AMNESIA [PARTE I] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 4
Capítulo 4
Jimin POV:
Yoongi
dice que me gusta mucho el ramen por lo que ha bajado a comprar los
ingredientes necesarios después de que hayamos limpiado la mesa al menos y
recogido la alfombra en el suelo para enrollarla y ponerla sobre la pared a la espera
de que llegue mañana y poder llevarla a la tintorería. Es demasiado tarde como
para hacerlo hoy. Mientras me ha dejado solo sigo rebuscando por todas partes y
prosigo por el cuarto de baño. Nada más entrar el olor de las colonias llama mi
atención y me dirijo frente al espejo donde, en baldas a su alrededor, se
distribuyen desodorantes, colonias, y productos de limpieza facial. Huelo todas
y cada una de ellas. Todas sin excepción esperando que el olor me traiga alguna
clase de recuerdos pero nada me llama la atención y desisto de mi búsqueda
cuando me he agobiado de la variedad de los olores en mis fosas nasales. Mi
reflejo en el espejo se ve muy demacrado y toco mi pelo grasiento y tiro hacia
abajo de mis mejillas para alargar las ojeras en mi rostro. Me veo demasiado
triste y pareciera que acaban de desenterrarme más que despertar de la
inconsciencia. Tal vez haya sido el colocón de tanto olor a colonia pero sonrío
en mi reflejo y regreso al cuarto y rescato algo de ropa limpia que me agrade y
a pesar de no saber si es mía o no, rezo porque a él no le parezca mal y me
conduzco a la ducha. Pero antes, me afeito.
Rebusco
entre los botes y la espuma aparece ante mí para aplicarme un poco de ella en
el rostro. No recuerdo haberlo hecho antes pero es como un extraño impulso
racional que me obliga a realizar un movimiento tras otro. Me siento cómodo
afeitando mi rostro a pesar de la carencia de vello en él. La espuma sigue el
recorrido de la cuchilla y cuando termino me desnudo dejando la ropa en un
cesto de mimbre donde dentro no hay más que un par de calzoncillos. Tampoco
esperaba encontrarme ropa de interior femenina. Dejando la ropa limpia sobre la
tapa bajada del retrete me meto en la ducha y me dejo acariciar por el agua
llevándose toda la suciedad de mi cautiverio en el hospital. Cuando termino y
salgo con una toalla enrollada a la cintura me siento renovado y me seco lo más
rápido que puedo para cubrirme con la ropa y secarme el pelo que ahora cae a
mechones húmedos por mi frente. Apenas me peino, solo me da tiempo a echarlo
hacia atrás una vez está seco y oigo la puerta abrirse, avisándome de que
Yoongi acaba de llegar.
–¿Jiminie…?
–Me llama y me siento inquieto por el nombre. Salgo del baño descubriéndole
mirando a todos lados y nada más verme, recién aseado, sale de él una sonrisa
enternecedora que pasa a ser una mucho más divertida y graciosa.
–¿Algo
mal? –Pegunto y él niega con el rostro mientras le sigo a la cocina para verle
dejar las bolsas de comida sobre la encimera y cruzarse de brazos en mi
dirección. Me mira con una ceja alzada y una naciente sonrisa divertida en su
rostro–. No es mi ropa, ¿cierto? –Chasquea la lengua.
–Más o
menos. Los pantalones sí. –Miro los pantalones grises de deporte que he
cogido–. Pero la camiseta no. Igualmente te ves bien con ella. –Asiento y
camina peligrosamente hasta mí y sujeta la cintura del pantalón con una de sus
manos tirando de ella y asomándose debajo para mirar mi ropa interior. Al
principio me asusto pero después le dejo hacer pues entiendo que hay la
confianza suficiente como para ello. Él ríe histérico–. Los calzoncillos
tampoco son tuyos. –Rápido avergüenzo.
–Eran los
más bonitos. –Él ríe dándome la espalda para sacar la comida de las bolsas–.
¿Te importa?
