TRANSMUTACIÓN [Parte III] - Capítulo 8

 

Capítulo 8

“Guerras de fe”

Edad Media. S XIII.

Shaftesbury, Inglaterra 1215

 

El joven es lanzado dentro de una celda de rejas metálicas que se encontraba en la parte más baja del castillo, entre los almacenes y las cocinas. Hacía esta las veces de mazmorra y sala de castigo para los malos trabajadores del palacio, pero solía ser una sala abandonada en medio de un castillo siempre ajetreado donde más a menudo se usaba como alacena que como prisión. Un pequeño vano posicionado en la parte superior de la celda, con dos hierros verticales rompiendo el hueco era la única fuente de luz que entraba dentro del cubículo. Paredes de piedra, una sucia manta arrinconada en alguna esquina de la habitación y el murmullo de las ratas yendo de un lado a otro, saliendo y entrando a placer por las oquedades entre los barrotes metálicos de la puerta. Cuando esta fue cerrada lo hizo con un estruendo, con el cual el muchacho vuelve el rostro, aún tirado al suelo, con la mirada directa hacia el hombre que vuelve la llave dentro de la cerradura para sellar la puerta.

Ival se incorpora hasta quedar sentado con una mano apoyada en el suelo y la otra sobre su regazo. Ha perdido el macuto en toda la reyerta y no tiene ya la esperanza de que se lo devuelvan. Los pasos alejándose del guardia es lo único que puede oír, al igual que su sombra alejándose desde la luz que irradia a algún candelabro apuntalado en algún lugar del pasillo. Solo ve la piedra de la pared de enfrente a su celda, nada más. Solo el sonido de su propia respiración, nada más. Algún jilguero se posa delicadamente sobre el pollo de la ventana cuya sombra revolotea en el suelo, junto con el sonido de su graznido, y alborotado tanto como asustado se marcha volando, alejándose rápidamente. Son más de las tres de la tarde y ya puede ver el vaho escapándose de su aliento desde aquel lugar. La luz que entra es grisácea y fría y todo alrededor destila la horrible sensación que procede de la falta de vida. Frío e inerte.

Con un chasquido de su lengua se maldice y con el ceño fruncido mira a todas partes a su alrededor preguntándose cómo en tan poco tiempo se ha encontrado en tan diferentes situaciones cuando aún su cuerpo temblaba por la imagen de su pueblo en llamas y en sus manos aún yace el ciego muerto de miedo, con la sombra de la espada del templario cayendo a plomo como una guillotina. Y de repente se reconoce dentro de una celda, en un castillo cualquiera amenazado con la invasión del rey y de sus súbditos. En compañía de un templario que quiere matarle y unos mercenarios que bien gustosos le venderían a cambio de un poco de buena comida. Por primera vez es plenamente consciente de su soledad y la falta de libertad en la que se encuentra. Sorprendentemente antes de ser encerrado no era mucho más libre y al menos agradecía no tener la presencia del templario sobre él como una nube de borrasca a punto de descargar una tormenta. Resignado y con los huesos helados se acurruca en la esquina de la celda, arropado con la mugrienta manta y el hábito. Tiembla y cierra los ojos, descansando la vista y preguntándose si antes de que le mate el templario no lo haría una pulmonía.

La noche consigue llegar a Glastonbury inundando cada pequeño rincón de la comarca, hundiendo los árboles y los pequeños tejados en la sombra, oscureciendo las calles y las aceras. Todo se sumerge en tinieblas y dentro del castillo se encienden los candelabros y antorchas para pincelar con un poco de luz anaranjada las estancias y las zonas de paso. Los cortinajes caen densos y los tapices se iluminan con la luz del fuego. Las chimeneas calientan las estancias y la comida poco a poco se distribuye a lo largo de la mesa del salón principal mientras los comensales aún no se han presentado. Las armaduras y los escudos de metal brillan y refulgen henchidos de orgullo en las paredes colgados y en estatuas sujetos. Se escucha el ir y venir de las personas correteando por las estancias y tres del grupo de mercenarios hablan sentados y apoyados en unas escaleras que conducen a los dormitorios. En voz baja, porque en los castillos los susurros viajan hasta habitaciones lejanas y porque aún no saben si están realmente a solas y oídos ajenos los escuchan.

