BAJO UN VESTIDO (YoonMin) - Capitulo 1
CAPÍTULO 1
YoonGi POV:
El tráfico es siempre permanente en esta
ciudad. El humo de los coches asciende hasta crear una extraña atmósfera que me
obliga a portar una mascarilla de plástico sobre mi rostro y me encantaría
portar también gafas para el picor de ojos. No es agradable y sin embargo me
veo obligado a ello conduciéndome por entre las filas de coches para llegar a
mi destino mientras estoy en manos de una escúter blanca que más bien parece
una bicicleta hecha pedazos. Es vieja, sí. Pero el dinero no me alcanza ni para
darle una nueva mano de pintura que pueda cubrir los arañazos y disimular los
abollones. Si ni quiera llevo unos guantes que me faciliten la sujeción en el
manillar pero ese no es mi gran problema ahora. El pelo de la peluca negra
sobresaliendo por los laterales del casco me resulta incómodo y más aún la
falda sobre mis piernas. Es larga y a pesar de ello no me llega a las rodillas
con lo que me tengo que cuidar de que en un descuido del viento no salga
volando descubriendo mis calzoncillos debajo.
Sobre mi parte superior una sudadera rosa
contrasta con la falda blanca y acompañando al conjunto del disfraz, unos
calcetines blancos con unas converse blancas. No me veo obligado a buscar
artilugios que devalúen mi altura porque no es excesiva y mi palidez, más propia
de una mujer, es un buen punto a favor para mi disfraz. El maquillaje no es
excesivo, tan solo un brillo de labios rosa que acompañe y sea discreto. Eso es
lo que buscan, elegancia pero discreción. Y humildad. Desde luego. De eso me
sobra.
El sol está en todo lo alto de un verano un
poco lluvioso pero por hoy, las nubes se han despejado haciendo que el cielo se
vea limpio y austero. Poco a poco me libro del tráfico que me ahoga y me
conduzco con un papel con la dirección de la mano hacia las afueras de la
ciudad. Parece que de repente me veo rodeado de bosque a cada lado de la
carretera pero son los jardines de las casas adineradas de aquellos ricos que
viven lejos del tráfico y la contaminación de la ciudad céntrica. Los árboles
se alzan hermosos, de todos los colores y todas las alturas imaginables. Detrás
de algunos de ellos puedo divisar a lo lejos la mansión tan hermosa que aguarda
y cuando paso frente a las puertas metálicas de las mansiones, puedo ver con
más claridad hasta qué punto llega la magnificación de las arquitecturas que se
esconden entre los altos muros custodiados por cámaras.
Llego a mi destino cuando la dirección de mi
papel coincide con una placa metálica adosada en uno de los muros al lado de la
verga metálica. El ruido de la moto deteniéndose alerta a uno de los guardias
que custodian desde el interior la entrada y aparece mirándome con recelo y a
través de unas gafas negras que brillan y me deslumbra su reflejo por la luz
del sol. Cuando detengo la moto me acerco con ella de la mano hasta la puerta
donde el hombre me recibe tras los barrotes con un hieratismo preocupante.
—Ejém. –Aclaro mi voz para mostrarla tímida y
con un registro más femenino. No demasiado para que no sea evidente el engaño—.
Disculpe, ¿es esta la casa de los Park? –El hombre, antes de contestarme o
simplemente asentir o negar con el rostro, me mira de arriba abajo analizando
hasta el más mínimo detalle de mi disfraz y tiemblo ante la posibilidad de que
no funcione, pero parece convencido cuando habla.
—Sí, ¿desea algo, señorita? –Mirándole de nuevo
encuentro la culata de una pistola saliendo de su americana y una pequeña placa
sobre su pecho que me indica quién es. “Kim Namjoon. Jefe de seguridad.”
—Tengo concertada una cita con los señores Park
para una entrevista de trabajo. –El señor asiente como si ya le hubieran
informado de mi llegada y abre la puerta dejándome pasar con la moto en mis
manos. Me inclino ante él y él me devuelve el saludo cerrando una vez he
entrado. Cuando me conduzco dentro atravesando el camino de asfalto entre los
jardines hasta llegar a la casa suspiro aliviado por el mal rato y a la vez,
confiado en que el truco tal vez funcione bien. Incomodado por la facilidad con
la que me ha dejado pasar me giro y encuentro al hombre mirándome descaradamente
por encima de sus gafas de sol, hipnotizado por el caminar de mis piernas.
Rápido acelero el paso con las mejillas encendidas y una incesante necesidad de
llevar mi mano a mi trasero para detener el movimiento de la falda y cubrirme
bien mis piernas con ella. De hacerlo dejaría caer la escúter así que prefiero
seguir caminando como si nada, tomándome la mirada del segurata como una
confirmación de mi buen disfraz.
