero solo puedo ver cómo me sonríe a través del perfil de su rostro roto por la luz desde su espalda y yo sonrío levemente también. Algo tímido, algo incómodo. Sentado en su cama en esta extraña situación que no podía haber imaginado hace una semana, ahora todo se me desdibuja ridículo y extraño. Sigo sin asimilar su presencia a mi lado. Sigo sin entender su comportamiento y su forma tan extraña de protegerme, pero a la vez, de juzgarme con duras palabras y acorralarme en situación tan comprometidas. Me hace sentir infantil e inmaduro, pero es él el del comportamiento ambiguo e irracional. Por una vez dejo de verlo como un ser supremo y comienzo a verlo más humano que nunca. Yo también he perdido parte de mi divinidad y me siento vacío y sucio, totalmente hueco, totalmente desvalido a la ayuda de unas manos que quieran resguardarme del frío que atenaza mi alma.

Cuando ha entrado en el cuarto cierra detrás de él y se amolda a la oscuridad para quedarse en la puerta apoyado, mirándome a través de la neblina de oscuridad que nos rodea. Si me esfuerzo, puedo distinguir sus rasgos y los puntos de luz en sus mejillas y su nariz. Puedo ver la luz en sus ojos y el brillo de su pelo rubio. Puedo ver sus dientes blancos en su infantil sonrisa y puedo sentir el miedo que me provoca el verme acorralado como una presa en una lujosa jaula y conmigo dentro, mi propio cazador. ¿Se ha encerrado conmigo para combatir? ¿Ha caído presa del propio anzuelo?

—Lucifer… —Susurra y yo frunzo el ceño a lo que no necesita más para corregirse—. YoonGi… yo…

—Lo siento… por lo de TaeHyung… —Digo apresurándome a sus palabras pero con las mías, él ríe por la nariz y comienza a acercarse a mí a pasos lentos. Al parecer mis palabras le hacen gracia.

—No me mientas. Sé que no lo sientes. –Dice divertido a lo que yo suspiro y bajo la mirada.

—Tienes razón. No lo siento. –Le digo serio y él me sonríe de forma cálida. Se acerca hasta quedar de pie a un paso de mí. Me obligo a levantar el rostro para verle y él me mira desde la altura de estar de pie. Yo bajo de nuevo la mirada, intimidado por él.

—¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué te has comportado de esa manera?

—Se lo merecía, el hijo de puta… —Murmuro pero mis palabras no parecen sentarle mal. Al contrario. No me dice nada al respecto.

—Creo que hablando, podríamos habernos entendido.

—Él te tocó. –Digo como si eso fuese excusa suficiente como para haberle descuartizado a lo que Jimin no dice nada y me veo obligado a levantar el rostro simplemente para asegurarme de que sigue ahí. Lo está, y mirándome de forma que no se descifrar. Juraría que intenta leer dentro de mi mente y mi alma pero la primera está totalmente perfecta y de la otra carezco. Yo intentaría hacer lo mismo con él pero solo el esfuerzo no me vale la pena y me limito a dejar que me mire a los ojos de forma que yo pueda ver los suyos. Tiene las mejillas levemente coloreadas de un pálido rosa que me enternece, igual que sus labios, medio abiertos.

—¿Piensas que soy alguien intocable? –Me pregunta con media sonrisa. Casi una mueca triste—. ¿Crees que necesito un guardaespaldas?

—Necesitas que te respeten. No lo hace nadie. –Le digo pero mis palabras que pretendían ofenderle, no lo hacen. Al parecer mis gestos contradicen todo sentimiento de maldad que salga de mí.

—¿También deberían golpearte a ti? Tú me tocaste… —Dice y yo le retiro la mirada.

—Eso es diferente.

—¿Por qué lo es? Me abrazaste…

—Es diferente. –Reitero pero eso no parece detenerle.

—¿Por qué lo es?

—Yo no te golpearía. –Digo y él da un paso más, casi hasta que mis rodillas chocan con sus espinillas. A los segundos, contesta a mis palabras posando sus manos sobre uno de mis cuernos.

