AMNESIA [PARTE II] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 10

 Capítulo 10

 

YoonGi POV:

 

La estación dio paso a un frío invierno que ya a principios de diciembre cortaba la respiración en el caminar. Durante muchos días había estado intercambiando mensajes con Jeon, banales en su mayoría, pero alguno que otro fuera de tono. Me preocupé de borrarlos siempre cuando las furtivas conversaciones cesaban pero nunca me escondía para hablar en ellas, Jimin delante, despreocupado, pensando que simplemente estaba en alguna red social cualquiera. Moderé las gesticulaciones inesperadas de mi rostro y en no parecer nervioso o excitado, él lo notaría. El tiempo era horrible, el frío prematuro de la estación nos obligaba a mantenernos en el hogar siempre que podíamos. Yo no podía escabullirme de mis responsabilidades en la escuela, igual que él debía asistir cada día al café. Durante esta época le tocaban los turnos de mañana, lo que nos dejaba las tardes libres para nosotros pero el frío nos obligaba a permanecer encerrados. Creo que esa fue la primera sospecha que él captó. Verme ir en pleno frío a una supuesta quedada con Namjoon.

–¿Seguro que no quieres que vaya contigo? –Me dijo con ojos suplicantes. Esa inocente mirada cambiaría de aquí a unos meses, pero no aun. Por entonces aún me creía cuando le hablaba.

–Seguro, mi amor. Quédate aquí con una mantita, –Me acerqué a él y abracé su cintura, besando sus labios–, con una taza de chocolate caliente y con una peli en el sofá. No volveré tarde, te lo prometo.

–Hyung… abrígate bien, por favor. –Hundió su cabeza en mi hombro, respirando con tranquilidad, y sorprendentemente, eso no me hizo sentir ningún tipo de remordimiento. La excitación por la aventura era mucho mayor que cualquier sentimiento de pena–. Dile a Namjoon de mi parte que te cuide mucho, que te quiero y que no te ponga una mano encima. –Sus celos afloraron y me vi recompensado por la posibilidad de que pensara, en todo caso de creerlo, que le estaba siendo infiel con Namjoon. De todos modos era un camino erróneo y sin salida, porque ambos no tenían y no habían tenido jamás el mínimo contacto. No solo porque yo lo quise así, sino porque mi relación con NamJoon no es más que estrictamente profesional. Me asustaba el mundo que me estaba creando, pero más lo hacía el posible mundo que él se estuviera haciendo por mi culpa. La ropa ya estaba en mi cuerpo, ya estaba listo para salir. Lo demás, no tenía importancia.

Cuando me puse un jersey negro, bajo un abrigo y mis cosas estaban en los bolsillos de ese, me acerqué al sofá donde Jimin reposaba tranquilo viendo la tele y besé sus labios con cariño y dulzura. Él deseó que el contacto durase más tiempo, recuerdo su angustiada mirada. Pero yo debía irme. Ya llegaba tarde. 

El frío cortó mis mejillas y rápido alcé el cuello de mi chaqueta para intentar refugiarme, difícilmente, de él. Mi coche estaba a tan solo una manzana aparcado y caminé deprisa para meterme en su interior y poner rápido el aire caliente. Me miré varias veces en el retrovisor antes de arrancar el coche para asegurarme de que todo estaba perfecto en mi apariencia. Me había puesto incluso perfume y el olor comenzaba a atosigarme. Unos vaqueros, sobre un jersey de lana negro, casi a estrenar, y unos mocasines de cuero negros. Me arrepentí de que la circunstancia no me dejara exhibirme un poco mejor pero el frío se había juntado con mis demonios, y estaba dispuesto a sucumbir a ellos fuera la estación que fuera.

