BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capítulo 21
CAPÍTULO 21
YoonGi POV:
He de reconocer, por mucho que me cueste, que
el acolchado del sofá en donde estoy tirado es gratamente agradable. Si no
fuera por las cinco copas de vino en mi sangre juraría que es el sofá el que me
absorbe y una vaga sensación de mi estado. No estoy borracho, pero sí contento
y ajeno a todo lo que me rodea. Jimin solo se ha tomado cuatro y parece estar
en el mismo estado somnoliento pero animado que yo. Ninguno de los dos estamos
acostumbrados a beber y mucho menos tal cantidad y en tan poco tiempo. Se ha
hecho de noche y ahora, afuera en jardín, suena un vals agradable y ligero.
Acompaña a mis pensamientos con fluidez. Mi copa está vacía y me levanto a por
otra pero Jimin me detiene con una voz cansada.
—Nada de eso. –Me quita la copa vacía y la deja
en el primer lugar que encuentra arrastrándome fuera—. Vamos, hay que
desperezarse, no puedo conducir así. –Frunzo el ceño pero me dejo hacer porque
por lo que veo no soy el único al que el vino le ha dejado exhausto. Varios
jóvenes están apoyados unos contra otros, cansados y adormecidos.
—¿Qué? ¿A dónde vamos? –Me deja en la inopia
hasta que llegamos a donde un grupo de chicos y chicas bailan frente a los
altavoces que reproducen la música. Una canción lenta que me pone los pelos de
punta—. ¿Qué hacemos aquí?
—Bailar. ¿No lo ves? –Antes de darme cuenta
estamos el uno frente al otro y coloco una de mis manos en su hombro para
dirigir la otra a su cintura. Él me abraza desde la cintura y nos acercamos
peligrosamente hasta que comenzamos a movernos lentamente el uno con la mirada
en el otro. Unas miradas inocentes y del todo vergonzosas. A nuestro alrededor,
algunos nos miran, cómplices de algo extraño. Otros simplemente ven a dos
amigos ebrios divirtiéndose. A nosotros solo nos importa mirarnos y sonreírnos
de vez en cuando, perdidos en el baile. Sus pies me guían en los movimientos y
poco a poco le sigo hasta no perderme. Cuando parece que la situación no puede
dar más de sí, apoya su cabeza en mi hombro produciéndome un escalofrío por mi
columna. Yo hago lo mismo y acabamos abrazos como si nada mientras la música
sigue su curso. Su olor es el mejor del mundo, su abrazo, el más cálido que me
ha dado nadie jamás.
—Jimin… esto es vergonzoso.
—Pues cierra los ojos. –Me dice como si nada.
—Eso no va a hacer que la gente deje de
mirarnos.
—La gente no va a dejarnos de mirar nunca…
—Tan negativo…
—¿Y qué quieres? –Se encoge de hombros conmigo
apoyado en uno de ellos y a los segundos comienzo a, sin querer, esconderme en
su cuello para oler mejor su aroma lo que le incomoda y me da una pequeña
sacudida con una sonrisa tímida en su rostro. Hago un puchero y él me contesta
de la misma forma—. Siento haberte arrastrado hasta aquí. Lo siento de veras…
—¿Ahora te arrepientes?
—No quería venir solo, pero ahora me arrepiento
de haberte hecho pasar por esos malos tragos…
—Es extraño. Este mundo, es tan extraño…
—¿A qué te refieres?
—A veces te siento cerca, tan cerca que parece
como si sobrepasases todas las barreras de lo posible. Pero otras, tan lejos
que duele. Es, como si dos mundos nos separasen, pero a veces, nuestros
planetas se alinean y tengo la oportunidad de verte.
—Sé de lo que hablas. También lo siento así.
—¿De veras? –Me separo de él para mirarle a los
ojos y los encuentro más sobrios de lo que me habría esperado.
—Claro. Somos diferentes, pero al mismo tiempo,
iguales.
—No sé si me estás entendiendo, Jimin… —Suspira
y mira a nuestros pies aún en movimientos. Sonríe tímido, después suspira de
nuevo alicaído y se detiene haciéndome detener a mí también.