—Sé que no lo harías. –Susurra y sus dedos delineando las vetas de mis cuernos me hacen sentir tremendamente extraño y confuso. Me recorre un escalofrío y la sola situación sintetizada en un sentimiento me provoca una desazón inconfundible. Me debato entre la realidad empírica que mis sentidos me transmiten y lo absurdo que supone que él me esté acariciando de esta manera. Debería golpearle por lo que está haciendo, debería sentirme a la vez, honrado de que lo haga. Pase lo que pase me siento furioso de su contacto y a la vez, apaciguado. Cierro los ojos y sus dedos recorren mi cuerno izquierdo desde la base hasta lo largo de su longitud. Suspiro largamente y me siento confuso con el propio sonido de mi suspiro. Mi cola detrás de mí se mueve nerviosa, pero a la vez, excitada por la emoción de este contado, de sus manos con mi nuevo yo, con el yo que ha desembocado de sus acciones. Me siento objeto, y a la vez, parte inseparable de él que no puede evitar dejar a la deriva. Tal vez sea eso. Tal vez yo sea su única propiedad material de la que no pueda desprenderse.

—Me estás acariciando. –Le digo como si no fuese algo evidente a lo que él ríe de nuevo por su nariz y baja su mano a través de mi oreja, atravesando la mandíbula hasta que lleva a mi barbilla y me hace alzarla, de forma que le mire a los ojos y pueda ver una dulce expresión victoriosa de una sonrisa un tanto incómoda.

—Lo sé. Lo estoy sintiendo. –Dice y yo sonrío levemente confuso. Él comprende mi estado de confusión y sigue acariciándome, a través del cuello, hasta mi hombro, de vuelta por mi nuca y regresa una vez más a mi cabeza, retirándome el pelo de la frente. Lo hace con cariño, con una nostalgia que le hace sonreír de vez en cuando con una mueca un tanto desazonada—. Es porque te he echado de menos. –Me dice como justificación.

—Ya veo… —Murmuro dejándome hacer y estoy a punto de llevar mi mano a él también, pero me sobrecoge el miedo y el pánico. Por lo que prefiero simplemente contenerme y cerrar los ojos disfrutando de su contacto.

—Mi pequeño angelito… —Susurra—. ¿Me has echado de menos? –Asiento, casi sin pensárselo pero de forma casi imperceptible. Me ha salido sin querer y no lo he sabido detener a tiempo. Siento su mano acariciándome con más ánimo que antes.

—No sabía que necesitaras el contacto físico para realzar la necesidad por mi ausencia. –Digo y él ríe de nuevo por la nariz.

—Yo tampoco lo sabía, pero lo necesito. –Sentencia.

—Has pasado demasiado tiempo entre humanos. –Digo y él asiente con un “hum” afirmativo.

—Tal vez sea por tu culpa. –Dice pensativo—. Me estás obligando a hacer esto…

—¿Yo? –pregunto.

—Por tu culpa me vuelvo caprichoso y arrogante.

—Arrogante fuiste siempre. –Digo sonriendo y él quita su mano sobre mi cabeza haciéndome mirarle y me devuelve una mirada recelosa—. Lo que me sorprende es tu benevolencia. –Digo y él me mira con curiosidad—. Tu gratitud hacia mí.

—Te lo he dicho. Soy caprichoso ahora.

—¿Y te has encaprichado de mí?

—Siempre lo estuve, pero ahora me veo en  la obligación de recuperarte.

—¿Solo ahora? ¿Después de tanto tiempo?

—Cuando mi egoísmo ha superado mi orgullo.

—Eso es muy peligroso… —Le digo en forma de amenaza—. La vanidad y la codicia son pecados capitales. –Canturreo a lo que él me devuelve una mirada ofendida pero sabe que es cierto y está incumpliendo a sus propias palabras.

—Tú eres el rey de ellos. Juegas con los pecados como si fueran pelotas de malabares… —Me recrimina.

