AMNESIA [PARTE II] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 3
Capítulo 3
YoonGi
POV:
Al día
siguiente no nos pudimos ver. Yo estaba demasiado ocupado corrigiendo unos
exámenes que me habían endiñado, y él demasiado cansado después de toda la
mañana trabajando. A través de los balcones exteriores nos encontramos cogiendo
ambos un poco de aire, él con un té caliente en las manos y yo con una onza de
chocolate que se me había antojado. Recuerdo su expresión aniñada y curiosa al
verme aparecer de la nada y quedarme mirándolo con curiosidad. Me contó cómo su
día había sido aburrido y cansado, porque le habían dejado a él solo atendiendo
todas las mesas ya que uno de sus compañeros, un tal TaeHyung, había faltado
porque tenía dolor de estómago.
Nos
entretuvimos hablando más de la cuenta e incluso habría sido como estar en el
piso del otro pero mientras un muro nos separase nos sentíamos aún al cargo de
nuestras responsabilidades. Yo acabé sacándole un poco de chocolate y él me
dejó un pequeño vaso de zumo casero de naranja. La conversación era animada y
no es solo eso, nos incitaba a quedar al día siguiente, porque nuestra amistad
prometía. No hablamos entonces de cosas más que banales, pero nuestros ojos se
cruzaban y cuando sucedía, yo sentía una descarga en la columna, una sordera en
los oídos. Una ciega necesidad de gritarle que continuase. Que no se detuviera.
Que se quedase a mi lado. Creí que era amor. Tal vez lo fuera.
Al día
siguiente me desperté y lo primero que recordé, antes siquiera de saber quien
diablos era yo, era que había quedado con Jimin. Sonreí entre la ceguera de la
mañana tan solo de recordarlo y ese estado de ebriedad me animaba cada segundo
de mi vida. Una emoción que conmovía mi corazón cada segundo. Un aliento a
seguir viviendo. Fue levantarme y saltar de la cama para escuchar el timbre y
dar un respingo asustado. He de ser sincero, era la primera vez que escuchaba
mi timbre de esa manera tan animada y necesitada. Tres, cuatro veces seguidas y
lo único que alcancé a hacer antes siquiera de salir del cuarto fue ponerme una
camisa sobre el pecho para no recibir a quien fuera tan solo en ropa interior.
Cuando
llegué, unos ojos pequeños e inocentes me esperaban emocionados. Una sonrisa se
abrió a mí cuando aparecí en su retina y en sus manos, unas bolsas de comida
hasta arriba. Fruncí el ceño para mira al reloj colgado en la pared a mi
espalda y descubrir que era casi la hora de comer.
–¡Ups!
–Dijo mordiéndose los labios–. ¿Te he despertado? –Asentí nervioso. No me
esperaba esta situación y me había ilusionado con presentarme adecentado–. Yo…
yo lo siento, tenía que haber avisado… yo… –Hizo el amago de irse pero lo
retuve del brazo. No dejaría que se marchara una vez más y le adentré en mi
casa.
Las
conversaciones fueron interminables. Durante horas no nos detuvimos de reír, de
hablar, de mirarnos con infinidad de expresiones acordes con el tema de
conversación. Me habló de su familia, de sus amigos, carentes en su vida. Me
contó anécdotas y desengaños amorosos. Por el contexto de estos entendí que era
bisexual, igual que yo. No se lo dije sin embargo, no me atreví a confesarle que
cabía la posibilidad de que yo me fijase en él. Frente a mí, yo no valía nada y
al mismo tiempo pensaba que debía contarle hasta qué punto estaba sumiso a él.
Aún recuerdo qué cocinamos: sushi, bolas de arroz y ternera con salsa de soja.
Trajo cerveza, y estuve a punto de ofrecerle un licor al terminar de cenar pero
me dejó bien claro que no bebía nada con más graduación de la cerveza. No me
molesté, y al mismo tiempo me encantó. Una persona que se pone sus propios
límites, adorable.
Cuando se
hizo de noche él regreso a su apartamento y yo me quedé en silencio en el mío.
Cuando me senté en el sofá ya no pude levantarme dándole vueltas a todo lo
acontecido. Aún olía todo a él, su voz vagaba dentro de mi mente de un lado a
otro. El sonido de su risa, la forma de sus ojos, el color de sus mejillas y su
incesante vaivén. La distribución errónea de sus dientes, la delicadeza en que
gesticulan sus manos, la expresión infantil de su vergüenza, la gravedad de su
voz en el enfado, o al menos en el fingido enfado. El movimiento de su pelo, el
brillo de su piel en el cuello, el corte en su nuca, la línea de su mandíbula.
El temblor de sus labios al hablar con inseguridad, el brillo en sus ojos al
observar.
