AMNESIA [PARTE I] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 8

 Capítulo 8


Jimin POV:


Yoongi ha regresado a trabajar. No podía permitirse estar más tiempo sin ir a su escuela y aún así pretender que le pagaran las semanas que ha estado intentando cuidar de mí. Mi memoria sigue igual de frágil, me temo, pero al menos puedo habituarme a esta extraña normalidad de mi día a día. Yoongi la hace aún más austera reprimiendo salir del hogar o incluso hablando de temas que podían interesarme. Mi pasado está tremendamente borroso e intento formar una imagen nítida a partir de todo lo que me ha contado Yoongi pero sigue sin ser suficiente porque me faltan las experiencias propias, los sentimientos de los acontecimientos. Todo. Lo único que almaceno en mí de aquél tiempo antes del accidente, el rostro de ese chico que antes vi. La forma de sus ojos recalcados en las fotografías en mis manos. Ellas se ven mucho más nítidas que el recuerdo reciente de su rostro enmarcado por la puerta en un intento por entrar. Miro la puerta a pesar de que nadie hay pero me siento más calmado así y puedo sentir como algo se revuelve dentro de mí, un animal dentro de mi estómago que amenaza con salir o bien matándome o devorándome hasta alcanzar su objetivo. Miro a ambos lados de mis costados y me levanto volviendo a añorar la presencia de Yoongi por alguna parte porque cuando él no está, todo es más aburrido y necesito tener la mente ocupada para no intentar devanarme los sesos en algo que no alcanzo a comprender. ¿Qué querría decir el recuerdo de sus fotos en mis manos? ¿Realmente nos conocemos? ¿Quién diablos es?

Angustiado camino a la cocina y lleno un una taza con agua para meterla en el microondas y hacerla cocer. Mientras oigo como el sonido del microondas inunda la casa me sumerjo entre los cajones que se distribuyen alrededor de la cocina en busca de té o alguna infusión que me haga pasar el rato mientras me siento frente al ordenador para distraerme o como suelo hacer, para ver mis fotos e intentar recordar mi pasado. Cuando el sonido del microondas suena con una campanita alegre, camino hasta él para sacar con cuidado el vaso burbujeante por la alta temperatura a la que ha estado sometido. Con cuidado me acerco con él a la encimera y vierto en él dos pequeñas pastillitas de sacarina y dos bolsitas, una de té negro y la otra de poleo menta. Rápido el olor de la menta me llena las fosas nasales pero me aparto de la taza cuando el timbre suena y doy un respingo asustado.

Como no esperaba ningún tipo de visita y Yoongi siempre lleva llaves, se me hace muy difícil imaginar quién podría ser. No tengo conciencia de que habiéndome quedado solo en casa, alguien haya aparecido reclamándome, pero como debo recordarme de que esta vida no me pertenece y tan solo conozco una pequeña porción de ella, me limito a no darle importancia y acercarme para ponerme de puntillas y mirar por la mirilla que se me antoja demasiado alta para mí y a través de ella, puedo reconocer el rostro al otro lado, un rostro conocido, no solo por mi memoria reciente, sino también arraigado en los más profundos de mis recuerdos. Me choca la adrenalina y me golpea para hacerme apartar de la puerta y mirarme en el espejo de la entrada mientras coloco bien mi pelo y me ajusto la ropa al cuerpo, limpiándola de polvo y arrugas, esperando no sentirme arrepentido por mostrarme ante él con una sudadera negra y unos pantalones cortos de deporte negros también. Me siento estúpido pero no puedo perder la oportunidad de estar con él, y tampoco de esperar a que se vaya, por lo que me acerco a la puerta y la abro viendo con un solo resquicio de su mirada la impaciencia por qué le abrirse.

–Hola. –Me dice con un suspiro y me aparta la mirada un poco incómodo. Yo no le aparto la mía y le miro obligándome a ascender un poco el rostro porque es más alto de lo que recordaba. Un palmo al menos. Aparte de eso no hay nada en él no haya registrado ya en mi mente. Sus ojos, la oscuridad en la que puedo sumergirme de ellos, el brillo y las pequeñas motas marrones, caobas, decorando su iris. El rosa de sus labios, su textura inconfundible, como se deforman en el centro para aparecer por los lados. Sus pómulos. Sus dientes en su sonrisa tímida y avergonzada. Sigue hablando porque yo no le he contestado a su saludo–. Esperaba que pudieras…

–Pasa. –Le corto y él parece sorprendido pero accede con un asentimiento de cabeza y camina a mi lado, pasa frente a mí para caminar dentro y su olor, me deja una estela de remordimientos que han surgido de la nada. Un miedo atroz que me conmueve y camino sin darme cuenta embobado a menos de medio metro detrás de él. Llegamos al salón, y se detiene al lado del sofá pero yo le pido que se siente y lo hace, de muy buen gusto aunque se le nota inquieto e incómodo. Fuera de lugar, podría decir–. ¿Quieres tomar algo? Estaba preparándome un té…

–Un vaso de agua. –Toca su garganta necesitado de él–. Por favor.