Encendí el coche y salí de la calle. A medida que me alejaba de mi propio hogar la seguridad crecía radicalmente y llegó un punto en que perdí conciencia de mi mismo creyéndome igual de libre que un animal en medio de la selva. Olvidé instantáneamente mi pasado, mi futuro, solo me preocupaba el presente y el momento en que llegase a la casa de Jeon. Aparqué justo delante de su puerta y él ya estaba esperándome, de brazos cruzados y con un cigarrillo en la mano, intentando olvidar el frío. En su cuerpo, unos vaqueros oscuros, una chaqueta de color kaki y unas botas del mismo estampado. Cuando se acercó al coche tiró la colilla lejos y se montó, sorprendentemente dejando en el coche un aroma a colonia más que a tabaco o nicotina. Suspiré el aire que desprendía y me quedé un segundo respirando mientras me aferraba al volante en mis manos. Le miré de reojo recordando nuestras conversaciones en las que ambos nos exigíamos quedar cuanto antes. Apenas hacía dos semanas que nos habíamos besado y ambos estábamos ya carentes de ese recuerdo.

–Hola hyung, te echaba de menos. –Me dijo tan de repente que di un respingo y le miré, nervioso.

–Kookie… yo a ti también.

–¿Y bien? –Preguntó mientras se abrochaba el cinturón–. ¿A dónde vas a llevarme?

–Donde tú quieras. –Miré al frente mientras veía el frío empañar mis cristales.

–¿No tienes nada pensado? –Preguntó haciéndose el ofendido–. Habíamos hablado de esto antes… un paseo por el parque, una cena, en un restaurante. –Suspiré mientras contemplaba ahora con criterio todas las posibilidades de las que habíamos hablado pero me resultaba no solo poco adecuadas para el tiempo sino muy exhibicionistas.

–El tiempo no acompaña. –Dije como si nada.

–Ya, pero hemos insistido mucho en quedar, tu trabajo, mis estudios…

–Si tanta urgencia teníamos por quedar, ¿qué se supone que queremos hacer con el otro? –Pregunté pero me arrepentí al instante porque su coqueta mirada me indicó sus claras intenciones para conmigo.

–Tu asiento trasero me parece un lugar acogedor… –Dijo y me miró con sorna pero yo le quité la mirada aunque sonreí, ruborizado.

–Soy una persona mayor, tengo otro proceder… –Le dije y me miró sonriendo.

–¿Qué proceder es ese entonces?

–Si voy a acostarme con otra persona… –Mis palabras sonaron duras y fuertes. Cayeron como losas en la realidad. Él rió de mí.

–¿Quién ha dicho nada de sexo? –Le miré, sonriendo pero confundido–. Yo solo hablaba de dormir abrazaditos, hyung… –Le miré con una ceja en alto y rió de sus propias palabras para pasar su mano por mi hombro y después por mi brazo–. Estás muy tenso, hyung, cálmate, no hay nada malo en lo que vamos a hacer. ¿Mi edad es un problema? No te preocupes por eso, legalmente soy mayor de edad, soy más alto, soy…

–Cállate, Jeon. No me dejas pensar con claridad. –Le dije sonriendo y él detuvo su parloteo para mirarme risueño–. ¿Qué te parece ir al cine? Es un lugar recogido, estaremos entretenidos y…

–A oscuras. –Termina mi frase.

–Sí… eso…

–¿Tan feo soy, hyung? –Hizo un puchero. Maldita sea. Le miré al principio altivo, fingiendo que no me afectaba. Pero cuando deshizo el puchero para mostrarme una sonrisa repleta de dientes, sí que no pude contenerme. Le besé donde sus labios cerraban sus dos paletas y él me miró un poco sorprendido. Ruborizado incluso. Le capté nada más me deshice del beso. Fingía ser posesivo y valiente pero no era más que un niño desorientado. Sonreí ante la imagen más adorable de él y me dispuse a salir en dirección al cine. Él se removió nervioso. Yo también lo estaba.

 

 

Cuando llegamos al cine ambos nos pusimos frente a la puerta para ver la cartelera y sin darme cuenta, y antes de lo que esperaba, pasó uno de sus brazos por mis hombros. Me miró sonriendo y yo no le dije nada. El frío me había cegado igual que me había dejado insensible. Tardamos al menos diez minutos en decidirnos que ver, obligados por los horarios de las películas y el frío. Se fumó un cigarro y mientras, su otra mano sobre mis hombros. La sensación era no solo agradable, también cálida y contagiosa. Entramos con mi mano en su brazo. Quise poner una excusa. Él no la buscaba. No la necesitaba. La excusa era solo para mí y apeló al contagio de su extrovertido comportamiento y la complicidad de un par de besos. Nada más.

