AMNESIA [PARTE II] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 2

Capítulo 2

 

Yoongi POV:

 

El sol era cálido. La estación de primavera se acercaba y haciendo seis meses que ingresé en uno de los centros escolares de Seúl decidí ir a una cafetería para tomar un café en la hora de descanso que se me permitía entre las clases que mi tutor ocupaba. El señor Kang era un señor tremendamente amable y graciosos que rápido tome como modelo de profesor y me inspiré en él para saber camelarme a los alumnos. Para seducirles y atraer su atención a mi clase. El señor Kang podía hacer del temario más aburrido la más fascinante historia que jamás nadie había oído. Sabía cientos de datos interesantes sobre músicos y cantantes. Sabía las más recónditas historias personales que ayudaban para recordar mejor las banales letras que nos obligaban a exponer en los exámenes. El señor Kang tocaba el violín, el piano y un poco la batería. Varias veces nos quedábamos los alumnos y yo en las horas posteriores a su clase escuchándole. Le vimos todos como un referente.

Frente a mí, una taza de café había dejado de humear hacía mucho y apenas quedaba uno de estos sorbos rápidos que ya no agradan al gusto porque el amargor del café ha descendido hasta el fondo evitando la leche y el azúcar. Ya no quedan más que unos posos de nata sobre la acaramelada textura. A un lado, la cuchara sobre el plato bajo la taza y en esta, un resto de la nata ya seca en parte de su mango. Una pequeña bolsita de azúcar abierta, doblada y redoblada al otro lado del plato mientras que en frente de la taza, un servilletero adorna el centro de la mesa. Las servilletas llevan el logotipo de la cafetería y cojo una en mis manos para limpiar los restos de la humedad en mis labios y miro el logotipo frunciendo el ceño. He pasado días aquí encerrado y acabo de ser consciente de que un gran donut es el logotipo de este local. Es un dibujo demasiado simple pero al mismo tiempo elegante y discreto. No llamativo pero sí permanente. Ahora no lo olvidaré.

Parece que es un día ajetreado y las personas han decidido venir aquí en manada. No veo una sola mesa libre y eso me hace sentir tremendamente culpable porque en la misma en la que yo estoy solo, veo a un grupo de cinco chicos sentarse apelotonados mientras intentan hacerse espacio para sus tazas y batidos. Frunzo el ceño y recojo mi mochila con mis manos en el suelo mientras le doy el último sorbo al café y frunzo el ceño mientras me doy la vuelta chocando con alguien por la imposibilidad de ver mientras mis ojos se cerraban en el repugnante sabor del amargo café. No puedo siquiera ver qué diablos sucede sin antes sentir un calor abrasador recorriendo mi pecho y mis piernas. Un calor que se torna humedad con los segundos y mi primer instinto es soltar mi mochila y apartar de un empujón aquello que ha producido en mí esta extraña sensación. Algo cae al suelo después de haber recorrido mi pecho. Una taza con su correspondiente plato y una cuchara.

Tras una bandeja negra, húmeda y manchada del mismo color que ahora se pinta en mi camisa, descubro un rostro escondido y tremendamente avergonzado. El calor me abrasa y cojo con dos dedos mi camisa blanca para separarla de mi pecho y poder hacer que el aire impida el contacto de la prenda con la piel. Una vez he fijado los ojos en esos frente a mí, ya no puedo retirarlos. Unos pequeños ojos negros, parecen pequeños pero se ven agrandados por la sorpresa y por mi estado de su descuidada reacción. Unos ojos que se avergüenzan y no son capaces de mirarme. Se esconden pero reaparecen para mirarme de nuevo. Se inclina, arrepentido, avergonzado y tremendamente asustado. Se inclina, creo contar, siete veces en el tiempo en que yo aun le sigo analizando. Pelo castaño oscuro, igual que el mío. Estatura, similar a la mía. Manos pequeñas que se aferran con fuerza a la bandeja que le sirve como escudo ante una posible reacción de violencia por mi parte. Yo tan solo frunzo el ceño mientras poco a poco mis mejillas se encienden por la cantidad de personas que nos miran. No es de extrañar porque mi rostro probablemente indique que quiera golpearle pero no es hasta que no descubre su rostro detrás de la bandeja, que las ganas, se disipan. Desaparecen como  la espuma en el mar, tan simple, que ni soy consciente. Antes de darme cuenta estoy saliendo de la cafetería con mi mochila en las manos mientras camino a paso rápido hacia mi departamento en el motel. Ya llamaría a mi tutor para decirle que no asistiría a la siguiente clase por un problema personal. Ya buscaría una excusa mejor para el día siguiente. Solo podía pensar en los labios acolchados, jugosos y tremendamente hinchados del chico frente a mí. En sus mejillas. Rosas, rojas por momentos mientras la vergüenza se apodera de él. Un rostro aniñado, infantil, sobrio pero muy detallado. Perfectamente alineado, muy elegante y a la vez, jovial. Algo dentro de mí comenzó a palpitar con fuerza, algo, dentro, muy dentro de mi alma reclamaba por regresar pero él ya no me atendería aunque le rogara y yo necesitaba de cambiarme.

 

 

La noche había llegado y yo acababa de salir de la ducha tras desprenderme del horrible olor a café que he mantenido gran parte de la tarde. La ropa sucia ya se está lavando en la lavadora y el sonido de esta hace eco por el pequeño piso en el que habito. Sobre mi cama, bien colocada y ordenada, la ropa que me podré para salir a tomar unas copas con mis compañeros que como yo, están de profesores de prácticas. Una perfecta camisa blanca sin mancha alguna, y unos pantalones de cuero que pondré sobre la camisa. Una chaqueta de cuero igual y unas botas negras. Miro mi propia ropa y rápido me enfundo en ella hasta sentirme satisfecho con el conjunto cogiendo en mis manos mi teléfono móvil, la cartera y las llaves del piso. Frunzo el ceño, nada más salir y apenas he dado un paso y recibo un mensaje de uno de mis compañeros que confirma que no asistirá con nosotros. Eso me hace poner un pronunciado puchero sobre mis labios y me detengo a contestarle con una decepcionada respuesta a su desinteresada actitud.