–Claro, vuelvo enseguida. –Asiente y regreso a la cocina para coger una botella de agua fría de la nevera y llenar con ella un vaso de cristal y regresar al salón con mi taza de té en una mano y el baso en la otra. Cuando salgo al salón le encuentro con la mirada perdida en el suelo al lado de la mesa, donde yo debí caer y golpearme la cabeza. Eso me hace pensar que tal vez sepa como ocurrió, incluso que él estuviera allí en ese momento, pero nada importa cuando me mira y me sonríe amable con unos dientes de conejo que me hacen devolverle la sonrisa inevitablemente. Le extiendo el vaso mientras yo me quedo con mi taza en las manos y soplo el contenido candente–. ¿Y bien? ¿Puedo preguntar a qué has venido, muchacho?

–Claro. Bueno… yo, necesitaba verte. –Sus palabras son tan melosas y acarameladas que no puedo evitar sentarme en el sofá  a su lado y sonreír como un idiota cuando le veo beber agua y pasa su lengua por sus labios limpiándose de los restos de ella.

–Eres muy amable. Eres el chico del otro día, ¿cierto? –Asiente mientras deja el agua en la mesa frente a nosotros y se sienta más cómodamente en el sofá. Suspira largo y tendido hasta que encuentra las palabras para proseguir.

–Supongo que no debí mostrarme así, pero estaba muy preocupado, lo siento. Lo siento por todo.

–¿Qué es todo? No tienes que disculparte por nada, pareces solo un buen chico. –Niega con el rostro sonriendo, un poco tímido–. Quítate la chaqueta, aquí hace calor. –Le digo tirando de mis pantalones cortos y asiente mientras se deshace de la chaqueta de deporte negra que lleva, y mientras la deja a un lado, esparce sin querer su olor por todo el salón. Puedo ver cómo me golpea en la cara y cierro los ojos instintivamente tan solo para disfrutar del delicioso aroma que se me antoja muy familiar. No puedo por menos que dejar la taza de té a un lado mientras me siento más cerca de él sin que se dé cuenta y puedo notar cómo me mira un nervioso y tímido.

–Hyung… –Dice meloso, poniéndome todos los pelos de punta–. ¿De veras que no me recuerdas?

–No, lo siento mucho, pequeño. –Hago un puchero y me mira mucho más fijo que antes, desde la línea de mis cejas hasta mi barbilla. Yo me dejo hacer por él tanto como me gusta que lo haga, porque sentirme mirado por él me reconforta, me hace sentir algo en mi interior que no he sentido desde que recuerdo. Mis manos tiemblan y sudan, pero no importa, puedo recrearme en sus ojos tan fijos en los míos. Parece que comprueba algo, tal vez que sea cierto lo que le digo pero no creo que pueda demostrar lo contrario por lo que prefiero darle unos segundos para que asimile lo que le estoy diciendo–. ¿Éramos amigos? –Le pregunto triste. Él se deja caer en el sofá–. ¿Nos conocíamos bien? Creo… creo que… –Niego con el rostro.

–No. –Me contesta, no muy convencido–. No éramos amigos, solo… conocidos. Dejémoslo ahí. –Asiento.

–¿Y tanta preocupación por un conocido? –Levanto una ceja y eso le hace temblar. Me retira la mirada después y bebe un poco más de agua.

–Estaba preocupado. Solo eso. –Asiento pero no parece muy convencido con su propia respuesta–. Necesito que me perdones, Jimin. Lo siento mucho. –Frunzo el ceño–. ¿Yoongi te ha hablado de mí? No lo ha hecho, ¿verdad? Sería idiota si lo hiciera, no quiere perderte.

–¿Por qué iba a perderme? –Pregunto inquieto. Él lo está más que yo.