Al final nos decidimos por la película de Vengadores: la era de Ultron. Él miraba el cartel con un brillo infantil en sus ojos y no me pude negar cuando reconoció que deseaba verla con ansias. Yo la verdad es que no me sentía atraído por el tipo de películas de superhéroes, debía ser la edad, pero lo que menos me importaba era la película. Solo deseaba estar con él y verle sonreír de esa forma. Verle con la sonrisa infantil e inocente que tanto me había cautivado. Entramos y al pagar las entradas me prohibió, tras una leve discusión, pagar su parte. Él traía su dinero y a juzgar por la cantidad en su cartera me di cuenta de que no había recogido al primer vagabundo de la calle. Era un niño con recursos, eso me hizo sentir menos violento y le dejé pagar su parte de las entradas siempre y cuando me dejase invitarle a las palomitas y al refresco. Accedió a mala gana pero cuando ya lo teníamos todo nos pusimos en la cola y comenzamos a hablar.

–No me gusta deberle nada a nadie. –Me dijo como si nada mientras comía una palomita de la caja en sus manos. Me miró con una sonrisa inocente pero al mismo tiempo, extrañamente adulta. Sus palabras la tornaban de edad.

–Soy yo quien ha propuesto el cine, Jeon…

–No me importa. –Frunció el ceño, pensativo–. Pero ahora bien, cuando yo te invite el próximo día a un café, vas a dejar que pague yo el tuyo. ¿Entendido? –Fruncí el ceño, con una sonrisa en el rostro. Sonreí y reí por su expresión y la sonrisa calmó mi alma.

–¿Contradictorio o hipócrita? –Le pregunté.

–Un poco de ambos. Digamos que soy dictatorial y punto. –Asentí mientras seguía riendo y me extendió una palomita, tal vez cansado del sonido de mi risa, tal vez tan solo buscando el contacto conmigo pero cuando fui a comerla, él besó mis labios. Rápido porque me aparté. Apenas inexistente, porque intenté borrarlo de mi mente y de la realidad. Miré a todas partes pero a pesar de estar rodeado de personas, nadie había percatado en nosotros–. ¿Estás bien? –Me preguntó nervioso mientras, como yo, miraba a todas partes, confuso.

–Sí, sí… es solo que… bueno ya sabes, no me gusta… con tanta gente… –Asintió y me di por vencido. No necesitaba más de mí para entenderme. Tampoco conocía la verdad, tan solo una fingida vergüenza social.

–Vamos, hyung. Ya podemos entrar. –Entramos a la sala oscura junto con el resto de personas y cuando llegamos a nuestros asientos nos acomodamos allí con las palomitas y la Coca–Cola en medio. Los anuncios iniciales tan solo fueron una excusa para hablar y seguimos hablando de la película que estábamos a punto de ver, de lo que habíamos hecho estos días y de cómo nos iba en nuestras respectivas obligaciones. Él me miraba con ojos felices y yo con un rubor invisible por la oscuridad que nos rodeaba. Cuando la película empezó todo se quedó en silencio. Jeon fijó los ojos en la pantalla y no los despegó hasta media hora después que decidió mirarme igual que un padre mira a un hijo para saber si sigue ahí y si está entretenido. Le devolví la mirada con una sonrisa que debió parecerle aburrida porque se acercó a mí y me susurró–: ¿Te gusta la peli? –Me encogí de hombros

–No es de mi estilo, pero está bastante bien.

