AMNESIA [PARTE I] (Jimin x JungKook x YoonGi) - Capítulo 11

Capítulo 11


Jimin POV:


El calor dentro de la habitación tras una ronda de sexo desenfrenado ha hecho que ya ni si quiera podamos respirar. Después de estar abrazados, revolcándonos como cerdos en las sábanas y exprimiéndonos al máximo, hemos decidido terminar con un par de besos tímidos y algo sutiles, lo suficiente como para no excitarnos de nuevo. Salimos del cuarto él en calzoncillos y yo con los pantalones vaqueros puestos tan solo por no sentirme demasiado impudoroso caminando por mi propia casa exponiéndome al máximo. Él parece mucho más cómodo que yo en este hogar. Ni si quiera me pregunta donde están las cosas cuando le veo dirigirse a la cocina y sacar una taza de color marrón para ponerla al borde de la encimera.

–Te cojo un poco de café. –Me dice mientras me mira a través de la puerta y asiento mientras le veo coger de la cafetera el asa y mirar el contenido que es apenas inexistente.

–Haz café. Tardará unos minutos. –Asiente y tal y como esperaba sabe hasta donde tengo los filtros de la cafetera. Se conoce mi casa mucho mejor que yo y eso me resulta sospechoso, pero debo recordarme que no sé quién es él, ni tampoco quién soy yo. Y a pesar de eso, llevamos un mes acostándonos. Viéndonos a escondidas mientras por las noches apelo al cansancio y a la poca confianza con Yoongi para no entregarme a él. Sonrío por ello porque solo pensarlo me hace gracia y me siento en el pequeño banco del piano para verle a través de la ventana como se desenvuelve en mi cocina.

Girándome al piano descubro las teclas y miro la partitura frente a mis ojos. Cansado y un poco somnoliento comienzo a teclear las primeras notas sobre el piano y el sonido hace que el rostro de Jeon aparezca por la ventana para mirarme detenidamente mientras ya oigo el ruido del agua en la cafetera. Su sonrisa me distrae y le miro con las mejillas ardiendo mientras no soy capaz de hacer diez notas seguidas.

–¿Qué canción es esa? –Pregunta con una mueca extrañado–. No me suena haberla oído antes. –Da por hecho que como no toco con soltura, debo saberme alguna pieza clásica.

–No lo sé. Es una que hay aquí. –Señalo con el rostro las partituras y él no parece muy interesado. Yo tampoco le doy importancia a mis propias palabras y leo el título por vigésimo novena vez en todos estos días–. “Amor victorioso*” –Jeon me mira condescendiente.

–Este es un cuadro de Caravaggio. ¿No lo sabías? –Niego con el rostro. Él se adentra en la cocina para seguir con su café mientras me sigue hablando entre el sonido de las teclas que presiono sin sentido alguno–. Es el cuadro de un Ángel desnudo. Representa a Cupido pero en realidad el autor pretendía mostrar su debilidad por los jovencitos. –Me mira desde dentro guiñándome un ojo. Yo frunzo el ceño y rebusco entre las notas escritas en el papel ese amor ideal del que habla, la pasión por la juventud. El sexo desenfrenado que acabamos de compartir pero no encuentro en su ritmo felicidad, ni lujuria. Todo lo contrario. Una ira y tristeza ciegas–. Debe ser una canción hermosa.

Yo me encojo de hombros aunque no pueda verme y con un gran suspiro comienzo de nuevo con las notas. Las primeras son un poco forzadas. Mis dedos tiemblan siempre en las primeras notas pero poco a poco consigo una soltura propia de la práctica de estos últimos días. Un sonido prominente de la cocina me hace dar un respingo y lejos de apartarme del piano, el sonido de las teclas se funde con el de una taza que se ha partido en mil pedazos. Ese sonido. El del cristal, la porcelana, el duro y resistente material, tan quebradizo y delicado ha hecho eco en todo el salón y también en mi memoria. Junto con la música aparecen los gritos de Yoongi suplicantes, los de Jeon, asustado y los míos, enfurecidos. Oigo el eco del recuerdo hacerse paso y mis dedos, al contrario que detenerse se han fundido con el piano creando la verdadera melodía detrás de las notas en el papel. Ahora toco con gracia y soltura. Mis dedos bailan sobre las teclas y ni siquiera mis ojos pueden seguirlos mientras crean la melodía más triste que jamás se me ha presentado. Es desgarradora y violenta. Es cruel, despiadada y llena de un rencor que jamás habría podido sentir en vida. Esta melodía me transporta. Quisiera parar, porque es demasiado dolorosa pero si lo hago, cerraré el flujo de recuerdos. No puedo detenerme ya. Es demasiado tarde.

