AMNESIA [PARTE II] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 6
Capítulo 6
Yoongi
POV:
Un par de
meses después de casarnos sus padres y los míos nos regalaron una casa. Un
pequeño piso en el centro de Seúl, nada despampanante, pero con una intimidad
encantadora. Sobrio, simple, perfecto, como mi perfecto esposo. Con los ahorros
que teníamos compramos un coche y mi abuela me regaló el piano que tenía
abandonado en su casa. Una vez todo estaba en nuestras manos nos pusimos a
funcionar. La vida estaba yendo rodada y cada semana, sus padres o los míos nos
visitaban siempre con pasteles o una pequeña tarta a compartir.
Las
mañanas despertando a su lado y pensar que estábamos en nuestra propia casa
eran la mejor sensación de satisfacción del mundo. Mi casa, mi hogar, mi
esposo, mi amado esposo a mi lado durmiendo. El dinero, con ambos sueldos, nos daba
para darnos caprichos aleatorios ya fueran cenas en austeros restaurantes o
pequeños juguetes sexuales que ambos disfrutábamos a la par. El dinero no era
un agobio, el trabajo no lo era. La vida no lo era. Nada parecía querer
detenernos, no había obstáculos, problemas. No había tensión ni excitación. No
había emoción. Solo una sucesión de días en una paz perturbadora.
Cuando el
silencio se estancaba como en uno de esos días de verano en donde ambos
estábamos de vacaciones, ambos nos sentábamos al piano. La vida nos daba la
presencia del piano que ocupaba nuestros oídos con música y con una agradable
melodía. Toqué para él todo lo que me pedía y habría seguido tocando hasta
perder los dedos tan solo con tal de no mirarnos con rostros aburridos y con una
sensación de nostalgia de aquellos tiempos en los que la valentía sustituía la
monotonía. La parte buena era que asistíamos animados a nuestros trabajos,
satisfechos con la experiencia de un día lejos del hogar. Pensé que solo sería
una etapa. Que se nos pasaría como a todas las parejas.
Cerca de
mi vigésimo séptimo cumpleaños, apenas unas semanas después, los padres de
Jimin fallecieron. Una noche en los que ambos viajaban en su coche para asistir
a una cena de amigos un motorista se cruzó en el camino, y la bondad del señor
Park hizo que sus vidas se acabasen antes que chocarse con la moto y poner una
vida más en juicio. El coche se salió de la autopista justo cuando en uno de
sus lados pasaban por un terraplén. El coche saltó, no, más bien atravesó el quitamiedos
y se despeñó colina abajo.
A las tres
de la mañana, cuando Jimin y yo dormíamos plácidamente, el teléfono sonó de
forma estridente y ambos dos nos incorporamos asustados. Más bien
desconcertados por la llamada a tales horas de la mañana. Jimin, con tan solo
el pantalón del pijama se levantó más rápido que yo mientras yo aún remoloneaba
entre las sábanas buscando mi ropa interior. La encontré junto con su parte
superior del pijama. Me puse ambas prendas y me paré en la puerta del cuarto
para ver y escuchar la conversación que Jimin mantenía con la persona al otro
lado de la línea.
–Sí, es la
casa de Park Jimin y Min… –No termina. No le dejan–. ¿Mis padres? –Rápido una
mueca de horror se comienza a vislumbrar en su rostro. Otras veces le había visto
llorar, pero nunca con una expresión tan agónica–. ¡NO! ¡No puede ser! –Acudo a
su lado para sujetar su brazo aun con miedo por el desconocimiento–. ¿Dónde
están? Quiero verlos.
–Jimin…
–Susurro pero no me escucha–. ¿Qué ocurre, mi amor?
–Allí
estaremos. –Jimin cuelga el teléfono con un golpe inseguro y camina hasta el
cuarto para comenzar a vestirse con ropa de calle. Yo aun ignorando qué diablos
sucede.
–Jimin, mi
amor. ¿Qué está pasando? ¿Le ha ocurrido algo a tus padres?
–Sí. Se
han… han tenido un accidente. –Se abalanza sobre el armario y comienza a
rebuscar algo de ropa cómoda y discreta que le agrade. Yo aun no muevo un solo
milímetro, asustado a la par que sintiendo como toda mi sangre hierve en mis
venas por la situación tan inesperada. Tan solo unos minutos antes estaba
dormido entre sábanas de algodón.
–¿Cómo que
han tenido un accidente? ¿Quién te ha llamado?
–La
policía, joder, Yoongi. –Suspiro–. Di–dicen que vayamos al hospital central de
Seúl… di–dicen que están en la morgue. –Sus labios comienzan a temblar. Sus
manos le siguen y la ropa no se sostiene en ellas. Se deja caer sobre una de
las puertas del armario y se derrumba con un llanto tan siniestro que me parte
el alma. No son mis padres pero me aceptaron con brazos abiertos desde el primer
día y fueron unos referentes de matrimonio que me hicieron dar el paso. Ellos
habían sido como unos segundos padres. Esto dolía, pero más dolía ver a Jimin
perder la fuerza de su propio cuerpo y caer al suelo mientras aporreaba la
madera del armario con las manos hechas puños. Caí a su lado y le abracé
mientras él cesaba la ira para pronunciarse en el llanto.
–Jiminie,
mi amor. Lo siento mucho. –Susurro en su cuello mientras me abraza con lágrimas
en las mejillas, llorando como lloraría un bebé que ha perdido de vista a sus
padres en un supermercado, como un niño que le quitan su mejor juguete.
Desconsoladamente y sin que yo pudiera hacer nada.
–Te–tenemos
que ir.
–Mi amor,
¿seguro que quieres…?