–Yo… Lo siento mucho. –Esconde su rostro en sus manos y se deja caer apoyando sus codos en sus rodillas. No puedo evitar enternecerme y sentirme culpable. Me siento a su vera y rodeo sus hombros con mi brazo intentando reconfortarle pero como puedo sentir que sus hombros comienzan a convulsionar, me apoyo en él y le abrazo con más fuerza, cometiendo el grave error de rozar con mi nariz en su cabello y acomodar mi rostro en la curva de su cuello. Allí, su olor es mucho más intenso, un olor que me provoca un golpe brutal de familiaridad. Cierro los ojos dejándome abrumar por él hasta convertirme en humo a su lado. Los recuerdos se agolpan en mí pero están distorsionados. Oigo voces, no sé de quienes sin tampoco puedo decir que no sean las mías. En mis manos, la tela de una camisa, blanca y al parecer, sucia, empapada de esa fragancia. En la oscuridad del cuarto la cojo en mis manos y me la acerco para olerla. El olor hoy es conocido, entonces, solo era algo a lo que debiera empezar a acostumbrarme. Algo novedoso, habiéndome tomado por sorpresa sabía que se convertiría en algo habitual.

–Ni siquiera te has presentado. –Le recuerdo mientras llora en mis brazos y eso le hace llorar más fuerte mientras en gemidos lastimeros me canta su nombre.

–Jeon, Jeon JungKook…

–Kookie… –Digo sintiéndome bien con su nombre entre mis labios. Él se incorpora y se abraza a mi cuello para seguir llorando. Me abrazo a él con fuerza y puedo sentir como todos los nervios de mi cuerpo me matan, me torturan a base de bien haciéndome sentir excitado, complacido, agradado, reconociéndome en él y familiarizado con su voz, con su olor, con la forma en la que se mueve, en la que habla, en la que me mira, solo algo no me cuadra. Sus palabras para conmigo. No me importan, tampoco, la agradable fraternidad que me inunda es suficiente consuelo para mi agitada mente–. No llores, muchacho. ¿Cuántos años tienes? ¿Hum? ¿Veinticinco? ¿Veinticuatro?

–Veintiuno, hyung. –Dice un poco más sobrio y se despega de mí para limpiarse las mejillas empapadas por sus lágrimas.

–Wow, muy joven. ¿Qué hace un chico tan joven en mi casa? Venga, dime. ¿Has venido solo a disculparte? –Asiente–. Pues no tienes por qué. Yo no me acuerdo de nada malo que hayas hecho.

–No seas tan amable, hyung… –Me suplica–. Me estás desarmando… –Me retira la mirada y suspira. Se levanta y coge su chaqueta, ya con prisas.

–Es tarde, es casi la hora de comer y Yoongi regresará.

–¿Significa que no debería decirle que has estado aquí? –Lo piensa unos segundos y después niega con la cabeza–. No diré nada, a cambio de que vengas a verme, más a menudo. –Queda completamente confundido por mis palabras.

–¿Hum?

–¿No has dicho que somos conocidos? Pues ahora seremos amigos.

–Hyung, no creo que debiéramos… Yoongi… no. No puede ser… –Hace un amago de irse, pero yo le detengo, necesitado más que de convencerle, de un fortuito contacto.

–Por favor, estoy cansado de ver a la gente que me rodea llorar. Pareces amable, agradable… necesito un amigo que al menos… con el que me sienta… –Me acerco a él y acaricio su mejilla con la palma de mi mano. Él se deja hacer y yo sonrío por ello–. Alguien con que me sienta bien.

Sus ojos me miran dubitativos, algo más tristes de lo que esperaría después de que parecía haberse calmado de llorar. Pero puedo ver, como una parte de él, aún no se cree que no le recuerde, tal vez por mi insistencia en la confianza y la cercanía. Una extraña desconfianza le hace entrecerrar los ojos escuchándome atentamente mientras rebusca en mi mente, la verdadera intención de mis palabras. Tal vez encuentre un móvil a mis peticiones y acabe aceptando no muy convencido. Asiente y le hago que me dé su número de teléfono a pesar de no saber si ya lo tengo guardado en mi smartphone, y prefiero no arriesgarme a perder la oportunidad. Tras ello lo veo desaparecer por el pasillo del portal por las escaleras abajo y con un suspiro me adentro en la casa y sonrío mientras regreso con la taza de té en mi mano. Desplomarme en el sofá es el mayor error que he cometido porque su olor se dispersa a mi alrededor y me quedo obnubilado por él, como un idiota.

 



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