 

 

La luz filtrada de nubes de un invierno se cuela por entre la ventana a nuestro lado. Mi rostro, cubierto por mis propias manos me hace ver frente a mí el rostro triste y demacrado de TaeHyung. Puedo reconocer en él una tristeza provocada por la empatía de mis lágrimas recorriendo mis mejillas, pero también un alivio propio de una confesión. Culpable de mi llanto. A mi alrededor, algunas personas se detienen disimuladamente para comprobar que nada malo sucede, alertados, como no, por mi llanto y las lágrimas en mi rostro. Mis ojos duelen, pican y molestan desde hace días. El llanto es mi único consuelo y al mismo tiempo, una droga en la que caigo siempre que me encuentro a solas. Sobre mi cuerpo, el mismo delantal que Taehyung porta pero el mío está sucio, he estado preparando unas rosquillas con azúcar glas.

–Lo siento. –Me dice mientras estrecha una de mis manos y puedo aceptar el contacto tan solo por la amistad que nos une pero en este momento los sentimientos encontrados me hacen querer darle una bofetada. Me ha hecho llorar con sus palabras y ni siquiera sé si puedo creerle, ¿qué más da? Tampoco es que me haya dicho nada de lo que yo no sospechase.

–Es culpa mía…

–No digas eso. –Intenta calmarme, pero eso me hace llorar más fuertemente. En mi pecho. Algo quema. Algo se desenvuelve oprimido por una red que no le deja expresarse con propiedad. Se desata con violencia hasta hacer daño. Me daña, me quema, me muerde y me devora desde el interior. Mis manos temblorosas se debaten entre secar mi rostro humedecido y retirar el pelo de mi rostro o bien dar un manotazo a la mesa para levantarme con violencia y dirigirme donde el aire no me oprima los pulmones.

 

 

Un sobre en mis manos. Un sobre que acabo de sacar desde mi bolsillo en la cara interna de mi chaqueta. Es aún pronto, en un día de diario y con un radiante sol de verano que me hace sentir como el sudor sale de entre mis sienes. Sentado en una terraza donde de vez en cuando pasa alguien con un carrito de niños o bien un perro con unas necesidades biológicas, me tomo una taza de café y en el cenicero de en medio en la mesa, cinco colillas apagadas. Todas de la misma marca, todas de mis labios consumidas. Frente a mí, el hombre de rostro oscuro y facciones duras acepta el sobre que contiene una alta cantidad de dinero para devolverme otro semejante pero este no contiene sino la recompensa de del tan alto precio que acabo de pagar. Unas fotos. Puedo ver en ellas ese pequeño e infantil rostro recién adulto que acaba de traspasar una suculenta adolescencia. Verle tan pequeño, inocente e incluso ingenuo, me hace titubear de la veracidad de la información.

–¿Seguro que es él? –El hombre delante de mí asiente. Recuerdo con claridad su nombre, o al menos el que me proporcionó cuando le contraté.

–Sí. En las últimas imágenes puedes verle saliendo de tu portal.

–Eso no demuestra nada. –El hombre se encoge de hombros y termina su copa para levantarse, despedirse de mí con una inclinación de cabeza y desaparecer calle abajo mientras me pierdo en las formas faciales del chico en mis manos. Una nariz protuberante, unos labios demasiado aniñados. Unos ojos demasiado infantiles. Él es un chiquillo que probablemente diste diez años de mí y eso por una parte me hace sentir que puedo superarle en cualquier terreno, pero al mismo tiempo me provoca una envidia ciega. Desenfrenada. Puedo sentir como cada pequeña parte de mi cuerpo se deshace por culpa del rostro en mis manos. Al fin, el olor ha tomado forma. El odio, un rostro al que odiar. Al fin puedo verle y al contario que aliviarme, me causa mucho más miedo.