Una voz exclama a lo lejos, en las puertas de las escaleras.

–¡No! ¿Qué haces tú aquí? –Pregunta una voz aniñada, temblorosa y muy acongojada. Rápido alzo la mirada a quien ha hablado de esa forma tan escandalosa y preocupante. Se dirige a mí sin duda y reconocer su rostro es lo que más me sorprende. Unos ojos pequeños, que ahora están agrandados de nuevo por la sorpresa. Sus manos tiemblan de nuevo mientras se acerca pacíficamente y con temblor hacia mí–. ¡Lo siento mucho! ¡Yo no quería hacerlo!

Yo frunzo mi ceño mientras veo a ese chico de la cafetería acercarse lentamente hasta mí, con las piernas débiles y la mirada nerviosa. Mira a todos lados preocupado. En su mano, una llave igual que la mía, sin embargo no porta un llavero al contrario que yo.

–¿Qué forma de hablarme es esta? –Pregunto con ojos desorbitados por la forma tan cercana con la que me trata.

–¿Qué quieres de mí? Si tienes algún problema solo tienes que poner una reclamación en el restaurante, me despedirán y punto, pero no hace falta que vengas a amenazarme a mi casa. –Mi ceño se frunce aún más pronunciadamente.

–¿Qué estás hablando? –Su rostro se deforma en la misma expresión que el mío.

–¿No eres el chico de la cafetería de esta mañana? –Asiento.

–Sí. Y tú el camarero…

–¿No vienes para ajustar cuentas? –Las últimas palabras las pronuncia despacio, con miedo. Yo niego con el rostro mientras no puedo evitar sonreír y carcajearme de su confusa y perdida expresión. Sus ojos se tornan asustados ahora mucho más que antes, cuando me ve desenfadado. Sus ojos, enormes y brillantes me miran de arriba abajo mientras yo me apoyo en la pared a mi lado mientras lo comprendo todo de golpe. Su expresión se muestra inocente y perdida. Me encanta.

–No, no he venido para eso. Yo vivo aquí. –Señalo la puerta a mi espalda y él la mira haciendo un enorme puchero pensativo con los labios. La mira receloso y yo me acerco a él y él retrocede un paso, aun desconfiado y me señala la puerta a nuestro lado. Mi puerta contigua.

–Debes estar bromeando. –Me dice animado–. Yo vivo aquí al lado. ¿De veras que no estás enfadado por lo sucedido?

–Yo no he dicho que no esté enfadado. –Rápido su expresión se torna asustada de nuevo–. Pero te perdono, es un error humano. –Me encojo de hombros pero él no parece convencido.

–Puedo pagarte la tintorería, si quieres, –niego con el rostro pero él no me deja continuar–, te invitaré a un café la próxima vez que vayas, y a una de nuestras rosquillas de glaseado de fresa, son nuestra especialidad. –Niego con las manos.

–No es necesario. –Frunce sus labios, satisfecho con su comportamiento e incitativa, y como no encuentra una excusa para seguir hablando se gira hacia su puerta con las llaves listas para la cerradura pero yo le detengo con mi voz–. Mi nombre es Min Yoongi. –Jimin asiente sonriendo, escondiendo sus ojos tras los párpados.

–Lo sé. Está en el buzón. Yo soy Park Jimin. –Sonríe aún más–. Pero mi mamá me llama Jiminie. –Saco la lengua disgustado.

–No me gusta, te llamaré simplemente Jimin. –Se encoge de hombros y mete la llave en la cerradura pero un extraño sentimiento de impotencia se apodera de mí a cada segundo que visualizo como la conversación se hace cada vez más lejana y efímera. Tengo la irracional necesidad de mantenerle conmigo, mantenerle hablando para seguir con él–. ¿Cuántos años tienes?

–Veintiuno. –Alzo mis cejas, sorprendido.

–Yo tengo veintitrés. –Asiente no muy emocionado, más bien desinteresado, y abre la puerta de su casa pero yo me acerco a él y no parezco dispuesto a dejarle ir tan fácilmente.

–Bueno, no quiero entretenerte más. –Me dice sonriendo amable–. Parece que vas a salir, ¿no? –Asiento y desde el interior me sonríe una vez más.

–¿Te… te gustaría…? –Evité que desaparezca–. ¿Te gustaría venir con nosotros? Vamos a ir unos amigos y yo a tomar algo por ahí. –Él suspira cansado.

–Me he pasado el día en la cafetería, lo menos que me apetece es estar al otro lado de una barra. –Asiento sonriendo.

–Está bien, comprendo. –Camino, con hombros caídos y una expresión avergonzada como un niño pasillo adelante pero antes de llegar a las escaleras su voz me detiene. Me giro, emocionado.

–¡Encantado, Min Yoongi! Cuando quieras podemos tomar algo aquí en mi casa. Mañana por la tarde libro. Y el domingo todo el día. –Sonrío mucho más emocionado que antes. Asiento y le veo esconderse tras el umbral con una sonrisa que me enternece. Una pequeña risa infantil me pone los pelos de punta y cierra la puerta. El aire huele mucho mejor y es más ligero. Todo mi cuerpo se nota más endeble y risueño. Algo parece iluminar una vida gris y monótona.

 


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