—Solo espero que el Varón nos dé el dinero prometido. Aún no he visto una sola moneda y ya nos está reservando para la siguiente batalla. Ya lo veo, nos matarán antes de poder cobrar una sola libra. —Murmura el campesino de la barba mientras, sentado en uno de los escalones, palmea con sus manos sobre sus rodillas, añadiendo ese énfasis a sus palabras, pues le faltan los gritos.

—Estoy de acuerdo contigo. —Suspira apesadumbrado el joven rubio mientras, arrodillado en uno de los escalones endereza la madera de su arco—. Por desgracia…

—No seáis tan pesimistas. La palabra de un varón es importante dentro de su círculo social. —Dice el mercenario de cabello rapado apoyado en la pared contraria a donde el rubio se sostiene. Los tres forman una composición triangular cortando el paso en las escaleras.

—Importante entre ellos, los de alta alcurnia. Pero a nosotros bien pueden prometernos la luna que si no cumplen no pasa nada. —El campesino escupe al suelo—. Odio a este hombre, de veras lo digo. Es una víbora.

—Es muy inteligente. —Musita Turner—. En realidad es ingenioso, contratar a hombres para que luchen por ti en una guerra despiadada, con la seguridad de que morirán y no tendrás que pagarles.

—Tendríamos que haber exigido pago por adelantado. —Murmura el mercenario mientras coloca las manos detrás de su espalda y se balancea suavemente—. Al menos podríamos haberlo enviado a nuestras familias o conocidos…

—Eso pienso yo. —Dice con los labios apretados el campesino.

—Henry. —Llama Turner—. ¿Y no podemos largarnos sin más? —Su voz se vuelve casi juguetona—. Largarnos y no regresar.

—¿A dónde vas a ir tú? —Le espeta el mercenario, mientras el campesino ignora su petición—. Si no tienes a donde ir. Estás bajo las órdenes del templario, te guste o no. Este hombre de aquí puede irse a donde le dé la gana, regresar con su familia si quiere. Pero después de las reyertas que has tenido en las competiciones de tiro con arco me parece que no podrás volver a los torneos.

—¡Puedo ganarme la vida de otras formas! —Se quejó el menor—. Bien puedo hacerme con una casa y cazar mi propia comida.

—No es tan fácil, la mayoría de los terrenos del país le pertenecen al rey.

—¡Ah! La burocracia. —Se queja el campesino mientras se lamenta en una expresión agónica.

—Hace siglos que no pruebo la carne de ciervo. —Se relame el joven con una sonrisa y se sienta en uno de los escalones, con aire derrotado—. ¿De verdad tenemos que quedarnos aquí, a la espera de que el Varón nos mande a otra batalla? Sabéis bien que no sobreviviremos a la siguiente. Quemar pueblos es una cosa, pero enfrentarse a los vikingos es otra muy diferente en la que yo no quiero inmiscuirme.

—Malditos bárbaros. —Escupe Henry pero el mercenario niega con el rostro mientras chasquea la lengua, disgustado y contrariado.

—A mi me dan pena. Viven tan atados a la guerra como nosotros, sin ser ellos quienes la provocan. Son soldados, como nosotros, luchando por una idea fantasiosa que se deshace poco a poco en nuestras manos. —Turner levanta la mirada para ver al mercenario con una ceja en alto—. Están acosados por nuestro rey, cristianizando sus tierras, matando y violando a sus niños y mujeres, adueñándose de sus terrenos. Usando todo esto como excusa para que los hombres hagan de soldados al servicio del rey y así aumente el número de sus tropas. Es una maravillosa jugada: tú me ayudas a reconquistar mi país y yo te devuelvo tus tierras y a tus familiares.

—¡Hasta dónde llega la barbarie del rey por recuperar su poder dentro de sus tierras! —Se lamenta el rubio.

—¡A mí qué me importan la política y el imperialismo de nuestro rey! —Gruñe el campesino—. Solo deseo cobrar mi sueldo. ¿Es tanto pedir? ¿Acaso no se me ha prometido un sueldo por mi trabajo? ¿O acaso el varón cree que voy a matar personas inocentes como yo, gratuitamente? Es horrible todo lo que hacemos, y nuestros actos tienen un gran precio. Soy incapaz de no verme en cada uno de los campesinos que degolló, a los que quemó sus campos y casas. Pero se me hace mucho más difícil realizarlo de forma completamente altruista. Temo seriamente que no nos vaya a pagar, y tengo la seguridad de que nos marcharemos de aquí con las manos vacías. Si es que llegamos a marcharnos.