—Tengo mis preferencias… —Digo con una sonrisa pícara que le hace mirarme con recelo y llevo mi mano a su cadera para acercarle a mí y hacerle dar un respingo por el contacto. Me siento todo un temerario. Un kamikaze dejándome caer al vacío. Mi mano en  la línea de sus pantalones le hace sentir incómoda y a mí, inquieto, pero mi fuerza entre mis dedos le agarra lo suficiente como para no dejarle escapar. Él tampoco lo pretende y apoyo mi nariz justo en la línea que parte su vientre. Me apoyo con sutileza y después lo hago con mi frente. Su olor me impregna el rostro, mi cabello se mueve sobre la camisa. Él ha comenzado a respirar con dificultad por la forma en que su vientre se mueve de forma acelerada. Me gusta, me enternece. Agarra con fuerza mis hombros por el éxtasis del momento y suspira largamente una vez que se ha acostumbrado a mi rostro sobre su vientre. Con mi otra mano agarro uno de sus protuberantes muslos y aprieto con fuerza, sintiéndome delirar por momentos.

—¿Tú también necesitas el contacto? –Pregunta curioso, con voz juguetona en donde no le reconozco pero yo asiento oculto en su vientre y rozo con mis labios la tela de su camisa blanca, de forma que puedo tragarme su olor, su esencia. El cuerpo me pide algo más. Mis manos no lo piensan y yo tampoco. No me dejo pensar demasiado dado que me he acostumbrado demasiado tiempo a vivir bajo mis instintos. Con una mano levanto su camisa sacándola de la cintura de su pantalón y dejo al descubierto su vientre rosado, de piel lechosa con el ombligo en medio. Hundo mis labios en su carne y se siente jodidamente bien. Me siento extasiado, delirando. Me podría deshacer en mil pedazos o mandarme de vuelta al infierno para arder entre llamas, nada hay más dulce y pecaminosa que esto y merecería la pena el resto de mi eternidad por catar su piel entre mis labios. Su respiración se agita aún más con el contacto de estos sobre él, tal vez se sientan demasiado húmedos, o demasiado fríos. No me importa. No quiero ni pensar en qué puede estar pensando sobre mí y en cómo va a reaccionar. Solo deseo con una ira arraigada en mí, devorarle. Solo eso. Someterle a todo lo que mi cuerpo me pida.

No lo cavilo por más tiempo. Abro mi mandíbula y muestro mis afilados dientes rozándolo por su piel a lo que él se sobresalta pero no hace nada más que sujetarse a mis hombros bajo su torso. Comienzo a dar pequeños mordiscos por toda su piel, oyendo sus gemidos que suenan a música celestial. Convenciéndome de que no son más que delirios de mi mente enferma pero cuando alzo la mirada le veo con esos preciosos ojos entrecerrados y con sus labios abiertos respirando con dificultad. Le sonrío con las filas de dientes afilando y él me devuelve un gesto de vergüenza, ocultado su rostro en un movimiento de este, con las mejillas enrojecidas y los labios torturados por sus dientes. Con una de sus manos me acaricia la nuca y me obliga, de forma muy sutil, a que continúe con lo que estaba haciendo a lo que yo obedezco con suma diligencia. Saco mi lengua recorriéndola por la superficie de su piel, por las muescas que he dejado sobre sus dientes. Por todas partes hasta que me siento insatisfecho y quiero más. Mucho más que esto.

Llevo mis manos casi como un impulso irracional al cinturón rodeando su cintura y comienzo a desabrocharlo con rapidez y necesidad animal, pero sus manos me detienen en ello y me hacen mirarle con una mueca confusa, a lo que él me devuelve una mirada vidriosa de un sentimiento que no soy capaz de comprender. Me retira las manos de su cinturón y avanza a mí hasta colocar cada una de sus dos piernas a cada lado de mi cintura. Yo le recojo en mi regazo y rodeo su cintura con mis dos brazos, acercándole todo lo que puedo a mí, dejándole la libertad de decir qué diablos hacer. No comprendo sus actos pero tampoco los míos que nunca se habían mostrado tan descuidados e irracionales. Con sus manos llega a mi rostro, acaricia mis mejillas y después me sonríe cálidamente como si mirase un recuerdo del pasado. Me hace sentir que no me mira a mí sino al recuerdo de mi ser hace millones de años, antes de que me expulsara, antes de traicionarle. Pero después me acaricia la frente y los cuernos y acabo por comprender que mi fisiología le importa un carajo, que solo mira la profundidad de mi ojos, esquiva la oscuridad de mi alma y acaba hallándome en alguna parte en donde ni yo mismo me encuentro.