—Te entiendo. –Finaliza convencido—. Vayámonos
a casa, tengo sueño. –Sentencia y coge mi muñeca pero alguien nos detiene nada
más salir de la multitud de espectadores de la música. La chica, con amigas
incluida, nos para y nos mira de arriba abajo. Ahora si me escruta, pero no se
detiene lo suficiente como para hacerme sentir incómodo.
—Te he estado buscando. –Le dice Susan con una
voz enfadada, tal vez alentada por la presencia de sus amigas—. Me debes un
baile lento.
—Lo siento. –Le dice lo más delicadamente
posible—. Pero me voy a llevar a Yoongi a casa y yo también regreso ya, es
tarde y no tengo ganas de bailar más.
—Bien que has bailado con él. –Me señala y yo
pongo los ojos en blanco—. Vamos, él se queda con mis amigas…
—No, lo siento. –Dice más firme esta vez pero
ella no se da por vencido.
—Está bien, amor. –Se coge de su brazo—. ¿Qué
te parece si llevamos a Yoongi a casa y luego tú me llevas a la tuya? Me
encantaría pasear por los jardines de nuevo… —Sus amigas sonríen tímidas ante
su proposición pero yo me siento con el ánimo de golpearla. Jimin me lo impide
deshaciéndose de ella de su brazo y caminando disimuladamente lejos de ella con
su brazo sobre mis hombros.
—Lo siento, es que me quedaré a charlar
seguramente con los padres de Yoongi cuando esté en su casa. Siempre me invitan
a pastas y té.
Ella no se cree la tan evidente excusa pero se
atonta lo suficiente como para dejarnos tiempo de irnos. Una vez cruzamos la
puerta para acercarnos al coche estallamos en risas y nos adentramos dentro con
un constante carcajeo que me hace perder las fuerza.
—¿Qué excusa de mierda ha sido esa? –Pregunto
pero él arranca sin contestarme. No es necesario.
...
El camino se hace más rápido que el de antes.
La noche nos ayuda en la visibilidad y aunque todo está a oscuras Jimin se
orienta bien en la carretera. De vez en cuando, ante el incómodo silencio,
estallamos nuevamente en risas recordando la patética expresión con la que
Susan se ha quedado. Ninguno de los dos podemos detener nuestras expresiones
perdidas frente al horizonte pero cuando nos miramos, todo parece
desencadenarse de nuevo en una autoflagelación de risotadas que acaban por
condenarnos a la risa dolorosa. Mi vientre ya duele pero incluso cuando nos
damos cuenta de que nos hemos pasado la entrada de su casa, sonríe mucho más
que antes cayendo sobre el volante avergonzado. Ya estamos casi en la trasera
de la casa, cegados por las lágrimas en nuestros ojos. La bebida comienza a
hacernos efecto y la parte positiva es que no sucumbimos al odio o la
violencia, como he podido ver en otros comportamientos de alcohólicos.
Detiene el coche en un movimiento brusco y nos
veo rodeado de un par de coches más, por lo que entiendo que son los de sus
padres. Aquí es donde suele dejar él su coche cuando no lo hace en la entrada.
Con un gruñido y un quejido saca la llave del contacto y sale del coche
mientras es imitado por mí para chocar con el frío aire de un verano menos
caluroso. Rápido me doy cuenta de que es porque mi chaqueta la llevo de la mano
y no porque haga más frío que antes. Caminando con dificultad rodeo el coche y
me pongo a su altura mientras veo frente a nosotros unos cuantos árboles y tras
ellos la fuente redonda en donde la escultura brilla para ojos invisibles.
Nadie la observa hasta que llegamos nosotros frente a ella caminando con
intención de regresar dentro pero el sonido del agua es refrescante, más que
físicamente a mis ideas. Me acerco con sigilo hasta el borde de piedra y me
siento mientras los ojos de Jimin me observan curioso y se acerca.