Como una
inevitable necesidad me refugié en su cafetería siempre que tuve la
oportunidad. En los descansos entre clases, en mis ratos libres, incluso
algunos días almorcé allí, necesitado del contacto de sus ojos en los míos. Por
una parte intenté que fuera accidental que él me atendiera o ir justo en las
horas de su jornada, pero por otra deseaba que fuera algo evidente, el hecho de
que iba por él y no solo para pagar de mi dinero su sueldo, sino porque su
compañía, aunque lejana, me era suficiente. Los primero días le miraba de lejos
y le sonreía. Él me sonreía mientras limpiaba alguna mesa y sus otros
compañeros me atendían. Yo les miraba desaminado pero accedía a ser atendido
por ellos. Pedía siempre lo mismo, un café con leche y una pequeña porción de
tarta de chocolate.
Cuando fue
algo más evidente que aparecía todos los días a la misma hora y le miraba
deseoso de su atención, aunque él no me atendiese, siempre se pasaba por mi
lado y me sonreía, o me saludaba con ojos risueños. Esos momentos eran lo más
necesitado de mi día a día y conseguirlos, valía la pena el esfuerzo. Esta
extraña rutina me hizo caer en una espiral en torno a Jimin. El olor del café
me recordaba a él, el sabor del chocolate, la forma en la que me entretenía
mientras buscaba su mirada. Esperar horas hasta llegar a la cafetería, dormir,
pensando en él. Todo se basaba en él y al parecer, él no se daba cuenta, esto
era lo más frustrante.
Un día las
tornas cambiaron y mientras estaba con un libro en mis manos, esperando a que
alguien me atendiese, una sombra cayó sobre las páginas de mi libro y miré a lo
alto para descubrir su rostro curioseando entre las letras de las páginas.
–¿Qué
lees? –Me preguntó como un niño aburrido.
–El
retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. –Él asintió y sacó su libreta de su
mandil. Me miró curioso, y con su bolígrafo apoyado con la punta en el papel,
me miró dubitativo.
–¿Café con
leche y una Proción de tarta? –Asentí sorprendido. Pasados los minutos regresó
con mi comanda y la devoré gustoso. Me despedí de él al salir y regresé a casa
con una sonrisa. Todo hubiera sido mucho más sencillo si hubiera seguido su
ejemplo y me presentase en su casa de sorpresa, allanando su intimidad para
pasar un momento a solas. Podría saltar a su balcón y colarme o bien
resguardarme fuera hasta que él apareciera y me rescatara como a un gato
abandonado. No me habría importado refugiarme en su abrazo pero toda la vida
había sido fácil, sencilla y nada comprometida. Por entonces solo quise hacerlo
todo mucho más emocionante, más infantil, y desde luego, mucho más complicado.
Las miradas furtivas eran mucho más difíciles de conseguir que cualquier
atención intencionada, y su atención para conmigo desinteresada, mucho más
valiosa que cualquier atención obligada.
Él siguió
atendiéndome como aquella vez cuando me presentaba en el café y llegó un punto
que su compañero de trabajo, nada más verme aparecer, llamaba la atención de
Jimin para que fuese él quien me sirviera. Su compañero Taehyung sonreía
cómplice de una información de la que yo carecía y Jimin aparecía de la nada
para traerme corriendo mi comanda sin ni siquiera haberme preguntado. Debió dar
por hecho que si había pedido cien veces lo mismo, la ciento uno sería como las
demás. No se equivocó.
A veces,
cuando llegaba, Taehyung gritaba:
–¡Tu
cliente especial ha llegado!
Y Jimin
respondía:
–¿Qué
somos ahora? ¿Un puticlub? –Los tres reíamos dentro de nuestro círculo de
complicidad y cuando Jimin se acercaba a mi mesa ponía los ojos en blanco
disculpando a su compañero y la repentina confianza que había tomado para
conmigo. Me preguntaba mi comanda y me servía. Rápido y eficaz. Siembre así,
hasta que un día, mi comanda llegó y en la servilleta bajo la taza había
escrito algo a bolígrafo. Lo miré curioso mientras Jimin salía corriendo a las
cocinas y Taehyung miraba por encima de la barra, curioso.
“La tarta
más dulce para nuestro cliente más dulce.
Invita la
casa, señor Min.”
Mis
mejillas ardieron y cuando Jimin regresó para recoger los platos vacíos, sus
mejillas estaban tanto o más rojas que las mías. Yo no me di por vencido y
agarré su muñeca haciéndole tambalear la taza en su mano. Me miró avergonzado,
sabiendo que había llamado mi atención con la cursi nota.
–Si no
tienes nada que hacer hoy, me gustaría invitarte a cenar. –Mis palabras le
descolocaron.
–¿Realmente
ha funcionado? –Preguntó asombrado y yo fruncí el ceño. Se le había escapado su
intención–. ¡Claro! Es decir, sí, si accedo.
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