AMNESIA [PARTE II] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 7

 Capítulo 7

 

Yoongi POV:

 

La escuela en la que me concedieron el trabajo se llamaba escuela de Educación Secundaria Obligatoria Han, instalada cerca del río del cual procedía su nombre. Nada más ir los días antes para rellenar una serie de formularios me pareció una escuela elegante, discreta y muy enternecedora. Los alumnos mantenían unas adorables relaciones de amistad con sus profesores y podías ver como hablaban entretenidamente por los pasillos, o en la cafetería. Siempre desee un ambiente así en la escuela en la que yo me crie, en donde había un grueso muro entre los alumnos y el profesorado, hasta tal punto en que no solo estaba forjado de respeto, también de miedo y subordinación.

Tal vez no era cosa de la escuela, como quise creer, sino de que las nuevas generaciones de alumnos se sentían más dueños de la escuela y los profesores se dejaban hacer, sumisos por las instituciones. De todas formas, la complicidad con mis alumnos era inmejorable. En el departamento de música tan solo estábamos dos profesores para todo el alumnado. Mi compañero se llamaba Namjoon, igual de joven aunque nos años más mayor. Acababa de jubilarse un antiguo profesor y creyeron que yo serviría de sustituto ocupando su plaza. Me contrataron tras el primer año de trabajo pues había sabido ganarme a los alumnos igual que a los profesores.

Mi compañero Namjoon era un chico alto, callado casi siempre pero al parecer mucho más inteligente que yo en respecto a la música, porque aunque ambos habíamos cursado en la misma facultad en generaciones diferentes, él tocaba no solo el piano y la guitarra, también el violín, el chelo y el oboe. Se había formado, al tiempo que asistía a la facultad, en una academia de música especializada. Es por eso que a él le asignaron los cursos de primero, segundo y tercero, en donde las clases son más prácticas y a mí en cuarto, primero y segundo de bachillerato, donde todo es teoría. Mi primer año, como he comentado, fue un año agradable en donde mis alumnos me recibieron con brazos abiertos y perdonaron mis héroes de principiante, haciéndome sentir mucho más agradecido de su comportamiento. En la cafetería, alguno me saludaba y de vez en cuando, cuando descansa yo con un café en las manos, se sentaban a mi lado para darme una agradable conversación. Solo verles tan agradables me sacaba una sonrisa y pasado mi primer año, quise volver con emoción.

En mi segundo año me asignaron las mismas clases y a algunos de mis alumnos ya les conocía, otros me dejaron, pues en los dos años de bachillerato la asignatura es voluntaria, pero aun así, los que se quedaron a mi cargo estaban muy ilusionados y con ganas de aprender. A veces, cansados de las pesadas teorías me sentaba en el piano que había instalado en clase y tocaba lo que ellos me pidieran sin pudor alguno. Todos, en los últimos cinco minutos de clase, nos sentábamos en torno al instrumento y se callaban durante minutos escuchándome tocar. Todos aplaudían con autonomía de hacerlo cuando terminaba pero el rubor en mis mejillas no descendía incluso cuando la clase terminaba y todos desaparecían.

Pero todo es no fue más que mi día a día durante mucho tiempo. En los comienzos del segundo curso impartiendo clase allí, hubo una reunión de antiguos alumnos. Recuerdo el revuelo cerca de la biblioteca que hacía las veces de sala de actos. Chicos que se acababan de convertir en hombres caminando de un lado a otro, saludando a profesores que se detenían con una agradable y enorme sonrisa de nostalgia y aprecio. Chicos altos, fuertes, aun con la juventud en el rostro, aun con toda la vida por delante, pero con una expresión de superioridad provocada por el ambiente. Y allí estaba, entre todo el barullo y todo el griterío, su cuerpo moviéndose. Ahí entre todos ellos, unos ojos negros que miraban con un brillo endiablado. Una sonrisa, lejos de ser adorable, era estremecedora. Aun recuerdo como su cabello caía sobre su frente en mechones desordenados, como sus mejillas alzadas por una sonrisa brillaban llamativas. Me detuve al menos un minuto entero embobado por la forma en la que sus expresiones faciales deformaban su rostro. En cómo su cuerpo se movía de un lado a otro, llamado por la atención de sus compañeros. Como estaba inquieto pero seguro a la par. Excitado, nostálgico por el recuerdo. Y de repente, caí presa de sus ojos, lo que no quería que sucediera. Un pálpito extraño en mi corazón. Un corte de aire que me impidió poder respirar con tranquilidad hasta horas después. La forma en la que todo su rostro se giró a mí con curiosidad más que con extrañeza. No dirigió hacia mí más que toda su atención, lo cual me demolió obligándome a subir cuanto antes escaleras arriba hacia mi departamento, donde poder refugiarme.

Recuerdo llegar, pero no recuerdo el tiempo que pude pasar allí caminando de un lado a otro mientras fingía hacer algo mientras tan solo pensaba en el extraño sentimiento que me devoraba desde dentro. Una adrenalina como nunca antes había conocido. Creía en el amor a primera vista, pero esto no era amor. Era el miedo más cruel que nadie me había implantado. Mis manos sudando, mis labios temblando. Mis ojos bailando en el recuerdo del rostro aniñado que se empeña en sonreír en mi dirección.