–Al fin te tengo, pequeño…

 

 

El viento sopla en los cristales, tanto que cuando choca contra ellos el sonido hace mella en mis oídos recorriendo la casa. Yoongi me habla desde el salón mientras yo me visto para ir a trabajar en el turno de noche que hoy tengo que acatar. Unos vaqueros simples, una camiseta negra, que contraste con el granate de mi mandil. Este aun me espera en el trabajo pero mientras me acomodo los botones sobre mi pecho puedo ver colgada sobre una percha, la camisa favorita de Yoongi arrugada y mal alineada con el reto. Sonrío, porque ya estoy acostumbrado al poco cuidado de Yoongi en respecto a todo y más a la ropa a pesar de que compartimos el armario y le he exigido que me haga un esfuerzo.

Saco la percha con la camisa blanca, arrugada y muy mal cuidada para colocarla debidamente pero nada más tocarla el olor viene a mí tan intenso como he olido otras veces. No puedo evitar dejar la percha de nuevo en el armario y coger la camisa en mis manos para mirarla por todas partes en busca de algo visual que me indique mis propias sospechas pero tan solo el olfato es la prueba y dudo mucho que eso sea factible. Aun así, acerco la camisa a mi rostro para aspirar profundamente el aire mientras cierro los ojos con fuerza. El olor se ha arraigado ya en mi conciencia, en lo más profundo de mí. En una pequeña parte que ni yo mismo conocía. Un subconsciente podrido ya de este aroma. Llegará un día, me temo, al que me acostumbre, porque incluso en mi almohadón debo olerlo.

–Si tardas tanto van a ponerte una amonestación. –Me dice Yoongi mientras se acerca a la puerta de cuarto y cuando me descubre oliendo su camisa me mira un poco incómodo pero intenta hacer como si nada, tan solo fingiendo que nada extraño puedo descubrir de esa camisa. Ella no es gesto de nada. Más bien es testigo mudo de muchas de sus infidelidades, como mi cama, como mi propio colchón–. ¿Qué haces? No pierdas el tiempo. –Una sonrisa aparece en su rostro. Una incómoda y falsa.

–Huele a él. –Le digo y eso le hace resoplar, cansado y aburrido.

–¿Otra vez con esto? No quiero discutir. –Entra en el cuarto y comienza a recoger sus zapatos en el suelo tan solo buscando una excusa para perder el tiempo.

–¿Crees que soy idiota Yoongi?

–El tabaco y el whiskey te han atrofiado el olfato. –Me mira condescendiente–. Ya no sabes ni lo que dices… –Me toma por loco, y eso me hace sentir mucho peor de lo que habría esperado.

–Si vas a ponerme los cuernos al menos hazlo bien, pero no en mi cama. –Mis palabras le enmudecen. No sabe nada de lo que sé de él, pero si se cree que estoy bajo un cúmulo de acusaciones falsas que ojos fisgones le hayan podido pillar–. Espero al menos que cambies las sábanas cuando el bastardo hijo de puta ese con el que estás se corra en ellas. –Señalo la cama y mis palabras le duelen tanto no sé si por haber insultado a su amante o porque realmente está cansado de estas conversaciones. Se acerca a mí y a medida que lo hace rebaja la ira en su rostro para posar sus manos en mis mejillas y besar mis labios. El beso es tierno, cálido, pero estoy asqueado de ello y mucho más de él. El odio me consume, ya no por el chico, pobre en su ignorancia, sino por él. Me repugna.

–No digas tonterías, mi amor. Te amo. Y lo sabes. Estamos casados…

–Ya no hemos vuelto a hacerlo…

–Esta noche lo haremos… ¿Hum? –Su mirada es tierna, compasiva. Me da asco.

 

 

La petaca en mi bolsillo pesa. El whiskey en ella no tanto, porque apenas queda y sin embargo me siento más sobrio que nunca con el sabor del metal en mis labios mientras bebo el último trago me hace despejar la mirada y me centro de nuevo en la calle frente a mí mientras estoy escondido en mi coche. Es tarde, pero no lo suficiente. El invierno ha caído. Ya la primavera da sus primeros coletazos y aunque aún necesito de mi abrigo, puedo ver los últimos rayos de un sol que sabe calentar las mejillas y esconderse tras los edificios. Una llamada al trabajo me ha librado de él y mientras Yoongi vive en la ignorancia y le he controlado para que ahora sienta la carencia del sexo en otro cuerpo, estoy a la espera de ese cuerpo. Las fotos en mis manos me indicarán de su presencia cuando aparezca y mientras, me enciendo un cigarro, demasiado llamativo como para rechazarlo.