–Sé que la hemos escogido porque a mí me gusta. –Sus labios en mi oído me producían escalofríos–. Eres el mejor hyung del mundo, muchas gracias. –Volvió a la película pero esta vez su mano se condujo a la mía apoyada en el reposabrazos entre ambos asientos. Miró nuestras manos unidas y la oscuridad del sitio me proporcionaba la seguridad que a mí me faltaba para continuar. Le estreché los dedos entre los míos y sonreímos a la par. Su mano sentía agradable, tranquila, muy cómoda en la mía y sentí como si estuviera hecha especialmente para esto. Por al menos otros diez minutos se estancaron nuestras manos ahí, a la vista de ambos y cuando la película no me parecía suficientemente satisfactoria, las miraba con una sonrisa en mis labios.

Antes de darme cuenta su rostro volvía a estar escondido en mi cuello y besó mi lóbulo como un chiquillo travieso. Di un respingo y agradecí no tener a personas a mi lado sentadas que pudieran escudriñarnos con sus ojos curiosos. Me dejé hacer sin retirarme y él se sintió aceptado en el contacto. Besó mi cuello y después la línea de mi mandíbula. Despacio, sin ruido, tan solo para mí.

–Que bien hueles, hyung. Que dulce…

–Shh… –Le mandé callar mientras intentaba por todos los medios concentrarme en la película, pero los diálogos dejaron de tener sentido y no era más que una sucesión inconexa de imágenes perturbadoras. La mano que antes estaba en la mía se dirigió a girar mi rostro y besarme en los labios mientras la oscuridad nos envolvía. Su lengua se coló indiscriminadamente entre mis labios y el sonido de la saliva chocar me hizo temblar. Su olor, la forma de su nariz en mis mejillas, su reparación. Su mano aferrada a mi cabello para no dejarme escapar. Se separó de mí cuando yo ya sentía mi pene palpitar y apenas pasaron dos minutos cuando Jeon comenzó a recoger su chaqueta y la mía–. ¿Qué haces? –Le pregunté en un susurro a lo que él me respondió muy serio.

–Vamos, tengo un problema. –Sus palabras parecían asustadas y sin poner una sola excusa me dejé levantar por su mano en la mía y caminé con él escaleras abajo ignorando algunas voces que nos recriminaban la intromisión. Miré hacia un lado, con rostro avergonzado y en un momento de luminosidad creí reconocer un rostro entre el público, pero como rápido todo volvió a tornarse oscuro, no le di importancia. Salimos de la sala antes de darnos cuenta y rápido me condujo a los baños.

–¿Qué pasa, Jeon? –Le pregunté con ojos curiosos pero nada más entramos perdí la curiosidad dándome cuenta de su embaucador comportamiento–. ¡Ah! Esa clase de problema. –Me miró inocente pero sus gestos fueron atrevidos, dándome de nuevo la mano y besándome con fuerza. Coló su lengua de nuevo en mi boca y me dejé hacer por ella mientras exploraba a prisa toda mi cavidad bucal. Mis brazos fueron a su cuello y él ágilmente me cogió en brazos para sentarme en la cerámica de los lavabos a un lado del baño. Nuestras respiraciones, poco a poco y por los besos, se volvieron más entrecortadas y ambos buscamos el máximo contacto posible. Sus manos exploraban mi pecho bajo el jersey y mi espalda curvada para besarle. Su cuerpo entre mis piernas era fuerte, atlético, joven, tentador. Muy tentador. Sus ojos cerrados me parecían adorables y cómo fruncía el ceño cada vez que quería besarme con más brío e intensidad. Cuando giraba su rostro para alcanzarme más profundo con su lengua. Sus dientes rozando mis labios, nuestras mejillas aplastadas, nuestras narices sin respiración. Nuestros cabellos revueltos por nuestras manos buscando más contacto. Comencé a sudar, él ya había roto hace tiempo.