–En
absoluto. No es la primera vez que te pones mi ropa. No te preocupes por esas
cosas. ¿Hum?
–Em… me he
quitado la venda. –Le digo enseñándole la cabeza–. Ya no sangra. Ya no tengo
que ponerme nada.
–Bien.
Pero luego me dejas desinfectarte los puntos. ¿Entendido? –Asiento. En su voz
puedo notar un constante esfuerzo por aparentar normalidad, pero sé que está
nervioso.
–¿Necesitas
ayuda para hacer la cena?
–¿Quieres
ayudarme? –Asiento y me pongo a su lado mientras desembalamos las cosas. El
ambiente es tenso, pero al fin y al cabo, estoy en casa.
…
Los fideos
en mis palillos metálicos aún echan humo pero yo los devoro no solo hambriento
sino encantado con lo que se me ofrece porque es una comida deliciosa y sin
duda hecha con cariño. No puedo recordar el sabor antes, en mis recuerdos, pero
al parecer Yoongi tenía razón y eso me hace sentir que puedo confiar más en él
de lo que me creo. Le miro sonriendo y él me mira con los carrillos llenos pero
con sus ojos empequeñecidos por la felicidad. Sentados en el suelo el uno
frente al otro en la mesa del salón la comida está frente a nosotros y un par
de vasos de agua terminan el recorrido por varios platos de verdura y un par de
arroz. La televisión está apagada y las luces están encendidas porque el sol de
fuera no ayuda para nuestra visión.
Cuando
terminamos de comer recogemos la mesa y él saca de la nevera varias piezas de
fruta que trocea y pone en un cuenco de cristal para ambos, con dos tenedores
dentro. Caminamos el uno al lado del otro y nos sentamos de nuevo en nuestros
lugares mientras sigo con la vista de nuevo todo a mi alrededor. El cenicero
que antes estaba en la mesa, junto con el portátil y los libros, los ha
colocado en la estantería de la televisión y lo miro, frunciendo el ceño.
–¿Yo fumo?
–Le pregunto y él me mira con un interrogante en su rostro, pero acaba
asintiendo.
–Sí.
¿Tienes ganas de fumar? –Niego con el rostro confuso y eso le hace fruncir el
ceño, pero no dice nada más.
–He visto
el cenicero… y en el cajón de la mesilla había un paquete…
–Sí.
Puedes tomarte esta oportunidad como una iniciativa para dejar de fumar.
–Asiento mientras sigo mirando a mi alrededor.
El marco de fotos al lado del sofá me llama poderosamente la atención y
señalo con la cabeza en su dirección. Yoongi sigue la mirada de mis ojos y mira
la foto mucho más triste de lo que me habría imaginado pues en la foto hay dos
personas de edad adulta sonriendo, abrazando el hombre a la mujer.
–¿Quiénes
son? –Mis palabras parecen dolerle lo que a mí me debería doler.
–Tus
padres, Jiminie… –Coge el marco y me lo pasa para ver más de cerca el rostro
del hombre y la mujer. Muerdo mis labios haciendo un gran esfuerzo por
recordarles, e incluso puedo llegar a pensar que la señora es tremendamente
hermosa, con ojos aniñados y unos grandes y hermosos labios, pero tan solo
encuentro un parecido a mí, nada de recuerdos ni duras imágenes que me golpeen
con fuerza.
–¿Por qué
no han venido a verme cuando estuve en el hospital? –Pregunto más confuso que
enfadado y él suspira con fuerza.
–Murieron
hace dos años, mi amor. –Le miro curioso. Más impactado que triste. Mi
indiferencia ante ello es lo que más le hace enfadar y me retira la mirada
mientras dejo la foto en su sitio desinteresado.
–¿No tengo
más familiares?
–Sí,
tienes unos primos en Busán y algunos tíos.
–¿No saben
de lo que me ha pasado? –Niega con el rostro.
–Solo lo
sabíamos yo, mis padres y en nuestros trabajos.
–¿Tus
padres han venido a verme?