Mis padres siempre me dijeron que estaba mal desconfiar de tu pareja, pero cuando las evidencias son tan grandes con un mensaje de texto reclamando por sexo que he encontrado en su móvil, me veo en la obligación de dejar la fidelidad a un lado dado que ya no la contemplo por ninguna parte. Un año ha pasado desde que sospecho de mi infidelidad y a cada día que pasa, me siento consumir por mis propios celos y por las negativas que recibo de Yoongi ante las circunstancias. Son cada día excusas más baratas. Mucho más de lo que al principio me parecieron. Las palabras de un tercero no me convencieron pero ya ni siquiera de mi propio criterio puedo sentirme seguro. He visto tantas veces el rostro en las fotos de mis manos que incluso no puedo evitar sentir algo por él. El odio del principio se ha convertido en un extraño asco que degenera en compasión y pena. ¿Quién es el verdadero culpable? ¿Sabe él acaso que yo existo? ¿Quién dice que es consciente de que se está metiendo en un matrimonio? ¿Está él enamorado de Yoongi? Y peor aún… ¿Lo está YoonGi de él? Si es así, que triunfe el amor de este pequeño bastardo en mis manos. Un jovencito que ha sabido romper mi matrimonio. El amor victorioso.

¡Ahí está! Ya viene. Está entrando en mi portal. Suspiro confirmando todas mis sospechas y debería irme ahora, que aun puedo desentenderme. Pero algo me obliga a permanecer estático. Nada muestra una visita de cortesía. Deberé esperar a que se quiten la ropa.

 

 

El tercero en quince minutos. Miro la colilla ya casi sin tabaco en mis manos y me lo acerco a los labios mientras tengo el brazo fuera de la ventana para no apestar el coche. Ya no importa si quiera y tiro la colilla lejos mientras dejo sobre la carrocería mi chaqueta, la petaca vacía que tal vez rellene después de la horrorosa experiencia que me espera aun en casa y el paquete de tabaco. Salgo del coche cerrando detrás de mí y candándolo con una motivación y un temple que no sé de dónde ha salido. Camino a paso tranquilo por la acera hasta la puerta y subo por las escaleras hasta ver la puerta de mi hogar tan imponente, tan robusto, frenarme el paso. Frunzo el ceño y suspiro acercándome lentamente mientras no puedo evitar apoyarme sobre ella y apoyar la oreja en la madera. No puedo evitar tal comportamiento que a ojos de otros pueden resultar infantiles, incluso extraños, pero oír desde dentro esos gemidos, me hace arder la sangre. Muerdo mis labios con fuerza y suspiro mientras con cuidado saco las llaves evitando que choquen entre ellas y puedan oírme entrar.

Cuando la cerradura cede por mi fuerza y entro dentro, los gemidos son mucho más notables. No saben cuánto me duele tan solo el sonido y juraría que esto sería lo último que escuchase antes de irme a la tumba porque el sonido de su voz lastimera, dolorida y placentera, entra desde mis oídos para acomodarse en el tuétano de mis huesos y acompañarme con más frecuencia a cada paso que doy. Cierro con cuidado detrás de mí y me encamino pasillo adelante hasta colocarme al lado de la puerta de nuestro cuarto. Oigo ambas voces, pero sin duda una de ellas me es irreconocible, una voz infantil, aniñada pero con gemidos muy masculinos a la par. El sonido de nuestra cama en movimiento. El sonido de la voz de Yoongi hablando incoherencias, al borde del orgasmo. La ropa caída a mi alrededor. Apenas se han entretenido y hay ropa desde la entrada hasta la puerta del cuarto que ni siquiera se han molestado en cerrarla del todo. Puedo ver como la luz de la rendija entra dentro y el rostro del chico es lo primero que se me muestra.