Sus dedos acaban posándose en mis labios. Sus dos dedos pulgares acariciando mi piel allí mientras dirige todo mi rostro a su altura para mirarle. Lo hago levemente avergonzado, un tanto nervioso. Muy excitado. Su peso sobre mis piernas me hace sentir impotente, pero mis manos alrededor de su cadera me hacen querer pensar que soy poderoso, aunque no lo sea. Me aferro con más fuerza a él, aumentando el contacto de nuestras caderas. Él acaba acercado su rostro al mí y en un fugaz instante que es una nimiedad en comparación con nuestra edad, nuestros labios se funden de forma tan intensa y necesitada que me corta el aliento y el alma en dos. Me agarro con las uñas a su piel, él respira con intensidad. Cierro los ojos con fuerza, él cuela su lengua dentro de mi boca y todo desaparece cuando se separa de mí tan solo con la intención de ver mi reacción ante el beso. Yo le miro perdido de todo punto en una realidad que se desmorona a mí alrededor y él regresa a acariciar mi nuca.

—La lujuria es un pecado muy peligroso… —Le digo canturreando en un susurro pero me arrepiento nada más decirlo.

—Lo sé… —Murmura.

—El más peligroso para ti… —Comento a lo que él me mira frunciendo el ceño.

—¿Por qué para mí?

—Por qué tú no necesitas comer, no tienes gula. No necesitas dinero, no sientes codicia.

—Pero siento envidia cada vez que te veo fornicar con prostitutas. Siento ira cuando te echas a perder.

—Acabarás acompañándome al infierno… —Murmuro sonriente y divertido pero él se encoge de hombros, cegado por mis labios.

—No me importa, si me acompañas… —Sentencia y vuelve a besarme haciéndome cerrar los ojos y caer sobre el colchón, a lo que él se tumba encima y se sienta sobre mi entrepierna de una forma deliciosa. Yo corto el beso y retrocedo en la cama con su cuerpo siguiéndome. Lo hace sin apartarme su mirada depredadora que acaba por aterrorizarme. Me siento pequeño y frágil, me siento perdido si no es en sus manos y cuando me dejo caer en el colchón y él apoya su frente sobre la mía, todo parece tener sentido. Es un sentido confuso y abstracto, pero parece sostenernos a ambos y eso es lo único que me importa. Me dejo hacer por sus manos recorriéndome por completo. La ropa nos estorba y no sé en qué momento nos hemos visto obligados a deshacernos de ella. También nos estorba la piel y los huesos. Nos estorba nuestra apariencia pero no podemos quedarnos sin ella dado que el contacto físico es delicioso y totalmente necesario para saciar nuestra inquietud.

El roce de su piel contra la mía, la sensación del ardor en su interior y el frío de mi alma en contacto explota sin darnos cuenta y antes de ser conscientes de ello, estamos en los brazos del otro, con las piernas entrelazas y los rostro ocultos en la piel del otro. Yo oculto en su cuero cabelludo y él besando mi cuello y mis pectorales. Se siente como el infierno, tan jodidamente caliente que podría explotar tan solo con sus dedos acercándose a mi pene. Busco el contacto, alzo mis caderas, le acerco a mí y le presiono contra mi entrepierna, tremendamente necesitado. No conocía este contacto de él, pero se siente como un dulce recuerdo de infancia, como la necesidad de un bocado de algo que he cocinado alguna vez. Como esa sensación de reencuentro con un amigo, junto con el descubrimiento de una nueva experiencia cargada de ardor y necesidad. No es sufriente. Nunca es suficiente y comienzo a gemir totalmente necesitado de más contacto, de más de sus labios, de más de su cuerpo contra él mío. Satisfacer a la perfección todo cuanto necesito de él, volviendo a besar, colocando mis piernas alrededor de su cintura, colando su mano alrededor de mi pene. Y joder, se siente genial.