–Tenemos
que ir. –Dice sentenciador–. Me lo han pedido, –absorbe de su nariz–, tenemos
que identificar los cadáveres. –Rompe a llorar de nuevo.
Ambos dos
nos vestimos cuando nos recompusimos y partimos en el coche. Yo conduje
mientras él lloraba con un pañuelo en la mano. Sus ojos estaban ya
tremendamente enrojecidos cuando llegamos al hospital central de Seúl. De vez
en cuando murmuraba incoherencias y otras simplemente gemía o suspiraba
desconsolado. Yo, por el contrario, intenté mantenerme firme no solo porque
conducía, sino porque no podía mostrarme ante él débil y perdido. Él caería
mucho más rápido si yo no era su apoyo. Sin embargo, a medida que avanzábamos
por los pasillos del hospital mis manos comenzaron a temblar y a sudar. Agarré
con fuerza la mano de Jimin que no sujetaba el pañuelo en su rostro y él se
dejó hacer muy agradecido.
Cuando
llegamos a la morgue, dos personas ya nos esperaban, a parte de los dos
cadáveres a punto de pasar por la autopsia. Los dos hombres en bata blanca nos
atendieron, y tras darnos el pésame nos hicieron pasar dentro de la sala donde
los dos cuerpos estaban extendidos en dos mesas de metal. Ensangrentados,
magullados. Yo no los reconocí, pero Jimin sí y en cuanto pudo ver en ellos a
sus padres, se lanzó a mis brazos para llorar lo que se había estado aguantando
por si había sido una simple equivocación. Pude notar ese cambio en el tono de
sus lamentos. Ya no había una segunda oportunidad ni una vuelta atrás. Estaba
confirmado por su propio instinto que aquellos dos cadáveres eran sus padres y
lejos de querer seguir con ellos, despedirse o simplemente llorar a los pies de
aquellas camillas, solo pensó en irse. En salir de la sala y marcharse lejos de
aquella imagen. Le seguí fuera mientras los dos enfermeros quedaron en silencio
y seguí a Jimin hasta una pequeña sala de espera vacía de ventanas. Se sentó
allí en una silla y yo me senté a su lado cubriendo su espalda con uno de mis
brazos. Torturó por minutos sus labios, las uñas de sus dedos incluso su propio
pelo. Le dejé desahogarse y mientras pasaba por etapas de sosiego le besaba en
los labios y las mejillas haciéndole por un segundo olvidar lo sucedido. En uno
de estos instantes de calma uno de los dos doctores que estaba en la morgue
apareció con una lista de documentos que me extendió a mí.
–Se que no
es el mejor momento pero tienes que…
–Sí, sí.
No se preocupe. –Asentí mientras cogía los papeles y Jimin seguía llorando.
Los dejé a
un lado mientras seguí refugiándome en el cuerpo de Jimin y este se sumergía
poco a poco en una depresión de la que no saldría hasta meses después.
Recuerdo
llegar a casa aquél día y sumergirme en llamadas durante horas. No dormimos al
regresar y hasta las diez de la mañana no me detuve entre una taza de café y
otra avisando a la familia de Jimin, a la mía y a las instituciones que
requiriesen de la presencia de los señores Park, como la empresa de automóviles
en las que el padre trabajaba. Irónico, ¿No? toda una vida dedicada al diseño y
montaje de coches para ser uno de ellos su ataúd.
Pasadas
las horas pertinentes el doctor nos avisó de la autopsia y de lo que habían
hallado en ella. Un simple accidente de coche, producido por una imprudencia de
otro conductor. La policía nos daría estos últimos detalles gracias a una de
las cámaras en la carretera. El velatorio fue triste, todo el mundo accediendo
a la estancia en donde nos encontrábamos y todos dirigiéndose a Jimin, el
familiar más cerca de los muertos. Todos estrechando nuestras manos con
misericordia y tristeza, algunos fingida, en sus ojos. Amigos, familiares,
conocidos y trabajadores. Todos asistieron pero yo me sentí solo mientras un
Jimin desconsolado caía entre mis brazos siempre que tenía un segundo.
Fui
consciente de hasta qué punto ahora él dependía de mí y no tenía a nadie más.
No se cansó de repetírmelo, de suplicarme que no le abandonase, de que sería
difícil, pero que debía aguantar por los dos al menos hasta que pudiese vivir
solo. Que me necesitaba, que me amaba, que no le abandonase. Nunca quise
hacerle daño, nunca antes me había sentido tan dependiente de alguien, y con tanta
responsabilidad. Las noches se sucedieron en silencios atronadores. De vez en
cuando algún sollozo, algún gemido lastimero que me hizo querer abrazarle con
fuerza. Otras no era necesario, era él quien buscaba en mí el consuelo.
No fue
hasta dos semanas después que quiso comenzar a salir de nuevo a la calle
después de haber pedido un receso en su trabajo por lo sucedido. Al mes ya se
animaba a conversar de nuevo, pero no fue hasta los cuatro o cinco meses que
desapareció ese desconsuelo en su mirada. La profundidad en sus ojos se había
convertido en niebla y su sonrisa dejó de ser un aditivo frecuente. Sus
caricias, meras necesidades biológicas, sus besos, instantes que apenas
recuerdo. Efímeros. Muy fríos y distantes. Comencé a pensar que realmente la depresión
venía de antes, y el dulce sabor de sus labios no era algo que desapareciera
por culpa de la muerte de sus padres, sino que la monotonía nos había
consumido lentamente sin darnos cuenta
mientras nos manteníamos ocupados con asuntos más importantes.
Fue a
finales de nuestro segundo año de matrimonio cuando él comenzaba a salir de su
depresión. Fue entonces, a mis veintiocho años, cuando le encontré a él.
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