Comete el error de confiar en mí y cuando está
a menos de un metro de distancia, hundo mi mano en el agua a mi espalda y le
mojo salpicándole con ella. Rápido, ante mi infantil comportamiento y el frío
en su ropa, se alega con una expresión ofendida, pero no se queda sin
responderme y realiza el mismo gesto que yo obligándome a levantarme y alejarme
unos metros.
—¡Cobarde! –Me grita con una inocente sonrisa
en el rostro—. Vamos, Yoongie, que no voy a hacerte nada… Ven…
—¡Mentiroso! –Ambos sucumbimos de nuevo a la
risa mientras rodeo la fuente y él me persigue sin alegarse del borde para
tener la oportunidad de mojarme. No sé cómo, entre risas e insultos nada
dañinos, acabamos mojados y sofocados hasta que nos vemos obligados a sentarnos
en el borde de piedra. El segundo error que comete es sentarse frente a mí
esperando que yo imite su conducta, pero no me lo pienso dos veces y le empujo
desde los hombros para que caiga de espaldas y se sumerja en medio metro de
profundidad en la fuente. Cuando sale, lo primero que hace es coger aire y
retirarse el pelo de los ojos pasándose las yemas de sus dedos por el cuero
cabelludo. Después me mira, con ojos furiosos y con sus manos coge agua en el
borde para lanzármela mojándome por completo. Quiero huir pero quedo rezagado,
riéndome en el borde de piedra, y él consigue asir mi brazo para meterme
dentro. Caigo igual que él, tropezándome con el poyo de piedra. Consigo no
mojarme el pelo pero él se encarga de chapuzar lo suficiente como para no dejar
una sola parte de mi cuerpo seca. El frío del agua me coge hasta de los
calzoncillos y comienzo a preocuparme por la ropa y los complementos que tan
caros han sido. Él no parece darle importancia por lo que yo no se la doy, y me
decido a chapucear como él hasta que pierdo las fuerzas.
Se deja caer, sentándose con la espalda desde
el interior apoyada en la piedra del borde, pero yo aun no desfallezco y
pataleo para mojarle el rostro. Él sonríe, a pesar de todo.
—¡Yoongi! ¡Hyung! –Grita más fuerte, con un
tono más autoritario—. ¡No me mojes más! –Desisto cuando le veo cansado de
cubrirse con la mano y me siento a su lado limpiando con la palma de mis manos
inútilmente la humedad en mi rostro. Ambos reímos de nuevo pero con un
cansancio notable. Me giro a él y él me coge de la mano para girarme a su
regazo. Me dejo hacer pero no le achaco a la bebida mi debilidad. Realmente es
agradable sentirme rodeado por sus brazos. Comenzamos un beso, sin darnos
cuenta y el beso es mucho más incómodo de lo que me gustaría. En medio del
agua, apoyado en piedra y con una excitación creciendo en nuestros pantalones.
Nuestros labios están fríos, húmedos por el
agua, pero rápido se calientan por el contacto. Me agarro a su pelo húmedo en
la nuca y él envuelve mis caderas con sus brazos produciendo una deliciosa
fricción entre mi trasero y su miembro. Está claro que le gusta sentirse
activo. Abandona mis labios para dirigirse a mi cuello y comienzo a hablar con
los ojos cerrados.
—¿Me pones su cara? –Me contesta rápido,
sabiendo lo que le digo.
—Nunca, hyung…
—¿Le pondrás la mía cuando lo hagas con ella?
–Ahora sí se separa de mí y me mira con ojos lastimeros.
—No voy a ponerle una mano encima. –Me encojo
de hombros.
—Te vi besarla.
—Ella me besó.
—¿Qué diferencia hay? –Suspira sin constatarme
y aunque no quieres retirarme de su regazo siento que está incómodo de repente
y me levanto sin su permiso sacando de dónde puedo una sonrisa amistosa. Me
incorporo y le extiendo la mano para ayudarle a él—. Vamos dentro, o cogeremos
un catarro. –Accede y con cuidado se levanta y salimos hacia la casa para
llegar a la puerta trasera e introducirnos en la cocina. Antes de nada comienzo
a desnudarme y meto poco a poco la ropa en la lavadora. Él comienza a imitarme
y cuando nos quedamos los dos desnudos, en una oscuridad tan solo iluminada por
un par de farolas en los jardines, la realidad se deforma. Ya no veo a Jimin,
solo su contorno, la silueta de su cuerpo, la oscuridad de las cuencas de sus
ojos mirarme con lujuria. Sus manos, avanzando hasta mi cuerpo y abrazándome.