Cuando dieron la hora del recreo me vi en la obligación de al menos respirar algo de aire, pero en vez de haber regresado a casa, como debí hacer, me arrepiento de haber bajado a la cafetería y haber pedido un café con leche y caramelo como solía hacer. Porque una vez lo tuve en mis manos ya no podía evitar deshacerme de él. Me dirigí, entre el barullo, a la mesa que yo siempre solía ocupar, pero él se había sentado en ella ocupando un espacio importante con sus dos amigos a su lado. Me debió ver confuso por el allanamiento y me giré dispuesto a marcharme o a tomarme el café de pie incluso pero me detuvo con un gesto de su mano.

–Puede sentarse. –Me dijo mientras miraba directo a mis ojos. Ese circulo negro que me observaba de arriba abajo tan curioso como un niño frente a un caramelo aun envuelto.

–No quiero molestar. –Me excuso pero el chico niega con el rostro sonriendo mientras sus dos amigos a su lado se levantan.

–No se preocupe, mis amigos se van ya y yo aun tengo el café entero, nos haremos compañía, si no le importa.

El café en mis manos ya quemaba. Los chicos se marchaban y sus ojos me miraban. ¿Qué excusa es la mejor? La curiosidad que su sonrisa me infundía.

–¿Seguro? –Le pregunté de nuevo pero deseaba sentarme. Él se encogió de hombros mientras señaló la silla delante de él. Me senté allí y le miré durante largos minutos sin decir nada. Al menos me parecieron minutos. Tal vez solo fueron treinta segundos. O menos. Acomodé la taza delante de mí y suspiré mientras él removía el café negro en la suya. Todo en él me hacía pensar que algo muy malo se escondía tras el negro café en su taza, tras el negro de su ropa, tras el negro de su pelo. Pero su rosada sonrisa me hacía sonreír a mí también.

–¿Es usted un profesor? –Me preguntó con una curiosa expresión.

–Sí, de música. –Él asintió.

–Te ves joven. –Me encogí de hombros.

–Solo es mi segundo año como profesor.

–¡Ah! Ya decía que no me sonaba usted…

–No me digas de usted. Se me hace extraño. –Le vi asentir y sonrió muy despreocupado mientras cambiaba sus esquemas cognitivos para tratarme de tú.

–Mi nombre es Jeon Jungkook. ¿Tú?

–Soy Min Yoongi. Un gusto.

–El placer es mío. –Una educación excelente, una extroversión adictiva. Una violencia en su mirada terriblemente astuta.

–¿Estudiaste aquí?

–Sí, hace dos años. –Asentí comprendiendo–. Ahora estudio en la facultad de conservación y restauración. –Asentí de nuevo.

–Suena interesante.

–Lo es. Al menos en el primer año.

–¿Te tomaste un año sabático? –Asintió mientras me mira tímido. La rapidez con la que su expresión se tornaba diferente era provocativa.

–Algo así. No entré en bellas artes y esta fue la salida más accesible.

–Aún eres joven. –Le animé–. Puedes hacer lo que quieras…

–No me des el discurso típico de profesor. Ya he oído demasiadas tonterías durante mis años de estudiante. –Sonrío avergonzado y bebo un poco del café sintiendo el dulce del caramelo instalarse en mis labios.

–Bueno, dime, Jeon. ¿Cómo fueron tus años aquí?

–Insulsos, mediocres, desalentadores, crueles y muy muy pedantes. –Torné mi expresión a una mucho más desanimada.

–No digas eso. Seguro que luego recuerdas este lugar con cariño. –Se encogió de hombros, desinteresado.

–Seguramente todas las penurias, con el tiempo, se difuminen en mi recuerdo hasta creer que la mitad son solo sueños y la otra mitad, distorsiones de la mente. Entonces, y solo entonces, podré decir que echo de menos este lugar.

–¿Cuántos años tienes? –Le pregunté confuso por la forma en la que se expresaba.

–Veinte. Sé que es una grosería preguntarlo pero…

–Veintiocho. –Me adelanté a su petición. Él no pareció darle la misma importancia que yo. Le vi beber tranquilamente el café que quedó en sus labios y por donde después paso su lengua despreocupado por la impresión que el gesto pudiera quedar en mi recuerdo. Todos sus gestos se han guardado como el mejor y más pecaminoso tesoro que guardo. La forma de su cuello, la de sus manos alrededor de la taza de porcelana beige. El titilar del brillo en sus ojos. El color de sus labios que tiempo después cantaría. El otoño estaba finalizando, mi adulterio estaba a punto de detonar. Terminé mi café y aún me sentía atado a estar frente a él en la mesa. Me miró con ojos infantiles, maldita sea. Esa fue mi trampa.

–Eres muy agradable, sé que es un poco osado, pero me encantaría quedar con usted algún día para tomar unas cervezas. ¿Le parece? –Como me vio titubear, me lanzó la última flecha de su carcaj vacío–. A cuenta de la universidad he perdido a muchos de mis amigos, y me gustaría empezar a coleccionar nuevas amistades. Lo… lo siento, ha sido una tontería…

–Está bien. –Accedí, ya perdido–. Dame tu número de teléfono.

 



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