Yo no me quedo atrás, recorriendo con mis manos su cintura, sus caderas, agarrando sus glúteos con fuerza y dirigiendo una de mis manos a su pene para satisfacerle de igual forma. Cuando le tengo en mi mano parece sufrir espasmos de placer y gime alto. El sonido de sus gemidos es lo más delicioso de toda la escena. Ya no me importan sus manos ni sus acciones, solo quiero tener yo el control de la situación por una vez y hacerle sentir tanto placer como él me está proporcionado. Le obligo casi como una necesidad que él acata, a que se tumbe sobre el colchón y lo hace subordinado al placer que mi mano le está regalando. Cuando está bajo mi cuerpo me siento sobre su pene y me muevo haciéndole gemir mucho más alto con una voz un tanto aguda que me pone la piel de gallina, motivándome a moverme aún más deprisa. Sus manos viajan por mi vientre, por mis pectorales, bajan de nuevo hasta mis caderas y van por mi cintura hasta mi espalda. Cuando se detiene allí por las dos cicatrices sobre mis omóplatos, yo doy un respingo por la sorpresa y por el contacto de sus manos ahí. Me siento extraño al no verme con alas en la espalda, me siento confuso al recordarme que ya no soy su ángel, pero él no parece tenerlo en cuenta. Me acaricia con sutileza en mis dos cicatrices y murmura un “Mi pequeño ángel…” que me hace cerrar los ojos y dejarme llevar por el sonido de su voz en mis oídos.

Me inclino para besar sus labios y sus manos se dirigen a mi trasero para dilatarme. Lo hace más brusco de lo que habría esperado de él y me yergo, impulsado por la fuerza de sus dedos. Son suaves y delicados, pero sus gestos son violentos y ardientes. Me muevo sobre ellos y él me mira de arriba abajo, excitado. Con mi cola enrollo su mano a mi espalda y me columpio en ella con tres de sus dedos dentro. Mientras, con mis manos libres, masturbo nuestros penes juntos. Él cierra los ojos y yo lo hago también, sintiendo al cien por cien los sentidos del tacto y el oído, aunque la vista sea de lo más delicioso que se me presenta. Estoy al límite de mi autocontrol pero me dejo llevar por la situación perdiéndome por completo en la textura de sus labios sobre los míos. Él vuelve a tumbarme en la cama y se coloca para penetrarme despacio y con cuidado. Sabe que no necesita ser así pero lo hace por complacerse en una situación que ni él mismo tenía pensado. Quiere disfrutar de cada centímetro de mí y yo quiero hacerlo de él.

Gimo con su miembro entrando en mí dulcemente y me retuerzo bajo su abrazo. Interno mi rostro en la línea de su cuello y muerdo ahí con cuidado de no hacerle daño. No parece sentir dolor pero yo me debato en no hacerle daño y no dañarme yo al moverme demasiado. Cuando está dentro de mí comienza con las embestidas, necesitado de más contacto, de más fricción y yo aprieto mi agarre a las sábanas y a su cuerpo. Se siente tan bien. Me dejo llevar por sus movimientos. No quiero ni pensar en qué será de mí al terminar esto. Solo quiero dejarme llevar por este placer que llega hasta mi médula y después, desvanecerme junto con el éxtasis. Este llega antes de lo que puedo pensar y nos golpea a ambos a la vez. Yo me agarro a él con fuerza y él lo hace conmigo. Nos venimos ambos dos, manchándonos el uno al otro. El éxtasis nos golpea con una fuerza inmensa. No sé hasta qué punto he gritado, hasta qué punto he roto a sudar pero me siento acalorado y mareado. Lo suficiente como para no reconocerme cuando él cae a mi lado y yo me abrazo a él con fuerza y necesidad de su protección. Él me recoge en sus brazos y me besa el cabello y los cuernos con una sonrisa agotada en su rostro. Ambos respiramos con dificultad pero no puedo evitar hundirme en él y en su pecho, necesitado aun del contacto, desesperado por no separarme de él.  Si esto es lo que es echar de menos, si esto es lo que ha sentido él por tanto tiempo, estoy tremendamente arrepentido de haberle traicionado, de haberle causado tanto dolor. Tal vez sea porque estoy aquí de vuelta, pero vuelvo a sentir conciencia y remordimientos. O tal vez tan solo sea una secuela del éxtasis.