Estamos ambos dos húmedos y fríos. Hace frío pero dentro de nosotros un
ardiente fuego está a punto de emulsionar.
El abrazo se confunde con unas segundas
intenciones cuando sus manos han caminado por mi espalda el suficiente tiempo
como para acabar en mis caderas y las mías en su trasero. Es más jugoso de lo
que me habría imaginado, mucho más de lo que la ropa me mostraba o tal vez mi
sentido en las manos se ha visto distorsionado por el alcohol. No me importa,
la sensación es maravillosa y aún más lo es su poya restregándose contra la
mía. Un nuevo beso comienza. Esta vez uno mucho más dulce que el de antes pero
con un carácter mucho más sensual. Nuestras lenguas jugando en una pelea
infantil. Sonidos de saliva convulsionando. El roce de nuestra piel chocando.
Nuestros alientos. Nuestros gemidos sordos. Sus manos no soportan la espera y
me coge en brazos sujetándome desde los muslos. Yo me enredo sin problema a su
cuerpo y camina conmigo por toda la cocina hasta salir de ella y sube, aunque a
duras penas, las escaleras conmigo en el regazo. Se acabaron las preguntas
incómodas, porque he de reconocerme en otra dimensión. Se acabaron las dudas.
Las cosas están claras y esto no es más que una fantasía de mi perturbada
mente. Un desvío en el camino. Una anécdota. Nada más.
Cuando llegamos a su cuarto nos caemos en su
cama y la oscuridad nos rodea hasta que soy incapaz de ver nada en absoluto. Él
no quiere hacerlo a oscuras y yo tampoco quiero perderme la grandiosidad del
monumento sobre mi cuerpo así que enciende una lamparita en su mesilla donde
una luz anaranjada, nostálgica y un tanto triste nos sorprende y nos miramos el
uno al otro con curiosidad. Ambos ya adultos nos creemos autosuficientes como
para llevar la situación con el mayor control posible pero cuando nos
descubrimos perdidos, nos miramos a los ojos, dubitativos. Soy el primero en
reconocer mi tara.
—Yo… Jiminie… soy virgen… —Él me mira,
sorprendido pero no decepcionado.
—¿Enserio? –Suspira—. Yo creí que tú me
enseñarías a mí. –Frunzo el ceño.
—¿Cómo?
—Yo también lo soy. ¿Qué te crees?
—¿Con hombres?
—Y con mujeres, idiota. –Muerdo mis labios.
Estamos en la misma situación pero no se me podría haber mostrado una mucho más
suculenta. Yo desvirgaré al niño rico frente a mí y él hará lo mismo conmigo.
Sonrío sádicamente y él se asusta de mi sonrisa.
—Pues esta será nuestra primera vez, ¿hum?
–Asiente—. ¿Arriba o abajo?
—Arriba. –Dice rápido y seguro. Decidido y ya
premeditado. Sonrío con su expresión autoritaria y me dejo hacer acomodándome
bajo su cuerpo mientras beso sus labios de nuevo recobrando la pasión de
segundos antes.
A los segundos, envuelve mi polla con su mano y
la mueve lentamente, torturándome, por lo que yo hago lo mismo con él pero es
mucho más sensible de lo que me esperaba y comienza a gemir lastimero a los
segundos de empezar. Muerde sus labios, porque se siente avergonzado de sus
propios suspiros pero a mí me encantan y le beso para evitar que los reprima.
Su cuerpo se amolda rápidamente al mío cuando abro las piernas y se acomoda
entre ellas. Se yergue, y se rodea de mis piernas a cada lado de su cintura. Yo
le observo desde el colchón mientras rebusca en unos de sus condones en la
mesilla un pequeño bote de lubricante rosa.