Un sonido. Unos pasos acercándose y rápido nos separamos para recoger nuestras chaquetas por el suelo y escondernos en uno de los cubículos a nuestro lado. Los pasos entraron y yo intentaba  por todos los medios mantenerme en silencio pero no era fácil cuando un chico a mi espalda me abrazaba y besaba como si seguir viviendo dependiera de ello. Apoyé mis manos en la puerta y él comenzó a inspeccionar todo mi cuerpo con sus manos, dentro de mi jersey, dentro de mis pantalones. Encontrar el bulto en mi entrepierna le hizo sonreír en mi cuello, mientras besaba mis hombros con dificultad por el jersey. El calor comenzaba a estorbarme y me lo quité mientras me giró a él para mirarme de arriba abajo mientras suspiraba. Llevé uno de mis dedos a mis labios para pedirle silencio y él apenas me miró, cegado como estaba en mi cuerpo. Con los puños apretados cerré mis ojos para suspirar tranquilo mientras escuchaba los pasos de la persona que había entrado solo a orinar marcharse y comencé a sentir como unos labios besaban las clavículas en mi cuello. Mis manos se destensaron y las llevé a los cabellos en su cabeza y apoyé mi espalda en la puerta cerrada.

El camino de besos comenzó a descender y eso me produjo una descarga de adrenalina por cada centímetro de piel que se juntaba por primera vez con sus labios. La forma tierna y abultada en la que se tornaban al roce con mi piel era de lo más excitante a la par que extraño. Mientras que toda su expresión era de total calma y sumisión, sus ojos me mostraban la ferocidad con la que estaba dispuesto a devorarme. Las oscuras tinieblas en su mirada decían todo lo que sus gestos reprimían. Sus manos, aferradas posesivamente a mi cintura no me soltaron por horas y se arrodillo frente a mí para suspirar en mi vientre. Yo suspiré al cielo mientras aferré con fuerza sus cabellos. Mi vaquero comenzaba a molestarme. Él me miró con ojos divertidos mientras mi rostro seguramente denotaba una excitación exquisita.

Tomándose la libertad de obrar a su gusto llevó sus manos a mi bragueta y muy lentamente, torturándome con cada uno de sus gestos, desabrochó el botón metálico y bajó la cremallera produciendo un sonido que solo escucharlo me excitaba. Su mirada me seducía en sobremanera y la única explicación para sucumbir a su boca sobre mi ropa interior fue la dulzura con la que mi alma se llenó. Una agradable sensación de placer junto con la indiscutible imperfección a mi alrededor. El lugar era imperfecto, el momento era imperfecto, él estaba lleno de imperfecciones, a mi me devoraban los errores. Todo a mi alrededor era un cuadro desmarcado. Un paisaje desenfocado. Pero natural. Todo era humano, carnal, terrenal. Era el pecado personificado y sucumbí a él en el momento en que me vi seducido por la oscuridad en sus pupilas. Corrompido por sus estúpidas sugerencias. Enamorado por su persona.

Sus labios delinearon mis calzoncillos solo con un sutil roce y poco a poco los bajó para dejar salir el bulto aprisionado debajo de mi polla endurecida. Su mano la aferró con sutileza y comenzó a masturbarme rápido mientras con su mano libre recorría la línea de mi cintura. Mi vientre ligeramente abombado, en movimiento por mi acelerada respiración. Mis manos en sus cabellos no le llevaron a chuparme, lo hizo él solo cuando vio oportuno y yo solo me encargué de marcarle un ritmo que me gustase. No hizo falta, sin embargo, y antes de darme cuenta mis caderas le embestía hasta tocar su garganta. Él se dejó hacer y más que eso, obedeció gustoso cuando le susurraba que se detuviese o que acelerase el ritmo. Me supo complacer incluso cuando mis exigencias cesaron y él supo cómo adecuarse a cada momento y a mis necesidades.

Cuando, viéndome en el límite apreté sus cabellos en mis manos, se detuvo y limpió con su lengua mi pene embadurnado de su saliva. La sola imagen podía hacerme delirar de la forma más cruel posible. Sus manos se dirigieron a desabrochar sus propios pantalones y a quitarse la camisa. Se sentó en el retrete y cogió mi mano para conducirme a sentarme en su regazo pero rehusé rápidamente con el rostro enrojecido. Negué al instante con el ceño fruncido.