Que vida tan cruel que ni siquiera me proporciona la posibilidad de salir corriendo antes de ser tan evidente el adulterio que aquí se manifiesta. Las embestidas le hacen moverse junto con la cama. Boca arriba mira al techo del cuarto mientras de vez en cuando cierra los ojos dolorido pero muy satisfecho. Muerde sus labios. Suda, y humedece su cabello. Sus manos se aferran a la cama a su alrededor. A mi cama. A la cama donde yo duermo cada noche. Es este sentimiento de violación el que me hace descorrer la puerta para dejar que la luz ilumine también el rostro de Yoongi arrodillado entre las piernas del chico al que se está beneficiando.

Que de repente la luz le ilumine le hace despertar de la ensoñación que está viviendo para mirar la puerta rápidamente y descubrirme ahí con el rostro más contraído en la sorpresa y la decepción que en la ira. Rápido, intentando aparentar normalidad, se separa del chico y se cubre con las sábanas. Él joven a su lado me mira. Sus ojos son tan grandes, tan inocentes. Está tembloroso pero al mismo tiempo se siente furioso. Es el primero en hablar.

–¡Te dije que debíamos parar! –Le grita el chico a mi esposo, quien se está vistiendo a toda prisa con la poca ropa que hay esparcida por el cuarto. Yo aun no he dicho nada y tampoco he despegado la mano de la puerta. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo decir? Nada en absoluto porque ya he dicho demasiado el último año de matrimonio sobre el tema y tan solo mi presencia contemplando la irrefutable prueba del adulterio es suficiente como para que no haya excusa que me contradiga.

–Jimin, Jimin mi amor… –Me llama Yoongi señalándome con la palma de la mano para que no me vaya precipitadamente. Tampoco lo pretendo–. Perdóname, mi vida. No quería que vieses esto… ¿Por qué no estás en el trabajo?

–¿Solo tienes que decir eso? –Pregunto. El chico comienza a vestirse con una camisa blanca que ha recogido del suelo y sus propios calzoncillos. Sus pantalones los he reconocido en la entrada así que no tiene más ropa a su alcance.

–Yo… yo… perdóname. No volverá a pasar.

–¡Ya te digo que no! –Dice el chico mientras se pone de pie y en busca del resto de su ropa  pretende salir del cuarto pero yo le agarro del brazo y le alejo de la puerta lanzándolo de nuevo a la cama. Yoongi se incorpora de repente nervioso. Se acerca a mí para alejarme del chico.

–No le toques, Jimin… –El chico me mira atemorizado pero Yoongi furioso. Celoso.

–¡Cállate, bastardo, mentiroso hijo de puta! –Le grito mientras salgo del cuarto. No puedo seguir viendo como han profanado así mi cama. Una vez en el salón camino rebuscando un cigarro en mis bolsillos necesitado por el humo en mis pulmones que calme la ansiedad creciente en el nudo de mi garganta pero recuerdo que lo he dejado abajo.

–¡Cálmate! ¡Lo siento, Jimin! –Me grita Yoongi. El chico sale y se queda en la puerta del cuarto. No sabe qué hacer y la culpabilidad le come el rostro.

–¡Me has tenido como un idiota todo este tiempo! ¡No han sido suficientes las imprudencias que has tenido! ¡Solo faltaría que me negaras lo que acabo de ver!

–Jimin…

–¡Vamos! ¡Dímelo! ¿Dónde está el “no es lo que tú piensas” o el “puedo explicártelo”? ¡Paranoico! ¡Celoso! ¡Borracho! ¿Hum? ¿Soy un paranoico, Yoongi?

–Parece que te alegras y todo… –Me dice, enfadado. Frunciendo el ceño mientras me mira con el mismo asco que yo le tengo, como si realmente pudiera hacerlo.

–¡Claro que lo hago! ¡A parte de cínico eres un traidor de mierda! –Cojo mi anillo en el dedo y se lo lanzo–. No quería creer a Taehyung… de veras que no quería.

–Es un hijo de puta. –Susurra.