—¿Te preparo? –Me pregunta y asiento mientras
se echa una gran cantidad en la mano derecha y se lubrica los dedos para meter
dos de golpe, lo que me hace dar un respingo y aferrarme con fuerza a las
sábanas bajo mi cabeza. Él parece
preocupado pero no cede, no se detiene y yo tampoco quiero que lo haga. Intenta
pasar, como yo, el mal rato cuando antes posible y cuando sus tres dedos dentro
de mi son suficiente como para que la incomodidad haya desaparecido me coge en
sus brazos aún tumbado en la cama. Yo me agarro a él con fuerza, él se guía,
hasta estar dentro de mí y así poder mantenerse quieto unos segundos. Aprovecha
para besarme, para acariciar mi pelo y mi rostro. Me mira de arriba abajo
ensartado en su pene y un par de veces me sonríe con ojos temblorosos.
Ya es demasiado tarde para echarnos atrás, ya
no podemos sucumbir a la vergüenza de nuestros cuerpos desnudos ni reprimirnos
antes de comenzar con las embestidas porque nuestra mente se ha bloqueado como
para retroceder, y nuestro cuerpo busca desesperado un placer que aún es
inexistente. Solo dolor, incomodidad, vergüenza y tal vez incluso un recelo que
nuestro subconsciente nos impulsa a ver.
Comienza a embestirme sin preguntarme, lo cual
agradezco y de una estocada me siento ir. Toca algo dentro de mí que me hace
temblar. Lo nota, y lo repite esta vez con más violencia, más hondo dentro de
mí. Con ojos llorosos me agarro con fuerza a su espalda y hundo mi rostro en su
cuello.
—Gime. –Me pide en un susurro y le obedezco
pero no fingiendo, sino dejando libres mis verdaderos gemidos. Le alientan a
embestirme con más fuerza y eso me hace gritar más y se crea un círculo vicioso
del que ninguno nos vemos capaces de salir. Mis uñas se clavan en su espalda,
en su pecho. La luz de la lámpara a nuestro lado me muestra unas marcas en sus
dos pectorales recorriéndole. Su pelo revuelto, sus ojos pequeños, mirándome
entre los párpados con una mezcla de dolor y ensoñación. Muerde sus labios y
cierra con fuerza sus ojos mientras comienza a gemir él también cuando aumenta
los movimientos a una velocidad que le satisface. Yo también muevo mi cuerpo.
Para crear una deliciosa fricción fruto de mi fuerza, no solo de la suya.
—Ji… Jiminie…
—¡Ah! ¡Yoongi! –Pierde el control de su cordura
cuando sin darme cuenta agarro con fuerza sus glúteos y los impulso para que me
penetren más profundo. Me muerde el cuello con fuerza, la suficiente como para
verle con los labios hinchados y mi piel doliente. Me besa por todas partes, me
maneja a su antojo cogiéndome de las caderas e impulsándome con fuerza. Me abre
las piernas, me las cierra a su alrededor. Me gira, me yergue. Probamos mil
posturas para prolongar el orgasmo y alargar el placer. No nos cansamos, no cedemos ante nuestros
instintos de culminar hasta que no me encuentro de nuevo bajo su cuerpo y nos
abrazamos en un beso suculento. Sabemos que es el momento y nos venimos casi a
voluntad. Más bien nos dejamos caer en el abismo que supone tenerle en mis
brazos. Tenernos el uno al otro.
La cama es mucho más cómoda de lo que recordaba
cuando al fin caer a un lado de mí y yo me dejo envolver por las sábanas. Pero
no son las sábanas lo que me acarician, sino su cuerpo acurrucándose a mi lado
y mi brazo sucumbiendo al puchero en sus labios. Me giro a él y con un beso en
ese encantador pico, me acurruco junto a él y nos arropo con una sábana fina y
delicada desde la que puedo ver aún su figura de Dios bajo ella.
El sueño me busca. Me encuentra, me caza en un
momento en que he caído presa de los encantos de un pecado.
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