–No. No. De ninguna forma. –Me miró confuso–. No vamos a hacerlo de esta manera. –Se miró a sí mismo y con un suspiro resignado y una sonrisa pícara se levantó y se giró de espaldas a mí apoyando sus manos en la cisterna sobre el retrete. Me miró por encima del hombro buscando mi aprobación y sonreí con un rostro que hoy recuerdo simple pero seguro que portaba la expresión más pervertida que jamás me he permitido. Bajé sus pantalones y su ropa interior de un tirón mostrando su trasero y allí llevé mis manos para aplastar los glúteos gustoso.  Gimió con el simple contacto y yo me incliné para pasar rápidamente mi lengua por su trasero, desde sus testículos hasta pasar su ano palpitante.

–Hyung~–Gimió meloso y el gemido me trajo de cabeza. Palpé con dos dedos su entrada pero él gimió enfadado–. Déjate de tonterías y métemela ya, hyung.

Obedecí sin compasión. Me metí en él con un gemido que intenté reprimir pero que él no hizo. Gritó placentero y comencé con las embestidas antes de que él me diera permiso. Tampoco pareció importarle. Yo no tardaría demasiado en venir y él tampoco porque se masturbaba con violencia mientras que con otra mano se apoyaba débilmente. Le relevé en masturbarse y el contacto de su pene en mi mano me resultó desconocido pero muy excitante. Nunca antes me había excitado tanto estar masturbando a alguien, no sé si fue su prematura edad o que tal vez el lugar era demasiado morboso, pero cuando se corrió en mi mano me vine al instante con el calor del líquido goteando de mis dedos. Salí de él mientras el semen goteaba de su ano y me arrodillé de nuevo para lamerle allí donde mi semen goteaba. Se dejó hacer gimiendo de nuevo e intenté no escucharle porque me volvería a empalmar.

–Hyung, qué delicioso… –Susurró y juraría que me vendría con la cansada y satisfecha expresión en su rostro, pero no lo hice. Me levanté, me acomodé de nuevo la ropa con su imitación frente a mí y salimos del baño. La película había acabado seguramente y si no, tampoco me importaba. Solo pensaba en echarme agua a la cara y repetirme que esto no había sido real. Mi cuerpo no me lo permitía creer, de todas maneras.

–¿Tienes que estar pronto en casa? –Le pregunté esperando que me dijera que sí pero se encogió de hombros.

–Tengo veinte años, hyung, no tengo hora ya… –Suspiré desaminado mientras caminábamos fuera del cine y nada más pisar la calle le vi encenderse un cigarro. Me miró curioso y sonrió–. Un buen polvo no es bueno si no hay un cigarro después. –Suspiré sonriendo también y a medida que caminábamos a mi coche me preguntaba qué pensaba él de mí. Qué pensaría si le dijera que estoy casado. Qué pensaría si supiera que me gusta y que cada vez me gusta más. Preferí no decir nada y nada más entrar en el coche, cerré los ojos respirando tranquilo y lento–. ¿Estás bien? –Me preguntaron sus ojos responsables y su voz adulta.

–Sí, bien.

–Es que… como no has dicho nada…

–Ha sido genial, pequeño. –Besé sus labios. Él me correspondió pero no estaba satisfecho con mi respuesta.

–¿Seguro? Si tienes cosas que hacer no me importa. Puedes llevarme a casa, no tienes que sentirte obligado a estar conmigo. –El silencio en el coche por culpa de estar apagado hacían sonar sus palabras mucho más adultas y serias de lo que habría deseado.

–No es eso, es que… –Suspiré mientras miraba la ora. Las once y media–. No quiero parecer un interesado, llevándote a casa sin más después de esto…

–No tienes que preocuparte, hyung. No tienes que darme explicaciones de nada, no soy tu pareja. –Le miré, esperanzado por sus palabras bien escogidas–. Si quieres hacer algo, solo hazlo. Si tienes otras cosas que hacer simplemente dime, “tengo cosas que hacer”. Punto. No voy a ponerme celoso igual que no espero que tú lo hagas. No voy a sonsacarte ni a recriminarte nada. En realidad tendría que darte las gracias, me has hecho pasar un buen rato. –Le miro y le sonrío.

–Tengo cosas que hacer. –Asiente y se pone el cinturón–. Te llevo a casa, pequeño.

 



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