A cincuenta metros encuentro la mansión de
estilo neoclásico asentada con grandes pilares en su entrada y con una puerta
de madera maciza. Unas escaleras de mármol blanco llevan hasta ella y me quedo
mirando el resto de la casa maravillado de su belleza. Es una de las mejores
casas que he visto y mucho más en comparación con la mía que es un piso
apartado, en medio del tumulto del tráfico diario, en la azotea de un edificio
barriobajero. Desde el tejado hasta la piedra del suelo, todo huele a dinero y
eso me pone mucho más nervioso de lo que quisiera. No se escucha nada más que
el sonido de algunos pájaros y el aleteo de alguna abeja pululando alrededor.
Con un gran suspiro dejo la escúter a un lado de las escaleras de la entrada y
asciendo por ellas llevando una de mis manos a mi entrepierna disgustado con la
posibilidad de que mis atributos masculinos se vean desde el suelo a pesar de
que nadie hay que pueda hacerlo. Solo yo soy consciente y es suficiente.
Cuando alcanzo la puerta llego hasta el timbre
y lo pulso escuchando desde el interior una música artificial tremendamente
barroca. Una melodía clásica, maravillosa. Tardan más de lo que quisiera en
abrirme pero es la señora de la casa la que lo hace y miro a todas partes
confuso por la falta de servicio para abrirme la puerta, como debiera haber
sucedido. La mujer que me mira de arriba abajo un poco disgustada es la persona
más elegante que se me ha puesto enfrente y desde sus zapatos hasta su peinado,
igual que la casa, huele a dinero. Su pelo en especial a laca, por el recogido
sobre su coronilla de todo su pelo negro y largo, como una geisha. Sobre su
cuello, un par de collares de perlas blancas y rosas salmón adornan sus
clavículas y su vestido azul, de palabra de honor y corto hasta sus rodillas me
hace sentí mucho más masculino de lo que pretendo. Sus curvas son
despampanantes, violentas incluso. Sus tacones la hacen sacarme media cabeza,
lo agradezco.
—¿Sí? –Pregunta ella curiosa mientras mira
alrededor buscando a alguien más que venga conmigo pero percata en la
destrozada moto bajo las escaleras y frunce los labios no muy cómoda con ella
formando parte del conjunto arquitectónico de su hogar.
—Soy, Min Yoongi, ¿Es usted la señora Park?
–Ella asiente y nada más escuchar mi nombre salta con una sonrisa animada.
—Al fin. Como verás no tengo servicio que te
habra la puerta y me he visto obligada a hacerlo yo. –Se hace a un lado y me
deja pasar cerrando detrás de mí. Camina por el recibidor y yo la sigo
escaleras arriba. Unas escaleras de oro que me ponen los pelos de punta. Todo
es oro y mármol. Todo brilla y reluce en una perfección clásica que me
deslumbra. Las escaleras, con una alfombra roja, nos conducen a las habitaciones y yo me dejo
guiar por ella mientras me habla. Vuelvo a la manía de llevar mi mano a mi
entrepierna por el camino—. Por lo que veo ahora, no tienes el listón muy alto
en respecto a las demás chicas y mujeres que han venido reclamando el trabajo.
La casa es grande pero tan solo deseamos a una chica que atienda nuestras
necesidades. Dos o más, no nos fiamos. –Ella me mira por encima del hombro
mientras la sigo y sonríe avergonzada de sus palabras. Es más un problema
psicológico que económico—. Ya tuvimos a tres chicas hace años y nos robaron.
No, no. Nada de eso. No caemos en el mismo error dos veces.
—Hace bien, si me permite la opinión. –Digo
recibiendo de ella un asentimiento.
—Como te decía, no tienes un listón muy alto
que superar. No debería hablar de esto con otras candidatas pero he de decirte
que eres la que mejores formas traer. Una drogadicta, dos ancianas que pueden
no durar ni dos meses, y una coja. ¿Cómo va a llegar a la puerta antes de que
el invitado se exaspere? –Ella niega con la cabeza y yo elogio sus palabras que
me parecen tremendamente ofensivas.
Cuando llegamos a la planta superior nos
encaminamos por los pasillos igualmente alfombrados hasta una doble puerta de
madera maciza tallada con decoración floral a su alrededor. Entramos y allí nos
espera el que entiendo es el señor Park, sentado en la gran mesa de madera de
lo que parece ser su oficina, una gran sala con una estantería tras él, un sofá
blanco al lado de una ventana y la mesa, donde está él sentado.
—Aquí está la señorita Min, cariño. –Dice la
esposa caminando alrededor de la mesa hasta colocarse a la vera de su marido de
pie tras él y yo camino de frente inclinándome ante él y recibiendo un
asentimiento de su rostro. Me señala la silla y yo me siento frente a él con
las manos temblorosas. El hombre me mira, y yo bajo la mirada pero como no
parece querer hablar por ahora, yo también me tomo la libertad de mirarle todo
lo que puedo observar de él. Lo que más me llama la atención: él es mayor que
su esposa. Diez años mínimo. Una oscilación de entre los cuarenta y medio de él
a los treinta y medio de ella. No parece importante. Me recuerdan a mis padres,
que en paz descansen.