–Sí, en
cuanto te ingresaron. Estabas inconsciente cuando te vinieron a ver pero por su
trabajo tuvieron que marcharse al día siguiente. Les llamé cuando despertarse
pero aunque insistieron en venir de nuevo, les dije que necesitabas tiempo.
Espero que no te parezca mal. –Me encojo de hombros y él sigue comiendo–. Les
caes muy bien, de veras. Te adoran. Y tú a ellos también. –Sonrío sin saber que
decir y ambos continuamos con la fruta.
–¿Qué más
me gusta?
–Te gusta
la comida dulce, el verano, la playa, leer, la tranquilidad, y hacer el amor.
–Me guiña un ojo pero yo le aparto la mirada sonrojado. Él parece darse cuenta
de algo de repente–. ¡Antes de que se me olvide! –Saca un móvil de carcasa
negra de su bolsillo–. Tu móvil. No quería dártelo hasta no estar en casa. –Me
muestra como es mi propia contraseña y cuando está desbloqueado veo en el fondo
una imagen de los dos y sonrío con ello. Busco por las aplicaciones y por los
mensajes, pero no hay nada. Las conversaciones están vacías, los historiales,
borrados. En la galería, por el contrario, si hay fotos. Nuestras fotos.
–Gracias.
–Bloqueo el móvil y lo guardo en mi bolsillo para seguir comiendo. Cuando hemos
terminado, él está limpiando la cocina pero yo estoy sentado en el sofá viendo
la tele o al menos intentándolo, porque me parece tremendamente desconcertante
y la apago con el ceño fruncido, agobiado por el sonido de la voz de una
presentadora de un programa de cotilleo.
–¿Te
aburriste de la tele? –Me pregunta desde la cocina y yo gruño en señal de
afirmación para levantarme y caminar de aquí para allá inquieto, nervioso. Sin
saber qué hacer, sintiéndome fuera de lugar. Como no sé a dónde diablos ir, me
siento en el taburete del piano y me quedo mirando embobado las teclas blancas
y negras que desfilan una tras otra con una sincronización perfecta. Muerdo mis
labios y dejo caer mis dedos sobre ella produciendo un estruendo que hago caer
un vaso de cristal a Yoongi en la cocina. El sonido del cristal romperse con el
estruendo de las teclas del piano me hace dar un respingo en el asiento
cerrando los ojos con fuerza mientras mis manos tiemblan. Muerdo mis labios con
más fuerza aún y me dejo envolver por el recuerdo de las teclas al ser
presionadas con tanta fuerza que aún retumba entre la madera del piano. Una
mano se apoya en mi hombro y doy un respingo mucho más fuerte girándome para
ver a un rostro ya conocido–. ¿Estás bien?
–Sí. –Le
digo mientras regreso con la mirada a las teclas.
–¿Me tocas
una canción? –Frunzo el ceño.
–Pensé que
el piano era tuyo. ¿No eres profesor de música?
–Sí, pero
te he enseñado. Vamos. Toca algo. –Se sienta a mi lado en el taburete y pasa
sus dedos sutilmente por un par de teclas esperando que yo realice el mismo
movimiento pero cuando quiero pulsar la primera, ya he olvidado cual venía
después y me detengo suspirando alicaído–. Vamos, no te pongas triste, prueba
tú solo, a ver qué recuerdas.
Muerdo mis
labios con fuerza mientras intento hacer que mis dedos se sincronicen sobre las
teclas pero no consigo más que una sucesión sin sentido de notas que no casan
entre ellas con lo que retiro mis dedos del instrumento y me sustituyen los de
Yoongi que se muestran ágiles y animados. Perfectamente sincronizados y con un
ritmo desenfrenado que sin embargo componen una melodía triste y gris. Amarga y
muy desagradable. Suspiro con ella y él detiene los acordes cuando cree
necesario deteniendo el aura que inevitablemente ha creado. No me mira pero
habla mientras limpia un poco el polvo de las teclas. En su dedo anular, el
mismo anillo de oro de mi mesilla.
–Esperaba
que la recordases.
–Yo
también.
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