—¿Puede llegar a matarnos para deshacerse de nosotros si nos ve como una molestia? —Pregunta el joven al aire y los dos oyentes se quedan mudos unos instantes, pensativos. Henry aparta la mirada, calculando seriamente aquella posibilidad y el mercenario se encoge de hombros con resignación.

—Si quiere matarnos lo hará. No hay nada más que su moral que lo impida.

—¡Mi espada se lo impedirá! —Grita el campesino enfadado ante aquella idea—. No dejaré que me mate si puedo evitarlo. ¡Solo eso faltaría, dejarme matar sin haber cobrado! Primero el dinero, luego ya pongo la cabeza… —Los tres se desternilla de risa y cuando esta se aplaca todos quedan unos segundos en silencio. Los tres se miran, y entre ellos surge una misma idea. Sin embargo uno de ellos tiene que ser quien lo pronuncie.

—¿Y el templario que opina de todo esto? —Fue Turner quien lo materializó con palabras—. ¿Por qué está tan confiado en la autoridad y la palabra del varón?

—No creo que esté confiado en absoluto. Es más, puede que ya haya pensado en una alternativa en el caso de que no nos page nuestro sueldo y quiera que combatamos contra los vikingos aquí. —Comenta con rostro apesadumbrado el mercenario.

—El templario está completamente distraído con ese monaguillo que ha traído consigo. —Suspira el campesino y Turner asiente, solemne—. Yo lo habría dejado libre porque no es una amenaza para nadie, o al menos haberle quitado rápidamente la vida si lo considerásemos una amenaza. Pero arrastrarlo hasta aquí, por nada… ¿Para discutir con él y amenazarle? ¿Para encerrarle en una celda? Más le valdría soltarlo antes de que el muchacho se vuelva contra él. Es un monaguillo pero ya hemos visto que tiene arrestos y la lengua bien larga.

—Tal vez lo haya reclutado para que luche con nosotros. —Se ríe el mercenario pero su tono de voz ha sido lo suficientemente serio como para que se tomen aquella idea como una veracidad. El joven niega repetidas veces con el rostro mientras se apoya con la espalda en la pared y chasquea la lengua.

—Yo creo que solo se divierte con él, humillándole y golpeándole. Casi me da pena, porque de lo contrario se desfogaría con nosotros, pero así de esta manera al menos nosotros nos libramos de sufrir su mal genio. —El mercenario asiente a esas palabras—. O al menos eso pensé ayer, desde esta mañana he pasado a pensar que se encariñó con él o incluso que solo se lo ha traído consigo por si le apetece cortarle el cuello a alguien si nos quedamos aquí demasiado tiempo y no tiene una víctima cerca. —Los tres se miran con recelo.

—Esperemos que no dure mucho la pantomima, y se enfoque en procurarnos unas buenas condiciones, como buenos trabajadores que somos para él. No quiero pensar en tener que llevarle la contraria y desacreditarle delante de los demás. —Suelta el campesino con el mentón alzado—. Si no se centra en nuestros asuntos y pierde mis respetos me veré obligado a…

Una sombra se cierne sobre él, una sombra que desciende por las escaleras a su espalda y su voz enmudece, todo su cuerpo se tensa mirando directamente la sombra que se extiende sobre sus pies y distingue de alguna forma el contorno. Los otros dos alzan la mirada hacia las escaleras y palidecen, igual que el campesino, que se yergue de inmediato volviéndose hacia el templario que los escruta a los tres desde lo alto de las escaleras. Ya no porta la armadura ni el emblema de los templarios, pero su figura es doblemente perturbadora igual que su mirada, oscura y penetrante. Todos retroceden un paso y le sonríen, amables pero su actuación y ha resultado suficientemente sospechosa.

—Buenas noches, Eduardo. —Suelta el campesino con una temblorosa sonrisa mientras que el mercenario baja la mirada y el joven vuelve el rostro. Los tres saben que han sido escuchados pero esperan que no haya sido demasiado lo que el templario haya entendido de aquellas palabras.