–No es mejor que tú, bastado. –Jeon se agarra al marco de la puerta de mi cuarto. Ver las marcas en su cuello me hace sentir un tremendo subidón de adrenalina que controla el resto de mis movimientos–. ¡Tú! ¡Hijo de puta! –Le señalo con un dedo y Yoongi se pone en medio pero él me sigue viendo y es lo único que necesito–. ¡Sabías que te estabas metiendo en un matrimonio! ¡Me cago en todos tus muertos! –La casa retumba con mis gritos y las manos de Yoongi intentan frenarme aferradas a mis brazos para impedir que me acerque al chico. Su comportamiento me hace pensar que siente algo más que atracción física.

–¡Basta, Jimin! –Ahora le habla a él–. ¡Vete, Jeon! ¡Vete a casa!

–No voy a dejarte aquí, Yoongi. –Le dice él aunque no creo que sirva como defensa.

–¡¿Qué sientes por él?! –Le digo a Yoongi mientras le alejo de mi y le empujo, haciéndole chocar contra la mesilla en donde veo el teléfono igual que el jarrón con flores que su madre nos regaló en nuestro último aniversario tambalearse. Se agarra a la  madera con fuerza–. ¡¿Estás enamorado?! –Yoongi no me contesta. En su rostro veo confusión. Tal vez ni él lo sepa–. ¡Contéstame!

–¡Le amo tanto como te amaba a ti al principio! –Mi corazón se parte en mil pedazos y ya no pinto nada en esta casa. Me siento sucio, asqueado. Engañado, traicionado y sobre todo, avergonzado por mi propio comportamiento. Muerdo mis labios con fuerza mientras veo como el chico aparece para acercarse a mí con intenciones claramente compasivas, sintiendo pena por mi propia situación causada por su presencia. Extiende una mano para tocar mi hombro pero yo cojo el cuello de su camisa y camino con él un par de pasos por el salón con mi puño en alto dispuesto a golpearle. Debo deformar su rostro para que no pueda amarle nadie y a pesar de ello, sé que no recuperaré el amor de Yoongi nunca más. No me importa, solo deseo liberar la ira que me está matando desde dentro. Los gritos de Yoongi para que me detenga se hacen espacio en el salón, igual que los míos de ira y los de Jeon, por miedo. Él no va a golpearme, no tiene el valor. Sin embargo y cuando estoy de cara a la mesa, un golpe brutal en mi cabeza me hace perder las fuerzas y caigo al suelo igual que hacen los pequeños cristales en los que se ha dividido el jarrón de flores al golpear mi cabeza. La alfombra comienza a llenarse de mi sangre y yo cierro los ojos acunado por la inconsciencia. Con este gesto acaba de volverse victorioso el amor.

 

 

Abro los ojos para descubrir cómo un Jeon algo divertido por la situación recoge los trozos de cerámica del suelo, desperdigados por su propio mal uso de la taza. Me mira divertido y al mismo tiempo avergonzado me habla cuando aún la música retumba por el salón a pesar de que ya no pulso las teclas. Tal vez tan solo esté en mi cabeza. Mi canción. 

–¡Lo siento mucho! –Su sonrisa se hace mucho más grade produciéndome un dolor agudo en la cabeza–. La he empujado sin querer cuando he ido a sacar la jarra de café. Lo recojo enseguida–. De seguro se cortará porque está descalzo. Tan solo en calzoncillos en mi cocina. Lo ha estado antes en mi cama y ambos revolcándonos en ella como puercos. Como degenerados necesitados de sexo salvaje. Y yo me creía mejor que mi esposo.

–No importa. –Ya apenas queda nada en el suelo y se levanta para tirar los trozos a la basura. Esquivando la posible zona donde aún puedan quedar pequeños trozos sale de la cocina con dos tazas de café y camina hasta mí con una de ellas que me extiende y yo acepto sin apartarle la mirada. No puedo ya sonreírle, ni tampoco fingir una empatía que antes al menos no era forzada. Me doy asco. Más me lo da el chico frente a mí.

–Es una canción hermosa. –Dice señalando con el rostro el piano–. Has tocado genial. –Me sonríe. Yo asiento y agradezco su cumplido.

–¿Cupido cree en el amor? –Me mira curioso pero niega con el rostro.

–No, el amor para él es tan solo la diversión del sexo. –Asiento comprendiendo.

–Cupido es un chico muy listo. –Le guiño un ojo mientras bebo de mi taza y me sonríe alejándose para seguir caminando tan despreocupadamente por mi hogar. ¿Mío? Más suyo que nuestro.

 



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