Cuando nuestra respiración se ha apaciguado y hemos dejado a un lado extraño cosquilleo que nos seguía recorriendo el cuerpo después de habernos corrido, me deshago de sus brazos y comienza a embriagarme la vergüenza y a él la sensación de que algo extraño está sucediendo entre ambos. Yo también puedo notarlo. Es la incomodidad del momento póstumo al sexo. Me quedo un tanto alejado de él pero aun apoyado en el almohadón, de cara a él. Él hace lo mismo de cara a mí y cuela su mano debajo del almohadón de donde rescata la pluma, mi pluma. Me mira directo al rostro pero al no ver una cara de sorpresa como la que antes he expresado a solas, deduce que yo ya sabía de su existencia ahí o tal vez, que no sé qué diablos es. Le miro con conocimiento suficiente como para deducir que es mía y él no parece tener nada que decir al respecto aunque me gustaría que al menos me diese una explicación de su extraño comportamiento. Supongo que no es necesario ya, después de todo.

Dirige lentamente la pluma a la línea de mi cuello y la desliza por mi hombro, acariciándome con ella. Lo hace suavemente y con delicadeza. Continúa por la línea de mi brazo y después lo hace desde mi garganta a través de mi pecho. Después de hombro a hombro en forma de cruz. Cierro los ojos y el contacto se siente demasiado extraño. Una parte de mí lo asume, la otra lo rechaza como un corazón implantado, como un órgano putrefacto que se empeña en querer seguir aferrado aunque lleve a la muerte al resto de su organismo. Llega un punto en que es demasiado el rechazo que ejerce mi alma sobre esa pluma y acabo deteniendo el recorrido que hace interponiendo una de mis manos en medio.

—No puedo quedarme… —Murmuro a lo que Jimin levanta la vista a mis ojos y torna su expresión a una un tanto decepcionada. Suspira y me retira la mirada, más bien triste que exasperado.

—¿Por qué no?

—Este ya no es mi sitio. No puedo quedarme aquí sin más…

—Pero yo quiero que te quedes. Y yo mando sobre todas las cosas…

—No sobre el orden natural de las cosas. –Digo a lo que él me mira ofendido.— Es necesario que yo vuelva a la tierra, que siga con mi función. Tú tendrás algo contra lo que luchar, y yo estaré esperando por ti.

—Si te vas, iré de nuevo a buscarte.

—No lo hagas. –Le pido como una súplica que duele en el alma—. Dejémoslo antes de que sea insostenible. ¿No lo ves? Nadie lo entiende. No es posible…

—No eres mi antagonista. –Se queja—. Eres parte de mí, y yo quiero ser parte de ti.

—Lo eres. –Digo sincero y llevo mi mano a su mejilla—. Y lo serás siempre. –Él cierra los ojos ante mi contacto y puedo sentir el calor en sus mejillas. Me acerco a besar sus labios y estos me reciben al principio con sorpresa pero se van acostumbrando y termina por colaborar en el beso. Cuando me separo de él me recibe una mirada de tristeza que me atraviesa el pecho—. Cuando me eches de menos, ve a la cafetería donde me encontraste, siempre suelo estar por ahí…

—Cuando me eches de menos. –Me imita—. Piensa en mí, y allí estaré.  

 

 

 

 

 Capítulo 3                                                                 

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