—Buenas noches, mis compañeros. —Dice el templario con media sonrisa y bajando los escalones hasta ponerse a la altura del campesino se detiene allí mirando directamente a los ojos de los tres que le devuelven la mirada, pero no se la sostienen—. Con que debatiendo, ¿eh? ¿Qué es eso de lo que estabais hablando que parecía tan interesante como para conversarlo en medio de susurros y aspavientos, aquí escondidos como ratas dentro de una oquedad en la pared?

—Solo hablábamos del dinero. —Se apresura Turner mientras se vuelve al templario con una expresión dulce y tranquila. El templario le mira despechado.

—Con que del retraso en el pago… —Musita con media sonrisa. Los mira a todos alternativamente. Piensa unos segundos y después suelta—: Qué peligrosos son esos hombres que no confían en el dueño que les cuida. —Suspira—. Qué inútiles son los soldados que no seguirán las órdenes de su general. ¿Acaso no confiáis en que pueda conseguiros el dinero del pago? ¿Me creéis distraído o despreocupado?

—No. No es eso… —Tiembla el campesino pero el templario chasquea la lengua, resignado—. Solo hablábamos por hablar…

—¿Cuánto habéis oído? —Le pregunta directo el mercenario con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Suficiente. Con que pensáis que el novicio tiene arrestos… ¿Hum? No tenéis ni idea. Es un completo cobarde. —Frunce el ceño—. Pero tal vez sea buena carnaza para los vikingos. Aún no sé lo que se nos avecina. Si puedo libraros de luchar contra ellos, lo haré. Pero me temo que aunque nos retirásemos ellos nos alcanzarían igual, tal vez en el poblado de al lado o tal vez en la comodidad de nuestras casas. Haré lo mejor para vosotros porque sois mis compañeros, mis trabajadores. Pero no penséis ni por un solo segundo que estoy perdiendo el control de la situación o que no me importa en absoluto vuestro bienestar. Haré que el Varón os de vuestro dinero, pero debo asegurarme de que no huiréis cuando tengáis el dinero. Os necesitamos…

—Palabras muy nobles. Pero siguen siendo palabras. —Murmura Turner, a lo que recibe una fulminante mirada del templario—. Sé que soy el menos indicado para decir nada, pues dependo de voz para mi salvaguarda y mi futuro laboral. Pero es algo que estaba en la mente de Henry y que no se atreve a soltar. —El campesino palidece.

—Son solo palabras, cierto. —Medita el templario, comenzando a cansarse de seguir en esa conversación—. Y sé que las palabras no alimentan ni llenan los bolsillos. Pero por lo pronto yo tampoco tengo nada más que palabras. No creáis que no estamos en el mismo barco.

—Pero vos sois el capitán del barco. —Murmura el mercenario—. Y os guste o no, si el barco se hunde, le hundiremos con nosotros.

—No os preocupéis, si esto se hunde, yo ya estaré muerto. —Todos quedaron en silencio—. Y ahora vayamos a cenar, compañeros. Descansad la mente y llenad el estómago. Seguro que cenamos mejor que estas últimas jornadas y dormiremos bajo techo de piedra, no bajo nubes de fuego. —Posa la mano sobre el hombro del campesino e intenta mostrar una mirada amable, algo que no llega a conseguir—. Tengo ganas de chuletas de cordero. ¿Creéis que tendrán?

 

 

Unos pasos se escuchan al fondo del pasillo, aproximándose. Las sombras de un hombre caminan poco a poco acercándose a la celda de Ival que se desvela momentáneamente dentro de su ensoñación, arrinconado y hecho una bola en el suelo de la celda. Se descubre el rostro echando hacia atrás el gorro del hábito para ver como la sombra se acerca poco a poco alargándose y contorsionándose a través de los sillares de la pared delante de él. Cuando el desconocido llega frente a la celda, el joven ve a uno de los soldados con un platillo de madera lleno de puré de patatas. Lo cuela por entre los barrotes y lo suelta en el suelo, derramando la mitad del contenido sobre el suelo de piedra. Las ratas acuden a ese olor rápidamente y se hacen con el puré antes de que el joven pueda siquiera separarse de la pared. Prefiere no hacerlo y entornando los ojos vuelve a observar como la luz de la luna se desplaza paulatinamente a través de las rendijas del vano, iluminando poco a poco toda la celda con una fría caricia.

 

 


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