—¿Cómo te llamas? Nombre completo. –Él ya lo
sabe, solo quiere oírmelo decir. Quiere conocer mi educación y mis formas.
—Min Yoongi, señor Park.
—¿Edad?
—Tengo veinticuatro años.
—¡Dos más que nuestro hijo, amor! –Le dice la
señora Park a su marido entusiasmada y yo contengo un resoplido por la
obligación de cuidar de un malcriado adolescente.
—Hemos recibidos tus recomendaciones de
trabajos anteriores. –Me dice sacando unos papeles que envié por correo. Él los
mira pensativo—. Has trabajado en la casa de los Kim. –Dice mientras piensa—.
Han dado muy buenas referencias de tu trabajo y me alegro de ello. Eso te suma
puntos, pero me preocupa que lleves toda la vida dedicándote a este trabajo.
¿No has estudiado nunca?
—Dejé de estudiar a los doce años, señor.
Cuando mi padre murió y ya no pude pagarme los estudios. –Él me mira serio pero
el rostro de su esposa se enternece. Ella parece mucho más infantil que él. No
por su edad, por su comportamiento—. He trabajado siempre en casas y en hoteles
limpiando y esas cosas…
—¿Tu madre no trabaja?
—También falleció, hace dos años. Estuvo cuatro
enferma por lo que me vi obligada a trabajar para su medicación.
—Lo siento mucho. Si es una táctica para dar
pena…
—No tengo la necesidad, señor. Es verdad y
puedo traerles ambas defunciones pero no me veo obligada a ello. Trabajaré duro
y le demostraré con mis actos lo que valgo. –El señor Park asiente convencido.
—Te daré las indicaciones del trabajo para que
opines si te conviene. –Asiento—. Deberás quedarte interna. La casa…
—¿Perdón? –Frunzo el ceño y él me mira enfadado
por interrumpirle—. ¿Interna? ¿Y qué hago con mi piso? Trabajo para pagar el
alquiler.
—Véndelo. –Me dice como si nada.
—Era el piso de mis padres, señor Park, me lo
dejaron de herencia…
—Pues mantelo con el sueldo. Ese no es mi
problema. –Se encoge de hombros y yo suspiro mirando a todas partes mientras él
me sigue dando las indicaciones del trabajo—. Tu jornada comenzará desde las
seis de la mañana hasta las once de la noche. Prepararás nuestro desayuno,
comida y cena, a parte de comidas a parte que te podamos pedir. En tus tiempos
entre horas de comer limpiarás la casa, harás nuestros cuartos y limpiarás los
baños, a parte de la cocina, claro. Tu trabajo a parte de cocinar y limpiar es
atender a las visitas, abrirles la puerta y en caso de no ser bienvenidos,
echarles de una patada.
—¿Literalmente?
—Desde luego que no. –Dice la mujer sonriendo
por mis palabras y yo sonrío también.
—Si quieren, por una paga extra, puedo hacerlo.
–Ambos ríen.
—No será necesario.
—Señor, ¿sería un trabajo fijo? Si puedo vender
mi hogar para quedarme de interna, no tendría la necesidad de pagar el alquiler
y podría ahorrar para mis cosas.
—Si demuestras ser eficiente, desde luego.
Estarás un mes a prueba. Después te diremos si te contratamos permanentemente y
si lo deseas, puedo buscarte un comprador para el piso.
—No es gran cosa, no se venderá fácil.
—Piénsalo.
—¿De cuánto sería mi sueldo?
—1.500.000 Wones al mes. Alrededor de 1.500
dólares. No sé si con eso…
—¡Acepto! –Grito rápido, tal vez con una voz
demasiado grave de lo que me gustaría pero aún así se ven excitados por mi
respuesta.
—Aún no hemos decidido si serías la mejor
opción…
—Me… me instalaría de inmediato. –Intento
persuadirles. Ese dinero es suficiente, es demasiado. Tristemente es cierto. La
señora Park mira a su marido con una sonrisa naciente en sus labios. Una sonría
pícara e infantil en donde puedo notar su capricho hacia mí. El señor Park la
mira, y casi hipnotizado por su inocente mirada, asiente y suspira. Me habla
con una media sonrisa.
—Estás a prueba. ¿Entendido? –Asiento
levantándome rápido de la silla e inclinándome rápido un par de veces seguidas
sintiendo aire fío colarse por mis piernas desde la parte trasera de la falda.
Llevo allí mis manos para alisarla y esconder mis calzoncillos blancos de
miradas indiscretas.
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